Jade May Hoey

1974-2004

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30.7.07

¿Quiere el camino sequito, don Panta?


Hay días hechos a un solo efecto: echar de menos a Angie Cepeda. Otros días, estos, sirven para vivir incluso a su pesar.

26.7.07

alusión a la ilusión

La tentación, como a todo el mundo supongo, a veces me visita y, como todos creemos saber, la mayoría de las visitas suelen ser gratas. Mal que mal, siempre resulta un halago que alguien se acuerde uno, aunque sea a propósito de cobrarnos una deuda. Bueno, en realidad no siempre. Es más: viene a mi cabeza ahora mismo una plétora de motivos por los cuales una visita es lo peor que nos podría pasar. Pero siempre es linda la tentación, tentarse, arrimarse peligrosamente a su abismo, mirarlo con deleite, cambiando los roles, imaginando que somos nosotros la carnada y no a la inversa. Ilusiones, sí. Política cultural de reputación en declive: la tentación es una porquería, ni dios permita que. Pero de vez en cuando la tentación nos cae como una patada al hígado. O no como una patada, que es, dentro de todo, un instante, sino como la consecuencia perdurable de esa patada, la desazón, el temor de morir, el deseo de hacerlo, o de que al menos alguien nos quite el hígado mientras lo damos a los mecánicos, y que ellos hagan de una vez lo que les toca. El gesto amarillo. La saciedad que no es tal. Eso me pasa cada vez que creo que ya todo lo bueno ha sido escrito. Y pintado. Y dicho. Y vivido por otros. O por mí mismo pero en otro tiempo. Pero no. Sólo se trata de la forma inversa de la ilusión, que no se bien cómo se llama pero no es desilusión, seguro que no es. Esas tres letritas que se ligan a la ilusión como un apósito connotan algo parecido a arrancar el sembrado, a quitarse de encima algo, decididamente algo que no viene a satisfacerme. Debería haber un nombre para la ilusión malparida, la otra, la negativa, el perfecto contrario de la ilusión que todos dicen. A propósito de todo y de nada: qué lindo cuando los españoles dicen “me ha hecho mucha ilusión esto o aquello”. Nosotros somos más desapegados. Nuestras ilusiones no se generan de alguna cosa sino de la nada misma. Por eso es que la ilusión, queridos amigos, tiene la reputación que tiene. Aquel lvive de ilusiones, dicen las viejas. Sí, che, y qué, cuál es el problema.
El caso es que hoy escuché en la radio una canción de Sabina y la sentí como si fuera inédita. La debo haber escuchado antes y la pasé por alto. Quizá Malas compañías no sea un gran disco. Quizá yo piense que Sabina ya me ha dado todo lo que tenía para darme. Suerte que no, suerte que Joaquín tiene siempre a mano una canción. Una canción como Gulliver.
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25.7.07

Qué cosa fuera

Si fuera un mes: febrero.
Si fuera un día de la semana: sábado.
Si fuera un momento del día: 4 AM.
Si fuera un planeta: Plutón, ja!
Si fuera un animal: niño.
Si fuera un mueble: una mesa donde se coma, se escriba, se junte mugre.
Si fuera un líquido: vodka.
Si fuera una fruta: ananá.
Si fuera un instrumento musical: bajo.
Si fuera una canción: A Forest de The Cure.
Si fuera una comida: de rotisería.
Si fuera una parte del cuerpo: el dedo meñique derecho.
Si fuera un objeto: lápiz.
Si fuera una asignatura: Estadística.
Si fuera un número: 0
Si fuera un coche: Renault 4 L
Si fuera un color: rojo.
Si fuera una ciudad: Dublin.
Si fuera un mar: Mediterráneo.
Si fuera un idioma: alemán.
Si fuera una flor: pensamiento.
Si fuera un verbo: ver.
Si fuera una estación: Malabia.
Si fuera una prenda: una camisa lila.
Si fuera un cuadro: El jardín de las delicias.
Si fuera un monumento: a los caídos en Malvinas
Si fuera un país: Irlanda.
Si fuera un lugar: una sala de espera.
Si fuera un deporte: ajedrez.
Si fuera un integrante de un grupo: el último de la fila.

desovillé un desavillé

un poco la cabeza grande para este cuerpo pequeñito que en suerte me tocó y alimento y dejo crecer aunque acabe por estorbarme y por tanto yo me arrime, de nuevo, a los berenjenales de la culpa y qué sé yo, pero la cabeza, decía la cabeza, duele un poco, una buena cantidad pero no en toda la cabeza, digamos que hacia el polo sur, por llamarle de algún modo, se ha desatado la inclemencia del tiempo, que sabe dios cuando ha sido clemente, pero olvidemos al mal tiempo, y más bien rápido, que llevo ya varias semanas de levantar la vista en busca del cielo y veo siempre lo mismo, un cielo que se adivina por debajo desnudo envuelto en un desavillé de vieja, qué fea palabra esa, y qué vieja, es cierto, y esos aires franceses llevados de los pelos hasta dar en las narices de nuestra pretendida nobleza, esa palabra me recuerda a una cierta vecina que tenía yo allá lejos y hace tanto que ni siquiera se me había despertado el sexo, ella andaba siempre con ese aspecto de levantarse de la siesta, no era vieja, pero casi, quiero decir: hay un tiempo en la vida de los hombres en que todas las mujeres son mujeres y nada más, mujeres y por tanto lejanas, o sea que podría tener 35 años pero a mí me daba la sensación de que en cualquier momento la llevaban al hogar de ancianos, que en mi pueblo no hay asilo sino hogar de ancianos, pero no sería para tanto, estoy seguro, o quiero creer que lo estoy, porque a mí un poco me gustaba verla sacar un balde con agua de la cisterna, no ese acto en sí, qué se piensan, sino el inclinarse un poco hacia adelante enseñando las piernas, pero eso era cuando andaba de civil y no eran tantas las veces, pero hay que reconocerle algo: si venía a pedir prestada agua de mi casa, algo se arreglaba, el resto del tiempo se la pasaba en desavillé, lo que es decir toda una postura ante el día que nos toca y casi ante la vida, si se me permite la exageración, y ojo que estoy pensando en mí mismo, que desde que tengo piyama y me hice a la costumbre de usarlo, no hay día en que no lo use por al menos doce horas, es, en cierto modo, uno de esos amigos que a mí me gusta tener, admite todas las licencias que me tomo y esa es toda la maravilla que tiene, o alguien se atreve a decirme que es cómodo dormir en piyama, no, nada de eso, para dormir no hay mejor que estar en bolas, qué es eso de que la botamanga se arremangue por sí sola, o que en determinada posición lograda desde lo profundo del sueño venga el elástico y apriete y lo saque a uno de ese sueño en que por fin se le está declarando a la maestra de quinto, que esa si estaba buena, o ya era más despierto, eso no lo sé bien, o ha pasado tanto el tiempo que me gusta pensar que hubo en mi vida una gran mayoría de mujeres que me gustaron, que me gustaron porque eran lindas, y que eso precisamente es el pasado porque ahora ya ando interesado en otras cosas, todo culpa de la filosofía, culpa de ponerse uno a pensar más de la cuenta, el insomnio, los días en piyama, la vecina que ya no nos pide más agua

23.7.07

Parroquiales

Interesantísima charla en lo de Freidemberg: ¿crueldad con los escritores muertos y vista gorda para los contemporáneos?

V

Anoche soñé con papá. Una enfermera lo acicalaba como en día domingo. Apenas me vio dejó caer la pregunta. ¿Cuál es tu enfermedad? Que siempre me pierdo en los hospitales. Eso tuve ganas de decir.

20.7.07

Rich out

and touch faith.

19.7.07

Qué lo parió

Hace un rato nomás falleció el Negro Fontanarrosa.
No me gustan los epitafios, esas palmadas que nos damos a destiempo, cuando ya es tarde para todo. Si tuviera algo de paciencia, buscaría una nota que empecé a escribir para kaputt y nunca terminé. En esos días se anunciaba que la enfermedad le había ganado el brazo derecho, que ya no podría dibujar más. El carácter deformativo de la enfermedad no daba permiso para mayores esperanzas, pero él mismo, por lo que dicen los que estuvieron cerca, hizo de este período una sobrevida y no una agonía. Ayer le cambió el guión al chiste que hoy publicó Clarín, ayer comió un asado con sus amigos.
Entonces, más o menos de memoria, anoto lo que empecé a escribir hace unos meses, ahora que estoy precisando esa palmada, aunque sea a destiempo.
Verídica o no, la leyenda cuenta que a principios del siglo pasado, creo que en 1909, Rosario Central y Newell´s Old Boys iban a apurar un partido a beneficio de los enfermos de lepra. Central, con razón o sin razón, no se presentó a jugar. La sociedad bienpensante condenó esa actitud y, sin saberlo, desde allí y para siempre, dividió a Rosario en dos bandos: leprosos y canallas.
Cualquier cosa que yo pueda decir respecto de ese antagonismo es trivial, pero me permito un recuerdo. Hace algunos años, con la excusa de visitar a cierta señorita a la que había conocido por chat, viajé a Rosario. Quedé impresionado por muchas cosas, pero atesoro en un rincón del corazón el momento en que mi amiga me presentó a su abuela. Yo esperaba que me hiciera cualquier comentario, que me preguntara sobre mis medios de vida o mis intenciones para con la piba, pero no. La viejita, incluso antes de saber mi nombre, en un tono algo amenazante me interrogó: ¿no serás leproso vos? Yo estaba enamorado. Un poco de la piba, un poco de Central, de verlo por la tele, con las tribunas del Gigante de Arroyito atronando su grito de guerra: soy canalla.
La palabra canalla, para orgullo de la parcialidad centralista, tiene en Argentina una única acepción: hincha de Central. Después uno puede ser más o menos hijo de puta, pero canalla, lo que se dice canalla, sólo lo será en la medida de esa simpatía y de ninguna otra cosa.
El primer título canalla en los campeonatos grandes data del 71. Por aquello de honrar a la leyenda antes mencionada, Central recuerda más el triunfo sobre su tradicional rival en las semifinal jugada en cancha de River que el campeonato mismo. Tal dimensión cobra el mito que cada 19 de diciembre, el goleador de aquella tarde, Aldo Pedro Poy, reproduce, con creciente dificultad, la palomita que valió la victoria.
El Negro escribió, a propósito de esa victoria, un cuento que es un panfleto, una declaración de principios del hincha de fútbol. Se llama, previsiblemente, 19 de diciembre de 1971, y cuenta, desde las palabras autoindulgentes de un hincha de Central, cuánto es que vale un triunfo de ese tamaño, cuánto la vida misma.
Los canallas, antes del partido, tenían miedo de perder. No era joda: se trataba de un partido de ribetes únicos. Ni falta hace que insista con ello: ya ven, a casi cuarenta años del pitazo final seguimos hablando del mismo asunto. Jugados como se sentían, recurren a una cábala infalible: llevar a la cancha a un viejito que nunca había visto perder a Central. Lo llevan incluso contra su voluntad y la de su familia, concretando lo que en la jerga judicial se conoce como privación ilegítima de la libertad. Se ganó el partido. El viejo, durante los festejos, cae fulminado por la muerte. El hincha narrador, el tipo que todavía trata de justificar el sacrificio, yo creo que el Negro mismo, remata diciendo “porque si pudiera elegir la manera de morirme, yo elijo esa”.
¿Esa? Sí, esa, de un saque, en medio de la euforia que desatan las pasiones mundanas.
Yo le creo al Negro.

O

Es un hecho. Acabo de comprobarlo, aunque siga sin entenderlo, aunque le dé vueltas al asunto para encontrar el mejor modo de ocuparme de otra cosa.
Para escribir necesito el exilio.
No digo bien, dije sólo escribir, digo sólo poner una palabra detrás de la otra, una letra y una más.
Necesito eso que hay en los hoteles, eso que mete tanto miedo. Eso que quizá se llame silencio. Necesito que me pida a mí mismo tocar la puerta antes de entrar, que alguien cambie a diario toallas, sabanas y verifique que todo fue dejado en su correspondiente lugar.
Orden.
Ajeno, prestado, impostado.
Necesito que no haya en el lugar ningún rastro de mí, ningún aroma cómplice. Necesito estar tan solo como para cometer una locura.
Necesito pedir una piel prestada, otro cuerpo.

16.7.07

Varadero/9

Lunes otra vez. Rosario de lamentos. Por qué a mí, por qué siempre yo. Es injusto el papel de mesías que me han asignado. Hay demasiados reclamos por atender. No puede ser que uno tenga que abocarse a solucionar meses y meses de desidia. Si fuera martes sería lo mismo, pienso, pero en una de esas las horas hábiles administrativas operan una suerte de anestesia, a resultas de lo que, si es jueves, pongamos, jueves pasando el mediodía, ya nada importa demasiado. Esto, si bien se mira, es el resultado de esa sucesión de nomimportas. Haría falta un baño diario para quitarse de encima esa cáscara y quizá no alcance. Pero el gesto, pienso, vale. Primero el simulacro. Después, acaso, todo tomará para sí algún sentido.

15.7.07

Varadero/8

Hizo frío casi todo el día. Como casi todos los otros días, pero hasta ayer no hubo una pizca de viento. Las nubes eran más azules que el cielo. Diez menos diez empezaron las campanadas de la iglesia. Es una campana, no una grabación, pero no muestra mayor eficacia ala hora de convocar feligreses. Un buen rato estuve ahí, pendiente de la eventual gente que iba y venía, pero nada, no andaban ni los perros. Hice dos cuadras y dos más hasta dar con el primer ser viviente con rasgos típicos de humanidad. Los domingos, por lo visto, nada de nada en el pueblo. Por un momento tuve ganas de llamar a todas las puertas, de vocear como si vendiera el diario o de gritar cualquier cosa sin el menor sentido, en plena plaza, pero también tuve miedo de que el viento se llevara mis golpes en la puerta, mis gritos sin sentido, y que todo fuese a parar vaya a saber dónde.

Revancha

De refilón escucho el partido. Brasil acaba de meter el tercero y todavía queda un rato. La cosa pinta que hoy nos morfamos cinco. Lo peor de todo, y ya me lo imagino, es mañana, cuando los alcahuetes de Basile hablen del estilo, el ser nacional, falta nada más que digan que esto es parte de un nuevo modelo de país, con un nuevo concepto de derechos humanos. Son capaces, ya los escucho.
La verdad de la milanesa, qué querés con un tipo que se va en indicaciones del tipo: vamo, vamo, toquen, ahí, dale, vamo, vamo, dale. Tiene voz gruesa, es cierto, lo que le da una suerte de plafond. Todos dicen que es un tipo con personalidad. Sí, del latín personae, máscara. Es de cartón, pero ellos dicen: ah, el Coco tiene vestuario, es un tipo de mucho código. Dejate de joder.
Igual me divierto. Chateo con un amigo que no sabe ni cinco de esto pero, como las minas, si es una final se prende.
¿Hay revancha?, pregunta. Sí, le digo, dentro de cuatro años. Mentira, dentro de dos, pero podés cambiar todo: jugadores, técnico, los colores de la camiseta.
Lo bueno es que nos manejamos con conceptos sencillos. Los players hicieron buenos pases. Fulanos es un fenómeno. Los goles son para cerrar el estadio. Y tiene voz gruesa. Y, sobre todo, mucho vestuario. Menos mal.

Boléro

Ida Rubinstein
por Valentin Serov

Varadero/7

Estoy más viejo que la última vez. Es un hecho.
En el súper ya me conocen. La vida de hotel me obliga a la visita cotidiana. Compro más o menos lo mismo. La tortilla de papas, por ejemplo, es casi tan buena como la de mi madre. La cerveza, la oficial, la única que ponen en la heladera. Empanadas, pongamos, que no producen mucha mugre.
El súper tiene sólo tres cajas. Me quedó una mala impresión de un tiempo en el que vine y salía gente de todas partes. El trámite demandaba cada vez más tiempo. No era raro estarme media hora haciendo cola, mirando en detalle muchas cosas que no habría de comprar. Betún, por ejemplo, en todas sus formas y colores. Perchas. Toda clase de chocolates, caramelos.
Ahora cada cajera se tapa la espalda con un chaleco polar. Lo demás es igual: el pantaloncito azul, la chomba blanca y el bucito también azul. Todas son simpáticas. Soportan con una sonrisa a los clientes más molestos. Lo que hace una moneda de más en el bolsillo: quién más, quién menos, todos se sienten llamados a ser dueños, jefes, o al menos a llevarse todo por delante, y ellas ahí, sin otra defensa que no sea la sonrisa.
Sólo por ese detalle reparé una vez en la cajera más pendejita. Tendrá veinte años, veintidós. Anda a cara lavada, apenas se peina, el pantalón le queda algo holgado y es corta de palabras, pero le queda la sonrisa y es bastante. Quiero decir: por lo demás, da muy seriota, casi como si se esmerara en hacer de sus labios una trompa, pero es obvio que ella no es dueña de esa trompa porque le basta una pequeña broma como para hacer añicos la trompa y devolver la grata mueca de sumisión, de protocolo, vaya uno a saber.
Pago con débito. La máquina tarda mucho en procesar. ¿Necesita el otro ticket, señor?, sí, le digo yo, que en realidad no lo necesito ni soy tan paranoico como para pensar que ese ticket en manos del enemigo pueda causarme algún estrago. Ah, pensé que estaba apurado, dijo ella. Hay gestos que me mandan en cana siempre. Nunca quiero estar mucho entre la gente. También, le dije. Ah, qué bueno, dijo ella, que no es muy ducha para responder.
Casi le dejo el ticket. Así, de paso, se enteraba. El ticket no importa nada. Igual, apenas salí, antes de comprar el diario, lo tiré en la calle. Sobre un charco. Congelado.

BM

António Lobo Antunes, uno de los amigos de esta casa, se atrevió alguna vez a decir que él escribía simplemente porque no podía bailar como Fred Astaire. Concedido.
Yo soy de otra época y no tengo la menor idea de quién sea el señor Astaire, usted perdone, señor Astaire; pero si tuviera que elegir bailar como alguien no dudaría un segundo: quisiera bailar como Ian Curtis.
Con Ian en el mejor de los mundos, los Joy Division mutaron en un engendro infumable llamado New Order que, por esas cosas que tiene la vida, salió al ruedo con un disco más o menos bueno, que se llamó Power, Corruption & Lies. Ese disco, creo yo, hubiese pasado derecho al olvido si no fuera por el track bautizado Blue Monday, una intro que no se acaba nunca, el mejor homenaje a Curtis para que allá, en el mejor de los mundos, siga bailando.

14.7.07

Varadero/6

Si tuviera que pasar un año entero acá o, no sé, por ahí seis meses, con tal de que fueran lo bastante fríos y yo no tenga demasiado qué hacer, me aburra en el trabajo por las mañanas y a las tardes dé lo que mis viejos dirían la vuelta del perro, siempre la misma, tres o cuatro cuadras, de memoria sabidos los pozos, los montículos de arena, el resto congelado de la pérdida de una cañería que reventó, no sé lo que sería de mí. A lo mejor me enamoraría de la primera con que me topase por la calle, no estoy seguro.
Es posible que indagase en los elementos que me resultan más cercanos: la chica que limpia mi habitación, discretamente linda, creo que podría enamorarme hoy mismo si estuviera resuelto a hacerlo, lástima los críos que corretean a su alrededor y el vacío que le ha dejado en su vida la falta de un macho; no es que lo sepa, no es que alguien me lo haya contado, es lo que olfateo, lo que veo cada día cuando llego con mi bolsito al hombro y ella me dice hola, buenos días, y no sé si buenos pero algo mejores resultan los días cuando me saluda. No, decididamente no, no me gusta. Un día, casi sin darme cuenta, le oí decir algo que me dejó pasmado: yo necesito alguien que me contenga. No presté atención así que no sé a quién se lo decía. Yo no hacía otra cosa que imaginarme las habilidades que podría tener ese culo. De golpe ella, su frase, los ojos del vacío. Me sentí mala persona. Tuve ganas de salir corriendo. Quizá quise decir buenas tardes y salió por mi boca un hilo de arena. Me hacía falta.
O mi coachee, quién sabe. No es linda, ni mucho menos. De a ratos la veo y me parece armoniosa, pero sé que sólo se trata de una ilusión óptica. No lo es. Tiene bonita voz, eso es rigurosamente cierto. Uno puede oírla en el teléfono y sin solución de continuidad evocarla toda en algodón. Lástima que a mí no me gusten las mujeres así. Casi me indigno cuando paso mucho rato con una que no se permita decir una palabrota. Es demasiado correcta, siempre todo en su lugar. Se viste de modo sencillo pero a mí se me ocurre descuidada. Por eso cada vez que me siento a enseñarle alguna cosa (ella no sabe casi nada), suelo detenerme bruscamente. Puteo, digo que me equivoco, que esto no es lo mío, que en verdad estoy aburrido, grito, le cuestiono la caligrafía, que se mande sin preguntar, que me pregunte, que espere respuesta.
A veces pienso que es cuestión de tiempo.
Hace poco me senté frente a Proust. Lo hice con toda decisión. Quería reírme de mí, de ese que el año pasado (o el anteaño), con la misma excusa, no pudo pasar de la página 2. Y pude haberme reído, pero no soy tan modesto. Llegué hasta la página 8 y con muchísimo esfuerzo. Quise revancha. Tomé a Céline. En la mitad de tiempo invertido en Proust ya andaba por la página cuarentaytantas.
Será cuestión de tiempo, laputamadre.
En eso se me va la vida de acá: pensando cuánto es lo que puedo tardar en flaquear. Podría demandar varias semanas o unas pocas. Eso depende del frío, de mi estado de salud, de los libros que me acompañen. Sólo que algunas semanas, como todos sabrán, son más largas que otras.

Parroquiales

Y un día volvió Balduccio. No hizo falta romperle mucho la genitalidad para que volviera; el tipo siempre estuvo ahí, latente, latiendo. Como sea, siempre es bueno que los amigos tengan blog.

También reapareció Kaputt. Se agradece a Balduccio el alojamiento y, por cortesía, se omite la mención de la responsable del desenterramiento.

13.7.07

Varadero/5

Recién acabo de darme cuenta: la panadería de la esquina tiene una chimenea y la chimenea tiene salida a escasos tres o cuatro metros de las ventanas de los cuatros 15 y 16. Es humo, sí, pero es humo con olor a pan. Ese olor me despierta a las mañanas. En realidad no sólo ese olor. Hay determinadas ayudas de las que ya no puedo prescindir: el mismo despertador celeste que compré en el 2002, cinco pesos sin pila, seis pesos con pila, me dijo la cajera del todo por dos pesos y yo aproveché para comprarme también una pavita. Volvía a vivir solo. Pensé que para una vida normal serían de mucha ayuda un despertador y una pava. La austeridad suele hacernos tan sabios. La persiana levantada, que en sí es una manía que tengo no sé desde cuándo. Supe de una chica que no podía dormir sola si no era con la luz prendida. Yo soy un poco así. Yo me he puesto un poco así, el tiempo, las heridas, supongo, las pesadillas. Hay un foco del alumbrado público que me pega de lleno en la nariz. Es invierno. En primavera, en verano, será el sol el que se encargue de todo. Y, último pero no menos importante, la esquina. Mi ubicación es estratégica. Mi ventana está a unos veinte metros del punto justo en que el pavimento le deja lugar a la piedra en gastados tonos azules y grises, que rellena las callecitas menos céntricas. Entonces, cada auto que pasa, y suerte que no son tantos, es un sacudón, una mordedura. Así duermo mejor.

For you

"No he dedicado a nadie este libro. Tendría que habérselo dedicado a G.F. Y lo hubiera hecho si la dedicatoria personal al frente de una obra en la que yo pretendía pasar inadvertida no hubiera sido una suerte de indecencia. Pero aun la dedicatoria más extensa es una manera bastante incompleta y trivial de honrar la amistad fuera de lo común. Cuando trato de definir ese bien que me ha sido dado desde hace años, advierto que un privilegio semejante, por raro que sea, no puede ser único; que debe existir alguien, siquiera en el trasfondo, en la aventura de un libro bien llevado o en la vida de un escritor feliz, alguien que no deje pasar la frase inexacta o floja que no cambiamos por pereza; alguien que tome por nosotros los gruesos volúmenes de los anaqueles de una biblioteca para que encontremos alguna indicación útil y que se destine en seguir consultándolos cuando ya hayamos renunciado a ello; alguien que nos apoye, nos aliente, a veces que nos oponga algo; alguien que comparta con nosotros, con igual fervor, los goces del arte y de la vida, sus tareas siempre pesadas, jamás fáciles; alguien que no sea ni nuestra sombra ni nuestro reflejo, ni siquiera nuestro complemento, sino alguien por sí mismo; alguien que nos deje en completa libertad y que nos obligue, sin embargo, a ser plenamente lo que somos. Hospes Comesque."

Marguerite Yourcenar. Cuaderno de notas a las Memorias de Adriano
Animula vagula, blandula
hospes comesque corporis,
quae nunc abibis in loca
pallidula, rigida, nudula,
nec, ut soles, dabis iocos.

Publius Aelius Hadrianus
[Alma, vagabunda y cariñosa, huésped y compañera del cuerpo, ¿dónde vivirás? En lugares lívidos, severos y desnudos y jamás volverás a animarme como antes]

Varadero/4

La puja es la misma. La forma, el fondo, esos lugares demasiado transitados.
Hace un rato charlaba con un amigo. El ha escogido vivir en otro país, o al menos eso es lo que siempre entendí, un país, un mundo en sí, tan diverso de este que nos toca a diario, digo yo, que acaso viva en un país diferente el de ustedes, todos los que leen.
Le preguntaba por el idioma. Cómo es que hace para no perderlo. Sé que el chat nos engaña, que hablamos con tan pocas palabras que de un modo o de otro siempre acabamos por entendernos, pero él suena convincente. Leo mucho en castellano, me cuenta y yo le creo, pero desconfío del idioma que habita en los libros. A veces es la foto de un tiempo perdido, a veces la mano mágica del autor, pero rara vez lo distintivo es captar el registro hablado. No hay manera. La gente habla en su propia lengua y no existe manera cierta de meterse en ella. La foto sale movida.
Recuerdo que un día me contaba que se había pasado un buen rato detrás de la puerta de mi cuarto, al solo efecto de escuchar de qué hablábamos con mi amigo el gallego. Presumo que lo movía cierta desconfianza hábilmente devenidad en curiosidad y que sólo me lo contó ya no por el hecho de haber dado muerte a esa desconfianza sino porque, llanamente, no había entendido nada. Eso es lo que me dijo: no entendí nada.
Me imagino que no era nada de otro mundo. Por un lado la jerga propia de los adolescentes en flor y por otro lado una gama de intereses bien distinta que la suya. Si lo nuestro era el continuo movimiento, el estar al tanto de las últimas, lo de él más bien era la conservación de una lengua que le había sido dada hace muchos años.
No seas chambón, Jorgito, me dijo hace unos años un compañero de trabajo. Te mandaste en cana con la edad, le dije, desplazando el foco de atención desde mi chambonada a la voz arcaica con la que se me afrentaba. Chambón sigue estando en el idioma de papá. Yo mismo sigo siendo un chambón por más que él tenga los dedos el doble de grueso que los míos.
La forma lo es todo, dije en la misma charla con mi amigo, un rato después, cuando él pretendía convencerme de algunos autores y yo a él de otros. La forma es la lengua. La lengua se aprende.
O se desaprende: como el gallego, que ha perdido su lengua madre y, sin embargo, no se ha subido del todo a la adoptiva, sin por ello perder su acento característico. A eso llamo yo tener estilo.

Nieve

Es san Viernes, me sopla alguien al oído, viernes y el pescado por vender, viernes en la ciudad sin furia. Cerradísimo el cielo del viernes. Nada de frío, nada en comparación con el frío que se espera. Nadie lo dice pero creo que hoy nos toca nieve.
Es insólito el festival que se armó en torno a la nieve. Lo digo desde acá, que apenas vi una pobre aguanieve el viernes pasado.
Volvía a casa después de una larga jornada. El invierno altera los tiempos. Hay que finiquitar la mayor cantidad de asuntos dentro del período con luz natural, que es cada vez más breve. No es un capricho, no es un juego perverso: es el cuerpo el que denuncia la pesada presencia de la noche.
Entonces, con poca luz, yo volvía a casa, cuando sentí una molestia en la cara, algo húmedo, blanquecino, y sólo atiné a buscar un responsable. Miré a los ojos a un olmo casi desnudo y me dije no puede ser. Un par de metros de marcha y otra molestia húmeda y blanquecina. Nieve, pensé, en cualquier momento se larga, y apuré el paso, porque la nieve se disfruta mejor calefaccionado y detrás de un vidrio. Llegué a casa, eché al olvido este asunto, comí y me acosté. No recuerdo si puse o no el despertador, sí que me levanté urgido por acudir a un compromiso nocturno. El pavimento era el mismo de siempre, el cielo cerrado, un frío para guardar de recuerdo. Viste que nevó, le dije a mi amigo; sí, casi nada, me respondió él. Y ahí acabó mi historia con la nieve.
Otras veces sí, por la ventana, en casa, en la escuela, en el trabajo. Dos veces recuerdo haber caminado sobre la nieve helada, calculando cada paso para no romperme la crisma, una en la ruta, rumbo a Cocovado, emocionante, y apenas una, allá por el 82, lo suficientemente robusta como para hacer muñecos y tirarme junto con mis amigos atorrantes culo patín en la cuesta de mi calle.
Papá, quién anduvo pintando la calle, le pregunté a mi viejo, apenas vi el prodigio. Qué laburo, che, ponerse a pintar toda esa mugre, me habrá respondido él. Y nunca más.
Entonces cada vez que cuento de dónde soy me dicen uh, qué lindo, debe nevar siempre, y no, rara vez nieva en la costa, y conste que yo le llamo nieve no a la que cae sino a la que se junta. Suele llover blanco, pero la nieve es otra cosa.
La nieve no es la de los centros de esquí, sino salvar el atasco a palada limpia. Es, como leí decir a alguien, la parte blanda de algo duro, el frío. Y frío, lo que se dice frío, es que se congelen los picaportes, tener que echarles agua caliente, pero mejor no pensar en eso.
A veces mucho menos frío es suficiente.

12.7.07

Varadero/3

Las ponderaciones. Saber qué tan caliente es el agua caliente.
Las constataciones. Hace demasiado frío afuera como para que el agua fría sea sólo agua fría.
Hay todo ese ejercicio tortuoso de encontrar el punto preciso para el baño reparador.
Y el tiempo. Flotando detrás. ¿Cuánto dura el agua caliente? ¿No me dejará a pie perfectamente enjabonado?
Termino con Scott. Es amargo leer aquello de "hasta aquí llega el manuscrito", pero todo acaba en pantano ni bien uno empieza a hurgar en la novela planeada, en la descripción de los personajes, del ambiente, las frases sueltas que el autor no pudo acomodar a gusto. Es la vaga sensación de meterse uno donde no le corresponde: ¡un antro similar a la cocina de un restaurante cinco tenedores! Presumo que esa lectura no enriquece ni mucho menos, al contrario. A mí me asalta la duda sobre si la novela habida no es muy superior a la novela ideada. Se me dirá nadie sabe bien qué es lo que hubiera escrito Fitzgerald si hubiese continuado rumiando su texto. Es cierto, tan cierto como que pudo escapársele de las manos. Hay otro libro de él que me gusta mucho y esta vez sí por su cocina más que por la obra en sí y es Historias de Pat Hobby. Ese librito tiene un voluminoso prólogo del editor que trabajó con las primeras versiones de todos los textos recopilados. El tipo da cuenta de las innúmeras correcciones que hacía Fitzgerald. Yo he llegado a odiar ese escrúpulo. Lo hago a la luz de un resultado, en esa ocasión y en términos puramente estéticos, más bien magro. Eran textos para ganarse el puchero, textos con hambre. Eso los hace feos incluso en su maravilla. El último magnate, en cambio, huele a novela definitiva. Me restaría ver qué tanto metió mano el editor pero, con el agua del río a las rodillas, ya me importa poco, casi nada.

Epic

Estoy aburrido. Hace demasiado frío como para sentarme a leer en la plaza. No tengo otro sitio donde ir que el hotelito que cobija mis noches. Todavía no son las cinco de la tarde. Todavía me resisto a vivir, aunque más no sea unos pocos días, en un sitio en el que a esta hora sea casi de noche. Entonces le digo a la noche que espere un rato, total, hasta las nueve de mañana, será reina y señora. Mía y de todos estos desconocidos.
Leo blogs. Me resigno. Ya nadie escribe nada, empezando por mí, claro, que siempre he sido el primero de la fila. En los años niños, lo era en la escuela. Eso fue siempre una pequeña humillación de la que nunca he podido deshacerme. Encima el decreto de mi magna petisez se dictaba los primeros días de marzo y hasta noviembre no había esperanza alguna de mejora. La había, tal vez, ya no lo recuerdo, pero la promesa nunca se cumplió. O sí y un poco tarde, que es casi lo mismo que nada.
Me encontré con los míos alguna vez. Ya éramos gente de bien, cada cual con un oficio, los más con mujer, hijos y ganas de entrarle a la casita, menos yo que, al mismo tiempo, me congratulaba de no ser ya el más bajo de todos, excepto poreldetallísimo de que a nadie parecía importarle demasiado. Y lo bien que hacían. Si uno tiene un oficio, mujer, hijos, casa, qué carajo le importa ser más alto que tal o cual. Por el contrario, un descastado, yo, puede tomar para sí esa gloria efímera de hacerse con la sortija de la calesita cuando ya no queda nadie, ya desde noche, y mañana es igual a nunca.
Del mismo modo, bah, no del mismo pero de algún modo por esto que a los tumbos expongo, viene a mi mente una bandita española, El último de la fila, que tenía una y sólo una canción hermosa de toda hermosura, dueña de un título inaudito, extraña a las leyes del rock, un título algo grueso para ser tanguero, pero lo mismo algo meláncolico: Como un burro atado a la puerta de un baile.
No importa.
Decía que leía blogs y en un blog encontré el detalle de la bonita página intitulada radio.blog.club que, muy sencillamente, me permite el detalle de colgar aquí debajo una de las canciones predilectas de mi adolescencia: Epic, Faith no More.

Fitzgerald ante el umbral

Una entrevista guardada en el arcón.

11.7.07

Foyers


Varadero/2

A veces me olvido de algunas cosas. Lo hago con naturalidad. Tengo la vaga sensación de que no hay modo de educarme en algunas cosas.
Siempre me siento lejos de casa. Viviendo de prestado. Incluso en el mejor de los mundos.
Tomo el cuarto que me toca en suerte, el 16, y me doy cuenta de que hace nada, un año, la mitad de un año, estaba tomando el cuarto 15. Estuve cinco semanas ahí, despertándome con los vidrios empañados, despertándome con el olor a pan recién horneado, despertándome por la gentileza de un reloj que, en casa o fuera de ella, hace más o menos bien su trabajo.
El cuarto 16 debe parecerse mucho al 15. Debería. Pero yo meto la mano y tanteo en la pared un buen rato antes de dar con el interruptor. No soy hombre de mundo. He olvidado mi estatura, la lógica de los interruptores vecinos a cada puerta. He tenido miedo a la oscuridad y no he dado un solo paso antes de acertar la posición del interruptor.
El cuarto 16 tiene un detalle que mejora al 15. No es gran cosa, pero un veladorcito que responda a los mandos naturales siempre se agradece. Ahora alumbra las páginas de El último magnate de Fitzgerald. Quizá mañana termine de leerlo.
Por una vez cabe eso que tanto esgrimen los reseñistas perezosos: Scott se muestra en su mejor forma. Quiero decir: hasta ahora siempretuve la vaga impresión de que el tipo tenía una gran novela al alcance de la mano. Le faltaba exploración. Cometía ese pecado amigo de los jóvenes que es el arrebato. Su mejor forma, entonces, vale lo que una forma encontrada.
No es poco.

10.7.07

Varadero

Ah, dónde habrá quedado el Mayer existencialista, pregunta en los comentarios un viejo y querido amigo de este blog. Bueno, no esperarán que yo lo responda. O sí, mejor voy a responder al interrogante, no del modo concluyente que se supone debe tener una respuesta a una pregunta bien concreta sino, más afín a mi estilo, yéndome por las ramas.
Entonces, ramas, allá voy.
La última vez que me dijeron existencialista, y de esto hace ya varios años, varios y qué años, los mejores y peores de mi vida, los más intensos, fue un reproche, un reproche por una voz femenina pronunciado, y no fue existencialista lo que me dijo, o al menos no a secas: existencialista de mierda, eso me dijo. Ella era grande, mucho mayor que yo, y no teníamos casi ningún punto en común. Todo lo que ella tenía de versada, yo lo tenía (lo sigo teniendo) de ignorante. Pueden sospechar lo interesantes que pueden resultar las charlas con una mina que lo llama a uno Michel, no por Peyronel, no por Platini, sino por el pelado Foucault.
Bueno, sí, yo voy a quedarme pelado pronto y estimo que, llegado el caso, borraré de mi cabeza toda marca de haber tenido pelo alguna vez. Ya lo saben: siempre tuve pelo, desde bebé, aunque en esa época era nada más una pelusa, algo que mi madre dio en llamar piel de durazno, lo mismo en las orejas, en las mejillas, si hasta en casa atesoran un cuadro (en esa época escaseaban las fotos) con mi imagen, una imagen intervenida (mucho antes del photoshop) a manos del artista autor, que dejó su marca con un gorrito amarillo. Qué detalle: todos pensaban que el cuadro sería más bonito si el bebé pelado tenía la cabeza cubierta con un gorro amarillo.
Nadie me consultó a mí. Menos mal. Yo ahora me las ingenio para encontrarle una palabra a cada cosa. Antes, se los juro, yo decía cosas como ajojó, gugú, tata y no pluscuamperfecto, metempsicosis o desoxiribonucleico. A mí modo era más certero. Con el tiempo, es obvio, aprendí muchas más palabras, pero no he logrado más que ganar en confusión, pero ese en verdad no es mi problema; el problema es que la gente quiere entender. No saben qué mierda, pero algo quieren entender. Bueno, no cuenten conmigo. Yo dimito redondamente. Anoten mi saldo y cobrénselo a Magoya.
No era linda. Tenía cara de gata, el gesto felino, y se vestía como si fuera linda, como si fuera joven, como si en verdad todos sus alumnos no quisieran otra cosa que acostarse con ella. No era mi caso, yo no era su alumno, pero tampoco se me ocurría razón alguna para tener esperanzas de conquistar a una mujer que me doblaba en edad. No las había, no las hay al día de la fecha, de modo que me limité a ser yo, que es lo que todo el mundo debería hacer, especialmente cuando ha perdido el rumbo. Gugú, tata, ajojó, así todo es más claro.
Señora, le juro por lo que más quiera que no tengo la menor intención de cogerla. Cuente con mi buena voluntad. Enséñeme Foucault, nadie lo entiende pero los que lo entienden dice que el pelado es un fenómeno. Déjeme averiguar si es para tanto.
No pude haber escogido peor camino. La mina se enamoró y yo qué culpa tuve, la puta madre, si querés es porque querés y si dejás de querer es por eso mismo. Siempre hay un problema y estos sí que son problemas, che, que la mina plantee la intrusión como si tal cosa.
Un fracaso, sí.
Hablando de eso, quizá mañana les charle un poco sobre Fitzgerald, que sigo leyendo.
Cariños desde acá.

5.7.07

Parroquiales

Uno nunca deja de sorprenderse con Gmail. Un punto es la publicidad contextual. Si yo fuera lo bastante paranoico, dejaría de usar Gmail. De inmediato.
Cierto día, concertaba una cita con una equis señorita en un zeta lugar, y a vuelta de correo, amén del sí de la doncella, me encontraba con que en la columna derecha se me ofrecía una variada gama de servicios vinculados a una luna de miel, lo que, en algún punto, era lógico, sólo que, transitados miles de kilobytes en común, amigos sino hasta el tuétano, al menos hasta darle otro sentido al mero palabrerío hueco que uno estila en el correo, nuestros mensajes no estaban escritos en el castellano de Toledo. Además, dicho sea de paso, mi parte estaba escrita en perfecto lunfardo de comienzos del siglo 21. ¿Cómo hizo la máquina para adivinarme, para adivinarnos? Bueno, no lo sé, pero mete miedo.
De todos modos, Gmail es sencillamente genial. Cuando se aprende a utilizar las etiquetas, uno se da cuenta que el archivo por carpetas, lo usual en otros sitios de webmail, es absolutamente arcaico. Aquí, una buena regla de mensaje, es capaz de hacer todo el trabajo por nosotros mismos y archivar el mismo mensaje en múltiples niveles. No es mi caso, pero si a diario tuviera en mi bandeja cientos de emails, todo me sería tan simple como navegar por las etiquetas conforme fuese mi prioridad de ese día.
Lo incordioso, al menos hasta hoy, era la publicidad superior, es decir esa que se camufla bajo el nombre de "clips de la web". A priori, uno se imagina que se trata de videos, de sugerencias, pero no, es mero spam. Son cinco o seis sitios comerciales, a los que gmail refiere de manera automática. Así, un sitio llamado nosotras.com nos ofrece a diario consejos para hacer una buena fellatio o conocer todos los secretos de la sangría. Lo que yo no sabía -y ahora sé- es que también eso puede ser configurado a la medida del usuario. Sólo por ilustrarlos les cuento mi caso: en primer lugar, me saqué de encima todos esos sitios; en segundo término, sindiqué la búsqueda de noticias sobre Daniela Blume; y, por último, algunos blogs amigos.
Ya que no lo hice en su momento, bien vale la ocasión para cantarle loas a la reaparición en el mondo blog de nuestro querido y admirado Luis Bardamu, esta vez al comando de un blog llamado Mínimas. No tengo palabras para nombrar la belleza de encontrar en mi casilla de correo perlitas como: "¿Cómo esperar en este oxidado vientre, en qué se graba tu nombre?" o "Sobramos, analfabetos, críticos de la perita, mascarones de la literatura. Sobramos, imprudentes, y ni nos damos cuenta". Gmail ha logrado que la botella al mar que Bardamu tira allende las aguas podridas del Doke se convierta en el crudo mensaje del amigo que está tocando la puerta, justo cuando yo estaba cansado del vendedor de Atalayas.

Finkel

Tengo un amigo un poco extraño. No sé si es por él en sí o por el modo en que nuestra amistad ha degenerado en esto que es ahora, que también puede llamarse amistad, tan ancho es el concepto, tan generoso, que podemos meternos juntos y con total comodidad.
El tipo es raro desde el vamos. Me acuerdo de la primera vez que oí decir "yo fui rico". ¿Cuántos tipos hay así? La riqueza es una cualidad que va de la mano al presente. Si alguien fue rico, quiere decir que ahora es pobre. Si alguien será rico, ahora mismo debe ser pobre. Y pobre, al menos para este caso, no es el que anda juntando comida de la basura (que también, desde ya, es pobre) sino todo aquel que está obligado a trabajar todos los días de su vida a cambio del sustento. Ojo: se puede ser médico, escribano, licenciado en geología y no tener la vida resuelta ni mucho menos. Se me dirá: bueno, el profesional va a resolver su situación en algún momento. Sí, se presume que un profesional debe tener una razonable esperanza de agarrar un billete grande alguna vez, pero como le decía el finadito viejo Emilio a mi santa madre: con las gracias yo no como, Gabrielita. Seguro que no, y con la esperanza tampoco, pero es mejor tenerla que no tenerla.
En el medio hay mil aventuras. Si fue rico y ya no lo es, cualquiera puede imaginarse que en sus buenos tiempos causó estragos y sí, en efecto, el tipo es hombre de mundo y yo, que no he viajado a ninguna parte, le saco el jugo. Leo, le digo (porque mi amigo se llama Leonardo), cómo es Estambul, y el tipo hurga en su cabeza y me responde. Despacio, eh, como si yo, que nunca seré rico, tuviera todo el tiempo que pueda concebir un hombre. A mitad de la descripción, generosa en anécdotas, en relaciones con el país que nos tiene hechos mierda, Leo siempre se despeina. Se despeina y se dispersa y me dice cosas como "eso me hace acordar al chiste del congreso de odontólogos, ¿te conté el chiste del congreso de odontólogos?, y sí, me lo contó mil veces, o no mil, pero sí media docena de veces y yo me lo sé de memoria, o me falta un detalle que adivinaré antes de que él termine de contarlo. El final es previsible. No me río a mis anchas sino un poco de compromiso, a lo que él, para reforzar, responde con otro chiste, un chiste que, con suerte, le habré escuchado tres o cuatro veces, y es ahí, a lo sumo después del chiste que le sigue a éste, que yo me empiezo a reír desaforadamente, ya no de los chistes sino de él mismo, del modo en que se posesiona con los personajes, con las situaciones, de la manera en que grita para atizar los remates.
¿Te das cuenta, mi querido beato (él me dice así y mucho me temo que no se acuerde de mi nombre? Este país es increíble, abrís la canilla... ¡y todavía sale agua!
Sí, es un auténtico milagro que todavía salga agua de las canillas no, por ejemplo, ceniza volcánica, o arena, o pochoclo. O los huesos de nuestros seres queridos. Sí, pasamos los años de plomo abajo de la cama, pero los pasamos. Uno nunca sabía cuando te la iban a dar. Yo, me dice, al principio, y sólo para ganarme el mango, empecé a currar en la universidad, en la del sur, allá en Bahía Blanca, el nido de víboras más grande que puedas imaginarte, incluso ahora, que el chicato anda jetoneando que aquí, que allá. Se decía de todo, y lo peor es que uno tenía la casi certeza de que eso que se decía en verdad estaba pasando. Imaginate yo, estaba en la cátedra de (y acá dice un nombre que no recuerdo), un nazi de padre y señor mío. Yo, judío, no veía la hora de que termine el contrato. No me pasaban más los días. Al final, el tipo no entendía nada, cómo que prefería quedarme en la calle a tener esa moneda, la obra socialm y encima ya teniendo críos, porque tenía dos, venía en camino la tercera. Escuchate esto, que te morís.
Un día, era medio de nochecita, yo andaba buscando algún laburo porque me la veía venir fulera. En eso, vuelvo a casa, traía la media palabra de un fulano que tenía hacienda en Pigüé, contento venía, che, a pata por la vereda, silbando un tanguito. De lejos, veo que hay dos canas en la puerta de casa. Cagamos, dije yo, acá me la dan, y entré a putear al nazi hijo de un ejército de putas, y ahora qué hago, pensaba. Saben que llego, es al pedo que me escape, ma sí, yo me mando y que sea lo que dios quiera.
¿Finkelstein Leonardo?, me pregunta uno.
Sí, digo yo, cagado hasta las patas.
Para informarle que ha dado a luz su esposa. Madre e hija se encuentran bien.