Jade May Hoey

1974-2004

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2.12.05

Mi amigo Ziggy

En los intervalos de mí, es decir cuando detengo lo que estoy haciendo para hacer fondo blanco con algo parecido a jugo, pero que en realidad tiene menos de jugo que de agua coloreada por un sabor dulzón que la hace adictiva, pongo un disco a buen volumen, un disco que suele estar por término medio, una semana o dos en la bandeja, esperando por mí y los arbitrios del botoncito play. Ese es mi modo de escapar. Elijo una canción y la escucho tres o cuatro veces seguidas hasta que me canso de ella. Por estas horas, como quien pretende quitar los pies de un pantano que amenaza con devorarlo, tengo puesto Ziggy Stardust y estoy obsesionado con su tercera canción. Es una copia de una edición inglesa, con cuatro cortes adicionales que son incluso mejores que el disco en sí. Una joya. Me lo regaló un amigo. Fue el año pasado y de sopetón. Como quien no quiere la cosa me dice: te lo dejo, salta un poco. Debo tener mis oídos bastante perjudicados. Recién ahora voy cayendo en los detalles que a mi amigo incomodaban. No son nada graves. Sólo son perceptibles para un enfermo, y yo, que ya le di muchas horas de vuelo, estoy un poco enfermo con ese disco. La semana pasada, bajo el martillo del track ocho, llegó otro amigo, muy diferente. A él le causa repulsión todo lo que tenga que ver con el pop y cuando me pongo a evangelizar las bondades de Bowie él frunce el ceño y no da crédito a mis palabras. Lo correcto hubiese sido cambiar el disco y poner, por ejemplo, aquel otro en el que tengo un pedacito de la quinta de Beethoven en la versión de Steve Vai, algo que le va mucho mejor a sus gustos, pero no hice caso a la razón y aunque el calor me lloraba en las sienes, puse la pavita para cebarle unos mates y deje correr a Ziggy durante la sesión de mate, prorrogada por una tardía renovación de la yerba y una galería temática que haría muy felices a quienes piensan que nuestro mejor sitio es el manicomio. Antes de irse, me preguntó el nombre del disco y alguna referencia adicional y para mis adentros me cagué de risa. Es que si por esas cosas del destino durante ese rato tocaba timbre mi otro amigo la velada hubiese tenido dos salidas posibles: las risitas para salir del paso, alguna trivialidad a medias para evitar los puntos de fricción o agarrase a piñas, que es lo que se vienen prometiendo desde hace años. Sin embargo, mi amigo siempre estuvo ahí, en el disco de Bowie, en esa canción desgarradora que es Lady Stardust o en esa voz casi Dylan del track quince (la canción que le da nombre al disco en una versión demo). Lo inconfesable para mí es que les robo cosas a los dos, que para mí la amistad no es algo muy diferente a esos hurtos consentidos que ensanchan en acervo. Todos somos la ilusión de unidad de esos pedazos rotos que a menudo no quieren pegarse ni por todo el oro del inca. Y hago constar al pie del acta que mi amigo converso me ha prometido otra edición de Ziggy Stardust, una que trae doce bonus. Sirva entonces la presente de título ejecutivo y atenta nota de salutación.

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