Jade May Hoey

1974-2004

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31.7.06

Rico sabor

Allá por los dulces años ochenta, había una canción maravillosa -tal vez fuese de Adrián Abonizio pero de eso no estoy muy seguro- que decía algo así como
curarme
sólo le dio sabor
rico sabor
a la locura

Hoy pensé un buen rato en el triste final de la banda de Carlos Solari, esos que en los shows gritaban consignas necrófilas contra Gustavo Cerati y terminaron haciendo una payasada indigerible con samplers y toda esa parafernalia que antes les parecía careta, parte del establishment y no sé qué otras tonterías. Y la tristeza no es de ellos sino de los que hoy padecemos la escucha de la explosión ricotera: hay ricota por todos lados. Se llaman Pier, Callejeros, Jóvenes no sé qué pindonga, Cachangos Malhechores, Defecación Brutal, Amor Ovino. Todo es esa misma porquería.

Así, en el contexto insoportable de bandas y asociaciones ilícitas que perpetran rockitos cuadrados que celebran el rock, las zapatillas topper, la vagancia, la frula, la droga, la falopa, el caño, la yerba, la pasta, aquél pequeño destello de poesía vale tanto como una cantimplora llena en medio del desierto.

30.7.06

De Israel con amor


En Kaputt de hoy un texto imprescindible de Bardamu sobre el conflicto Oriente Próximo.
El desgarrador testimonio fotográfico es gentileza de Santos y Demonios.

A la hora de la milonga

Acabo de recordarla. No sé por qué. Sí sé por qué. Es domingo. Son casi las siete de la tarde.

Cuando la conocí no pensé que estuviese a las puertas de algo digno de ser recordado en el futuro más que como una experiencia desagradable, de las tantas que uno tiene que soportar en ambientes hostiles y por lo común echa en el incinerador y a otra cosa. Pero inesperadamente, no sé bien por qué razones, sí que las sé, trabamos cierta complicidad que nos hizo compañeros de andanzas, tanto que mis amigos me reprochaban la nueva junta. Ella misma un día me vino con el chisme de que alguien de su entorno le dijo algo así como yo no sé cómo podés pasar tanto tiempo con un tipo así. Nos reímos de esa ocurrencia, que después de todo era bastante menor comparada con la que yo tenía para contarle: radio pasillo anunciaba que nos ibamos a vivir juntos. Alguien llegó a decirnos, poco tiempo después, que eso era una gran idea. Se achicaban costos, cosas que piensa la juventud pequeño burguesa en el suburbio.

A los dos nos llegó la hora de cierto progreso en lo que hacíamos, lo que supuso desamarrar el binomio y cada quien por su lado. Sin embargo, como por inercia, por el fundado temor a la falta de compañía, nos vimos un tiempo más. Cada tanto ella se juntaba con un novio que le duraba quince o veinte días, a cuál con más problemas. Si no tenían una mujer que lo perseguía, trabajaban hasta la madrugada, pero unos y otros compartían el grado de estupidez, aunque bien podría ser que a mí no me cayesen bien por el mero de ser novios de mi amiga. No lo sé, todo es posible.

Yo, en cambio, me seometía con cierto rigor a sus consejos. Me marcaba el camino para ser elegante. Yo fingía molestia por sus intromisiones pero terminaba por hacerle caso, como le pasa a cualquier hombre que no está demasiado seguro de cómo conseguir lo que quiere.

Alguna vez se permitió ir más lejos. Me decía que ya era demasiado tiempo solo, que por qué no me buscaba una novia, y cosas así, detalles que la mentada señorita debía cumplir. De nuevo me reí. Cada palabra que ella decía me parecía ridícula, pero el colmo fue cuando sugirió que un requisito ineludible era que ella ganase un sueldo parecido al mío, que era bastante bueno.

Eso fue un crack.

Al poco tiempo ella conoció a alguien que le propuso casamiento y, desde luego, yo dejé de frecuentarla. Me parecía que no tenía sentido compartir un segundo de mi vida con una persona tan vil y a la vez me mortificaba pensando en los años de amistad, qué me pasó a mí todos esos días que no me di cuenta de la realidad de las cosas.

Me iba bien, ése era el punto. Quiero decir: ganaba un sueldo al que no podré aspirar por mucho tiempo, tenía acceso a determinados círculos de poder, lo que me daba un dudoso prestigio, en fin, había empezado a fumar como un escuerzo, pasaba poco tiempo con los míos, perdía peso. Me iba bien pero a un costo que no estaba dispuesto a seguir pagando.

Un buen día mandé todo al carajo.

Al cabo de los padecimientos que escogí para purgar mi pena, descubrí mi vocación, viví plenamente mi pobreza, pude reconciliarme con mis amigos, vamos, que en este punto el saldo es más que favorable, pero arremete el domingo como una llaga, veo que mi billetera está vacía y que es hora de buscar un cajero automático. Son las siete. A esta hora, si yo hiciera caso a sus consejos, estaría en algún tugurio de mala muerte tomando clases de tango, eso muy lejos de estas cavilaciones.

Me pregunto, ya que estoy, si ahora también debería buscar una que gane más o menos lo mismo que yo, que es poco tirando a nada y vuelvo a reírme, esta vez a carcajadas y hasta el dolor de panza. ¡Como si fuera poca cosa encontrar alguna que me mueva un pelo! ¡Pedirle una certificación de ingresos!

Según ella, faltan tipos en las clases de tango, en particular de mi edad. Cada vez que llega esta hora me acuerdo de eso, pero no le hago ningún caso. Voy al cajero y después a comprar alguna chuchería. Necesito cambio para el colectivo.

28.7.06

Puede uno ser un vagabundo, vivir de lo que a otros les sobra y pasar la noche donde la noche quiera, o tener una buhardilla confortable y pagar siempre en fecha las exprensas; pero siempre que llueva echará de menos el hogar, el puto hogar.
Si cada blog se construye sobre un equívoco, éste es realmente extraordinario: un blog contra los adverbios terminados en mente.

Vía Wimbledon.

Su madre

¿Qué estoy haciendo acá? Lo pensé por un momento, como si me despertarse de una larga siesta en un ambiente hostil. No era para menos. Un supermercado nunca es un medio amigable y, en efecto, recién me levantaba de dormir una siesta, una larga siesta que fue seguida de un par de horas de lectura detenida y aguda, por no decir empantanada, lo que me sumía en un letargo vecino del fastidio sin motivo.

Estaba, claro, haciendo la cola para pagar el par de cervezas que había levantado. Sospechando que el trámite llevaría un buen rato, ya con las botellas en el canasto, anduve rodando por todo el local. Indagué los precios de productos de limpieza y me demoré en la parte de los cosméticos. Desde que asumí la vejez como una tormenta inminente dejé de creer que hubiera gente pasible de engaños envasados en frascos multicolores con cremas anti-arrugas, tratamientos de hidratación, enjuague capilar para todos los tipos de cabellos, los inventados y los que a la brevedad se nos van a ocurrir.

Me sentí ajeno a todo eso y miré qué había de nuevo entre los vinos. Algún que otro buen precio. ¿Pinot Noir? Sólo Trapiche y a nueve pesos (otro que va a esperar hasta la primavera). El Vat 69 está a 16 pesos (creo que la semana que viene le hago un tiro). Rumbeo hacia la caja. Elijo la del único cajero varón en la esperanza de que el cliente medio sea como yo, que siempre escojo a la cajera más linda aunque tenga que esperar media hora para que me atienda, que justo se le acabe el rollo de tickets, que no tenga vuelto, que a la señora del chal fucsia la máquina no le lea la tarjeta y se muestra dispuesta a hacer un escándalo, que a un niño traviesa la cinta le agarre la mano y lo haga gritar como un marrano.

Me equivoqué. La gente prefiere al cajero y el cajero es bastante lento. Se toma su tiempo para contar el dinero que ofrece como vuelto y embolsa la compra de las viejitas. Yo me distraigo mirando a mis vecinos en la fila, padre y dos hijos, nene y nena. El es tan parecido a su padre que me vienen deseos de golpearlo. A él y también a su padre. Pregunta con insistencia y no se queda quieto. Por cada viaje que emprende trae multiud de datos dichos en voz alta y propende a los inventarios. Recuenta por ejemplo las películas de la góndola. Informa cuáles vio y qué le parecieron. Después dice que hay filas que van más rápido. Que hay canastos vacíos pero en cajas apartadas. Que se cansó pero es preferible tener las cosas en un canasto a no tenerlas o a tenerlas sin canasto. La hermana, Camila, es encantadora.

El tiene flequillo y voz de corneta. Ella tiene un hermoso dibujo de labios y una cuarta menos de estatura, pero habla menos. Se la nota ubicada, elegante, creo que podría enamorarme con toda facilidad de la madre que la viste así, con un saquito café con leche con cuello de corderito y pantalón verde de corderoy. El pelo apenas largo, recogido pero no tirante, un par de aros azules con forma de estrella que seguramente la avergonzarán cuando crezca.

Cada tanto reprende a su hermano. Cada tanto me mira. Cada tanto reaparece su hermano y sus comentarios impertinentes. Dice que está fila va más rápido y por una vez es cierto eso que ha dicho. Pasan sus cosas. Camila, embolsá, ordena el padre. Paso yo. Pongo doble bolsa. Son 4 con 98 y pago con 6. Recibo el vuelto y los miro irse. El hermano, megalómano, quiere irse a otra parte. Algo le llamó la atención. Ella lo devuelve al camino. El padre, campera cool, pantalón de gabardina Wrangler azul noche, los mira.

27.7.06

Un interesante estudio sobre la discografía de The Police (sí, soy un sentimental).

Y en la misma página, según acabo de descubrir, varios artículos muy interesantes, tanto en extensión como calidad, sobre grandes bandas de rock and pop. Destaca, desde luego, Led Zeppelin.

La narrativa latino-americana murió con Felisberto Hernández y aún no encuentra a su nuevo pianista.


Eduardo García Aguilar, 23 razones para el inminente fin de la
narrativa hispanoamericana

Los chango

En el recuerdo que ahora recuerdo me veo a los catorce años. Algo más inteligente que la media pero construido más hacia adentro que hacia afuera, lo que seguramente aparejó alguna que otra discusión en casa y yo nunca me enteré. Eran tiempos feos por lo que pasaba en los alrededores pero así y todos nos las ingeniábamos para una cierta felicidad, si es que así puede llamarse al comer un pedazo de carne de vaca día por medio.

Me dijeron de un trabajo y antes de pensarlo dije que sí. No me aburría con la escuela pero nunca necesité estudiar. Iba a la tarde y me levantaba temprano, así que me sobraba la mañana y también era hombre libre casi todos los días después de las cinco o media o seis.

Fui al lugar de la cita, no muy lejos de casa, y me comporté como si no tuviera ni pálida idea de lo que sería mi trabajo. Posiblemente no la tuviera pero suelo desconfiar de mi calculada inseguridad. Eran los tiempos de la inflación y la gente se empeñaba en repetir que en este país ya no se podía vivir. Tal vez nunca se pudo vivir en este país, o la cosa se puso fea hace setenta años, lo cierto es que esas palabras las oí de las bocas más variadas, en las geografías más recónditas y siempre con el mismo tremendismo.

Salir a mirar qué precios tenían los negocios del centro. Ese era mi trabajo más urgente. La nuestra era una despensa de barrio, Los chango, según había querido la impericia del pintor que hizo el cartel al tuntún, teníamos algo de mercadería pero no puta idea del verdadero precio al que debíamos venderla. En rigor de verdad, nadie sabía mucho de los precios y la gente se desayunaba de los aumentos con cierta resignación, mirando una y otra vez el precio en la góndola.

El dueño de la despensa era el viejo Rivero, que era salteño o chileno, nunca supe bien. También estaba su señora, doña Carmen, y los hijos del matrimonio, Cachi, Marcelo y Pajarito, todos ellos analfabetos e inútiles, con una pequeña luz en favor de Cachi que, como era de esperarse, se avivó, se hizo evangelista y con el tiempo pudo edificar una iglesia muy próspera. El era el único que parecía bañarse a diario. Los demás se cambiaban de ropa una vez a la semana pero el peor era el viejo, que durante los días de verano atendía la carnicería con el torso desnudo. Yo le adivinaba una gota de sudor rodando por la calva, una gota que nunca acababa de caer al vacío por la acción retardadora de la grasa de su piel.

Sin embargo, las palmas se las llevaba la vieja. Ella a veces me dejaba solo atendiendo el negocio y no se despedía sin repetir un consejo: si vienen de la inspección, decile que sos sobrino mío, que ya vengo, que sino nos van a bajar con la caña. Estas mismas palabras usé muchas veces para referirle el hecho a mi padre. El siempre se rió a carcajadas y me sugirió que no haga mucho caso de lo que tuviese que oír.

A veces me pasaba que por dos o tres días no iba al centro a relevar los precios y doña Carmen, un poco afligida, me decía: querido, por qué no le aplicás el porcentaje a la mercadería, al menos al aceite y a la yerba, hasta que vuelvas a ir al centro. Y yo agarraba la máquina de calcular y le agregaba a cada producto un recargo, un veinte o un treinta por ciento, a discreción. Eso le daba tranquilidad a ella, pero a mí la irrealidad de esos precios me inquietaba.

No duré mucho tiempo. No podían pagarme un sueldo que era apenas simbólico y era una pena porque siendo todos tan brutos, con poco más que nada yo me las ingeniaba para manejar los stocks, siempre con la intuición y el desparpajo que uno puede tener a los catorce años. Eran años bravos para todo el mundo. Recuerdo que durante la última semana, mamá me había pedido que le suplicara al viejo Rivero que nos vendiese un paquete de azúcar. Ya era el tiempo de la escasez y la gente se manejaba en un contexto de economía de guerra. Recuerdo que en la despensa había sólo cuatro paquetes y que sólo me vendieron uno porque yo era uno más en la despensa, pero se cuidaron bien de envolverlo en bastante papel de diario. No fuera cosa que los vecinos se enterasen que Los chango escondía la mercadería y les diera por rompernos la vidriera o quién sabe sino de cosas peores.

26.7.06

Esto también es un delito de lesa humanidad.
Esto también es imprescriptible.
*
Por cierto, tan oportuno como atinado es el artículo de María Dubón: Yo también soy "antisemita"

La decadencia de Superman

Ayer pasé frente al Coliseo. Por un segundo, el preciso segundo que transcurrió antes de que yo mirase la cartelera, sentí que a lo mejor estoy en un lugar parecido a Roma, sólo que acá el Coliseo es un cine y a mí el cine me parece una instancia menor entre las artes. De tarde en tarde, he de reconocerlo, me gusta mucho alguna película y es tan marcada la excepción que atesoro ese recuerdo en la memoria hasta que me toca en gracia ver alguna otra que le haga sombra. Ahora mismo, por ejemplo, pensaba en que la última película que vi apasionadamente fue Lolita con Jeremy Irons, pero ahí nomás me acordé de El exorcista, en particular de ese actor que representaba al reverendo Karras, tan parecido al diablo, que a su vez tanto se parece a Anoop Singh, aquel oscuro adelantado del Fondo Monetario Internacional que auscultaba nuestra debacle financiera.
Pues bien, el Coliseo es un cine y sus butacas, cada tanto lo recuerdo, son bastante poco amigables para con los traseros de la concurrencia. Hace no mucho tiempo pude comprobar que las butacas del mentado Gran Rex no son mucho mejores. Con sólo comprobar ese detalle me he sentido un snob, pero eso no cambia la sustancia: a mí no me gusta el cine y si paso frente al Coliseo y le echo un ojo a la cartelera es para tener idea de cuánto cuesta la entrada, no sea cosa que un día de estos me vea en la obligación de concurrir y no haya tomado la precaución de mensurar la colisión contra mi economía.
Cuando recién me mudé a Trelew, creo haberle contado la buena nueva a alguien que me informó que era esta la capital de la orgía o poco menos que eso, dato que carecía de la menor relevancia para mí, que apenas si tenía un par de amigos. Pero por estas cosas de la geografía, cierto día, yo estaba en el aula 18 revisando apuntes y alguien se acercó a preguntarme:
-Che, así que vos sos de Sierra Grande.
-Sí.
-...la capital del hierro.
-Sí, pero antes.
-Lo que sí, ahora me contaron que es la capital del fierro.
-Bueno, sí, en cierto modo.
En efecto, la observación era muy precisa. Los avisos clasificados todavía testimonian la escasez de mano de obra en Sierra Grande. “Se solicita chica para atención de sala. Casa, comida, buena comisión. Tratar en...”. Pero el régimen no se atreve a considerar estos guarismos de la economía real como indicadores de la generación de empleo. Antes al contrario, algún que otro proxeneta descubierto fuera de juego tiene que renunciar a ser funcionario alegando “razones personales”, claro que al poco tiempo será reincorporado en algún otro puesto, menos expuesto a la consideración pública del electorado simio.
Mucho me temo que éste y otros detalles por el estilo sean mayormente desconocidos para el gran público. Sucede que, como les contaba hace un par de días, en el marco de los gobiernos feudales toda prensa responde al régimen, sólo varían las formas jurídicas: en algún caso se adquiere el paquete accionario del medio en cuestión, en otros es alquilado a cambio de la prebenda mensual. Por supuesto que los Aliverti de turno dirán que pelitos en el culo y piringundines todos tenemos, así que no me jodan.
Me taré pensando en las orgías y me olvidé de verificar cuánto es que están cobrando la localidad en el cine. No creo que pierda mucho. Entreví que hay una película que se llama Vecinos molestos. O algo por el estilo. Y que volvió Superman, lo que me dejó un poco preocupado. Según informaba la hoja de papel a4 detrás del vidrio, el superhéroe vuelve “reactualizado”. Hago caso omiso de la barbaridad que acabo de leer y sigo adelante. Parece que Clark Kent no viene solo. Viene con nostalgia (¡!), con buen humor (¡¡!!) y con respeto (¡¡¡!!!).
Me retiro de la zona en perfecto orden.

25.7.06

Cercano medio oriente

A mitad de los años ochenta a mí me gustaba mirar los noticiarios mucho más que ahora, que directamente no me importan salvo por pequeños detalles como, llegado el caso, mirar un rato a Paula Trapani, que es muy mala presentando las noticias pero con lo bonita que ella es a quién puede interesarle demasiado que el dólar suba un centavo o el trágico accidente en el barrio de Colegiales que se cobró la vida de un anciano.
A mitad de los ochenta las cosas no eran así. No había presentadoras de noticias que fueran más o menos lindas. Yo recuerdo a Monica Cahen D´Anvers casi tan vieja como ahora, salpicando con monosílabos ininteligibles cada una de sus intervenciones. O a Liliana López Foresi, que tenía toda la pinta de ser la gran morocha argentina pero con este asunto de ver a los periodistas sólo de la mitad para arriba yo desconfiaba, no fuera cosa que en realidad viniera pegada a un escritorio. O a un atril.
Todo era distinto. Telenoche se llamaba Buenas Noches, Argentina y tenía en su staff a un tipo chiquitito que se hacía llamar Tico Rodríguez Paz, un amargo al que todos conocían por Sergio Villarroel, un pelado de apellido Ingrazia, y así, pero el que más mal me caía era Julio Bazán, no por él, que posiblemente haya sido y siga siendo un tipo encantador, sino porque se encargaba de una sección patética: el panorama gremial.
Eso ya no es así. Los sindicalistas dan ahora el mismo asco que antes pero ya nadie les pone el micrófono. Yo era muy chico pero los miraba sin creer. Ese es el gordo Luján, me decía papá, ese es Triaca, ese otro Baldassini. Todos absolutamente impresentables.
Con el tiempo los sindicatos dejaron de importar y Bazán debió dedicarse a cubrir noticias de interés general. Ahora lo imagino buscando entretenciones para los chicos en receso invernal o analizando la evolución de los precios en el mercado de hacienda de Liniers. Ahora lo interesante son organizaciones como Barrios de pie o el movimiento Aníbal Verón, que no se sabe bien lo que quieren pero de todos modos ya parecen haber sido cooptados por el régimen.
No importa.
Antes, a mediados de los ochenta, yo miraba el panorama internacional y tenía bastante claro que cuando alguien se refería al conflicto en medio oriente aludía claramente a la guerra entre Irak e Irán, pero eso era antes. Aparentemente ahora el medio oriente es Israel, con lo cual, si Oriente siempre empezó en Estambul, a mí no me queda claro qué es lo que vendría a ser el cercano oriente. Antes era fácil: el cercano oriente era Palestina, el medio oriente la India, Persia y el lejano oriente era Japón, China, Corea.
¿Ahora? No sé, ahora pienso cómo es que le llamará Aliverti a Kirchner cuando deje de ser presidente, si es que eso sucede alguna vez. ¿El mamut? ¿el tiranosaurio? Ya se me va a ocurrir algo.

24.7.06

Estoy terminando el día 11, el tercero sin tentarme.

Hummm

Luna en GEMINIS. De niño, la Luna en Géminis se manifiesta porque es curioso y expresivo. Si Mercurio en su carta no dice lo contrario, hablará pronto, aunque muchas veces es la madre la que lo hace: puede hablar por los codos. A este niño le consolará el sonido de la voz de su madre.
También irá pronto a la guardería, se verá rodeado de libros en casa (¡o de hermanos!). Géminis es el signo de los hermanos y sean muchos o pocos los hermanos serán importantes en su vida, tanto si se llevan bien como si no tan bien.
Es posible que tenga dos hogares, pues Géminis es signo dual, o de mayor dos esposas (si es chico). Como también es el signo de las comunicaciones podría vivir en una caravana (como los miembros de algún circo), o ser viajante y pasar mucho tiempo efectuando traslados.
Algunos chóferes tienen este signo. Los hombres tienden a ser más racionales que emocionales con la Luna en Géminis.
*
Sensibilidad algo neurótica. Gusto por las experiencias intelectuales. Versatilidad, alegría, sentido del humor. Favorece la carrera política.
En tema masculino: Falta de entrega en la vida sentimental. Tendencia a tener muchas relaciones basadas más sobre la afinidad intelectual que sobre la sexual. Búsqueda de una compañera inteligente y brillante.
*
Ascendente en ARIES. Tienes la capacidad de enfrentarte a la vida de manera enérgica y directa. En el trabajo pretendes ser decisivo, necesitas emprender acciones y sentir que tienes el poder en tus manos, que eres tú el que dirige la creación. Posees gran potencia creativa en tu interior y no te gusta esperar a que las cosas sucedan, por eso serás normalmente tú el que proponga siempre nuevas ideas para realizar originales proyectos; inundes de energía a los demás para que sean capaces de proseguir con la idea que tú comenzaste. Si no puedes desarrollar tus cualidades de Aries, te frustrarás interiormente, poco a poco pudiendo llegar a exteriorizarse en estallidos exagerados, ataques de cólera incontrolables u otras formas de comportamiento autodestructivo.

El país de Aliverti

Por razones por todos conocidas, yo soy de esos que tampoco lee Página/12 y no siento la pérdida, bah, sí, de vez en cuando leo la parte de cultura y espectáculos, que preserva cierto nivel de legibilidad, pero el resto del diario no alcanza a dar asco.
Así es que recién hoy, y a partir de cierto revuelo que leí en otros weblogs, presté atención al artículo firmado por Eduardo Aliverti y publicado el 17 de julio.
Lo digo de antemano: me cae muy mal Eduardo Aliverti. Se me cae el pelo cuando -contra mi voluntad- empieza a hablar en mi aparato de radio. Esto sucede los sábados a la mañana y es garantía de que yo me levante con un humor de perros. Un poco más agradable es leerle esa esforzada prosa que alterna cierta pretensión intelectualoide con el más llano patoterismo, pero dejemos a un costado estos detalles que son apenas prejuicios que el suscripto tiene para con este sujeto y repasemos un poco el artículo de marras.
“¿Con toda la prensa está enfrentado el Gobierno? De ningunísima manera. Esta pelea se reduce a los topetazos con la editorial Perfil, con la que es obvio que hay una animadversión personal del jefe de Estado; y a los producidos con el diario La Nación, con el que es igual de obvio que hay un encono, llamémosle, institucional/ideológico. [...] En serio, no joda más ninguno. Ni Kirchner, ni su mujer, ni Fontevecchia, ni Morales Solá, ni Grondona, ni los que desde el periodismo se creen los padres de la Patria. Como dijo alguna vez el poeta César Jaroslavsky, “todos tenemos pelitos en el culo”. Pero acá parecería que fueron en procesión a la depiladora para hacerse la tira de cola.”

Tragicómico.
Es muy cómico que Aliverti amague prender el ventilador y como buen zurdo se vaya en vicio. Su miopía, sin embargo, no deja de ser sugestiva. ¿En verdad piensa que la relación entre el régimen y la prensa pasa un momento espléndido? Que yo sepa, el presidente no concede más entrevistas que las tienen por motivo el festejo por los aniversarios de la gestión y es lógico que, estando de por medio un festejo, sean sólo concedidas a medios amigos. La última vez, y también la anteúltima, fue con dos medios. Dos ya es pluralidad, ¿no?
La pauta oficial se ha multiplicado notoriamente comparada con los tiempos de ese que él llama “la rata”, total que ya políticamente está acabado y nunca va a volver, aunque bueno sería que la prensa del régimen, Aliverti mismo, explique q ué tanto hemos avanzado desde los tiempos del roedor y sería bueno que lo diga ahora mismo porque yo estoy un poco cansado de esos diagnósticos que vienen con treinta años de atraso.
Y no es casual, al menos no es una casualidad que yo crea tal, el hecho de que Página/12 sea el principal beneficiado por la pauta oficial aun cuando su tirada es exigua y que Aliverti utilice esa tribuna para minimizar la entidad de los roces.
Hace diez o quince años, desde el sur parecía que eso que en televisión llamaban “feudos provinciales” se reducía a esas provincias pobres de absoluta pobreza, norteñas, eternamente peronistas, pero el paso del tiempo, la peronización de todos los partidos, la pauperización socio-económica general nos corrieron el alambrado. Las provincias petroleras también son feudos. Y también las que tienen una mediana autonomía de los avatares nacionales. Y todos somos más o menos pobres. De suerte que la nación no podía tardar demasiado tiempo en convertirse en un feudo administrado por uno de esos oscuros caudillos de provincia que todo lo conducen con mano de patrón de estancia. Incluso la prensa, esa que se dice independiente.
Pero Aliverti vive en otro país. Lo trágico es que no me quiera llevar.

Recuerdo para Evaristo

Alguna vez fui un niño y como cualquier niño de barrio pobre tuve mi propio perro, al que bauticé en mi media lengua y al que todo el mundo, todo mi pequeño mundo, en adelante llamó por ese nombre. No guardo un gran recuerdo de esa época, no porque no hayan sucedido cosas interesantes, muy por el contrario, a veces me da por pensar que si hubo una época interesante en mi vida y en la de la gente que quiero, esa época fue aquélla, pero no, no tengo ningún recuerdo de esos incómodos que irrumpen en la sobremesa hogareña reclamando atención y urgente reedición corregida y aumentada, pero sí algún que otro sueño, cada vez más espaciado en relación al anterior, con lo que muy de a poco y sin que me lo haya propuesto previamente voy reconstruyendo esa parte de mi vida que me falta.

Tenía perro. Se llamaba Vincho. Me gustaba levantarme temprano para salir disparado de la cama y tocarle la puerta a mi tía Reina, a la que no casualmente le encantaba darle al ojo y después hacer un par de metros más y tocar la puerta de don Antonio que sí, siendo las ocho, las ocho y media, no sólo ya estaba levantado sino que ya se había bajado la primera pava de mates del día. Yo tenía tres años, cuatro, me la rebuscaba bastante bien con el idioma pero no dejaba de ser un petiso molesto; él, tal vez prudente por viejo pero seguramente viejo por prudente, me trataba con distancia. Cómo anda amigo, me decía, y ahí nomás yo lo ponía al corriente de mis novedades, las que no serían demasiado graves. Me imagino que le habré contado que ya estaba un poco cansado de usar ese poncho que me quedaba grande y que mi perro me hacía renegar, que no se dejaba poner un pullover el muy malandra, y con el frío que hacía. El ponía la segunda pava y calculo que se saldría de la vaina por hacer que yo fuese lo bastante grande como para acompañarlo con el mate.

Después estaba el Evaristo, que era su sobrino, mucho más joven, por supuesto, pero con el pelo mayormente blanco, incluso en el bigote, lo que le daba a su rostro un aspecto huesudo que poco tenía que ver con la juventud. Yo iba poco a su casa pero él venía siempre a la mía, venía a la tarde, cuando papá salía de trabajar y traía un arsenal de golosinas que alteraba las ya bastante belicosas relaciones con mi hermana.

Un día supe que Evaristo había muerto, que era muy joven, apenas 32 años, eso decían mis mayores pero yo no tenía demasiado en claro qué era eso de morirse. Te vas, decía mamá, te vas al cielo. Yo no salía de mi asombro, tantas cosas había en la tierra, quiero decir: está bien que el barrio era modesto, las calles de tierra, no teníamos otra agua que la que el camión nos dejaba una vez a la semana, pero irse allá, qué extraño. Además, cómo, en qué colectivo. Te vas, decía me mamá, una nube te viene a buscar.
Y así yo me la pasé varias tardes mirando hacia el cielo, tratando de encontrar el medio de locomoción que se llevó a Evaristo y un día vi una nube que tenía una forma bastante parecida a su cara. Que su pelo y su bigote hubiesen sido blancos favoreció bastante las cosas.
En Kurupí la poesía libanesa resiste los embates del genocida.

21.7.06

Hace un par de semanas, charlando con el gran instigador, pude preguntarle si era cierto algo que me había sugerido hace ya dos años y medio o tres. Aquella vez me preguntaba si yo había oído a Felisberto Hernández leyendo su cuento, El Cocodrilo, que es, por cierto, uno de mis favoritos. En aquel entonces pensé que se trataba de una fantasía. Es más, en mi recuerdo él hablaba de mp3 y la verdad es que si ya es arduo asociar a Felisberto con un archivo de audio roza el horror el tratar de emparentarlo con un formato de reproducción digital. El caso es que sí, aparentemente existe, pero internet me lo niega con asombrosa coherencia. Hay, repito, en algún sitio, un archivo de audio en el que Felisberto Hernández lee El cocodrilo. Lo habré escuchado en casa de algún amigo uruguayo, me dijo el instigador mientras caminábamos por el microcentro, no sé, lo único que recuerdo es como por ahí decía ¡cocodriiiiiiiiloooo!
Así que, mis queridos cazadores de la web, a ver si me hacen el obsequio. Prometo ser consecuente.
Se terminó El Florido Byte. Quisiera ponerme triste, escribir algo que valga la pena, pero hay veces en que cuesta un poco más, todo cuesta un poco más, como si el cuerpo pidiese un esfuerzo suplementario para juntar reservas. Algún día harán falta, qué duda.
Adiós, amigos, vuelvan pronto.

20.7.06

Preparativos

No quisiera llamarle debilidad pero si no es ella es una prima que bastante se le parece. Del dicho al hecho en cosa de nada, las venas del cuello, las que por tamaño descollan en ese distrito, de a ratos parecen tubos de papel, como que el aire no llegara a destino y prefiriera escaparse de la módica tubería y yo, por esos momentos todo tos, las manos apretando el abdomen, con suculentos deseos de toser fuerte, incluso más fuerte que lo que estas paredes son capaces de resistir y las tuberías de papel, de cartón corrugado, yo qué sé, se inflaman hasta bordear la explosión, un estallido más bien de morondanga, como cuando chicos hacer un bollo con un papel y llenarlo de aire, acercarlo a alguna oreja distraída y pumba, el horror. Y después repaso con las manos el cuello, suavecito para no remarcar las andanzas de los bichos que me caminan por las noches y las venas siguen firmes ahí, como filos que han tomado para sí la sangre y se niegan a derramarla, me pregunto, quiero decir vuelvo a preguntarme, si esta tos llena de estruendo no será uno de los modos que tiene el cuerpo para preguntarme por qué no he vuelto a encender a un cigarrillo si los tengo tan a mano, si apenas eché un atado al cajón donde archivos los libros que acabo de leer y hay medio atado encima de la heladera, tan fácil de alcanzar que mete miedo, justo al lado de los discos, por qué no soy capaz de hacer un bollo y echarlo al tacho de la basura, es un gesto y nada más, y lavar por última vez el cenicero robado, el transparente, y el otro, el negro, el que pedí que me regalen y, por una vez, se hizo mi voluntad, y echar también de mi casa a dos colillas, las postreras, comidas un poco de humedad y desprecio.
El mejor de los recuerdos para los amigos que tengo repartidos a lo largo del ancho mundo.

Epico

Levanté una pila enorme de papeles. En la cima había dos ejemplares de Luz (uno comprado allá, el otro acá) con la cada vez más hermosa Dolores Barreiro en la portada. Debajo de todo estaba lo último que escribí -hará cosa de seis meses- sobre usufructo de acciones, tema apasionante si los hay. Di un par de vueltas, repasé el tema de una manera bastante fresca, como si lo hubiese dejado en la lista de asuntos pendientes ayer nomás. Me puse tan contento que pensé que ameritaba unos mates. Puse la pava. Elegí entre los discos uno de Zeppelin, BBC sessions, no sé si el uno o el dos, da lo mismo porque pensaba elegir el track 9, que en ambos casos es Whole Lotta Love, una de mis canciones favoritas. Creo que la versión del disco dos es la mejor de todas. Tiene el riff exacto para samplear y transformar en una melodía marchosa. Sólo de pensar una y otra cosa, pasó tanto tiempo que el Pato Mingochea en la radio tuvo tiempo de presentar la siguiente canción: Epic de Faith no More, canción que no escuchaba desde hace varios años y que cada tanto pienso que debería conseguir pero a poco de pensarlo colijo que un mp3 de Faith no More es demasiado por una sola canción. Un disco también lo es. Aunque quizá haya dos o tres temas que también me gustan, todos ellos muy inferiores a Epic, esa hermosa canción que le hace honores a su nombre, montada sobre un riff tan duro como envolvente que se engarza con un rap blanco y al final se deshilacha en un entrañable solopiano. Vamos, otro momento de felicidad.

19.7.06

9 pm

No ha sido nada fácil hasta aquí, pero creo que mañana la dificultad doblará el codo. Es que mañana va a cumplirse la primera semana sin contratiempos de los grandes pero sí con alguna que otra causal de incomodidad. Creo que básicamente se trata de los reflejos, de salir por ejemplo de la oficina sin rumbo fijo y sin deseos de ir al baño, acercarme a la ventana que da a la esquina a ver un poco la gente pasar y otro poco al sol del que estoy privado junto a otros compañeros de desgracia y ahí es la mano que a caballito de la inercia que se ha ido construyendo a lo largo de estos años tantea el bolsillo izquierdo del pantalón y no encuentra lo que hasta hace una semana encontraba sino otra cosa, algo que ni siquiera aspira a cubrir ese sitial con un volumen parecido. Ahora es un paquete de pastillas. A veces dos, porque los adictos somos así. Nos fabricamos la creencia de que con dos paquetes de pastillas nos dará menos deseo de fumar y trato de mentalizarme de que estoy acometiendo una ceremonia. Corro el envoltorio un poco más allá, tomo un caramelo, le quito su papel y lo echo a la boca. No me dura lo que un cigarrillo. Hete ahí uno de los problemas -hasta ahora- insanables. Y cuando termino con mi asunto y me dispongo a retornar a mi escritorio, también por la inercia recién anotada tiendo a olerme las manos. No son las mismas de antes, que incluso después del primer cigarrillo de la mañana tenían ese olor nauseabundo, como si ya por el solo hecho de ser fumador estuviese condenado a un nivel residual de hedor, de por sí ya bastante molesto. Ahora la incomodidad son los dientes. Podría asegurar que no me molestó jamás mi color horrendo de dientes tanto como esa cosa pegajosa que me queda después de comer caramelos.
Pero en fin. Ya estoy en carrera. Cuando entro a los sitios que tienen delimitadas áreas para fumadores y no fumadores ya no tengo que hacerme problemas, porque todavía no me causa molestia que otro fume en mi presencia. Me duele un poco, eso sí, que haya gente que no haga otra cosa que fumar. Gente así hay en la terminal. Parecen esperar un coche que no saldrá hasta diez horas después y entonces ocupan alguna de las sillas plásticas del hall y se disponen a fumar uno, dos, veinte, y al poco rato apenas se los divisa detrás de la estela azul. Ese olor sí me fastidia. Casi tanto como antes me fastidiaba el olor de los Jockey o de los Parisiennes.
Y una hora crítica: las nueve de la noche.

Los últimos tres años de Babel

Nunca sabré de qué va la lectura de un blog en fuente Youthanassia y no es por falta de curiosidad sino redondamente porque nunca he podido dar con esa tipografía, qué vamos a hacerle, una mancha más al tigre.
Tampoco me será revelado jamás el yeite de Asia Argento que le otorgó el cetro de musa de Wimbledon, ignorancia la mía, que se va agravando con el tiempo, pues si de una coherencia ha de jactarse el responsable, esa es la de haber tenido desde siempre a Asia como estandarte.
Ni mucho menos me resignaré a comprender por qué bendita razón lo que nació Ultimas de Babel hoy cumple años bajo el nombre de Wimbledon. El responsable, en su descargo, dirá que buscó un nombre que aluda a grandes combates deportivos y la verdad es que fuera de Parc des Princes (otro de los nombres en su momento barajados) pocos estadios ostentan un nombre con el glamour bastante para empardar a Wimbledon. En una de sus clásicas bromas, el responsable dirá más adelante “también pensé en La Bombonera”. ¿Y por qué no en el Fragata Sarmiento?
Pero más allá de estos asuntos irresolubles, yo soy un feliz intruso en Wimbledon; intruso porque al menos en su formulación primigenia, lo que Piro creó fue un espacio para que los amigos que tiene repartidos en el globo tengan a mano los artículos que él va publicando en diarios, revistas, pasquines, módicos emprendimientos que lejos están de proyectar un futuro on line.
Y en esa intrusión uno acaba por hacerse amigo, por familiarizarse con los tópicos recurrentes, por encariñarse con los autores que él evangeliza, por aprender algunas malicias elementales, y todo eso sin perder el interés en eso que ahora mismo es muy distinto que lo prometió ser alguna vez. Si todavía recuerdo cuando un blog amigo escribió algo así como “antes tenía que leer de cabo a rabo los suplementos de cultura para encontrar una muy buena nota sólo de vez en cuando, pero ahora llegó Guillermo Piro que se está tomando ese trabajo”, si es que puede considerarse un trabajo a buscar declaraciones de escritores. ¡El trabajo es leerles esa nada que tienen para decir!
Por eso Wimbledon creció de un modo tal que el quehacer de los escritores bien merecidamente ha quedado relegado a un tercer o cuarto plano. Ahora la papa es la política internacional, las coberturas de la prensa comparada como antes fue el sudoku o calificar a Cranberries como la banda más aburrida de la historia.
¿Arbitrario? Sí, por supuesto, la arbitrariedad hace a la esencia de un blog bien llevado y a veces lleva un tiempo considerable desentramar los materiales de que esa arbitrariedad está hecha. Pocas veces -y ésta felizmente es una de esas veces- la experiencia merece la pena.

Por cierto, dentro de esa arbitrariedad hubo lugar hasta para mandarme un saludo de cumpleaños y alguna vez me di el permiso para pedirle que el día que le toque preparar el epitafio de mi blog (el entusiasmo que Guillermo profesa me hace prever que va a enterrar a todos los weblogs, no sólo al mío), me diga algo que no sea “fander tiene problemas cuando conduce, le tocan bocina...”
Una última imagen: hace unos buenos meses, quizá ya haya pasado un año de esto, Aulicino, en su columna de la página 3 del cultural de Clarín, le hacía decir a su amigo, el del barcito: hay un weblog maravilloso que tiene un nombre abominable, De rerum verdura, y tomaba prestada después cierta anécdota de Céline allí relatada. Por muchas razones que yo no he de pronunciar, creo que en esa postal hay algo de lo que Wimbledon puede ufanarse: la persistencia.
Salute Wimbledon, la próxima invito yo.

18.7.06

La duda

Ayer tuve un momento de flaqueza.
Casi puedo admitir que lo estaba esperando. Es que, a ciertas alturas, hay determinados actos más o menos repetitivos que van adosados al fumar. Y durante los primeros días uno está lo suficientemente alerta -la fiebre y todo los demás- o está asqueado de todos los gustos del mundo o simplemente tiene severos problemas para dormir porque los dolores de torax asociados a la necesidad de toser son desgarradores, y resuelve que pucho por ahora no, por el resto del día no y mañana vemos cómo es que evoluciona el paciente. Pero hay un momento de vacilación y ese momento tiene lugar apenas el paciente recobra una modesta movilidad que le permite cumplir con las más básicas funciones hogareñas, como poner un par de camisas en remojo, por decir algo. De inmediato confía en que la vida plena está ahí, que basta estirar la mano y hasta la luna acepta bailar esta pieza. Entonces llega el borde. Sucede ese acto intrínsecamente ligado a la rutina de fumar y uno lo piensa una vez y dice no, pero lo repiensa y con algo de urgencia, porque el acto primigenio tiene ínfulas como para reclamar por sí mismo-, y uno, con tal de sacarse los dos pájaros de un solo tiro dice sí, dale, probemos que nada cuesta.
Fueron sólo tres pitadas. No pude soportarlo. Corrí a echarlo al inodoro.

¡Come one!
Mi primera colaboración para Nación Apache se llama El octavo día.

Quien dice el martes

La fiebre multiplica los alertas y el pensamiento se arrincona a sí mismo. Son largas horas de no decir nada que no sea mejor no, mejor después. O quién sabe si es nunca. Pero de a poco vamos normalizando las funciones respiratorias. Ya percibo los hedores nauseabundos de mi alrededor y me divierte pensar cómo, durante estos malos días que he pasado, no he dejado de mascullar sobre los hedores del régimen, hedores que al menos durante ese período han respondido a los caprichos de mi memoria.
Y ha sido una injusticia.
Básicamente porque el espacio que la memoria ha reservado al sentido del olfato es bastante austero, digamos un monoambiente en el que conviven el baño y la cocina, el ocio con la brega y de esa mezcolanza, y no hace falta que lo diga yo, nada bueno puede salir.
No leí nada. Un absoluto fracaso. El libro de Susan Sontag que me compré para pasear en colectivo es un auténtico plomazo, pero no me quejaría en voz alta por eso. Me lo compré sólo para alcanzar un límite de compra que me hubiese permitido hacerme acreedor a un bono para participar en un sorteo por 100 libros.
Qué habrá pensando de mí la cajera. Llevaba Las 120 noches de Sodoma y Gomorra y un libro amarillo titulado Yo, etcétera, del cual terminé por hacerme cargo porque pedí que al libro del divino marqués me lo envuelvan para regalo. No fuera cosa que alguien creyese que yo soy capaz de leer un párrafo seguido de esa basura.
Ciertamente, era un regalo. Sin embargo le pegué una ojeada y comprobé que es muy superior a todo lo que le había leído antes, aunque quizá eso haya sido un consuelo para no sentirme ajeno a mi costumbre de regalar cosas que me gustan a mí.
-Pero se me terminaron los bonos, ¿te darías una vuelta el lunes?
-El lunes, o mejor el martes, ¿no?, total, que el lunes es feriado.
-Sí, pero nosotros trabajamos.
-Pero el correo, los envíos, esas cosas...
-Mejor venite el martes.
Quien dice el martes, dice nunca.
Y tampoco escribí nada.
Ahora voy muy de a poco, como midiendo los pasos. Mejor: como intentando bailar después de una larga inactividad. A falta de genio, todo es práctica y en tal caso es saludable andar con cuidado, no es la cuestión dar más pisotones que los que la bailarina esté dispuesta a tolerar.

17.7.06


"Che, Tony, Siria tiene que obligar a Hezbollah a parar esta mierda, ¿no?"

Tras la huella del jazzman perdido

El sábado pasado escuché íntegro y por primera vez el programa que hace Bobby Flores en radio Spika. No sé si fuera el efecto de la fiebre sobre mi organismo o el cansancio mismo de estar horas y horas dando vueltas en la cama, tosiendo o sonándome los mocos que prodigiosamente todavía siguen manando, el hecho es que disfruté de tres horas reloj de la expresión superlativa del rocanrol y sin presentadores molestos. El mismísimo Bobby, acaso conciente de sus problemas de dicción, se jactaba de estar en las bandejas y nombraba un tema de cada cinco, como para no darle a uno la sensación de perfecta soledad.
Si aclaro lo de tres horas reloj es porque, en efecto, el programa va de nueve a doce de la noche, pero para mí fue una semana. Había bajado del todo la persiana de mi habitación pero no podía conciliar el sueño. Cerraba los ojos y veía colores que me remitían a lo mejor del flower power, pero esto es por completo atribuible a la alta ingesta de antibióticos que, así como han aventado, y después de varios días -hay que decirlo-, al resfrío que padecía, lo han hecho a cambio de una acidez estomacal sin precedentes. Al día de la fecha no reconozco los sabores. Parece mentira pero el dulce de leche me resulta familiar por su textura, no así por su gusto, que al menos no me parece asqueroso, como la mayoría de las cosas de este mundo.
Lo que no puedo recordar, es el nombre de un intérprete de acid jazz, de quien Bobby pasó un tema en vivo que debe haber durado ocho o diez minutos. Alguien debe conocerlo. Aparentemente el tipo hacía esto que se ha puesto recientemente de moda sólo que a finales de los setenta y con nula repercusión. Fue la aparición de estas banditas que reverdecieron los laureles del género, lo que motivó que alguien se acuerde de él como el único capaz de enseñarles a tocar "acid jazz en vivo".
Yo tenía fiebre así que mi sensación fue más que confusa, pero les juro que el tipo parecía una sinfónica y sólo estaba tarareando, como hace durante gran parte de esos ocho o diez minutos. Algo realmente conmovedor.
Nosotros es un texto escrito bajo el apremio de la fiebre.

Hacia un nuevo lector

Hoy, de puro aburrido nomás, repasaba las últimas estadísticas de mi blog y más allá de sentirme agraciado por la bendición de cierto público que tolera en silencio mis días up y mis días down, no pude contener la ligera molestia que me provoca una minoría que, pese a lo poco representativos que son dentro del universo lector, hace un poco de ruido.
Están siempre, de lunes a viernes; son tres o cuatro que actualizan la página entre tres y seis veces al día, lo que me garantiza un piso de 25 "páginas vistas" al día, lo que tranquilizaría a mis auspiciantes si no fuera que ellos ya están avivados de que lo importante son las "visitas únicas".
Asumo mi responsabilidad. Hace varios meses yo publicaba con enfermiza frecuencia. No sé si fuera muy bueno o muy malo aquello. Creo que lo hacía para saciar cierta necesidad. A veces uno de puro ansioso no sabe lo que hacer y prende un pucho. Hay otras en que escribe dos párrafos y le da al botón publish. Total, es tan sencillo.
Sin embargo, no es esa lealtad pegajosa, casi peronista, que ellos profesan hacia este espacio lo que me provoca escozor porque, después de todo, uno puede ser leal hacia lo que se le canta, una bandera, un perro o la gran puta que lo parió, sino que me permito otra lectura sobre el fenómeno.
Con casi 900 entradas en Arcadia, 250 en Patagonian Review, otro tanto en Patagonian News, unos 50 en Diapsálmata, unos 40 en Kaputt, más un lindo puñado de colaboraciones que no he reunido hasta ahora, dan algo así como 1500 entradas, esto es, 1200 carillas, me pone de mal humor que estos amigos entren a buscar algún texto nuevo, como si lo único importante fuese la novedad y no ya la novedad sino su consumo instantáneo. Es más: los imagino enojados con el ratón que los trajo hasta aquí a cambio de nada más que un texto que ya tiene cuatro días o cinco.
Supongo que serán el sedimento de lo que han sido los reality shows en la televisión, una nueva variante de lector que no lee, más exactamente un voyeur, lo que no estaría del todo mal si la página fuera más generosa en contenidos. Quiero decir: nadie en su sano juicio se distraerá con los comentarios que hay en esta página (una media de dos tercios de comentario a la semana) ni tampoco consumirá material gráfico o de audio simplemente porque no lo hay.
Juro que no los entiendo. Son poquitos, pero meten un miedo bárbaro.

16.7.06

Caminan abrazados por las veredas angostas y yo trato de esquivarlos, me bajo a la calle, pongo segunda, ella le da a él un golpecito en la espalda y después hunde la sien contra su pecho, yo camino rápido, como si el mundo estuviese a punto de terminarse, que no el mundo pero si estas piernas lánguidas de la convalecencia, que no soportan estar en posición de firmes más de diez minutos sin que les venga el deseo de bajar la guardia. Los dejó atrás y con la nunca los miradivino dándose besos que no son besos sino pequeños sorbos. Estiro los pasos con tal de quitarlos de mi vida lo más rápido que pueda y al doblar la esquina me encuentro con ellos. Bah. Puede que sean otros, no podría asegurarlo. En algún punto se parecen. Rellenitos, vestidos con trapos multicolores, los ojos chiquitos como si tuvieran miedo de la luz del día, o de los ojos que sólo pueden ver con la luz del día. Pero tal vez fuesen otros los colores. Tal vez ella viniera sobre la derecha y ahora sobre la izquierda. Y ahora es él que le hunde la mano en el culo y ella que salta como un resorte para darle una bofetada. Una tibia bofetada que muere antes de nacer. Que se hace caricia. Y se quedan ahí, interrumpiendo mi urgencia, atascándome las fosas nasales con un río amarillento, con un trueno que me nace desde los fondos y me arde en la boca.

15.7.06

Sé que esto no es importante para nadie. Más aún: sé que si no revelo las circunstancias que rodean al episodio, un manto de duda se echará sobre el escaso mérito que me esté arrogando. Pues bien: hace dos días y medio, casi tres, que no fumo.
En efecto, estoy mal de salud.

14.7.06

Se ablandaron los huesos. Yo no sé de qué material sean ahora pero me da la sensación de que en cualquier momento, un error de cálculo, un tropiezo, o alguna otra de mis torpezas, acabarán por despojarme de un pie y un buen tercio más. Lo malo, insisto en pensar en esto, es la imposibilidad de preservar la asimetría. Debería ser muy preciso si quiero deshacerme de un pie y luego del otro. Después de todo, ¿dónde comienza un pie? ¿dónde termina?
Así es que harto de soñar con ella, de contarle hasta el último detalle de una película que yo estaba tramando, todo dicho encima de una canción abominable que la radio no dejó de repetir desde que me acosté, allá por las cuatro o cinco de la tarde, me levanté, busqué por todos los medios hidratarme porque me sentía al borde del desmayo. Después me bañé. Con manos magdalenas me eché el perfume que regaló y no salí a la calle sino después de sujetarme la osamenta con una bufanda. Tengo miedo de que se afloje un poco el nudo sobre el cuello y deba juntar mis restos por los suelos.
Ya está disponible en la web sobre António Lobo Antunes administrada por José Alexandre Ramos la traducción al portugués de mi texto Leer a Lobo, realizada por el propio Ramos, publicado originalmente el 12 de junio en Kaputt.

12.7.06

REL

Si digo que sí, que no me importa, que todo lo bueno que tenía para dar ya lo hemos echado, tenés, tengo, tenemos, la casi certeza o como quiera llamarse de que nada en el mundo me importa más. Del mismo modo en que si digo que me va la vida en esto, y en verdad creo que a cierta altura de los hechos, hay carteles que con luces de neón anuncian y repiten y enfatizan y ratifican que esto no da para más, que fue bueno mientras duró. Una burbuja, otra más, una grata burbuja que nos ha ofrecido su hospitalidad a cambio de nada, o sí, a cambio de cosas demasiado importantes, tanto que de común acuerdo hemos creído que era preciso no darles ni tronco de pelota y ahora se han vuelto contras. El puto tiempo, sabés. La urgencia por hacer acá que estoy allá y no alcanzo a darme vuelta que en la espalda no me caben más puñales, no se puede vivir así y tampoco es digno morir así. Podríamos hacer como todos lo hacen. La historia no da para más y deciden casarse. Con eso tienen para tirar dos meses más. Que el salón, que el champán, que los invitados y los regalos y la luna de miel y el vestido blanco y otro par de meses de anestesia. O tener un hijo, ¿te das cuenta? ¿No te da por desconfiar de esos tipos que te dicen quiero un chico y lo quiero ahora? ¿Y qué hay de las mujeres? ¿No es más o menos parecido? Claro que sí. Hay algo interno que se viene desmembrando y la razón y sus brazos operativos (la intuición, la superstición, la religión) empiezan a encender las alertas. De ahí en más se sueña con escarpines y biberones. No importa cómo, importa el cuándo y el cuándo es ya. Pero ese hilo de sutura es carísimo. Yo no lo querría para mí y me parece, puedo estar equivocado y eso no haría más que darme la razón, vos pensás algo parecido. Si nos tenemos que ahogar, hagámoslo, pero con dignidad. Que sea asfixia y no desgarro. Que sea la tina llena y no un chucho de frío. La otra opción es mentir. Mentirse. ¿No te pasa a veces que te levantás con la idea fija? Hoy voy a mentir hasta cansarme. Hoy voy a mentir hasta que lo único que exista en el mundo sean mis mentiras, mis telarañas. Y en un punto ya no estás mintiendo porque te convenciste. Porque el ejercicio de la mentira reporta satisfacciones pero no es un sitio agradable para morar. Pero el cuerpo se acostumbra. Primero es molestia llana. Después escozor. Una leve comezón. Apenas nada. Y después lo necesitás y te resulta tan grato que ya no estás mintiendo sino que decís la verdad, la tuya, la que nadie tolera y ahí te das cuenta de que sos. En la oposición de los otros, en la censura, tu ser refulge. Pero yo no tengo fuerzas para tanto. No al menos ahora que la fresca se mete por la ventana y me pega de lleno en el alma como si en vez de desnudo estuviera vacío, sin vísceras, sin espasmos, colgado de una punta filosa que es lo único que me aferra a este mundo, el tuyo, el que alguna vez supo ser mío y ya no lo es. Dale. Tirá de una vez.

Keep on burning, crazy diamond

10.7.06

En limpio

-Ahí están tus armas.
Pumba, pumba.
-Ahora tirame a mí.

8.7.06

Y triste. Un poco y nada más que un poco. El viento amigo por la ventana. El alma, las almas, a la intemperie.
Hay gente que habla del mundial. Los oigo en la calle. No negaré que me produce cierta envidia el entusiasmo. Cuando pisé el escalón, ya estábamos afuera y, quién sabe si por el fracaso de la nazionale o por el entusiasmo de la proa puesta a cualquier parte que no sea la de siempre, a mí nada del mundial me interesaba. Maravilloso. Recién fui a un café. En la televisión había un partido. A lo lejos distinguí la camiseta amarilla de unos. Ella dijo: oia, el partido, y yo -algo desconcertado- revolví el baúl y dije: ah, el partido. Pero no, era cualquier cosa, pongamos rugby, pero no era el partido. Vi a los otros parroquianos enfrascados cada cual en lo suyo y con más fuerzas envidié a los que, a pesar de todo, preservan el interés. Benditos sean.

Here comes the sun

¿Cinco grados centígrados para el martes? Ya van a ver.

Lesson

Las líneas de colectivo previenen a los pasajeros: mire atrás antes de bajar, pero sólo en caso de bajar, que es como decir si lo que quiere usted es subir entonces haga cualquier cosa que no sea mirar atrás. Algo así.

6.7.06

Redactor free lance se ofrece

5.7.06

Ahí no, que hoy es día de fiesta. Algo así dijeron y se fueron del brazo y a las chuequeadas.

4.7.06

Patagonia. Esa palabra con gusto a exilio.

3.7.06

Pablo glosa un viejo texto mío.
Hoy rezo para que mañana llueva.

1.7.06

Ah!

Desde ayer Finnegan está de vacaciones.
Sabrán disculpar que este blog trabaje a reglamento hasta que el nivel hormonal de aquel que les dije retome sus valores normales.

Hay gente mala leche y envidiosa

Lo debe haber dicho Majul.
Sano y salvo, que es ya decir.
Eso sí: 20 grados es demasiado.
Estamos contigo, Alemania.