Jade May Hoey

1974-2004

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31.3.06

Juro

Acabo de dejarlo en los comentarios, pero lo pondré acá, a la vista de todos los visitantes: en abril voy a dejar de fumar. Como sea. Es una prueba de amor propio que necesito darme. En realidad en abril he depositado grandes esperanzas de romper el equilibrio de mi balanza vital, diría muchas y casi demasiadas, tantas que de modo casi certero sé que acabaré las cosas por la mitad, como siempre hago.
Sin embargo, la cuestión tabáquica es capital por una simple razón: su ejecución (eliminación es lo que quise decir) es mucho más sencilla que escribir una novela, cosa que me debo y no dejo de reclamarme. Si fuera lo bastante talentoso, porque el descuido es una de mis marcas de fábrica, haría como el maestro Onetti: me quedaría sin cigarrillos y escribiría sin rumbo hasta encallar en una isla de la que no pueda salir durante meses.
El asunto es que ya no recuerdo dónde fue que leí que la nicotina, esa que chupamos del cigarrillo, es una sustancia que hace al recuerdo y que el consumo del tabaco inhibe su generación por el propio cuerpo. Yo no creo en esa clase de tonterías. Es más: tengo una memoria prodigiosa en recuerdos que no me sirven. Hay quien puede citar de memoria párrafos enteros de escritores del carajo o diálogos extraídos de alguna película. Yo no. Yo tengo un radar para lo cotidiano, para mis cosas. Recuerdo escrupulosamente cada detalle de la chica que me gustó cuando tenía seis años aunque hace veinte que no tengo noticias de ella. Y muchos muchos muchos otros. Números telefónicos que han sido dados da baja, la cara del mozo del café Xabai del barrio de Constitución de la primera vez que pisé Buenos Aires, los restos de la fiesta Exposiglo del año 1986 aunque sólo estuve un día y medio, y la pizzería Cabildo y los delantales ceñidos que usaba la oftalmóloga que me torturaba cuando niño. Los nombres (desordenados) de mis compañeros de primer grado de la escuela primaria y la grilla completa, en estricto orden alfabético, de mis compañeros de quinto en la secundaria.
¿Conocer es recordar? Sí, por supuesto, por eso para mí nada es nuevo.
De modo que dejaré de fumar en abril, lo digo hoy 31 de marzo mientras pito uno de los últimos Philip y no pienso atosigarlos con el diario de mis flaquezas porque sé perfectamente que me estoy exponiendo a una suma de padecimientos que nadie querrá leer. Y el día que vuelva a fumar, porque me conozco y sé que lo haré, tampoco se lo diré a nadie y ni predicaré el evangelio de los conversos.
Conste.

obdb

Llama mamá un par de veces al mes y en cada ocasión -cualquiera diría que para esto tiene maña- me informa de la lista de los últimos fallecidos. Hoy llama y al cabo de los seis o siete minutos que estuvimos charlando, fue una suerte que me encontrase porque yo tenía la campera puesta para ir al banco, no mencionó ningún caído. Tal vez se haya olvidado. O a lo mejor se dejó llevar por el entusiasmo que le dio el médico. Si papá pasa bien este análisis, vamos a tener seis o siete meses de paz. Seis o siete meses sin análisis, sin viajes, sin medicación renovada y colas en la obra social para mendigar un reintegro, vamos, esto sí que es conseguir una prórroga. Se lo cuento a alguien y alguien me dice que está en la edad en que todos se van. No pongo mayores reparos al comentario. Debe ser así. Parte del ciclo vital es acostumbrarse a que se vayan los tuyos así como aquí y ahora yo tengo cierto apremio, y no porque nadie me lo diga con todas las letras, de tener un hijo, qué sé yo, eso que llaman sentar cabeza, aunque por lo visto no siempre se siente cabeza cuando uno lo planea. Pero esa vocación de mamá de contarme quién muere, quién deja de morir, hay que ponerla en un contexto de pueblo. Allá, incluso yo que era una criatura, todo el mundo para la oreja cuando sale un renault 4 destartalado con la propaladora. Algo importante debe haber pasado. Un fallecido o algo así. Y si es un fallecido es causa de asombro que nadie sepa nada de él. A lo sumo, si es un García, un Linares, un Paz, que es decir un miembro de los clanes más numerosos, comienzan las conjeturas. ¿Se sabe la edad? Porque por el nombre de pila muy pocos se conocen. Tiene que pasar mucho el tiempo para que uno deje de ser el pibe de y en general a la preposición de le sigue el oficio del padre. De Jesús diríamos que es el pibe del carpintero de Belén.
Y a renglón seguido las otras preocupaciones. Que si voy o no voy para semana santa, porque en ese caso mi habitación todavía está sin pintar. Aprovechamos una indemnización para hacerle unos arreglos a la casa y se sabe todo lo sucios que son los albañiles de esta época. Antes no era así. Y también la posibilidad bastante bien encaminada de comprar la casa de al lado, que no es casa sino una tapera que, si la hacemos nuestra, sería pronto polvo y escombros. A levantar otra casa, una casa grande para que vivamos todos juntos y mucho más cómodos. Pero yo pienso en otra cosa y no tengo modo de decírselo. Nada de mudanzas. Nada de críos correteando ni domingos con asado de tira. Yo pienso que tengo que escribir mis veinte folios. Como sea.

Día 1

El despertador está sonando antes de las cinco, no mucho, un par de minutos antes de las cinco. Lo sé porque apenas suena, me incorporo como un resorte para atacar la mesita de noche que -adrede- está a los pies de la cama. A veces aprovecho a prender la luz, pero hoy no fue una de esas veces. Inexorablemente enciendo la radio para entararme de las noticias. Después de varios meses de andar vagando como un gitano por toda la sintonía, di con un par de voces que en una hora se hacen el tiempo suficiente para dar un buen pantallazo, incluyendo notas de color, frases quitadas de contexto, apostillas del espectáculo y del deporte, todo esto evitando editorializar, lo que siempre se recibe de buen grado.
La locutora se llama Celeste, pero en el programa se hace llamar Morena. Me cae bien. Tiene algunos problemas: dice "de nada" cada vez que su compañero agrega un "gracias" a su intervención, se permite cosas como decir que le gusta una canción de La Portuaria porque Diego Frenkel es hermoso (sic), pero compensa con otros aspectos.
La noticia de hoy, un tanto vieja por cierto, es que en otros países se extiende la costumbre de que los finados pidan ser enterrados con sus teléfonos móviles, a lo que surgió entre los conductores la previsible charla "qué te llevarías vos". El tipo dijo una tontera: la radio; ella pidió que la entierren con vino, una botella y una copa.
Muy bien. Esa música para mis oídos bastó para que casi pasara de largo. Ya sé que por rutina debo abandonar la escucha a las menos veinte. Me baño, como una galletita, cargo el maletín si es que ya no lo tengo armado y salgo.
El colectivo sale seis y dos minutos. Una verdadera patraña. Bueno, la patraña es entrar a trabajar a las siete en una ciudad que queda a veinte kilómetros. No hagamos caso a los tres grados de temperatura. Tampoco a la posición de mi casa: la estación me queda a dos cuadras y media, cuesta abajo). Lo primero que hago siempre es prender un pucho. Hoy, sabedor de que debería postergar el primero todo lo que fuese posible, no lo prendí.
Mi colectivo se había ido. Había otro que me deja a diez cuadras de mi trabajo y la alternativa de esperar un tercero que nunca tiene disponibles sus malditas butacas duras.
Me fui en el que me dejaba lejos. A las siete menos cuarto prendí el pucho. En Rawson hay mucha más humedad y el camino se hizo interminable, pero me consolé pensando que hoy es viernes y que es el último día de la temporada con este horario: a partir del lunes, desde las ocho. Hubiese estado muy mal llegar tarde.

30.3.06

El pudor es el más aplicado entre los postulantes a ocupar la garita de guardián del deseo.

x

¿Y si dejo de fumar?
Conociéndome, sé que no bastará con que deje de comprar cigarrillos, que esconda los ceniceros, que frunza la nariz que alguien repita el temerario gesto de golpear la cabeza del paquete contra algo sólido (los rellenan con aire así cada cigarrilo trae menos tabaco), tire de la cintita transparente, abra una brecha en la parte plateada del papel, meta los dedos y extraiga sólo levemente el culito amarronado de uno para extenderme el paquete hasta mi alcance. Nada de eso, lo presiento, bastará. Tampoco encerrarme, comprar pastillas de mentol, tomar litros y litros de café, de mate, de té verde, de jugo de pomelo rosado.
Me da temor. Igual que cuando se me partió una muela que venía flaqueando y medía cada dentellada en cada bocado en cada pedazo de pan con tal de dilatar aunque más no fuera por un par de horas el aciago trámite de sentir el abrupto choque entre la dentadura, el continente, y esa ínsula desprendida que quiere camuflarse entre el pan y la saliva. No me asustaba en ese momento el hecho de perder una parte de la muela. Ya lo tenía asumido. Me quedaría con una pieza de menos y lo sufriría sólo un minuto, o diez o media hora, que es lo que dura el duelo cuando a uno se le rompe el vaso que deja en once la docena. El temor era muy otro. ¿Dolería? ¿Cuánto?
Y esta vez la pregunta es: ¿cuántas veces me levantaré en el medio de la noche con la respiración ahogada y el estómago revuelto? ¿Cuánto tardaré en volver a acomodarme al estado de ex? ¿Ex fumador? ¿Ex yo? ¿Hasta cuándo? ¿Cuánto más?

Nene

Chau, nene!, grita alguien que está por subirse a una camioneta y lo ha dicho tan cerca de mí que no puedo evitar dar un giro a mi cabeza y verle la sonrisa de quien lo echa a uno de menos o es lo suficientemente corto de vista como para celebrar que ha reconocido a alguien por la calle y ese alguien con el giro de cabeza lo corresponde y lo saluda con un grito victorioso, que podría ser -por qué no- un abrazo y un buen beso pero prefiere quedarse allí, en la elocuencia de un par de gritos, y en la felicidad de dar las narices con algo que se estimaba perdido y siempre encima, flotando, el fantasma de los parasiempre.
Le temo a la vejez, me había dicho su esposa una tarde. De tanto vivir de mudanza yo me había quedado sin madre y a mi campera le faltaban un par de botones, todo un despropósito para ella que siempre se preocupó por mantener a sus tres varones, uno detrás del otro, de punta en blanco y a ellos les gustaba y no se daban cuenta. Pero a los gorriones les toca abandonar el nido alguna vez y esa casa, toda una mansión hay que decirlo, con techo de ladrillo en forma de cúpula de una perfección tal que uno puede pasarse mirándolo las horas de las horas, y de golpe ella se había quedado sola. Sola con un esposo casi sordo y una salida muy cada tanto a comer afuera o al teatro y los sábados mirar en la televisión española ese programa conducido por un par de tilingas tan hermosas presentando a cantantes de nombres desconocidos, todos ellos con algo más que pompa, lo que para ella era ver su Galicia ancestral, las largas temporadas de lluvia, a su madre y a su padre, tal vez tan rubios como ella, con ese pelo ligeramente ondulado de un rubio perseverante que le ganará todas las batallas al tiempo.
Cuando no pueda conmigo, me mato. Lo dejó caer sobre mi cabeza como una piedra y me mostraba cinco o seis botones que había encontrado en el costurero, pero pucha si era un juego completo de botones, y mucho más sobrio que los tres o cuatro que a mí me faltaban y en el sencillo acto de alcanzarle la campera que había dejado a mi lado sobre el amplísimo sillón de la sala la tomé como una madre de prestado y no supe lo que decirle para llegarme con un consuelo, tan cerca estaba cuando mi campera dejaba mis manos para alcanar las suyas, como tan lejos en eso del temor a lo que pueda pasar, a lo que inexorablemente ha de pasar a la vuelta de la esquina.
Qué habré dicho yo, que siempre tengo una palabra a mano para quien me lo pide y para quien no. No lo sé con certeza. No lo sé ni borrosamente ni tampoco porque dejé de ir a visitarla. Tal vez, me gusta pensarlo, estoy esperando a cruzármela por la calle para que me salude de igual modo que recién lo ha hecho su esposo, que me ha dicho nene como si supiera cuánto necesito que me lo digan.

La pluma que faltaba

Daniela Gutiérrez.

Phil

Hace cinco o seis años empecé a fumar Parliament. Esta, como casi todas las decisiones importantes de mi vida, la tomé a instancias de una mujer. Una que me gustaba claro. Todos sabemos del poder de persuasión que tiene las mujeres con todo en su lugar.
Desde entonces sólo abandoné mi simpatía por razones circunstanciales. Dentro del tabaco de venta masiva, Parliament no es precisamente el más barato y para colmo no tiene ningún buen sustituto. Si uno fuma Marlboro, por ejemplo, bien puede salir del paso con Philip Morris o con Camel e incluso con Lucky Strickes, pero en materia de rubios no hay como Parliament. Otras veces sólo cambio para darle un descanso al paladar y lo único que compruebo es que no hay otra marca que me convenza e incluso peor: que fumando cualquier otra marca, tiendo a superar los ocho cigarrillos diarios, lo cual me trae recuerdos de una época que deseo enterrar.
Lo cierto es que el último mes he fumado más. He fumado hasta sentir ardor en la lengua. He fumado Philip Morris aprovechando el precio deu última campaña publicitaria (porque un peso de cada tres y medio es dinero), promoción que, si no tengo mal entendido, acaba dentro de unos días.
Estoy rezando para que llegue ese día.

29.3.06

Intríngulis

Hoy pensaba colgar un cartelito a manera de disculpa para la peña entusiasta que se la pasa haciendo f5 y mal que mal siempre se encuentra con algo nuevo escrito. El mes que viene, abril que ya está tocando la puerta, me absorberá en el cumplimiento de algunos deberes que vengo postergando con una pertinacia casi patológica. Pero hoy leo en Wimbledon este post, que no sé si es una despedida pero si lo fuera sería de las buenas, que hace que me detenga un momento a pensar: ¿tiene algún sentido seguir blogando si se terminan las Ultimas de Babel?

nx

A veces, por ejemplo ahora que acabo de echar mano a un Philip Morris, que mucho no me gusta pero al precio que están son irresistibles, me pongo a pensar en mí, no puedo evitarlo, en mi como necesaria continuidad, cómo es que se puede ser el mismo tipo todo el tiempo y a la vez estar imbuido por esta vocación por la dispersión que hace que lo que ayer comencé con tanto entusiasmo hoy me quede lejos, lejísimo, Tailandia por decir algo, que ni siquiera sé si es tan lejos como cuentan, como se ve en los mapas.
Si es por ponerme a buscar continuidades (vecindades sería mejor) me miro los zapatos gastados y recuerdo que tengo en este preciso momento el dinero para comprarme otros. Comprarme zapatos! Cuánto hace ya que? que ya muchas cosas, que ya estoy cansado de lidiar con los cordones demasiado largos y de verlos el continente de cada centímetro de la tierra que me toca pisar y esas marcas de su vida, de mi propia vida, como arrugas, como mensajes cifrados y digo hoy no porque hace un día demasiado bonito a pesar del madrugón helado, del suéter demasiado pesado y de la campera.
Creo que es el cambio de estación y el todavía no haberme puesto a pensar que llevaré este peso suplementario durante varios meses más y que no pocas veces de todos modos seré una hoja que va por la calle temblando, casi corriendo, cargado de mí como si me llevase en brazos y los brazos también se quedaran cortos y al borde mismo, al pie del umbral que me dará cobijo, sentir que las rodillas ceden.
Es ella que ayer no me gustaba y todavía no puedo creer que no me gustaba porque hoy, que se ha puesto una camperita de hilo rosa sobre su remera negra de casi siempre y los pantalones de jeans gastados, justo hoy que me duele la panza de algo muy parecido al hambre y que sin embargo es la cerrazón que se me da cuando quiero hacerlo todo de golpe y pienso en cuánto es lo que me está faltando, justo hoy me he detenido en sus farolitos que tal vez no sean verdes como yo los veo ni sus mejillas de porcelana blanda porque me cambió todas las monedas que tintineaban en mi bolsillo por un mate y volví a casa contento, como si me gustase de toda la vida, como si toda la vida no hubiese querido nada mejor que eso.

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Acabo de darme cuenta de que hoy es veintinueve de marzo. Eso quiere decir que el veintiséis de marzo del año dos mil seis de nuestra fe ya es historia. Eso quiere decir –también– que por primera vez en varios almanaques la fecha me ha pasado desapercibida. Y es que yo no sé bien si eso de andar olvidándose de las fechas implica madurez o simplemente amnesia.
Me explico: el veintiséis de marzo han cumplido años un par de pibas que supe querer hace un tiempo. Las quise de modo diferente. A una por mucho tiempo; y a otra por casi nada. A una de un modo entrañable y a la otra tal vez por tomarme revancha de aquélla. Nunca me lo planteé con mayor detenimiento. Simplemente pasó.
Un día levanté la vista y estaba la segunda. No sé que le vi. Era muy torpe y la voz no le sentaba en la cara pero algo me pegó. Ahora que el tiempo ha pasado y en muchas cosas me siento un poco mejor, creo que todo fue el proyecto vertiginoso que tenía en mente para recuperar el tiempo perdido.
Cuando supe de la coincidencia por poco me espantó. Me preocupé en aclararle que mis buenas razones tenía para nunca olvidar la fecha de su cumpleaños y ella se río porque estoy seguro de que pensó que le estaba mintiendo. Como siempre hacía con ella. Mentiras para pasar mejor el rato.
Pero es que se veía tan fácil, tanto que creo que conocerla fue el primer curso para ser ciego que tomé en mi vida. La clave es la prudencia y tener un objeto que avance por uno, a tientas. Si hay resistencias, por allí no hay el camino, pero nunca le conocí ninguna resistencia. Era tan simple como estirar la mano y adivinar en la madera una puerta y en la puerta una invitación a pasar y eso hacía yo con mis mentiras, pasaba.
Entré, me quedé un buen rato, comí de la mesa recién servida y salí a la carrera, a la intemperie, a alguna de las formas del olvido.

Tres versiones de Judas

I.
En Argentina, por regla general, las compraventas de bienes y servicios requieren de la emisión de un comprobante denominado “factura” que sirve a innumerables efectos.
Por lo poco que sé del mundo, en Europa no es extraño que la factura (invoice) se imprima desde una planilla de cálculo con tal que cumpla una mínima serie de recaudos. Aquí es distinto. El fisco ha puesto todas las trabas que un ejército tecnócrata pueda concebir con tal de pelear contra la evasión. Así que hay que mandar a imprimir las facturas (sea talonario, sea resma de papel continuo) a una imprenta habilitada a tal fin, lo que, si se lo mira con ojos inocentes, no está del todo mal. Hay muchos menos imprenteros que contribuyentes de modo que, controlados aquéllos, el resto sería más fácil.
No es cierto.
II.
Hace un par de semanas terminé el talonario de facturas que me acompañó por varios años. Escogí a la misma imprenta que en aquella ocasión por una cuestión de confianza. Si antes no me habían pedido un solo papel (nada de nada, eh?) mal haría suponer en que esta vez se tomarían la molestia. La diferencia es que hace unos años yo estaba en la perfecta ilegalidad y ahora no. O casi no: me las rebusco bastante, pero soy un tipo leal y fui con los piratas.
Llevé el talonario viejo y lo dejé como muestra. Tendrían el nuevo dentro de un par de días y yo por suerte no estoy apremiado por facturar (cobrar), de lo contrario me hubiese caído de culo con el precio. Acepté de todos modos.
La oferta era tentadora. Un talonario, 30 pesos; dos talonarios, 40 pesos. Eso sin factura, es decir “en negro”. Los mismos precios más iva si quería que la compra fuese en blanco.
Antes de aceptar, lo pensé un segundo. Si suelo preferir un descuento a la legalidad aun tratándose de bienes durables, por qué razón desecharía la oferta en este caso. Si alguna vez al fisco se le antojase mandarme sus inspectores, me pedirían el talonario de facturas, no la factura de compra del talonario de facturas, porque se sobreentiende que las imprentas trabajan conforme a le ley. O deberían. En realidad se supone que yo también opero conforme a la ley, pero hay atajos, carriles rápidos, sendas peatonales. No es todo lo mismo.
III.
Desde principios de los años noventa el aluvión de normativa fiscal ha sido atroz. Alguien que se ha tomado el trabajo de contabilizar leyes, decretos, reglamentos, resoluciones, disposiciones, comunicaciones, notas externas, circulares (eso sujetándome sólo a la normativa, lo que implica una solución parcial: me faltan la jurisprudencia judicial y administrativa) y llegó a un simpático guarismo: en Argentina se emite una norma fiscal cada cuatro y media horas administrativas.
No alcanza.

28.3.06

Di

Pienso que sí, que debería estropearle la nariz o cuantimenos causarle alguna molestia. Lo malo de estos sitios es que siempre está lleno de testigos. Hay testigos incluso para cosas que no han sucedido, orejas de nadie bien dispuestas para haber oído eso que nadie ha dicho pero basta que alguien pueda sacar una ventajita para que estén prestos a echar a rodar la voz. Roces entre jefe y subalternos, latrocinios menores, mermas laborales, paros incausados, romances prohibidos, para todo hay un testigo y para todo una red de vasos comunicantes que permiten se extienda el murmullo en una suerte de cadena extraoficial de la que todo el mundo, a solicitud de nadie o de alguien preciso e indeterminado, pasa a formar parte.
Pero hay cosas que es mejor que nadie sepa. Por eso se conciertan tantas reuniones en la confitería de la esquina. Da un poco de pena verlos a través de la vidriera llevándose como al descuido una mano a la cara para cubrir lo que la boca dice y del otro lado de la mesa y del café humeante un par de ojos acaso incrédulos que quieren estirarse para alcanzar lo que los oídos no pueden.
Me gustaría pegarle, aunque sé que no estoy en condiciones de pegarle. Ya casi no recuerdo cómo era. Apenas, borrosamente, viene a mí la memoria de la última vez que alcé la mano contra alguien. Sangre, un cinturón, chichones en toda la cabeza, un viaje en Citroen, las manitas preocupadas de Analía.
Además, y he aquí lo imperdonable, no sé de gradaciones. Estaría bien un sopapo pero cómo frenar el instinto de romper la cabeza con lo primero que tenga a mi alcance. Siempre admiré a los tipos que eran capaces de pegar sustos sin matar. Yo no podría hacerlo.

Or

Ay de las siberias escogidas. Me dicen Es esto o lo otro y a lo otro lo odio de antemano, prejuicios, yo qué sé, hay cosas a las que nunca terminaría de acostumbrarme como la pantallita azul, los catorce enters uno detrás de otro como martillazos y en el medio, pero muy cada tanto f1 para echar un vistazo a las cuentas, que son otras, mucho más rudimentarias, así que me vengo de este lado que es una siberia que ya sé de sobra porque por aquí he visto pasar más de un invierno. Siempre se van. Siempre es lo mismo. Racataca pum pum. Lo que importa es no pensar porque cuando uno se pone a pensar se distrae. Es como viajar. Uno se va al sitio que mejor le plazca pero la vuelta cuesta muchísimo. El cuerpo está aquí con sus errores, pero la cabeza ha quedado del otro lado, evocando colores, texturas, figuras mucho más gratas que este hueco, que bien podría ser un aleph de 17 pulgadas, pero no es. Acá es una siberia, que no está del todo mal como siberia en sí porque dar martillazos cansa mucho menos que pensar. Martillar al menos ocasiona un gravamen físico. Uno vuelve a su tienda, come y se echa a dormir y cuando se despierta ya han cicatrizado las huellas de la fatiga y es el propio cuerpo el que demanda por un poco más de acción. En cambio pensando la cosa es diferente. No es lo mismo despeinarse a sudar, lo digo porque a mí me pasa despeinarme cuando pienso. Me gusta pensar que el cerebro brubujea pero habrá quien diga que sólo se trata de células que procesan información, desaprensivos conductores que marchan por autopistas a ultravelocidad que en los puestos de peaje le encajan un chuponazo al guarda y a éste le brota una fiebre interna que se embotella en el cuello y por la fuerza ascedente que genera lo pone al borde mismo del estallido de su cabeza. Y con la explosión se encienden lamparitas en color amarillo y hay sonido de brindis en vasos de metal y de colisiones frontales de camionetas de doble tracción. Claro que no es igual. Por eso cuando viene el zapallín a patotearme me dan ganas de decirle, che, zapato, para ser valiente te faltan quince centímetros de estatura y no trates de poner grave la voz que se te va a cruzar un gallo en el medio y en vez de demostrar autoridad vas a hacer un ridículo peor que éste. Dirá Te necesito en esto yo en realidad me muero de ganas de meterme en esto pero hoy vine programado para no pensar, entonces lo miro con desdén, después le recuerdo una charla que tuvimos el jueves o el viernes pasado y él por supuesto que no recuerda nada, que para eso es el jefe y yo hago el gesto de que me cuesta mucho repetir lo que ya dije y si me cuesta es porque las autopistas han sido tomadas por las fuerzas del mal. Hay disturbios allí dentro. Me piden que le recuerde que él me mandó a siberia y ahora que tiene un problema y no puede pensar me llama a mí con gesto de Sos muy importante para esta oficina. Contengo el impulso de pararme, demoro las respuestas. Hay quien allí dentro reclama que le aplique un correctivo enérgico. Y no quiero, no quiero, no quiero.

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Mis findesemanas con excesos son cada vez más espaciados. Mis amigos tienen la tendencia natural a mudarse (yo me mudaría ya mismo si se dieran tres o cuatro cosas en mi vida material) lo que dificulta las reuniones y motiva que esos encuentros sean prolongados, que comamos y bebamos a cuenta del tiempo que ha pasado sin que podamos vernos.
Así que en el día de ayer estaba peor que hoy, que apenas luzco recuperado. Ayer me desperté, me vi al espejo y supe que lo mejor que podría hacer era seguir durmiendo un buen rato más, comer algo liviano y tratar de no hacer mayores esfuerzos, excepto que uno tiene la mala costumbre de empeñar la palabra, y a la palabra empeñada hay que rendirle honores.
A veces lo hago. Ayer sin ir más lejos.
No sólo no me acosté sino que empecé, borré, volví a empezar, corregí, una y otra vez, con un matecito cada tanto y subiendo el volumen de la radio con la frecuencia que solía usar en las épocas en que era buen estudiante: 40 por 10. Qué va. Nadie que esté estudiando puede darle mucha bola a ese consejo que viene en los libros que enseñan cómo estudiar. Tampoco mientras escribe.
Lo logré. Me gustó lo que hice.
Al rato me vi con alguien que me dijo algo así como "qué bien te sienta la resaca". Pensé que se trataba de una broma. Tres o cuatro horas antes me había visto muy desmejorado. Pero no pude más y apenas volví a casa fui a verme en el espejo y era cierto. Parecía que acababa de echarme un polvo reparador.

Parroquiales

Y cada día te quiero más es el nombre del blog que Norberto Trinchieri (no Néstor, como yo me empeño en llamarlo) ha creado para celebrar el culto al Racing Club de Avellaneda.
Yo, me atajo desde ahora, no comparto en absoluto esa simpatía futbolística, pero acabo de prometerle alguna colaboración dentro de un breve plazo y mientras escribía mi promesa pensaba en que hace muchísimo tiempo en que este blog no toca ningún tema referido a la república futbolera, no porque a mí no me interese (aunque es cierto que cada vez me interesa menos), sino para evitar los comentarios pelotudos de la gente que no tiene otra cosa que hacer que formular comentarios que se pretenden graciosos en los blogs que esporádicamente hablan de fútbol. Después de todo, pienso yo, este blog encuadraría, por su temática, en algún canal femenino, así que cada tanto hago el esfuerzo de recordarme a mí mismo: no voy a hablar de fútbol. Bueno, sí voy a hablar de fútbol, pero cuando me vengan ganas, voy a escribirlo en lo de Néstor, quiero decir Norberto.
Por lo pronto hay un lindo texto de Genovese. Yo no me lo perdería.

27.3.06

Kraftwerk

Luego de oír una canción de Kraftwerk volví a pensar que de un tiempo a esta parte, es decir desde finales de los setenta a esta parte, toda la música techno es tributaria de ellos, que no son más que una expresión cavernícola de la música con máquinas. Y yo no sé si el deleite en la escucha sea propio de la candidez que en ellos toma cuerpo o de la conciencia de reputarlos padres de un vasto movimiento. Y así como hoy todos somos Kraftwerk, yo soy todos mis amigos, yo soy esta resaca de fin de semana largo que me ha quedado corto y mis amigos son las ramas en que se multifurca mi esperanza de perdurar.

Tarea para la casa

Pensar dónde se juntan conspiración e inspiración.
*
¿Hay plural para tanka?
*
Los tanka han sido un éxito. Dan fe de eso Silvia de Damasco, Agustímx y Aydetitución.

Matancera

La reforma constitucional impulsada por Carlos Menem a mitad de los años noventa supuso, entre varias nuevas, una vuelta de tuerca sobre el mecanismo para elegir presidente.
Hasta entonces la elección era indirecta. Los ciudadanos elegían a una lista de candidatos, llamados electores, a razón de una cantidad ligada a la representación parlamentaria de cada distrito, que serían los encargados de escoger el nuevo presidente.
A pesar de lo impopular que importa una elección en dos tramos, el dispositivo le otorgaba mayor peso relativo en la decisión a las provincias que contasen con un padrón menos numeroso. Con bombos y platillos se anunció en aquella ocasión el final de una era: de allí en adelante la elección sería directa, por mayoría de votos, más allá de la incusión de un balotaje a la argentina, esto es: una segunda vuelta entre los dos candidatos más votados, que podía evitarse no con la consabida fórmula de "mitad más uno" de los votos, sino cuando el candidato vencedor otuviese más de 45 puntos porcentuales o más de 40 con 10 de ventaja sobre el segundo más votado.
A resultas de este procedimiento, la elección sería definida esencialmente en los distritos más populosos, aunque en el caso argentino sobre el plural. Hay un distrito, la provincia de Buenos Aires, que reúne casi la mitad de los votantes de todo el país y dentro de la provincia de Buenos Aires, hay un partido, La Matanza, que cuenta con un padrón que supera con holgura a la suma de los padrones de varias provincias.
Se preguntará el lector extranjero por la necrofilia de un país que es capaz de denominar La Matanza a una municipalidad. Mucho podría decirse al respecto, pero por lo pronto me interesa señalar los equívocos a los que pueden conducir la portación de un nombre como ése.
En su edición del último domingo, al diario Perfil publica la foto de un afiche proselitista (no hay elecciones en breve, pero no falta quien siempre tiene alguna en vista) que justificaría la inmediata detención del publicista que lo diseñó. Sobre los colores de la bandera argentina, dos nombres, Kirchner y Samid (un personaje siniestro que revista como empresario evasor y otrora se desempeñara como secretario de obras públicas de un gobierno corruptérrimo) y en el centro, la leyenda "por una Matanza mejor..."
Hay buenas razones para estar asustado.

Muera el perro/9


La voz del diablo niño :: Kaputt
Nadie camina en la luna :: El Fantasma
En Rosario salieron las cuentas :: Pancho Varona
Cuidado con el perro :: El bosque de los signos
Refutaciones amorosas :: Plaza Constitución
30 :: El buen salvaje
Por un arte de vitalidad sin límites :: Libro sin Tapas
El esperpanto y James Joyce :: Dural
Versiones y perversiones I :: Pistoleros/Putas y dementes (greatest hits)
Oreja :: Asakhira
Vocabulario de Madroñera por Pilar Montero Curiel :: Paseo Virtual
El rebautizo de estaciones :: 20 minutos

25.3.06

En torno a la memoria colectiva

En su edición de hoy, el suplemento cultural de Clarín incluye una versión fragmentada de una entrevista a Reinhart Koselleck a cargo de Javier Fernández Sebastián y Juan Franciso Fuentes, cuyo texto completo, según se anuncia, será publicada por la española Revista de Libros. De allí, me permito rescatar el siguiente extracto:
En cuanto a la identidad y a la memoria colectiva, yo creo que depende fuertemente de precisisiones lingüísticas impregnadas de ideología y mi posición personal en este tema es muy estricta en contra de la memoria colectiva, puesto que estuve sometido a la memoria colectiva de la época nazi durante doce años de mi vida. Me desagrada cualquier memoria colectiva porque sé que la memoria real es independiente de la llamada "memoria colectiva" y mi posición al respecto es que mi memoria depende de mis experiencias y nada más. Y que se diga lo que se diga, sé cuáles son mis experiencias personales y no renuncio a ninguna de ellas. Tengo derecho a mantener mi experiencia personal según la he memorizado, y los acontecimientos que guardo en mi memoria constituyen mi identidad personal. Lo de la indetidad colectiva vino de las famosas 7 p alemanas: los profesores, los sacerdotes (priests en el inglés original de la entrevista), los políticos, los poetas, la prensa..., en fin, personas que se supone son guardianes de la memoria colectiva, que la pagan, que la producen, que la usan, muchas veces con el objetivo de infundir seguridad o confianza a la gente [...] Así pues, la memoria colectiva es siempre una ideología.
En la segunda mitad de los años ochenta, a partir de la irrupción en el mercado de prensa argentino del matutino Página/12, el período de discontinuidad republicana que tuvo lugar entre 1976 y 1983 dejó de conocerse como el Proceso (en alusión a Proceso de Reorganización Nacional, tal el pomposo nombre con que los militares que tomaron el poder bautizaron su salvajada) y pasó a llamarse la dictadura militar.
Con el paso del tiempo, hay otra realidad que se va blanqueando: la dictadura no fue sólo militar sino que contó con el inestimable apoyo de variados sectores de la vida civil, ninguno de los cuales ha hecho un mea culpa de su actuación durante aquél período. Sin ir más lejos, la prensa.
Hoy repasaba en la revista Veintitrés una versión en facsímil de la edición del diario La Nación del 24 de marzo de 1976. Como "primera versión de la historia" resulta escalofriante.
Así, sobre la base de los dictados de los guardianes de la memoria colectiva, se va forjando el mito, la Historia.

Tanka

Mi amiga Magda Díaz-Morales me ha puesto en un aprieto. Yo no suelo tomar parte en este tipo de cosas pero, considerando de quien viene, gustoso me prestaré a una excepción, aclarando de antemano que lo mío entraña más un acto de voluntarismo que cualquier pretensión de demostrar virtud literaria.
El asunto es componer un tanka, es decir una composición tradicional en la poesía japonesa de cinco versos, siguiendo la progresión 5-7-5-7-7. Habida cuenta de las dificultades encontradas en mi camino, pido disculpas por publicar este despropósito.
uno de estos días
tendré menos cuidado
de ti y de mí
de la mirada sepia
recogida en sueños
Dicho lo cual, les paso la posta a tres amigos, que bien podrían ser Jimena (que tiene una capacidad versificadora de la gran siete), Aydesa (que es capaz de componer aviones con alpargatas) y Agustín (para devolver la pelota a México).

Posdata

Poco es lo que he escrito sobre el veinticuatro de marzo aquél y lo que ha venido a continuación y no es que me escude en mi edad, que bien podría hacerlo porque en ese momento yo no había cumplido quince meses. Peor: cómo podría omitirlo si sobre la base de esa omisión se erigió prácticamente toda la educación que recibí en la escuela pública, porque los coletazos de los siete años de intervención militar, que en realidad fueron varios más si tomamos en cuenta la atmósfera política que se vivió durante mucho tiempo antes y las idas y vueltas en las que nos debatimos como sociedad mucho tiempo después.

Pero en realidad es bien poco lo que sé.
Sé por ejemplo que un par de meses antes de nacer perdí al que pudo ser mi tío favorito a manos de alguien que no estaba muy contento con sus reclamos gremiales y que nadie, incluso mi propia familia, nadie en absoluto movió un dedo por saber la verdad, como si de antemano ellos (nosotros) supieran (supiésemos) que es poco lo que puede hacerse contra el mal.
Sé que nadie me devuelve las historias que él solía contar, ni la enjundia con la que vivió sus breves pero intensos treinta y tres años (sí, treinta y tres), ni nadie les trae de nuevo el padre a ese par de vástagos que son mis primos y no he visto nunca en mi vida.

Nada sé en realidad. Nada que decirle a esa gran amiga que ayer golpeó mi puerta porque estaba sometida a la peor de las aflicciones y que me suplicó que guardase absoluta reserva de lo que me contaba porque incluso hoy no se puede hablar de aquéllo. Nadie puede hablar de los padecimientos de ese muchacho que en breve será su marido en un día como el de ayer, que fue 24 de marzo y feriado, y le taladraron la cabeza con eso de lo que no se puede hablar, que es decir que nada sabe de sus padres biológicos, nada en absoluto más que el amor incondicional que le han demostrado sus padres de crianza, que ayer no encontraban lugar donde meterse. ¿Cómo enfrentarlos? ¿Alguien lo sabe? ¿Cómo mirarse al espejo cuando uno sabe que encontrará un cuerpo extraño que es el propio lleno de heridas grabadas a perpetuidad?

Me resisto a creer lo que vivo, me resisto a ver que el gobierno que mi país en justa ley ha escogido erija un feriado sobre esta fecha infame casi como diciéndole a un amputado: oye, te remarco en colorado este día del almanaque para que nunca olvides que este fue el día en que te cortaron un brazo, una pierna.

El miembro fantasma sigue allí. No se lo ve, pero de a ratos su sensibilidad jaquea la integridad del resto del cuerpo. Vive en otro lado, dice alguien; no, dice otro, nunca se fue; sigue aquí, puedo sentirlo, digo yo.

PS: esto quise escribirlo como nota al pie del brillante texto que ayer publicó El Florido Byte.

24.3.06

Este blog se llama a silencio por un día en homenaje a nuestros muertos y hace votos para que a la brevedad posible nos inventemos una forma de acordarnos de los otros, los que quedan, los engranajes gastados de la patria de rodillas que incluso hoy, que es feriado, darán más de lo que tienen para recibir menos de lo que necesitan. Ellos no pueden pensar más que en el hoy urgente.

23.3.06

Allende

Narrar, oír

A. Para narrar hay que ser como los viejos. Contar la misma historia una y otra vez. Como si fuera nuestra. Como si fuera eterna. Como si siguiera ocurriendo. Como si nunca terminarámos de creerla.

B. Para oír hay que ser como los niños. Oír la misma historia una y otra vez. Como si fuera nuestra. Como si fuera eterna. Como si siguiera ocurriendo. Como si nunca termináramos de creerla.

*

Ensayema sobre arte, símbolo y diábolo

La obra de arte es un símbolo. Símbolo significa, etimológicamente, aquello que reúne lo disperso, lo que da unidad a lo arrojado. Símbolo es sinónimo de metábolo, símbolo es el metabolismo de distintos elementos de lo real. Una obra de arte une lo que está desligado, pues la función propia de la imaginación es precisamente ser el metabolismo de la percepción. El artista, pues, construye símbolos. Pero para que el metabolismo continúe ese símbolo al ser percibido por el otro se transforma en catálisis, es decir, acelera el metabolismo de las imágenes de la realidad del perceptor, las modifica, pues la obra de arte perturba los patrones de percepción habituales, impide que percibamos al mundo según costumbre. Por tanto, el poema o la obra de arte es un símbolo que se transforma en diábolo. Diábolo o diablo significa, etimológicamente, aquello que dispersa, separa. Después de ver una obra de arte el mundo se desestabiliza, ha quedado alterado. Arte significa hacer del mundo un símbolo que luego funcionará en el mundo como un diábolo.

*

Me gusta la solución de Bataille. En su prefacio a Lo imposible —cuyo primer título era El odio de la poesía— Bataille asevera: "No he querido engañar a nadie y no existe, en principio, novela que lo consiga... Podría ser también que aunque alcanzado en la ficción, sólo el horror me haya permitido escapar del sentimiento de vacío de la mentira. El realismo me da la impresión de un error. Sólo la violencia escapa al sentimiento de pobreza de esas experiencias realistas; la muerte y el deseo son los únicos que poseen la fuerza que oprime, que corta la respiración; sólo el exceso de deseo y el de la muerte permiten alcanzar la verdad". Bataille deseaba que mediante El sexo y el terror el texto estableciera un contacto profundo con aquello que indaga. Una buena novela tiene que ser una golpiza o una cogida con las palabras, una golpiza o cogida con el lector.

Omar Genovese deja Kaputt; las razones, aquí.

Adiomas

Pero papá siempre creyó que yo conservaba esa agilidad heredada para el cálculo y quizá tenga razón, pero más le hubiera valido verme sudar en frente a una pizarra, ensayando demostraciones imposibles ante un tribunal examinador siempre hostil.
La primera vez fue espantosa. Entré a rendir a eso de las seis de la tarde, después de diez horas de espera y jamás me había sentido asediado de ese modo, aunque a mis veintipocos años, someterme a esos rigores cuasi-militares subsanaron el año que nunca le di a la conscripción. Qué manera de no dar pie con bola y al rato dispararme con una genialidad. Una y una, hasta el cansancio. Tomátelas, Mayer, me dijo la García, una profesora de lo más reo que se ve en económicas. La mina no lo podía creer, tanto es así que al poco tiempo nos cruzamos en un pasillo y se detuvo a charlar un momento conmigo. En realidad no fue un diálogo, no podía serlo nunca después de su mirada inquisidora diciendo: vos, Mayer, que pasaste por matemática uno y me hiciste renegar como nunca en mi carrera, decime la verdad, ¿habías estudiado o no?. Ni en ese momento podía hacer pie y tuve que irme por la tangente con una respuesta llena de vaguedades. ¿Sabías que nunca ponemos dos cuatro seguidos, no? Ya tenés uno, la próxima no te vamos a perdonar.
En efecto, la segunda vez, el examen era más complejo en apariencia y las dos horas de oral, ante la cantidad de inscriptos, dieron paso intempestivamente a un introito por escrito, un pantallazo general para hincar el diente, ya en el terreno decisivo, en aquellos asuntos en los que uno estuviera más flojo. Funciones en tres dimensiones, derivadas parciales, esas cosas en lo que a mí respecta. Volví a sudar, miré un par de veces con cariño excesivo el picaporte de la puerta de salida, pero me quedé. Me quedé y dejé la pizarra para acercarme a la presidente de mesa: ¿tengo alguna chance? si no lo dejamos acá mismo, no me siento bien. Sí, me dijo Bracchetti, tenemos todo el programa, me dijo, y me lo mostraba. Hubiera hecho bien si le pegaba una mirada antes de inscribirme, pero ya estaba ahí, y apechugué. ¿Para qué? De allí en adelante, no fallé más. Di un examen impecable. Me llevé a casa otro cuatro.
La siguiente era estadística, que tiene bien poco que ver con la matemática dura. El régimen de cursado era durísimo pero yo era el alumno estrella y aproveché para revalidar los laureles antes de que se me enfriase la mano que resolvía los prácticos. Estuve inspirado. Cuando Elenita me quiso parar, le pedí en seco que me dejara redondear cierto asunto, que ya volvería sobre su consulta, cuando en realidad no sabía ni qué era lo que me preguntaba. Mejor así. Cuando me detuve, según ella, ya le había respondido. Pero la estadística es un idioma. A los tres meses, me aprestaba a asistir en socorro a un amigo en problemas y ya había borrado de mi vida todo rastro matemático.
Fue duro enterarme de que ya no volvería jamás a demostrar nada.

El mecánico

Cansado de oír al viejo sus quejas artríticas y reumáticas y un poco, a qué negarlo, de esas mañas que a él también más temprano que tarde lo aguardaban, decidió hacer de tripas corazón y poner manos a la obra. Le pidió que se tumbase en la cama y sin siquiera abrir su gabinete de herramientas se dispuso a mitigar su lamento. Una vuelta o dos y plaf! ya tenía un pie en la mano y en un santiamén ya se había hecho del otro. Los sacudió un poco como quien pretende quitar la piedra que se ha usurpado la paz de un zapato y se dispuso a volverlos a su lugar. Se imaginó que debía ser muy preciso en la operación; medio centímetro de más o de menos y la rosca se malograría, o bien el viejo debería acostumbrarse a lidiar con un par de pies chuecos. Hizo una prueba, dos, tres, y no había caso. Los pies no querían volver donde su pierna. Examinó con mayor detenimiento el mecanismo y vio músculo y cartilago, piel y hueso y creyó por un momento que nunca volvería a componer a su padre. Ya no tendría consuelo. Se imaginaba los reproches de su madre y los murmullos en el vecindario cuando lo viesen caminar con sus pies tan derechos por aquellas veredas. Le dio jaqueca. No encontró aspirinas y creyó que lo mejor para apaciguar las ideas era echarse a dormir un rato. Impotente ante el insomnio resolvió que hallaría la paz quitándose la cabeza. Sería sencillo. Una vuelta, dos y plaf!

22.3.06

Matar al usurero

Pensaba, ya que pensar nada cuesta y poco vale, y a poco de pensar me descubrí buscando ese punto del pasado en el que dejé de interesarme en la matemática, y en ese enunciado cometo un acto de soberbia porque tal vez ella eligió dejarme a mí.

Un buen día me renegué de que dos y dos fueran cuatro y también dos por dos y dos al cuadrado. Porque hubo una época en la que me fascinó descubrir que había una relación entre el radio y la circunferencia y esa relación se asentaba en un número mágico: tres catorce dieciséis, aprendí a repetir con papá, aunque a mi cargo quedó averiguar tres catorce dieciséis por cuánto por radio era igual a al perímetro circular y claro que pude, si en ese tiempo todo lo podía. Bastaba apenas con que me sentara con la lapicera para ensuciar el cuaderno de la escuela o incluso el cartón de las cajas de leche sancor, no me olvido: no había otra papel.

Tenía once años, una cosa así. Me causaba mucha gracia que circulando la moneda nacional bajo el nombre de australes, papá y mamá siguiesen hablando en millones de pesos, algo que a mí me sonaba a prehistoria, porque antes del austral ya había estado el peso argentino, que no duró nada, al igual que su mentor, Bernardo Grinspun, un economista tan pero tan básico que no dudó en calificarse como keynesiano, aunque el significado de semejante insulto yo lo entendería unos doce años después. Demasiado tarde para reírme de él que probablemente hubiese muerto o del mismo modo vivo y olvidado, quemando los últimos cartuchos.

La economía era muy dificil de entender en casa. Un tipo de anteojos nos bombardeaba cada noche con el precio del dólar oficial y el libre. Mencionaba un dato raro: la paridad. A veces la paridad alcanzaba un 40% y a nadie parecía asombrarle. El gobierno, según contaba este señor, corregiría las diferencias con minidevaluaciones que tendrían lugar los martes y los viernes. Por supuesto que el tipo de cambio oficial nunca pudo alcanzar al libre, al especulativo, pero no entiendo todavía qué es lo que hacía el banco central que no se metía a terciar en el mercado como hace ahora y cómo es que nadie se quejaba por tener una moneda que se dejaba tocar el culo pero de a poquito y por decreto.

Entretanto, mientras mis coetáneos a duras penas podían dividir, yo le llevaba a mi padre unos cálculos que me habían llevado toda una mañana: sin libro ni máquina de calcular, nada más con un lápiz y una goma de borrar había nacido al interés compuesto que, para quien no esté al tanto, requiere de la intervención de la quinta operación aritmética que se enseña en las escuelas. Me refiero a la potenciación. Y eso era una incentada en comparación con otra ocurrencia: un plan maestro que consistía en comprar dólares en Montevideo (según mis cuentas estaba muy barato en términos relativos) y venderlos en la city porteña, como el señor de anteojos le llamaba a nuestra pequeña Wall Street de la periferia. Con un capital mínimo, la maniobra especulativa, repetida unas seis veces, daba un margen de un 15% de rédito. Una proeza. A papá no le gustó nada mi hallazgo y me dijo que yo era un pichón de usurero.
Empezaba, yo no lo sabía, una larga debacle al cabo de la cual trataría de desterrar por todos los medios a la aritmética.
Y acá estoy.

Shh

Al día de la fecha no he conocido persona alguna que, gozando de los beneficios de una inteligencia más o menos instruida, tuviese necesidad de andar por la vida gritando y con el dedo índice en alto señalando un punto vacío entre los nubarrones del cielo.
Es que aquel que desee imponer sus razones aun a costa de perder todo vestigio de urbanidad, debería saber que el sentido abandona a las palabras dichas a los gritos, que las deja a merced de una intemperie irredimible.
Como el los tiempos de la fábula, ya nadie les lleva el apunte a los que gritan. Con razón o sin ella.

Lo que viene

La remoción del gobernador santacruceño fue tramada sin dejar nada al azar. Debía suceder diez días antes al aniversario del golpe de estado del 76. En cierto modo, las fechas que elegimos para dar nuestros golpes son una suerte de homenaje a los caídos como consecuencia de los otros golpes, los malos.
Entonces la renuncia del Negro flotó un día o dos en la prensa y ya entramos con toda la pompa en la semana pre treinta aniversario, así que a tirar la casa por la ventana, porque ahora sí que somos derechos y humanos.
Ahora son las acciones de espionaje de la Armada, tan ilegales como absurdas, extemporáneas, groseras, casi a la medida de la morbosa necesidad de ocultar la primera rajadura en la construcción hegemónica. Y al cuerno el brote inflacionario, los salvajes crímenes ocurridos en los feudos y en sus zonas de influencia, la crisis del sistema energético, la inequidad del sistema tributario, los reclamos laborales fragmentados.
Por suerte, el domingo juegan boca y river. Ojalá que alguno de los dos gane tres o cuatro a cero y que el partido termine con escándalo, con muchos expulsados, que apuñalen al árbitro si fuera necesario. Hay que prestar mucha atención al lunes: salvo que el partido acabe en un cero a cero abúlico, va a pasar algo que sería resonante si no fuera por la condena de ser eclipsado en la portada de los diarios por los coletazos del fútbol nuestro de cada día.
El mundial será en junio. Necesitamos temas para que el populacho se entretenga. No bastará que salga campeón river o boca. Se necesita algo más fuerte: que racing pelee el descenso hasta el final, que se salve con un gol hecho con la mano. Un mes antes el tema será la lista de veintitrés elegidos, si defendemos con tres o cuatro en el fondo, si Riquelme resiste a la lumbalgia, si Abondanzieri se opera las manos, las declaraciones de Verón, las críticas de Maradona. Pero la cosa se va a poner fea si, como pinta, tenemos que hacer las valijas rápido. A ver de qué nos disfrazamos.

21.3.06

Delay

Se fueron.
No sé si volverán mañana, si se han dado por satisfechos o presentarán un informe lapidario que primero darán a conocer en los medios de prensa y después dará de comer a un expediente que nunca irá a ninguna parte o pasará a forma parte de un fichero lleno de carpetas colgantes.
Se fueron antes que nosotros, lo que en principio me generó alguna sospecha. Es que desde que han empezado a estacionar frente al edificio sus camiones de culata para meter a gente de su palo se ha hecho moneda corriente que nada aparezca en su sitio al otro día. Nada es que revuelvan un poco con la excusa de hacer la limpieza y poner un poco de orden. Lo malo es que uno tras otro se suceden los pequeños desfalcos. Día por día, todos y cada uno de nosotros ha firmado una petición de que se cambien las cerraduras, de que se releve a los encargados de seguridad, vamos, que alguien haga algo que corte de una vez este hilo siniestro, pero nunca pasa nada. O sí, algo pasa: viene otro camión, el mobiliario no alcanza, ni las oficinas y aparecen los disparates como inventar otro turno o conceder ascensos indiscriminados para los sospechosos.
Hoy creo que todo ha quedado en su lugar y eso no es una señal del todo buena. Creo que mañana vendrá de nuevo el comando policíaco a completar su obra.

Perfil

Mientras no se vayan los ocupas, el personal padece una suerte de bloqueo económico. Tenemos terminantemente prohibida la salida del edificio así que esta mañana no sé qué impulso (supongo que el vacío estomacal que siento previo a encender el cigarrillo que tomo por desayuno) me llevó a desalojar del maletín el número del domingo del diario Perfil, aunque llamarle diario a una publicación que sólo aparece los domingos es ser bastante generoso. Lo hice para incorporar un paquete de Tía Maruca, mis galletitas predilectas.
Lo cierto es que ayer anduve buena parte de la tarde tratando de hacerme de mi ejemplar y recién en el cuarto kiosco pude alcanzar mi cometido. Las ventas marchan bien.
Desgraciadamente Perfil no cuenta con una sección hípica, de lo contrario seguramente hubiesen destinado una página a rememorar los resultados de la jornada del 24 de marzo de 1976 en el hipódromo de Palermo. Ya hasta me imagino la ironía que habría de permitirse el columnista al decir que en la cuarta carrera ganó el caballo del comisario (Ramón Camps) o el número de bajas en los cuidadores a manos del terrorismo de estado.
Es de destacar, sin embargo, la inclusión de una muy feliz fotografía de la esposa del flamante gobernador de Santa Cruz (en adelante la ínsula Barataria, según la bautizó Lanata; chiste fácil si consideramos que el nuevo mandatario se apellida Sancho). Y también me gustó saber que desde el jueves luzco a la moda: me compré la misma campera Columbia -un par de talles menos- que el nuevo delegado K.

Blef

Cuando era chico atesoraba una superstición encantadora. Creía que en sueños me era revelado el futuro. Está claro que eso es una ventaja sólo cuando se es chico. A esta altura de mi vida ya ni siquiera me interesa saber si hoy hará más o menos frío que ayer porque, después de todo, no tengo mucha otra ropa que esta que traigo puesta y la que he dejado secando el domingo por la tarde y todavía sigue allí, esperando que el solcito se digne a salir de una buena vez. Tampoco me interesa a cuánto cotizará el dólar ni el euro ni el yen. Ni hasta dónde llagará el precio de la carne o del queso o del escritorio que todavía no he salido a comprarme. Es que todo eso aumentará inexorablemente y tampoco nos salvaremos de veinte años más de peronismo y no me siento mal por eso porque al parecer no nos merecemos otra cosa. Ya he renunciado al amor así que si la fulana me da bola o deja de dármela, si se va con otro, con otra e incluso si le diera un brote zoofílico y se mandase a mudar con un perro, tampoco me importaría. El futuro, queda claro, ha dejado de interesarme. No sé cuándo sucedió eso. Sólo sé que ya es tarde para remediarlo.
Pero si los sueños fuesen, por ejemplo tenebrosos, de esos que tengo noche por medio: persecuciones inauditas, caidas verticales que nunca acaban, sangre por todos lados, mierda, plumas, armas, abogados, ¿debería seguir pensando que el resto de mi vida andaría por esos derroteros? ¿cuánto dura el futuro? ¿es hoy? ¿o incluye también el resto de mi vida? ¿podría determinar en sueños si me tocase morir hoy mismo?
Está claro que nada de eso es posible, que sólo sueño con mis obsesiones y que ahora mismo necesito pasiones que no estén en escala de grises. Por eso sueño con rojos vigorosos, con brillos metálicos, con letras azules sobre cubiertas doradas.
Pero hace pocas noches soñe con una requisa policíaca y al poco rato (al poco rato dentro de un sueño, esto es, cinco minutos, dos horas o tres hectolitros después) con cartas documento que decían reclamos, intimaciones. Creo recordar que alguien pretendía recuperar lo que me había regalado y que ese algo era un objeto que yo detestaba entonces me quedaba pasmado pensando en la estupidez de ese alguien.
Ayer llegué a trabajar muy temprano. No eran las siete menos diez y antes de llegar al fichador me tropecé con tres o cuatro hombres que exigían saber mi identidad. Los intocables les dicen algunos; otros los prefieren hombres de negro, pero la verdad lo único negro que tienen es el color de sus caras de piedra. La división de policía del personal (sí, justo acá que no hay persecuciones de ningún tipo y nos irritan sobremanera los actos de espionaje) ha hecho su arribo triunfal a estas pampas y se quedarán algunos días, hasta el desembarco en Normandía, estimo, y mientras tantos recabarán no sé qué datos que son de dominio público, nos interrogarán sobre nuestras funciones. A mí todavía no me han entrevistado en detalle pero creo que voy a hacerme pasar por mongui. A cada pregunta responderé "ah", pero no el "ah" que uno dice cuando entiende algo ni el "eh" que exige ratificaciones, sino una cruza entre "ah", "eh" y "oh", que pone al eventual interlocutor ante la perplejidad de no saber si charla con alguien que es sordo o mongui. Estuve practicándolo todos estos días. Por lo que amenazan, todo el personal que no esté suficientemente preparado recibirá los cursos de capacitación que le hagan falta y yo quiero que me enseñen todo de nuevo. Que me pidan que mañana venga con el papel glacé.

20.3.06

Pista falsa

Y los seguí: los vi caminar a paso ligero por Bucareli hasta Reforma y luego los vi cruzar Reforma sin esperar la luz verde, ambos con el pelo largo y arremolinado porque a esa hora por Reforma corre el viento nocturno que le sobra a la noche, la avenida Reforma se transforma en un tubo transparente, en un pulmón de forma cuneiforme por donde pasan las exhalaciones imaginarias de la ciudad, y luego empezamos a caminar por la avenida Guerrero, ellos un poco más despacio que antes, yo un poco más deprimida que antes, la Guerrero, a esa hora, se parece sobre todas las cosas a un cementerio, pero no a un cementerio de 1974, ni a un cementerio de 1968, ni a un cementerio de 1975, sino a un cementerio del año 2666, un cementerio olvidado debajo de un párpado muerto o nonato, las acuosidades desapasionadas de un ojo que por querer olvidar algo ha terminado por olvidarlo todo.

Roberto Bolaño, Amuleto

Round

Di un par de vueltas antes de acostarme. No dejaría pasar la ocasión para no malograr el invierno que viene entrando. Firmé. Fue te amo con sangre del dedo índice de mi mano útil. Ahora me duele un poco, sobre todo cuando se traba alguna tecla o quiero acentuar alguna palabreja que quiere quedarse en segundo plano, pero está bastante bien. Llevaba mucho tiempo de sequía.

Rotolo

Hoy ha sido uno de esas mañanas en que la conexión a internet llega a un nivel risible en su tasa de transferencia.
Lo que no me ha privado de estar al corriente de lo que sucede en el mundo. Mi flamante navegador, la versión 1.5.0 de Mozilla Firefox, trae entre sus opciones predeterminadas, una pestaña que incluso contra mi voluntad me informa los titulares del diario La Nación.
Así es que puedo pasarme cuatro o cinco horas intentando en vano enviar un correo electrónico y nada, pero las noticias sí, una peor que otra, todas servidas en bandeja. De modo que incluso estando en plan de no saber nada, me entero de que la tristemente célebre base aeronaval Almirante Zar ha llegado a las portadas de los medios nacionales por el muy oportuno descubrimiento de determinadas operaciones de espionaje que al parecer tienen por objeto la vida y obra de varios personajes del quehacer político y periodístico.
No me llama la atención que la novedad se produzca en vísperas del fatídico aniversario del próximo viernes. A todo se acostumbra uno, incluso a tomarse cada noticia como si fuese una mala broma. Qué puede esperarse de parte de una facción que se hace del poder de un modo que no escatima los virajes bruscos ni los gestos televisivos de ocasión, qué de estos rufianes que con tal de remover a un gobernador no dudaron en abrirle la cabeza a un policía a punta de pala.
Le pediría al dramaturgo de este sainete que quiera tener a bien prodigarnos algo de moderación. Pido mucho, ya lo sé, pero es que me duele la panza de la risa: la investigación del espionaje estará a cargo del vicealmirante Benito Italo Rotolo.

Muera el perro/8

:: Poluciones diurnas _ Kaputt ::
:: Sobre El Quijote _ Apostillas literarias ::
:: Un muerto encierras _ Apirronarse ::
:: Paciencia china _ El bosque de los signos ::
:: Le regalo mi regalo _ Plaza Constitución ::
:: Rescate emotivo _ El arcón de Pan y Circo ::
:: Me he perdido muchas veces _ Humo de Damasco ::
:: They live by night _ Kurupí ::

18.3.06

De spammers voluntarios y no tanto

Ayer o antes de ayer recibí en mi bandeja de entrada de yahoo un correo calificable como spam que se titulaba algo así como "Le estampamos lo que quiera". De inmediato le respondí una previsible grosería, algo que no forma parte de mi estilo epistolar pero el asunto es que estaba esperando no sin ansiedad una carta en particular.
El spammer me respondió, pero antes de leer su contestación (que no alcanzo siquiera a imaginar en qué términos vendría redactada) procedí a oprimir el comando "esto es spam" lo que, por un lado borra ese envío y por el otro condena a los correos ulteriores por parte de ese remitente a una carpeta que nunca leo.
Pues bien: hoy lamentaba el apuro que me impidió saber qué diría este sujeto y me hice ilusión de encontrar algo suyo en la mentada carpeta y honda fue mi sorpresa cuando encontré, ya por la cuarta página de correo no deseado, la respuesta de un querido amigo que estuve esperando durante largas semanas, la que, además, contenía un convite para escribir en un diario de provincias.
Así que aprovecho la ocasión para agradecerle al spammer de los estampados y, ya que agregar no cuesta nada, doy las gracias por anticipado al militante de cierta novísima línea del justicialismo que me ha homenajeado con un correo en el que me comenta se candidatea a presidente y arguye una larga promesa de reforma democrática que tampoco me tomé el trabajo de repasar.
Otras direcciones incluidas en este correo me resultaron familiares y me permití colegir que, si este buen hombre se ha dado ese permiso, es porque lee -y por lo visto, bastante mal- este weblog.
Amigo desconocido: no haga caso a lo que dice mi ficha de afiliación. Apelaré, de nuevo, a cierto artificio que me enseñaron a recitar cuando era muy chico y alguien me preguntaba por mi simpatía futbolística: yo soy de papá y mamá, decía como un loro. Eso mismo podría decir respecto de mis convicciones políticas, deportivas, literarias, musicales y un largo etcétera.
De modo que le imploro no me atosigue, que soy de enojarme rápido.

Caramba

Tenía ganas de escribir para Kaputt algo sobre la boca de Angelina Jolie pero esta nota de Massei acaba de recordarme una vieja promesa.

17.3.06

Escribir con una goma de borrar

Salimos a las apuradas. Es ganar de prepo el relojito fichador nuevo (que está programado para ponerte falta si llegás después de las siete y media; acabo de comprobarlo apenas anteayer), lo que ha implicado antes desenvainar la billetera, el portadocumentos o dondemierdaunoquiera haber metido la putísima tarjeta, que sale más cara que tu vida, ésta, la miserable, y la próxima, en la que perecerás víctima de la fiebre amarilla o de cualquier color que te guste.
No, no miro tele. No tengo aparato y si lo tuviera no sé si me daría el cuero para pagar lo que cobran para ver esos canales inmundos, que te pasás una hora, dos, seis, saltando de aquí para allá, armándote un programa a medida con cada retazo de bizarría que te haya arrancado una sonrisa o a vos mismo con un tarascón de sublimalia.
No miro tele; básicamente porque soy pobre y no puedo elegir, pero si pudiera elegir, trataría de no ser pobre.
Yo sí miro, cuando le escapo a la sobremesa, me dice Vicente, y apuramos la marcha para primerear en la fila del bondi y ganar asiento, es que los pibes son absorbentes y uno es el padre y no se puede hacer el boludo, pero tendrías que mirar tevé (no sé por qué dice tevé), no es tan mala como andan diciendo.
Puede ser, digo, mientras me saco los pelos que se me vienen a la cara por culpa del viento choto que me trae nostalgias del barrilete atado con hilo de tanza. Igual, no es para cualquiera el barrilete, me dice Vicente, acaso recordando sus tiempos de purrete en Ramos, yo hice la prueba con uno de mis pibes, todo sea por la imagen paterna, pero esas porquerías de plástico no se la bancan. No me acuerdo mucho cómo era, le digo, sólo de la canchita que estaba al lado de los bomberos, que nos gustaba porque era casi el campo y no había cables así que le podíamos dar cuerda hasta que no quedase nada en el carretel.
En esa época, de esto sí me acuerdo bien, sólo veíamos atecé. Estaba bueno el kenia sharp club, al menos eso decían mis amigos porque a mí me mandaban temprano al sobre y sólo pude ver una teta por la tele algún sábado en la función privada de Morreti y Berulli, te acordarás, se la pasaban escabiando las cuatro horas que duraba el programa.
Sí, te das cuenta?, ahora es diferente, yo pago el abono de mierda tenés como ochenta canales, que es lo mismo que pasa con la música, que en un disco ahora te entran ciento veinte canciones y por un lado somos menos exigente y grabás cualquier cosa y de todos modos cuando querés escuchar algo nada te convence. Y con internet, con los libros y con las películas.
Sí, le digo, y me quedo pensando que este fin de semana voy a meditar sobre eso de escribir con una goma de borrar. Uno debería escribir con el cuidado de saber que con ese acto desaloja algo que está escrito de antemano. Entonces no cabría otra posibilidad que guardar una pizca de decoro.

Borrar el camelo

No quiero ver el nombre del firmante pero ya me lo imagino: el estilo determina el carácter repetitivo, casi metódico, de ciertos errores, recaudo éste que se ha visto facilitado sobremanera por los instrumentos de procesamiento electrónico (word y su corrector carente de malicia me han condenado a escribir siempre en wordpad; de la pesadilla de excel y la posibilidad de estirar un erro hasta el confín del universo, sin embargo, no he podido abstraerme).
Pero estoy frente a un documento público. Decenas y decenas de hojas, cada una firmada, sellada, foliada e inexorablemente equivocada y yo, operario anónimo afectado a la función revisora, descubro un error en la primera foja y sé que no tiene caso practicar mayores indagaciones: el mismo fallo se repetirá y más hasta ponerme al borde la histeria.
Pincelito húmedo del líquido blanco en la mano y una sobredosis de paciencia para que todo se seque rápido y de una vez caerle encima con una anotación más ajustada, pero la batalla es desigual. Mi grafía se empantana en las arenas pegajosas. La lapicera carga consigo la huella blanca y cada letra, cada número, cuesta un poco más que el anterior.
Esto es lo más parecido a aquello de "maestro, esto es una carta escrita con una goma de borrar".
Un pequeño tutorial sobre Writely en Libro de Notas.

Por lo que acabo de chequear, so pretexto de su mudanza al imperio google, no están procesando nuevas registraciones, así que será cuestión de armarse de paciencia en la lista de espera.

16.3.06

Ojo al parche

Así las cosas, mis queridos amigos.
A veces la pobreza a la que parecemos condenados los países periféricos -que tanto nos hace renegar cuando roza el imposible mejorar el pan nuestro de cada día o comprarnos una camisa a la última moda- nos pone al cuidado de ciertos engaños, no porque falte esa voluntad de engaño, sino sencillamente porque somos pobres y por ello consumidores poco interesantes.
Otro sería el cantar si nos fuera un poco mejor. Y si no echen un vistazo al culebrón que se ha desatado en la madre patria por culpa del pomposo lanzamiento de un directorio (sí, otro más) de bitácoras.
Sé que es bastante largo para leer pero me permito sugerirles que no se dejen amedrentar por la longitud. Después de todo, quién sabe, quizá en algún momento un coletazo de estas movidas publicitarias nos toque a nosotros. Excepto que demos por buena la opereta Casciari. En tal caso, ya hemos estado al alcance de este tipo de fraudes.

Pizpeen acá y acá y si tienen ganas me cuentan.

Root

Ayer a la tarde me compré la ñandú.
El solo hecho de ver a Juan Hellmann´s en la tapa me daba sueño y precisamente lo que yo necesitaba era dormir. Pero oh sorpresa, venía con un suplemento de cultura chubutense (y nadie me avisó, cabrones). Para realzar la nota de color local, ni se tomaron el trabajo de enviar a periodista alguno: dejaron todo en manos del mismo corresponsal que se ocupa del cotilleo político y de las crónicas policiales. Este, a su vez, no iba a desechar la ocasión de mandar su bocadillo y, de paso, invitó a un par de amigos.
Lo más destacable es la hermosa foto de contratapa.
En este punto Clarín no difiere de Perfil. Uno y otro hacen su aporte a la ignorancia general, pero mientras Clarín tiene el buen gusto de llenar el espacio con avisos publicitarios, Perfil difunde el pensamiento todoterreno de polemistas de cafetín.

Por la noche tuve pesadillas. En un momento, me encontraba en un local de entretenimiento nocturno junto a otros borregos de mi misma edad. Una redada policial, todos contra la pared, control de alcolemia. Vos andá, me dice un cana, pero no manejes. Llego a casa. Hay cartas documento por todas partes.

Debería leer La interpretación de los sueños de Freud, de quien tengo una versión digital de sus obras completas que pesa 13 megabytes, otra que 2666 de Bolaño.

Por la mañana, ya en mi trabajo, me despierto sobresaltado al pasar al lado de un compañero. Me doy vuelta para mirarlo y me quedo pensando en la colonia espantosa que se ha puesto. Huele a Crandall o incluso a algo más barato. Al rato lo escucho charlar con alguien. Tiene la lengua pastosa. Ese alguien arruga la nariz. La arruga se multiplica cuando mi compañero tose. Cerca del mediodía, se desvanece el frío matinal. El tipo ya está un poco desaliñado y no es sencillo entender qué es lo que dice. Busca un expediente y por alguna razón menciona que está deshilachado. ¿El? ¿el expediente? ¿qué cosa? Otro contiene la risa. Yo me pregunto cómo es que nadie le pide que vuelva a su casa. Me dicen que eso no es posible. Alguien tiene que asistir al asesor legal hoy que las ausencias en su plantilla lo han dejado solo.

El camelo del borrado

¿A quién se le ocurrió el camelo de las gomas para borrar tinta? Las gomas nunca sirvieron para borrar nada que no fuera lápiz y eso a costa de llenar la hoja de esas partículas que tanto costaba despegar.
Sin embargo, la mayoría de las gomas que yo conocí venían provistas de esa mitad inútil, azul en el caso de las regordetas, gris oscuro en el de las más estilizadas, que estaba condenado a mudar su inmortalidad al tacho de basura.
Ahora es el tiempo del liquid paper, un engendro venenoso que pinta de un blanco pegajoso la superficie a borrar y el peligro de intoxicación ha sustituido a la posibilidad de la hoja rota por el esfuerzo inútil.
Hay quien le llama corrector (lo que se emparenta con esa línea de bautismo oficinesco que ha llamado resaltador al fibrón de tinta clara y marcador al de tinta oscura), pero no falta quien lo conoce como mágico.
Lo conozco en dos versiones. La una es en formato lápiz y yo nunca he acertado la presión justa para borrar lo que pretendo. Además, está una dificultad que me incumbe a mí y a todos los que padecen una caligrafía desapegada: se requiere de suma precisión para volver a transitar el camino del trazo original. La otra se compone de un mecanismo desmontable tal que, por un lado está el frasquito que porta el líquido, y por el otro una tapa provista de un pincelito que, munido de la leve humedad que le otorga el frasco en todo momento anterior a su apertura, se aplica sobre la superficie a blanquear.
El resultado inexorable es el pegote aquí, en el papel que quiero depurar de errores, y allí, en el frasco. Es que en la medida que va acumulando centimetraje de borrado, las hebras del pincelito se quedan con toda la suciedad habida en el papel.

15.3.06

Spy


Una vez, en mis tiempos de vida licenciosa, aproveché los bríos de una borrachera que habían calado hondo en mis compañeros de juerga y metí mano en la cartera de una desconocida. En esa ocasión necesité de una complicidad femenina. A mi compañera en la hazaña no le caía del todo bien esa morocha rotunda que coqueteaba con su primo y se dejaba abrazar por todos. La comprendo perfectamente: la falda que llevaba era de escándalo.
No encontramos nada de otro mundo ni mucho menos.
Curiosamente, por aquellos días también espié una correspondencia que no era dirigida a mí sino a un amigo con el que emprendíamos un proyecto ambicioso que se esfumó al cabo de un año.
Esa vez, él me había invitado a paliar mis horas de aburrimiento con algunos correos que tenía impresos. Tonterías que se pretenden cómicas de esas que a carradas transitan por la web. Para mi sorpresa, entre los destinatarios del reenvío estaba yo mismo, sólo que a mi dirección electrónica le sobraba un punto ar.
La curiosidad me llevó a la carpeta Enviados de Outolook express y entre tantos correos estúpidos di con uno que resultó un guadañazo que me despojó de la piel y buena parte de mis vísceras. Una amiga incapaz de seguirme en el derrotero que me llevó a cambiar seis veces de domicilio en un breve lapso le contaba a mi camarada su preocupación por mí.
Ella no lo conocía. El no le respondió y tan sólo cumplió con el reenvío a mi domicilio fantasma. Che, me llegó esto de una mina, ¿la conocés?, escribió con alguna molestia.
La breve carta estaba escrita toda en mayúsculas y alternaba el vos con el usted. ¿Sintió alguna vez que un amigo al que querés mucho y pasa el tiempo sin saber nada? Es horrible.
El sábado siguiente, creo recordarlo, no tuve piedad de mí ni de la morocha rotunda.

Los vengadores del olvido

“Yo creo que ayer el ventisquero se cobró muchos años de olvido: ‘Ah, ahora me vienen a ver, que soy atracción’, y explotó cuando no había nadie. Tuvo una actitud casi humana.”
(Del presidente Néstor Kirchner en la Casa Rosada, al comentar la “decisión” del glaciar Perito Moreno de romper a las 22.55 del lunes, cuando la oscuridad impedía ver el espectáculo.)

"Hagamos sentir el poder de consumo de los argentinos. Que no somos más tontos. Estamos dispuestos a que las cosas se equilibren. Que bajen sí o sí los precios
Compren menos carne si no bajan el precio. No por culpa de los carniceros, que no tiene nada que ver con este tema. Ya sabemos bien quiénes son los responsables. Sabemos que son ustedes, señores consignatarios."
(Sobre el aumento del precio de la carne)

Por fortuna ya a la inflación no se le llama "aumento del costo de vida", sino el razonamiento sería: ¿está cara la vida? No viva más. Dejemos de vivir por un tiempo hasta que demostremos que los seres vivos somos la vida y no la oligarquía, los mercados concentrados, qué es esto de pretender enchufarnos por verdad el libre juego de la oferta y la demanda, basta de especulación, matémonos todos.

Eso también me recordó al año 96 ó 97. Yo era tan feliz que no escribía así que disculpen la imprecisión en las fechas.
La ingeniera Pérez, directora del servicio de aguas de la cooperativa eléctrica, de consumo y vivienda (conocida entre nosotros como "la cooperativa") pedía los micrófonos para llamar a la solidaridad vecinal. Se dirigía a la audiencia para rogarle que se abstuvieran de realizar deposiciones sólidas o, ante la imposibilidad de tal abstención, que no tirasen la cadena.
La ciudad llevaba un par de días sin agua potable y todo hacía indicar que las cosas no volverían a la normalidad en breve. Las intensas lluvias verificadas río arriba aumentaban sin solución la turbiedad de las aguas y los equipos de la planta potabilizadora se veían impedidos de trabajar.

El agua que faltaba en nuestros tanques anegaba todo el bajo y una buena parte del centro de la ciudad. Una precipitación de 240 milímetros en poco más de un día (en esta zona esa es la medida anual) había jaqueado el sistema de desagües. Por supuesto que esto era una situación extraordinaria pero todo peatón sabe que en Trelew llueven diez minutos seguidos y se verá compelido a mostrar sus habilidades para el salto en largo.
Por la noche el agua había quebrado la resistencia de un terraplén y arremetido con furia contra los monoblocks del barrio Constitución. Se mencionaron inminentes derrumbes aunque a la fecha todo sigue allí.
El sur de la ciudad, poco después, recibiría esa agua y entretanto cruzaba los dedos para que no se salga de cauce el río que, al decir de los lugareños, "venía a pelo de barda", esto es: un centímetro más, y a la puta calle que ya tenía caudal suficiente como para que los vecinos de barrios omo La Caja, Padre Juan y Villa Italia (y los inadaptados de otros) mostrasen su destreza en el canotaje.
El río a veces se toma revancha de esta ciudad que lo desprecia. Se da una vuelta por la zona comercial y escupe las vidrieras. Sabe que aquí puede obrar con toda impunidad. El desarrollo urbano a la bartola ha determinado que los primeros en inundarse sean los ricos.

El presidente, entre tanto, piensa que atañe a la humanidad toda una actitud -el revanchismo- que es profundamente argentina. Casi diría peronista.

14.3.06

Zoomática

No sé que rama de la zoología se encargue de ellos ni me tomaré el trabajo de averiguarlo, pero creo que la especie de los informáticos merece que la ciencia se ocupe de ellos a la brevedad y en profundidad.
Urge la aparición de alguien que haga las veces de médium o traductor porque ni la gente común entiende lo que dicen, lo que hacen o lo que dejan de hacer ni ellos dan la menor señal de entender lo que se les pide.
Antes de que algún damnificado se queje, quiero aclarar que distingo perfectamente entre un diseñador de software, un webmaster, un vendedor de equipos o un mecánico pero, cada cual a su modo, son capaces de sacar de quicio a cualquier persona normal.
Pongamos por caso que quiero un sistema contable. Bien: cualquiera sea el que pida, necesitaré un equipo nuevo porque nada es compatible con nada. Pongamos que logro comprar sistema por un lado y equipo por otro, ¡lo que hay que transpirar para que ande! ¿Y si por necesidades operativas debiera incorporar nuevas terminales para procesar información? Sí, cómo no, es otro precio. Hay que desmontar la red que hasta ayer anduvo perfectamente y suspender un par de días las actividades hasta que todo queda enchufado. Bueno, tal vez un par de días más si apenas retirado el informático, el servidor deja de responder a los mandos naturales. De nuevo echar mano, comprar más insumos, oírles los disparates que tienen por diagnóstico que podrían tranquilamente dar lugar a una literatura sui generis si es que uno se tomase el trabajo de anotar lo que dicen. Sí, un buen día anda el sistema contable, pero ni se te ocurra usar algún programa como Excel o Access. La máquina se cuelga. Ya no sólo no andan los utilitarios sino que se mancó el sistema contable y, previsiblemente, las necesidades operativas por el inminente cierre de balance nos ponen al borde de la histeria. Bien, ahora anda, pero si quiero mandar a imprimir desde esta máquina a la impresora que está instalada en aquella otra, pum, se apaga. Es un problema de la red. Sí, me lo imaginaba. Lo que te está fallando, dice poco después el tipo lo más pancho, es la placa de video, andá consiguiendo una. ¿Qué? Si lo que no puedo es imprimir. Vos dejame a mí. Y uno lo deja que haga y al rato te dice: no puedo entrar en modo a prueba de fallos. Claro, dice uno mientras para evitar la tentación de escupirle la nariz se retira a preparar unos mates. A la vuelta informa: vas a ver un poco más grande los iconos, tuve que cambiar la configuración. Perfecto, le decís vos, ya resignado. Buscate un monitor que este está cagado. ¿Sí?, ¿pero puedo mandar a imprimir? Vos dejame a mí que ahora estoy viendo el asunto del monitor, pero mañana vengo y me siento todo el día con esta, dice. ¿Mañana? ¿Todo el día? Pero si el único problema era no poder imprimir y eso se arregla moviendo archivos con diskette. Sí, pero es que ahora no prende bien.
Y uno sabe de antemano que mañana no va a venir porque en realidad a esta hora él trabaja en otro ministerio y esto que tiene con nosotros es una beca: hace facturar a su esposa que no debe saber cómo funciona una cafetera y se lleva unos pesos más a cambio de pegarse una vuelta una vez a la semana, cruzando los dedos para que no lo retengan más de lo necesario en cada oficina.
Che, por esto no lo viste a Mauricio, dice con el picaporte en la mano. Y uno lo mira en silencio y recuerda a Mauricio, que es nuestro informático residente.
Por verle el lado bueno a las cosas, hay que decir que desde que el es personal estable, casi todos los equipos han incorporado grabadora de CD. Es que a los seis meses de trabajo, y después de haber perdido para siempre la información contenida en seis máquinas aprendió la importancia del backup, pero eso no es nada. Ahora le dio por aprender a arreglar impresoras. Ya rompió dos viejas y una flamante.
No, no, Mauricio ahora trabaja de cadete, hay que decirle. A ver si le da alguna cosquilla.

13.3.06

Saudade

Si cuando yo era chico se estilaba que los bebés dijesen, inmediatamente después de las consabidas aproximaciones a mamá y papá, la enigmática palabra "ajó", yo decía "ajojó".
Cada vez que les da por repasar mis tiempos de niño caprichoso, mis padres recuerdan esas caminatas que me gustaba dejar truncas. Me quedaba firme en un sitio y decía "y entonces...", lo que posiblemente fuese seguido de una reprimenda y mi llanto, aunque estos términos bien podrían trocar su orden. Veintipico de años después, como si lo supiera de otra vida, mi pitonisa me ha dicho que soy de naturaleza ergotista.
Sin embargo, ayer me han preguntado: "cuándo venís" y por arte de magia se me acabaron los excesos y los silogismos.

Y esta es la entrada número seiscientos de este bloguito. Brindo por mí.

écrasons l'infâme

El domingo que ha pasado nuestro contratapista de cabecera nos ha dejado no una perla sino un collar entero. Cito la instancia culminante de su intervención:
“Si, después de tantos años, el silencio público se ha roto, y pareciera que la verdad va alguna vez a salir a la luz y la Justicia a ejercerse, es en buena medida por el testimonio y la lucha de los sobrevivientes y de los familiares de las víctimas. Lo mismo ocurrió con las Madres y las Abuelas en la Argentina. Son muy pocos los que pueden caer en la resignación y en las trampas del poder cuando los que mueren por su maldad o su desidia llevan la misma sangre (sic). Por ese mismo principio, que excede largamente la política pero convoca al respeto y confiere autoridad moral, fue destituido Aníbal Ibarra, jefe de gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.”
Si cotejamos este retazo con el mensaje que pretendió dar Ibarra fotografiándose con Estela de Carlotto, líder de Abuelas de Plaza de Mayo, en esa marcha en la que desnudó su último manotazo de ahogado, comprobamos que un mismo estandarte puede ser usado con finalidades por entero antagónicas, lo que ilustra la transversalidad de la estupidez.
Traer a cuento una tragedia mexicana (de eso versaron tres cuartas partes del artículo) como si en nuestra historia reciente y no tanto no estuviésemos signados por la proliferación de las barbaridades que ha hecho el poder para quitarse de encima a los elementos que le resultasen molestos es, por lo menos, un acto de miopía, cuando no de llana cobardía.
¿Cuánta es la autoridad moral de esa facción de familiares de las víctimas que llevó las amenazas a los legisladores al foco mismo de las cámaras de la prensa? ¿o cuál era el velado significado de ese dedo trazando una línea por el cuello? ¿qué tanto cambió para que el juicio dejara de parecerles un circo sólo un par de días después de tamaña marejada de sospechas?
A los legisladores les cupo lo de siempre: delimitar el interés público, y esta vez creyeron pertinente, al menos desde la apariencia, darle luz verde al reclamo del capitán de un barco que más temprano que tarde acabará por hundirse. Echemos al mar aquello que no sea imprescindible y Aníbal revista en esa categoría. Carece de un sustento político que lo haga un bicho atractivo a la hora de aglutinar voluntades para el proyecto hegemónico.
Otro sería el cantar si, en la ciudad de Buenos Aires como en otras jurisdicciones del país, un triunfo electoral garantizase una robusta mayoría legislativa. Sólo por citar casos patagónicos vale señalar que en Santa Cruz la oposición ostenta 4 de las 30 bancas del parlamento, que en Chubut el que gana se lleva 16 de 27, y que en Río Negro, a pesar de lo estrecho del triunfo radical, el gobernador también cuenta con una cómoda mayoría.
Con armados políticos de ese calibre, no resulta complejo comprender por qué las malas gestiones no pagan costos políticos a pesar de que haya un clamor popular en sentido contrario.
Lo demás es parte del mismo simplismo maniqueo que condena a los ganaderos por la escasez de vacas como si todavía no nos hubiésemos despertado del sueño de la riqueza perpetua.
O a Cecilia Pando por el delito de opinar. Ya sé que dice sólo estupideces, pero si verdaderamente comete apología del delito por qué no la llevan a tribunales y se dejan de joder. O acaso su esposo está imputado en alguna causa referida a los abusos de la dictadura militar. Creo que si así fuera, ningún diario oficialista le escatimaría su portada. ¿Y entonces por qué su pase a retiro? ¿no marca el paso en los desfiles? ¿no tiene los borceguíes bien lustrados?
O al idiota que le secuestraron el vehículo por deberle 15 mil pesos al fisco. Esa puesta en escena, además de aplicar una medida de dudosa constitucionalidad, pretende mostrar que el estado en verdad persigue a los evasores. Por supuesto que nadie dirá que sólo el mandamás de la administración federal impositiva tiene acceso a los legajos de los 500 principales contribuyentes al tesoro público y que difícilmente se dé la ocasión de que les incauten bien alguno, como no sea una contribución simbólica para que el robo no sea tan descarado.
Y así. Donde uno ponga la vista hay una estafa a ese elemento que por su intangibilidad se presta tanto al manoseo como es el interés público y constituye un verdadero insulto a la inteligencia de una persona con mediana instrucción que con palabras que se florean las unas a las otras y citas vacías de todo tino quieran convencernos de lo contrario.

Del otoño como una avalancha

Algún día ejecutaré una decisión que llevo meditando muchos años ya. Seré buena persona, qué tanto. Después de todo quién es el que sale perjudicado por mi maldita costumbre de saludar sólo a aquellas personas que me caen en gracia, que en general son tan ratas como yo y lejos están de ostentar alguna ventaja que pueda a mí tocarme en suerte, sea por vecindad, sea por derrame.
Para ese día tengo algo reservado, algo muy especial, ya lo verán.
Dejaré a un costado, aunque de sobra lo merezca, el desprecio que ayer y hoy profesé por Goyo. Buen tipo, al menos según lo que me contaban las malas lenguas en los tiempos en que prestaba servicios en otra parte. Y de esa otra parte me llegaban malos comentarios del tipo "si allá lo quieren tanto, por qué no se lo llevan".
En mi inocencia, siempre creí que a los tipos no queridos pronto les daban el olivo, pero cuando me convertí en traidor, y de esto no hace tanto, comprobé que precisamente por esa causa seguiría yo ganándome el sustento.
Hasta que un buen día lo mandaron con nosotros. Ya pisaba los sesenta y de él se decían una sarta de barbaridades, una menos creíble que la otra. La que más he disfrutado es una que le atribuyen haber estudiado junto a su única hija, todas y cada una de las asignaturas de una carrera de aquellas. Sólo faltó que se presentase él mismo a los exámenes y que lo calificarán con las notas más destacadas. En una de esas, y si tocaba año par, se llevaba la medalla de oro.
Yo sé que eso es una mentira del tamaño del glaciar Perito Moreno (4 kilómetros de frente por 30 de fondo) porque nadie, absolutamente nadie lee a Popper si no tiene a la vista un examen. Y a veces ni así.
Ya entre nosotros, me acostumbré a verlo deambular en los pasillos con gesto desorientado, como si no se acostumbrase a este conventillo devenido templo laberintíco de oficinas, siempre con el suéter sobre los hombros aunque afuera hiciese un calor que jaqueara la solidez del pavimento y si nunca lo saludé es por ese único motivo: nunca saludaría a un señor que se pasee con el suéter sobre los hombros sin tomar la precaución de reunir los extremos sobre el pecho, no con un nudo, sino tejiendo esa alianza que se estila con las medias para no perder el par, que es lo que yo hago y cualquier persona civilizada.
Hoy que ya es otoño, y por primera vez lo he visto con el suéter puesto conforme a las generales de la ley, pude haberlo saludado, pero algo me detuvo, no sé bien qué pero todos los dedos índices señalan a un capricho de adolescente.
Sin embargo, puede que mañana lo salude. Necesito probarme a mí mismo que puedo ser bueno.

Muera el perro/7


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12.3.06

Los otros ojos

La modificación en el diseño de uno de los sitios de internet de los que me declaro apasionado visitante desnudó una miopía que por acostumbrada no me resultó menos molesta.
Como miope congénito, podrán imaginarse que ya tengo mi mente entrenada para ejercer con descaro la imaginación que viene a completar los cuadros que la vista me niega, pero a veces no puedo resistir la tentación de ver la vida con los ojos de los otros.
Así las cosas, harto ya de Microsoft Internet Explorer 5.0, me pasé a Mozilla Firefox 1.5.0 y descubrí que hay muchos jardines que son distintos a lo que yo había visto e incluso imaginado y me dio por pensar que en el mundo que viene, que por desgracia es este mismo que a mí me toma a contrapié, envejecerán menos las cosas que el modo en que miramos. Y esto que me ha ocurrido a mí, que del otro lado del mostrador obliga a los diagramadores web a insertar códigos fantasmas para los daltónicos de la era digital, apenas si denuncia la venida de ese temible futuro.

10.3.06

Inconciente Argentino

El amigo Diego Grillo Trubba me informa que ya está en la calle el primer número de Inconciente Argentino, una revista en la que toma parte e incluirá, por episodios, su nueva novela.
Así que tengan a bien darse por convidados y vayan desde este rincón del mundo mis augurios de larga y provechosa vida al emprendimiento.