Jade May Hoey

1974-2004

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31.12.05

Chau, loco, chau

Mirá la hora que se hizo y yo de la cama ni noticias. Nada de otro mundo: el sentido se me atrofia, padezco como nadie estos veinte grados que otros llaman calor y el cigarrillo que enciendo parece quemarme los labios, pero lo miro bien y sólo se trata del humo. Oh!, el humo me quema, sí, es mejor que vaya pensando en acostarme. ¿Qué tal primero una ducha helada? Por si las moscas, digo, capaz y en una de esas, a alguno se le ocurre tocarme timbre para ver qué planeo para esta noche y yo me asomaré primero por la ventana con los ojos entrecerrados, y diré pasá, tengo vino del bueno, es una excepción, yo en tu lugar me sentaría y aceptaría. Claro, esta vez la casa invita y quién podría poner resistencia que se funde en argumentos sólidos.
Sí, mejor me baño y me acuesto. Tal vez, con un poco de suerte, ni el ruido de los petardos me despierte. No podrán quejarse, no podrán pedirme un esfuerzo más porque ya apenas me sostengo en pie, apenas pero tengo dos bolsas de supermercado en las manos y en mis manos pesan tanto que me cortajean los dedos, o al menos eso me parece a mí.
Pero antes de acostarme sería bueno que les agradezca todo lo amables que han sido durante este año. No digo todos, pero sí una buena parte. No digo todos, pero sí los que a mí me interesa.
Ya casi es hora de renovar la amenaza de futuras intervenciones. Ahora mismo me están mojando la oreja haciendo caso omiso de mi imposibilidad de reaccionar. Prometo solemnemente que el año que viene, ya se oye a un tarambana tocando la puerta y temo que sea él, seré un poco menos serio, un poco menos pretencioso y un poco más amigo de mis amigos. El año entrante saldaré las cuentas y muchos de ustedes se arrepentirán de haberme proferido reclamos en tono airado.
Por suerte este año me deparó muchas cosas para atesorar en la memoria. Tal vez nunca haga el racconto público de ellas, son tantas que temo pecar por exceso. Ya veremos.
No quiero pedir más deseos, a ver si termino como Estela Raval que escupe para arriba y reclama la urgente abolición de los sapos(!).
Entretanto vaya este cálido abrazo para todos. Y un bostezo agradecido.

30.12.05

Viene el ganado a su faena

-¿Así que le robaron la biblioteca a Quintín?
-Sí, dos volúmenes
-¿Y por qué se lo ve tan apesadumbrado?
-Imaginate, pobre, no pudo terminar de colorear el segundo.


Es una pena que los muchachos lo hayan contenido a Q porque parece que, no obstante atacar, por ejemplo, a la universidad (como si un título profesional, cualquiera fuese, pudiese adquirirse por imitación de conductas como es el caso de los carniceros) se quedó con varias balas en la cartuchera
Un artículo firmado por Mariano Canal deja bastante en claro porque Q alcanzó con relativa comodidad el mote de "crítico de cine" y nunca será digno de lustrarle los zapatos al peor de los "críticos literarios".
Hoy, mientras hacía mis necesidades fisiológicas sólidas, pensaba en los muchachos de los TP, en general, más allá de la torpeza en la que reincide Q. No los conozco a todos, no sé ni me interesan sus prontuarios, ni siquiera los leo a todos porque hay algunos que no alcanzan siquiera el nivel medio del site y despachan parrafadas kilométricas. Y la tontería en la que me encontré pensando es que todos quieren imitar a Schmitd.
¿Cómo es esto?
Sencillo. Lengua coloquial, lavada de rigor técnico y, fundamentalmente, prosa saltimbanqui. Uno lee cualquier artículo (daily, je!) y al cabo de la lectura nunca sabe de qué trataba. Se persigue lograr el efecto de las ametralladoras: aunque superficiales, importa que sean muchos los tiros.
Entonces en un artículo cualquiera se habla del ministro de economía, de los soretes de los perros en las calles, y de Chavez, y de lo que queda de Página 12, y de Cromañón y, por qué no, del doping de un tenista, y no es que se consiga el prodigio de encontrar un hilo conductor a todo esto, sino que todo es una ráfaga, pum pum, las chapas.
Schmitd es talentoso. Se le nota hasta cuando manda fruta. Como quien no quiere la cosa hinca la daga y después sale lo más pancho con alguna trivialidad. Es evidente que trabaja los artículos casi como un artista. Primero idea una estructura y después ordena los materiales. Los otros, Q incluido, no tienen ese talento.
¿Por qué entonces podría llamar la atención que el cuarto tramo de la crítica de La joven guardia ocupe un tercio de su espacio con una referencia a una suerte de persecución nazi sobre un pobre pibe que -en su incontinencia pretendidamente cómica- insulta a una dama. No sé ni me importa si la mecánica del pibe es el insulto sistemático y sólo esta vez, por ser quien es la persona agredida, hubo una reacción corporativa porque otra cosa no merecía. Sí, seguramente el pibe está solo, pero, entre nos, qué es lo que hace para no estar solo!?. El segundo tercio es la refutación de otra crítica!. El tercero, su acostumbrado yeite, nos relata por séptima vez cómo me hice monja, perdón, crítico de cine.
Posiblemente Schmitd no sepa nada de literatura, pero estoy casi seguro de que con estos ingredientes -también con menos- hubiese hecho una nota del carajo. Polémica, osada, bien escrita, y nadie le objetaría nada más que lo erróneo de los conceptos que pueda vertir.
En cambio ante un tipo así y la pertinaz elegancia con la que hace desfilar a su generosa ignorancia es lógico que se agolpen los inconformistas ¡como los perros cuando se faena el ganado!
La conclusión sería: no aprendemos más, muchachos. Las vacas no entienden. Los zapallos tampoco. Los brutos casi un poco menos que los zapallos. Y respecto del lenguaje soez que suele utilizarse contra Q me permito una pequeña digresión: la vez que se enfrentó con tipos que escribían de un modo decente apenas se dio cuenta de dos o tres de los cincuenta tiros que ligó y apenas si pudo defenderse de uno. Por eso, por su propia ineptitud, es casi natural acabar en el insulto burdo, que es el único que debería entender, pero me parece que ni eso.

29.12.05

Lo importante es olvidar

Estamos en vísperas del aniversario de la atrocidad en Cromañón. Creo que nunca olvidaré que esa noche no dormí para quedarme viendo Crónica, que una y otra vez repetía las escenas. Nunca olvidaré al cronista abordando a un pibe que dejaba a otro tirado sobre la vereda le pregunta qué pasó y la voz del pibe era el puro desgarro de decir loco, está muerto, se murió, y un rato después el zoom guiado hasta el interior de la ambulancia en la que un médico o un enfermero intentaba la respiración boca a boca con una criatura que no tendría más que unos meses.
Para seguir con los nunca, nunca entenderé los fuegos artificiales, nunca entenderé que a alguien le produzca una pizca de placer el asqueroso olor a pólvora. Nunca entenderé por qué, a más de veinte años de la garganta cortada en dos de Roberto Basile en la cancha de Racing, todavía los insanos pueden vender bengalas a los insanos que las compran y las tiran al aire con la impunidad de quien devuelve al aire a una mariposa.
A cualquiera pudo pasarle, es cierto, pero el plan para catástrofes que debería tener toda urbe como Buenos Aires, brilló por su ausencia y quien dice que mañana no se incendie un edificio o haya un desastre en el subte y de nuevo no sepamos dónde meter a trescientos caidos.
Tantas cosas dan bronca, que mi memoria me está dejando a pie, pero quisiera olvidar y no puedo a los oportunistas que incluso disfrazados de bloggers y de progresistas cargaron contra la figura del alcalde. Es una pelotudez tan grande como cobrarle las lámparas al que se encuentre con que la luz no responde al click.
Pero lo peor de todo, es que todavía seguimos mezclando los tantos para sacar algún provecho, los familiares extorsionan, los ladrones se disfrazan de músicos proscriptos y amenazan con nuevos golpes, hay un mercado persa de voluntades legislativas, haciendo carne aquello que canta Babasónicos: lo importante es olvidar.

Lo siento: nunca cierro a tiempo mis balances

Lo de hoy es nada más un pedido de disculpas por mi desorden. Me hubiese gustado poner a continuación un listado con esos objetos que me depararon la satisfacción, la molestia, la esperanza, pero no, no he tenido tiempo, ni ganas y por mucho que le escape al espíritu celebracionista, de vez en cuando, por ejemplo anoche, me dejo alcanzar y me olvido de que tengo que sentarme a escribir sobre varios asuntos y con carácter urgente.
A título provisorio y para no dejar en blanco (o en verde) este espacio, vayan los siguientes apuntes.
Este año me encontré con más libros de ensayo que novelas.
Lo mejor de todo fue El crimen perfecto de Jean Baudrillard, un libro capital, el único que me ha metido miedo en varios años. Nunca pensé que temería al pensamiento vivo de un tipo de más de setenta años, pero su prosa me ganó. Leí todo lo que pude a Deleuze. Lo mejor fue Crítica y clínica, pero me quedó en las gateras Lógica del sentido y realmente he disfrutado con la postergación. Sé que con esa obra tendré para varios años de lectura. El verano pasado leí Literatura del mal y ahora estoy abocado a Felicidad, erotismo y literatura de Bataille, auténticamente dos libros del carajo.
Me gustaría leer las novelas que escriben mis contemporáneos, pero me da un poco de temor ensartarme con fiascos, así que la única que leí, por obsequio de su autor, fue Auschwitz de Gustavo Nielsen y no sólo no resulté defraudado sino que me encontré con una obra estupenda.
Fuera de eso, lo más destacado que leí fueron, por orden de aparición, Historia del ojo, también de Bataille -a esta altura un fetiche-, Amberes de Roberto Bolaño, una pieza breve con una no-trama de ensueño, una novela pendeja que me dejó con las ganas de saber cuánto hay en ella del viejo Bolaño, el paria, y cuánto del Bolaño condenado a muerte por su hígado y la primera parte de Adriana Buenosaires de Macedonio Fernández, una obra rupturista, lo mejor de eso que llaman vanguardia que yo haya leido jamás, que me dejó la sospecha de que es imposible, después de eso, escribir algo que valga la pena. Y como no creo en las ternas que se estilan, una cuarta, La potra de Juan Filloy, un diamante que no ha sido valorado en su justa medida, que me acompañó durante varios meses, un poco por el ancho dominio de la lengua que tenía el viejo y mucho por no querer despegarme de ella, por desear fervientemente que nunca se acabe.
Me quedé con ganas, y todavía no me repongo de la contemplación de mi deseo sin saciar, de tener treinta y cinco pesos para comprar Viaje al final de la noche de Céline, pero durante el 2006 la compro aunque deje de comer una semana.
Soy mal lector de poesía, así que no abandoné a Dylan Thomas y al vaso de whisky de los sábados por la noche y descubrí el amor por Rosario Castellanos.
En una de esas noches de whisky, lloré como un marrano después de leer Bajo el agua, una pieza maestra de Bioy Casares, la historia de un amor que llega a un límite de asfixia por claustrofobia. No fue una experiencia menor participar de El caos de J.R.Wilcock. De allí, nada más bello que La engañosa.
El disco del año es el último trabajo de Depeche Mode pero mi desprecio por la música contemporánea hace que nunca abandone a mis berretines: Led Zeppelin, Bowie, The Cure. Quedé pasmado ante el gran disco de Bebe y odié mucho más a los cantantes del rock vernáculo, que no sólo carecen de glamour sino que son incapaces de dar todas las notas. Del rock argentino, la mejor canción fue Eiti Leda versionada por Fabiana Cantilo y acompañada por la muy feliz intervención de Gustavo Cerati.
Sin embargo, haciendo un rápido repaso de los discos que compré, puedo diagnosticar mi concepto actual del rock & pop: Mederos, Piazzolla, Chopin, Ravel, el concierto de Aranjuez, Charlie Parker me tentaron desde la mesa de saldos.
En dvd lo mejor que vi fue Trilogy de The Cure y todavía no me recupero del asombro de haber conocido versiones muy superiores de un disco capital como fue, como sigue siendo, Desintegration. También fue muy bueno ver al Bowie en su tour Reality. El hallazgo del año fue Placebo, la mayor perplejidad se la debo a los videoclips de Chemical Brothers, mi mejor sonrisa al joven Bowie, tal vez por encontrar algo de mì, en su clip de Blue Jeans y la mayor ausencia es culpa de Radiohead.
En cine, mal que me pese, lo mejor que vi fue la primera versión de El exorcista con el insuperable fray Karras quien disfrazado de Mefisto me persiguió en sueños más de una noche. No siguió la misma suerte, aunque también me gustó mucho, el Jack del maestro Burton (Tim, no Richard).
Mi radio de cabecera es Spika y mi programa favorito Solo ante el peligro. No tengo tevé así que me quedo con Los Simpson, a los que relegué tanto tiempo que la mayoría de los capítulos son estreno para mí.
Puede que complete o corrija esta lista. Y puede que no.

***
Y me olvidé nomás:
Fragmentos de un discurso amoroso, Roland Barthes (¡!)
A principio fue el amor, Julia Kristeva (¿?)
Mitologías, Roland Barthes (...)

28.12.05

Rock & roll

En uno de mis recreos televisivos del último fin de semana encontré una versión en vivo de Rock and roll de Led Zeppelin. No era la mítica versión de 54 minutos de la que alguna vez tuve noticias sólo por el hecho de no tener otra lectura que revistas de rock, pero para mis adentros maldije no ser un consumidor de los beneficios de la red emule de intercambio de archivos. Quizá, coleccionista al borde de la patología como gusto declararme, ya andaría buscando mejores horizontes en materia de grabaciones encontradas.
En la impunidad de mi ignorancia, que dicho sea de paso me depara descubrimientos maravillosos como King Crimson o Velvet Underground, me asombré de fascinarme con esta versión un tanto lavada. Plant, Page, Jones y Bonham tocaban con una naturalidad pasmosa una pieza musical que yo no dudaría en calificar como La marsellesa del siglo xx, una melodía y un texto dignos de llevar el nombre de nuestra fe o, para mejor decir, hacedores de la dignidad del nombre que lleva nuestra fe.
Tal vez los alaridos de Plant puedan quedar fuera de mi asombro, no así la suavidad con que Jimmy hacía orgasmear a su guitarra -el neologismo corresponde al rudimentario castellano de Jade que en un par de meses que, por lo visto, de vivir un par de años más, hubiese socavado las certidumbres del mío- ni el perfecto aporreo de la batería de Bonham, pero mientras ellos versionaban un track de su último disco, yo escuchaba la mejor canción de la historia del rock & pop.
Se me dirá: los mitos necesitan un tiempo de incubación (¿o de maceración?). Sí, posiblemente el mito se alimente del tiempo en su transcurso, algo que para nosotros es valioso y para él apenas el objeto de su glotonería. Hasta en las austeras muecas de inmortalidad que ofrecen las grandes obras de nuestro tiempo se revela nuestra condición. Somos el plancton de peces que el creador todavía ni en sueños ha maquetado.

27.12.05

Soy más viejo que Estela Raval, es hora de que se sepa

Massei nos tiene acostumbrados a alterar el orden de los dividendos para que el producto siga siendo el mismo y no se trata ya de cuestionarlo por su condición de transgresor -ya está un poco crecido para eso y todo se lo perdonamos- sino por el encono que guarda hacia mi persona y creo que funda en un abanico nada caprichoso de razones. Algunas son confesables pero temo que la mayoría de las diferencias se asiente en detalles que conviene reservar para mejor ocasión.
Entre las confesables, merece destacarse el saco que no me quiso regalar, por la que cargará toda la vida con la culpa de que yo nunca vaya a tener un saco italiano.
Con las otras puede que escriba un libro que no conseguirá editorial para ser publicado. Así que es lo mismo que nada.
Desde el fondo del mundo, y aunque no se lo merezca, le mando un abrazo “progre” y le dedico la curda a la que voy dejando paso raudamente.

Here Come The Sun

El mejor regalo me lo deparó la omnipresencia del creador, que ha regado las calles con una lluvia que deja jugosos charcos que van más allá de las cunetas.
Mamá prefirió darme el dinero para que concurra a la brevedad a una zapatería a elegir un buen par de zapatos que gustoso meteré en esos charcos y hasta es posible que si un resto quedase lo destine a una campera para los días de lluvia. No me queda bien esto de andar con la osamenta empañada por lágrimas de agua dulce.
Andrea me llamó por teléfono y, hasta ahora, es la única. Me avisó que puede que Christian pase a la tarde. También, es casi seguro, pasarán a saludarme Pablo y Diego. Para la ocasión llené la bodega de botellas de syrah de la finca Graffigna, el mejor vino lejos, dentro de lo que puedo pedirle a mi presupuesto.
En la oficina el festejo fue magro. Bastó un budín recargado de chocolate para que me feliciten por mis primeros treinta y ocho.
Pagué holgadamente mis obligaciones fiscales y me juramenté no dejar de hacerlo durante el tiempo que venga. Es probable que pronto sea millonario y no quiero tener al fisco detrás de mí. Y no menos probable es que siga siendo pobre y no quiero cargar con más peso que el que puedo soportar. Así que pago aunque, en el acto miserable de arrojar mis billetes al otro lado de la ventanilla bancaria, sangre y me desangre.
Manú se hizo presente con una billetera que apenas cabe en mi bolsillo y no sé bien con qué llenar.
Grichi me regaló Here come the sun, aunque el día no se preste y a ella poco puedo pedirle más que lo que ya me ha dado, así que tiro manteca al techo.
Una nota en el diario me hizo pensar en el destino de Gabriela Liffschitz, en mi tía Reyna, infelizmente perdida a manos de un cáncer en los huesos que pudo lo que no un previo cáncer de mama, en Jade presa de su martirio y en mi condición de mudo testigo de ese designio.
Pensé fuertemente en las razones que habrá tenido el creador para confiarme semejante empresa. Recordé mis lágrimas en la mentada confitería de Callao casi Corrientes en la que tan hermosas horas pasé y en la forma en que confesé la impotencia, la parálisis a la que me empujó tamaña revelación.
Por un golpe mágico supe, aunque debí saberlo desde siempre, que la muerte de los mártires, el modo en que cumplen su cometido y nos abren puertas y nos inyectan una energía de la que carecemos incluso a costa del indecible dolor, es parte de un legado que no merece atesorarse como un secreto que nos agobia sino que constituye parte inseparable de un todo inconcebible, y que si entre todos los posibles fui escogido como testigo fue por poseer el don de poder contarlo aunque sienta que la historia fue demasiado para mí, no por otra cosa. Es probable y hasta imprescindible que haya hombres con el valor que yo no tengo, pero asimismo ni todos, ni una buena parte de esos hombres hubiesen estado en condición de traducir hechos a palabras, tal el recaudo que exige la historia para transmitirse, para multiplicarse.
Me acordé de la mañana en que yo trataba de enseñarle a leer a Felisberto. Alabé que se parase en ese rol de máquina de mirar, sus exquisitos hábitos de fetichista, su mujer espía de la KGB, su interminable ir y venir entre el piano y la literatura, sus milagros como aquella frase que puso en boca del caballo perdido: “me hubiese gustado ser un hombre para tener bolsillos”, le conté la historia del tipo que usaba las lágrimas como ardid para vender medias de mujer y me regodeé en ese extraño encanto que tienen algunos de ser un nombre sin apellido. Como Macedonio, dijo ella, y yo en mi ignorancia creí que lo pertinente era echarme a llorar.
Multiplicar.
Ser otra voz con aquella que ha de contar las cosas mejor que yo y tiene unas manos que yo no pararía de besar.
Hoy tenía ganas de decir esto.
¡Salud!

26.12.05

Aprendiz de odontólogo se ofrece

Tal vez, aunque es poco elegante declarar intenciones, convendría decir que me ofrezco a extraerle una muela a Quintín por el mero deseo de hacerlo y que, si otro propósito encubre este acto sádico a ojos de otros es el del aprendizaje. Alguna vez me propuse entender de qué se trataba el derecho laboral mediante el estudio sistemático de ese confín del saber. Y me aburrí.

Quien todavía tenga alguna duda sobre las capacidades de Eduardo Antín (a) Quintín como crítico literario, no dude en leer el valioso antecedente que Balduccio ha rescatado del archivo. Al que todavía no se haya sumergido en su infausta prosa, le recomiendo que no lo haga pero, sabiendo que la gloria ha de ser para los obstinados, sugiero a los valientes el siguiente mapa de lecturas:
(1) Las tres partes de la -todavía- inconclusa crítica a la antología La joven guardia en orden inverso al de su publicación, todas publicadas en Los trabajos prácticos, site de internet cuya dirección el suscripto se excusa de mencionar por razones de orden ideológico.
(2) El artículo Un paseo por la literatura argentina, publicado a modo de crítica del libro Literatura de izquierda de Damián Tabarovsky, también en Los trabajos prácticos.
(3) Por último, el intercambio que mantuvieron Quintín, Daniel Link, y Fogwill durante el año 1999 a propósito de el triunfo de Carlos Ruckauf en las elecciones a gobernador de la provincia de Buenos Aires, una película y el libro Vivir afuera de Fogwill, publicado en la revista El amante, que cita Balduccio. En este caso conviene respetar el orden cronológico para dejarle la última palabra al nuevo referente de los pasquines culturales argentos.
Obviamente el orden de mi mapa está destinado a perjudicar la figura del advenedizo, de suerte tal que en última instancia aparecen sus refutaciones a la bartola que desnudan lo mal que ha leído lo que dice haber leído. Pero el que quiera ahorrarse otro maratón, lea este botonazo:


“Fogwill confiesa haberse tomado el trabajo de averiguar quién era yo, un lector de su novela que carecía, a diferencia de Elvio Gandolfo no sólo de cultura literaria sino de la "opinión calificada por el consenso de que es uno de los cuatro o cinco autores argentinos que han dejado obras de originalidad y calidad comparables a la mía." (...)A mí, lo que me sorprende es que Fogwill crea en el voto calificado. Y más aun que se preocupe por mi currículum antes que por mis argumentos. Y por lo que sus relaciones opinan de mí. Me importa un rábano lo que otros opinan de Fogwill. Lo que verdaderamente me asusta es que este episodio me acaba de poner en contacto con el mundo cultural argentino y que ese sea un mundo en el que hay que mostrar los antecedentes para opinar. Y por eso, los que no obtienen la calificación suficiente, no opinan. Así es como no hay crítica literaria en la Argentina. (...)”

Es curioso que la turba de límites difusos que responde al nombre de progresismo pele, ante cualquier eventualidad, el berretín de la democracia para desacreditar a lo que no le conviene. Por caso, si a Quintín le duele la muela, ¿qué hace? ¿llama a una reunión de consorcio a los vecinos de su edificio? ¿decide el plan de acción mediante una votación que se defina por mayoría simple? ¿o especial? Es mejor que yo no esté entre los electores. Posiblemente vote a favor de la extracción de la muela con un cortafierros y me ofrezca como voluntario para proceder.
Mal que le pese a él y sus defensores, ni todo el arte ni toda la ciencia ni cualquier oficio están al alcance de cualquiera y no por eso podemos reputar fascista al conocimiento ni a quien lo utiliza con fines que no estén reñidos con la buena fe. Al contrario; nada más saludable que saber qué carajo es quemarse las pestañas para aprender algo antes de salir a gritar la obscenidad que cobran por sus servicios los cerrajeros o el demérito de alguna obra ajena con la liviandad que ha quedado lastimeramente expuesta en las intervenciones del señor Antín que profusamente hemos referido.
Y qué decir de perlitas como ésta que nos ofrece Link (quien, dicho sea de paso, se abusa de las limitadas herramientas discursivas del susodicho):

“Pero como Quintín se ha tomado el trabajo de fraguar mis dichos, de falsificar (en el sentido delictivo) mis palabras, me siento tentado -¡ay!- a pensar que hay mala fe (o alguna forma de insanía que arrastra a sus víctimas a la maledicencia).”

Supongo que debe ser mejor pasar por loco que calificar como delincuente, pero lo mismo te encierran, hermano.

Si no vuelvo

Mañana no será un día como cualquier otro.
Después de numerosas operaciones de tire y afloje, con mis compañeros de trabajo hemos logrado reunir una fuerte suma de dinero para ser aplicada al ejercicio indiscriminado de la timba, monopolio que el estado no quiere compartir con nadie.
Hay una ínfima posibilidad de victoria. No quise ponerme a hacer los cálculos. Después de todo, muy atrás quedó la época en que yo era ducho en el delicado arte de las combinatorias. Además, siendo tantos los socios en la empresa, sería casi inevitable ganar y no reprocharse, a renglón seguido, de haber invitado a tanta gente.
Pero si por esas putas casualidades, ganamos el premio mayor -a esta altura la única esperanza de que el saldo en mi cuenta particular sea positivo-, declaro solemnemente mi retiro de todos los campos en los que me he desempañado hasta ahora.
Crucen los dedos.

Otra vez lunes

En mi pueblo el que no reniega por la mala paga del explotador de turno, está preocupado por otra cosa

-El retorno del año? -No, Calamaro.

Realmente no tenía ningún deseo de escribir sobre Andrés Calamaro porque como artista me parece más bien vulgar y de tipos vulgares como él está llena la viña del señor pero, como algunos de ustedes saben, el jueves pasado viajé a mi casa. Desde que abandoné la casa paterna, no he dejado de volver cada navidad a pasar un par de días con mi familia. Como podrán imaginarlo, todo viaje rutinario es algo que yo quisiera evitar y sin embargo todavía no encuentro nada mejor que hacer. Al fin y al cabo, podría hacerme invitar por algún amigo, y de hecho eso es lo que suelo hacer la noche de año nuevo, pero en algún punto todas las veladas en familia son iguales. A flor de labios tenemos la palabra hiriente que lo echará todo a perder y a esas heridas no las lavará el alcohol ni las tapará suficientemente la copiosa ingesta de calorías.
El caso es que antes de partir, me paré ante el escaparate de revistas, a ver qué sería lo que me acompañase durante las tres horas de ida y las tres horas de vuelta. No hará falta que diga que suelo leer libros mientras viajo pero Bataille, arduo y apasionante a la vez, me exigía algo que me duela un poco menos. Considerando que las revistas de chismes están llenas de fotos de señoritas desnudas que se pelean entre sí, conquistan por una noche a Maradona o pujan por ser la chica del verano, sé de sobra que esa lectura no me dura más que diez minutos. Me compré, por primera vez en la vida, una Rolling Stone. Naturalmente muy pocos de los grupos musicales de moda me resultaron conocidos y los que me resultaron familiares tienen ya mucho de dinosaurios.
Lo malo es que la nota central estaba dedicada a Calamaro, Andrés y yo no tenía intenciones de escribir nada sobre él porque me interesa muy poco si se inyecta orina, si fuma alfalfa o si se pone de novio con Ginette Reynal. Pero no pude evitarlo. Leí tres o cuatro de las diez páginas de la nota.
Mejor hubiese sido comprar alguna revista que tuviese en la portada a Emilia Attias, pero no había ninguna y el potencial neumático de las otras chicas crispa mi buena voluntad. Pero el nivel de histeria hubiese empardado tranquilamente los mohines de nuestro divo number one de la música popular.
Pobre pibe.
Está obsesionado por meterse en el panteón de Spinetta y Charly García. Todos estamos cansados de Spinetta y Charly García. Pero Spinetta compuso Artaud. Y García firmó la mitad de las veinte mejores canciones del rock argentino. Después podrán hacer lo que ellos quieran, que para eso son gente de talento. Desde ponerse de novios con minas tetonas hasta tirarse desde un noveno piso a una piscina. Tanto da. Al menos yo ya me doy por cumplido.
Calamaro parece que no.
Al cabo de la primera página recordé todos los motivos por los que empecé a odiarlo hace unos diez años. Dejé la lectura y si no escupí su foto fue porque venía en la butaca vecina a la mía una señora muy aseñorada y uno será cualquier cosa pero ante todo es un caballero.
Preferí dormir. Una gran elección.
Según indicios categóricos y concordantes, estaba yo en plena victoria sobre los azares de la ruleta y el concurso de un generoso escote, cuando se precipitó la sentencia. Cuando abrí los ojos, tuve que quitarme de la cara las manos que utilizaba como escudo. Un inoportuno piedrazo destruyó el vidrio de una de las ventanillas del hemisferio izquierdo de la unidad 42 de la empresa vía TAC con destino a Río Gallegos.
A la primera curva, el viento sembró de vidrios rotos todo el coche pero eso no fue lo más dañoso, ni tampoco los añicos que nunca terminaron de caer, ni la negligencia de los choferes que trasmitieron al resto del pasaje su misericordia sin mover un dedo por poner un cartón o algo en el lugar que antes ocupaba el vidrio, ni la ventolina inclemente que nos acompañó todo el trayecto.
Lo peor fue volver a la nota de Calamaro.
A esta edad no debería llamarme la atención la obsecuencia de la que son capaces algunas alimañas, pero el autor de la nota superó la frontera de lo concebible. Supongo que tenemos una pasmosa necesidad de crearnos algún referente que asuma la voz de mando y cobijarnos todos bajo el manto de su palabra y también que es una verdad a gritos que estamos en un tiempo en el que la historia pasó a ser un apéndice de los programas de la farándula y la puja por los nuevos valores se encarna en tipejos de moral cuantimenos dudosa.
Pero en fin. Queda claro que Calamaro le envidia la novia a Spinetta, lo que ratifica que es un zapallo. Podría seguir intentándolo con las canciones o, incluso mejor, dedicarse a otra cosa.

25.12.05

Si no me dieran risa los argumentos con olor a nafatalina que la van de neodemocráticos, me preguntaría cómo podemos, al mismo tiempo y válidamente, quejarnos del spam y permitir que cualquier sotreta con aires de tal y cual se ponga en situación de verdugo, como si ya no hubieran bastantes verdugos y no tuviésemos las casillas de correo saturadas de desconocidos que nos saludan, nos piden guita o nos venden la panacea para males que todavía no conocemos.
Es lo uno o lo otro.
No veo el modo de conciliar las cosas para decir "esta cantidad de spam es buena y más de eso, no".
Terminemos con la payasada de una vez. O quitamos del medio a los arlequines o dejamos de quejarnos de que esto es una murga.
Sí, esto era lo último que tenía para decir.

22.12.05

Feliz navidad

Llevo más de la mitad de mi vida preguntándome por el significado de la navidad, no el general, que es cada vez más difuso, sino por el que me toca a mí en cuanto individuo, algo que en los papeles quizá no fuese de consecución improbable.
Eran otros tiempos aquellos, pero el calor era parecido al de hoy. Terminábamos de meter las herramientas en el galpón cuando mi viejo le preguntó a nuestro compañero de faena: che, Castro, ¿qué es para vos la navidad?. Pa mí la navidá es dejar de comer puchero, dijo el bolita. Cuando se fue, mi viejo me miró y me dijo: Jorgito, ¿oíste eso?.
A los tipos sencillos las cosas se les dan así, sin vuelta de hoja. En cambio para mí recién se estaba abriendo un periodo de turbulencias que todavía viene conmigo. Poco después rehusaría el sacramento de la confirmación en la fe católica y se ahuecaría todavía más el sentido de lo que me era dado esperar de la divinidad.
Pobre, bolita. De ahí en más veía en él la enorme cacerola en la que hervía un caldo con papas, zanahorias, zapallos, tal vez un pedazo de carne, pero me consolaba tratando de imaginarlo frente a una parrilla, asando un par de churrascos para la prole.
¿El quid de la cuestión sería cambiarle el modo de vida a Castro para que su navidad sea un poco más que eso? Supongo que sí, pero no estoy tan seguro de qué otra cosa pudiese significar para él a esta altura. Lo malo, si es que en verdad yo estuviese en condición de llamar malo a aquello con lo que no concuerdo, es que sus hijos puedan pensar lo mismo el día de mañana.
Acaso fueran otros los términos, pero algo parecido pensé ante la requisitoria de papá, aunque no sé bien qué pueda haberle dicho para no herir sus sentimientos. Ya bastante tenía con las manos llenas de callos de trabajar a destajo de agosto a mayo, salvo el día de navidad, el viernes santo y las pocas veces en que llovía.
Lo poco que tenía a mi alcance era dar mi mejor esfuerzo para que tengan buen gusto las papas, las zanahorias y los zapallos de su puchero para que fueran menos malos los días en que no era navidad.
Es eso lo que sigue en pie: cada quien en su trinchera, debe sudar lo que haya que sudar para hacer mejor lo que le toca. Eso es lo único que puede depararle a los tipos sencillos algo que mate la maldita nostalgia por los días de fiesta.
Debe ser por eso que todavía me broto cuando los zapallos tienen gusto a nada.
Reciban todos mi mejor deseo.

Derivas de la medio mediana liviana/2

Anoche volví a leer el mamotreto. Para afirmar mi seguridad, desprecié lo que guardé como archivo y me bajé de nuevo los textos. Son exactamente los mismos. Ni una sola corrección.
Digo yo: tomarse seis meses para escribir un trabajo y no una mañana para revisar la ortografía habla bastante mal de quien lo escribe.
Quitando del medio los errores ortográficos, lo que más repite el crítico a lo largo de los interminables 42 kilómetros ciento noventa y cinco metros de perorata es su desconcierto ante el objeto de estudio: como un alumno atorrante que no estudió la lección, o al menos no lo ha hecho con la entrega que se espera de él, el crítico da vueltas y vueltas, preguntándose ¿es esto la literatura?. Pero siendo éste un objeto que no se ofrece manso al que no es baqueano, no cabría esperar una respuesta afirmativa o negativa, sino un tal vez sí. Tiremos la pelota afuera que nos cascotean el rancho.
Por fortuna, Joyce no está entre los antologados, sino cabe presumir que se quejaría de las frases demasiado largas o de la mezcolanza de idiomas que no es salvada con una nota al pie o del desapego a las formas convencionales de la puntuación. Pero si estuviera, quizá se permitiría alguna digresión del tipo: conocí a James Joyce en un bar del barrio de Boedo en los tiempos en que yo escribía notas de color para una revista que seguía la campaña de San Lorenzo de Almagro. El tipo no hablaba con nadie, tomaba su café, leía el diario y por lo visto tenía un solo par de medias o por alguna razón nunca se las cambiaba.
Un vicio bastante difundido entre los periodistas es el creer que pueden abocarse a esclarecer cualquier tema en un santiamén, no importa qué tan complejo pueda resultar: da lo mismo si hablamos de dopaje en el mundo del tenis, del régimen de quiebras para entidades culturales, de eutanasia o de la costumbre femenina de usar calzones rosas en la fiesta de nochebuena.
Tal vez, y con un poco de imaginación, yo o cualquiera de ustedes, redactaría un buen artículo referente a los calzones rosas. Pero yo no podría referirme sin rigor a la eutanasia. ¿Podría hacerlo basándome sólo en mi sano juicio, en lo que a mí me gusta calificar como sensatez? Sí, probablemente, y saldría un esperpento desabrido cuyo mayor logro sería hacerle perder el tiempo al que se tome el trabajo de leerlo.
Yo no compro la ingenuidad que vende Quintín. De movida nomás declaró:
En el prólogo, el compilador Maximiliano Tomas afirma que esta generación, a la que no asfixian sus mayores, es “literariamente la más libre que ha exisitido(*) hasta hoy”. El enunciado permite pensar que esa libertad se extiende a la influencia de la propia generación, por lo que estos escritores, o al menos los relatos incluidos en la selección, deben —y merecen— ser juzgados de a uno y no como la producción de una tribu […]

(*) Esta y similares erratas florecen a diestra y siniestra.
Esto luce ingenuo si se lo compara con la denunciada endogamia de gran parte de los narradores que integran la antología. Pero repitamos la proeza, atrevámonos a leer nuevamente el texto de corrido, ¿la secuencia del descarrilamiento no les recuerda la tiranía de la ley de gravedad? Así a nadie asombraría, y nuestro morbo pide a gritos ser satisfecho, que las futuras deposiciones nos revelen quién se acuesta con cuál, tal la senda que ya anduvo Guillermito Martinez. Después de todo, esta novelita ya ha tenido su componente político (me gusta cuando se declara progresista herido por un narrador desbocado) social (descartando por ligero el argumento que un narrador postula como causa de la injusticia en el mercado del trabajo), policial (describiendo la persecución por todo google de un sujeto catalogable como el secuestrador de la nueva literatura argentina), humorística (cortando el ritmo de la prosa con los consabidos “eso me recuerda el chiste del gallego y los supositorios”) y sólo nos falta una vuelta de tuerca romántica.
Yo creo que se impone hacer una lectura más profunda del fenómeno.
La cultura del mesianismo es algo que ha alimentado y sigue alimentando nuestros libros de historia. La figura del outsider, como intelectual independiente, ajeno a los vicios que reproduce la academia en su rol de factoría, tal vez sea el modo en que el mundillo literario emula a la política. ¿No fue éste el país que creyó que Daniel Scioli fue alguna vez campeón de algo? La infeliz consecuencia de haber acogido con una candidez casi primaria a un advenedizo, el haber exagerado sus hazañas, el haberlo catapultado a la condición de modelo de algo, lo verdaderamente imperdonable, está a la vista de todos.

21.12.05

Derivas de la medio mediana liviana

En ocasión de la segunda entrega de la novela de Quintín resistí la tentación de formular un comentario porque me pareció una tontería criticar algo que dice de sí mismo ser una crítica, pero a falta de mejor tema, repasemos un poco esta historieta.
Desde mi punto de vista, la mentada novela es una crítica más política que literaria, lo que no es un pecado en sí mismo, toda vez que su autor se reconoce un oscuro militante de los redivivos setenta´s.
Lo malo es que esconde bajo su supuesto escrúpulo de estudioso un herramental de análisis que oscila entre lo pobre y lo muy pobre.
Al cabo de la lectura de las treinta carillas que me demandó imprimir las dos primeras entregas, no me quedó demasiado claro si en la antología que comenta había algún texto que merezca la pena leerse. Por el contrario, me resultó bastante sencillo conocer el curriculum vitae de los autores, su tejido de relaciones, las gafes de un oficio que tanto tiene de endogamia en un país infradesarrollado.
De las historias, casi nada.
Algunos comentarios, hay que decirlo, rayan el absurdo. Se me ocurre que criticar a alguien porque escribe shooping en vez de shopping y después traer a cuento las tan numerosas como certeras citas latinas que el mismo texto contiene es, por lo menos, sugestivo. Extraña sobremanera, eso sí, que un crítico tan afecto a las lecturas políticas no extraiga nada en limpio de esta observación.
O sí: la negligencia de los correctores.
¿Por qué pongo la mira en una estupidez así? Simplemente porque me tomé el trabajo de hacer la cuenta y comprobé que el crítico infringe una regla ortográfica por cada carilla que ensucia. ¿Tanto escrúpulo para los otros y tan poco para uno mismo?
Sí, es la negligencia de los correctores.
Pero en particular, después de la tercera entrega de la novela, hasta aquí la más generosa en intrigas y la más amarreta en cuanto a la crítica propiamente dicha, el comentarista se pone en un rol de agente de inteligenzia que le sienta de maravillas. Allí despliega todo el arsenal que aprendió de Fogwill según él mismo nos comentase en una intervención anterior -me refiero a aquella en la que glosaba un artículo de Bolaño, Derivas de la pesada-, esta vez a la caza del responsable de un taller literario.
Insisto: como folletín de tinte policíaco es estupendo; pero en cuanto crítica literaria parece el paper de un grupo de tareas durante los años de plomo.

(Si ellos no usan permalinks, ¿por qué habría de enlazarlos?)

20.12.05

Venirse a lo precario

De movida me sorprendió verlo hablar tan animado respecto a su trabajo. Lo hemos charlado ya tantas veces que cuando alguno de los dos toca el tema, el otro se vuelve hacia sí mismo y si rompe el encierro es sólo para dar una estocada amarga, definitiva. Finalmente lo dijo: se le llenaba de gente la oficina. Todos quieren hacer buenas migas con la nueva compañerita que, por lo demás, es un caramelito que no creerías, che. ¿En serio? Sí, es contadora. Uh.
Es por andar tantos años por esos pasillos que tengo perfectamente claro que la existencia de una contadora linda es algo bastante improbable. No faltan chicas bonitas en la facultad pero el tiempo se encarga de hacer su tarea con prisa inusitada. Si no es la temprana irrupción de los anteojos que comienza a hacerlas distantes es el mudar la elegancia a esa ropa para viejas, lo que -dentro de todo- no sería casi nada en comparación con lo abrupto del cambio que opera en su discurso.
Les da un no sé qué que repele al común de los mortales, una urgencia por los asuntos terrenos, por la concreción de objetivos de corto plazo, la abrumadora presencia de la numerología, el reglamentarismo, esos vicios propios de la deformación que acometen las factorías académicas, en fin, me dan un poco de asco.
Hoy me la presentó.
Yo esperaba el colectivo y nos encontramos. A esa hora el hastío me carcome físicamente de un modo atroz. Soy más opaco que nunca. Verlo tan sonriente me sobresaltó y ella tan bronceada, tan atractiva en su ceñido pantalón negro, no sé bien, pero se me hace que no era el mejor momento para ofrecerme a acompañarlos, a ver qué tal la nueva compañerita que tanto revuelo causa. Ellos lo adivinaron. Por eso se quedaron junto a mí.
A las presentaciones de rigor le siguió un beso en puntas de pie que le di en la mejilla y esos comentarios estúpidos que marcan las primeras veces. Sinceramente no le pido más a las primeras veces, aunque si fuese mi compañera, es casi seguro que me hubiese alegrado algunas mañanas, esas primeras, tan estúpidas.
Es que cuando hay compañerita nueva, nace un entusiasmo que no puede durar, la pura inercia. En un ambiente laboral es de lógica fundamental ese acuerdo tácito en el que todos sabemos que nuestras relaciones están en el mejor estado posible y que de allí en adelante sólo cabe empeorar de la mano de las -inevitables- fricciones que se hacen refriega y desencadenan guerras nunca del todo declaradas. Por eso todos a perpetuidad llevamos la cara de alerta permanente, apenas si nos damos los buenos días y no pedimos más favores que la mitad de los que podemos pagar.
Que me informe a renglón seguido que le han hablado muy bien de su novio actual me hace odiarla sin más y por partida doble. Hay que tener muy mal gusto para mencionar a la pareja en una primera charla, y más en un tono como el que ella usó, un tono que no sabría describir, pero careciendo de precisión y sólo por sacarme la papa caliente de encima podría llamar ostentación. Además, ¿a qué viene esa referencia a la actualidad?
Nada de lo actual puede durar demasiado. Actualidad es un seudónimo glamoroso bajo el que se esconde la precariedad. ¿Entonces?
Nada. Hacía mucho tiempo que no escuchaba algo tan tilingo.

Asincrónica

Soy un empleado más que malo. Destino la mayor parte del tiempo a la conjetura sobre aspectos que poco y nada tienen que ver con la tarea que se me ha confiado, distraigo la atención de mis vecinos de mi escritorio, suelo reírme con sonorísimas carcajadas, sobreactúo iracundias, malatiendo a los que por algún error llaman al interno dos treinta y uno, cuando preparo mate es para no cebarle a nadie y así ad infinitum.
Eso inexorablemente se traslada a mis conductas como patrono. Sí, ya sé, todos ustedes saben, no me da el cuero ni para contratar una mina que me limpie el bulo, que levante las cosas que voy dejando tiradas para acomodarlas en el sitio que les corresponda y a tal punto ha llegado la crisis que ya reduje al mínimo posible los gastos en la tintorería.
Pero no vayan a creer que por eso estoy desdeñado lo poco de glamour que se ha quedado en mí como un virus residente. Ni eso ni mucho menos, y en este punto es oportuno que aclare que el galmour, como la nobleza, es algo que exige mucho más de lo que da.
Así las cosas, hay rutinas de las que no me privo ni aunque caigan del cielo bigornias de punta. Por caso, dormir en bolas desde setiembre en adelante. En bolas y con la ventana abierta. En bolas, con la ventana abierta y con la persiana levantada.
Eso merece una explicación.
La ventana de mi cuarto da al poniente. Por disposición de la corona, de octubre a abril debo ajustarme a un horario de oficina que me obliga a levantarme a las cinco de la mañana. Quien tiene la mala costumbre, como yo, de tomarse una copita de vino con la cena, sabe que estoy hablando de una proeza sin parangón, que no es valorada como tal más que nada la cotidianidad que conlleva.
Entonces no hay artimaña suficiente para ser puntual con mi mandante. En esa virtud, a las conocidas trampas para ratones que todo el mundo usa, debo agregarle la persiana alta. Si en mis sueños viajo en moto, seguramente a la hora señalada me toparé con un camión de frente que me encandila o en un cuarto cerrado seré apremiado por un policía inquisidor linterna en mano.
El quid de la cuestión es que este año no hubo primavera. Así como lo leen. Los habitantes de la patagonia atlántica oramos cada día por la irrupción virulenta del estío porque estamos de la gorra con esta fresca interminable. Y es allí donde se asientan mis temores.
De la media docena de frazadas que constituyen la ración invernal, es menester pasar a no más de dos o tres durante setiembre. Para evitar los inevitables resfríos, se recomienda un desfrazado gradual. Claro que ese gradualismo debería acompañar un gradualismo meteorológico que este año ha estado ausente.
Ya pasamos la mitad de diciembre y estoy tapado con dos de las más pesadas. La impertinencia del alba me despertó antes de las cinco y dubité buena parte de los veinte minutos que siguieron: ¿me levanto por una frazada más?, en caso afirmativo, ¿podré levantarme después?. No, me quedo en la cama pero doy vueltas y vueltas y pienso ¿voy a trabajar?, en caso afirmativo, ¿voy ahora o me tomo una horita más?
Imposible no pensar en la fidelidad de las frazadas. En una casa normal ya estarían de vacaciones, pero a juzgar por la creciente conflictividad laboral, si no se me declaran en huelga, les pasa raspando.

19.12.05

Para mis amigos que todavía no lo saben, los lunes hay texto mío en kaputt.

El texto de hoy corresponde a un sueño que tuve el jueves por la madrugada.

Santa Lucía

El martes pasado fue feriado. El día del petróleo, creo. Creo y no me importa porque en verdad lo único interesante es no venir a trabajar. Un día pasará todo y los que vengan se cagarán de risa de los estúpidos que tuvieron semejante idea: ¡un día para el petróleo!, pero al respecto yo hice mi parte. Clavé firmemente mis pies en el piso y traté, con relativo éxito, de dejar de moverme. No hice planes, aunque me tentaron todo el tiempo con las más diversas alternativas, todas ellas edulcoradas por el afán celebracionista que se impone en esta pugna, y no, loco, no quiero hacer nada, no sé si alcanzo a ser lo suficientemente claro. Era martes y feriado, pero después, vino el miércoles y yo estaba en paz pero todavía me duraba la euforia de haber vivido un lunes lleno de sol, a la espera de un martes que nunca acabe, y sentado sobre la certeza que me había erigido ni me di cuenta de que era miércoles, y que todo el mundo llevaba una cara de miércoles, y que mecánicamente, al sentarme a mi escritorio avancé varias páginas del taco calendario hasta dar con el miércoles catorce, y resulta que es santa Lucía. Yo estuve alguna vez en un hospital con ese nombre. Recuerdo que era de madrugada y había un montón de cegatones como yo, que se apiñaban para que les metiesen una linterna dentro de los ojos. Qué extraño modo eligen algunos para llorar, qué espantosas razones tendrán esos señores enlinternados para torturar a sus clientes bajo la excusa de un diagnóstico, de la esperanza de una cura. Si eso me hubiese pasado hoy, que siempre es martes y feriado, no le hubiera dado mayor pelota. Es más: me atrevo a imaginar los regaños de mi madre, siempre a medio mascullar entre sus dientes postizos, devenidos en lagrimear suplicante. La veo echando sus brazos sobre mí, como si fuera un pendejo malcriado, manoteando de su bolsillo el pañuelo que me seque los mocos. Madre, qué me haces, total, para lo que hay que ver. Y también el calendario dio jueves y por fin viernes, que tanto se pareció a ese lunes que a destajo disfruté, a la espera de este martes feriado por un decreto plagado de considerandos materialistas, que de puro eterno jamás me alcanzaría para conjurar las huellas que va dejando la euforia. Caramba, no estaría mal eso de tener un dedo en cada mano que termine en lamparita, que uno le eche un castañazo a la uña y zas, la luz sea, pero natura ha sido mucho más sabia de lo que nosotros podemos soportar. Sin lugar a dudas, si tuviésemos un dedo linterna, en la escuela dejaríamos ciegos a nuestros compañeros de banco. Nunca nos sobreponemos de la violencia de un patio de escuela. Es inútil. Siempre acabaré pensando en lo mismo. Aunque sea feriado y haya dejado de importarme.

17.12.05

Pagar la deuda

Aprovechando que la única que verdaderamente entiende de estos asuntos está de vacaciones, voy a formular un par de consideraciones superficiales sobre el tema del momento en la política vernácula: el anuncio del pago total de la deuda del estado argentino con el fondo monetario internacional.
En efecto, aunque no se conocen por el momento los pormenores de la operación, se saldará esta acreencia, lo cual ha sido capitalizado por el gobierno bajo la pompa de la declaración fundacional de algo, todavía no sabemos qué.
¿Argentina se olvida para siempre de la deuda externa? No. La acreencia del fondo monetario es una bagatela dentro de todo lo que sigue debiendo Argentina.
¿Entonces por qué tanta alharaca? Porque se está desinteresando a un acreedor que tiene la potestad de meter la cuchara en la política doméstica con recetas probadamente fallidas a lo largo del mundo. Nadie puede pagar implementando las políticas recesivas que imponen los acuerdos que impone para refinanciar a sus deudores. Además, por tratados internacionales en los que nuestro estado ha tomado parte, cada vez que se deja de honrar su deuda, el fondo tiene en la mano el gatillo para expulsarnos de los mercados financieros. En términos prácticos, si Argentina fuese desafiliado del Banco Interamericano de Desarrollo o del Banco Mundial, perdería su única posibilidad de tomar deuda a bajo costo.
¿Es necesario pagar todo junto o pudo ser de otra forma? Hasta ahora no había tenido lugar ninguna renegociación por los tremendos vencimientos de 2006 y 2007 y mendigar el apoyo del grupo de los siete resultaba más que complicado, de modo que, jugado por jugado, no quedaba otra que pagar. Tal vez, y cediendo en algunos puntos (que esmerilarían la imagen de rudeza que se ha formado la administración K), podría haberse alcanzado un acuerdo que contemple cancelar el total de la deuda escalonadamente. Pero el efecto político de un anuncio de este tenor queda muy al tono con la forma patotera de gobierno que nos ha tocado y más allá de las ventajas o desventajas que atañen a la decisión, el breve arco opositor, técnicamente hablando, se la tiene que comer doblada.
¿Qué cambió entre la declaración de la cesación de pagos de principios de 2002 y este anuncio rimbombante? Desde el punto de vista fiscal, no se cedió un ápice. La recaudación impositiva no cesó de crecer al ritmo de la recuperación de una economía que se encontraba virtualmente paralizada y, dentro de la discrecionalidad que supone este régimen de partido único, no se desató la previsible orgía en materia de gasto. En consecuencia se trabajó siempre con un superavit muy jugoso, que pudo atesorarse durante todo el tramo en que se dejó de pagar el servicio de la otra deuda y, a la par, desde lo cambiario se colgó el dólar en tres pesos, lo que es una ilusión óptica -dicen los que saben que el precio debería andar en 2.30- que sólo sirve para mantener un buen nivel de exportaciones a costa de los que no vemos dólares ni en fotos.
¿Cómo se sostiene un precio inflado del dólar? El dólar, en un mercado libre, se acomodaría a las relaciones de competitividad entre la economía argentina y la economía mundial a través de la puja entre la oferta y la demanda locales. Simplificando: vende dólares el que exporta y los compra el que importa; en un mercado trasparente habría un precio de equilibrio que haría honor a la compulsa entre competitividades.
En el caso argentino el dólar es más libre que nunca. Quizá nadie lo recuerde pero hace menos de veinte había un dólar oficial, un dólar turista, un dólar comercial, un dólar libre y el gobierno trataba de achicar la brecha entre el oficial y el libre a través de minidevaluaciones que nunca terminé de entender. Ahora no es así, sino que el equilibrio entre la oferta y la demanda se logra a través de la intervención del banco central. Como decía antes, un dólar inflado sólo puede sostenerse comprando y comprando lo que, a la larga, engrosa las reservas. Cincuenta millones hoy, treinta mañana, y cuando te querés dar cuenta pasamos de 10 mil millones a 27 mil millones, como tenemos hoy. Obtenidos de modo espurio, lo repito.
Por eso es muy gracioso que el director del fondo diga que ellos ya habían sugerido que el país pague apelando a reservas. Durante el gobierno anterior eso significaba, en los hechos, entregar hasta la plaza Serrano.
¿Para qué sirven las reservas? Si la moneda es algo intangible, ligado a la confianza que se tiene en un estado, las reservas constituyen el respaldo físico de esa confianza. Imaginemos los lingotes de oro durante el gobierno de Perón ahora convertidos en títulos públicos yanquis, dólares, euros y yenes.
Cuando el banco central compra dólares (o lingotes de oro o yenes o euros), larga pesos al mercado. Ese aumento de la oferta de pesos tiene que ser el correlato de un crecimiento de lo que los economistas llaman la economía real.
En concreto, si la gente tuviera más dinero y, por ejemplo, la cantidad de azúcar fuese constante, el precio del azúcar no tardaría en aumentar para acomodarse al nivel de circulante. Esto es: si hay más guita en la calle que la necesaria para comprar todos los bienes que se produzcan, la puja por comprar esos bienes elevara el nivel de precios. La merma en el poder adquisitivo de la moneda la descalifica para constituir reserva de valor y esa falta de confianza la convierte más temprano que tarde en papel pintado.
Las nuevas generaciones no están acostumbradas a pensar en esos términos pero antes a la emisión de moneda para financiar el gasto público se le llamaba “usar la maquinita”.
En consecuencia, el banco central debería ser moderado en sus intervenciones en el mercado cambiario, bajo el riesgo de generar presión inflacionaria.
¿Cuándo se da tal presión? Los estudiosos, hasta donde yo sé, no han dado una respuesta inequívoca del fenómeno, sino que han apuntado al estudio de casos. Hay consenso en que una de las situaciones en que aparece la presión inflacionaria es cuando la capacidad productiva está a tope y no puede producirse, por seguir con el ejemplo, un kilo más de azúcar. Hablo de presión, por cuanto la inflación propiamente dicha -el aumento sostenido del nivel general de precios- es sólo una consecuencia esperable, pero no se siempre materializa ya que juegan factores adicionales que pueden conjurar la presión o, dios nos libre, potenciarla.
Retomando, y redondeando, la inflación en estado de latencia que ahora mismo padecemos no es culpa de los supermercados sino de una política económica equivocada, que es la misma que ahora nos permite quitarnos de encima al fondo, aunque todavía no sabemos a qué costo.
Esto se me hizo demasiado largo para analizar el caso de los tenedores extranjeros de bonos de la deuda argentina. Si a alguien le interesa -ya sé que esto es todavía más aburrido que las anotaciones habituales-, por favor me avisa, y escribo una cuartilla sobre ese asunto. De lo contrario, continuaré con la programación habitual.

16.12.05

Los días así

El pensamiento deviene en tedio cuando el que piensa está contaminado por una obsesión. Debería haber un bisturí para desmembrar la obsesión en ramas y abocarse a una distinta cada vez con tal de alivianar la carga, pero no hay tal bisturí y entregada la obsesión a la destreza que reside en las manos de quien piensa, se victimiza, todo lo transforma en berriche y el que cree pensar no sólo no piensa sino que, en adelante, tendrá severos problemas para conciliar el sueño.
Si el pensamiento nublado a ninguna parte conduce, poco es lo que puede pedírsele si además es presa de la fatiga. Si se da crédito a los que han pasado por esa situación, a partir del cuarto día el insomnio comienza a hacer estragos. El pensamiento ya no constituye un eslabonamiento más o menos caprichoso de causas y efectos sino una apariencia de realidad de contornos escurridizos, formas que se deforman, tactos que no se dejan, amenazas a troche y moche.
Así y todo, yo siempre ando pensando en términos de guita, lo único que quiero es guita, total… la guita llama a la guita, así que lo que importa es el billete dentro del puño, el interés que a plazos depare el capital, su mañoso multiplicarse y después, cuando seamos muchos, llevar la buena noticia en boca del señor: no hay paz que no sea hija del no preocuparse por la guita, cipayos, ¡olvidémonos de ella!
El momento de la epifanía sucedió bosque adentro, en la casa de los Ojeda. La Carmela se quejaba del dolor de chuncas y era verlo para creerlo. Tenía los tobillos hinchados, las várices florecidas y los zapatos llenos de polvo. Si le daban a elegir, siempre se hubiese quedado con las alpargatas aunque probablemente cualquier súbdito de la corona, en plan de pasar un día de campo, hubiera dejado ser sus pies al natural.
A la mañana había pasado Oscarcito, siempre el nene aunque tuviera veinte pirulos, repitiendo lo que parecía que algún lugareño había escuchado en la televisión, y es tan tonto el pobrecito que nadie toma en serio lo que pueda decir, ni siquiera la Carmela, que tuvo que buscar sus alpargatas para arrimarse hasta la alambrada de los Inostroza para confirmar el dato. Suerte que los Inostroza tienen unos perros que sólo ladran cuando viene gente, que sino podría haberse pasado media mañana meta a golpear las manos.
Lo que pasa es que viviendo tan lejos, la única que queda es bajar al pueblo al otro día y bien temprano, porque entre pitiflauta, manda a pedir un auto que venga a buscarla, más el viaje y todo lo que tiene que hacer allá, se quiere acordar es no sé qué hora de la noche y cómo para andar ahí, entre esos atorrantes que andan en la calle, seguro que todos andarán drogados o borrachos y la Carmela tenía en claro que al menor descuido le pegaban un bollo y le afanaban la cartera y es tanto sacrificio, querido, le decía al Oscarcito que no tenía la menor idea de lo que era el esfuerzo y en lo único que pensaba es en peinarse las trencitas que había hecho hacer en el pelo, ay, lo lindo que le queda, pendejo maricón.
Demasiada cosa era el pueblo para ella los días así, demasiado festiva, por no decir obscena. Tanto adornito en la vidriera, tanta flor de porcelana, la Carmela a las chuequeadas de acá para allá, con la manito dulce, sin saber a lo que atender primero. Cómo no va a terminar exhausta, pobre criaturita de dios, si todos los benditos meses se la pasa esperando ese día, aunque no pueda pegar un ojo la noche anterior, aunque resplandan en su osamenta las llagas que ya no cura el finado y los huesos le crujan como reclamando una explicación.
Así fue ése y así seguirán siendo en la montaña los días en que la Carmela cobra la pensión, sólo que yo, cuando trato de quitarme de la cabeza esta de vida de mierda en cortocircuito con el cash flow, no puedo más que verme reflejado en esa manito dulce que ante cualquiera se tiende ya no sé si a cambio de un adornito de porcelana o por el estéril brillo que tintinea en las monedas cuando se van.

El ojo del amo

Si lo tomásemos como una conversación, diríase que hay un montón de voces, que la temática no puede jactarse de la variedad que sólo ocurre en los salones ilustrados, que la presunción de ser en la medida que se dice algo -¿y cuántas veces al día uno tiene algo importante que decir?- se ofrece como una justificación eficaz para hablar porque sí, porque esta boca es mía aunque vaya a negarla treinta y tres veces antes del próximo salto de página.
Si algo queda claro de antemano, eso es que hay gente que concita más atención que otra y nadie puede extrañarse por esas cosas. Así como cuando uno compra una docena de facturas surtidas para acompañar el mate, primero se come las de membrillo, después el dulce de leche y, bueh, de última y si no queda otra, las de crema pastelera, asimismo en esta multitudinaria conversación hay factores que le dan primacía a unos respecto de otros.
Poco se puede decir sobre lo acertado de elegir -qué hermosa verbo para conjugar: yo elijo, pero ella elige; si yo voy con jota y ella con ge tal vez nos crucemos en el infinito- unos factores en desmedro de otros. A mí suelen gustarme más las morochas que las rubias, pero cada tanto reniego de mi gusto y me contradigo y sólo lo hago en aras de una ratificación: siempre me van a gustar las morochas. Al menos los días viernes. Mañana veo.
Evitemos hablar de belleza. Quedémonos con la atracción.
A algunos les toca el centro y a otros la periferia. A los periféricos, con un poco de viento a favor, se les valora la actitud, la convicción, la perseverancia; los centrales no necesitan nada de eso: les basta con ser lo que son. Y la verdá de la milanesa es que, desde lo axiológico, y bien mirados, actitud, convicción, perseverancia, son atributos que lucen mejor en un epitafio que en un curriculum vitae.
El ojo del crítico se pretende el ojo de todos. Yo, corto de vista y todo, prefiero el dictado de los míos.

15.12.05

Paranoicos

Una de los mejores atributos que pueden achacársele al enredo textual que son estos cuadernos de escritura en línea (por no abundar en los aditamentos de los que se valen aquellos que la llevan mejor con el software y los lenguajes de programación) es que se trata de una maravillante usina de ideas truncas.
De mi propia cosecha sé que la mayoría de los textos que aquí vienen a morir a muy pocos podré rescatarlos del más allá. Me da la sensación que superado por un texto el incierto límite que supone esta publicación, aunque nunca vaya a ser masiva ni tenga el menor viso de perdurabilidad, ya no me pertenece. No puedo volver a él sin renegar de él.
A pesar del tiempo que llevo por acá, no termino de acostumbrarme a eso. Quiero decir: siempre fui impiadoso conmigo, no podría esperarse que trate a lo que escribo con mayor misericordia, pero siento que el apremio temporal que es inherente a los weblogs (en concordancia con la doctrina Piro que oportunamente señaló que "lo que diferencia a un weblog de un site es la data"; de lo que tomó distancia la doctrina Nielsen que alegó "también eso diferencia a los almanaques de los colectivos") termina por estropear los embriones que, tal vez, y con un poco de cuidado, puedan convertirse en ideas.
Sin embargo, aunque a uno a priori le parezca que con tal de marcar el camino de vuelta a casa está tirando el pan, en simultáneo ocurre que otros también van dejando los restos de su pan. Es cuestión de estar atentos.
Por ejemplo hoy, tal vez por estar poco despabilado para el trabajo o demasiado despabilado para el habitual repaso bloguero, me encontré con tres o cuatro gérmenes de historias de paranoia contadas en primera persona. Hermosa cada una por separado pero mucho más si uno las imagina zurcidas por buen cordón.
Me las creí a todas, pero antes de meterme debajo de la cama, tomé ligeros apuntes de cada una.

Cebado

Qué desconsuelo. Lo único que se me da bien es la saña. Las pocas veces que me enturbio lo suficiente no se conoce virulencia más dañosa que la mía. En algunas ocasiones me gustaría la moderación, la cortesía, pero siempre estoy un ápice antes de la animalada, lo que me convierte en un tipo peligroso, no tanto por los demás, que después de todo la vida entera me la he pasado cagándome en los demás, en lo que puedan pensar o decir o hacer que piensan o decir que hacen; soy un peligro para mí mismo, camino al borde de prenderme fuego y jamás me ha preocupado sino en esos pequeños destellos de lucidez que cualquiera suele tener durante las intermitencias del sueño. Uno se despierta, en el medio de la noche y no tiene a nadie a mano como para preguntarle si de verdad ha gritado como le parece o todo ha sido parte de la pesadilla de la que se escapa con los dedos llenos de sangre y a falta de la mitad de los dedos de los pies. Es entonces cuando en la pared, como en pantalla gigante, relampaguea algo que guarda toda la apariencia de haber sucedido durante ese día, y por lo general es un problema, un episodio sin resolver, una bifurcación, una trifurcación, una soga ciñendo las muñecas para postergar lo inminente de la acción. Y a partir de ese alumbramiento todo queda resuelto. Fue un juego de niños, se dice con algo de fastidio quien vuelve a entregarse al mandato de la somnolencia. Ya está. Esto es lo que quería yo, vuelve a decirse por la mañana, cuando la manteca se derrite sobre la tostada que le quema la mano, y el paladar y hay un crack que se derrama por las comisuras y la lengua, burra lengua, barra burra, lo lleva todo a su lugar y santo remedio. La vida que ríe con risa en clave de mueca y de repente el arrepentimiento: no quiero ser así, no, no, prefiero el perpetuo letargo, la insolente nadería de echarse a andar sin saber dónde, prefiero no tener que elegir entre esto y lo otro, a mí dejame al margen, pegado al ojalillo; pero es sólo un segundo, otro destello, otro relámpago sin trueno. Entonces las tostadas se hacen solas a un lado, ni falta que les hace mi desdén, dónde se ha visto: los perros cebados no comen tostadas.
Así fui a por lo mío. Me traje todo lo que había, pero me quedé con ganas de un poco más.

"Curame"

A quien pudiera interesarte aquí dejo la carta que Alejandra Pizarnik le enviase a Silvina Ocampo poco antes de terminar con su suplicio.
Está tomada de una revista Ñ del año pasado.

14.12.05

Preludio

Llevo ya varios días colectando indicios que concurren a formar la prueba de que algo se acerca inexorablemente. Todas y cada una de las personas con las que por un motivo u otro me relaciono son contestes en machacarme que el año se termina, que es tiempo de celebraciones y demases.
Qué día salgo de vacaciones (¿alguien recuerda la buena época en que las vacaciones eran vacaciones?), qué planes tengo para navidad (¿nunca podré escaparme de la casa paterna?), qué para año nuevo (¿otra vez tengo que decir que estoy en banda?), y qué tal una cena de despedida el veintitrés (¿y qué sé yo que carajo voy a hacer mañana?), ¿y un campamento a mediados de enero? (sería lindo, por aquello de dejar de lado un poco el cemento y mudar las penas a otras latitudes, pero insisto, ¿y mañana?), y ¿tu cumpleaños?, ¿acá o allá?
Eso es lo peor de todo. Me acostumbré tanto a la obsesión que acabo de matar que en el camino se me extravió la memoria.

13.12.05

Matar

Una de las cosas buenas que me pasan y no pongo en el pedestal que se ha ganado por propio mérito es mi capacidad para dormir.
Durante todos estos días en que se me trastocó el orden de las horas, ausente de mi trabajo y sólo abocado al darle y darle, desde que me despertase hasta que las tripas crujan o el desmayo, lo que primero fuese, dormí todos los días a pata suelta. Nada me privó de tal placer.
Tal vez por culpa del calor, o por echarle demasiada comida a la panza, estoy acostumbrado a las pesadillas. Tanto es así que cuando me acuesto a esperar el sueño, debería munirme de un cono de pochoclo para recrear las bondades del cine de terror.
Hace un par de noches soñé que mataba a alguien. No tengo una imagen clara del episodio ni tampoco ansío tenerla. Con lo poco que recuerdo, me doy por pagado.
No era una persona normal sino por su tamaño. Tenía la piel recubierta del pelo de los perros cuando cachorros. No sé si apareció de golpe, si por alguna razón me sentí amenazado o si redondamente me dieron ganas de terminar con él por puro capricho.
Sé que el acto de matarlo fue lento, en la medida en que pueden ser lentas las cosas que suceden en sueños. El moroso puñal que se hundió sobre su costado. me puso de cara ante la posibilidad.
Es aterradora la posibilidad más que el propio hecho. Matar o dejar de hacerlo es azar. Poder hacerlo, poder escoger esa alternativa entre todas las que se ofrecen, hundir el puñal o dejarlo para dentro de un rato ¡esa es la maravilla!
Lo aterrador es contemplar al yo como la suma de esas posibilidades sin mutilar.

Hay que

Lo mejor de levantarme tan tarde es que cuando me pongo en posición de lavarme la cara, me miro en el espejo y no me conozco. Es tan fuerte el sol que se mete por el tragaluz del techo del baño que me azula los ojos que veo. Son esos misterios que tiene la luz y de los que habría mal en hablar sin saber nada al respecto. Nada de nada.
Como era de esperar, anoche me emborraché generosamente. Me compré un Rodas bonarda para brindar con alguno de mis amigos, con el primero que encontrase y la verdad es que tuve que caminar muchísimo para encontrar a uno, que pensaba que la buena nueva ocurriría hoy, de modo que se sometió él también a una borrachera imprevista.
Sin embargo, no tengo ningún vestigio de resaca. Y eso que después me encontré con un amigo barman que me dio a tomar una serie de tragos de colores que nunca sabré qué cuernos tenían, pero qué sabores, por el amor del supremo. Rojos, rosados, verde esmeralda, en verdad la variedad cormática bastaba para voltearme, pero les hice frente mientras pude.
De regreso en casa me encontré con que por fin pude sustraerle a mi amigo un librito de ensayos de Bataille que es verdaderamente extraordinario. Para empezar, leí con minucia el primero de los artículos, uno que refiere a la necesidad de la literatura inútil. Sí, señor. A destruir los lemas, a dejar de pensar que los hombres son material humano.
Me encontré, cuando terminé de transcribirlo, con un regusto extraño en la boca. Me pregunté, tal vez siempre me lo pregunte y sea ésta vez la primera que lo asiente, cómo será curarse. Me explico un poco mejor: cuando uno lleva tanto tiempo viviendo con una enfermedad y se convence de que media ya una relación que podría catalogar de madre-hijo,cómo será quitársela de encima, qué sensaciones visitarán el cuerpo a falta de los tormentos acostumbrados. ¿Es que ya tendrá la propia existencia algún sentido como no sea el vanagloriarse por haber alcanzado ese mojón?
El día después remite a la orfandad. Falta la obsesión que hasta ayer estaba muerta de risa. Falta algún justificativo para este desorden. Hay que poner manos a la obra con la mira puesta en algo que merezca la pena la sangre, el sudor y las lágrimas que llevo en la guantera.
Hay que dejar de decir hay que.

12.12.05

¡Yeah!
Yeah, yeah, yeah
¡Nueve veces yeah!
hombrecito vaga de aquí para allá mingándole un poco de luz al sol y un poco de fresco a la sombra, de qué se escapa, preguntan, de qué, yo no lo sé. si el verano no es ducho de ponerse de acuerdo consigo mismo por qué tanto me piden a mí, señor.

11.12.05

Sin buscarlo, me encontré con la última carta de Alejandra a Silvina Ocampo. Me cortó en dos como a un pedazo de pan.

9.12.05

No hay escapatoria. El tema en boga es la caida libre del republicanismo. Quizá me ponga a analizar los debates que se han suscitado últimamente en torno a la fallida jura de los legisladores que la monada eligió en octubre. ¿Pero para qué lado corro? En los países de cuarto orden es el caudillismo es casi una nota de color. Evidentemente necesitamos tipos así, que no cierran el parlamento no por falta de ganas sino por lo que puedan decir en los medios. Alguna forma hay que guardar. Y encima leer de pe a pa la constitución, su parte normativa, sus declaraciones de principios y traerla al presente, tan parecido a echarle margaritas a los cerdos.

La rebeldía de algunos libros

A setenta y dos horas del episodio puedo declarar oficialmente que acabo de ingresar en la zona de turbulencias o, en honor a la precisión que nunca me ha catacterizado, soy bocado del pánico sin más. Hace unos pocos minutos miré el índice del libro que vengo leyendo desde hace unos días (o años, yo qué sé) y fue un tanto trágico comprobar que las técnicas de presupuestación, esas que yo domino como dominaba cada dedo de mi mano derecha antes de perderla a manos del agua hirviendo y la posterior acción del agua oxigenada, se me han vuelto esquivas. En síntesis, no sé dónde estoy parado.

Ayer vino un amigo a interrumpirme. Ni que me los mandara Magoya, junaygransiete. Departimos del diverso temario que nos une y nos separa. Se confesaba arrepentido por haber regalado un libro sin haber tenido la precaución de leerlo. El libro se consigue en casi todas partes. Se llama Los tangos de Sabina, pero no puedo recordar el nombre de su autor. Prometo, cuando me desocupe, rastrearlo (no comprarlo porque ya conocen el estado de mis finanzas) para tomar unas notas alusivas.
No sé si es una conjetura de mi amigo, pero el tipo tiene toda la pinta de montonero, lo que se ve ratificado en un cúmulo de metáforas, a cuál más violenta: toda letra de tango es un golpe bajo, una patada, una puñalada. Algunas, ciertamente, ni siquiera pueden aspirar al grado metáforico. Por ejemplo, en referencia a Tania, la mujer de Discepolín, la catapulta al paredón de fusilamiento por el hecho de haber tirado a la basura los manuscritos del poeta.
Sus aportes a la poesía no son menores. Cita profusamente a las canciones de Joaquín y se permite comentarios de un tenor descomedido. Por ejemplo, respecto del "destrozó el cristal de mis gafas de lejos" aventura que nadie puede mejorar ese verso. Ni Borges, agrega dentro de un paréntesis.
Tampoco se priva de abusar de la gentileza del editor sumando sus propios versos y de un glosario que detalla los giros idiomáticos de los que se vale, lo que colabora a la mejor compresión de la obra.
Aprovechando su amistad con el andaluz, y a propósito de su mención en el título del libro, se despacha con varios chismes desopilantes, entre ellos los dimes y diretes de la ruptura con Fito Paez, que lo tuvo como testigo privilegiado. En medio de ese arrebato, califica al rosarino de "comegato". Y así.

Cien páginas tiene el capítulo que me aterra. Cien, de las que pude haber leido a conciencia unas veinte. Y por si fuera poco tengo que repasar, o mejor dicho pasar por, la la legislación que atañe a los regímenes municipales de administración financiera. Uf. Creo que estoy más que nunca librado a la inspiración y a las dotes de expositor que me forjé cuando tenía diez años menos.
Un camino alternativo es abocarme el domingo a componer una monografía breve, algo que dure unos veinte minutos que haga las veces de certero golpe de efecto. Todavía no he descartado ese camino, pero antes debería cerrar filas sobre los temas que tengo flojos, es decir ocho bolillas sobre diecisiete.

8.12.05

Después de Sarajevo

Es milagroso que el sonido de un disparo durante el sueño coincida temporalmente con el estruendo de un petardo contra el portón de lata del garage de mi vecino y a la vez extraño que sólo me despierte a la mitad y me quede dando vueltas en la cama, rascando con el canto de las uñas algún resto de lo bello que estaba sucediendo de aquel lado y nada de nada. ¿Es que sólo es un problema lo que tiene solución? ¿Hasta cuándo, viejo?
Imposible tramar el modo de valerse de alguna migaja de lo que allí sucedía, para recomponerla, multiplicarle, engendrar una entidad inconcebible a partir de los materiales habidos.
Veinte páginas. Algo sobre las manos, supongo, tal es el tema que ella ha preferido estos días. Tal vez algo que tenga relación con la capacidad regenerativa de los tejidos en los gatos. Algo de eso lo he visto en mí. Pensé que de ahora en más viviría en Sarajevo, pero nada de eso. En cuestión de horas las células van trabando generosas alianzas que dan paso a un tejido modesto, que no soporta demasiado las fricciones.
Pero mis manos no son mis manos desde que han mudado su olor del tabaco al agua oxigenada.

7.12.05

El olvidado arte de la renuncia indeclinable

Debo estar al borde de la locura. Duermo poco y mal y apenas me despierto, cualquiera sea la hora, me levanto dando un salto y voy al estudio que monté para semejante acontecimiento, pero es de rigor atemperar el cambio de temperatura que supone abandonar una pesadilla para -por propia voluntad- abordar otra abocándome a la preparación de unos buenos mates, que nunca son más de diez, acompañado por algún bocado que me deje algún sabor dulce en la boca y es un poco más de un cuarto de hora en el que voy preparándome para el aterrizaje.
En eso siempre prendo la radio. Y acá conviene que interponga un inciso: es reciente la aparición de una estación de radio de esas que proclaman la palabra de dios a quien quiera oírla y a quien no también, lo que no sería relevante sino me alterase todas las sintonías habituales. Así las cosas, detengo la aguja en la radio que presente menso interferencia.
Hoy llegué justo a la voz del malogrado músico y ahora animador cómico Claudio Morgado, que goza de una efímera notoriedad por haber alcanzado un lugar en la lista de candidatos a legisladores por el frente oficialista y que, merced a la perfomance del cabeza de lista, el -también malogrado- poeta, abogado administrativista y canciller Rafael Bielsa, alcanzó a llegar hasta la primer lugar entre los legisladores suplentes que se resignan a esperar que uno de los que lo anteceden en la mentada lista renuncie, muera o sea destituido.
Pues bien, Bielsa renuncia, entra Morgado. A Bielsa le tocan las luces de París en grado de embajada y a Morgado un escaño que lo tendrá como levantamanos y se arma la polémica nacional por la traición al electorado que supone que el candidato que motorizó su acceso y el de otros tres zapallos como él lleguen al palacio de las leyes no asuma el puesto para el que fue elegido a cambio de un puesto diplomático.
Y ya que es un viva la jarana, todos nos reímos de lo que pueda hacer el tal Morgado en su gestión y no nos fijamos, por ejemplo, en cómo nos va con leyes hechas por los que estudian para manipular leyes. Que se vengan los cómicos, las amas de casa, los poetas. Que tapemos con barro a los abogados antes que lleguen a ser diputados, que eso sería lo más justo.
Y ahora leo en el diario que Bielsa también renunció a la embajada, como su hermano a la dirección técnica del equipo nacional de fútbol, como su hermana a la candidatura a la vicegobernación de su provincia. Rrenunciadores, si los hay, los Bielsa.
El Rafa es un buen tipo, eso está fuera de discusión, pero no renuncia al verso. ¿O yo estoy loco?
Mejor sigo con lo mío.

6.12.05

Veracruz

Después de una lectura tan escrupulosa no podía menos que soñar con ella, con ella sonriente, con ella sonriente viniendo a por mí, con un nuevo juego de vendas y el resto de los bártulos para las curaciones en una cartuchera que en cualquier caso me hubiese dado un poco de miedo, sólo que ahora ya no soy tan cachorro como para tenerle miedo a los médicos y a la vez he retrasado una veintena de casillas en este juego, lo que no me permite valerme por mí mismo en cosas tan elementales que a simple vista nadie se da cuenta. Quién diría, ¿no?, siempre me había parecido tan natural echarme las herramientas menores al bolsillo describiendo una curva inversa a las agujas del reloj. Bolsillo delantero derecho: llaves y monedas; delantero izquierdo: cigarrillos, encendedor, pastillas; trasero izquierdo: pañuelo, papeles sueltos; trasero derecho: billetera, de suerte que enfrentarme a la ventanilla de un kiosco al paso, a la resistencia de la puerta de mi hogar o a la fisiología de mi nariz era una cosa de lo más sencilla, de esas a las que uno puede responder con la serenidad de los viejos y de los autómatas, pero ahora cuando tanteo con la mano derecha el bolsillo de su jurisdicción, me da un brote de irritación del que no puedo sobreponerme sin una mueca de dolor y recién al cabo de un momento de incertidumbre. Eso me decía ella: ¿sos verdaderamente capaz de darte cuenta de cuál es el mensaje que ha venido por vos? Y yo no sé bien si me doy cuenta, y en el caso de que me dé cuenta, porque no me queda otra alternativa que meter, no sin poco trastorno, la mano izquierda en el bolsillo derecho, tal vez esté atorado en el presente, como a cualquiera suele pasarle, esa bendita costumbre de vivir el hoy, sin mayor proyección, como si fuera un animalito que no se plantea la existencia de un destino. En fin, un poco sí, un poco me doy cuenta de que no es menor el capital que me es dado proteger.

Diccionarios idiotas

Falta leer a Alone del modo en que se lee a Aira. Y a Aira como Alone. O sea, a Alone como un novelista –burgués, relamido, antojadizo- sin novela y a Aira como un crítico sin dicho rótulo. Porque se extrañan obras así: enciclopedias idiotas, diccionarios mutantes, manuales literarios despercudidos de cualquier gravedad metódica, diarios del lectura encubiertos.


Más en el blog de Alvaro Bisama.

5.12.05

Cocina

Nielsen ataca de nuevo.
Aquí una charla con Fogwill a propósito de Adentro y afuera, el cuento que publicó recientemente en Mandarina.
Cuando se descuide, voy a publicar la charla que tuvimos en la puerta de la pizzería La continental. No me hace falta la grabación: fue -desgraciadamente- mucho más breve.

De la crónica diaria

Me cagué quemando.

Soul Love

Ahora no puedo escaparme de Soul Love.
Tomando el riesgo de que alguien diga que como crítico de rock me cago de hambre, lo cual no cambiaría demasiado el estado actual de las cosas, voy a describir dos estados de conciencia a los que sin solución me empuja esta canción.
El momento uno quizá sea difícil de representar para alguien que nunca estuvo allí, pero trataré de ser gráfico.
Paseando en canoa por el lago Rivadavia (esto es: Patagonia Andina, Parque Nacional Los Alerces), a esa hora incierta en que el sol todavía no se ha escondido del todo, uno tiene los brazos cansados de palear y deja que la canoa se pose donde quiera. Siempre, o casi siempre, se detiene en el medio, y no es difícil comprobar que las únicas olas, la única corriente, en cientos de metros a la redonda, es imputable por entero a los remos. Ciego de verde, uno puede alcanzar la ebriedad con sólo oler la bruma que se desprende y oír los murmullos de las alimañas del bosque. Y en esa embriaguez uno no llega a percibir como el frío del lago le come el culo con parsimonia de boca experta, que si la dejamos hacer algún guardaparques nos encontrará cadáveres y sonrientes.
El otro, a pesar de ser literario, también es mágico. Se trata de la descripción del hábitat del minotauro en el Teseo de Gide. No recuerdo si habla precisamente de vapores narcotizantes, que son los que reprimen en el monstruo el deseo de escapar, lo cierto es que allí es donde dice que no hay cárcel si aquél deseo está reprimido.
Algo así.

4.12.05

Su atención por favor

Sabrán disculpar las morosas intervenciones que han caracterizado estos días -y las de los días venideros. Sin ser cautivo de los pocos o muchos lectores que pasan por aquí, me gusta tenerlos bien atendidos, esto es: con un texto nuevo cada vez que actualicen la página, pero la verdad es que no paso un gran momento personal o, incluso mejor, estoy pugnando con todo lo que tengo a mano por hacer de éste un gran momento personal. A más de uno de ustedes le ocurrirá algo parecido: diciembre amenaza todo lo que duran octubre y noviembre en llegar y finalmente llega, y como si uno nunca hubiese pasado este trance, se juega todos los porotos por hacer de lo que queda del año algo que merezca la pena contarse.
Entonces me veo en la obligación de suspender todos los folletines en curso y voy dejando notas sueltas, que no se vinculan demasiado las unas con las otras más que por mera vecindad cronológica, lo que llegado el caso no quiere decir mucho, al menos en mi caso, y me da por hablar una tarde de un disco de Bowie, otra de la falta de tetas de la ministra de economía y un poco más allá de la pésima lectura que hice de Onetti, y recién ahora acabo de darme cuenta a partir de la caudalosa irrupción de Emir Rodríguez Monegal. Por cierto, la lectura del acervo crítico de Emir me ha dejado muchas puntas para explorar, aunque con la brújula para leer a Onetti ya me daba por pagado.
No sé quién dijo aquello de que cuando la ciencia llegase a la cima de la montaña descubriría que la religión siempre estuvo allí. Algo parecido podría decirse de Macedonio Fernández. El mismo Monegal lo sitúa como padre de toda la novela latinoamericana del siglo xx, lo cual es asombroso si uno posa por un momento la mirada en esa cara fantasmal de dios caido en desgracia, y doblemente asombroso a tenor de su condición de escritor subterráneo. Sin ser una de esas lecturas amigables, en que el autor es el líquido que llena los resquicios que abre el lector-recipiente, cada frase está cargada de un sentido extraño, que las más de las veces se sospecha ridículo, pero sin mediar señal de tránsito alguna suele aparecerse algo a mitad de camino, algo que en mí recuerda aquellos pasajes bíblicos en que dios se le aparecía a los hombres incrédulos. Al menos yo me lo imaginaba dentro de una nube, de una nebulosa brillante, con una voz de trueno cristalino.
Ahora mismo que estoy enfrascado en ardua batalla con la más variada gama de publicistas (entiéndase por tales a los autores de tratados de derecho público y no a Agulla, Baccetti y Fogwill y otros mierdas por el estilo ni la restante variopinta mierda que producen las agencias de publicidad) y me encuentro con un fragmento macedónico que a la letra dice:
(...) que Gobierno y Política son técnicas que ganan en eficiencia con la progresiva limitación de sus intromisiones. Y que gran parte, la más perniciosa, de la confusión de nociones económicas en el espíritu general, proviene del hecho de que se pueda poseer lo no adquirido con trabajo personal: esto trastorna la visión económico-social en la mente de quien tiene que trabajar demasiado y poseer poco, y del que sin trabajo posee mucho; uno y otro viven así en cierta tiniebla de nociones: el uno no sabe todo lo que vale el trabajo y el otro no sabe lo que valen las cosas porque no ha dado trabajo por ellas, todo lo que podría obtener con él en un arreglo humano en que toda la producción se distribuyera en proporción del trabajo de cada uno. Yo sé que esta distribución absorbería una suma enorme de actividades burocráticas improductivas, de fiscalización, evaluación, distribución. Y sé que es por este inconveniente grave que se ha hallado preferible dejar librado al azar este destino de los “productos”: por eso yo opto por la apropiación y negociación ilimitada de los productos pero sin trasmisión hereditaria, ni apropiación del capital natural.
Los economistas y políticos lo han estudiado mucho mejor que yo; doy mi sugestión, por lo que valga, y me despido de la Humanidad. Yo sólo aspiro a hacer la teoría de la eternidad en espíritu y figura de un ser que se ama
.
Esto, si no lo tengo mal referenciado, es un fragmento de No toda es vigilia la de los ojos abiertos.
Así que aquí lo dejo. Debo darme una vueltecita por la farmacia. Van a atenderme por una ventana miserable, pero mi salud lo está reclamando. Que tengan una buena semana. Por mi ausencia o a su pesar.

El huracán se llama Emilia

Otra de las cosas que ha concitado mi atención ahora que todo se apresta a terminar, y esperemos terminar con buenos modos, es la elección de la mujer del año.
A priori mis votos se encaminaban a Carla Conte, que ha dado sobrados méritos para situarse en la cima. Pero conforme avanzó el calendario, empecé a notar que cada día era más y más alta, y el tema de la estatura sin ser algo que me acompleje, tiene sus bemoles. A qué negarlo. Después uno le pone el nombre que mejor le parezca, desarmonía, por decir algo, lo primero que me viene a la mente, pero bonita lo que se dice bonita, lo es. A secas.
Pero creo que, finalmente, voy a inclinarme por Emilia Attias, que a la vista resulta mucho más docil. No sé bien por qué, pero a veces me despierto enmedio de uno de estos arranques melodrámticos y me convenzo de que es cierto aquello de que la conciencia es líquida, o que lo único que hace la conciencia es liquidarnos.

3.12.05

The church of mad love is such a holy place to be

Al parecer, fue idea del productor del álbum, Ken Scott, situar como momento álgido el tercer corte, la hímnica Moonage Daydream, justo después de la antes reproducida introducción Five Years (inolvidable por sus trágicos coros); y de la amable, aunque amarga, descripción de la "idiotez" y actual degeneración del amor Soul Love, rematada con un solo de saxo de plástico a cargo del propio Bowie. Acaba de reconocerse oficialmente el débito de este glorioso tema con la "cara B" de The Hollywood Arglyes, Sure Know A Lot About Love, además de las influencias de The Velvet Underground y de The Stooges. Pero Moonage Daydream tiene (mucha) más historia: Retrospectivamente, la demo del tema es el primer vestigio cronológico de toda la colección: En febrero de 1971, Bowie conocía en California al ejecutivo y productor Tom Ayres, y la prueba grabada en casa de este se convertiría en el "programa de trabajo" que luego regiría todo el índice temático del futuro -y futurista- disco:
I'm an alligator, I'm a momma-poppacomin' for you
I'm the space-invader,
I'll be a rock'n'rollin'bitch for you
Keep your mouth shut, you're squawking
like a pink monkey [bord
And I'm busting up my brain for the words

Keep your 'lectric eye on me babe
Put your ray gun to my head
Press your space face close to mine, love
Freak out in a moonage
daydream oh! Yeah!

La canción alcanza un máximo climático cuando el solo final de Ronson se disuelve en una espiral de cuerdas galácticas de elevada intensidad, sin olvidar la hispidez del falsete de Bowie.

Más en Babab

2.12.05

Mi amigo Ziggy

En los intervalos de mí, es decir cuando detengo lo que estoy haciendo para hacer fondo blanco con algo parecido a jugo, pero que en realidad tiene menos de jugo que de agua coloreada por un sabor dulzón que la hace adictiva, pongo un disco a buen volumen, un disco que suele estar por término medio, una semana o dos en la bandeja, esperando por mí y los arbitrios del botoncito play. Ese es mi modo de escapar. Elijo una canción y la escucho tres o cuatro veces seguidas hasta que me canso de ella. Por estas horas, como quien pretende quitar los pies de un pantano que amenaza con devorarlo, tengo puesto Ziggy Stardust y estoy obsesionado con su tercera canción. Es una copia de una edición inglesa, con cuatro cortes adicionales que son incluso mejores que el disco en sí. Una joya. Me lo regaló un amigo. Fue el año pasado y de sopetón. Como quien no quiere la cosa me dice: te lo dejo, salta un poco. Debo tener mis oídos bastante perjudicados. Recién ahora voy cayendo en los detalles que a mi amigo incomodaban. No son nada graves. Sólo son perceptibles para un enfermo, y yo, que ya le di muchas horas de vuelo, estoy un poco enfermo con ese disco. La semana pasada, bajo el martillo del track ocho, llegó otro amigo, muy diferente. A él le causa repulsión todo lo que tenga que ver con el pop y cuando me pongo a evangelizar las bondades de Bowie él frunce el ceño y no da crédito a mis palabras. Lo correcto hubiese sido cambiar el disco y poner, por ejemplo, aquel otro en el que tengo un pedacito de la quinta de Beethoven en la versión de Steve Vai, algo que le va mucho mejor a sus gustos, pero no hice caso a la razón y aunque el calor me lloraba en las sienes, puse la pavita para cebarle unos mates y deje correr a Ziggy durante la sesión de mate, prorrogada por una tardía renovación de la yerba y una galería temática que haría muy felices a quienes piensan que nuestro mejor sitio es el manicomio. Antes de irse, me preguntó el nombre del disco y alguna referencia adicional y para mis adentros me cagué de risa. Es que si por esas cosas del destino durante ese rato tocaba timbre mi otro amigo la velada hubiese tenido dos salidas posibles: las risitas para salir del paso, alguna trivialidad a medias para evitar los puntos de fricción o agarrase a piñas, que es lo que se vienen prometiendo desde hace años. Sin embargo, mi amigo siempre estuvo ahí, en el disco de Bowie, en esa canción desgarradora que es Lady Stardust o en esa voz casi Dylan del track quince (la canción que le da nombre al disco en una versión demo). Lo inconfesable para mí es que les robo cosas a los dos, que para mí la amistad no es algo muy diferente a esos hurtos consentidos que ensanchan en acervo. Todos somos la ilusión de unidad de esos pedazos rotos que a menudo no quieren pegarse ni por todo el oro del inca. Y hago constar al pie del acta que mi amigo converso me ha prometido otra edición de Ziggy Stardust, una que trae doce bonus. Sirva entonces la presente de título ejecutivo y atenta nota de salutación.

1.12.05

Palabra de inmodesto

Como saben casi todos los que pasan a diario por este sitio, pero mejor saben aún los que me han conocido personalmente, no soy un tipo de esos a los que la modestia les sienta bien. Peor: desde que tengo memoria, y luego de analizar cada caso que he tenido a mano, me doy cuenta que las declaraciones de modestia en general surgen de la boca de los menos modestos y eso está bien porque de ese modo la modestia cobra alguna entidad. Si la dejásemos sólo en los hechos de los modestos a secas y no la bendijéramos con declaraciones, la modestia -sin más- desaparecería de los mapas.
Por esa inmodestia es que no participo en concursos, compulsas y comparancias y limito las confrontaciones a las que me resultan estrictamente necesarias para la supervivencia y eso no me priva de una ligera sensación de frustración. Es que mis enemigos, las más de las veces, son demasiado pequeños, lo que viene a decir que el pequeño soy yo.
Por eso mismo comento más bien poco en otras bitácoras y he dejado de participar en agremiaciones. No me dan ganas. Las muchedumbres me agobian y sinceramente no creo que la cosa pase por formar montoncitos por el mero hecho de formarlos.
Esto lo digo a propósito de la referencia que hoy me ha tocado en el blog de Agustín Fest. Al parecer el sindicato de blogteratos hace un concurso y él no ha podido votarme -según su declaración de intenciones- porque no integro el mentado directorio. Es que a mí más me vale la mención de un lector, uno solo, por lejano que pueda estar en el mapa que la cuestión que los blogteratos fomentan.
Y lo mismo vale para las menciones que cada tanto hace de mí El florido byte -el mejor blog en español, desde mi punto de vista- y para los que consumen a diario estas anotaciones sin dejar marca alguna, sólo por ejercer el hábito de leer en silencio, que es una de las pocas cosas buenas que le siguen pasando al ser humano.

La madrina de Emir

Nunca quise saber nada de él, pero así suelen darse estas cosas.
Hace algunos años, puesto a buscar en internet material acerca de Felisberto Hernández, me tropecé con una referencia crítica de parte de Emir Rodríguez Monegal que me hizo odiarlo. A secas. Sin darle posibilidad de revancha. Ni sus fervorosos instigadores podían rescatar a Felisberto de la aflicción que le había propinado el bueno de Emir, aflicción que no obstaba a su deseo de cagarlo a trompadas apenas lo tuviera a su alcance. Supe además que tal deseo era irrealizable. La diferencia física lo perjudicaba bastante.
Prestando más detenimiento a otros trabajos de Rodríguez Monegal se me ocurrió que aquella crítica, --sobre la que volvería más adelante para ubicarla en una época en que estaba fascinado por Freud-- era un accidente que puede sucederle a cualquier sujeto dedicado a la crítica profesional. Los escritores, en general, sólo hacen uso de la crítica para posicionar su obra y en ese sentido es mejor omitir nombres propios. Los hay leales y de los otros. Los críticos puros, los de la raza de Emir, se parecen más a los árbitros de fútbol: son un mal necesario para dirimir contiendas pero cuanto más lejos de pegarle a la pelota, mucho mejor.
Algunos años antes había caido en mis manos un libro de Onetti, que se jactaba de contener sus cuentos completos. Lo leí casi todo y por orden creciente de extensión. Francamente no pude acomodarme a su morbidez, a los retazos que no parecían de un mismo género. Me aburrí y lo dejé.
Hoy por la mañana, por esos azares que tiene la blogósfera, encontré un sitio en el que se recoge una enorme cantidad de artículos de Rodríguez Monegal y me distraje por completo del cometido de escribir aunque más no fuera el párrafo diario. El hallazgo no es casual. Un par de semanas llevo tratando de reconciliarme con Onetti y no pudo ocurrirme nada mejor que encontrar este enjambre de sueltos, entre los que me conmovieron un extenso prólogo de Emir a la obra completa de Onetti, un par de entrevistas y hasta un par de lecturas apresuradas del in progress onettiano que, a la luz del todo, dan un poco de risa. En realidad el choque de potencias es desopilante. El escritor, a mitad de camino de su obra, está a la defensiva respecto de un crítico que no puede con su genio y, amparado por la amistad y toda su lucidez puesta al servicio de leer, ataca de frente y de costado con tal de alambrar Santa María con Larsen y Henry James dentro. Veamos:

ERM: ¿Qué tiene de malo que aparezca el lenguaje? Siempre se va a terminar en el lenguaje, por donde empieza todo.
JCO: Mirá, lo que yo veo es terrorífico.
Terrorífico el mal que hace, por ejemplo, Cortázar, o por ejemplo, Sarduy, o por ejemplo Rodríguez Monegal, así por afincarse en el lenguaje como en la piedra angular de la novela. Mirá, cuando estuve en Venezuela hace dos años me dijeron que en una conferencia vos habías dicho allí que el personaje de la novela del futuro iba a ser el lenguaje. Y como me preguntaron si yo estaba de acuerdo o no con eso, les contesté que no totalmente, que creía que la novela del futuro debe tener como personaje al punto y coma. Claro, mi contestación era un malentendido, o una broma.
ERM: [...] Cuando se refiere uno al lenguaje de un escritor, hay que distinguir entre el lenguaje común, que es de todos, y el lenguaje de él. Los lingüistas establece la diferencia entre lenguaje (de todos) y habla (del escritor). Habría que establecer entonces una serie. Tu personaje del boliche usa el lenguaje común de su clase y su lugar; El Hachero, o Peloduro, o tú, cuando los imitas como en esta anécdota del niño enfermo, usan el lenguaje común, pero conscientemente, con una función levemente (o fuertememte) paródica; Borges, o tú, cuando escribís como Juan Carlos Onetti, usan una habla propia. De manera que si hablamos del lenguaje en la nueva novela, tanto Cortázar, como Sarduy, como yo, hablamos de todo eso que es la suma del habla de cada uno de los escritores principales, lo que compone un "lenguaje" de la novela latinoamericana de hoy. En ese sentido, tú no sólo tenés un habla particular tuya como escritor, sino que eres uno de los maestros del lenguaje de la nueva novela. O sea que tenemos dos ideas complementarias pero distintas: la del lenguaje como sistema total de un idioma, que corresponde analizar a los lingüistas, y la del lenguaje como sistema particular de un escritor, o de un género entero, que corresponde a los críticos literarios.
JCO: Es muy complicado todo eso. [...] No sé, tal vez tengas razón. De todos modos, no tiene nada que ver con lo que yo pienso, o hago. En el fondo, nunca entiendo a los críticos, ni me importa entenderlos. Eso te lo digo con el mayor respeto.
ERM: ¿Respeto? Tu madrina.



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