Jade May Hoey

1974-2004

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30.12.04

Diciembre es un mes abominable

1. En el sur del mundo empieza a apretar el calor y aunque la gente quizá exagere en sus diagnósticos bien puede ser cierto que el sol de hoy es mucho más dañino para la vida que el de hace veinte años. El caso es que cuando llega el calor simplemente llega. Sin demasiado introito el verano se abate con toda su virulencia sobre la muchachada que no conoce qué es eso del aire acondicionado y ni siquiera fue capaz de separar unas chirolas para comprar un ventilador.
Cualquiera que viva en una ciudad que no sea vecina a una playa entiende de lo que hablo. El calor nos acorrala, nos altera los horarios, el régimen alimentario y de ingesta de bebidas alcohólicas, sólo que hay que seguir enfrentando gran parte de las actividades cotidianas y el cuerpo ya no responde con su acostumbrada eficacia a las órdenes de un cerebro un tanto afiebrado.
Por si fuera poco, el último mes del año representa para los individuos la condena de verse ante la imagen que les devolvía el espejo hace apenas un año y es triste notar las diferentes formas de pauperización, los objetivos incumplidos, la misma vestimenta que pide a gritos la jubilen. Entonces hay un instinto desesperado por recuperar el terreno perdido durante once meses. Quizá con algo de diligencia y convicción el resultado no sería para despreciar, pero no, la verdad es que el mes útil tiene apenas un par de semanas. Las festividades de fin de año, haya o no generosos asuetos, transforman a esa época en un jolgorio lleno de brindis por puro compromiso con la hipocresía que estilamos emplear en nuestros ámbitos laborales y, aunque no se note, el solo hecho de impostar la alegría genera un alto consumo de energía. Y si a eso le agregamos un par de feriados inoportunos (en Chubut el 8 celebramos la Inmaculada Concepción de la Virgen y el 13 es el día del petróleo, como puede observarse, se trata de tradiciones próximas a caer en desuso), el frenesí de querer terminar con todo, y terminarlo bien, que salga barato y sin heridos conduce a la locura de reducir las horas de sueño que naturalmente son menos porque las noches de verano, como es sabido, son seducentes en sumo grado. Y así el otro día es más difícil, más sofocante, más inútil que el anterior.
El que no se conforme con este modo de vida puede añadir algunos accesorios sin mayor gravamen, por caso ponerse triste por aquellos que nos han abandonado este año, salir en vertiginoso raid de compras de ornamentos navideños, regalos, implementos relativos a las vacaciones, o bien autoflagelarse planificando las cosas que habrán de frustrarnos el próximo año.


2. Alguna de estas cuestiones me han tenido alejado de la bitácora aunque no me han faltado ideas para escribir, por suerte la cantera goza de mi buena salud, bah, de una salud mejor que la mía. De manera que la aparición que hago hoy es al mero efecto de saciar las ansias de leer algo que tienen esos cinco que vienen todos los días y se están aburriendo de la misma aventura cordillerana.


3. Por si fuera poco, en diciembre me toca cumplir años. Treinta fueron esta vez, aunque en realidad no es que me caigan treinta de golpe sino que ya tenía veintinueve y se supone que es dable festejar el haber acumulado uno más. Sin embargo no festejé. Por las razones antes comentadas prefiero estar lejos de la gente así que el día 27 trabajé como cualquier día (parece mentira, siete años ahí y nadie me saludó por esta fecha) y a la vuelta aprovisioné la heladera de cerveza pensando el que cae, cae. Y en efecto, vino un amigo, me trajo un regalo, disfrutamos de la compañía cervezal y apenas que se había ido me di cuenta que, entre mis amigos, es el de menos memoria, y sin embargo…


4. Si no fuera porque debiera apelar a un vocabulario que no es de mi agrado, me gustaría mucho contarles en detalle cómo es que se vive el día de cierre del ejercicio presupuestario en una oficina pública. Baste decir que el presupuesto es una ley, que supone una autorización para gastar, que caduca el último día del año. Así que las últimas semanas se trata de reventar todo lo que pudiere quedar como saldo. Con más rigor técnico, diré que se trata de reventar todo. Y para más que, mal que mal, todas las reparticiones estatales están involucradas en alguna pelea con otra por ligar unas monedas más en la repartija. Entonces, a falta de mayores datos sobre el desempeño del contendiente, cada punto porcentual de ejecución puede ser vital. Sí, hay que reventar. Y si por esas cosas de la vida no podemos meter un par de importaciones, cotizadas en euros, se hacen las tres de la tarde, estamos comiendo pizza con algo de desgano, con una amargura incalificable. Metimos más de dos mil órdenes de pago; faltaron dos. ¿Adivinen de qué vamos a hablar el lunes? Naturalmente buscaremos responsables, iniciaremos un juicio sumario, exoneraremos algún inocente y entregaremos medalla y diploma a todos los culpables.


5. A papa noel le pedí el libro de Cavazzoni pero todavía no he tenido novedades.


6. En el colectivo leo Alicia en el país de las maravillas y la gente me mira de costado. Una hora de viaje cada día amerita llevarse un libro aunque desgraciadamente llevarlo no suma puntos a la hora de forzar charlas con alguna señorita. De todos modos, no creo que pueda terminar con la lectura este año. Como este blog, como la felicidad, como todas las cosas, quedará para el año que viene.


7. Les mando un abrazo a todos y mis mejores deseos para el 2005.

22.12.04

fragmento de un diario al pie de los Andes/7

Don Lara sobrevive con menos de lo elemental en plena montaña. Yo no sé bien con qué herramienta, o mejor dicho a pesar de la profusa ausencia de qué otras herramientas fuera de su astucia, ha sido capaz de componerse seis o siete guitarras que tiene tiradas en su taller dormitorio comedor.
Si se las mira con detenimiento se trata de los mismos árboles que entorpecen el camino pero hay en ellos un velo que posterga el arte para dejar al alcance de unos pocos dotados. (Durante el correr de la charla mencionaré la posibilidad de un tercer ojo, lo que no fue tomado por nadie en serio). Las he mirado en detalle, buscando la costura y sólo unas pocas veces tropecé con la evidencia de un preciso encolado, lo que dicho de otro modo quiere decir que don Lara no junta retazos y los compone, al menos no cuando hace guitarras, sino que puede percibir en un trozo de madera el instrumento y además tiene la aptitud de quitarle los sobrantes.
Sobre un caballete pude ver una madera no demasiado ancha, digamos de unos veinte centímetros y dejé caer mi asombro sin reparos cuando noté un puñado de incisiones hechas con mucha paciencia y trabajo de serrucho. El que quiera creer que crea, y el que no, bueno, no me interesa: Lara corta la madera en fetas con un serrucho bien afilado pero no muy distinto del que suele haber en las casas de las no tan ciudades.
Y aunque no soy muy ducho en lo que a música se refiere, me permití tirar al aire un par de notas que no sonaron del todo mal, pero a quién puede ocurrírsele la idea de comprar una de estas guitarritas hechas con tanta abnegación para después reclamarle la fidelidad que piden los concertistas. Son bonito adorno aunque de la historia que se oculte detrás de las clavijas poco o nada se sepa.
Al fin y al cabo, don Lara no ha vendido nunca una guitarra. Quizá haya trocado alguna en la época en que estaba de moda el trueque y con eso se haya armado de azúcar para los licores, que son un poco más rentables.

19.12.04

fragmento de un diario al pie de los Andes/6

Entonces mejor Agustina. Diga uno que para estas fechas ir de compras al súper es toda una odisea y que esta manga de turcos convierten lo que debiera ser una experiencia no gozosa pero sí tranquila en una carrera de obstáculos. Por eso salir a la vereda es regresar a la vida con tan sólo superar la resistencia de las enormes puertas de vidrio que alardean de navidad y deseos de prosperidad.
Volver cada año y encontrarla por casualidad es una costumbre. Y también es un alivio saber que la criatura que tiene en brazos es su sobrino y que aun no le ha llegado el tiempo de volverse al carril que sus padres quisieran. Pero qué sé yo, amar la desmesura y sufrir la virulencia de este día de sol son dos cosas que se llevan un poco a las patadas, en particular cuando ahí está ella vestida de jardinero, saludándome con esa mirada oscura y las lunas que no circunvalan a ninguno de los planetas de esta galaxia.
¿Estás bien? Sí, mi amor, mucho mejor de lo que vine, y es un espanto que ahora que ya estoy adaptado y le ando mezquinando favores a la ducha ya sea hora de volver a las andadas. ¿Vos nunca vas a andar por allá? Sé que nunca. Allá es un espanto, aquí probablemente no sea muy distinto pero la familia tira y un poco la tierra y la rutina de encarar por el camino de Belén para esta fecha, como hacemos todos. Dentro de un rato habrá una larga fila frente a la parada de colectivos. No estará esperando ningún Expreso del Norte pero sí un Mar y Valle, que echado a andar parará en cinco estaciones antes de Esquel y quizá no levante a nadie. Después será la noche y por fin sacarse los zapatos y dormir. Para lo que queda de luz del día, y sabiendo que será mejor que aproveche la oscuridad para dormir, no escogí ninguna lectura. Eso será después de revolver todo para encontrar el pantalón manchado de sangre, las remeras y los calzoncillos que estoy a punto de dar por perdidos.

18.12.04

fragmento de un diario al pie de los Andes/5

Lo de las mujeres es un asunto complicado.
Esta visita es bastante fugaz para mí gusto pero ya he tenido ocasión para estar meses para comprobar que no existe en estas latitudes una sola mujer bonita. Para más, es bastante cierto eso de que con el paso del tiempo se va aligerando el parámetro y uno ve con un poco más de cariño a la morochita fea que me vende los fasos en el Automóvil Club, y con un poco de buena voluntad también es comestible Vanesita. Y por otro lado sé que lo que no tengo por don natural lo he adquirido en mi condición de extraño. Nadie sabe demasiado de mí. Puedo ser tanto un escritor de las grandes ligas como un narcotraficante internacional, un porteño que ejerce el turismo gasolero como un próspero mercader que paladea la sensación de vestirse con ropas andrajosas, mezquinarle el gusto al baño y a la afeitada día por medio. También hablo floridamente y parece que hubiera pisado alguna vez la universidad y no obstante eso conservo en mí la primacía del saber errático del autodidacta, tengo un amigo que hace cerveza y si ando a pie es porque me complace la marcha serena a la que me obligan las lajas desparejas en la vereda.
Pero no hay caso. Las únicas mujeres lindas que hay son turistas. Por ejemplo hoy me crucé con una de esas alemanas que parecen un camión con acoplado con el pelo de un rubio cegador y la cara llena de sol parloteando en la lengua de Goethe con más soltura que mi viejo. Si hasta me dijo hola pero yo me quedé de una pieza, de seguro que un hilo de satisfacción caía de mis comisuras ante el deleite contemplativo y después de examinar su tranco femenino, que también se ve poco por aquí, me di vuelta para mirarle el culo. Bah, nada para emocionarse, lo que más impactaba era el tamaño
¿Me atreveré hoy a concurrir a alguna de esas celebraciones hippies? Me han invitado y a esta hora de la noche me regodeo en la duda. Ya he tomado bastante cerveza y quiero más, y cuando se me suelta la lengua me aflora la contradicción y el salvajismo del cada día del otro lado el continente. En realidad tengo miedo de que me den una paliza. ¿Y si el lunes tengo que llamar el trabajo para decir que tampoco voy a ir porque me encuentro encerrado en la comisaría con carácter de demorado? Buenísimo, pero quién me quita lo bailado. Lo bailado, lo cansado, lo tomado. Quién.
Tengo ganas de ser feliz y que el agua siga tan quieta como acabo de lograr. Tengo ganas de que dejen de causarme espanto los autos. Tengo ganas de que alguna hipparraca me guste. Tengo ganas de tocar la trompeta, andar a caballo, tirarme en parapente. Tengo ganas de no volver a dormir, de tener muchos hijos, de dejarme de joder con la computadora y las ambiciones literarias. Tengo ganas de fumar cigarrillos armados, de no volver a bañarme, de aprender a andar en bicicleta y aparecerme en Mallín Ahogado con una planta de grosellas entre los dientes. Tengo ganas de ser un intelectual por eso le doy bola a Luisito que me dice que para trabajar mejor la máquina ponga un ramito de tomillo en un vaso y a falta de escritorio que me lo lleve puesto en la nariz.
Salú, la vida.

fragmento de un diario al pie de los Andes/4

El alcohol en algunas ocasiones se parece a las mujeres. Es capaz de arrancarlo a uno de los lugares habituales, de los compromisos y del vago desperezarse de los días para mandarse a mudar con brusquedad. Otro lado. El alcohol es otro lado y antes de llegar a ese otro lado el juego de cortejo se parece al de los perros. Andamos de aquí para allá, miramos las botellas con deleite. Después del pasadizo está el depósito y ahí miles de botellas marrones con sus tapitas doradas, aun sin etiquetar pero esos son lujos que a mí no terminan de llamarme la atención. Rubia, Mestiza y Negra son las tres que van a salir en estos días a la venta. Son encantadoramente comerciales, livianas, limpias, refrescantes. Basta tomar un par de vasos para dejar para siempre atrás el mito Quilmes de que la cerveza se toma bien helada y sin espuma. Claro, quién se tomaría esa espuma que es el puro ácido de los estabilizantes.
Pero antes de tomar cerveza fuimos a la casa de Luis, en el medio de la villa. Fue toda una peripecia llegar. Un par de caminos cortados, un poco de barro por la lluvia que no se terminaba de ir. José quería tomarse un té, a mí Luisito me ofreció algo fuerte. Ya me tiene acostumbrado a sus sorpresas. Probá esto, tiene un par de alambicadas, despacito que está potente, debe tener 96 grados. Unos tímidos besos al vasito de grapa. Un trago de ginebra, dos de té. Juro que el olor a ginebra era capaz de despertar a un muerto y que el primer trago fue un tanto intimidatorio, pero después se fueron despejando los colores y una estructura de paredes muy finas en violeta anidaba en la lengua hasta que veía la ola verde y cálida a devolverme la razón. La industria está creciendo. Hace unos años cuando iba a Mallín Ahogado alternábamos distintas cervezas experimentales con mate. Ahora la cerveza está casi toda en la fábrica y arriba quedaron los rudimentos de un laboratorio de bebidas blancas. Bah, alguna que otra roja había, pero eso queda para las navidades, cuando yo esté de nuevo en casa, tomando Quilmas.
Bajamos contentos, el camino se habría paso entre el fulgurante verde de la humedad. Henry estaba embotellando, más un par de visitas gratas y fue toda la tarde vaso y vaso hasta que di con un chop enorme, del tamaño de una pinta y así hasta la noche. El cortejo de estos días dio sus frutos. Era el bienestar que bailaba desde la punta de los dedos hasta el caro cuore y refritamos la memoria de las primeras cocinadas en la cervecería más chica de mundo. Si tuviera scanner aportaría la prueba gráfica. Era de dos metros de largo por uno veinte de ancho. Apenas entraba el dueño con la olla.
Hoy me levanté con la frente descascarada y con una grela de aserrín, telgopor, tierra, tabaco y el golpe del agua caliente resultó una bendición violenta como la cachetada al niño travieso.
Qué lindo es mamarse en El Bolsón.

17.12.04

fragmento de un diario al pie de los Andes/3

Pregunta Luis cómo es eso de que el escritor ha de ser desdichado para tener inspiración. Me permito sonreír, y aunque eso hubiese sido respuesta suficiente para cualquier inquisidor de mi calle sigo dándome permisos. Echo un ojo a la ventana y las nubes se deshilachan sobre el cerro con la tersura que tienen esos derrumbes de gotas que nos toman desprevenidos en la plaza, dando de comer a los teros.
La cosa es que ni hay inspiración y la desdicha no es cosa que se busque sino que te encuentra. Sin ir más lejos, basta ver el escote en V que tengo por bronceado, y empeine, rodilla y nariz todos casi en carne viva y el blanco por telón de fondo, un poco cagado de risa, un poco muerto de envidia. Y no le quiero explicar más. Es tan lindo ver caer la lluvia y que el sol venga a cada rato a espiar como obligándonos a esos lugares comunes. Hoy se casa una solterona, hoy la pagan los estafadores, ¿es cierto que vuelve el carlo?.
En la chacra vi una bandurria caida en desgracia y me han contado muchas historias de la gente de campo que a veces se come a ese pajarraco. A mí me daría un no sé qué, empezando por el plumaje. Es demasiado brillante como para que la carne sea buena. Ha de ser que soy de esos que piensa que la mujer linda no puede ser todo lo inteligente como para charlar conmigo y ante la posibilidad de elegir corro detrás de la linda. La teoría del mal menor y la desmesura de una fe asquerosa, casi gaseosa, volátil, es la que mantiene en pie esas quimeras. Preguntado que sea por los resultados, responderé que nuevamente he perdido pero para qué va uno al casino si no es a perder, el asunto es cortar con la modorra y sentir como la adrenalina se trepa de las muñecas y se lanza a la caza del bobo.
En Blest Fiona quiso tomar una pinta y se sintió algo desairada porque en vez de una pinta le trajeron una taza de chocolate. Nosotros somos de acá, che, que no nos vengan con esos engañasuegras que usan con los turistas. Yo me tomé una bock que tenía un gusto extraordinario. Retrogusto, me corregiría un catador. La Trochita Scout intenta emular a la cerveza negra irlandesa pero no hay nada que hacerle, acá mirás por la ventana y te das contra las retamas que rompen los ojos con ese amarillo que nuestros ojos no soportan ver y pensás que es una tontería querer copiar lo de allá y por buena que sea la birra querés la nuestra.
En fin, hoy podría ser un buen día para encarar para el lado del bosque pero ha llovido toda la noche y es mejor quedarse en casa. Cerveza hay. La mestiza es lo mejor. Y buenas tardes.

15.12.04

fragmento de un diario al pie de los Andes/2

Podría afligirme por estar lejos, demasiado lejos de mis apuntes, los mismos que desprecio por esa caligrafía enredada, propensa a incurrir en la dislexia que produce escribir en estado de emoción violenta (el único modo en que soy capaz de parir textos que merezcan perdurar, por otro lado), podría renegar porque uno de mis amigos me contó con lujo de detalles un viaje en colectivo desde Foz do Iguazú a Buenos Aires plagado de detalles seductores y yo sin nada a mano para tomar los apuntes que la historia a construir se merecía, podría imaginarme como protagonista y vientre de la historia aunque él no me haya dado suficiente pelota cuando le comenté que un gran libro para leer durante semejante periplo (y el único modo de no perder el hilo, o en todo caso la madeja, es ir viajando y en colectivo) es Los premios de Cortazar. El gordo contaba, mientras yo sonreía, atónito por el relato, y otros reían a carcajada pelada, presas del absurdo llevado al límite. Qué puede uno hacer. Donde ellos ven enojos, espanto, levantes que se quedan en la intentona, yo soy de los que ven metáforas, y –ya que estamos- voy desplegándolas en hojas que arranco de un bloc imaginario, y numero capítulos, disfruto con cada frase ingeniosa que se me ocurre hasta que en determinado punto ya he dejado de escuchar lo que cuenta el cronista, ya no soy parte de la reunión. Ellos ríen y yo estoy en otro lado. El escenario es una mesa cubierta con un mantel con manchas de almuerzo, cena y desayuno, gotas de tinta predestinadas a dejar el testimonio de mi torpeza en una piel que no es el papel. Y ahora me viene el mechón rebelde sobre la frente y lo veo al Varguitas de La ciudad y los perros y me da por extrañarlo y también quiero para mí una soga que varias cuerdas entrevere y no me privo de odiar a la Real Academia, como si alguien pudiese soslayar que la única academia atiende en Rosario (aunque los otros sigan la farra que no tiene motivo).
En fin. Estoy lejos de casa pero es como si estuviera en la mía, porque estoy en una casa que quisiera para mí. Tiene un patio largo que termina en un pequeño muro. Serán seis o siete hileras de ladrillos, pero todo se hace pequeño cuando el telón de fondo está hecho de una piedra cobriza que en primavera muta por unas manchas verdes y que termina en una cresta blanca que llaman nieves y eternas.
Cierto es que todo es pequeño aquí, incluso yo, que no soy nada sin el viento pegándome en la cara y la he buscado a Flávia en la feria de los artesanos y nada por aquí, nada por allá, y que un poco enfermo de ira leí en los diarios que han aumentado de nuevo el precio del tabaco y muy a mi pesar (porque ya llevaba una sarta de improperios en mi bolsito) no he podido enojarme: acá siguen con el precio viejo y disimulan el todavía no con una sonrisa que se hace grande sobre la carne morena.
Me tienta la idea de ser un corresponsal de guerra. Este podría ser el último bastión de la resistencia. Algo así me dijo en sus buenos días la abuela que iba al tranquito por su diario y una petaca. La ratificación vino de parte de mi anfitrión: si querés venirte, apurate, nos están invadiendo, cuando te descuides la gente va a empezar a pedir semáforos, si hasta me han contado de un asalto a mano armada. Qué joder. El reportero de la radio entrevista a turistas en la calle, preferentemente extranjeros. Es una pena que no puedan oírse sus gestos desesperados y sí la voz quejosa de una bandada de teros que celebra apurada reunión frente al charco de la plaza Pagano. Si yo fuera intendente haría de ella un inmenso anfiteatro y no me importaría que no venga ningún coloso a premiarnos con su arte. Es que también he visto como cualquiera toma una guitarra, un bongó y un poco de coraje y la gente lo aplaude y lo eleva a la dimensión astral. El público hace de la obra del tipo el arte mismo. Nada qué hacer. Estamos lejos de las habladurías, de los complots de la iglesia (que se lleva la mitad de las ganancias), de los informes de las arterias que ha cortado la huelga de hoy.
Para terminar esta nota con sinceridad debo decir que hoy casi lloro escuchando a Bono cantar Sweet baby Jane y que me asusté un poco por asistir a un desfile de patrulleros que hacían sonar sus sirenas. El gobierno entregó las nuevas unidades. Es el único modo de que sepamos están ahí, cuidándonos.

13.12.04

fragmento de un diario al pie de los Andes.

El 11 de diciembre a las 10 y chirolas de una mañana de sol tersa hasta el dolor vi la mano del supremo posarse sobre el pavimento de una ruta poco transitada. Su flaca y vigorosa mano se posó sobre el pavimento para ligerar la caída de una de sus enviadas, la Carito de mi alma, la de la sonrisa que llega más lejos que cualquier tarjeta de crédito.
Sé que hemos mirado nuestras manos y en ese momento supimos que las teníamos, y también a nuestros ojos y también a la central procesadora de datos aunque un poco tensa.
Hay más de una docena de vidas que han vuelto a comenzar. Alguien ha oprimido el botón pause, nos puso de frente a nuestro ayer y nuestro mañana en un tercio de segundo.
¿Lo habremos entendido?
He vuelto a creer que sí. He vuelto a creer.

11.12.04

on the turning away

Cuentan los patagónicos dignos de fe que en los comienzos del siglo que nos ha dejado desde algún confín de la Germania llegó a esta tierra un pionero: Otto Tipp.
El fue quien, a la par de otros menos dotados para las artes, introdujo la cerveza en El Bolsón, por entonces paraje, hoy casi una ciudad:.
Así es, mis queridos amigos. Mucho antes de que las hordas de hippies erigieran su nada modesta religión -la misma que se deformó por el advenimiento de la tarjeta de débito- y escogieran como capital de su reino al querido Bolsón, hubo vida en el valle, al pie del cerro Piltriquitron. Casi todos los paisanos eran de afuera y fue precisamente Otto el que vino a escribir la primera nota de color local, comenzando una tradición que el tiempo olvidó, pero nunca falta el buey corneta que se acuerda y la cuenta. Por eso hoy vine yo.
Con lúpulo y cebada sometidos a cocción y luego de un paciente proceso de fermentación dio a luz la primera birra patagónica. Tan generoso era que cada vez que cumplía con su ceremonia izaba una bandera blanca en el medio de su chacra. Ese era el disparo que convocaba a una especie de Octoberfest que se poblaba con la sed de cuyanos, chilenos, cordobeses, gringos y cuanto cristiano de buena voluntad se sintiera interpelado.
En una de aquellas celebraciones los ánimos cobraron el vigor que se le exige a toda revolución que se precie de tal y las ebullición llegó a punto tal que la asamblea cervezal constituida al pie de la bandera blanca decidió declarar la independencia de El Bolsón. Basta ya del yugo porteño, de la postergación. Basta de civilización, de trabajar. Que viva la jarana y no se extinga jamás en nuestros corazones la llama de la vida bebiente.
Lamentablemente las tropas de la Gendarmería Nacional dieron rápida cuenta del intento secesionista que, toda la verdad sea dicha, no opuso mayor resistencia menos por urbanidad que por lo avanzado del estado de ebriedad de los cabecillas.
El resto fue más o menos previsible y no habré de contarlo yo porque debo acostarme en no más de diez minutos. Dentro de un rato junto a un puñado de amigos vamos a aquella tierra a inaugurar la cervecería Otto Tipp y me veré obligado a brindar a la salud de algunos de ustedes.
Hasta acá llego por hoy. El deber me convoca. Hay que seguir escribiendo la historia.

9.12.04

at this momento in Budapest

Antes me gustaba escuchar mi voz. Acaso en aquellos domingos mi voz denotaba la autoridad y la sapiencia que es dable pedirle al que se ha quemado las pestañas, por buena o mala razón, o que al menos ha tomado para sus decires los temblores de la edad. Es que antes de ser este que soy yo he sido obispo de una diócesis populosa con asiento en una de esas ciudades a las que bendice el progreso, capitales por mérito propio y no por convención de gobernantes ni señores feudales.
En aquel tiempo decir mi nombre era darle entidad sonora a la moral intervensionista que vino a patear la mesa servida de los que estaban antes. Tal vez por eso no debía causar extrañeza que tomara por mi tierra el último peñasco de tierra conquistada, ese que de cara al sol también mira el confín del planeta. Y yo, el tipo que alzaba la voz en el nombre de los usurpadores, guardaba la urbanidad que se les pide a los abanderados pero no en vano era representante de aquél interés de decretar la tradición entre gallo y medianoche.
Papá encendía la radio muy temprano y eso era como una orden de levantarse. Junto a mi madre oíamos mi homilía complaciente y tomábamos nuestras manos para pronunciar la primera oración. Después era el mate, mis juegos infantiles, la oreja que seguía pegada al parlante para estar al corriente de la novedad en el campeonato de fútbol, la pasión en comentar el derrotero de un equipo que perdía más de lo que ganaba pero sudaba la camiseta para arrancar de los nuestros el costado bravío, la inquina animal.
Pero a mí no me agradaba la complacencia de mis padres asintiendo lo que mi voz en otro cuerpo declamaba. Aun no había comulgado con la idea del perro que se muerde la cola y qué otra cosa puedo tomar como eternidad. Y en los tiempos que siguieron a aquél no fue menor mi perplejidad ante tamaño evento. Pocos, ciertamente muchos menos de los que lo merecen, pueden dar de lleno su miseria contra la evidencia: en otro punto, en este mismo momento, todos estamos haciendo otra cosa, probándonos escarpines en vez de zapatos o derrochando una condena que nunca se acaba en un asilo junto a otros abandonados, todo mientras yo escribo y vos lees.
Quizá debiera guardarme estos asuntos y decir que esta es nuestra mejor hora pero he preferido decir que ya hemos paladeado otras vidas, otros trajes, y que cargamos con la maldición de incurrir en los mismos errores por no conservar memoria de aquello. Todos. Todos menos los infortunados que han tenido ocasión de verse como me he visto yo, dando y oyendo misa, victimario y víctima, monarca y heredero.

2.12.04

doble (va) de cuerpo

1

Gustoso hubiera puesto en el buzón el sobre, una carta sin remitente. Para qué. Hay párrafos que proclaman a gritos el nombre del autor. Firmar o dejar de firmar no tiene mayor relevancia. ¿Y qué habría de decir? Lo más tórrido de la historia ya ha sucedido y otros mejores lo han escrito mejor aun de lo que ha sido. Lo absurdo aun no acaba de pasar y de cualquier modo la televisión lo sirve en bandeja y previamente masticado para el ojo idiota.

2

Y a pesar de haber delimitado el campo con las cotas que la ley manda, de tener al alcance de la mano el apuntador y un bolígrafo pronto a sangrar, el vacío. El vacío como habitación, el vacío como idioma, el vacío como plan, en el estómago, el recreo y un solo modo de importunarlo: a golpes de signo de interrogación.

3

Capítulo trunco: plantear analogías.
Las mujeres de antaño declaraban reconocer la valía de un hombre en el aspecto de sus zapatos. Y eso no está del todo mal. Un zapato es un detalle, capital si se quiere, pero detalle al fin, con el rigor que implica que todo el todo esté hecho de detalles, como los puntos de nuestra grafía.
Será que hablar es mucho más sencillo que escribir y por eso nadie plantea, en la oralidad, el asunto de la puntuación. Sabia es la respiración que toma la sartén por el mango y dictamina con precisión la oportunidad e intensidad de las pausas. Escribir es lo que se dice otro cantar.
¿Por qué los puntos suspensivos son tres?

4

El profesor Ramón Idilio Guirao Díaz, reputado lingüista de la Universidad Autárquica de Añatuya comentó hace no demasiado tiempo en un café del centro, entre favorecedores, amigos y cholulos de toda calaña, que no era más que una mascarada de cobardes: dónde se ha visto que pelafustanes amparados en el anonimato irrumpan apenas tronara la última palabra. Y más encima (de a ratos adoptaba los giros de su tierra sólo por el placer de desconcertar al auditorio) en gavilla, esto dicho con el énfasis que supone un vaso de brandy en la mano derecha y la vena hinchada en la sien izquierda. Giovanni Mateyko, terco por vocación, lego por pereza, y cordobés -y por lo tanto natural contradictor- por parte de padre, puso las cosas en su lugar con aire compadrito: sirven pa deschavar a los giles, sirven. Fíjese, dotor, que el bruto usa dos o cuatro, nunca tres, ¿qué más quiere por evidencia empírica?

4

Pero me mordió un pero flaco y los peros, aun los flacos, están ahí para echarle una mano de barniz a la verdad que, toda la verdá sea dicha, se cae a pedazos y requiere una mano de revoque, un golpe de induido y recién después una pintura y demás afeites. En tal caso se impone un sin embargo, mas con media vida pasada a subasta (al mejor postor y sin base), qué más da.

5

Que aquí, que allá, ¿y si escribís?
Seguro, no sé, ¿te parece?. Lo veo, pero mañana.
Pero haceme caso. Mejor poné el remitente. Tené en claro que para morir con las botas puestas es menester, como primera medida, colocárselas.

1.12.04

Si me lo contaban no hubiera dado el menor crédito a ello: Londres echa de menos lo mismo que yo.