Tal vez la literatura
1. Es de mal gusto dar explicaciones sobre lo que uno escribe y la manera que utiliza para escribirlo. Por eso resultan de tanto fastidio la crítica literaria, las entrevistas y todo ese cotilleo que puebla los suplementos culturales de los diarios. Mediando buena voluntad y existiendo una lengua en común, si un texto no se explica por sí mismo, está mal escrito. Hay un tipo que escribe, uno que lee y un texto en el medio que no ha sido un vehículo eficaz. Ni más ni menos que una oportunidad para entendernos que se ha malogrado. No voy a pelearme. Renuncié a esas cosas. Viene rastrero el nivel de debate y creo que me voy a morir joven. Por eso no soy amigo de las pérdidas de tiempo en cosas que no me reportan placer. Pero el caso es que mi amiga Beatriz Vignoli me ha acusado de amargo, lo que debe entenderse a la luz de su simpatías en el fútbol (ella es de Newell´s Old Boys y yo soy apenas admirador de la academia rosarina, Rosario Central), pero además me honra con la dedicatoria de un post que no me merezco, un post que pretende refutar una proposición que me atribuye y a la cual no adhiero. 2. ¿A quién se le puede ocurrir que yo ataque a los libros? Amo a la literatura como a pocas cosas de este mundo y, a mayor detalle, ejerzo con fruición el fetichismo. Mi biblioteca no tiene más que unos 30 volúmenes, pero a ellos les debo mi fe, mi visión del mundo, la vocación de escribir que es casi lo mismo a decir que mi vida no tiene otro sentido que el que hallé en ellos. De verdad lo pregunto, ¿no se me nota? A mayor abundamiento debo decir que no sólo los leo: también disfruto con su mera contemplación bajo la lumbre del sol (fuente de toda razón y justicia), tocándolos, oliéndolos. En general no tienen tapa dura, ni son primeras ediciones. Se parecen a mí: por dos monedas alguien los rescató del olvido. Así de sencillo. 3. El escrito de la discordia tiene una intención satírica que no llegó a destino. No hice más que reírme de mí mismo, que estoy tan hecho moco que me dio por recordar qué se siente tener hambre y para cortar la amargura puse a tallar una pesadilla que en verdad tuve, y que es la misma que allí se lee. Ni una letra más, ni una menos. El pecado es haberme reido de una tilinga que se despidió de la última polémica que se vio en la hermandad bloguera, una de las más estúpidas que yo recuerde, diciendo algo así como “Chau. Me voy a leer. Libros”, con lo que se ponía en la posición de despreciar los intentos de pensar un poco las cosas que se han dado en este medio. Libros es lo que debería leer, sin duda alguna, a juzgar por las dificultades con que tropieza en su expresión escrita. De lo que me permití colegir que la mención a “los libros” no era más que una impostura, algo chic, como diciendo “miren, yo soy linda, me saco fotos con un libro de Alan Pauls y qué”. 4. ¿Me río de Borges? Sí, claro. En las llamas del infierno él se ríe de mí y de todos los que lo seguimos nombrando. ¿Me río de Aira? Sí, claro, si más allá de sus méritos literarios es la caricatura que mejor grafica el estado actual de la literatura argentina. También me río de lo que escribió Apollinaire. Es que en verdad es muy gracioso como para que su pornografía me excite. Ahora bien, ¿de dónde saco yo la relación entre mi sueño y la fecha en que se produjo (un par de noches antes que el post)? ¿qué es lo que hace que mi cerebro en sueños asocie a Aira con “todas las tardes”? ¿por qué lo abordo con esa fórmula y no le dije por ejemplo: dejate de joder, pedazo de maricón? ¿por qué justo Borges y Aira y no Soriano y Washington Cucurto? ¿es gratuita la relación entre el nombre Culculine y las bondades amatorias del personaje femenino? 5. Hay varias lecturas posibles; de hecho la ambigüedad es algo que forma parte del bagaje de herramientas con el que trabajo siempre, pero no vayamos lejos. Debo, por lo menos, haber leido a Borges, Aira y Apollinaire. Se atisba mi preferencia por cierta literatura. Ante lo que creo un fantasma hablo como Borges, sólo que no sé el nombre completo de Aira, y prescindo de las guirnaldas. Tengo alardes de grandeza: no sólo tomo para mí el sueño que dos veces contó Borges (una como plan, otra como balance) sino que, además, agarro la posta que me entrega Aira y hasta me permito despreciarlo, lo que puede entenderse como un posicionamiento ante la posturas canónicas hoy en pugna. Erijo en la puta de Apollinaire además de mi amante, una suerte de amanuense o nodriza, un faro que alumbra mi destino de escribir. No podría probar ante un tribunal que yo soñé lo que soñé. Lo compartí con mis lectores porque son pocos y no hacen demasiadas preguntas. Ni loco escribiría esto si existiese la posibilidad de que Aira lo leyera. A ellos no tengo que explicarles qué quise significar cuando dije que a falta de comida, comí literatura, libros, libros, libros al punto de alucinar con mis lecturas! 6. Pero hay otra cosa, algo subterráneo, algo que dijiste otras veces, y quizá sea el velado foco de esta colisión. A Aira lo compro. Si tengo la plata, lo pago y con mucho gusto. Celebro que a un tipo que me conforta el espíritu le tiren unas monedas a cambio del producto de su talento. A Borges me lo prestan. Algún amigo hay que pudo pagarlo y es generoso conmigo privándose un par de semanas de su compra con tal de que yo tenga ese placer. Son demasiados los libros que me gustan y no puedo comprarme pero no por quedarme lejos voy a dejar de leerlos. A Apollinaire me lo regalaron. En forma de ebook Ni él ni sus herederos habrían cambiado su situación económica por el deleite que me dieron sus parrafadas cochinas. Con esto quiero decir que soy esclavo del producto más allá de su forma. Me fascinaría vivir en un tiempo y en un lugar en que los artistas puedan vivir de lo que mejor saben hacer. Pero estoy acá y ahora, lo que no me impide adelantarme un par de jugadas a los hechos. Me imagino un día en el que no haya árboles y no puedan imprimirse libros. Tal vez compremos novelas que vengan en dispositivos digitales. O puede que un día una bomba acabe con el mundo así como lo concebimos. Quizá queden cien habitantes. Ojalá les tocara en suerte una biblioteca como resto del naufragio, o al menos media docena de libros. Pero si eso no fuera posible no se acabarían las historias. Quedaría la memoria. Y si ni la memoria quedara a salvo, todavía tendríamos la imaginación. Y la voz de alguien que cuente cuentos, que revele secretos, que enseñe cosas. 7. Si en los últimos tiempos me ha tocado escribir acerca de suicidios, del hambre, de la intemperie, es porque eso es la picazón que tengo en todo el cuerpo. Hay quien dice que para mejorar mi salud debería dedicarme por entero a escribir, hacer la prueba, dar el salto, a ver qué tanto puedo y dejar de desperdiciar los cartuchos que me quedan en las tonterías a las que me he aferrado. Soy un cagón, no me atrevo. Por eso ando en medio de estos percances y no me asiste el deber moral de quejarme Sin embargo, la fortuna me ha dado tres o cuatro amigos que me ofrecen un plato de comida caliente. Lo necesito, y ¿sabés qué es lo mejor? Ni siquiera me piden que cocine. Les basta con que les hable, con que les cuente las tres o cuatro cosas que suelo poner acá mismo. Y puedo asegurarte que me esmero en ganarme ese plato de comida, más allá de que es posible, casi inexorable, que nunca deje redonda mi mejor historia, que jamás termine de escribir un libro. Y si lo termino puede que nadie lo publique o que publicado nadie lo compre y que yo siga peleando el puchero con un balde de albañil, una azada o una llave francesa. Pero hay algo que no sé nombrar, algo que está más allá de Borges, de Vignoli, de Mayer; más allá de los libros, de los weblogs, de los relatos orales de fogón y de los grafitis en los paredones. Tal vez la literatura en su más pura esencia, la que hemos perdido de vista porque el crujir de las tripas nos atrofia la razón y nos da por inventarnos conspiraciones a medida. A ella le supuran los ojos ante la marquesina de los premios literarios, de las ferias del libro, de las agregadurías en las embajadas. 8. Hace poco me conmoviste bocetando a tus lectores. Mirá lo que son los míos: una suicida que se quedó tres meses más para leerme, una escocesa que aprende castellano para leerme, una jujeñita que los vientos de la tragedia pusieron en Londres que me lee para no perderlo del todo, un chabón que ebrio de fe literaria empeñó -y perdió- hasta su caracú en el sueño de una cooperativa de las letras. ¿Y qué? Nada, les doy lo mejor que tengo para darles y en eso actúo como si fuera el mejor. Y nunca gané nada y no me importa, y no me ponen en el top 500 de bitácoras punto no sé qué, cuando yo sé que la mía es mejor que un par de las rankeadas, y no me calienta, y tengo pocas visitas, y me chupa un huevo, y a mi no me citaron en ninguna nota de diario ni de revista, ¡y qué! Seré un tarado pero ya aprendí que esas cosas no valen nada. Debe ser que la muerte te marca y de ahí no volvés más. Debe ser que eso es lo que me dicta que por más que me gane el Nobel, el Cervantes, o el Rómulo Gallegos, que no me da el cuero para ponerme ahí, nunca el dinero ni el prestigio serán mejor recompensa que las cenizas de mis papeles mezcladas con las cenizas de una mina que aguantó un poco más para leerme. ¿Y entonces? Yo no soy nadie para darte consejos ni para señalarte cómo se lee, que de esos hay demasiados, ni me da el cuero siquiera para insinuarte cuál es la mejor postura para que no te dañes la columna. Sólo encadeno estas cosas porque, además de repetirlas para mí (que soy duro de entendederas y necesito del eco para saber dónde estoy parado), me parece que tu lectura, una de las muchas posibles aunque a mí me resulte improbable que otra persona la tome en esa dirección, denota una mirada errónea sobre asuntos que exceden a este weblog. 9. Por último, querida Beatriz, voy a coincidir en algo que me parece capital para desatar este falso nudo. Acá pasa todo muy rápido. Incluso algunos lectores. 10. PS: algunas cosas De Quincey las decía mejor que yo. |