Jade May Hoey

1974-2004

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16.8.07

Sal inglesa

Casi nunca escribo para mis amigos. Bah, casi nunca escribo a pedido. Yo sé por qué lo hago, pero mucho me temo que la razón sea un tanto siniestra. Las manos -mis manos- escriben lo que les viene en gana. A veces me incitan a que deje cualquier cosa útil que pueda estar haciendo y yo, tipo complaciente si los hay, dejo todo lo útil que pudiera estar haciendo y me pongo a escribir. Sobre la cómoda del hotelito que me acoge en el frío del desierto, a la pasada en algún locutorio de mala muerte -como éste, donde hago de cuenta que me sé el teclado de memoria-, o en ese terreno incierto que es mi propia casa.
En casa, lo digo con absoluta franqueza, me da por el cargo de conciencia. Seguramente dejé la ropa remojando, o tengo las manos fulminadas de olor a lavandina o he postergado alguna conveción urbana -pienso que debería lavarme los dientes-, y todo para qué, ¡todo para esto! El producto es más bien magro. Siento que debería darme un poco de vergüenza, pero la verdad es que tengo vergüenza de no tenerla. ¿Acaso uno deja de ir al baño so pretexto de lo lánguido del producto? No, por cierto. Nadie piensa en esas cosas. Vamos y ya.
Nunca escribo para mis amigos, decía, y no voy a permitirme, no esta vez, la jugarretórica de decir que cada lector es mi amigo (o mi enemigo) porque sé bien que no es así. Habrá alguno que otro que pasa, pizpea, se aflige ante la falta de novedades o por su grave exceso, pero el blog es un diario íntimo sólo para los carcamanes que escriben suplementos de la cool turritas. El resto no sabe qué es. Salve, Gombrowicz querido: ése es el único párrafo feliz que has escrito en toda tu perra vida.
So yo escribiera para mis amigos debería guardar mayores precauciones. No daría nombres propios, ocultaría los descolores del ánimo, me empeñaría en ser mejor tipo del que soy, y no, no es el caso. Parafraseando a un filósofo contemporáneo, yo podría acuñarme como mandato: no dejes que la bonhomía eche a cagar un buen párrafo. Si alguien debería irse a cagar, ése es el amigo que espera enterarse por este medio de mis buenas noticias.
Pero en atención a esa aflicción es que hoy, y por única vez, les cuento que no tengo ganas de escribir. Nada. Nada de nada.
Será un tiempo. No mucho. Sólo el necesario para la justa purga. La purga que comienza así.

10.8.07

33

La extraño un poco. No puedo negarlo. Un poco, pero no lo suficiente como para levantar el tubo y marcar las benditas ocho cifras. Debe estar allí detrás. Es más: debe saber lo que yo ahora mismo estoy pensando. Pobrecita. Yo ahora mismo no pienso en nada. O a lo mejor sí, en el llamado de los buenos días, en el pudor con el que se refería a algunas de nuestras cosas en común. Contame cosotas, me decía, y yo no es que tuviera un libreto preparado ni nada, sino que echaba a rodar la bola del pinball. Pim, pum, te has ganado una vida. Qué manera de decir cosotas. No alcanzamos a ser una manada. Siempre los dos, siempre ella y yo, el pucho colgando entre los labios. Parece que hubieran pasado mil años y sólo fueron tres o cuatro. Ahora el pucho entre los labios es un acto necesario, casi subversivo. Ahora las cosas graves que sucedían a nuestro alrededor parecen niñerías. Las mías siempre fueron las más graves. Yo no me daba cuenta. Yo sonreía, yo ejercitaba la memoria y metía una cosota atrás de la otra. El tren. Todas las estaciones de la vida. A punto de llorar. La servilleta limpiando la humedad traicionera. La pucha. Ahora la panza llena de huesos, algunos meses todavía por delante, la discusión por el nombre y ojalá que nunca te abandonen. Te esperaba la otra noche. Sí, sí, te lo juro. Apenas hubieras traspuesto el umbral que tengo detrás de mí no sé la cara que hubiese hecho. Qué importa, ¿no?, a esta altura, treintaytrés en mesa, somos otra gente.

8.8.07

A cuento de nada

Un autodidacta es un pajero sublimado.

Los recaudos del caso

Bastó que a un general argentino se le ocurriera la idea de mear en el Pacífico para que los nuestros se agiten como locos. Maldita esa hora y maldita la hora en que los padres de un fulano pensaron que estudiar en un liceo era lo mejor que podía pasarle. Sí, pulcritud al palo, perfectos nudo de corbata y afeitada, raya del pantalón idónea para cortar un pedazo de pan. Y el título. Además de ser bachiller o perito el pibe es subteniente de reserva. Suena bien. Suena bien hasta que el ejército echa mano a la reserva y hay una entrevista, bah, llamémosle así. El pibe, que ya no lo es tanto y, a mayor abundamiento, se ha vuelto contador y radioaficionado, lo que no lo exime de cargar un julepe digno del pibe que fue el día en que lo llamó el director de la escuela y no sabe para qué y tiene miedo a cuenta. Los paraqués suelen ser horribles. Y el director, en un gesto mínimo de extender la mano y articular palabra, le dice tome asiento. Tal es el julepe que el ex pibe no se da cuenta de que hay una silla y se sienta en el piso. Al cabo de la entrevista sabe que está en problemas, que le toca ser operador de radio en un puesto limítrofe. Está desahuciado. Es la guerra que se viene. Todos morirán. Pero le queda una pizca de valentía. Amor propio también le llaman. Entonces piensa que lo mejor es presentarse en el puesto antes de que lo vengan a buscar por las malas. Va a necesitar un arma, una pistola, una escopeta. Sería ideal conseguir un tanque pero no hay tiempo para lujos. Se apersona en el juzgado, qué mejor lugar para pedir una pistola. Lo atiende el juez, viejo lobo de mar, amigo de su padre y muy amigo de sus amigos. El lobo, pese a lo que claramente prescribe la ley, conserva en un armario todo tipo de evidencias: tres o cuatro pelos de concha rubia, las uñas arrancadas al violador, el estuche de los lentes de Mengano de tal, eventual prócer el día en que paremos las rotativas y nos sentemos a escribir la historia. Abre ese armario, toma una pistola y se la ofrece al ex pibe. Tomá, esto puedo darte, una pistola, creo que anda. Es de un tipo que se suicidó.

7.8.07

No sé si podría ser mucho más claro

¿Es autobiográfico? Y yo qué sé. Un poco sí. Un poco de demasiado yo, pero es que yo es una palabra de las bonitas. Hay palabras aburridas, dicen, o pasadas de moda, sí, claro y hay otras poseedoras de una belleza que las trasciende a ellas y a su tiempo. Una de esas es yo. La otra que me viene a la mente, quizá por afinidad, parentesco, mera vecindad, la otra, venía diciendo, es no.

¿Entonces es autobiográfico? Yo no.

(o ¿yo? ¡no!)

¿oyó, no?

Bueno, salgamos de este atolladero de una buena vez por todas. Negar es lo más sencillo del mundo, si lo sabrá Pedro. Es lo primero que te dicen los abogados cuando te mandás un moco. Primero que nada negás todo. ¿Está claro? Todo, negá todo. Para que la negación no tenga fisuras sólo negá. No agregues nada que ahí la pasás a embarrar.

Entonces, arriesgo, no no es buen Pedro para la literatura. Claro que no, está a la vista. ¿Qué tanto vuelo podrá remontarse si uno tiene que sujetarse al imberbe monosílabo?

Ninguno, creo que ninguno.

A lo mejor la respuesta es yo sí. O yo, si.

Tampoco lo sé.

Sí sé que veo poco y lo poco que veo me hace ruido. Duermo de vez en cuando y cada vez que duermo vienen esas imágenes. Los colores son más vivos. ¿O será que yo, dormido, estoy cada vez más muerto? No importa. Me gustan esas imágenes. Son mías pero sobre ellas no ejerzo una titularidad jurídica; antes, al contrario, me atrevería a decir que yo soy de ellas, que son bien capaces de confundirme cuando les venga en gana.

Ah, el público silente pide ejemplos perfumados. A ellos, pito catalán y este ejemplo.

Hablo con alguien sobre cierta mujer con la que estuve varias mañanas de este invierno. ¿Es linda? No, no es linda. ¿Me hubiese mandado el moco? No sé pero, en tren de conjeturas, creo que en seis meses podría haber reconsiderado mis ideas. ¿Ese tiempo la haría linda? No, milagros hay sólo en wonderland, en cualquier caso, todo sería de mi exclusiva culpa. Sabría que la vería linda en algún momento, sólo era cuestión de dejar el tiempo correr.

Los colores vivos del sueño, o los de la vigilia, si es que en vez de mañana se ha hecho tarde y lo que queda es remembranza, se encargarían de erigir el encantamiento. Entonces, ¿yo soy dueño u objeto? No se hable más, que me sonrojo.

Por último, ¿es o no es?

No sabría decirle, señorita.

6.8.07

Nosotros dos

Tengo miedo. Los miro y no pasa nada, pero no sé qué les pasa cuando no los miro. Uno no puede estar pendiente de todas las cosas todo el tiempo. Si fuéramos organizados, si cada quien hiciera lo que le toca, yo creo que no sería descabellado darle a cada órgano el tiempo que le toca. Algo justo, quizá proporcional. No pensarán que a todos los órganos hay que dedicarles la misma atención. Algunos requieren salud, otros higiene. Algunos protestan por lo mal que está la educación. Por fin, otros se dan por entero al esparcimiento. Esos son mis favoritos. No lo revelaría jamás delante de gente, pero uno tiene su corazoncito, che. Como le pasaba a mi madre conmigo. Ante cualquier disputa, tuviera la entidad que tuviera, ella se ponía siempre de mi lado. Mañas. Las tengo todas. Corregidas y mejoradas. Pero, si quieren que les sea sincero, algunos antagonismos me cansan. Que un muñón mire con desdén al otro, con ese gesto de “ya no lo quiero, ya no me gusta”, me saca de quicio.

mono logo

Hola, soy yo, el de los muñones. ¿Se acuerdan de mí? Está bien, ustedes siempre han sido un público silencioso, no esperaba menos. ¿Alguna risa por allí atrás? ¿Quién vive? Los muñones, decía. Mírenlos, ¿no son bonitos? Me hubiera gustado elegirlos, pero no, tristemente me han tocado en suerte. Ahora lo pienso mejor y creo que uno es bonito y el otro no. Un bonito y un feo hacen pareja fulera. En casos como este resulta preferible que los dos sean feos. Una fealdad armónica, no uno mucho más feo que el otro. Es feo ser el menos feo de los dos. El tipo pensará que es una perfecta injusticia. Por qué a mí. Por qué este. Del mismo modo en que yo antes me preguntaba por qué a mí, por qué estos. A veces sueño que no los tengo, que alguien me los robó. Me despierto sobresaltado. Ensayo decir hola, están ahí. No responden, pero están ahí. A veces sueño que no los tengo y me siento gratificado. Es como soñar el sueño en que una enfermera me quita la contractura con más teta que método. Lo mismo me despierto, ensayo un hola, les cuento mi sueño. Si pudieran sonreír lo harían de buena gana.

3.8.07

Exilio

Mi amigo se va en breve. Como tantos. España.

Allá en Trelew me queda otro. Por poco tiempo. Su sobrino, apenas un niño virgen de la geografía, le pregunta: ¿queda lejos España?

Ahora es otra cosa. Eso decimos cuando queremos consolarnos. Sí. Sms, blog, webcam, skype, la mar en coche. Pero quién cocina el asado. Cuándo nos hacemos una cervecita multimedia.

Las empresas, los reclutadores en realidad, los empleados de consultora, se preocupan por las motivaciones. ¿De verdad tenés ganas de irte? Joder, tío, dos meses es poco para dejar un país, dice una voz transoceánica. Mentiras. En todo caso: ¿cuánto sería el óptimo para tomarse el buque? Tenemos ciudadanía francesa, pasaporte al día, nos adelantan la guita para la mudanza, cuánto, decime, cuánto. Lo que se tarda en armar una valija. Viaje largo, valija chica, dice mi amigo. Todo lo que tengo, miralo, cuánto decís que vale. No, no, es el ahorro que puedo hacer con tres sueldos de allá.

Lo otro es nostalgia.

La caja de herramientas, por ejemplo, me dice, y yo, que no sirvo para cambiar un foco, me cago de risa. ¿Herramientas? Sí, pero ¿sabés todo el tiempo que me llevó armarla? No lo sé. Por eso mismo dejo de reírme, pero no me da para hacerle una oferta. No me quedaría con una caja de herramientas de recuerdo.

Querés irte. Sí, de lo contrario no hubiera contestado el aviso. ¿O no?. Del otro lado de la línea se oye una brecha. Nunca dirían que hay tipos que compran el diario del domingo al solo efecto de conseguir teléfonos para llamar y casillas de correo que, imaginan, ansiosas esperan que las alimenten de curriculos de a una página.

Motivación. Querés reírte y no queda bien. A un patagónico le hablás de exilio y se te caga de risa. Quién se siente allá como en casa. Los que están, los que vinieron antes, todos se saben de otra parte. Qué importa que el vientre de tu madre te escupa justo ahí y no en París, por decir algo, o en Tilcara o en Curuzú Cuatiá.

El por parte de galeses, yo de alemanes, la mayoría de nosotros carga en la sangre con ese gusto amargo en el paladar de haber tenido que salir corriendo que los nuestros tuvieron antes. No hace falta siquiera que a uno lo críen en esa fe. Flota en el aire. Es el pan que se moja en el café con leche. Un día te tenés que ir. Esto es de paso.

A veces, en el mejor de los casos, uno puede pensar que está cerrando un círculo que atraviesa décadas y latitudes. Pero, de nuevo, es un consuelo prefabricado. Las décadas han estragado las latitudes. Poco tienen que ver ellos con sus abuelos. Un apellido es un accidente. La patria es la tierra que te da de comer.

Entonces un día te sentís raro. Vas a la secundaria. Las aulas están a medio llenar. El verano les sirvió a muchos para levantar campamento. Tus amigos la van de marcha errante. Quedan otros. Crecen otros. Forzosamente. Forzadamente. Pero nada es lo mismo. Las canciones que te gustaban se van con las modas. La radio, de vez en cuando, te devuelve un compás familiar y pensás: la pucha, qué será de fulano, que habrá sido de mengano. Suena el teléfono, o viene el cartero, o se corre la voz. Viene tal, anda cual. Y los perseguís hasta que das con ellos. Los convidás a una cerveza en honor de los viejos tiempos. Te ves contando esas anécdotas que se mejoran en el tiempo, sintiendo las palmadas en el hombro. Vos sí que echaste buena, se te ve muy bien, no cambiaste. Pero ese tipo que viene, ese que perseguiste y apenas si se hizo un hueco para visitarte porque tiene a treinta amigos que visitar, ese ya no es ni la sombra de lo que fue. Le escapa a la noche. A la cerveza. Echa culpas. La úlcera, mi mujer. El matecito se te lava de pura tristeza. Siguen charlando, pero algo ha hecho crac.

Así siempre. Esa es la historia de la Patagonia. Hacerse solidaridades casi religiosas con esos tipos que viven medianera de por medio para que un día, por hache, por be, todo se haga añicos. Y uno crece. Y después le chupa un huevo. Un día me va a tocar a mí, piensa, y un día te toca. Te toca y te duele. Hasta el hueso.

Pero es así. Para algunos el exilio es una enfermedad congénita.

1.8.07

Comunicado 167

Damas, caballeros, amados niños, la mojadura que cargo en todo yo es un indicio notorio de que he dado por inauguradas mis vacaciones. No sé si voy a tener ganas de escribir acá. Acabo de comprobar que me han quitado un cyber estratégicamente ubicado y no me hago a la idea de seguir caminando hasta dar con uno que reúna las condiciones que aquél. Sí, lo dije la semana pasada, el exilio un poco ayuda, pero un poco nomás. De todos modos, creo, la contractura no permitirá mucho más que esto. Y para escribir tonterías está twitter. Revolution will be twitted.