Jade May Hoey

1974-2004

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1.12.05

La madrina de Emir

Nunca quise saber nada de él, pero así suelen darse estas cosas.
Hace algunos años, puesto a buscar en internet material acerca de Felisberto Hernández, me tropecé con una referencia crítica de parte de Emir Rodríguez Monegal que me hizo odiarlo. A secas. Sin darle posibilidad de revancha. Ni sus fervorosos instigadores podían rescatar a Felisberto de la aflicción que le había propinado el bueno de Emir, aflicción que no obstaba a su deseo de cagarlo a trompadas apenas lo tuviera a su alcance. Supe además que tal deseo era irrealizable. La diferencia física lo perjudicaba bastante.
Prestando más detenimiento a otros trabajos de Rodríguez Monegal se me ocurrió que aquella crítica, --sobre la que volvería más adelante para ubicarla en una época en que estaba fascinado por Freud-- era un accidente que puede sucederle a cualquier sujeto dedicado a la crítica profesional. Los escritores, en general, sólo hacen uso de la crítica para posicionar su obra y en ese sentido es mejor omitir nombres propios. Los hay leales y de los otros. Los críticos puros, los de la raza de Emir, se parecen más a los árbitros de fútbol: son un mal necesario para dirimir contiendas pero cuanto más lejos de pegarle a la pelota, mucho mejor.
Algunos años antes había caido en mis manos un libro de Onetti, que se jactaba de contener sus cuentos completos. Lo leí casi todo y por orden creciente de extensión. Francamente no pude acomodarme a su morbidez, a los retazos que no parecían de un mismo género. Me aburrí y lo dejé.
Hoy por la mañana, por esos azares que tiene la blogósfera, encontré un sitio en el que se recoge una enorme cantidad de artículos de Rodríguez Monegal y me distraje por completo del cometido de escribir aunque más no fuera el párrafo diario. El hallazgo no es casual. Un par de semanas llevo tratando de reconciliarme con Onetti y no pudo ocurrirme nada mejor que encontrar este enjambre de sueltos, entre los que me conmovieron un extenso prólogo de Emir a la obra completa de Onetti, un par de entrevistas y hasta un par de lecturas apresuradas del in progress onettiano que, a la luz del todo, dan un poco de risa. En realidad el choque de potencias es desopilante. El escritor, a mitad de camino de su obra, está a la defensiva respecto de un crítico que no puede con su genio y, amparado por la amistad y toda su lucidez puesta al servicio de leer, ataca de frente y de costado con tal de alambrar Santa María con Larsen y Henry James dentro. Veamos:

ERM: ¿Qué tiene de malo que aparezca el lenguaje? Siempre se va a terminar en el lenguaje, por donde empieza todo.
JCO: Mirá, lo que yo veo es terrorífico.
Terrorífico el mal que hace, por ejemplo, Cortázar, o por ejemplo, Sarduy, o por ejemplo Rodríguez Monegal, así por afincarse en el lenguaje como en la piedra angular de la novela. Mirá, cuando estuve en Venezuela hace dos años me dijeron que en una conferencia vos habías dicho allí que el personaje de la novela del futuro iba a ser el lenguaje. Y como me preguntaron si yo estaba de acuerdo o no con eso, les contesté que no totalmente, que creía que la novela del futuro debe tener como personaje al punto y coma. Claro, mi contestación era un malentendido, o una broma.
ERM: [...] Cuando se refiere uno al lenguaje de un escritor, hay que distinguir entre el lenguaje común, que es de todos, y el lenguaje de él. Los lingüistas establece la diferencia entre lenguaje (de todos) y habla (del escritor). Habría que establecer entonces una serie. Tu personaje del boliche usa el lenguaje común de su clase y su lugar; El Hachero, o Peloduro, o tú, cuando los imitas como en esta anécdota del niño enfermo, usan el lenguaje común, pero conscientemente, con una función levemente (o fuertememte) paródica; Borges, o tú, cuando escribís como Juan Carlos Onetti, usan una habla propia. De manera que si hablamos del lenguaje en la nueva novela, tanto Cortázar, como Sarduy, como yo, hablamos de todo eso que es la suma del habla de cada uno de los escritores principales, lo que compone un "lenguaje" de la novela latinoamericana de hoy. En ese sentido, tú no sólo tenés un habla particular tuya como escritor, sino que eres uno de los maestros del lenguaje de la nueva novela. O sea que tenemos dos ideas complementarias pero distintas: la del lenguaje como sistema total de un idioma, que corresponde analizar a los lingüistas, y la del lenguaje como sistema particular de un escritor, o de un género entero, que corresponde a los críticos literarios.
JCO: Es muy complicado todo eso. [...] No sé, tal vez tengas razón. De todos modos, no tiene nada que ver con lo que yo pienso, o hago. En el fondo, nunca entiendo a los críticos, ni me importa entenderlos. Eso te lo digo con el mayor respeto.
ERM: ¿Respeto? Tu madrina.



Si después de esto, aún le queda al amigo lector alguna picazón, hace click acá y se da el saque que yo me di. Cumplido lo cual, si tiene ganas, me cuenta.

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