La madrina de Emir
Nunca quise saber nada de él, pero así suelen darse estas cosas. Hace algunos años, puesto a buscar en internet material acerca de Felisberto Hernández, me tropecé con una referencia crítica de parte de Emir Rodríguez Monegal que me hizo odiarlo. A secas. Sin darle posibilidad de revancha. Ni sus fervorosos instigadores podían rescatar a Felisberto de la aflicción que le había propinado el bueno de Emir, aflicción que no obstaba a su deseo de cagarlo a trompadas apenas lo tuviera a su alcance. Supe además que tal deseo era irrealizable. La diferencia física lo perjudicaba bastante. Prestando más detenimiento a otros trabajos de Rodríguez Monegal se me ocurrió que aquella crítica, --sobre la que volvería más adelante para ubicarla en una época en que estaba fascinado por Freud-- era un accidente que puede sucederle a cualquier sujeto dedicado a la crítica profesional. Los escritores, en general, sólo hacen uso de la crítica para posicionar su obra y en ese sentido es mejor omitir nombres propios. Los hay leales y de los otros. Los críticos puros, los de la raza de Emir, se parecen más a los árbitros de fútbol: son un mal necesario para dirimir contiendas pero cuanto más lejos de pegarle a la pelota, mucho mejor. Algunos años antes había caido en mis manos un libro de Onetti, que se jactaba de contener sus cuentos completos. Lo leí casi todo y por orden creciente de extensión. Francamente no pude acomodarme a su morbidez, a los retazos que no parecían de un mismo género. Me aburrí y lo dejé. Hoy por la mañana, por esos azares que tiene la blogósfera, encontré un sitio en el que se recoge una enorme cantidad de artículos de Rodríguez Monegal y me distraje por completo del cometido de escribir aunque más no fuera el párrafo diario. El hallazgo no es casual. Un par de semanas llevo tratando de reconciliarme con Onetti y no pudo ocurrirme nada mejor que encontrar este enjambre de sueltos, entre los que me conmovieron un extenso prólogo de Emir a la obra completa de Onetti, un par de entrevistas y hasta un par de lecturas apresuradas del in progress onettiano que, a la luz del todo, dan un poco de risa. En realidad el choque de potencias es desopilante. El escritor, a mitad de camino de su obra, está a la defensiva respecto de un crítico que no puede con su genio y, amparado por la amistad y toda su lucidez puesta al servicio de leer, ataca de frente y de costado con tal de alambrar Santa María con Larsen y Henry James dentro. Veamos:
Si después de esto, aún le queda al amigo lector alguna picazón, hace click acá y se da el saque que yo me di. Cumplido lo cual, si tiene ganas, me cuenta. |
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