Jade May Hoey

1974-2004

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13.12.05

Matar

Una de las cosas buenas que me pasan y no pongo en el pedestal que se ha ganado por propio mérito es mi capacidad para dormir.
Durante todos estos días en que se me trastocó el orden de las horas, ausente de mi trabajo y sólo abocado al darle y darle, desde que me despertase hasta que las tripas crujan o el desmayo, lo que primero fuese, dormí todos los días a pata suelta. Nada me privó de tal placer.
Tal vez por culpa del calor, o por echarle demasiada comida a la panza, estoy acostumbrado a las pesadillas. Tanto es así que cuando me acuesto a esperar el sueño, debería munirme de un cono de pochoclo para recrear las bondades del cine de terror.
Hace un par de noches soñé que mataba a alguien. No tengo una imagen clara del episodio ni tampoco ansío tenerla. Con lo poco que recuerdo, me doy por pagado.
No era una persona normal sino por su tamaño. Tenía la piel recubierta del pelo de los perros cuando cachorros. No sé si apareció de golpe, si por alguna razón me sentí amenazado o si redondamente me dieron ganas de terminar con él por puro capricho.
Sé que el acto de matarlo fue lento, en la medida en que pueden ser lentas las cosas que suceden en sueños. El moroso puñal que se hundió sobre su costado. me puso de cara ante la posibilidad.
Es aterradora la posibilidad más que el propio hecho. Matar o dejar de hacerlo es azar. Poder hacerlo, poder escoger esa alternativa entre todas las que se ofrecen, hundir el puñal o dejarlo para dentro de un rato ¡esa es la maravilla!
Lo aterrador es contemplar al yo como la suma de esas posibilidades sin mutilar.

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