Jade May Hoey

1974-2004

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27.9.07

No gastes fuerzas para comprender

¿Ya es hora? No lo sé. Un día de estos voy a volver a ponerle pilas al reloj. ¿Será posible que los únicos dos relojes que he usado estos años se queden sin pilas al mismo tiempo? Está el teléfono, claro, pero su alarma, por melodiosa que se pretenda, me pone siempre al borde de la histeria. Pero peor resulta que cada vez que escuche un sonido ligeramente similar, sólo atine a mirarlo. Esto es 1984. Ya me reclutaron para sus filas, pero no por eso soy menos feliz.
¿Es hora? Sí, ahora sí, y si no le metés pata vas a quedar muy atrás en la cola. Eso no es malo en sí mismo: hay lugar para todos. Casi siempre. Pero si por esas cosas de la vida, el mío se atrasa y antes viene otro, por ley de Murphy se equivocará de andén, se romperán las filas proletarias y ahí sí que me broto.
Pero voy a tiempo, eso creo. Me cruzo el bolso, prendo un pucho y me lanzo cuesta abajo. Siempre igual, todo lo mismo. Es el piloto automático de mis días a esa hora, sólo que ya es primavera y más gratos los pasos. Cruzo la calle al trote. Es doble mano y -aunque hace mil años que viva por el barrio- todavía no me acostumbro a mirar para los dos lados. Entonces corro, me agito, trepo a la vereda, veo los árboles pasar. Me distraigo. Añoré todo este invierno los días de sol y ahora me falta la luna.
Pienso en ella. En la luna. Todos merecemos una luna. Algunos, tal vez, dos.
Ahí vienen. Ahí vienen sólo para mí. Un, dos, un dos. Un dios. Me pregunto cómo será su rostro pero no tengo tiempo para averiguarlo. Quizá se haya propuesto facilitarme las cosas y por eso me dijo hola, cómo andás. Muy bien, ¿y vos?, le dije, pero ya nos habíamos cruzado. Ahora era un culito blanco que se marchaba y yo un tonto que se daba vuelta a mirar.
Un, dos, un dos.
Un dios.

26.9.07

Apunte para el cálculo de las dimensiones de este mundo

Uno no puede hacerse a la idea de lo ancho que puede resultar este mundo hasta que le llega el día en que se pone a inventariar a esa gente que no vea hace mucho, de la que perdió todo rastro y sin embargo siguen estando allí, ocupando algún estante de los más retirados de la memoria. No quiero pensar mucho, ya es tarde para eso, ni tomarme el trabajo de establecer prelaciones de ningún tipo, pero si me detengo un segundo, y me pongo la consigna: nombres de personas que hace mil años que no veo y sin embargo... treinta segundos a partir de este momento y comenzamos YA! me preguntó quién habrá estrujado los pechos de Ivon, dónde es que habrá colgado Leandro su saco de corderoy cargado de gotas de lluvia, qué habrá sido de María José, que se hacía acompañar por mí a los barrios más profundos de la noche, qué de Vanina, de la que ya no soy ni un recuerdo, o de María de los Angeles, ¿un pensamiento?, ¿la sombra de una sombra?, ¿y de la flaca Silvia, que me gustaba cuando teníamos once?, ¿y de Yanina y sus piernas más blancas que la leche?, ¿y de Cardenón, que empezó tarde y abandonó temprano esa carrera que le quedaba grande? y del Huencho, que decía venir corriendo cada mañana por lo complicado de las calles de su barrio, ¿seguirá Nelson gambeteando perros y charcos enfundado en su único traje gris o se habrá comprado otro? ¿qué habrá sido de la Silvia que me gustaba cuando ya teníamos treinta? ¿y de Mónica, la madrileña? ¿y de esa otra María, la que a la hora de la siesta me reprochaba que no me pusiera a escribir? ¿y de Olguita, que fue la primera en decirme que yo era hombre de genio? ¿y de Mauri, que sólo rezaba mientras hacía caca? ¿y de las orgías del padre Hilario? ¿y del Chivo, el taxista que llevó a mi padre al hospital a que me pariera? ¿y del Mono, que fue el enfermero de ese parto? ¿y del Monito, su hijo más chico, el que pensaba que yo sabía mucho de música cuando apenas si leía, y de vez en cuando, la Pelo, la Musiquero?, ¿y de Calvón? ¿se habrá hecho una vida o seguirá sirviendo cerveza a los buenos para nada que ocuparon mi lugar y el de los de mi barra? ¿y del Rata, el Gallego, el Negro, la Bruja, el Búho? ¿y de sus padres, sus madres, los amantes de sus madres, los acreedores de sus padres, el extraño néctar que tanto tiempo nos mantuvo juntos incluso a la distancia? ¿y del viento rubio que peinaba el pelo de Carina? ¿qué habrá sido de mí? Eso es lo que estoy preguntándome. Y ya han sido más de treinta segundos.

25.9.07

la posibilidad de marte

anoche no pude, lo confieso. no es la primera vez que me pasa. o sí, qué sé yo, no llevo esa estadística. ese otro, el que sí las llevaba, a esa y a todas las demás, era un personaje del viejo filloy, aunque a veces se me hace cuento que eso fuera simplemente un cuento. bah, hace nada, un mes o dos, uno de mis mejores amigos me contó que era inminente su viaje número cien. me caí de culo, o poco menos. claro, el tipo lleva la cuenta y lo que alguna vez fue un cuaderno espiralado ahora se hizo una planilla de cálculo. lugares, fechas. a lo que, si tenemos la prudencia de agregarle las distancias, nos da un perfil del viajero tal que, en el caso de mi amigo, todo parece indicar que antes de la mitad de este siglo andará allá por marte, si es que las tarifas siguen sujetadas. ustedes se deben pensar que miento, pero no, a lo sumo exagero. la vida es tan prosaica en realidad, que lo mejor que uno podría hacer por ella es matarse. qué tanto alegato. sigo. el tipo, planilla de cálculo mediante, me demostró con un gráfico la posibilidad de marte. de otro modo, yo que soy hombre duro de entendederas, no me hubiese hecho a la idea. cosa de locos. antes, cuando era chico, supe ser brillante en física, en matemática, no así en química, aunque tuve la precaución de aprenderme la nomenclatura numeral de stock, la única sencilla, claro. en esos años, mi capacidad silogistíca dejaba de una pieza a mis profesores. recuerdo a una en particular, que siempre me pareció escapada de un libro de hadas. ella era la bruja, por cierto. no es que fuera fea, incluso pudo ser linda. no sé, a eso debería verificarlo ahora, con el canon que me ha dado la experiencia, pero en ese tiempo, a mis ojos, a los ojos de todos mis compañeros, cargaba con la pesada mochila de ser protagonista de todas las pesadillas, ella y su larga falda con lamparones de aceite. después, ahora quiero decir, no cacé nunca más un fulbo, pero ni uno, eh. bastará al efecto de esto opúsculo mencionar que, hace no tanto, un amigo nerd, facho, friki, otro amigo del alma, pretendiese explicarme la electricidad, que al parecer puede explicarse y en términos sencillos. pensá en un río, me decía, la resistencia bla bla bla y yo estuve a punto de decirle como el cana de los simpson: más despacio, cerebrito. no entiendo nada y entender, como bien saben ustedes, cambia la vida. entendemos para cambiar la vida. no sé que nos darán a cambio, pero ya no me importa. qué podría ser. otra vida. sí, en el mejor de los casos. pero si hay mejor eso significa que puede no haberlo. de otro modo: qué quiso decir capitanich en el diario del domingo cuando catalogó al peronismo como el partido que encarna el ser de heráclito. nosotros somos el agua, dijo. y lo mejor de todo es que el periodista, que la va de versado en toda ciencia y tecnología, existente y por venir, no repreguntó. no debe haber leído al oscuro. bah, no conozco a nadie que lo haya hecho, pero nadie se baña dos veces en el mismo río, de eso podemos estar ciertos y casi de ninguna otra cosa. me pregunto cuándo volveré a escribir. lo necesito. saberlo, digo. no así al hecho de escribir. en rigor de verdad, no hago otra cosa. no podría. pero ya no para cambiar la vida, aunque quisiera otra, una más soleada. tomar cerveza en el patio y que no me cayera mal. leer hasta perder el sentido y jamás recobrarlo. salir a pelear contra molinos río de la plata y morir en el intento. y resucitar y contarle al mundo cómo es volver de la muerte. y volver muerto, no vivo, que eso ya no sería noticia. todo está lleno de gente que vive. mal pero vive. y escribir esa novela que avanza a razón de un párrafo por día, esa que por el momento tiene un comienzo nada prometedor. toto, como si fuera un tío medio pelotudo. presiento que no me ganaría el rómulo gallegos con una cosa así ni me antologarían, pero esto último sí que es mejor a perder todos los premios. qué haría yo entre esa gente. la alegría es sólo brasilera y yo, cuando pude hacerlo, deseché la oportunidad de estudiar portugués. y gratis. nada les cobré por desistir de la magna empresa. total, a mí nunca me atrajeron los brasileros. apenas lobo antunes, que no es cielo ni es azul, al que puedo leer en las traducciones que hace merino y no están del todo mal. si a mí me gustan los cubanos. si a mí me gustan los irish, comenzando por jack daniels.

24.9.07

Peronian way

No sé bien dónde es que vamos, pero tengo la impresión de que vamos muy rápido hacia allí.

19.9.07

Invocando al Negro Mocasín

Esto es un poco loco, pero sólo un poco, no se vayan a creer algo que en verdad no es: a veces me da el ralle y soy otro tipo, no el que quisiera, ni bastante menos, aunque no sé qué es lo que quisiera ser, ni menos qué cuernos venga a ser menos respecto de eso. A veces, por ejemplo ahora, me dan ganas, pero muchas, muchas ganas de tener un blog. Tener un blog y escribirlo de arriba abajo. Llenarlo de boludeces. Decir, por ejemplo, la noche está estrellada y a lo lejos. Pero no, no tengo un blog y no sabría cómo tenerlo. Alguien que tengo muy a mano me diría: pero cómo es que no tenés un blog, si abrirlo es lo más sencillo del mundo. Es más fácil, incluso, que abrir una casilla de correo. ¿Sabés abrir una casilla de correo? ¿Tenés alguna? Y yo recuerdo haber tenido alguna vez una casilla de correo, pero no cómo la abrí. Seguramente algún buen samaritano me tendió la mano, pero soy malo para esas cosas. Me debo haber olvidado la clave. ¿Es que para todo hay que tener una clave en los tiempos que corren? Sí, y una diferente. Si todo fuera tan sencillo como sacar la tarjeta del banco que uno lleva encima, en la billetera, y meterla en una ranura, pongamos por caso la diskettera, que para algo debería servir ese agujero allí, tan apetecible, pero no, no es así. Hay que acordarse de muchas cosas. Como si uno no tuviera bastante con acordarse del alfabeto, en inglés y en castellano, las provincias argentinas y sus capitales, la fecha del cumpleaños de la primera novia, el número de documento de identidad, el nombre completo de mamá y de papá, como si eso no bastase ahora me tengo que acordar de un apellido prestado y de un nombre que ni siquiera es el mío, porque el mío ya estaba usado. ¿Otro tiene mi nombre y ustedes ahí tan campantes? Y así. Estas cosas me superan. Pero me gustaría tener un blog y es bonito decirlo. También me gustaría tener una novia pechugona. He pensado mucho en que debería tener una, dentro de lo posible una que fuera quince años menor. Pero son tonterías que a uno se le ocurren. No estoy en condiciones físicas de aspirar a tamaña proeza. Mis amigos se reirían si les cuento que tuve que comprarme un jogging para salir a correr. Porque salgo a correr, no todos los días, porque a veces el clima no ayuda, pero sí tres veces a la semana. En jogging me siento algo extraño, también es bonito decirlo. No es que uno sea hombre de vivir con la soga al cuelo, que no es otra cosa una corbata, ni con las camisas duras en el cuello de tanto almidón, pero la elegancia lo es todo, o casi todo. El solo hecho de meterme en una casa de deportes me hizo sentir un extraño. ¿Dónde estuve metido todos estos años? ¿Adentro de una caja de zapatos? Les diría que sí, si no fuera por el hecho de que tengo fresca la imagen de todas esas cajas de zapatos, zapatillas y demás yerbas, todas apiladas como si fueran un edificio de departamentos. ¿Les faltará el agua por las mañanas? ¿Sentirán cómo baja la presión del gas? Son zapatillas. Casi todas tienen cordones y ninguna se ahora. ¿Me permite los cordones?, le dirá un cobani a la zapatilla que se lleva en cana, y la zapatilla dirá para sus adentros: no soy nada sin mis cordones, ¿o es que acaso me toman por mocasín? ¿Qué habrá sido, a todo esto, del Negro Mocasín? Millones de años que no lo veo. Ya debe tener mocasinitos. Me chupa un huevo, en realidad. A algunos es mejor perderlos que encontrarlos. Yo tenía unos mocasines que me había regalado mamá. Me acuerdo muy bien porque los estrené una noche que me agarré un pedo para el Guinness. Perdí las llaves, salté un paredón que terminaba en una larga hilera de culos de botella, me corté hasta el alma y, para colmo, fui a caer sobre más vidrios que había en el suelo y no pude nunca haber visto, mitad por el pedo que cargaba, mitad porque era noche sin luna. Creo que el taco del mocasín se me clavó en el talón, lo que produjo un deslizamiento de toda la estructura ósea de la pierna, lo que viene a decir que, si no hubiese sido por la anestesia general, mi destino cierto era el coma farmacológico. No volví a tomar por mucho tiempo. Me compré otros zapatos y tiré a la mierda los que mamá me había regalado. ¿Lo ven? A una novia quince años menor uno la trata con más cariño que a una madre. No hay misterios. La borrega se irá con otro. O con otra. Son todas iguales. Todas putas. En cambio mamá es el único soldado fiel. Si un día me crucifican entre ladrones, ella estará al pie de la cruz y es muy capaz de ultrajar la tumba con tal de enterarse primero que nadie que he resucitado. Pienso en el sudario y me da un escozor que ni les digo. Me saco la sudadera porque me da asco, rabia, qué hago yo saliendo a correr todas las tardes, che, ¿alguien sabe? Si antes, no hace mucho, para lo único que servía era para pasarme la tarde, la noche, quedarme hasta la hora que fuese dándole duro y parejo al cuaderno con espirales, a la birome, y si no leyendo como un hijo de puta. Y ahora esto. La nada misma. Qué tristeza. Qué soledad. Por eso les decía que tengo ganas de abrirme un blog. Cuando lo abra, lo primero que voy a hacer es invocar el Negro Mocasín, dónde estarás pedazo de hijo de una caravana de putas. A lo mejor después no tengo nada que agregar, pero qué importa. ¿Alguno de ustedes piensa que su lugar en el mundo es una misión plagada de incisos? Si uno de ustedes, uno solo, llega a decirme que su misión abarca dos incisos, les juro por la luz que me alumbra que mañana mismo me rapo. Me rapo el mate a cero y me banco el invierno como venga y el sol del verano. Les juro que soy capaz de lustrar los zapatos una vez a la semana y sacar la basura antes de que pase Manliba. Les juro que el 28 voy a votar por el mejor candidato y que no voy a cagarle la existencia a nadie más, por turro que sea. Promesas son promesas, ¿no? Lástima que no tenga el blog. Eso debería ser la primera cosa. Se lo leí a Fitzgerald: ¿cuál es tu primera cosa? Ahora el management está revolucionado: a eso que algunos se dan el lujo de llamar el qué futuro, otros, ellos, le llaman misión. Una misión con dos incisos. No puede ser imposible. Escribir y salir a correr todas las tardes. Darle alcance a la quince años menor. Tener un blog y alimentarlo.

17.9.07

Amarcord

Los dedos duros como para escribir algo decente, eso sí, pero pensamientos revueltos, muchos, suficientes para una ensalada y con todos los aderezos. Me pregunto qué es lo que podría ponerme a escribir ahora mismo con tal de salir del paso, y de paso quebrar el silencio. Debería sentirme un criminal, no por el hecho de no tener una coartada para no escribir sino por algo bien diferente; no debería ser gratuito no tener ganas de escribir y sin embargo hacerlo, sin objeto, sin tiempo, por el simple capricho de mancillar la hoja en blanco, pero vamos.
Mensaje: no me curo de la gripe, hoy suspendemos.
Lo leo en la cama. Hago a un costado el sueño, leo sin entender. Es temprano. Ya se verá qué es lo que hago.
Duermo.
Despierto y ya soy dos horas más viejo. Pero todavía es temprano. ¿Y si lo llamo? Sí, lo llamo, pero después, cuando me vista. Vuelvo a dormir. Mando el mensaje. Ahora sí que ya es tarde.
Nadie me contesta.
Me visto, me lavo los dientes y un poco la cara. Busco una bolsa para ocultar la botella. Me queda un Graffigna etiqueta naranja. Con la excusa de la veda, me vi forzado a hacer un poco de bodega. Es noche fría de primavera en ciernes. Las calles se hacen largas a esta hora. No andan ni los fantasmas.
Me pesa el saco. Me siento, sin embargo, desnudo. Elijo las veredas sin perros. Voy por la mano izquierda, pero no pocas veces me cruzo. Ante mi paso se enciende algún farol.
A poco de llegar a Cabot veo su casa. Están las persianas bajas, pero puede que la vista me engañe. Ya estoy acostumbrado a eso. Camino un poco más despacio, como si quisiera darle tiempo a que se despierte. Es viernes. Por ahí pinta salir, y si pinta salir, a nuestra edad, lo mejor es echarse una buena siesta antes. No queda lindo interrumpir el cortejo de alguna pendeja a bostezo limpio. Pero las persianas siguen bajas. Esta y aquella. Podría mirar por encima del muro. Si estuviera el auto guardado, yo podría tocar el timbre hasta que este pedazo de infeliz se levante, pero si por esas cosas de la vida, justo pasara un cana y me tomara en situación de pizpear por encima del muro, me vería obligado a dar explicaciones que no quiero dar. Este es barrio de gente bien. Hay tanto choreo, que seguro que un par de canas andan en las inmediaciones.
Hago tiempo de acordarme de algo. Dos años atrás, dos que bien pueden ser tres, acá a la vuelta, sobre la Rondeau, me paró la cana. Eran tres y en un patrullero. La Rondeau es tan angosta como las calles del microcentro porteño. Yo iba por la mitad de la calle. El auto me encandiló y quise subirme a la vereda. Ya los pasaba cuando uno me dio la voz de alto. Me sentí un chorro. No tenía ninguna razón para andar por la Rondeau más que conocer un poco el barrio. Me permite lo que lleva en la bolsa, me dijo uno. Sí, cómo no, quise hacerme el simpático. Era un libro, el tomo uno de Los mitos griegos. Robert Graves. El cana hizo la cara que bien podría haber hecho Drácula si le mostraban una cruz. Dónde va, me dijo. Marconi y Michael Jones, dije, por decir algo. Vaya nomás. Me iba nomás. En eso uno me grita. ¿Su nombre?. Benjamín Matienzo, debo haber dicho.
La puta madre, pienso. Hace media hora que mandé el mensaje, éste no responde, las persianas están bajas. ¿Dónde se habrá metido? ¿Se habrá ido a Mallorca? Tanto amenazar, tanta despedida en cuotas, no me asombraría que lo hayan llamado de apuro. Pero, ¿tanto como para irse sin decirme chau? Bah, quién sabe.
Hemos pasado años sin vernos. El destino, las minas, esas cosas que se ponen en el medio, hasta que un día lo llamo, y ahí nomás, al rato, se aparece por el estudio, porque debe ser el año 2001 y yo tengo estudio, no tengo un mango, no tengo pilcha qué ponerme, pero tengo una oficina en Pellegrini y Paraguay, teléfono, internet, clientes. Me falta dónde dormir, pero tiempo al tiempo. Nos saludamos con alguna distancia, pero al rato ya somos los que éramos. Quiero decir: nada que haga ni puta referencia a la nostalgia. Otra cosa. Como si la semana anterior hubiésemos estado juntos.
Pero no. Ya no éramos los que fuimos. Antes viajábamos. No llegamos a la cordillera, pero, cada tanto, nos escapábamos al dique o a Pirámides, o a Santa Isabel, o a Gaiman. Pensar que saltamos en la pasarela que varios años después cedió bajo los pies de esas maestras y esos pibes de Morón (o quizá fueran de Merlo), y trepamos las alturas que una tarde de mierda lo vieron caer a Luciano. O a Madryn, una tarde de viento, a gritar en la misma barda que Alterio eso de “la puta...”
Sí, la puta.
No, pienso, y me hago a la idea de que voy a tomarme solo esta botella de vino y las que vengan, estoy un poco dormido. Qué habré dormido, dos horas, dos que se hacen tres y me levanté un poco pelotudo: él no se iría sin avisarme. Por lo menos me daría tiempo a que le dé un abrazo, me devolvería los libros que tiene en su casa y no lee: la puta, sí, todavía no me devuelve Los mitos, La conjura de los necios, algún Cortázar viejo, y capaz que hasta le mangueo el gamulán, total, para qué carajo quiere un gamulán en Mallorca. Podría pedirle los vinilos, si no fuera que otro se los pidió antes, pero yo no tengo bandeja, yo no sé pinchar discos, yo no tengo paciencia.
Soy un boludo, digo, y sigo caminando despacio. Mi cuerpo ya se acomodó a la temperatura de la noche. Tengo ganas de meterme en cualquier bar de mala muerte (como si fuera en Malasaña) y tomar hasta caer de rodillas, pero me estorba esta bolsa y esta botella de vino.
Una cuadra más y un mensaje pide pista: estoy de viaje, voy llegando a Sierra, está todo el pueblo, che, me dice, y yo me acuerdo de esas tiradas que hacíamos de Buster Keaton. Nuestra hospitalidad, se me ocurre, en particular la odisea de ese viaje en tren, donde la gente se paraba al costado de la vía sólo para verlo pasar. Y pienso en mi pueblo, que no es tan pueblo como para que la gente se ponga a ver el tren.
Tené cuidado que pueden agarrarte a piedrazos, le digo, un abrazo.

14.9.07