Jade May Hoey

1974-2004

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28.10.05

Muestra gratis

Me hizo pasar a su despacho, pero antes de atenderme se ocupó de algunos asuntos pendientes. Tomó de la parrilla un par de carpetas, las miró superficialmente y tomó el teléfono. Yo miraba por la ventana. A pesar de lo que cuentan, la ciudad se ve bastante bien desde ahí.
-Hola, Sole?
-Sí, señor.
-¿Viste la nota de Jefatura? ¿La trece sesenta y nueve que te pedí ayer a última hora? Bueno, la perdí. Haceme otra copia.
-Sí.
Clack. Como te iba diciendo, me dijo, volviendo las carpetas a la parilla, esto es bravo. Necesitamos a alguien implacable. Los trabajos son sencillos, pero en realidad son etapas de uno mucho más grande. Todavía no vas a saber de qué se trata.
Tomó cinco tarjetas de su tarjetero. Las ordenó a manera de organigrama. Me explicó los flujos de información.
-Acá está la nota -dijo Sole.
Se bajó los lentes hasta la punta de la nariz.
-No, mamá, no la había perdido.
Ella se mordió el labió.
Consultó el reloj y llevó la voz a la arena. Desgranó las palabras con la gravedad de quien ve sus pasos hundirse.
-Seis minutos. No me servís así. Despabilate, nena. La vida urge.
Luego de un instante interminable y antes de que ella se amparase en nada, la bendijo con el ansiado andá nomás.
Se subió los lentes para verla retirarse. Ahí me apuró:
-¿Entendés?
-Sí, señor -alcancé a decirle.

27.10.05

La vestimenta de un demorado silencio

[Texto a aparecer en el número de noviembre de Resartus, revista de cultura y afines, de Puerto Madryn. Agradezco a la gentileza de Gabriela Cortese la posibilidad de publicarlo aquí, a modo de anticipo y en exclusiva]

La primera certeza es que a Jorge Mayer es más sencillo encontrarlo en internet –en Et in Arcadia ego, su weblog– que en su propia casa. La segunda es que parece odiar que le hagan preguntas.
Dice de él que es un clandestino, que aprendió a leer antes de ir a la escuela, que cuando se hacía la rata se escondía en la biblioteca, que el mejor libro que leyó en su vida fue uno que robó a los 14 años, que éste es el primer reportaje que le hacen.
¿Qué es más importante en tu vida: casarte, graduarte, escribir un libro?
Ninguna de esas cosas es tan importante como vivir. Uno vive, yo al menos vivo, para edificar amores, darle musculatura a mi formación, escribir. Y como eso tantas otras cosas. Sencillamente sucede, por esas cosas que se instalan en lo estúpido del imaginario colectivo, que sólo son importantes los hitos. Recibir un diploma es cosa buena para juntarse a comer canapés, pero infinitamente mejor es dar un sábado a la noche, cuando todo el mundo está drogado, borracho o dormido, con la ganzúa que desbarate el artículo 48 de la ley de quiebras. Eso es lo glorioso. Del mismo modo, un libro es un corte imaginario que le interesa a algún que otro lector que eventualmente exista. Es como cumplir años, los días son iguales, los anteriores, los posteriores, incluso ese mismo día en que nos juntamos a comer canapés. Pero, al menos desde el sitio en que yo concibo la escritura, un libro se parece mucho a un hijo. Se trata del proceso, no del resultado. La gracia es conseguir la mina, convencerla, convencerse, el escrúpulo que se pone a la hora de hacerle el amor, de soportarle los antojos cuando está embarazada, en sonreír porque el cachorro consigue decir algo y renegar porque no quiere dejar los pañales, en prepararse para el día en que no esté más. Porque es así. El libro, una vez que se abrocharon todas las páginas, se va para siempre. Es de todos, menos de el que lo parió.
Entonces, ¿qué es la obra, qué es el autor?
La obra es el fluir. El autor no es nada. Un tipo que a mí me parece un sabio y al que nadie le da mayor importancia fue Felisberto Hernández. El, entre sus primeros libros, tiene uno que no es gran cosa desde lo literario más que en su título, Libro sin tapas. Según cuentan ese nombre no fue buscado sino encontrado. Eran un montón de hojitas reunidas que ni tapa tenían, la búsqueda de un aficionado que se daba a conocer más por el entusiasmo de sus amigos que por el propio interés de publicar. También creía que era una estupidez que existan engendros como el premio Nobel. Proponía otra cosa que forrar en guita a un escritor y a la vez convertirlo en referente político. Eso mata a los escritores. Mucho más sano sería que el premio fuese secreto hasta la muerte del premiado y con esa plata crear un fondo para estudiar y difundir su obra. Se trata, creo yo, de preservar ese fluir hasta las últimas consecuencias y desconfiar de los escritores profesionales, por llamar de algún modo a los que viven más de su nombre que de lo que escriben.
¿Con ese planteo no te oponés más a los nombres que a los autores?
Hay una pequeña conexión entre unos y otros. Si yo no firmase con mi nombre, esta nota se la hubieses hecho a un sujeto al azar. Pero, al mismo tiempo, la literatura con mayúsculas es un gran libro sin autor, sin comienzo, sin final. Cada uno le aporta su cuartilla y el tiempo se encarga de limar los nombres que nosotros hoy podamos grabar en bronce. De todos modos, también publico anónimamente, lo que me ha servido para corroborar que algún lector prefiere las tapas al libro. Le gusta el texto sin firma pero basta que lea mi nombre para que le dé un ataque de caspa. Puede que también haya casos inversos, pero no tengo modo de enterarme (risas).
¿Qué puntos de contacto encontrás entre tu trabajo cotidiano y la escritura?
Si digo ninguno a la vez estaría diciendo todas, ¿no? Contar historias es también una actividad de registro, como la contabilidad. Se recuenta, se clasifica, se ordena, se resume de acuerdo a un estatuto que a priori no existe. La construcción de una poética se parece un poco a diseñar al tanteo un plan de cuentas. Los nombres, los agrupamientos, el escalafón, son provisorios. Sólo después de desovillar el hilo se sabe cuán largo es.
¿Lo patagónico es una marca de tus textos?
No tengo la menor idea. Aquí todo tarda un poco más en llegar, tal vez eso me ha dado otro tempo y a su vez eso haya forjado cierto pintoresquismo barroco, pero en el fondo no es más que la vestimenta de un demorado silencio. Ser tan poca cosa dentro de la vastedad del territorio me ha servido para ser clandestino y alimentar a la escritura sólo con escritura. No sé lo que sea, pero eso me conforta. Pero los lugares son sólo fetiches. La palabra es de ninguna parte.
En pleno auge de la parafernalia multimedia, cuando hay quien avizora el fin de la novela, ¿cuál es el sentido de escribir?
Uno de mis personajes, Lauti Dos Passos, dice por ahí “la historia la escriben los que escriben”. A pesar de tratarse del exabrubto temerario en boca de un bravucón, suscribo esa frase.

Sueño con notas al pie

Sueño con notas al pie. Qué es lo extraño, alguien que me socorra por amor de dios. La cinta es expuesta en una pantalla. Corre sin que nadie la detenga. Corre y no mira atrás. Hay una repetición. Dos. Veintidós. Pero es una cortesía de la casa. El que mira suele quedarse con ganas de mirar una escena. El que mira también es el que filma. Es la carne de sus veladas fantasías. Zoom sobre el pezón. Boom. Excitación. Camino que pintaría en todos los mapas. La nota al pie es alguien que toca el hombro. Sólo hay una pantalla, un flujo, uno o todos los cursos de agua. Una y todas las voces aguardentosas. Uno y todos los torrentes sanguíneos, sanguinarios, sanguinolentos, sanguijuela de alta velocidad, aceleración en metros sobre segundo cuadrado, quién te ha llamado a la topografía del pezón, quién te ha dicho que algo pueda importarme más, quién te ha dicho que pueda importarme acaso un poco menos, quién te ha dicho que haya algo que pueda despegarme de estas topografías como no sea por una razón pendejesimal, variante pariente, lejana pero lozana, del cálculo en sexogésimos, densidad mensurada en gramos sobre centímetro cúbico. Sueño con notas al pie. Sueño que escribo un texto. Sueño la esencia de la deformidad y todo está escrito en un texto mío. Un texto que pueda hacer las veces de recordatorio pegado en la heladera. Que diga por ejemplo. A equis menos un años del secuestro del escritor fulanosh la justicia ordena la detención de. El pasado necesita una rescritura urgente. Escritores amigos como Saccomano. Son todos igualito de ignorantes. No sexageremos. Se trata de un texto imaginario y sólo de eso. El berrinche del lector es el único modo que tiene el maula de decir presente. Pasa lista la señorita. Hay un orden de prelación. La primera letra del primer apellido. Ante la igualdad desempata la segunda letra. La casa no se responsabiliza por las letras que a cualquier evento fueran reputadas inexistentes por la convención de secuestradores de letras. Todas las mañanas, media hora antes de comenzar con las lecciones, ésta y todas las señoritas se reúnen en secretaría con el libro de registro en la mano. El libro forrado en verde corresponde a primero. El azul, al segundo. Y así. Las señoritas, sin embargo, saben a qué curso pertenecen a pesar de tener todas el mismo color. O uno bastante parecido. Qué poca originalidad. Pero se han puesto, cada una el suyo, un nombre en la solapa. Media hora antes, decía, se juntan, convienen, reconvienen, recontraconvienen, el curso de acción a seguir, qué letras son válidas en el día de hoy. Hache, o y ye marchan, queda a la vista, con una ostensible ventaja en relación a las otras. Cuando viene el comando a secuestrarlas, cuando el matador está a punto de gatillar en el reverso de la nuez, hache, o, o ye, según sea la caída en desgracia, saca su carnecito de socia fundadora. Y el idiota que cuida la retirada les dice a todos: ey, infelices, por qué las letras son todas mujeres, hay que hacer una denuncia por discriminación, cupo masculino ya o qué clase de totalitarismo es éste, y todos se le van al humo y le bajan los dientes, ya que no las muelas, porque a una mujer, por gruesa que sea, y por aferrada que pueda estar a butaca o a encía, no se la castiga ni con la sombra de un pétalo al borde de caerse. Sueño con nota al pie. Me están por ajusticiar en la pira. Corté un pezón con los dientes. Estos alegan provocación, pero vienen flojitos de papeles. Maldito pezón mutante que te paras cuando hace frío o tienes calor pero no cuando te toca comparecer, pero si te tocara perecer bastaría que te tocasen para que en el mismísimo ataúd te sentases. La concurrencia es mal público. Correspondería, por mínima cortesía de asistir a un show, el aplauso. Que el pezón pase una alforja y que la llenen del tintineo de monedas. Del rechinar de dientes. Nota con sueño al pie. Tomo la tarjeta que me ofrece. “Sara. Mago.” Reprocho el capricho de la magia en la mujer. La magia es la mujer. Por eso hay hombres que se ganan el sustento diciéndose magos. Mejor es llamarles ilusionistas. La denunciada paridad implica, bajo su túnica, que por propia definición no existan magos. Exégeta de Córcega, me tienta a invertir de la ecuación los términos. Es mejor ser chica linda que conejo, repongo. Por cierto, la duración de la materia del amor conejo, me explica, es inversa al tamaño de sus temores. De lo que se desprende, me atrevo a decir, que podemos atisbar una medida del amor en la ecuación diferencial que enlace metros sobre segundo cuadrado con gramos sobre centímetro cúbico. Ergo, la cobardía encoge el amor de suerte que los que-te-je-di trafican agua mineral cada fracciones de tiempo infinitésimas. Eso todo lo explica. O casi todo. Pie con nota al sueño. El texto era suave, creo recordarlo. No en sus detalles, claro está, que quedaron en segundo plano cuando me convocó la nota al pie. Quise trabarme en lucha, decir por ejemplo, como Charlie: si Hawthorne no hubiese escrito una sola línea, su apellido de todos modos hubiese figurado como nota al pie en la historia de la literatura norteamericana. Pero a la brevedad (ergo: cobardía) de los pies de página, tan propensos ellos al impoluto cardinal, se los ilustra con alarmas. Altanero y demasiado el nombre que se ha reservado para los eructos. Pipipipí. Este ha de ser el minisferio de las acotaciones. Silencio. O tal vez este otro. Pipipipí. Alt más efe cuatro. ¿Desea guardar los cambios en este documento? No quise dejar marcas, lo juro. Cancelar.

26.10.05

Curarme

Estaba advertido de antemano y sin embargo me di un saque de una, sin contemplaciones, y después le eché un poco de mate. Y las dimensiones de mi casa han eliminado de mi dieta las fritangas, que si no me comía medio kilo de milanesas. Ojo con la función hepática, me dijo mi dealer. Por una vez en la vida, actuá con moderación.
No, qué va. A mí la moderación me queda tan lejos como el cacao a la patagonia.
De movida, ningún efecto. La molesta acuosidad se movía dentro de mí como pez en el agua, como pez que desea salir de la pecera, como pez que añora la cochambre de los charcos, que alguna vez merecería probarla, a ver qué tal es en comparación con un río musculoso o un mar que acaba en playas de arena blanca, en acantilados imponentes donde con gusto uno pegaría y pegaría hasta destrozar los nudillos.
Y poco a poco la paz. Pero muy, muy de a poco. Muy de trepar de tobillos a rodillas. Como un ligero adormilamiento. Ir después a copar el tronco. Llenar los pulmones. Besar el cuello. Humedecer la nariz del agua más pura. Destapar los oídos. Aclarar la vista. Cortar el pelo y después teñirlo de un color de disparate, pongamos rojizo. Dar vuelta los ojos. Dejar el iris de cara a los engranajes del pensamiento. Mirarlo fijo hasta intimidarlo. Mirarlo fuerte hasta que comience a sangrar. Primero una gota, después un arroyito tibio.
A ver, probemos ahora. Es sólo una vez. Nada malo va a pasarme. Eso es. Ahora un poco más pero soltando la mano. Ahí vamos. Un esfuercito más. Muy bien.
Ahora solo.
La clave de la seducción radica en exacerbar bondades de las que se carece. Colorete para las mejillas y generoso lápiz de labio para dibujar boquita corazón, zapatos de tacón y falda breve para que lo interminable culmine en lo inevitable. Desalmado vendrá él a proferir ofertas, una y una más hasta la fatiga y otra más hasta el fastidio. La clave de la impunidad es mover el blanco. Un beso en la mejilla de Uno que pasaba, que no en la boca pero detrás del pelo qué sabe nadie de pelo, de blanco, de azares. El resto es historia conocida: persecución, Uno inocente, dos chicas, catorce balazos. Uno que duerme para siempre y una que no ha vuelto a dormir.
Aunque nadie vaya a darme el crédito por la primicia porque es de gaje del oficio de los profetas vestir de noche a los anuncios, no podrán negar que, a veinticuatro horas de la entrega, este blog anunció que el Premio Clarín de Novela sería otorgado a una contadora conversa.

25.10.05

Estación Tribunales

Bonita mañana para salir a dar una vuelta.
--¿No te querés venir a trabajar con nosotros?
--Si fuera un mercenario te diría que sí, pero la verdad es que me quedan nueve meses por estas pampas. En breve me estoy yendo.
Yo que sólo voy al Juzgado a pedirle prestado el quincho de la asociación de magistrados y el Secretario aprovecha a sacarse las dudas. A la pasada me pregunta cómo es que me la rebusco con la insolvencia transfronteriza con tanta soltura y apenas puedo el régimen positivo vernáculo. Admito su extrañeza pero no la comparto. Nuestra ley no es tan mala como nosotros, incluso si se la ve bajo la lumbre de los sempiternos principios de la materia y se traza un paralelo con casi cualquier ley del mundo, estamos muy bien parados. La extrañeza, quiero pensar, es que los mismos hombres que son capaces de tamaña manufactura la echan a cagar cuando le dan el soplo de la vida. En arcilla, todos somos hermosos. La ley modelo de Naciones Unidas, los lastimeros tratados que suscriben los socios de la Unión Europea son de una rusticidad provinciana.
--¿No es maravilloso?, le digo, soy docto en un tema por el que otros se queman las pestañas y no me pasa por la cabeza exprimir esa saber sino más bien olvidarlo a la brevedad, pasar a otro asunto. El encanto radica en la inutilidad.
--En cierto modo como si se tratase de poesía.
--No diría tanto
Tal vez su asombro haya nacido en otra parte. Es creencia usual que sólo viaja el que toma aviones, el que aprende otros idiomas, el que muestra mayor ductilidad en el momento de componer el equipaje.
--...que la poesía nos perdone por mencionarla en la misma charla que a este señor –me apresuro a decir. Cuando reaccioné había mencionado un verso de Bukowski.
Alguien se asoma por la puerta.
--Pasá, che, concedeme la absolución en trámite sumario –peticiona el secretario al señor juez, que a renglón seguido me saluda cordialmente y apura a su dependiente con gesto severo:
--¿Y ahora qué es?
--El caballero no tolera que nombre a Bukowski a la par de la poesía.
--Ha lugar. Eso es bagatela –dice risueño.
--Claro. El tipo cumplió una finalidad social. No podés negar esa realidad.
--Sí, seguro. Justificar la existencia de los impotentes y mediocres que buscan la redención en el fondo de un vaso.
--¿Y qué diferencia hay, por ejemplo, con confiarse a dios, al psicoanálisis o a la unión cívica radical? –inquiere su señoría.
--Posiblemente que ni la fe, ni la tilinguería ni la estupidez han contribuido tanto a la proliferación de tipos que escriben con los muñones, que se piensan que el alcohol es causa eficiente de algo más que de mamúas memorables por un día.
--Epa.
--Yo que vos le digo a todo que sí. Mirá si está armado.
--Eso. Prestame el quincho para este sábado.
--Ha lugar –dice su señoría y a modo de despedida en vez de bajar el martillo me da una palmada y se va.
--De tus palabras se desprende que le haría un favor a la humanidad el que promueva una hoguera para los libros de Buck.
--No, nada de eso. Merece sobrevivir como testimonio del retorno a la edad media.
Antes de que alguien vuelva a interrumpirnos le cuento mi teoría. El hombre pronto descubrirá la imprenta, después la rueda y por último el fuego.
--Esta vez no va a quedar nada.
Como suele suceder en estos casos, el teléfono nos arrancó de la mar de carcajadas y cada cual a su trinchera.

Fizz

No lo querrás, estoy seguro, sólo se trata de un accidente, de un infortunio de esos que se nos aparecen con la regularidad de los maleficios pero quieres retratarme y te retratas, quieres señalarme sin decir mi nombre y no haces más que presentarte como como el lánguido ser que tus malas decisiones han querido que seas. Sé de la frustración, sé de la amargura, sé de la impotencia de no existir sino en el movimiento de otros que se te figuran fantasmales, que te acosan, que se ciernen sobre ti aunque nunca te tocan. No son brutales como quieres creer; al contrario, pecan por sutiles, por decentes, por dignos. Tienen mejores ocupaciones que darte a tomar la leche que te gustaría en tu merienda, en tu cena y a todas las horas. Nada de eso. Pagas tus culpas, ¿no lo sientes? Estás ante el paredón sobre el que lloverán las balas que tocan a los cobardes. No te sientas mal por eso. Ha sido tu decisión y sólo tuya.

24.10.05

Si viniera el principito
[reflexión sobre la contabilidad de la historia]

--Hola, ¿Chorch?
--Seh.
-- ¿Adiviná quién vino?.
--¿?
-- Dale. Hacete unos mates.

Qué gil. Leo en el diario una declaración que me da risa y no anoto de quién es. “El noventa por ciento de los lectores de ficción son mujeres”, dice X, quien prepara un libro con historias sobre maridos.
¿Cómo se hace una estadística así? ¿Mirando los hábitos de lectura de los pasajeros del Ferrocarril Sarmiento, por ejemplo? Queda mal que haga alarde de ello, pero en la única asignatura matemática que me fue relativamente bien fue en Estadística. Fue un nueve; paré para tomar aire.

A los contadores hay pocas cosas que les puedan gustarles más que escuchar historias por el puro vicio de escucharlas. Me pasa a mí, le pasa a él, que se sorprende de mi velocidad. A cuarenta segundos del pedido, aparezco mate en mano. Ocho menos diez, me toca.
--Seh. El perro de Pavlov, me dicen.
--Andá. Vos no podrías competir conmigo como cebador de mates
Me cuesta mucho creerle. Mitad porque es contador, mitad porque siempre le he visto unos mates horribles. Hace bien quien desconfía de los tipos que se encariñan con el mate cuando está lavado. Si le decía el pablo de Perrov hubiese puesto la misma cara, pienso, son todos igualito de ignorantes.

Pero suponiendo que pudiera construirse una muestra representativa de la población lectora, ¿sólo limitamos el estudio a los libros vendidos en las librerías de la calle Corrientes? ¿Y los prestados? ¿Y los robados? ¿Y los que se leen en las bibliotecas? ¿Y los fotocopiados? ¿Y los digitalizados?

--A mí me tocó la conscripción en Esquel. Regimiento tres.
--Qué embole, justo en tus pagos.
--Seh. Para peor yo ya era un boludo grandote. Con el tema de la carrera la venía pateando padelante pero a los 23 me dije loco, sacate esto de encima y fui.

El marido, como eje temático, no me resulta interesante, pero este libro sin duda promete y mucho, no tanto por lo bien que pueda escribir esta (imagino) señora cuanto por el poder de su imaginación.
Además, a qué le llaman ficción. ¿Alguien cree que las investigaciones periodísticas, las novelas históricas, las biografías, los recetarios, los mandamientos bajo el marco de los lentes de Savater, un libro al azar, pueda ser no ficción? Sospecho que este punto es de más ardua resolución que el anterior.

Primer día. A ver los universitarios. Allá. Las manos así, nos decía a los gritos un gordito con las palmas haciendo un cuenco hacia arriba. Me señaló a mí. Estas son manos de cebador de mate, dijo el mayor Rojas, nieto de Isaquito, ¿sabés quién era?
--Seh. Papá gorila.
--Este era cruza con chancho, te juro. Tuve que hacer de secretario, nada importante, jamás toqué un papel, sólo cebaba mate. Ocho meses cebando mate, que por suerte me fui en la primera baja y cagado de risa. Pero no sabés lo que eran mis mates.
--Tengo miedo de que hayas mejorado.
--Diana a las seis. Yo me levantaba cinco y media para hacerle el mate a este infeliz. Lo más jodido, además de levantarse era cruzar el descampado porque nuestra cuadra quedaba de la concha de la lora, un poco más allá. En la puta vida había hecho un mate. Encima cómo un soldado iba a tomar del mismo mate que el mayor Rojas. Nunca supe qué gusto tenían, pero el gorila con la nariz arrugada era pacer postales, te juro.

Es ficción que haya un señor prudente, objetivo, de prosa elegante y pensamiento agudo, que sea capaz de escribir una crónica policial, o un libro de crónicas, o un libro sobre la vida de un tipo que la lleva escribiendo crónicas policiales y, llegado el caso, libros de crónicas. Es ficción que haya un lector que lea ese libro.

--Algún que otro privilegio tenía. Comía con la mierda de los oficiales. Los soldaditos la llevaban peor. Pero qué bosta fue estar ahí. Un año perdido. Todo esto fue antes del setenta y tres. Eran los años de la guerrilla. Así que la única diversión que teníamos los hombres del mayor Rojas eran los simulacros. Cada tanto copábamos una comisaría. El gordo decía que era inminente un ataque terrorista, entonces los canas dejaban todo en nuestras manos. Corríamos de acá para allá. Cuando terminábamos, me pedía unos mates.
Sin darme cuenta, sin hacer ningún mérito, salí como subteniente de reserva, y lo mejor de todo es que yo jamás había tirado un solo tiro. “Especialista en comunicaciones” me pusieron por poner algo. Y yo la única radio que conocía era una spika que tenía mi viejo. Los domingos escuchábamos los partidos.

Sería mucho más claro si expusiese nombres propios, pero por un plazo prudencial, digamos de acá a fin de año, no quiero recibir puteadas. ¿Firmamos el pacto? Yo no expongo ninguna de mis (disparatadas) lecturas y nos comportamos como buenos amigos.

Había un muchacho, Robles, que también fue subteniente de reserva un par de camadas antes. Es contador, no sé si lo escuchaste nombrar.
---Seh. ¿No es el que estuvo de presidente del banco?
--Ese mismo!
No hay modo de que me olvide de él. Eran los meses de anarquía financiera. El banco estuvo cerrado un mes y pico porque no había guita ni para poner en las cajas de atención al publico. No duró más de una semana en el cargo. Lo llamaron de urgencia a las nueve y media de la mañana y el señor dormía a pata suelta en la habitación 104 del hotel Provincial.
--Cuando se armó el lío con Chile lo llamaron de apuro. Estaba en lo que ahora se llama Paso Cardenal Samoré, pucha, no me acuerdo cómo se llamaba antes. Lo pusieron al frente de varios pibes que hacían la conscripción. Te imaginás el susto que tenía este. Se la pasaba llorando. Los pibes, por lo menos, tenían cuarenta días de instrucción, ¿pero él?, con tal de rajar hubiese entregado hasta a su madre.

Maldita la hora en que se inventó la pólvora. Nos perdimos la chance de hacerle pata ancha al tradicional rival con un equipo de contadores. Tal vez no supieran tirar un tiro, qué más da, pero qué convicciones a la hora de defender lo que no se puede defender, qué buenos mates ceban, qué gente más abnegada. El pasado nos reclama una urgente rescritura.

Yo desconfiaría de los escritores.
Siempre.
En primer lugar, y tal vez sólo esta uniquísima razón, los escritores son conversos.
Todos los escritores son Saulo de Tarso. Primero persiguen al Mesías, lo combaten, lo crucifican. Después levantan iglesias. Le rinden culto. Difunden su palabra como si fuese la única fuente de salvación de las almas. También la tuya y la mía, querido lector.
Y si san Pablo no es buen ejemplo, pensemos en Cervantes, que no va a enojarse por la referencia. Nos salvó de los libros de caballería ¿y qué nos dejó a cambio?

--Vaya, Ricardo, me dijo mi mayor, con los libros también se puede hacer patria.

Por si hiciere falta

Imprevistamente me adelgazó la garganta. Me recomiendan que tome algún remedio para las anginas. No sé, no tengo ganas, no tengo fe en los remedios. Estoy muy cansado. Tengo que hacer no se cuántas cuadras hasta mi casa. Tantas que no me llamaría la atención morirme en el camino. No digo que me falten las fuerzas para llegar, no es eso. La garganta lánguida me trajo la fiebre, la fiebre me priva de las alertas del cuerpo. No me llamaría la atención, por ejemplo, que me atropelle un auto. Por lo menos ahora tengo encima los documentos. No tengo cobertura de salud, pero como todos los días, lo que es decier en estos tiempos. Tal vez sea la hora. Se hizo tarde y no almorcé. Más que un remedio necesito un destornillador. Me saco la cabeza esta tarde y mañana, a primera hora, vuelvo a ajustármela sobre el cuello. Doy mi palabra.

Cerca de la revolución

-¿Metieron los dos al final?
-Sí...
-¿Y por qué esa cara?
-Qué querés. No me vino nadie a laburar. Estos se piensan que por participar en una campaña...

Por primera vez en la historia, uno de los partidos, el gobernante, se alzó con los dos escaños en juego en la disputa electoral. De este modo, quedó sepultado el afán de conseguir fueros que tenía el candidato radical, un tipo quemado como pocos. ¿Por qué perdió? Los radicales no lo votaron. Todavía no cicatrizaron las heridas de la contienda interna de 2003 en la que el candidato hoy perdidoso fue derrotado con fraude. Como venganza, él urdió la estratagema por la cual se impusó el peronismo, que esta vez le dio a beber su misma sopa.

A pesar de eso, no son horas de paz en la capital provincial. Acabo de bajarme del colectivo en un barrio de mi ciudad que me resulta extraño. Debí subirme al primero que me abrió la puerta. Para alcanzarlo tuve que correr. Por poco escapé del inminente choque de una manifestación de docentes en huelga con la fornida guardia militante que la turba estableció en las proximidades de la casa de gobierno. El que no saltara, la ligaba. Zafé por poco. No había policía por ninguna parte. También están en huelga.

Durante la mañana me escuché diciendo que el reclamo de los docentes les tiraría la gente en contra. No está bien visto ir al paro en las semanas previas a un comicio. Mucho menos si ya se han logrado relativas mejoras. Muchísimo menos sacando al tapete divisiones internas que lucen mezquinas. Los reclamos, por justificados que pudieren resultar, devienen impopulares.

Pensándolo bien, la gente, si es que puedo permitirme esa abstracción, ni se va a enterar. La prensa no da lugar a estos hechos. Prefiere ocuparse por rastrear los pasos del candidato radical ahora convertido en un muerto civil que no tendrá modo decente de huir de las condenas penales. No hay demasiados vuelos desde Trelew. Si se hubiese marchado, ya se sabría. Probablemente esté guardado en su casa y lo bien que hace. La calle es un quilombo.
Cuando era chico, ahora que mi blog es confesional puedo decirlo, yo quería escribir cuentos de amor como Bioy Casares. No crecí nada. Sigo queriendo eso mismo, pero me sale escribir textos como el que hoy está en Kaputt.

23.10.05

Estuve leyendo la cobertura de los TP. Muy bien, che. Una vez en la vida. Con decirte que me dejaron pensando. Nunca entré a un cuarto oscuro donde hubiese tijeras. Y eso que siempre corto boleta. Al pedo, pero corto. Muchas veces al azar pensando, por ejemplo, en el fiscal del Partido Humanista, que es amigo mío. Está ahí por hacerle un favor al padre, que le hace el favor a no sé quién. Con suerte tendrá mi (medio) voto y alguno más. Los otros fiscales se le cagan de risa. ¡¿Dónde está el humanista?! ¡Acá tenés un voto, chabón! Todas las elecciones es la misma historia. Si hubiese hecho el cambio de domicilio en 1997 me hubiese tocado en la misma mesa que el entonces gobernador. Un quemo, cómo voy a hacer la misma fila que semejante ladrón. La democracia nos iguala, me dice alguien. No me convence. Esta vez me mandé derecho a la mesa 61. Había sólo un tipo delante mío. Tardó un huevo. Cinco boletas divididas en mitades, diputados nacionales y consejo de la magistratura. ¿No estaría haciendo la que hizo el gobernador de Tierra del Fuego? Colazo, según escuché en la radio, abandonó el cuarto oscuro luego de destrozar todas las boletas de los otros partidos. Mi madre me lo decía: no es malo robar, sino robar y no llevar nada a la casa. Y sí: ¡lo agarraron! ¡monumento al pelotudo! Siempre lo quise hacer. Eso y varias cosas más. Limpiarme el culo con una boleta de la unión cívica radical, por ejemplo, y echarla en el sobre. Pero después pensé en las autoridades de mesa, qué culpa tienen. Ahora les pagan. Es decir: de acá a un año les pagarán sus cincuenta pesos, pero en general van obligados y los que lo son una vez, lo son siempre. No me encontré con nadie en la escuelita. Ni siquiera con mi amigo humanista. Lo habrán mandado a otra escuela, o estaría cubriendo cinco o seis a la vez. Eso es lo choto de crear nuevas alternativas: primero que nada te faltan soldados, cómo no querés que te caminen en lomo. Depués de conseguir fiscales, tenés que lograr que ellos crean en vos, no digo en el sistema, porque hay que estar chiflado. Ahora sí, buenas noches.
Antes de irme a dormir, me tengo que sentar a escribir. Antes de sentarme a escribir se impone una reflexión sobre el acto electoral. Es temprano, no hay demasiados cómputos, pero mañana será tarde.
Puedo hablar con cierto conocimiento sólo de mi aldea y eso haré.
En primer lugar no puedo ocultar mi perplejidad. Se impuso el oficialismo con mucha holgura. Igual que en los últimos veinte años. Gobernasen unos u otros, en Trelew siempre gana el que gobierna. ¿Por qué es así? Debe ser complejo pero mi lectura es sencilla. No hay otro empleo que no sea el estatal. Las más prósperas empresas tienen detrás de sí un impulso que viene de la mano del estado. Hay una creciente migración interna. Trelew tiene cada vez más habitantes. El pueblo deja la miseria en el campo para amucharse en los arrabales de una ciudad igualmente misérrima, pero más cerca de una bolsa de comida, de un hospital público.
La provincia tiene medio millón de habitantes, la quinta parte vive aquí. Los empleados públicos son más de veinte mil. Menos precisa pero más inquietante es la cifra de los bendecidos por la prebenda o el subsidio. La ecuación es obvia.
El otro polo demográfico de la provincia está en el sur, Comodoro Rivadavia, que vive del petróleo. Hasta donde sé hoy hubo una cantidad escandalosa de votos anulados (la gente mete en el sobre más de una boleta para que el voto no cuente). Ergo, al que le va un poco mejor le importa un carajo la elección. No se siente representado por nadie y deja que elijan los otros.
Así es entendible que en este medio siglo de historia sólo existan dos partidos, los tradicionales, y un tercero de alcance provincial, con intereses meramente acomodaticios. No hay modo de romper ese esquema perverso sino a partir de la generación de alternativas, tarea que sólo puede encomendarse a gente con inquietudes, preparada, con capacidad de derrroche de tiempo y recursos. No hay nadie así. Tampoco los habrá en la medida en que la educación les quede cada vez más lejos a los que son cada vez más. A ellos es facil conducirlos como ganado. No quieren otra cosa. No conocen otros modos.
Por eso nuestra democracia de sólo veintidós años se aparece vetusta. No puede generarse suficientes anticuerpos para sus patologías.
Y es mejor que yo me vaya a dormir.
Ta mañana.

Por mi barrio

Desde que vivo en Trelew, siempre estuve domiciliado en el 1142 de la calle 28 de julio. Allí me llegan las notificaciones judiciales y toda la correspondencia que no quiero recibir. Y sin embargo no dormí ni una sola noche ahí. He almorzado, he tomdo mates, he mirado televisión en los tiempos en que no podía saciar el vicio de otro modo, en fin, en uno de esos departamentos pasé una etapa de mi vida de recién llegado. Pero nunca viví allí. Asenté ese número en mi documento sólo por comodidad. Presagiando que me mudaría muchas veces, nunca denuncié mi verdadero domicilio. Y me he juramentado que sólo cambiaré esa dirección cuando me vaya de Trelew. O sea el año entrante.
Una de las razones para vivir legalmente allí (o aquí, porque ahora mismo redacto esto desde un locutorio atendido por una señorita de exigua falda a pocas cuadras de mi nunca casa) es que me enamoré de la escuelita donde me toca votar. La 123 se parece a la 81 que albergó mis proezas de niño prodigio.
Así, cada vez que voto, me doy una vuelta por mi viejo barrio. Cada vez, ahora que lo pienso, tengo que caminar más. Y a la vez es más lenta la caminata. Me detengo en cada local. Leo todos los papeles pegados en las vidrieras. A mi modo, y desde hace varios años, no hago otra cosa que despedirme. Sólo levanto detalles para cuando eche todo esto de menos.
Hoy anoto:
-cartel en una armería: si prohiben las armas legales, sólo los delincuentes estarán armados.
-hay centros de rehabilitación por todos lados.
-en altos de la florería La rosa amarilla hay un centro de campaña que reclama Kirchner 2007.
-en la rotisería de San Martín y Pecoraro: hasta nuevo aviso no hay targeta de crédito.
-en la esquina de la calle Marconi donde había una casa de venta de cosas de bebé hay una farmacia que dice ser social.
-es domingo, no está la doctora Hamze, pero su consultorio sigue allí.
-la construcción más imponente de la zona es de un gremio: el sindicato de empleados de comercio.
-persiste el bazar de la esquina de Ameghino y 25 de mayo. Siguen pintando las ofertas con tiza sobre la pared. En la vidriera, escritos con marcador grueso, están los apellidos de la gente que se echa el lazo al cuello y quieren regalos.
-igualmente escondido está un bar sin nombre donde los viejos se reunen a jugar al ajedrez.
-la panadería Torino ahora es también sandwichería. Sólo por discreción no miré a la empleada. Hace unos diez años yo compraba allí el pan de cada día. Una piba de las que atendía, Lia, era hermosa.
-el kiosco Emanuel está partido en dos. Este locutorio es una de sus mitades. La señorita que atiende es más bien fea pero tiene cierta gracia en el caminar.

Por cierto, el barrio de mis primeros tiempos en Trelew se llama Democracia Argentina.

22.10.05

Paso de los libres

Tanta belleza por desbaratar y yo a las corridas, subiendo de un medio de locomoción a otro, regresando antes de lo previsto a casa, un olvido impertinente, una señora con deseos de trabarse en conversación y la llave que es ligeramente infiel como la mujer a la que me trepo en un andamio tembloroso. Sube la cuerda cuando tiro, y sube más y me da vértigo y a punto ya de dejar de respirar, con los pulmones llenos de aire, vacíos, y la sangre a borbotones apretando a la altura de la boca, en las muñecas, en los cuadríceps y los espejos que devuelven a su lugar los cuadrantes que quieren escaparse, y en la vuelta son armoniosos, suben uno encima del otro apenas por los bordes y ya no sé si estoy aquí y no soy, o si estoy allí y soy un titilar polinómico, un relámpago en ciernes, desordenados pedazos de carne que quieren recomponerse en violencia y es otra voz, no la mía, la que los ordena, los refuerza, los oprime, los suelta, los dibuja, los crea, y esa voz sigue siendo la mía aunque poco de mí la reconozca, aunque poco de vos te reconozca.

21.10.05

Estamos en vísperas del comienzo de la veda alcohólica, nota saliente de toda celebración electoral. Antes de que comience a regir el maldito plazo, los furibundos bebedores daremos cuenta de toda la existencia habida en los almacenes de nuestros respectivos condados, movidos menos por la voluntad de beber que por eludir la prohibición.
Una apostilla menor, y llegado el caso bastante rastrera, es decir que desde que podemos elegir a nuestras autoridades nos hemos equivocado metódicamente a pesar de que la ley ha quitado el alcohol del alcance de nuestras manos. Me parece que ha llegado la hora de que probemos sufragar en completa ebriedad. No de poesía, no de virtud. Sólo de alcohol, del más barato que encontremos. Hace falta, para ello, crear una norma de índole coercitiva. El que no toma, no vota. Y así, la próxima vez, estaremos a una hora similar a ésta más preocupados por mantener la sobriedad, que analizando plataformas de campaña, consultando padrones o manoteando botellas de licor.

20.10.05

La llama que está sola y espera

A pesar del concepto que fácilmente se asocia a su nombre, nunca estuve solo en la avenida Scalabrini Ortiz. Desde allí tejía y destejía los días. Cerca del mediodía me arrimaba y una mujer, todos los días la misma cara de amargada, me decía pase por la seis. O si va a usar una cabina, avíseme, que el tiempo de la computadora sigue corriendo. Yo me encogía de hombros y sonreía. A ella poco le importaba que yo la tutease, que me encogiese de hombros y por cualquier cosa sonriese. Sólo pretendía a cobrarme lo que el ticket dijera y tal vez algo más, una propina, y de hecho una vez pagué la llamada que otro hizo a un par de celulares que no respondieron. Qué son dos monedas más. Qué son justo acá, que las monedas de 25 centavos abundan.
La mejor tarde de todas, la lluvia se agolpaba contra la cuneta. Los charcos me tentaban a probar mis aptitudes para el salto en largo. A duras penas las reprimí. De viaje se tiene menos ropa limpia de la que se necesita. De viaje es mejor que si la lluvia te toma desprevenido por la calle te metas en el primer local que tenga la puerta abierta. Mejor que pases por la computadora seis y que alguien te diga ey, vos, y ante tu nula reacción le dé por tocarte el hombro. Y que ante tu gesto de sorpresa te pida fuego, y vos con algún matiz de rubor echés la mano al bolsillo hasta encontrar el encendedor y que le falte el manto de chapa que le otorga cierta gallardía. Y que sólo por ser cortés, que para algo uno responde positivamente a los pedidos de fuego que le hacen cuando está leyendo alguna carta apasionante, se crea en la obligación moral de ser ingenioso y que bajo el peso de esa obligación sucumba ante la obviedad y diga algo así como perdoná la mala presencia, es la mística del barrio, lo tuve que circuncidar.

Especular

¿La conociste? A mí no me gusta mucho esa chica. Me parece que no es para César; la veo... no sé, demasiado calculadora. Hasta donde me dijeron estuvo casada con el más chico de los Beltrán, vos lo debés tener mejor visto que yo, juega al fútbol en alguno de esos equipos de primera B pero un tiempo estuvo en Europa. Te diría que en Italia, pero no estoy segura. Fría es la palabra. Fría que es tan parecido a frígida, ¿no? Tiene buenas gambas, eso no te lo puedo negar, pero conociéndolo al que te dije, cuánto pensás que pueda durarle. Ahora que lo recuerdo la mano vino así: el tipo movió cielo y tierra por llevarse con él al pibe, porque ahí donde la ves ya tiene un hijo, a Italia nada menos, imaginate, y esta inventó las mil y una para que no se lo saquen. Creo que su abogada es Mirna Lloyd, ¿la ubicás?, despiadada como ningún abogado que yo conozca, perrísima y experta en derecho de familia. Labura todo lo que es sucesiones y divorcios. Se juntaron el hambre y las ganas de comer, son tal para cual.

Naturaleza jurídica de este blog

No son buenos días para mí. Crece a destajo mi inventario de asuntos pendientes. Estoy ansioso. Se acortan las noches y cada vez que me despierto he perdido por entero la noción del tiempo, tal es la fatiga que me traen los primeros calores.
Ayer escribí para el blog seis entradas, buena marca para una bitácora personal. Un ladrillo caliente de una novela en curso, una elucubración algo enredada sobre la contradicción que cobija un refrán popular con estrecha liga a un comentario de similar talante escrito por una amiga, un monólogo que podría tener lugar en el diván de un consultorio de psicólgo, un enlace que me deparó un módico interés, un broma de pequeña entidad para los amigos de la casa y una diatriba que puede leerse como la toma de posición política sobre ciertos temas que a menudo el vulgo olvida y como la despiadada crítica a la ligereza de cierto columnista todoterreno.
Tuve una cantidad de visitas a la que no acabo de acostumbrarme y todavía me inquieta y un solo comentario que me interroga sobre un texto y a la vez sobre mi blog y de algún modo acerca de los blogs en general.
En este pequeño boceto he intentado graficar mi respuesta. Leo con beneplácito bitácoras de escritor, cuadernos de navegación, anotaciones desparpajadas, diarios de señorita, relatos escritos a primera tinta, conversaciones dichas en voz alta. Mi blog, cada uno de mis textos, es un poco de todo eso.

Acerca del maniqueísmo en la casta de los dibujantes

Una opinión está al alcance de cualquiera, eso está claro, a eso jugamos cuando nos decimos en democracia. El punto es que no podemos opinar válidamente sólo en base a información, si es que podemos llamar información a lo que se lee en la prensa escrita o se ve en los noticiarios de la televisión. La cuestión es un poco más compleja. Se requiere una buena cuota de formación para poder procesar la cantidad de datos que sólo enrarecen el pensamiento. No digo nada nuevo hasta acá, pero mal que me pese debo repetirlo tres o cuatro veces al año, generalmente exasperado por haber visto, escuchado o leido alguna tontería de parte de otro que se cree iluminado.
Esta vez leía con algún detenimiento la nota de un señor cuyo nombre he olvidado en un sitio que no enlazo por razones de política editorial(no le hago publicidad a sitios que alardean de honestidad intelectual y esconden los archivos con tal descaro).
El tópico era el discurso de los candidatos capitalinos con vistas a las elecciones que tendrán lugar este bendito domingo y le pondrán un punto y seguido a tanto despropósito junto. La endeblez de las palabras que mascullan los candidatos es tan pública y notoria como poco novedosa. Peor aun: da toda la impresión de que estamos en franco retroceso, pero hay elecciones, hay ocasión para elegir a unos y despreciar a otros. Basta meter un papel en un sobre y esperar que nuestra voluntad se junte con otras para arribar al veredicto.
Este señor se refería con afán cómico al discurso de un candidato obsesionado por el derecho de propiedad y ponía en ridículo a su oponente que, quizá estúpidamente al farol de los tiempos que nos corren, defiende otros derechos, tan válidos como el de propiedad. Más adelante conjeturaba sobre un tercer candidato, ponderando la posibilidad de que éste apelase a una ridiculez tal como pedir, antes de un debate con sus adversarios, que se verifique que no estén armados.
Se me ocurre que ha de ser la costumbre de lidiar con el lápiz contra un papel la que le ha hecho pensar a este sujeto que la vida toda transcurre en dos dimensiones, tal que proteger un derecho constitucional pueda hacerse sólo en demérito de otros derechos igualmente constitucionales. Si hay derecho a protesta, no hay derecho al libre tránsito. Si el estado reconoce propiedad privada, para qué carajo cobra impuestos. Si defiende la vida por qué permite que haya uno solo de los ciudadanos que pueda portar armas. ¿Pueden coexistir todas esas libertades? No sólo pueden coexistir. Deben coexistir. El estado debe velar por la protección de algo que no es sencillo ver en un dibujo ni en una función lineal con una variable independiente y otra por ésta determinada. Más sencillo sería, por ejemplo, proteger el interés de una mayoría, pero eso es casi lo mismo que proteger el interés de una minoría. Al conductor de los destinos de un estado y a todos los que lo secunden en su tarea, le compete el grave deber de hacer carne esa cosa intangible que es el interés público, algo tan complejo que no puede resumirse en consignas infantiles como "propiedad privada sí" versus "propiedad privada no" y cualesquiera otra que se planteen en los mismos términos.
Hay extensos estudios sobre la constitución nacional y en homenaje a la brevedad allí debería remitir a este buen muchacho antes de que le dé por meter en el medio a las canciones hippies que él escuchaba hace veinte años, pero sé que es eso una tarea inútil. Primero debería leer la carta magna y masticarla durante un buen tiempo para acomodarse al hecho político como una razón dinámica no como una charlatanería barata como decir que las canciones de Baglietto son una porquería.
Pero así son las cosas. Serás lo que debas ser o sino serás periodista. Y si no te pagan por eso, actuarás como si así lo fueras. Redactarás panfletos con la misma seriedad que se pone al tiempo de componer el horóscopo o la amenaza meteorológica para el día de mañana. Pondrás en el medio un par de frases rutilantes, hincharás el pecho por causas vanas.
Y el mismo empeño a favor y en contra de la literatura, a favor y en contra del amor, a favor y en contra de la política monetaria, a favor y en contra de los crímenes de lesa humanidad, a favor y en contra del funcionamiento del mediocampo de Tiro Federal de Rosario.
Así es escribir para un diario.
Mañana nadie te recordará.

Oportunidad

Balduccio ha puesto a la venta un manuscrito que reputa de mi autoría lo que me obliga a prevenir a los eventuales interesados (no creo que haya ninguno, pero no todos los locos están encerrados ni todos los encerrados están locos): el manuscrito de marras no salió jamás del cuaderno que conservo en mi poder. Si alguna hoja hube de arrancar, fue para obsequiársela a alguna lectora en exceso fetichista y demandante. Así las cosas, quedo a disposición de las lectoras fetichistas y demandantes (ulteriormente catalogables como "cazafortunas") para negociar el envío de esa hoja o de cualquier otra a cambio de un módico precio a convenir privadamente.

19.10.05

¿Literatura de derecha?

Desde este púlpito no acostumbro a hacer gala de comportamiento solidario sino más bien todo lo contrario. Cada uno de los textos que suelo enlazar no hacen más que llevar agua para mi molino. Conforme a ese estatuto, yo hago muy mal en referir Un ejercicio de esgrima, artículo perpetrado por Guillermo Martinez (otro que carga el lastre de un premio Planeta), pero voy a hacerlo sólo por mis amigos que han leido Literatura de izquierda de Damián Tabarovsky y todavía no entienden bien de qué va la polémica.
El que tenga la paciencia de leerlo completo, sírvase comentar su parecer.

[Si el blog no es edificante, por lo menos que sea divertido.]

Dicha es la participia pasiva del verbo decir. Sólo puede no ser buena cuando se ve a sí misma, pasiva, muda, a contramano del decir. Decir, aún a costa de la mala prensa que carga el maldecir, es cosa buena, pero si creyese que todo es relativo -que en verdad no lo creo- no me temblaría el pulso para sostener que haber dicho es mejor que haber callado, y en tal caso sí: "nunca es tarde cuando la dicha es buena" resulta una construcción abominable. Mejor decir, mejor temprano, hasta que sangren los oídos y supuren los ojos.

Entender

Nunca les tuve mayor simpatía a los gatos, no sé bien por qué. Acaso todo sea culpa de una niñez con pocos juguetes, quiero decir una niñez en la que sólo los gatos eran juguetes que se dejaban manipular. Entonces a mí me alcanzaba por tomar prestada un poco de la impunidad que los bichos tenían, no demasiada, pero todos modos tienen tanta que me sobrevivirán con holgura. Cualquier cosa era divertida. Por ejemplo echarlos en un fuentón con agua hasta que rozaran la muerte, meter la mano y volver a traerlos al mundo de los secos. Que se sacudan con violencia, que eviten que vuelva a ponerle las manos encima, por lo menos hasta que purgue la modesta culpa de irresualta vocación de asesino de mascotas.
Nunca tuve mayor apego por las delicias de vestirme bien hasta que pude hacerlo. Nunca olvidaré el día glorioso en que pude comprarme dos pantalones. Fue la misma tarde de octubre. Uno era de un azul oscuro como la noche y el otro de una extraña verdosidad cercana al mate pero no tanto. No era gabardina pero se le parecía, tan suave era, y llevaba botones en la cremallera, botones que en un principio me angustiaron. Qué sería de mí si sobreviniese alguna contingencia que sólo pudiera solucionar tirando bruscamente de los botones. Una semana me habrá durado. Una semana que fue suficiente para saber que no hay mejores pantalones que los de bragueta con botones.
No muy lejana a ésa fue la tarde en que apuraba un mate tibio y sentí que por debajo de la mesa el gato de la casa en que estaba de visita alunizaba en mi falda, hincando sus uñas sobre el pantalón verdosito que me recordaba al mate. Fue la ira de ver un par de hilitos desprendidos anunciando la inminencia de un desenlace. No recuerdo qué hice con el animal. Si lo tuve a mano, seguramente lo castigué y de poco me valió el consuelo de mi amigo. Es la primera vez que lo hace, sos demasiado buen tipo, un gato se da cuenta de esas cosas, me dijo, pero ya estaba resuelto: en adelante siempre odiaría a los gatos.

Deshollar

Primero Pato, que no es un nombre, que no realza la figura femenina porque ni siquiera alude a ella. ¿Por qué no Patricia, como la tía aquella tan copetuda? ¿O Patri? ¿Será que la te seguida de la erre siempre es una señal de traba, de trabajo, de trastorno? ¿Y Paty? ¿es lo demasiado infantil para adherirse a una como un chuflín mañoso enredado en el pelo? Después el pelo corto, demasiado corto. El aire se mete facil entre las mechas, pero no los dedos ajenos. Ni tan siquiera los propios. Y sin embargo la obstinación en depilar el rubiecito bosque vecino a la oreja con tal de no ser un varón. O parecerlo, que son cosas que tanto se parecen entre sí. ¿Por qué Pato? Con el apellido debería alcanzar para poner sobre la mesa la segunda de tres cartas, la que dice ojito que yo, ojito que papá, ojito que antes, cuando las cosas eran en serio. ¿Por qué tan dura la carne del culo? ¿Tan fláccidos lucen los demás argumentos? No es mera argucia que las caderas se banquen un pibe y dos de tres se den vuelta cada vez que camino alguna vereda donde no me conocen. Sí es una argucia cuando lo veo a Juan, y cuánto me gusta mirarlo, calladito, balbuceante, cargoso hasta la baba. Dejé de ser buena sólo por pelearme contra las huellas con que llegó hasta mí, su padre, el ajuar, las estrías.

18.10.05

Auschwitz

Hace un rato terminé el libro. Di vuelta vuelta la última página con cierta pesadumbre. Cuando me gusta un libro siempre la última página no tiene más que diez renglones. Deseo y realidad, nariz contra nariz. Y eran diez líneas nomás. Cerré los ojos y me vi de nuevo caminando las calles de Palermo y por medio segundo fui feliz de saber que he sido un simple mirón de la pesadilla que narra Auschwitz de Gustavo Nielsen. Atravesé en plena noche San Antonio de Padua y ausculté cada almacén de Villa Crespo. Imaginé el estirado triángulo escaleno en el que quepan unos y otros, la voracidad del hombre en plan de aniquilar y la languidez que lo aletarga al final del tobogán. Así, con la leve luz del sol que se despereza entre las nubes, o en medio de los apretujones de la vuelta a casa, con con una mano pugnando por preservar el equilibrio y otra sujetando el libro de tapas verdes, el camino de estos días fue breve.
Por puro despecho repasé uno de los primeros párrafos, creo que mi favorito:
Odio los encendedores, el humo, las colillas. Odio los escones, odio esas migas como granos sobre el mantel. También odio esos otros granos que le veo a ella en la piel y no sé qué son, pero parecen lunares regordetes de carne; odio la carne que sobra, la celulitis, los rollos, los colgajos de los brazos; odio las pelusas en los ombligos, el pelo demasiado largo o demasiado corto, las uñas mal cuidadas. Odio tu pañuelito atado al cuello, enroscado sobre sí mismo como una víbora que se muerde la cola. Me parece sucio; feo. Me da asco.

Me pareció que no podía tener mejor umbral que la temblorosa dedicatoria de su autor. Y en efecto, la tenía. Un doble regalo, entonces.
Anoche soñé con ella. Tenía la voz algo cambiada. Tenía voz, eso me bastó.

Pueblerino

A un extranjero podrían llamarle la atención algunas de las cosas que los lugareños toman como una parte más del paisaje, una parte dinámica, si es que cabe ese calificativo en alguna parte, y si es que puede llamarse dinámico a lo que da ilusión de moverse pero no hace más que describir círculos con el mismo centro y el mismo radio. El carpintero que tiene su taller al fondo de la calle Cabot, por detenerme en un caso. Anda al borde la quiebra, nadie le quiere comprar un puto mueble, ni prestarle guita. Al parecer su esposa lo engaña con una mujer que conoció en la peluquería. Sólo por curiosidad pregunté por qué podría andar mal una carpintería. Por todos lados hay andamios, yo qué sé, no podría afirmar graciosamente que nadie está haciendo su casa. Peor aún, me consta que la construcción no ha dejado de moverse en los tiempos en que el saqueo a los mercaditos de barrio era moneda corriente. El que tiene plata, siempre la tiene, y si le dan ganas de hacerse una pileta de natación en el patio de su casa, simplemente la hace. Y si a alguien le da por decirle que hace mucho frío durante el invierno e incluso verano por medio, o su esposa refunfuña, le da por sacar chapa delante del vecino en dinero aventajado o por puro capricho, el tipo la climatiza y a otra cosa. Siempre ha sido así; no hay razones para que deje de ser así. Un amigo muy juicioso que me saca de los apremios existenciales cuando me da por pensar demasiado me dice la justa. El carpintero que tiene su taller al fondo de la calle Cabot es de derecha. ¿Y qué tal los muebles que hace?, vuelvo a preguntar para despuntar el oficio. No sé, dice él, hace mucho que nadie le compra nada. A Almerares, dice refiriéndose a otro carpintero, éste radicado sobre la calle Libertad, le va mejor. A mí me hizo un roperito que viene cediendo y pronto voy a tener que cambiarlo aunque me cueste un ojo de la cara pero siempre tiene el boliche lleno. Parece que cuenta buenos chistes.

Lo que cortó la tijera

Maldita la hora en que dejé que pusiera un pie en mi casa, zorra vieja, no, si yo no aprendo más, quién me manda a buscarme una mina con saldo de familia, que después hay que andar haciendo la cuenta de los gastos por vos, por ella y por el pendejo, bueno, el pendejo no era tan malo, pobrecito, pero siete años y hablando tan mal y la madre que piensa que esas cosas se corrigen con un psicólogo, sí, claro, lo importante, qué digo importante: lo único, es encontrar un culpable a la brevedad. Si el pibe anda de acá para allá como bola sin manija, si el padre es un atorrante que lo único que hizo por su hijo es conseguirle el padrinazgo de matungo que jubaba en la primera de Ferro y ahí se plantó, pero cada vez que lo ve lo tapa en regalos aunque no le preocupe mucho si el pibe sigue en primer grado, con borreguitos mucho más avivados que él, que tienen una cabeza menos de estatura, lo lógico es que no sepa cómo reaccionar si uno lo aborda con la más malsana de las intenciones, como quien dice regalarle una camiseta, así por lo menos, a falta de mejor identidad, sabe de qué cuadro es hincha. Qué matete, pobre angelito de dios, la madre que le llena la cabeza diciéndole: no, vos tenés que ser hincha de Argentinos, ¿qué somos todos?, argentinos, para qué cantamos el himno en la escuela sino para decir que somos argentinos y vos como un infeliz le regalás una camiseta de Racing, que la sacás a la pasada y a cuenta de futuros honorarios del negocio de tu hermano, el próspero empresario que se gana la vida detrás del mostrador de una casa de venta de baratijas deportivas, que nunca hizo la o con el culo de un vaso pero que le da de comer, y muy bien, a tu cuñada y a tus sobrinas. No, no y no, no aprendés más. Ya vas a remontar esta cuesta, ya te va a importar nada haber hecho el sacrificio de achicar el tamaño de tu guardarropas para que entren en tu casa las cosas de ella. Ya vas a comprobar que no fue tarea inútil haber aprendido de pe a pa el código de los que viven de mudanza y mudanza. Ya te va a importar cada vez menos la camiseta de Racing cortada en dos por la maldita tijera que esta perra no termino de llevarse. Ya vas a poner al día las cuentas con tu hermano. Ya vas a aprender a comportarte como un hombre.

17.10.05

Fuegos de Magdalena

Este fin de semana fallecieron víctimas de asfixia (quizá alguno incinerado pero no he querido ver el detalle de la noticia) 32 reclusos de la unidad penitenciaria federal de Magdalena.
Todavía no se conocen los motivos por los que estaban amotinados: poco hay de lógico en el hecho de que se rebelen precisamente los presos que están precisamente más próximos a recobrar la libertad. En efecto, el incendiado es el pabellón de "Autodisciplina" y corresponde a los tipos más sanos del penal,si es que pueda hablarse de tal categoría. Al menos se sabe que no pretenden meterse en problemas, ya han purgado la mayor parte de su condena y trabajan o estudian. Eso es lo extraño de que hayan estado envueltos en una reyerta carcelaria.
Sin embargo, por alguna misteriosa razón, en ese pabellón había 9 reclusos catalogados como "cachivaches", que es como se conoce en la jerga a los presos que ya no tienen remedio. Lo más sencillo es imaginar que fueron ellos los detonantes del alboroto en pos, siempre en plan de especulación, de hacerse de alguna provisión que tenían los buenos (que suelen no haber perdido del todo el favor de sus familias y amigos) o simplemente por romperles el culo o por el puro gusto de pelear. Estaban armados con elementos punzantes y bajo la ropa llevaban chalecos de protección armados con cartón de cajas tetra brick.
Se supone que todo fue una treta del director del pena para morigerar la sobrepoblación, lo que no es una cualidad que se ciña sobre este único establecimiento sino sobre todos los que se extienden a lo largo del país. Con un poco de revuelo, la prensa se acerca como moscas a la miel, en particular si los hechos suceden en vísperas de un acto electoral. O tal vez se tratase sólo de un modo de pelear por una más jugosa partida en el presupuesto federal. Treinta y dos muertos. Se le fue la mano.
No tengo en este momento ningún familiar que pase por el trance de estar privado de la libertad, pero con poco me basta para ponerme en los zapatos de esas madres que aguardaron todo el domingo que apareciese alguien que dé la lista oficial de muertos.
Hace unos pocos años, el pueblo fantasma en el que yo nací, quiero decir sus autoridades, la gente común, hacía marchas, firmaba petitorios, exigía en duros términos una respuesta, un remedio que ayudase a la economía local a salir de su estado comatoso. Entre las alternativas que se barajaban, como una ironía del destino, había una en particular que era rescatada por todos los actores del reclamo porque reunía a la vez dos recaudos cruciales: probada viabilidad técnica y fundada esperanza de un fuerte impacto económico. Querían mudar una unidad penitenciaria federal, la de Magdalena. Casualmente.

Etílicas

1- Jamás beber solo.
2- Jamás beber con desconocidos.
3- Jamás beber hasta la ebriedad.
4- Jamás beber cuando se tiene un problema grave, sentimental o de otra clase.
5- Jamás beber una bebida que no te sea familiar.
6- Jamás beber antes de las 13.30.


Esas son las reglas del buen bebedor según Alvaro Mutis un tipo que -según dicen- sabe beber mejor de lo que escribe, lo cual es siempre digno de loa.
Con toda modestia y a ras del piso me permito exteriorizar las cavilaciones que a renglón seguido anoto.
¿Cuándo si no después de haber compartido una copa con alguien puede decirse que éste ha dejado de ser un desconocido? ¿Cuándo se supone que uno no tenga un problema de cualquier índole? ¿Cuándo hemos de probar el vino que valga la pena esta vida, si es que siempre estaremos tomando el agua sucia que nos resulta familiar? Salvo a la una y media de la tarde, ¿no puede decirse en cualquier momento que siempre es antes de la una y media de la tarde?
Digamos entonces que después de la una y media de la tarde cualquier trago es bueno y en compañía de cualquiera que no haga demasiado barullo. Pero nunca llegará esa hora ni nosotros a Estambul, don Alvaro. Nunca.

Capilares

Y vengo a darme cuenta en este preciso momento de haber mencionado otra vez la palabra molestia y, si no mienten mis registros, lo hago por septuagésima octava vez en lo que va del año, lo que viene a ratificar el alcance de mi deformación profesional por un lado, y mi perseverancia para hablar siempre de lo mismo por otro lado que, de todos modos, viene a ser el mismo lado. La deformación habla de mi perseverancia. Y también mi formación, por lánguida que parezca. Decía la palabra molestia y vamos, que esta vez es para traer la noticia de una molestia menos: me he cortado el pelo. Y me lo hice cortar lo más corto que se puede guardando el mínimo de decoro que es prudente entre los de mi casta. Todo fue culpa de las estampidas que generó la visita que realicé este fin de semana a casa de mis padres (ya no digo más “mi casa”, aunque sepa que siempre lo será y que ese es mi reaseguro para persistir en esto de hacer las cosas como las hago). Eh, Mayer, que estás viejo, me dice el más viejo de los Mayer. O será que el viejo soy yo. También, dije yo entre dientes. Y nos dimos un abrazo. Tal vez por quedar en gracia con él, o con mi madre, que celebraba su día aunque yo me apareciese meses después con las manos vacías, fui al peluquero. Siempre es el mismo, desde hace muchos años; aunque él se apure a decir que me corta desde que nací, seré yo quien lo desmienta. Cambian los años, los pueblos, la necesidad que tiene uno de trabajar en algo que no le gusta ni medio. Cuando yo era chico, como no era hijo de fulano de tal, él jamás me hubiese cortado el pelo. Ahora lo hace gratis. No es que se haya dado vuelta la taba de un modo tan ostensible. Tampoco se lo he pedido yo, ni creo que lo haya hecho nadie en mi nombre, pero la verdad del asunto es que para algunas pocas cosas en mi pueblo soy un ejemplo a seguir, o un buen muchacho que está temporariamente lejos de sus padres y cada vez más ocupado por eso nos retacea la visita y cada vez que anda por aquí hay que tratarlo bien. Es una pena que no vaya más seguido. Si lo hiciera tal vez serviría de algo el masaje que le da a mi cuero cabelludo con miras a evitar la calvicie. Yo me río de esas cosas. Sé que no podré contra el componente genético así que no gasto una moneda en nada que me prometa morirme con todo el pelo. Pero tal vez debería invertir en algo para las arrugas que se me han hecho debajo de los ojos, que es algo que me molesta profundamente ahora que me veo más seguido al espejo no por narciso sino por la necesidad de peinarme a diario que ha renacido.
Escribe Massei una interesante nota sobre la molestia que concierne a veces a la tarea de titular un texto.
A mí no pocas veces me sucede el caso inverso. Voy por la calle y escucho algo, o me tropiezo con una frase suelta en la oficina o por simple asociación entre dos cosas que puedo estar leyendo y ¡albricias!, tengo un título para malgastar. De este modo, quede claro, es como no debe procederse. Al menos mis profesoras solían reprenderme a menudo por situaciones así: muy ingenioso el título pero el texto tiene poco que ver con él. ¿Y cuál es el problema? El problema es que el autor tiene todo lo largo que pueda ser un texto para joderle la vida al lector. Entonces qué es un título sino un gesto de sana cortesía, una mano tendida, una invitación tentadora para las almas de buena voluntad, un anzuelo para llevarlo de las narices a que lea lo que al autor le den ganas de decir.
Con mi intervención del día de la fecha en Kaputt ha ocurrido algo de lo que a mí me gusta que ocurra.
Hará un año, más o menos, le oí al capitán de mi barco decir que debíamos salvar a cierto centro de costos que hacía agua por todos lados. En su momento, me pareció un gran título, aunque no se me ocurriese ninguna idea al respecto. Tiempo después, tuve que pedir ayuda para volver a tener a mano ese nombre. La historia, esta vez, ya estaba escrita. Y si el título recuperado no tiene nada que ver con el texto, a llorar a la iglesia.

14.10.05

Pestañita

Qué fría fue esa noche. Mayo, junio, sin dudas. Así y todo fui todo lo caballero que pude ser. De apuro me puse el saco y salí casi corriendo. Necesitaban discutir sus asuntos. Era probable que ella gritase o algo así. Maldita la hora en que le abrí la puerta. Traía los ojos hinchados. Habría llorado presagiando lo que le esperaba un par de puertas más allá. También creí que existiese una pequeñita chance de volver al estado anterior, a ella no le hubiese tocado ceder nada. Le gustaba el rol de amante. Era cosa de todos los días, de lunes a viernes, casi a la misma hora, en una esquina que iban mudando para no levantar sospechas. Qué iba a imaginarse este infeliz que un día la otra loca se iba a cabrear de ese modo. Quiero decir: no habrá tantos casos en que la ofendida corte en dos todas las pertenencias en común. El resentimiento no permite obrar con tanta minucia. Sin embargo, ella sí pudo. Este estaba destrozado. Se dejó crecer la barba y anduvo tres días con la misma camisa. La dejó sola en la casa compartida hasta que se reacomodaran los tantos. O se desacomodaran del todo. Lo que fuese primero. --¿Dónde está?, --me preguntó un día la loca. Me tomó de sorpresa. Creo que me estaba bañando y no pude evitar atender a tan enfurecidos timbrazos. --Yo qué se, Pato, somos socios, no amigos. --Sí, dale. Qué maricón sos, vos sabés. Nunca le hubiese dicho que estaba escondido en la playa, cagándose de frío en un chalé enorme frente al rudo mar del invierno. Se enojó conmigo, sin duda. Para colmo de males se me cayó el toallón y tuve que andar a los manotazos. Creo que gracias a ese exabrupto no se enojó definitivamente, pero esa calentura le duró dos años y pico. Vuelan los rumores aunque uno sea una tumba. No pasó una semana que vino al estudio Pestañita. Hecha moco también. Qué lo parió, un rompecorazones mi socio. Mejor era rajar de ahí a cualquier parte. Después supe la historia. Lo habían visto con la flaca, nuestra mejor cliente, en realidad la hija de nuestro mejor cliente. Nos debía una punta de honorarios y empezó a venir la piba. Alta, muy delgada, cara de india. Al carajo, pensé. Acá no veo un peso nunca más. Les ponía un disco de Barry White y cada cual se encerraba en su oficina. --Che, cerrá nomás, yo me voy --decía él. --Chau, me decía ella. Pobre Pestañita. Le gustaba tanto ser la amante que un día quiso dejar de serlo.
"Evita mi pueblo", creo yo, sería una advertencia apropiada para poner en la entrada de un sitio en el que el chofer de un colectivo escolar puede andar armado con una escopeta, por las dudas, tantas cosas que pasan. Pero no, la prudencia de las autoridades estatales reservó ese nombre para el hospital al que trasladaron al herido que toda escopeta en manos de un chofer de colectivo escolar anda buscando.

Lo dice el gran diario argento.

13.10.05

El karma de vivir al sur/2

Nunca sé por qué ocurren ciertas cosas, pero tal vez lo vi escrito en algún lado y por un momento la vista fija en la palabra patagonia se encargó de gatillar sobre mi cabeza.
Patagonia = pat + agonía
Pat + agonía. La agonía del padre. Su batalla que quiere ser perpetua. Su batalla perdida de antemano.
Los hijos eligen a sus padres, dices. Asiento.
Patagonia es allí donde la patria agoniza.
Las cosas no suceden porque sí, vuelves a decir. De nuevo asiento.

El karma de vivir al sur/1

Debo confesar que tengo debilidad por el blog Naughty Bits desde hace mucho tiempo, sólo que siempre me quedé en el molde, sospechando que actuaba movido menos por el desparpajo con que es escrito que por las tetas de la dueña.
Hoy, a la pasada, encontré un punto de contacto que me resultó estremecedor. Dice: Clase de sociedades offshore. Por las dudas, Nissen nos recuerda: no estudiamos Derecho para insolventar a la gente. Hace unas pocas semanas, en la clase en que tocamos un asunto lindero, nuestro profesor (del que preservo su anonimato porque es mucho menos ilustre que Nissen) nos decía con letra chica y gesto picarón: bueno, llegado el caso de insolventarnos....
No pertenecer también tiene sus privilegios.

Los intravagantes

Me habló tanto de ella que no hizo falta que me la presentase. Simplemente era. En el aula más poblada que pudiera imaginarme hubiese bastado que me ponga a rastrear entre todas las caras una que tuviese a la vez ojos de poilla, nariz como aceituna y carnosos los labios. Depurada la lista la cosa se reducía a elegir a la que vistiera su elegancia de columna erguida y falda. Encontrar aquellos ojos fue también entender que él a menudo mencionaba mi nombre y durante aquellos años de forzada convivencia lo más probable es que yo haya quedado como un idiota. Lo mismo dice M. -pese a todo nos llamábamos por el apellido-, no sabés, en vez de ponerse a estudiar, que es lo que siempre le pido, se la pasa transcribiendo un librito que le prestaron, ¡párrafos enteros le soporto!, qué tipo, sólo a él se le ocurre que eso pueda interesarme. La gringuita es lo más, decía de este lado del espejo, y yo pensaba, aunque me cuidaba de mencionarlo en su presencia, que para los cabezas casi todas resultan gringas, después de todo ella sería, con mucho entusiasmo, descendiente de húngaros, o algo así. Manías que a uno se le pegan. Papá siempre me decía de qué origen eran los apellidos más disparatados. Yo me hacía ilusiones con eso, tal vez me imaginaba que pronto aprendería muchos idiomas y con eso me crecerían ramas para irme lejos. Hoy se le escapó, me dijo que me quería, y había que verlo, se ruborizaba al contarlo. Claro que yo ni me preocupaba en creerle. Me la pintaba demasiado hermosa como para darle bola a un tipo así. Esas cosas tiene la amistad. Derriba los muros de contención y a poco de andar se está a media cuadra de la repugnancia. Y cantamos canciones, le gusta mucho Calamaro, decía y manoteaba la guitarra. Cuánto quería a ese pedazo de madera ¡y el ruido que metía! El tipo perfecto que le toca a los cristianos de mala suerte en los viajes de larga distancia, el que duerme abrazado a la guitarra. Nunca me tocó algo así pero he visto a gente en ese trance y menuda la rabieta que el infeliz en desgracia apretaba entre labios y dientes. No se daba cuenta que ya pisábamos los treinta, parecía un chico. Cuando sea grande voy a estudiar música. No sabés cuánto te lo va a agradecer tu guitarra, lo provocaba yo. Ya vas a ver, me voy a cagar de risa de vos, M., de vos y de unos cuantos más, ni en esta vas a tener la exclusiva, y abandonaba la viola para volver a abrazar en palabras a la gringuita. Al rato se hizo la arrepentida, pero no le creí, yo conozco esos ojitos. Babeaba. Lo triste fue que después de verla no me atreví a comentarle: yo te sé de vos, soy amigo de C. Capaz que a la loca le daba vergüenza su amiguito baboso, pero bien que lo cebaba. No sé, se me hace que lo que me sujetaba era el hecho de saberme dibujado por una mano a la que le faltaban dedos. Y la vi muchas veces más, incluso ya alejado para siempre de C., y tampoco le dije nada. Me limité a verla, siempre sola, siempre cortejada por algún otro ser babeante al que no terminaba de quitarse de encima. Y en secreto me sentí mal. Pensaba que debería permitirme ser un poquito más extravagante, ser más hacia afuera, pero hay tipos que venimos enrevesados. Nos crecen brazos y piernas y ojos hacia adentro y del lado de afuera nos quedan los chinchulines. Los intravagantes, les llamo yo. Los que no pueden calentarse con una mina sin que se les note la alta concentración de lactosa en la producción del fluido seminal, o fumar sin que a otro se le retuerzan las tripas de ver cómo avanza la mancha sobre el pulmón. Dicho así no hay motivo para asombrarse. Ni ella es tonta ni yo valiente. Entonces mirarla pasar es suficiente para que yo vea desfilar el fierro de un asador del que cuelgan sus dos costillares. Allá cae la grasita y acá mi baba. Y empiezo a entender a C..

Solicitada

Acusado de ser Jorge Bucay
Con dieciséis años de presencia en la literatura argentina, con la producción de una obra cuya solidez no está en discusión, con una decidida intervención en los debates cruciales de la cultura y una activa presencia intelectual en tiempos difíciles de la historia argentina, Jorge Bucay es objeto de una campaña de difamación que empezó el 10 de octubre de 2005, cuando la escritora española Mónica Cavallé lo obligó a reconocer públicamente que párrafos enteros de su libro Shimriti fueron copiados sin apenas modificaciones de La Sabiduría Recobrada. Porque estamos seguros que Bucay es inocente y que el culpable es su ghostwriter, porque el silencio favorece esta campaña que no merece, decimos que la infundada acusación contra la probidad de Jorge Bucay responde a una sola causa: se lo acusa de ser quien es en nuestra literatura, en la cultura nacional y en el plano internacional y académico.
Como ciudadanos, como colegas y como amigos, expresamos nuestra solidaridad con Jorge Bucay.

Firman:
Guillermo Piro; Inés Pereira; Jorge Mayer; Daniela Gutiérrez; Gustavo Nielsen; Osho, Sai, Paúlo, Claudio, Víctor y Monseñor Arancibia (Taller Místico Milanesa); Señor Lantos; Paulo Currelho; Edgardo Balduccio; Mori Ponsowy

Para adherir.

PS: De un momento a otro firmaría Marco Saguinis (que también estaría negociando con la doctora Cavallé).
Perá: por los porotos de los popes de Puan.

12.10.05

Crimen perfecto

Definitivamente me dan un poco de asco los colectivos, sobre todo porque ninguno me lleva al lugar que yo quiero. Partamos de una base. Antes que nada soy una célula perdida en este enjambre de células que no se hablan entre ellas, que caminan por las veredas rotas cada quien en su burbuja y gambeteando a los que vienen de frente. Pero tengo a mano una guía, que no es poca cosa, y me divide el mundo en cudrantes. Ahora por ejemplo estoy en la página 26 en el cuadrante h8. Si quiero ir a la página 9, posición f3 lo que más me acerca es un colectivo. Sólo es cuestión de caminar y caminar hasta dar con el poste que es lo único que frena a estas bestias. Y la maquinita. Hasta que aprendés a usarla con alguna soltura ya han insultado a tu madre en cuatro colores, encuadernación rústica, papel berreta. Subo. Hay un lugar vacío. Llego, revoleo mis asentaderas y pelo el libro que a todas partes me acompaña. Simulo leer, pero relojeo las gambas de mi acompañante. Voy a preguntarle algo, cualquier cosa. ¿Dónde hay un hospital cerca? Eso no estaría mal. Distraigo la mirada que riega la calle Sacalibrini Ortiz y caigo redondo. Tener el pelo lacio y morir por unos rulos que caigan sobre la frente son dos términos de una tautología que merece apadrinar nuestro destino humano. Es decir, yo quería preguntar algo, pero qué, cualquier cosa. Demasiado amable es si me deja entrar a su burbuja aunque sea con esta excusa burda. Una encuesta, algo rápido. No, no hay premio, pero algo podemos negociar. Primero respondeme. Cantidad de rulos. Okey. Color. ¿Natural? ¿Cada cuánto vas a la peluquería? Al coiffeur, dirás. No se me da bien el francés, bajo la guardia. Pensé que por tu libro... ¿qué lees? Le muestro. El crimen perfecto, Jean Baudrillard. ¿Te gusta o es para alguna materia de la facultad? No, no, nada me gusta más que los relatos de terror, miento arteramente. Sí, ya lo leí, dice ella hecha la pura risa, en francés, y guemagca la egue. Válgame dios, finjo estar avergonzado. Acá me bajo, chau. En fin, en algún lado tuve que bajarme. Inútil fue esperar que el mismo colectivo volviese a pasar en sentido inverso. Cualquiera se hubiese dado cuenta de que eso es imposible en una ciudad en la que está prohibida la doble mano. El crimen perfecto, dicen, no deja rastros. Permítaseme la duda: yo tengo un libro, una guía en clave de batalla naval y una confusión capaz que se da comer solita.

11.10.05

Puerta abierta

Vino mamá. Siempre que viene yo estoy trabajando, o reunido por ahí, en cualquier parte, o salí a pasear. Nunca me encuentra.
Siempre que viene deja alguna huella. Llena la heladera con comida que tardo una semana en comer, me trae revistas que no me interesan (hoy fue Veintitrés, de nuevo Andahazi, parece que escribió otro Código Da Vinci; uno puede prescindir de la lectura de la nota, pero no pasa eso con las fotos que la ilustran. Como sea, me revolvió el estómago).
Hoy me rompió la cerradura de la puerta. No sé cómo pudo hacerlo. No tiene mucha más fuerza que yo, que doy pena. Así que la puerta lucía cerrada pero con el agujero donde va el tambor a la intemperie, invitando a tanto chorro menor que anda a la pesca a que pase y se haga un banquete.
Superado el espanto inicial, comidas cinco milanesas, llamé al cerrajero. Le dije que venga después de las siete. Por nada del mundo postergaría la bendita siesta que mi cuerpo de oficinista se merece.
Claro que dormí a pata suelta. No me importó la puerta abierta. Que pase el ladrón, si tiene ganas, pero que no haga mucho barullo que el señor descansa.
Soñé que iba en la parte de atrás de una combi. Sentía en mis espaldas todas las rugosidades del camino. La sensatez, que es algo que no abunda en sueños, dictaba que debía prepararme para morir, así que adopté dos recaudos pueriles: cerré los ojos y crucé los dedos.
Por un momento pensé en cosas banales, en la literatura, por decir algo. Pensé en esos prejuicios por los que dejé de leer a tal o cual autor, como si a la hora de escribir a alguien pudiera importarle verdaderamente su condición moral. Me odié. Tal vez en esos casos la muerte fuese una bendición que operase en la mente del prejuicioso una suerte de corrimiento del velo. Separado para siempre el autor de su obra, ella cobraría al fin su estatura definitiva. Sería anónima, intemporal, carne de rapiña para el olvido.
Pero mejor que morirse es tratar de minar los prejuicios, esa maldita pus que le da al cristiano venirse viejo. Si un artículo sin firma es digno de encomio y el mismo texto firmado por Fulanito de Tal es objeto de vilipendio por el mismo sujeto que antes felicitaba, algo está fallando en ese sujeto.
Si no llego a morirme, pensaba yo con los ojos cerrados y los dedos entrelazados, lo tomaré como una oportunidad para quitar la pus de ese sujeto, o sea de mí. Dolerá, al cabo tantas cosas duelen y tan pocas en verdad sirven. Pero siendo un lector impune, seré un hombre inmune, deliraba.
Sonó el timbre. Qué educado el cerrajero, che, la puerta estaba abierta.

Primavera

Tarde, demasiado tarde para la cena. Los cubiertos cruzados clausuraban todos los platos. Del otro lado de la mesa billetes salidos de diferentes manos se apilaban. Alguien vigilaba la suma, otro se ponía su abrigo. Un par de botellas de cerveza a la mitad, un par de vasos y a apurar el trago que nos vamos. Te molesto, ¿puedo llevarme la mesa?, me dice alguien. Sí, cómo no, digo yo, que de golpe veo que todos ven mis piernas desnudas. Cerca de nosotros y en plan de fiesta otros vienen llegando y su algarabía nos queda un poco grande, nos incomoda. Hay mayoría de mujeres y parecen celebrar la llegada de la primavera o algo así. Los calores son propicios para esta clase de celebraciones sin ton ni son. Sólo que casi todas vienen en sillas de ruedas y el caos se apodera de este rincón del recinto. En eso aperece una de ellas, la distinta a todas las otras, y además de ser es hermosa. Bajo el abrigo se adivinan bonitas formas que derrapan en rubia melena cenicienta. Con nosotros, la primavera, que pide que le abra paso. Mi príncipe hace una reverencia; mi poeta, cobarde, calla.

10.10.05

Literatura del atraso es un artículo de Mario Roberto Morales que todos deberíamos leer.

Vía Libro de notas.
Ya saben que no integra mi patrimonio el mueble biblioteca.
También saben, o al menos se imaginan, que en algún lado tengo que meter los veinte libros que me traje del último viaje.
Cuando el espacio es chico, para meter algo hay que sacrificar el alojamiento de alguna cosa.
El hecho es que cuando fui a recoger un par de medias limpias de la caja en que azarosamente han caido después de ser desalojadas de su respectivo cajón, di con un manuscrito ilegible. En él estaban algunas de las notas que adapté para mi intervención semanal en Kaputt y que, en cierta forma, responden a una inquietud que me dejó Damaris: ¿En Trelew ríen o lloran los 22 de agosto?.
Qué triste papel hace quien dejando a un costado su nombre cree preservarse a sí mismo.
Ya hice mención a ¡Basta de carátulas! como blog de culto. Sólo para llamar la atención de los que puedan estar todavía desprevenidos, va esta segunda mención a propósito de uno de mis libros favoritos, Historia del ojo de Georges Bataille.

Muy divertido este artículo que evalúa gramaticalmente al hijo de Julián Marías, milagro de las letras españolas.

8.10.05

Un lector

Todavía tengo muy presente la primera vez que alguien se acercó a decirme yo te leo. No fue hace tanto, pero acaba de ocurrirme algo igualmente extraño y no han pasado más que unas pocas horas.
Era muy tarde en la noche. Sin embargo, yo recién me levantaba. No tenía en mente salir a ninguna parte sino poner en regla algunas cuestiones de índole práctica que me afligían. Pagar el alquiler, por no decir mucho. Así que me vestí de apuro y sin lavarme la cara puse proa al cajero automático más próximo a mi domicilio. Hice lo mío y como es de rigor maldije al cajero. Parece que han ajustado la tensión del cierre automático de la puerta y hay que tener la fuerza de un titán para abrirla o sostenerla abierta, si es que se pretende ser gentil con el que nos sigue en la fila. De todos modos, peor fue el día en que, con la puerta ya cerrada, constaté que carecía de todo picaporte del lado de adentro y estuve privado ilegítimamente de mi libertad hasta que alguien se dignó a socorrerme.
Encendí un cigarrillo y apuré el paso. Llegando al Callejón del Gato oigo que alguien me llama. No solía darle bola a nadie en la noche. En general todos piden cigarrillos y hay que ver con qué modales lo hacen. Pero he flexibilizado mi actitud desde que se hizo costumbre que me pare un agente del orden para pedirme documentos. Hay cana por todos lados pero pareciera que están sólo para ocuparse de mí. Alguna razón les doy: tengo el pelo largo, florecido, desparejo, hace rato he perdido el placer de afeitarme, mi ropa está por demás gastada, soy corto de vista, con lo cual, cada vez que pretendo avanzar con seguridad me tropiezo con algo. Entonces miro todo cuatro veces. En fin, corto acá la descripción porque hasta yo soy capaz de creer que el sujeto del que hablo es un merodeador.
El hombre que me llamaba era delgado y no tenía el tradicional gesto policíaco. Así que pensé que se trataría de uno de esos muchachos que han conseguido empleo en la creciente industria de la seguridad privada. A esa hora, cualquiera que esté parado más de treinta segundos en la misma esquina es un vigilante. Me detuve. Tuve interés en saber qué se le ofrecía. Tal vez fuese un pobre turista, de los tantos que vienen a Trelew por equivocación o por falta de alojamiento en Puerto Madryn. Me causan mucha gracia. Todos tienen cara de estar buscando algo y acá no hay nada. Dejemos de mentirle a la gente. En Trelew no hay nada para ver, nada para hacer.
-Eh, loco. Perdoná. ¿Vos tenés un... weblog?
-Sí -le digo-, soy yo.
La aclaración estuvo de más. Soy bastante parecido a lo que se ve en la foto e incluso un poco peor si encienden la luz.
-Ya te había visto en el cyber. De casualidad una noche entré al historial de la máquina y caí en tu sitio.
Después abundó en detalles. Me gustó que le gustase el texto aquel de la frazada. Tal vez lo escribí a las puteadas pero tiene su gracia. Y que le mande mi dirección a su hermana, que estudia Comunicación. Casi se lo digo: no tengo suerte con las comunicadoras.
-Acá a media cuadra tengo una parrilla. Ya sabés. Cuando tengas ganas de comerte un churrasquito...

7.10.05

La pastillita

Solíamos reñir con derroche, bebiendo todo cuanto había en las vasijas y tirándonos con ellas por la cabeza. Algún día, un brote, esas cosas que ni ella ni yo sabemos definir con precisión, esos mecanismos invisibles que hacen a la afinación de nuestras frecuencias, qué sé yo, algo, nos dictó que era tiempo de empezar a enredarnos en pactos. Fuimos, seguimos siendo, los más creativos en lo nuestro. Nadie es testigo de ello, nadie que valga la pena, nadie que pueda contarlo, y es mejor así. Abruma el mundo con sus recetarios. Al mejor de los elementos que forjan nuestro confort no lo redime ni el manual de instrucciones ni el formulario que se completa para hacer valer la garantía. De eso también va el amor. No hay service para los desperfectos. A la menor complicación hay que meter mano urgente y nos cuesta más que ninguna otra cosa trabajar sin anestesia. Si por una vez me permitiese ser osado, anotaría esta vez que es la anestesia la que lo echa todo a cagar. Lo que bosta sea el amor es mejor que duela como si el hueso con un cuchillo de mesa nos tocasen. Entonces qué más da el precioso juego de copas que nos regalaron cuando nos casamos hecho todo añicos contra la alfombra ensangrentada. De algún modo había que comenzar de nuevo y cómo hacerlo sino llevándonos por delante lo más banal de lo que edificamos. Con qué jeta permitirnos ser corteses, piadosos, recatados. Que sea todo lo sanguíneo que deba ser o sino que sea una transacción mercantil. Entonces sí, quemadas todas las naves, enfurecidos hasta el llanto, llorados hasta el estrago, estragados hasta la furia, sí, un pacto, lo más nimio posible, trazado sobre alguna ley adolescente, capital, olvidada. La pastillita, dijo ella, tomate la pastillita, y en un segundo nos retorcíamos de risa como dos mendigos con la panza llena, risa de todo los dientes, risa de estruendo, risa que saque el esternón a la luz del día. La pastillita, dije yo, y al azar recogí de alguna caja de zapatos, una tableta de genioles, la gasa, el algodón y antes de comenzar a limpiarnos los destrozos, el cuerpo lacerado a diestra y siniestra, ya estábamos de nuevo con la panza llena de carcajadas que paraban la sangría, que nos cicatrizaban. El vecino se queja de nuestros ruidos y a mí me da por volver a torturarla. Tomo la cajita de flexicamin y se la pongo dentro de la boca. Al oído le leo el prospecto y la convido a rezar el credo de los caníbales.

6.10.05

Línea B

Me gusta el subterráneo. Me gusta vivir tan cerca de subte. El tamaño de mi mundo es la potencia de mi medio de locomoción y para empezar no está nada mal. Me basta para extraviarme con notoria facilidad. Mejor así. Ya tuve bastante con andar siempre hasta donde me dieran los pies. Eso es lo nuevo. Bajar una escalerita, comprar un boleto, pasar el molinete y subirme a una locomotora. Antes también fue nuevo tenerle miedo pánico a caminar cerca del andén y a subir por la escalera mecánica. Presiento que me llevará mucho tiempo superarlo.
Lo mejor del subte es que de primera mano toda la gente parece normal, pero si uno ajusta el zoom se da cuenta de que bajo tierra todo sufre una ligera perturbación. Quizá el origen de todo sea el principio de la claustrofobia. El aire se enrarece apenas uno renuncia a ver un poco de cielo. Entonces no es extraño que la señorita de cartera rosa, que tiene toda la pinta de ser una estudiante de la facultad de psicología de la Universidad de Buenos Aires lleve en su muñeca derecha un reloj sin números ni agujas. Si no la tuviese tan cerca pensaría que se trata de un tatuaje. Pero no, no lo es. El movimiento brusco del tren y la superpoblación de los vagones que se da a las seis de la tarde me ha permitido rozarlo al descuido. Es un reloj. Sólo dejo de mirarlo para ocultar un plan que no tengo: robárselo. Colabora conmigo la violenta irrupción de un joven que ayer decía llamarse Javier y hoy se llama Angel. Lleva muletas y en apariencia tiene sólo una pierna entera. Con voz de vendedor vuelve a exponer su caso.
Me llamo Cristian. Hasta hace dos meses yo llevaba una vida ejemplar como cualquiera de ustedes, pero un auto me atropelló y durante media hora me estuve desangrando. Perdí tanta sangre que tuvieron que amputarme la pierna izquierda. Necesito una prótesis que no puedo pagar porque no tengo trabajo ni nadie quiere contratarme. Para comprarla necesito dos mil pesos. Por eso es que lo molesto. Tan sólo para pedirles una colaboración... y sigue el rosario atravesando de una punta a otra el vagón, seguido de un joven de corta estatura que lleva un recipiente en el que la gente deposita alguna moneda. Ahí recuerdo que ya me lo habían apuntado. Es sólo un truco. El tipo sabe recogerse muy bien la pierna izquierda. Antes vendía alguna tontería y ahora, a falta de mercadería, apela a la llana misericordia.
Otro tipo parece un yuppie. Me deslumbra el color de su saco. En una de las bruscas frenadas casi caigo sobre él. No tengo de dónde agarrarme. Desde lejos se nota que soy extranjero, que nunca viajé en subte o que padezco alguna enfermedad. Se compadece de mí, me ofrece el asiento. Sugiero que se siente la señorita del reloj que no da la hora. Ella rehusa la oferta. En fin, me siento yo, qué tanto. Desde el asiento todo se ve con mayor claridad. El yuppie es muy elegante pero lleva un par de medias que no es tal. Una media es azul y la otra no.
Detrás de él veo a un enano. Su cabeza es enorme y sus brazos extremadamente cortos. Sus ojos pretenden dormitar y sólo quedan a media asta. Lo miro hasta llegar a la estación siguiente. Por un momento me parece que todos los pasajeros, todos los vendedores son enanos y él es el único de estatura normal. El es el único capaz de entenderlo todo desde sus ojos que casi duermen. El, que lleva en su mano una guía de Buenos Aires, es el único capaz de decirme en qué estación debo bajarme y por qué corredor huir de la maldición de las escaleras mecánicas. El caminará del lado del andén para que yo no tema caer bajo las ruedas de acero y el ruido enloquecedor del tren que llega. Y ya se está yendo.

Soldado desconocido se reporta



Foto de la web de Garcés

¿Una imagen vale más que mil palabras? A veces sí, pero mucho me temo que esta vez sea necesario apelar a ellas, una vez más.

Si fuera buen lector no me temblaría el pulso para decir que fue Deleuze quien hablara de los escritores como los médicos del mundo, pero en efecto: no sólo soy mal lector sino que además mi memoria es abominable, pero podemos hacer de cuenta que fue él quien lo dijo, da igual.
Para ser médico es necesario tomar una serie de recaudos previos. Con la sola vocación no es suficiente. Más aun: uno puede ser médico incluso careciendo de toda vocación. Basta un diploma, es decir la ratificación que expide una institución de capacidad reconocida, que es capaz de dar fe de que el sujeto mencionado en el cartón es idóneo para meter mano en la salud de sanos y enfermos.
Pero una cosa es ser médico y otra poder curar. Aunque nunca he creido demasiado en ellos, debo reconocer la existencia de los curanderos. ¿Quiénes son? Nadies, apenas unos seres que se creen tocados por una varita que les otorgó el don. No tienen más ratificación que la que les da un grupo al que pertenecen, grupo que debe ser -casi necesariamente- reducido. Aunque tomen para sí el acto de curar como su lugar en el mundo, en realidad se dedican a otra cosa. Pueden ser carpinteros, empleados ferroviarios, reposteros, vendedores de diarios, amas de casa, eso es lo de menos, en particular porque son capaces de desatender cualquier demanda de su actividad oficial con tal de concurrir a un llamado. Y no se llevan un centavo. Cuando el beneficiario ha echado mano a su billetera ellos ya se fueron.
De acuerdo a la magnitud de los prodigios que la fe pública les atribuya, crece su pequeña fama y se agranda la lista de sanados. Pecan por la falta de nombre, está claro; se llaman doña Rosa, Carmela, don Esteban, el viejito Rodriguez, lo que no deja de ser interesante. Sobre todo porque ese pequeño nombre se lo han ganado con su entrega. Tal vez por eso en los pueblos resulte tan chocante el desembarco de un médico nuevo, joven, ambicioso. Soy el doctor Fulanito, encantado, y así. Primero que nada "doctor", después vemos, pero ya el título nobiliario los provee de una ganzúa que abre casi todas las puertas. Podrían mostrar sus méritos en el terreno, de hecho tantos lo hacen, pero causa fastidio que sean tantos los que tengan que cobijarse bajo el apelativo a la hora de pedir crédito en la verdulería.
Cada tanto un curandero se las ve con un médico. En general sólo oye reproches más o menos enérgicos que se enderezan a disuadirlo. Basta de invadir mi territorio, si no de qué me valen todos los años de estudio, noches y noches quemándome las pestañas. Acá hay horas culo, podrá decir el galeno señalando el diploma enmarcado que decora la pared. Sólo unas pocas veces, y de parte de médicos experimentados, puede esperarse que deriven un paciente. A los empachos, todo el mundo lo sabe, la medicina no les encontró la vuelta.
¿Es forzada la convivencia? Si lo es, yo no veo por qué, pero no soy de fiar: la vista no me ayuda. ¿Hay buenas razones para la colisión? Con un poco de ingenio siempre se encuentra un argumento que defienda lo que no resiste la menor defensa. El que no lo crea, que haga la prueba, aunque más no sea para ejercitar el pensamiento.

Por cosas parecidas a éstas, estoy enfurecido por el suicidio de Gonzalo Garcés. Ahora sabemos que se inmoló tras los pasos del último suicida ilustre de la literatura argentina: Ricardo Emilio Piglia Renzi.
El tema no es menor. El pobre Gonzalito escribió lo mejor que pudo una diatriba contra los blogs. Ser mal escritor se le perdona a cualquiera, incluso a él. Lo que es intolerable, por lo menos yo no lo puedo tolerar, es la actitud. Es un gurka, o menos que eso. Sus palabras sucedieron en las vísperas de la toma de estado público de una condena judicial, condena que recayó en el mentado Piglia Renzi, en la editorial Planeta y en el -ahora- agente literario de ambos, Guillermo Schavelzon, otrora jurado del premio de la discordia
¿Por qué lo hizo? Muy sencillo. El demandante, a la sazón vencedor en la disputa, Gustavo Nielsen, ha encontrado en el blog un espacio para publicar sus textos más allá de la industria, dejando en claro que lo importante es escribir, más allá del medio en el que se lo haga.
¿Por qué hablo de esto acá? En primer lugar porque ya lo hice antes. En segundo lugar porque ventilar la actitud cipaya de Garcés es un imperativo ineludible. Tercero porque creo en el ejército de soldados desconocidos que pelean todos los días desde un blog, aun sin saberlo. Y creo en ellos porque no tienen bandera, ni agremiación, ni diploma y escriben (bien, regular o mal, sobre asuntos importantes o triviales, mirando horizontes literarios, culos femeninos o el reloj de pared de una oficina pública), porque les pica la mano. Y nada más.

Otras fuentes: Milanesa con Papas (1), (2), Santos y Demonios, Doke Libertario, Literpais, Póstumos, Hargentina