Jade May Hoey

1974-2004

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31.1.06

Etología_8

Esta gata dio pruebas de tener un apego tan grande a mi padre [se refiere a Luis Brehm, uno de los padres de la ornitología europea en general y de la alemana en particular; poseedor de las colección particular de aves europeas más importante del siglo XIX, de extraordinario interés para la ornitología española, y editor/autor de la primera "revista" mundial dedicada exclusivamente a la ornitología: Ornis oder das Neueste und Wichtigste der Vögelkunde, 1824-1827)], como jamás habría tenido el perro más leal.
Sabía perfectamente que mi buen padre era un excelente conocedor y amigo de los
animales, y que ella, la gata, era su favorita; por lo que hacía todo lo posible para demostrarle su agradecimiento. Cada vez que cazaba un pájaro, se lo llevaba entero a su amo o muy poco dañado, importándole poco si después le daban la libertad o servía para la colección: jamás se atrevió a tocar ningún ejemplar disecado, como hacen otros gatos; por ello, se la dejaba entrar en el cuarto, donde las mesas y las estanterías estaban llenos de animales disecados. Cuando la llamaba mi padre, se presentaba inmediatamente, ya suplicando, ya adulando, según conocía por el tono de la voz si había sido llamada para hacer compañía a mi padre o para recibir algún bocado que éste le guardara. Si mi padre leía o escribía, la gata se le sentaba con toda comodidad en los hombros: si se iba de casa, le acompañaba hasta la puerta. Durante la última enfermedad de su amo, cuyo espíritu fue activo hasta el último momento, le visitaba la gata cada día horas enteras, y además de esto, procuraba hacerle pasar algún rato agradable.
En las cajas que teníamos llenas de animales disecados, encontrábamos diariamente algún pajarillo muerto que el gato había depositado allí con destino al gabinete zoológico. Llámese a esto vanidad, o dígase que lo hacía para recibir los plácemes de sus dueños, no se podrá menos de calificar estos actos como altamente inteligentes y morales, que el animal ejecutaba con el fin de cumplir y llenar bien un deseo de su amo. Quiero conceder que sea una casualidad el que este excelente animal no quisiera apartarse, a buenas, del cadáver y caja mortuoria de mi padre, y cuando se le echaba, volvía otra vez; de todos modos, creo digno de ser mencionado este hecho.


A. Brehm, La vida de los animales (1880)


Lágrimas y Penas

Agustín Rouart, Lágrimas y Penas (1943)

Etología_7

Hace un par de días que carezco de toda noticia sobre el grillo. Ha dejado de cantar o canta cuando yo no estoy y siendo el canto la medida que yo tengo de su ser, podría afirmar que el grillo ya no es.
Hay varias posibilidades.
La primera es que haya muerto de hambre lo que me resulta bastante inviable. Los grillos comen basura y si hay algo que nunca le va a faltar en casa, eso es basura. Pero escaseando las frutas a buen precio, mucho me temo que su dieta flaquee en cuanto a la hidratación. En su desesperación por tomar un trago de agua, no es extraño que se haya ahogado.
Otra posibilidad es que haya encontrado compañera. La puerta que da al patio suele estar abierta un par de horas al día, cuando Carmen se pone en plan de regar las plantas, así que bien podría haber oficiado de Celestina.
Una última opción es que, a falta de postulantes, haya declarado desierto el concurso de belleza al cabo del vencimiento del periodo de celo, lo que configuraría una muestra de falta de perseverancia.
Aunque resulte paradójico, la obsesión forja una suerte de comodidad en cuya virtud el obseso mide estados y transiciones con arreglo a su más reciente adquisición. En ese sentido le estoy muy agradecido por los servicios prestados. Un par de ideas, en los tiempos que corren, no son algo que merezca despreciarse.

Muera el perro/1

María Dubón sobre literatura erótica //Magda Díaz Morales sobre disputas entre escritores //Tres: Arturo Belano, Santa Teresa y Sión por Alexis Candia en Espéculo/31 //Pedro Gómez Romero sobre simetría en un mundo asimétrico en Cienciateca //

Etología_6

Bajo el prometedor nombre de competencia espermática los etólogos agrupan a la serie de dispositivos con que los machos de cada especie animal tratan de reducir la probabilidad de que sus espermatozoides entre en competencia con los de otros machos o, llegado el caso, a triunfar en la compulsa. Las hembras no se quedan atrás y responden con una adaptación que les permite que su organismo escoja al padre de sus hijos.
Ya que los grillos son la especialidad de la casa, anotemos a renglón seguido que los machos, antes o durante la cópula, estimulan una serie de centros nerviosos de las hembras. El macho, a través de su órgano copulador, las patas o las antenas, frota esos centros nerviosos para forzar la contracción de los músculos femeninos. Eso permite que los espermatozoides desplacen a los obtenidos en cópulas anteriores acaparando las áreas donde más probable sea su destino de fertilizar.
En los grillos (también en las mariposas) existe una estructura masculina llamada espermatóforo que aloja los espermatozoides. En algunas especies, debido a la magnitud del aparatejo, la hembra no puede hospedar la semillita de otros machos con lo que el que llega primero concita las mayores expectativas de paternidad.
Otra variante, ya no en el caso de los grillos sino de otros insectos, es el tapón nupcial, dispositivo que, al cabo del coito se ubica en la entrada del ducto reproductor y se endurece en tan breve lapso que impide (o al menos dificulta) que la hembra pueda copular con otro macho por un cierto periodo.
Y de este lado del mundo, nosotros, los hombres, apelando -sin éxito- a las más variadas estratagemas para no ser una bolsa de cuernos . Válgame dios.

30.1.06

Acerca del nombre

Et in Arcadia ego


No hay día que repase las claves de búsqueda que depositan a los náufragos de la web por aquí sin que me encuentre con tres o cuatro que vienen tras los pasos de la clásica expresión latina Et in Arcadia ego. Por desgracia no tengo modo de saber si esos visitantes ocasionales se interesan por estos textos que están a la espera de su atención, pero mucho me temo que al cabo de un par de segundo se esfumen hambrientos, que es como vinieron.Pues bien, la traducción grosera de la frase sería "Incluso yo estoy en la Arcadia" y se la ha puesto en boca de la mismísima muerte.Confieso que lo que más me sedujo, al tiempo de elegir este nombre, fue su ambigüedad. Velado el sujeto que la pronuncia, la proliferación de posibles significados se expande (y comprime) como una imagen ante espejos encontrados.Pasó un tiempo para que me percatara de que siempre bautice mis blogs con nombres de otra lengua venidos. Tanto es así que ya tengo el nombre para una futura bitácora que quién sabe si algún día abra.Por lo pronto, en aquel oscuro entonces, me tropecé con el cuadro que en detalle se observa y con un fragmento del libro La letra e de Augusto Monterroso, que de bruces me empujaron a este nombre.
Y basta: no se los vuelvo a contar.
El dolor esculpe, claro que sí, el fuego hace maleables los metales. Nadie sale de allí con la forma con la que entró. No hay modo de concebir esa angustia individual extendida a toda una ciudad, pero tal vez baste con sugerir que los padecimientos engendran una suerte de inmunodeficiencia psíquica. A la vuelta todos son más vulnerables.

El rostro de eso que no se nombra en Kaputt

Etología_5

Gallo



El Gallo no solamente ha aportado un componente alimenticio, se ha visto involucrado en multitud de creencias. En el siglo XII Al-Qazwini escritor árabe, escribió "no hay ave más lujuriosa y vanidosa". Una de las más extrañas cosas es la capacidad de regular su canto a la longitud de las horas de noche, cantando al amanecer. Esto ha dado lugar a muchos dichos, asi por ejemplo, se piensa que en un gallo blanco en su cresta se encuentra el demonio y que matarlo supone una desgracia para la casa en la que habita. En la India se recoge sobre el 300 AC que un hombre puede aprender cuatro cosas de un gallo, a volar, a levantarse temprano, a comer con la familia y a defender a su cónyuge en caso de encontrarse en peligro.

BERNIS, F., Diccionario de nombres vernáculos de aves (1995)

Cualesquiera que sean nuestras flaquezas personales, la nobleza de nuestro oficio arraigará siempre en dos imperativos difíciles de mantener: la negativa a mentir respecto de lo que se sabe y la resistencia a la opresión.


Albert Camus, La misión del escritor

29.1.06

Etología_4

Los grillos, como los escarabajos peloteros, no saben de derechas ni de izquierdas, simplemente le dan para adelante, ajenos a esta fantasía que nos da a los humanos de pasarle una franelita a nuestra vida para que sea de buen ver y, quién sabe, de ser ciertas las promesas de inmortalidad, seguir la procesión a través de los siglos.
Me ocurre pensar en eso ahora que mi grillo canta más espaciadamente, como si tuviese instalado un blog notifier que lo hubiese puesto en contacto con mi texto y en su virtud me regale un poco de silencio que tanta falta me hace.
Y lo pienso precisamente porque el grillo canta para convocar a la amada que no aparece y si la convoca es con el previsible propósito de estirar su estirpe, ya que todavía no tenemos noticia de que los grillos se entreguen al amor con fines hedónicos y al cantar se ofrece desnudo a todos los peligros, a los predadores y a mi propia mano que un día no responderá a mi instinto de preservación de la naturaleza y terminará con él y su lamento.
La verdad es tan simple como eso: canta (frota las alas) para una hembra que lo escuchará con las patas y con esas mismas patas pondrá proa allí dondequiera que el grillo haya plantado bandera. Y también se dirige al resto del mundo, a los grandulones que encuentran en él alimento o fastidio.
En su media lengua sólo pronuncia cri cri pero quiere decir vení y cogeme. O matame. Lo mismo da.

Etología_3

Escarabajo pelotero


Pese a lo mugrosa de su nota distintiva, los escarabajos peloteros pueden jactarse de ser uno de los pocos insectos que alcanza la dimensión de amuleto.
En el Egipto de los antiguos, hace cuatro milenios, el bicho representaba ni más ni menos que la vida misma y por ello alcanzó la divinidad y proliferó en todo tipo de representaciones.
No por errónea es menos maravillosa la visión que de él tuvo aquélla cultura, que reputó que esa costumbre de arrastrar pelotitas de bosta estaba correlacionada con las andanzas de la divinidad que arrastraba al disco solar, eterno símbolo de la fuente de la vida, de una punta a la otra del cielo. Jepri (o Khepri), una de las tres variantes de la divinidad solar, más precisamente la que correspondía a la estrella al momento de su nacimiento, era representado por un escarabajo pelotero. Incluso la creación de la primera mujer y del hombre a partir del barro era atribuida a un escarabajo llamado Aksak.
Cuando se percataron que de esas bolitas que los escarabajos enterraban en las fosas que iban cavando surgía de modo espontáneo una multitud de ejemplares, los egipcios creyeron ver en esos modos, el don de la inmortalidad, autogeneración, resurrección y renovación. Claro que los conocimientos biológicos de aquel entonces no corrían a la misma velocidad que la búsqueda obsesiva de la vida eterna. De este modo, al no saber que la actividad del escarabajo estaba destinada a la protección de los huevos y primer alimento de las crías, se multiplicaron los amuletos que contenían su figura. Esa representación, creían, protegía a los vivos de la muerte y en los muertos presagiaba la reencarnación. Por ello el insecto fue encontrado en el espacio del corazón de los cuerpos momificados o, más prosaicamente, en el interior del puño apretado de un cadáver.
Quién sabe lo que digan los egipcios ahora que se sabe que el escarabajo pelotero no sólo endereza su periplo conforme el plano de los rayos del sol sino incluso con la pálida luz de la luna. Tal vez estén más ofendidos con Kafka y su celebrado insulto.

27.1.06

Lum

Nadie presenció la audiencia que me tuvo por acusado, nadie excepto yo, que no estaba allí sino en esa provincia del pensamiento que curte la piel hasta hacerla una cutícula de aire. El vínculo fue considerado atenuante. Tal vez por eso los trabajos forzados, las marcas en el suelo, las quemaduras por todo el cuero. Las primeras revueltas no fueron sangrientas, pero en menos de un mes, el caso convocó una módica atención de la autoridad. Luego fue la huelga, y con la huelga, los apagones; y con los apagones, el fin de los barrotes. El líder en su proclama hubiese dicho: nosotros pagamos el precio de no estudiar; de lo contrario, estaríamos en el gobierno. Rumbo a la madriguera vi un letrero y me quedé en él: sea nuestra la libertad y la razón que desespera.

Etología_2

Grillo


Cuando volví de las vacaciones me encontré con un huésped inesperado: un grillo debajo de la escalera.
Dos o tres días después, al cruzarme con Carmen, me dijo que ella lo había descubierto dentro de su cocina y, fiel a las supersticiones que le caben a una vieja de su edad, lo echó pero no tanto, después de todo, aquí y allá la aparición de un grillo es señal de buenos augurios.
El no tanto significa que lo obligó a mudar su domicilio al espacio que nos toca compartir y siendo las cosas como son, ella dueña, yo locatario, agaché la cabeza con resignación. No en ese momento, claro, porque yo también estaba contento con la anunciación que traía el grillo, sino un par de semanas después, un poco harto de mi estado de somnolencia a prueba de balas.
Toda la verdad sea dicha: duermo bien una o dos noches a la semana y dormir bien no es otra cosa que cinco o seis horas de un tirón, pero es así nomás, sólo un par de veces a la semana estoy agotado de tal modo que el grillo no me impide dormir. El resto de las noches es alternar media hora de aturdimiento por otro tanto de sueño leve y pesadillas con insomnio.
Hasta ahora el momento más desesperante ocurría a las cinco de la mañana. Como todos sabemos, la media hora previa a que el reloj dé la alarma, es la mejor de todas. La brisa balsámica de la madrugada opera el prodigio de reparar la noche malparida. Pero el chillido del bicho a esa hora es agudo, frenético, sobrecogedor. Tal vez lo agudo sea producto de los nubarrones sobre mi percepción pero qué hay de la enfermiza metralla.
Yo creía que, tratándose el canto de un resultado afortunado de la respiración, el bicho estaba a punto de morir o algo así, pero el sonido no tiene nada que ver con la respiración sino con el ejercicio de frotar un ala contra la otra. Como ante los portales de una casa pobre, mi amigo se anuncia golpeando las manos.
De todos modos, el clamor del macho sólo se dirige a la conquista de la hembra. En realidad es un reclamo airado de que se apersone (se agrille) en su distrito, toda vez que el grillo es un animal territorial y poco hará por moverse de allí. Tanto es así que, según acabo de leer, los combates que se suscitan por el control de la parcela son feroces. Quién no pagaría por ver una riña a muerte motivada por la existencia de una entidad abstracta: la hembra ausente.
Al parecer cada variedad tiene una estrofa que le es propia y la hembra sólo se deja seducir de a uno por vez. También he leído que entre los avances de la etología artificial se cuenta el diseño de un robot que hace las veces de grillo hembra que confirmaría tal proposición. Estamos frente a la seducción en sentido estricto: qué otra cosa podría ser aquello de doblegar al sujeto.
Todas estas tardes resistí la tentación de echarlo al patio, pero pensar un poco y darme cuenta de que convivo con un trabajador de la noche que porta la estrofa justa, la palabra necesaria, el clamor a todas horas que es -a la vez- tragedia, felicidad y llamado a alguien que acaso no exista, todo en un ser tan pequeño, me ha condenado a saberlo mi hermano.

(foto: Luis Fernández García en wikipedia)
¡Oh, potente poeta! ¡Tus obras no son como las de los otros hombres, simples y únicamente grandes obras de arte; sino que son como los fenómenos de la naturaleza, como el sol y como el mar, las estrellas y las flores, como la escarcha y la nieve, la lluvia y el rocío, el granizo y el trueno, que están para ser estudiados con entera sumisión de nuestras propias facultades, y con la fe perfecta de que en ellos no puede haber ni demasiado ni poco, nada inútil o inerte sino que, entre más lejos lleguemos en nuestros descubrimientos, más pruebas veremos de un plan y un orden sostenido por sí mismo donde el ojo negligente no había visto sino un accidente!

26.1.06

6.55 AM

La soberbia del sol cuando nace no respeta ni los muros de la unidad peintenciaria. Dan ganas de tirarse ahí, en el pasto del bulevard, pero no, a paso vivo marchamos.
-Yo me bajo acá para caminar un poco, que es el único ejercicio que hago durante todo el día.
-Yo por la minita del servicio penitenciario. Le veo los borceguíes y me la imagino pateándome el culo.
Caminamos por la parte más bonita de la capital. Son sólo tres edificios pero en aquellos años se deben haber propuesto emular a Brasilia, claro que
-De paso, esto te alegra un poco la vista, ¿no?
-Sí, tiene algo de sean eternos los laureles.
También una plazoleta con el césped demasiado tupido y cuarenta mástiles que sólo se visten para fiestas de guardar.
-Una vez tuve la oportunidad de reunirme con el doctor -me cuenta.
-Era por un proyecto educativo. Yo había diseñado cinco o seis lineamientos básicos, pero había que ponerle carne a la estructura, qué sé yo, lo mío era cortito, pero quién te dice.
-¿Y?
El banco, que vendría a ser la memoria del saqueo, tribunales, el kiosco del bocha.
-Casi me saca cagando. Bah, me sacó cagando. Miró las carpetas y me dijo: pierda cuidado, ingeniero, que a esto de la educación yo lo arreglo en tres meses.
A la plaza central le han hecho un agujero en el medio. Tal vez planeen hacer un anfiteatro. El agujero es lo más entero en varios metros a la redonda. El resto son baldosas de laja mal pegados, mierda de perro, cajas de basura.
El silencio nos dura un par de cuadras. Si alguien honrado nos queda, ese es el doctor. Con los achaques de sus años y todo, no ha nacido el que pueda dudar de su honestidad. Eso es lo que más duele.
-Llegaron y lo primero que hicieron fue desmantelar el organismo de planeamiento. No sabés el semillero que era eso. Y metieron a los suyos, a los que habían estado refugiados en las cuevas, en la cooperativa eléctrica, resentidos que apenas encontraron espacio detrás de un escritorio se las ingeniaron para que no entre nadie que no sea como ellos.
Más allá la casa de gobierno. Es de cuento, pero su reacondicionamiento fue hace poco. Duele a los ojos el color celeste y los bastones de amarillo apagado. La calle en diagonal, un cañón viejo, la bandera flameando, la casa del excelentísimo.
-Fuerza de choque.
Cuánta necesidad de ponerle una cara al diablo.
-Sí, los unos y los otros.
-Veinte años sin levantar cabeza, che.
La esquina, la escalera, la puerta, la guardia.
-Buen día.

Etología

Escarabajo Rinoceronte
Ayer me pasé la tarde revisando la conducta de los grillos. Hoy tal vez me dedique a los arácnidos. No podrán negarme que algunas intuiciones son maravillosas.

Ethos

Estaba decidido a matarla y de hecho si le propuse el juego fue sencillamente por darle al asunto un final apropiado, no era cuestión de que saltase a la vista que soy de los que se aburren y pum, no, mejor poner en el medio como excusa un juego, un mirarse a través del espejo, mirarse fijamente, y al que pestañea, pum. ¿Habrá carnaval en Napoles? Mejor que los haya porque yo la conocí en uno de ellos, aunque la memoria tiene sus triquiñuelas y tal vez me esté confundiendo con las fiestas de año nuevo. Corría el año 2040, más o menos, la alianza gobernante había cambiado las reglas del mercado; con la legalización de los estupefacientes y la escasez de alcohol, una ola de suicidios había mermado sensiblemente la población masculina, pero algo de malo ella tendría y no sé qué, algo que me deparó el desprecio de mis amigos, no estos sino aquellos, todos tan almidonados. El hombre de la toga preguntaba y preguntaba pero nunca levantaba la vista. Menos mal: se hubiese percatado de que yo decía la verdad.

25.1.06

Muera el perro

Bla,bla,chuik en Sophrosine // Arcipreste recibe colaboraciones sobre el uso del etcétera // Walter Benjamin en A mi manera // Los artrópodos en la cultura por Antonio Melic en Aracnet // Papeleras, papeles y papelones en Criticar es fácil
En poco tiempo, hemos recorrido todas las sustancias y estamos de nuevo frente a frente, cada uno con su mejor juguete extendido para el otro, con las mejillas coloradas y el pelo loco. Una mariposa está muriendo, para que otra nazca en su lugar. Otras veces, todo es grieta. Y en ese oscuro agujero, habita la nada. No hay verano en bicicleta, ni olores de familia, ni escuela. Los juguetes están rotos o son para los otros. Entonces, comienza a llover en todas partes. La grieta es una herida, también, donde me empuja el miedo y mi cuerpo con sus mil pecas se hunde, rodeado de moscas y de silencio. Un paisaje desierto encontrado al azar en cualquier momento del ocaso. La vida: un tobogán de madera, el cielo, el corazón como un pajaro loco que comienza a batir las alas, el viento en la cara, el estómago contraído y finalmente los pies pegados a la tierra. La vida: una pena que se arrastra con miseria, y hermosura. Volar y caer. Etéreo y material. Semilla en el aire primero, y después germinar.
JH, Julio/04

24.1.06

Times

Me acerco a la noticia de mis intermitencias cuando la pantalla se pone en negro. Eso quiere decir que hace diez minutos que no rozo las teclas. Eso quiere decir que tal vez lleve más de media hora de letargo y el llamado de atención es algún detalle de mi cabeza reflejada en la pantalla en negro. No sé que espero ver. Tal vez el milagro de que la corrosión que viaja por dentro se dé a conocer, como ya lo ha hecho, en el desorden del pelo, total son cuatro pirinchas, y en el crecer de la barba, otras cuatro pirinchas, pero no me refiero al resultado, por demás notorio, sino a la percepción de su ínfimo progreso. A ver gusano si movés el culo de una vez, le digo al milagro y también me lo digo a mí, pero a mitad de camino de la imprecación me encuentro con que no puedo, con que me ataca mi yo triste, el que actúa sin miramientos de tiempo ni de lugar y me da por pensar que si tengo ganas de llorar lo mejor que puedo hacer es salir a la calle, rumbear por alguna vereda con las baldosas flojas y ver si soy tan gallo como para pucherear como el hombre que soy de cara a los extraños, de paso, a la intemperie, con todo el aire a mi disposición, tardarían mucho menos en difuminarse las partículas que la purga me depare. En cambio aquí hay demasiados papeles, el techo no es bastante cielo, el viejo anda rondando, no es buen sitio como para que se quite de encima la sensación de viudez, el injusto medio entre me gustan todas y mejor no. Lo que mata es el tironeo de la no pertenencia. A la vista los dos primeros hilos de la camisa, de ahí a volverse jirones no hay casi nada. Es un decurso casi necesario, un movimiento de péndulo, la bolita del pinball golpeando las paredes vacías de la caja craneana o naufragando en un laguito grisáceo, informe, a tiro de la garganta y el exabrupto. Pero son días, me digo, no puede ser siempre así, nadie lo merece ni siquiera yo, pecador impenitente, gajos dispersos de un alma echada a perder por la cinchada.
Vuelto del viaje compruebo que tengo hambre, que todavía tengo para mí un par de manos y que puedo valerme por mí, pero hace su entrada el viejo, que trae pava, mate y escones para dos y me da por bendecir a gritos el recuerdo, nunca tan oportuno, y por maldecir que no se acostumbre al termo verde, lo que es casi igual a decir que a la media docena de mates la yerba estará entera pero el agua fría ylo dará por terminado. Llega entonces el momento de sugerirle que vuelva a lo suyo que yo bastante tengo con lo mío como para darle la pelota que se merece, y él un poco siempre se ofende de que yo ya no me enrede con el poncho rojo como cuando salía a corretear con el perro y a tocar la puerta de la tía Reina siempre dormida aunque el sol esté alto y por sobre su cabeza revoloteen las moscas. Con cualquier excusa se quedará charlando, pero no soy yo el que charla, no yo al ciento por ciento, sino una versión en precario, a modo de prueba de fallos, otro tipo metido dentro de mí que para todo tiene la torpeza que a nadie se le permite.
-¿Y? ¿Cómo la llevamos?
-Ella me lleva a mí, papá, esto es así, el hombre no pone los tiempos.
-Pero los síntomas, digo, no serás de los que se ponen a vomitar como una embarazada.
-No, papá, nada de eso. Un poco de vacío, eso sí, como que el hígado quisiese volarse del dueño que lo maltrata, pero viste como soy yo.
-Sí. Me imagino. Nunca le diste pelota a tu madre.
-Pero son cosas que uno hace sin querer, a ver si lo entendés de una buena vez.
-Está bien, ¿cuánto más? ¿seis meses así?
-No conté los días. Me torturan los días, no ves que bajo las persianas y prendo la luz. Es para olvidarme de que el tiempo pasa. Hago como que disfruto, pero no, no disfruto un carajo.
-Sí, aparte en el caso de los primerizos la fecha se adelanta.
-Es un poco una lotería, pero la jeta se te haga a un lado. Si se adelanta, los primeros meses son un martirio.
-Tranquilo, no pasa nada.¿Y ya tiene nombre?
-No, estoy esperando que se le ocurra alguno.
-Ah.

23.1.06

De la palabra y sus fronteras

Por Almudena Tzvetanovic
en Resartus, Febrero/06

A falta de la esa despreciada forma de arte que es la conversación yo -y cuando digo yo no es por situarme en el centro de nada sino sólo para invitarlos a que por un segundo se pongan en mis zapatos- muy poco, tal vez nada, es lo que sabría de la belleza de esos rincones del mundo que no se dejan poner en libros, tan apartados, tan oscuros, tan pequeños resultan a la mano del escritor puesto en plan de fotógrafo de minucias.
Pongamos el caso de la escritura, ya que tan cerca nos queda.
El lector atento habrá observado que hay ciertas grafías que, para horror de nuestra hermana de leche, la razón, aún se ejecutan de derecha a izquierda.
Ellas son las continuadoras de las formas primigenias de la escritura. En los tiempos de martillo y cincel, lo más natural era dejar a la mano izquierda las tareas de dirección y a la derecha los martillazos, dicho esto, claro está, a la luz de la primacía que desde la estadística ostenta la mano derecha en cuanto a los beneficios de la habilidad y la fuerza, en detrimento de la izquierda, pobrecita ella, condenada a completar el par.
Un cambio tecnológico alteró esos roles. La derecha ha tomado para sí la dirección del trazo de suerte que a la izquierda le toca el rol que a los reservistas: vigila, apoya, espera un llamado a tomar las armas, y la guerra, según nos gusta afirmar, no es cosa que desee la gente de bien. Y también, como quien no quiere la cosa, el progreso nos condenó a padecer el momento de cavilación que antecede a la primera de las palabras frente a un folio pálido y no ya ante la imponencia de la piedra. Se ablanda, se precariza el soporte. De algún modo homenajea al hombre, blando en la forma, precario en el fondo.
En los tiempos digitales que corren las manos se reparten los hemisferios del teclado alfabético y ya no hay que poner mucho esmero para dibujar el trazo. Cut, Copy, Paste, Backspace, Delete pondrán en su lugar lo que la percusión sobre las otras teclas, las portadoras prestigioso alfabeto, no haya logrado. Hay, no obstante, una periferia con caracteres extraños, un pelotón que guarda la muralla norte del mundo y, al este, un archipiélago con islas que evocan a los puntos cardinales y, en los confines, la Antártida de los escritores, la patria de un pueblo guerrero: los números.
En la mitad del sur, preside este congreso la barra que abre espacios. Donde confluyen los pulgares se asienta la incómoda cifra de las palabras que fueron dichas desde ese teclado.
La muerte de la capacidad de decir también vive allí. Las campanas de la hora de decir basta suenan cuando la barra espaciadora se hunde para siempre. Con ese decreto se extingue la facultad del escriba para seguir abriendo la brecha, la frontera de las palabras. Sin el resquicio que es norma abra el pulgar, ya no penetrará el aire que necesitan las palabras para multiplicarse, para proliferar.
Cuenta Aira, evocando a Lamborghini, la maravilla que supuso para Osvaldo descubrir que al punto no sigue una letra, sino un espacio, el silencio, el cero de las matemáticas. En efecto: nada mejor que el silencio para honrar el hallazgo.
Ahora bien, esta reflexión comenzó de la mano de la conversación y sobre ella volveré.
Ya no nos gusta conversar. De casi nada. Algo dicta que debemos llenar las horas de ocio con otro tipo de placeres cuando, en realidad, algo tan transparente como una conversación mano a mano, debería formar parte principalísima de nuestras obligaciones (1).
Negar otras voces para volverse sobre sí mismo es la antesala del final del hombre, al menos del hombre así como lo hemos conocido. Renuentes a la palabra ajena los últimos hombres serán una versión desmejorada de los actuales. Sobre ellos caerá, sin solución, el fardo de la ignorancia potenciada por la anarquía, porque, después de todo, no hay poco de cierto en aquello que le oyeron decir a un hombre de tierra adentro:
Bajesé del caballo, don, si es hombre y si es amigo, que acá estará siempre convidao para charlar si tiene ganas o pelear si le hace falta.
Por cierto, hasta un comisario se bajaría del caballo con tal de no ser comida para los perros. Habría que fijarse un poco más en las palabras: piense el lector en aquella que repute depositaria de la peor de las soberbias. Pues bien, esa palabra converge, conversa con las restantes, afirma o desmiente lo que su vecina, pero las dos se rinden ante la huella que a su paso va tecla que pudiendo decir, elige callar.

(1) N de R.: la referencia no alude a imponer la conversación a quien no pretendiese intervenir en ella sino a otorgarle un papel de mayor preponderancia en aquellas acciones que el individuo no puede -prima facie- evitar.

21.1.06

Aprender de los adioses

Por Agustina Rossi
en Resartus, Febrero/06
Prefirió las curvas a las rectas. Tal vez por eso la tarde del sábado 21 de enero se sintió compelido a volver un arma contra sí para acabar con su vida: todo recordaba a la bochornosa tarde en que su madre lo trajo a estas pampas. El primer punto del círculo besaba el culo del último.
Allí dondequiera que pasee ahora la pena de su alma, refunfuñará por mi pretensión evocativa. No quiso para sí una María Kodama o un Max Brod que hagan de su nombre un tótem pero, mal que le pese, de él, de sus frustraciones, de la intensidad de sus pasiones, de la enjundia con que labraba sus rencores, hablarán la posteridad.
Creía que todo en la literatura eran el sexo y la metáfora, por eso me permito rescatar un fragmento de nuestra última conversación: digan lo que digan, escribir tiene mucho de sexo, y así como la religión y los escritores confusos estarían felices de saber que sólo cogemos para tener hijos o escribimos para llenar libros; al contrario, no es desperdicio la leche derramada por hacerse una paja, sea de a uno, de a dos, o de a cincuenta ni una carta fastuosa escrita a un alguien, cierto o inventado.
Era megalómano.
Tanto quiso parecerse a Borges que trabajaba en la composición de una historia de la literatura patagónica. Por cierto, no es descabellado pensar que era otra de sus bromas, tanto es así que en el texto encontrado había nada más una semblanza de alguien que también se llamó Jorge Mayer:

…Quiso ser, como Scott Fitzgerald un escritor hecho de fracasos y, al modo de Byron, confundir en una sola cosa la vida y la obra. Tomó de Joyce la maldita manía de ocultar en sus textos innúmeras bombas que aún nadie ha desactivado por completo y de De Quincey el párrafo más feliz de la literatura como estandarte: aquel con el que culmina El asesinato como una de las bellas artes. Dejó un modesto tratado sobre el buen gusto que algunos leyeron como un plagio del Pedro Páramo y unos pocos como lo que en verdad fue: el esforzado reclamo de gastar la vida y no ser gastado por ella, y un epistolario amoroso de ciento catorce volúmenes.
Cobijó un sueño que a nadie ocultaba: reconciliar a la literatura con los lectores. Por eso fundó Resartus, una revista literaria que ubicó en la ciudad más superficial del mundo: Puerto Madryn. Por y para esa empresa quemó todo su acervo en aras de difundir la obra de autores que, como él, prometían mucho para fracasar en el intento. Con nombre de mujer firmó cada uno de sus textos. Utilizaba su columna favorita para comentar esos clásicos que nadie ha leído. Con una excusa baladí parió una nueva forma de ejercitar la crítica bajo la lumbre del faro de su pomposa genitalidad.
Nunca se hubiese atrevido a confesarlo, pero con su inoportuna muerte tuvo un solo propósito: seguir el rumbo de la única que en verdad amó en cortejo nupcial bajo las praderas de esa Escocia que Borges, al amparo de la ceguera, vio parecida a la interminable Patagonia.
Solía repetir que las primeras palabras que oyó fueron las que la doctora dirigió a su madre: Gabi, tuviste un cieguito. Yo, desde este pasquín que nunca volverá a leer, le ofrendo, como últimas palabras, aquello que en verdad le gustaba escuchar: Mayer, no sé si por bueno o por malo, pero nadie escribe como vos.

La fuente del suéter que mira?

De: "sweateragency" <sweateragency@intrepidbd.net>
A: qfandermole@yahoo.com.ar
CC: kamal@pradeshta.net
Asunto: La fuente del suéter que mira?
Fecha: Sat, 21 Jan 2006 11:59:56 +0600

A qfandermole
Atención: Comprador.
Adelante por favor el correo electrónico al Departamento Mujeres/Hombres/ Niños.
Señora. / Señor.
Somos la agencias de suéter. Nosotros los suéteres de fuentes para el importador/compradores desde que 1986 . También somos el fabricantes, suéteres de exportador.
Mande suéter o imagen para el mostrador. Haremos las muestras contrarias. Nosotros le mandaremos varias clase de suéter. De acuerdo con su requiere, en nuestro costo.
Si usted cerró el negocio con uno o más Compañías de suéter en Bangladesh. Colocaremos las órdenes a sus fábricas escogidas.
El honorario de la agencia se reunirá del fabrica.
Pareciendo delantero para su interés para tomar el servicio de nuestra agencia.Esperar su contestación.GraciasSarwar.Director gerente.Bangladesh Sweater Agency .

sweateragency@intrepidbd.net

20.1.06

Wells

Sé desde la primera hora que Germán es lo que el común de los que no son de su especie proclama un bicho jodido. Se me hace que tienen razón, principalmente porque son muchos y esto se jacta de ser una democracia aunque puestos a catalogar este descalabro, este que escribe y varios como él no dudaría en calificarlo de tiranía. No está demasiado claro de quién, pero más o menos se atisba a la medida de quién. O de qué.
Poco es el distingo que puede hacerse entre su ropa y su piel. No exagero si digo que su vestuario es el mismo cualquiera sea la época del año que sobre nosotros se derrame. Campera azul, camisa a cuadros, pantalón de jean, zapatillas tipo botita en color blanco. En verano se arremanga la campera hasta mitad del antebrazo y desabrocha tres botones de la camisa dejando a la vista, aquí y allí, una pelambre a medida de la envidia de los calvos. A lo mejor, y esto no puedo aseverarlo, deje crecer su pelo durante los fríos y apenas se preste a que le hagan pelo y barba a mitad de noviembre.
Nada dice que sea licenciado en organización industrial más que el cartón que mostró para pedir que le aumenten el salario. Por cierto, no es mucho lo que entiende de eso que le asignaron por trabajo, pero a mí me cae bien su forma de ser. Es un poco bestia en el andar, pero nadie puede negarme que la nobleza de un equino supera en mucho a la que puede aspirar un cristiano.
Un día, una tarde para ser exacto, lo invité a casa con el pretexto de quitarle un par de dudas metodológicas. Nada de otro mundo, evaluación de proyectos, la excusa con la que me gano el canuto suplmentario que me da estos aires de nuevo rico. Lo hice pasar a mi estudio y conociendo su indisciplina, puse en el medio del escritorio el más grande de mis ceniceros. De paso abrí un poco la puerta de la sala. No fuera cosa de perecer bajo la nebulosa nada parisina de los Parisiennes. En este punto conviene que hable un poco de papá.
Tipo serio papá. A mi edad vivir con mi viejo me ha condenado, en algunas cosas, a ser siempre un pendejo, no importa los años que cumpla ni los pergaminos que le eche en cara cada vez que discutimos. Por suerte para mí, su oído pasa por el cuarto menguante, lo que me otorga una modesta libertad de movimientos. Su sordera en ciernes nos resulta útil, aunque él de esto no se entere, para delimitar nuestros espacios.
Esa tarde charlé largo con Germán. Largo es un par de horas. Más largo es si se mide con la vara de las minucias que yo habría de mostrarle, pero para llenar esas hendijas los hombres siempre tenemos a mano una tontería que se sienta convocada cuando la charla se ameseta.
Lo despedí en la puerta. Ya que estaba le di un abrazo. Yo no esperaba que mi padre prestase atención a nada de todo esto. Conociéndolo, al menor atisbo de complicidad hubiese pasado al estudio a meter la cuchara, que es lo que mejor le sale.
Por eso me llamó la atención que al rato apareciese con el mate preparado, como si tuviese que charlar algo conmigo, algo lo suficientemente importante como para necesitar que lo cortemos con un refrigerio.
-No quiero más a ese tipo en mi casa, dijo.
Tamadre, pensé yo, dispuesto a charlar de los viejos buenos setentas, de fútbol o de política. Bah, a escucharlo recitar de memoria las alineaciones de uno y de otro. Total que el oro siempre ha sido rojo. No por repetidos esos monólogos dejaban de gustarme, casi diría enternecerme. El viejo y la vista perdida en el cielo de los dioses del mito, un nombre detrás de otro y el temblor en la voz que hace fuertes a los poemas.
-Dejate de joder, qué te hizo.
-Sus formas, esa ropa, ¿no te diste cuenta?
-¿De qué?
-De que ese tipo es un espía.
-No te hagás el loco conmigo que te mando a internar, ¿eh?
Tenía en el gesto esa cosa grave que tanto se ve en los velorios. Yo por fuera lo tomaba en broma, pero temía a eso que tenía en puerta y no acababa nunca de desembuchar.
-Es un espía.
En mi cara se dibujó el cagamos que no podía decir en su delante. Está loco en serio.
-¿Ah sí?
-Sin duda alguna, querido.
Los que te quieren no te dicen querido. Los que no te quieren lo usan como apelativo para poner distancia. Es una mierda la palabra querido.
-¿Y se puede saber quién carajo lo manda?
Yo ya estaba sacado.
El viejo se rió con fuerza.
-¡Este viene de la edad de bronce, don Mayer! Lo deben haber enviado para que sondee qué tal marcha la cosa en el futuro.
Creo que voy a internar a mi viejo. Lo quiera o no, me llena las pelotas. Bah, deben ser esas cosas que lee.
Qué cosa chota llegar a viejo. Hay que hacerse un mundo de mentira para no darse cuenta que hay alguien que está tocando la puerta. Alguien que se espera pero que ni por puta atenderemos con cordialidad. tal vez no esté tan mal quedarse un poco sordo. Esos golpes han de ser horrorosos para el oído sensible.

La forma en que lo dices

Soy un enfermizo amante de la radio, ya lo he dicho antes.
Asimismo a las estaciones de radio de esta ciudad las recompenso con la indiferencia que de mi parte merecen. Ese par de circunstancias determinan que yo sepa al detalle qué sucede en Buenos Aires a cualquier hora del día. Las radios porteñas son obsesivas con el tránsito. A resultas de esa suerte, yo conozco el detalle de cada arteria embotellada, sea por obras públicas, por variopintas protestas, sea por el concurso inusitado de vehículos en derredor de un determinado sitio.
Pero, en particular, a las cinco y media de la mañana, un par de mis radios predilectas tienen microprogramas que informan sobre el mercado de hacienda de Liniers. A esa hora el único dato que el cronista tiene para dar es la cantidad de cabezas que han hecho su ingreso. Lanzado al aire ese número, resta nada más un breve colofón que ocupa tres o cuatro minutos en decir siempre lo mismo: hay que ver cómo reacciona la demanda y bla bla.
Tan exiguo bagaje sentencia a esos cronistas a dispensar una exagerada simpatía a la locutora de turno, todo sea por gratificar ese momento radial tan chato como en exceso auspiciado. El de radio Continental, por ejemplo, lleva años tratando de conquistar a una de las voces más bonitas de la radio valiéndose de la canción programada a renglón seguido de su intervención. El de radio La Red, por el contrario, hace gala de una fidelidad que permite diálogos como el siguiente:
-Dicho esto, ¿me permite mandar un saludo, Fulana?
-Sí, claro, el espacio es suyo, Mengano.
-Quiero saludar a mi esposa en el día de su cumpleaños. Ema, a vos que conocés mejor que nadie mi pasión por el kilo vivo...

Al centímetro

Imagínense la oficina de contabilidad de una repartición pública. Un sujeto parado en el medio, haciendo caso a una señorita que le dice: doblá un poquito, ahora estirá, a ver acá; socorrida por otra que va tomando nota de los números que la primera va cantando para trabarlos en alianza con conceptos que no tiene demasiado claros. Entonces parece que listo y no, falta una medida más, de acá hasta acá, que no sé cómo se llama y así hasta que nos cansamos. Para colmo, mi condición de cliente cautivo de estas modistas aficionadas apareja decires descomedidos del tipo "ay, Mayer, sos puro cogote".
¡Socorro!
¿Es muy urgente lo tuyo?, me dice una, porque yo en casa tengo una revista española, que además de llamar a cada cosa por su nombre tiene una tabla de conversiones de medidas a talles.
Yo no sé bien lo que hacer. Miro los números garabateados en el reverso de un memorandum fallido y creo que lo mejor será esperar hasta el lunes. Resultaría más provechoso, se me ocurre, jugar todos estos números a la quiniela.
Seguiremos informando.

El arte de lo posible

El asunto de la radicación de las empresas papeleras en Uruguay tiene un final anunciado: tanta alharaca había hecho antes a propósito de nada que el día en que las amenazas fueron ciertas, nadie le creyó al pastor mentiroso.
Está bien. No nos merecemos menos que esto.
Sin embargo, yo sé, cualquiera sabe, que alguien que es ungido presidente ha de velar por los fines que persigue su estado. El vendría a encarnar el equilibrio entre los intereses a menudo antagónicos de la población actual sin perder de vista el futuro, los que vienen, lo que razonablemente ellos deberían esperar.
La praxis es mucho más sencilla. Ya que tanto he venido hablando de simios, echemos mano a su nombre una vez más: ¡por la plata baila el mono!
Esto vale para cualquiera: izquierda o derecha, oncólogo o fontanero. Todo es más o menos igual.
Detrás de este introito a modo de escudo vienen mis reales intenciones. Yo nunca compré el verso de Tabaré Vázquez. Pero verde me he quedado con el nuevo giro que le ha dado a la relación diplomática con Argentina: a nosotros no nos patotea nadie, dijo el caradura. ¿Quién? ¿Kirchner? No, ¡Tabaré!.
Podemos titular, al modo de los pasquines oficialistas: Crecieron las exportaciones de peronismo durante el último año. Y para medir la recepción de nuestros productos en la Unión Europea vayan un par de frases tomadas de Libro de Notas, del que poco importan en realidad los nombres propios porque este mundo no será Tlön pero mete miedo:
"Grotesco, ridículo, payaso, traidor o golpista son los calificativos que recibe a diario el jefe del Gobierno de los dirigentes del PP, en una escalada de despropósitos que no encuentra correspondencia en ningún otro país democrático del mundo. Cada vez que hablan los líderes conservadores, o sus portavoces mediáticos, sólo se escuchan análisis apocalípticos, soflamas incendiarias o terribles anatemas".

Estilo Q

Me quedé con las ganas de escribir a los TP en respuesta a su encuesta de fin de año. Quiero decir: no tuve tiempo, la tilinguería de las preguntas (para que R se entere de cosas que no sabe) lo complicaba todo. Sin embargo, en mi apresurada lectura pasé por alto un ítem que a todas luces se ofrecía como el más interesante entre los propuestos.
Entre los resultados, merece destaque este un extracto:

14. Hecho privado que debería haber sido público
Juan Terranova votó por lo siguiente: “Cuando Quintín me dio la mano en
Perfil y arrugó horriblemente. No pudo sostener ni una cuarta parte de lo que
había escrito, por no decir la manera en que desviaba la mirada”
.


De la road movie libresca ayuna de rigor teórico y de una metodología que ciña la subjetividad del autor al texto analizado, que es lo que debería importar, al arrugue de barrera propio de el que no tiene de dónde asirse más que de la mano de quien le llena la panza, hay un par de pasos nada más.
Bastaba, en su momento, con permitirse la extrapolación. Pero no, la cuestión era tener un poquito de paciencia.

Una más de Terranova:
“Hecho a destacar: La gran diferencia de la calidad entre los excelentes dibujos
de Raffo y su pésima prosa política”.
Sin comentarios. O sí: un aplauso para JT.

19.1.06

Vencejo

Dormité un par de horas. Fueron las mejores en una semana. El viento, el calor y yo nos dimos una tregua. Para celebrarlo, salí a la calle. Planeaba dar cuenta del Ulises de Joyce. Es ahora o nunca, pensé. Me detuve ante la vidriera de Ediciones Morón. Pizpeé las novedades y elegí seguir caminando.
Tomé al vuelo -como corresponde- un par de lecciones de Introducción a la ornitología. Olvidé a Joyce. Quizá nunca abreve de su fuente. Los pájaros, los libros escritos sobre ellos, dicen mucho más del ser humano.
Tuve una idea feliz. Acaso a ella dedique un par de años de mi vida. Es algo demasiado fastuoso para describirlo aquí.
Tal vez, cuando sea grande, me dedique a la ornitología. Ojalá.

Alguien te está mirando

En efecto: recibir como obsequio una camisa de una lectora que vive del otro lado del océano con la que no he tenido otro trato que el que la virtualidad permite, me ha condenado a pedirle a una compañera de trabajo que cargue esta tarde un centímetro en su cartera, así mañana me entero cuánto es que mido de puño a puño, lo cual será de beneficio para todas aquellas señoras y señoritas que prefieran agasajarme con camisas, camperas y/o sacos en vez de libros.
Pues bien, me entero que a raíz de este asunto Piro pergenió y abortó la idea de escribir algo respecto de las diferencias entre las camisas de allá y de acá -por lo dicho, algo de capital importancia para mis intereses-, y al mismo tiempo otra idea, que a priori en nada me concierne, toda vez que consistía en apuntar sus cañones al suplemento cultural de La Nación.
Al menos, ése ha sido el planteo inicial de algo que ahora no sé bien cómo poner en palabras.
Es que, repasando las visitas que tuvo este blog en horas de la tarde, me encuentro con que por aquí anduvo -acaso tentado de saciar una duda que ha de seguir vivita y coleando- alguien del mentado diario.
No creo que este buen amigo vuelva a pasar por aquí, pero por las dudas le informo que no tengo nada contra el cultural de los Mitre por la sencilla razón de que no lo leo, pero puedo llegar a cambiar mi tesitura.
Claro que, como todo tiene su precio, pido a cambio una camisa, un libro o un contrato de empleo. Lo que guste, maestro.

PS:
Will: yo en tu lugar escribiría el texto sobre las camisas. Tal vez mi amiga te envíe una cajita de puros.

Pulso

-...diez años. Es el único modo en el que puede evaluarse un proyecto semejante. Afilando la punta del lápiz, un negocio del carajo. Ahora, en el corto plazo, el plan de inversiones es demasiado riguroso, así que me parece que dentro de todo, lo mejor...
-Qué es eso. Acercaba un dedo a su oído para señalar un punto indefinido del cielo que entra por la ventana.
Tucutuc tucutuc tucutuc tucutuc tuc tuc
Tucutuc tucutuc tucutuc tucutuc tuc tuc
-Peronismo, murga y piquete: tucutuc tucutuc tucutuc tucutuc tuc tuc es el pulso de un país enfermo.
Tucutuc tucutuc tucutuc tucutuc tuc tuc, cada vez más cerca, tucutuc tucutuc tucutuc tucutuc tuc tuc.
-Che, no te enojes, me voy a guardar el auto, no sea cosa que.
Y se nos fue la vida, siempre preocupada por lo que pueda suceder en los próximos diez minutos.

Estupefacción

Parece mentira.
Estamos a mitad de enero, la mayoría embotados por el calor, a la espera de unas inminentes vacaciones o tratando de recuperarnos de ellas, cabalgando sobre una abulia aterradora a diestra y siniestra, y sin embargo, media docena de blogueros argentinos, tal vez sin proponérselo, recuperan el sano hábito de la conversación, comparten ideas siniestras y se sacan chispas por el puro gusto de hacerse amigos del fuego.
Me refiero a la defensa del anonimato en el kaputt dominical a cargo de la exacta pluma de Bardamu y a sus ecos, a las para mí impensadas repercusiones de mi kaputt del lunes, en la sobrecogedora idea del nacimiento de un género (una road movie libresca) según postula Massei, todo lo cual, a mi juicio, no emparda al genio de Genovese al servicio de Mímesis, la editorial de libros imaginarios.
Ya encargué mi segunda obra. Por lo pronto, esta es la tapa de mi opera prima
Mimesis

18.1.06

Un golpe bajo

Mientras uno de los choferes se distraía chichoneando con un par de indiecitas que se habían demorado en el trámite de despachar el equipaje, me despedí con un beso de mi madre y emprendí, al cabo de la escalera, la frenética búsqueda de la butaca 21, rogando que no hubiese nadie sentado en ella, porque suelo ser tan corto de carácter en esos momentos que prefiero buscar el asiento libre que en algún lugar debería existir antes de intentar desalojar el desconocido. La cortedad, en este caso, es una muestra de buena memoria. Más de una vez me ha tocado intentar desalojar a alguien que con alguna molestia me enseñó en su boleto un número de butaca igual al mío, sólo que en el pueblo estamos ajenos a la modernidad. Civilización o barbarie. Ticket impreso en papel continuo versus talonario, lapicera y papel carbónico. Ni de a tres le hacemos fuerza.
La butaca 21 estaba desocupada y el pibe de la 22 cargaba un sueño tal que ni se dio cuenta cuando me apoltroné a su lado. O tal vez sí. Ahora que recuerdo entresueños me preguntó dónde estábamos. Tuve ganas de decirle en el infierno pero tal vez se tratara de un convaleciente de una borrachera y le diera por pegarme o algo así, pequeñas paranoias que uno tiene antes de hacerse el gracioso.
No me avisarías cuando lleguemos a Trelew, me dice. Sí, claro. Tengo miedo de pasar de largo, aclara. Sí, a mí antes me pasaba lo mismo, pensé, mientras él se acomodaba para dormir otro tirón. Cómo carajo hace, decía para mis adentros. En la televisión pasaban alguna de esas películas llenas de alaridos y no le presté mayor atención y trate de imitar a mi compañero de viaje. En vano, claro. Me distraían los diálogos de la película. Tenían esa tonada española que sabe tanto a hospital y de inmediato pensé que estaba frente al típico bodrio de colectivo.
No estuve tan equivocado. Por ahí apareció un gorila gigante y creí soñar con una remake gallega de King Kong. Maldije no haber cargado nada amable para leer. En ese momento hubiera soportado hasta la columna que Antín había escrito a propósito de su flamante medio siglo más media década con tal de evitar la película y la necesidad de hacer las paces con el sueño.
Dormité.
Resucité.
Me detuve en la figura de la rubia que se entregaba a la mano del gorila y pensé: esta debe ser Naomi Watts. No es que yo sea muy perspicaz, pero deberían probar con ser cortos de vista. Les aseguro que a distancia media, el perjudicado apenas puede distinguir entre Michelle Pfeiffer y Angelina Jolie. Claro, además deberían tomar la precaución de mirar pocas películas y no conservar ningún recuerdo de ellas.
El quid de la cuestión era el doblaje. Tan acostumbrado está uno a ese puñado de voces que ya no nos llama la atención oír a Sledge Hammer en la boca de un vendedor de aparatos para bajar la panza sin hacer abdominales.
Lo que, casi sin quererlo, me condujo al agridulce sabor del golpe bajo.
Debo a la radio dos entrañables momentos del 2005: uno, la deliciosa garota de Ipanema cantando su canción; dos, el actor que todos estos años hizo el doblaje al castellano de la voz del agente 86 logrando el milagro de que Max, desde algún punto del infierno, se despida de nosotros, sus amigos argentinos.
El feliz golpe bajo de la película no es la consabida frase “no lo mataron los aviones…” sino la imagen del mono bailando. Es derechamente irresistible.
Vi algo parecido en el boliche Marnos de Las Grutas una noche del verano del 92. El colorado, primo de mi anfitrión de entonces, bailaba pesadamente en el centro de la pista. Llevaba la camisa abierta, una cadena de perro colgada del cuello (eran los tiempos en que Jim Morrison estaba de moda) y una mina llena de risa sobre sus hombros.

De amor y hambre

Ojalá el argumento de un poeta bastase para extirpar del alcance de nuestra vista aquello que con su fealdad nos daña.
Al respecto, dos cosas. O tal vez tres o cuatro.
En mis dorados años de pujanza financiera, no había cosa que me gustase más que comprar libros, aunque no pensara leerlos, y gastar una fortuna en ropa.
Cuesta abajo en la rodada, vi ajarse mi ropa hasta convertirme en esto que soy: un dandy caído en desgracia.
Piro argumenta -certeramente- en contra de las camisas de manga corta y lo mejor de todo es darme cuenta, a partir de su agudeza, que siempre estuvieron desterradas de mi guardarropa. Una de mis manías es el arremangado “un cuarto”, otro detalle en el que nunca me había fijado, aunque una compañera de trabajo me corrige: esto se parece más a un quinto, dice, y también tiene razón. Lo mío es patológico: alcanza el puño y una vuelta más, como si quisiera ostentar ante el mundo el modo en que refulge mi rolex.
De lo que se desprende la tiranía de los cuartos en perjuicio de los tercios y de los quintos. De otro modo, a qué imputar la inveterada costumbre de pedir una cerveza de tres cuartos si su contenido es de 650 centímetros cúbicos. Es sencillo: estamos ante la mitad de un litro, más casi la mitad de la mitad, ergo casi tres cuartos.
Por fin, debajo del caprichoso ecuador que dibuja el autor cuando se aburre de un texto, viene el mangazo: quiero De amor y hambre de Julian Maclaren-Ross, libro también recomendado por Will, ideal para dandys venidos a menos. Entonces mis queridas lectoras, amigas, favorecedoras, quedan ustedes invitadas a cumplir con mi deseo. Les aseguro que nadie lo merece tanto como yo.

Volver a las fuentes

Les reconozco a mis lectores la paciencia que los lleva a soportar estoicamente el lenguaje jurídico con el que salpico alguna de mis intervenciones. No lo hago con maldad. No digamos que tengo una intención de divulgación, ya que para tanto no me da el cuero, pero nadie puede negarme que tiene su encanto saber de qué hablan los doctores.
Pues bien, una obligación es solidaria cuando un tercero puede resultar obligado en los mismos términos que el obligado principal, sea por voluntad de las partes, sea por imperio de la ley. La solidaridad implica que el beneficiario pueda agredir, para lograr su cobro, el patrimonio de uno o de otro. Sería mancomunada, si existiendo tal comunidad de obligados, pudiera atacar los patrimonios hasta la medida de las cuotas partes.
He pensado, y tal vez sea sólo mi propia ignorancia, que esa agresión puede resultar solidaria e incluso concurrente, y que la ley, hasta donde yo sé, no le ha puesto nombre a la situación.
Abandonemos el fango y pasemos al territorio de lo concreto.
Tengo prometido, a diestra y siniestra, que voy a aprender a bailar tango. No he puesto plazos para cumplir con mi palabra, pero naturalmente el tiempo apremia y son por lo menos dos los sujetos que pueden reclamar que honre mi compromiso, dos que no se conocen, que viven en remotas geografías y que de ninguna manera verían satisfechas sus inquietudes con la mera declamación.
Eso implica que tal vez esté ahora mismo en problemas.
Una de las personas aludidas vive muy cerca de mi casa y es particularmente molesta respecto de la mora a la que soy tan afecto cuando de cumplir con mi palabra se trata. Yo nunca la busqué. En realidad se me hace que alguien se la olvidó cerca de mí en alguna reunión y nuestra generosidad (también conocida como egoísmo si de paliar soledades se trata) nos dio motivo de charla una vez, cena alguna otra vez, y más acá en el tiempo -me refiero al tiempo que se mide en años- un razonable grado de intimidad.
Ella no me avanza y yo tampoco tengo intenciones de hacerlo. Ella me provoca y yo redoblo la apuesta con tal de sacármela de encima (algunos tipos somos así, sépanlo), lo que hasta ahora no ha fallado nunca.
En vísperas del último examen que rendí, pasó por mi casa. El que tenga experiencia en la penuria de los postreros peladaños de la escalera universitaria sabrá comprender que en semejante situación yo deje de comer, de dormir, de higienizarme, que pierda la noción de la hora en que vivo, mi don de gente, que licencie por vacaciones a todas las alarmas de mi organismo, a mi capacidad de repentización. En una palabra, soy un simio.
Qué puede decir un simio al que le tocan la puerta con la excusa de pedir prestado un disco de Sabina (que presté sabiendo que lo estaba regalando). Sí, cualquier verdura. Incluso atenderla en la puerta. Me preguntó que materia me aprestaba a rendir. Ni eso acerté.
En aquellos días, por si poca molestia me generase mi condición de simio, en fallido plan culinario me quemé espantosamente los dedos. ¿A ver esa mano?, me inquirió. ¿Qué es este anillo?, dijo sosteniendo mi mano derecha en la suya. La ternura que tan rápido le había nacido no tardó en mudar a un gesto digno de un fiscal indagando a un sospechoso del robo del siglo.
Nada, le dije. Cerré la puerta y volví a mis cosas, o a lo que creía que eran mis cosas, o a las cosas que me hicieron suyo aprovechando las reacciones que atañen a un mono cuando está desconcertado.

17.1.06

Donde los fantasmas

Los viajes me aturden.
Antes de partir siempre estoy pensando en lo espantoso que me resulta el regreso. Creo que si tuviera la chance de volver del infierno no me molestaría demasiado quedarme con tal de evitar someterme a una nueva partida.
Debe ser culpa de mi pueblo.
Mi pueblo no tiene nada de acogedor para mí, excepción hecha de la casa de mis padres. Las calles apenas se dejan caminar. El pertinaz viento nos condena a vivir dentro de una perpetua polvareda. Y allí tengo mi pasado, esa costra que no puedo despegar de mí. Mi pasado no me depara más que un solo gravamen, pero es, bastante como para fastidiarme. Hablo de los viejos conocidos que por viejos se han vuelto desconocidos, sombras que salen de la nada para apiñarse en torno a mí en cualquier esquina, pugnando cada uno por excitar a mi memoria.
En un primer momento me atrofia el desconcierto. Los veo ahí, en exceso cordiales, pretendiendo algo de mí, algo que no llevo en los bolsillos ni puedo compensar por vueltas que me empeñe en buscar. No los recuerdo. Derechamente se han ahogado en el olvido.
Pero puedo evitarlos y en efecto lo hago. Cuando viajo me recluyo. Trato de no salir de mi habitación más que para comer o ir al baño. Si escucho que alguien toca la puerta paso como puedo el mal trago. Que la tiren abajo si quieren. De todos modos no atenderé.
Mamá hace malabares para que no se desplanchen las camisas que a presión metió en el bolso y una hora antes de la hora señalada y bajo el sol atroz del verano, finalmente partimos. Peco por la demasiada puntualidad pero tengo pánico de que el coche se vaya sin mí. Todas las veces esperamos mucho más de la cuenta y la demora le da al cuadro los matices de una pesadilla en technicolor.
Con los ojos abiertos sueño que el colectivo no llega nunca o que llega y no hay lugar para mí, o que en el medio de la ruta me echan a patadas de la butaca y me quedo para siempre. Allí o en algún punto del camino, sin solución, me quedo.

Agenda del día martes

Apenas es mi segundo día de actividad casi regular (el casi surge de los demasiados gustos que me doy en esta época del año) y ya presiento que entré de nuevo en el fango del vértigo.
El plan del día supone, en primer lugar, agradecer a El florido byte enlaza mi texto inaugural del 2006.
Lo segundo es elaborar una respuesta para Massei y Freidemberg que me torean por Una cierta soberanía, un texto que al parecer tiene una cantidad de significados que no se condice con el tiempo que me llevó componerlo.
Desde la primera vez que leí a Massei sentí que tenía con él profundas diferencias literarias. Con el tiempo no sabría precisar si son tan profundas, si son diferencias o si tienen algo de literarias. Admiro mucho el trabajo de Freidemberg. Aunque reniegue del término profesor por falta de pergaminos académicos, queda claro que le sobra paño. Cada vez que me siento a redactar el Kaputt de los lunes quito de mi cabeza que él estuvo antes ahí. De otro modo, no podría escribir nada.
Así que la respuesta merece que le dé un tiempo de maduración que excede los plazos que acostumbramos en sede bloguera.
Lo verdaderamente importante sería encontrar unos viejos manuscritos en los que bosquejé una aproximación a un cuento que involucraba a cuatro mujeres de la Biblia que me interesan sobremanera, tanto que he olvidado sus nombres; tanto que si no encuentro esos papeles me sentaré de nuevo con el castigado volumen de una edición pastoral que atesoro entre mis bienes más preciados.
Dicho lo cual queda perfectamente claro que me sobra arcilla y me faltan manos.
Buen día.

16.1.06

La obstinación

A finales de los setenta tuve el doloroso privilegio de dejar de ser hijo único. El privilegio es bastante obvio. Nada se compara a tener un compañero de crianza a la hora de practicar las primeras maldades. Basta ver el comportamiento de un hijo único para darse cuenta los numerosos perjuicios que causa la anomalía. Lo doloroso fue que saliera chancleta.
La Laurita, hablando pronto y mal, me cagó la vida. El final de mi monopolio no fue pacífico. Cuenta mi madre que no me hacía mella el frío del invierno a la hora de llevar mi soledad al cañaveral vecino y cantar lastimeramente mi propia versión de Zamba para olvidar.
Más de veinte años después sé que nunca se vuelve de la derrota del sitial perdido, de modo que a nadie puede sorprender que persista con María Laura la tirantez imputable a esos celos primerizos.
Para colmo, diversas circunstancias hicieron de los años ochenta una calamidad para mi familia y eso profundizó las brechas abiertas.
A ella le tocó la peor parte. Fue una alumna apenas regular y tuvo que soportar los rigores de la convivencia con un hermano iluminado que era el orgullo del barrio y por alguna razón que aún no alcanzo a elaborar su conducta escolar empeoró cuando despertó a la cleptomanía. Un caso perdido.
Sin embargo, ahora que ha corrido bastante agua bajo el puente, ella pudo componer su vida. No sé bien cómo hizo pero de a poco se metió en una radio del pueblo y se le abrieron las puertas a un mundo maravilloso. Primero fueron unos bocadillos que decía a la mañana, después darle una mano a Quique con su programa y hoy, por la enfermedad de Horacio, tiene las llaves de la radio. Por la mañana es una chica seria que da las noticias y por la tarde hace un magazine tilingo que no deja de ser interesante. En los ratos libres levanta publicidad y se encarga de las cobranzas.
Ciertamente su obstinación me llena de orgullo. De una dicción lamentable ha pasado a expresarse con mucha corrección y su forma de colocar la voz le da un toque singular a sus intervenciones. Al oírla por primera vez durante mi fugaz retorno al pueblo, casi la desconozco: la menos dotada de los Mayer brilla con su propia luz y de algún modo se da un gusto que a mí me quedó trunco.
Es creer o reventar. Sin proponérselo me ha quitado, con sus progresos, la fatalidad de ser la esperanza de la familia y todo a partir de recorrer su propio camino.
El detalle de tener una mujer de radio en la familia no es algo menor. Al contrario, nos permite algunos lujos impensados, como el que le oí el sábado a la tarde, cuando cargaba el enorme bolso que a todas partes la acompaña. Tengo que preparar 600 temas, mamá, y recién llevo 200, ¿querés que te ponga Leo Dan?
A mí nadie me engaña: si hay alguna razón para esperar que llegue el día de mañana, ésa es el ver como nuestros horizontes quedan al alcance de la mano de otros que sentimos como propia.
Pedí, Laurita, pedí grande, que se te concederá.

No hay derecho!

Asumo la infamia de escribir un texto a propósito de una muletilla de Fogwill en plenas vacaciones. Pero nombrarlo ha sido demasiado.

15.1.06

Los mismos sueños viejos

1. Tengo los dedos duros, sabrán disculpar las molestias que ello apareja al tiempo de leer.
Pensé por unos días en no volver a escribir más. Ni acá ni en ninguna parte. Ya que toca vivir entre barrotes mejor no darles más pelota, ¿no?
No. Siguen ahí, muertos de risa.
Volví a dormir con la misma almohada que me deparó los sueños pendejos de los que nunca voy a poder desprenderme. Nada demasiado descabellado, es decir, nada demasiado diferente de lo que quiero ahora, que es tan sencillo y de a ratos deviene utópico y es el vientre que pare cada una de mis torturas y a la vez es la teta que amamanta mis obsesiones.
Pobre almohada. Está desvencijada. Y pobre yo. No soporto los mismos sueños descoloridos. No podría ser tan tonto como para creer que un cambio de almohada, un retorno a las fuentes, me regalase otro modo de sentir el mañana, de palparlo entre los dedos –porque tengo la desgracia de concretar mis sueños. Los sueños se han venido conmigo a todos los sitios que he visitado. Aquellos, los mismos, no son lo que preciso. Es más: me hacen mal. Son viejos. Hermosos pero gastados.
2. Mamá cree en las brujas.
No debería llamarme la atención. Cuando era chico, ella tenía la costumbre de asustarme con la salamanca. Claro que a mí no se me movía ni un pelo porque no estaba ducho en la mitología norteña. Es más: sigo sin saber lo que sea. Me lo imaginaba como el cañaveral del baldío lindero con mi casa y allá iba a pasar todas las tardes. El lugar de mis temores era mi paraíso. Todo mal.
Dice que a Horacio ese cáncer no le vino porque sí. Se metió con una bruja y las brujas así te pagan. No quiero creerle, pero la verdad es que el tipo, sin ser saludable, es joven, yo qué sé, tiene una esposa hermosa que llora a mares su enfermedad y un cachorro tiernito que es ahijado de la Laurita, casi podría decir que es un tipo querible que a nadie le hizo daño jamás. Y para más, todos los enfermos se mueren. Es creer o reventar.
3. Mi hermano se apartó del camino de dios.
Eso me ha causado mucha gracia. En pleno despertar sexual encarajinarse con una piba que es catequista y él no será muy religioso pero hasta ahora había seguido a pie juntillas la voluntad paterna. Hasta hizo de soldado en el último vía crucis. Armado con una varilla, era uno más entre los que le pegaban al hijo de Lorenzo, que siempre hace de Jesús, porque tiene barba y melena. Estaba tomando las clases que anteceden al sacramento de la confirmación en la fe católica. Un jueves no fue y le echó la culpa al frío. El siguiente jueves tampoco fue y ésta vez alegó cansancio. El cura, que es muy amigo de mi padre, llevaba otros planes en la alforja cuando visitó nuestro huerto. Tal vez se haya sorprendido de ese quinceañero que resistió en pie el embate de un cruzado de la fe. Quién es él para meterse en mi vida privada, le oyeron decir. Tomá mate.
La piba creció sin papá. Una vida llena de contratiempos te espera, hermanito, tuve ganas de decirle. A mí también me tocan pibas así, con padres muy grandes o muy pequeños. Si no es toda la gloria que no sea nada, ¿no, Mayer? Claro. Casi siempre es nada.
4. Pero tengo los dedos entumidos. Traigo un cuaderno de estreno en el que planeaba escribir un texto que me haga feliz y la verdad es que no sólo no he escrito una sola línea del magno despropósito, sino que me he sentido ayuno de toda musa, la cabeza perfectamente en blanco, huecos los pensamientos, ajeno a las palabras que suelen socorrerme cuando deseo decir cómo me va.
Y así sigo, con la cabeza muerta sobre una almohada desvencijada, sobre la que me sueño un escolar lejos de la pelota sin poder cargar la caja de libros que los reyes magos han traído para mí.

6.1.06

Me informan que una cajita que recibí por vía postal contiene puros y yo la aparté pensando que se trataba de golosinas.
Sin el bendito cartel de que fumar mata, uno elimina la noción de ese peligro y por tanto deja que el interés se fugue a otro lado.
En otras palabras: acabo de descubrir que ése cartel es la única razón para seguir fumando.

No tan distintos

Sentados en el anteúltimo peldaño de la escalera que conduce al aula magna departíamos sobre el resultado de la última contienda electoral que tuvo lugar en la facultad: en un final con suspenso, se enfrentaban una agrupación conformada por los disconformes con la última gestión que convocó al efecto a una figura nada decorativa: un combativo dirigente de la horda peronista, dicho sea de paso, uno de los pocos que pisan los pasillos universitarios; y, del otro lado, el componente residual de la gestión.
Ganando en el claustro docente, el pescado estaba casi vendido. Previsiblemente perdieron la elección en el claustro alumnos. De modo que la balanza sería inclinada por el claustro graduados, el menos numeroso, el único en que la participación electoral no era obligatoria. De hecho el final fue ajustado: el oficialismo ganó por un par de votos, pese a las extorsiones sufridas por todos los graduados que se ganan el pan en una oficina pública.
Constituido sobre estas bases el consejo académico, faltaba elegir la máxima autoridad y hubo que recurrir a tres votaciones para que finalmente, y por seis a cuatro, la horda peronista fuese derrotada.
Los mató la soberbia. Cuando acariciaban el triunfo, se apresuraron a anunciar medidas represivas para todo el mundo. El festejo estuvo al tono. Fue, sencillamente, apoteótico.

***


¿Te imaginás lo que sería una agrupación que se llame juventud universitaria peronista?
Sí, claro, una maravillosa composición dentro de la literatura fantástica. A quién se le ocurre que alguien pueda, al mismo tiempo, ser universitario y peronista, ser universitario y pretender exterminar de la sociedad el componente deliberativo, predicar que toda ley surge de la palabra que un líder que completa (en sentido pecuario, sirva) a la masa boba. El calificativo “universitario”, en este caso, alude al lugar de reunión de esta facción (sí, facción) peronista.
Naturalmente, quien habla desde el absolutismo no puede concebir que todo en la ciencia sea precario, sujeto a verificación, que la verdad que pueda alcanzarse importe menos que el camino recorrido hasta su encuentro. Desde un balcón sólo pueden proferirse dogmas a condición de que nadie mencione que son dogmas. Si la verdad queda -aunque sea de un modo transitorio- en manos de cualquiera que vaya en su busca, ¿qué podemos esperar?

***


La única esperanza está depositada en esa sensatez que a él le ataca sólo por brotes. De ella no se puede esperar absolutamente nada. Es incontinente. Sus labios colagenados sólo pueden parir desatinos disfrazados bajo un glamour que no alcanza para ser ironía sino para poner en negro sobre blanco que lo único que tiene para dar es la vehemencia (irreflexividad, en sentido estricto). ¿El le reprochará los cacareos que profiere en su nombre? (¿para qué abrís la boca, no ves que se avivan? ¿o estará convencido de que ella, torpe y todo, es la única que interpreta su ideario?
Muchas veces creo que él tampoco la soporta pero le resulta funcional: haber conquistado a la más bonita de la cuadra es un pergamino digno de ser lucido a perpetuidad. Lo que en verdad me deja perplejo es como él cada vez se parece más a ella. Conforme su llama se apaga parece que la bicefalia del monstruo se resuelve por la preminencia de ella. El, he llegado a pensar, que quizá sea un buen tipo, pero está claro que ella con sus berrinches le ha llenado la cabeza. El, entonces, es un bicho permeable. Se me dirá que, por una primaria ley de la física, sólo puede llenarse lo que está vacío. Mucho me temo que así es.

***


Concebimos el club de los no tan ladrones.
¿En qué consiste? En una simple adaptación de la pesca deportiva, en particular de esa vertiente que devuelve a su hábitat a las piezas capturadas.
Se trata de que gente sin antecedentes delictivos experimente la sensación de ser ladrón, aunque más no sea por una noche, que sientan en la propia piel de qué va eso de forzar cerraduras, cargar el botín bajo el apremio del transcurso del tiempo y huir, saber qué se siente en las muñecas cuando las balas cortan el aire vecino.
No está nada mal.
Al cabo de unos días el total del botín con más una remuneración por el mal rato vivido se pondría a disposición de las víctimas.
Sin embargo, abortamos el proyecto cuando empezamos a hacer números un poco más finos. Los ladrones aficionados siembran huellas por todas partes y no es nada despreciable el riesgo de que los capturen e incluso los maten. El seguro nos hubiese costado una fortuna.
Nacemos a la certeza de nuestra parálisis cuando vemos a otros moverse.

Ni una escupida

Cinco y diez sonó el reloj. No pude superar la modorra por los veinte minutos que siguieron a eso. Apenas frené el chillido del reloj, levanté un poco la persiana y encendí la radio y ya daban las cinco y media. A levantarse, carajo, y una buena ducha de agua helada porque el termotanque ha pasado a mejor vida. No sé si estoy elaborando el duelo -nunca lo quise mucho que digamos- o me da un cierto placer que yazga inútil sin que a mí me importe, el hecho es que sigue allí y yo no he llamado a nadie que lo componga ni me he puesto en campaña de conseguirle un remplazo.
A la pasada lo miro con el rabillo del ojo como diciéndole: así que me dejás a gamba, fijate que a mi no me importás ni un cachito, pero despreciar a algo que devino inútil no merece medias tintas, así que le doy una palmadita al trasto de metal, a esta altura hojalata a modo de piel de un estorbo.
Me imagino se quedará hasta allí un par de meses, hasta que me urja remplazarlo.
Entretanto quedará llorando la pena del inútil, como tantos otros que bajo la impunidad que les da la apariencia de humanidad, no dejan de ser rastreros que envidian la suerte que el creador ha destinado al sorete de perro. Por lo menos a él sirve para detener la marcha de alguien, aunque después lo puteen y lo escupan.

Las cosas más claras

Al final se supo nomás.
La reacción airada de la pesada ante la movida promocional de La Joven Guardia no fue otra cosa que un truco para posicionar otro libro.
De acuerdo a información de primera mano proporcionada por un lector de Massei, la obra tendría 25 ejemplares vendidos y eso ¡antes de entrar a imprenta!
Con lo cual sólo resta encontrar un francotirador que ventile charlas de pasillo a modo de crítica.
¡Ave, Kaputt!

5.1.06

¡Qué me trajeron los Reyes!

Este post ha sido convenientemente adulterado para proteger la identidad de la gente que dedica su vasto talento a la calumnia disfrazada de mofa.

Ahora que releo me da por preguntarme ¿tienen identidad los anónimos? ¿hasta qué punto puede uno mantenerse en el anonimato en los tiempos que corren? ¿nunca se habrán puesto a pensar que a fuerza de repetir, repetir y repetir, solitos se habían escrachado? ¿quien devela el secreto de una privilegiada inteligencia o de un talento sin medida merece que le llamen botón? Si el que señala a los que juegan sucio es descalificado por hacerlo, ¿en qué país quieren vivir estos sotretas?

Como queda claro en los comentarios, además de estar a favor de la anarquía gramática, se nutren del vocabulario que sólo es dado por lo más excelso del mundo del arte; no obstante eso, y he aquí la nota que los singulariza, no se privan de del uso de la jerga que los piqueteros tomaron del hampa.
Buena gente, sí señor.

Todos ya sabemos quiénes son, de modo que nada se gana ni se pierde si en este preciso acto procedo a la autocensura y protejo los datos indentificatorios de los tarambanas, quedando a disposición de quien me los solicite por correo electrónico.

Volver a

Al verla, en realidad al prestarle atención porque ya la había visto una media docena de veces antes, recordé aquella ley de campamento que cobra virulencia en los parques nacionales: hay que apagar por completo el fuego. En efecto, uno nunca sabe.
En ella el pelo corto es una bendición y ahí nomás ya contradigo lo que pienso, lo que digo y lo que hago, porque a mi no me gustan las mujeres que llevan el pelo corto. Nada especial. No me gustan. Es cierto, el pelo crece y no menos cierto es que tampoco uno marcha por la vida centímetro en mano mensurando diferencias. Pero si pudiese elegir, descartaría a las mujeres que llevan el pelo corto.
Entonces es bonita o debería serlo.
No es ni muy delgada ni muy elegante ni tampoco ha sido simpática conmigo en ninguna de las ocasiones en las que nos cruzamos aunque es posible que esto último sea mi culpa; soy corto de vista y no se me da bien la sociabilidad, así que puede que la haya dejado pagando en algún saludo, o que me la hayan presentado sin que me diera cuenta. Cosas que le pasan a cualquiera. A cualquiera como yo.
Lo notorio es que tiene el culo enorme, un tanto desvencijado, suficiente como para haberlo rozado más de una vez en estos pasillos tan estrechos. Y eso tal vez baste como para echarle tierra a todo lo otro, lo que -a su vez- me hizo pensar que acabo de cumplir años y que estoy un poco más viejo y que ya no debería asombrarme de las erosiones del tiempo: a esta altura de la vida, un culo grande es esencial.
Pero la conexión pasa por otro lado.
Ayer, o anteayer, o quién dice que no haya sido la semana pasada, me desperté a medias en el preciso momento en que alguien se sentaba junto a mí en el colectivo que traigo siempre. No suelo incorporarme demasiado, con casi nada de vista, con un poco del olor y acaso una ligera memoria en la que puedo asociar tiempo transcurrido con ubicación geográfica (6.17, Inmigrantes y Fontana, por decir algo) me sobra para saber si ese cuerpo que se ha sentado junto a mí es de algún conocido que convoque la urgente resurrección de la poca atención que a esa hora pueda darle.
Eran un par de piernas atractivas y de hecho apenas puede quitarle los ojos de encima en lo que duró el viaje. Para mi sorpresa la dueña del par de piernas se bajó en la parada que corresponde a la cárcel, paisaje inhóspito como pocos y mayor aún fue la sorpresa al contemplarla de cuerpo entero, con el uniforme del servicio penitenciario. Tan mal acostumbrado me tiene la moda en la indumentaria femenina que ya no soy capaz de darme cuenta de que eso que yo estaba viendo era el violáceo descolorido con el que distinguen a los presos de quienes los cuidan.
En verdad jamás se me hubiera ocurrido pensar que contaran en el personal con alguna mujer y mucho menos con ese rostro de blandas facciones sobre el que me volví cuando el coche retomaba la marcha.
Lo azaroso del encuentro y la sensación de despojo que me quedó encima por la ida de lo apenas descubierto profundizaron mi perplejidad y es posible -y casi inevitable- que un episodio y otro estén conectados por la necesidad de un volver a. Volver a. Salir de. Salir de las llagas, aunque sea a costa de volver a los vituperados remedios.

Ganapán

No fue una mañana de provecho.
Cuando todavía en plena modorra por la breve noche que tenemos fuera del trópico tuve que capitular y parlamentar sobre los balances de la firma de marras, a la sazón única oferente para una concesión millonariamente salvaje, supe que no habían demasiadas alternativas: la capacidad económica y financiera de la empresa no alcanza. Y cuando no alcanza, no alcanza.
Pero tampoco tenemos tanto tiempo como para declarar desierta esta licitación y llamar a otra atenuando las condiciones, acortando los plazos y postergando los supremos planes de nuestra organización. Así que, sin considerar que posiblemente la decisión esté tomada de antemano y que nuestro dictamen debe sujetarse a las pautas de nuestra ciencia, concluí que estábamos en el horno.
Qué bueno sería decir, por ejemplo, yo me meto a hacer estas cosas porque me gusta y quemar en una pira el bagaje de saberes que buena o malamente he recogido durante estos años -o incluso mejor: no haberlos tenido nunca y estar vacunado contra la posibilidad de aprender. Qué bueno olvidarme de que es una obligación moral la sujeción a la fuente de esos conocimientos, llámese ciencia, técnica o experiencia.
La salida que todavía no redactamos marcha por los carriles que a continuación detallo. Sugerimos que se afiance el cumplimiento de las obligaciones emanadas del contrato con una cojonuda hipoteca pero es casi seguro que terminaremos cerrando con un aval liso y llano, que alcanza a la difusa generalidad de un patrimonio (o dos, o tres) y no a un inmueble (o veinte, o treinta) individualizado con pelos y señales.
Allí es cuando pondero la medida de mi condición de ganapán. No puede uno ser tan flexible, no al menos desde su moralidad, pero sí en orden a ser fiel a fines que holgadamente lo superan.
Eso es una buena razón para refugiarme en la palabra. Con el lápiz en la mano y ante la hoja en blanco poseo una libertad sólo constreñida a la idea de la que soy, a la vez, esclavo. Mi actividad empieza y termina dentro de la esfera que puedo alcanzar.
Pero eso es una grosera excepción a las leyes del capitalismo. Se nace en realidad para ser el engranaje de algo que no conocemos. Nos basta saber que somos un engranaje funcional a eso y ningún compromiso tenemos con el producto final.
Esa es la pequeña gran diferencia entre decir y hacer lo que uno piensa o hacerlo dentro de una línea editorial, quién sabe sino a cambio de un sánguche de milanesa.

Contaminación

Tiene dicho Alfonso Reyes:
"Los libros de notas —pulso febril del tiempo— serán la literatura de mañana y ya casi son la de hoy... Esta tarea de ir apuntando cada uno de nuestros fugaces pensamientos ofrece el riesgo de todos los narcisismos, conduce a la desesperación y a la muerte. Quien a toda hora escribe lo que dice o lo que piensa decir, acaba por considerar la nota como el objetivo supremo de su vida, y por enamorarse de todas sus ideícas. Ya no piensa, ya no habla, no escribe, sino en vista de su libro de notas. Y menos mal si se trata de una mente desordenada, que se regocija en su desorden... El mundo se le desmenuzará en papelitos llenos de escritura abreviada. Olvidará el comer y el dormir"

Y claro: nunca podrá escribir nada que pase de las cuatro páginas y mirará con algo más abyecto que el desdén no sólo decenas de archivos rtf de 10 kbytes sino que estará tentado de hacerle caso a su madre que cada vez que viene de visita se empeña en repetir la inutilidad de todos esos papeles que se hacen parva sobre la mesa, obstáculos en lo exiguo del ropero y polvo y más polvo, lo que de algún modo viene a decir que los papeles no dan de comer, no renuevan el guardarropas, no se ocupan de la higiene de la casa.
¿Un matrimonio?
Sí, de a ratos, sobre todo durante la infausta hora en que el sol despunta, los relojes truenan y el espejo reclama a grito pelado la urgente invención de la cosmética.
La clave entonces es la infelidad. No voy a ir lejos tan lejos porque de todos modos no sabría bien cómo. El extremo, el saludable extremo, es la llana promiscuidad, pero de eso uno se da cuenta cuando ya es promiscuo. No hay método, no hay camino posible que nos lleve a Itaca. Entonces olvidamos a Itaca y nos arreglamos con lo que hay a mano. Entonces la propuesta es la mutación permanente. Un día así, otro día, asá, pero ¿cuán lejos se puede ir? ¿cuántas variantes encontraremos antes de cansarnos?
El sitio más seguro para cobijarse del chubasco son las vacaciones, unas buenas vacaciones, unas vacaciones en soltería, valga la redundancia.
Ese es el quid de la cuestión: dejar a la reventada por un tiempo, que haga lo que le venga en gana, que se tiña el pelo, que compre zapatos, que se reúna con sus amigotas entradas también en carnes y en años. El mero hecho de apartarse un tiempo de ella es suficiente descanso. No será la solución pero a la vuelta, y durante lo que dure un rato, prescindiremos de fulminarnos los ojos con espinas.
¿Se puede?
¡Cómo no se va a poder!

4.1.06

Oferta swinger

Ya lo propuse antes, hará cosa de un año, y aquella vez no tuve por resultado más que una risotada de quienes creían que los blogs swingers son cosa mía, tonterías de esas que a uno le vienen a la cabeza cuando no tiene nada decente que decir, que en mi caso bien podría sustituir por un siempre, un implacable siempre, tomando mucho aire antes para que la pe sea la pe de las explosiones.
Pues bien, ante mi inminente periodo vacacional, repito la oferta: ¿alguien me cuida el blog durante diez días de ausencia? ¿No es cierto que peor que escribir tonterías es no escribir nunca nada? ¿No les da la misma tristeza que a mí ver que alguno de esos blogs por los que sienten algún aprecio pasa semanas y semanas sin actualizar?
No hay reglas, pero sería bueno mantener el tono grisáceo de lo cotidiano salpicado por la esperanza de que algo florezca debajo de las piedras. No hay reglas pero acá el único que se mofa de Antín soy yo. No hay reglas pero sería un bonito gesto de cortesía prescindir de los fundamentalismos que este autor profesa y aun otros que todavía no ha descubierto.
¿¡Swingers!?
Sí, claro, devolveré el gesto en los ámbitos que corresponda. No pueden negarme que sería un divertido ejercicio de estilo.
Escucho (leo) atentamente.

Otro sueño realizado
[Estelita Raval: tomá de acá]

[Es una pena que no se me haya cumplido el sueño de que revientes como un sapo, pero no cantes victoria: de la fábrica de chorizos no te salvás, desecho porcino, pero, sin rencores, che, de onda vaya este postito para Estela Raval que lo ve con tan buena resolución]
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Hace un poco más de diez años estuve demorado en la comisaría por averiguación de antecedentes. Fue la última vez que pisé una, fuera de las que son de práctica estrictamente burocrática, por caso que me sellen el documento para justificar mi ausencia en algún acto comicial.
¿Me creerán ustedes si les digo que vivo en un país tan pero tan atrasado que el voto es obligatorio? Sí, claro que nadie dice que no votar sea una cosa posmoderna; al contrario data del medioevo esta restricción estúpida a las libertades individuales que consiste en obligar a todas las personas mayores de 18 años a elegir, como si en verdad no elegir no fuese también una forma de expresión.
Así las cosas, viviendo en un país atrasado, podrán imaginarse que no es motivo de placer pisar una comisaría y mucho menos la de mi barrio. La segunda, como cariñosamente le llamamos los habitués y los cronistas policiales, a pesar de quedar muy cerca de mi casa, está muy mal ubicada. Tiene enfrente una escuela y linda con el predio de un supermercado, que no será todo lo grande que se acostumbra en las capitales, pero causa no pocas molestias de tránsito.
De movida nomás, para entrar hay que superar una primera guardia que es bastante hostil. Un perro, posiblemente sarnoso y posiblemente alimentado por los guardianes del orden, suele acostarse, sobre todo cuando viene bajando el solcito de la tarde, lo más choto y a sus anchas, de lado a lado de la puerta que, para colmo de males, es de una sola hoja. Y digo esto no ya pensando en las necesidades de la comisaría sino en las mías personales: es un dispendio de energía y una amenaza latente para mi integridad física que ese perro esté ahí.
Otro inconveniente es que usan esa puerta solamente. Quiero decir: me imagino que habrá otras puertas, o al menos una que comunique al patio donde estacionan los patrulleros, pero en verdad no me consta. Una vez, en mis años de adolescente, y estando esa vez demorado por razones de ebriedad, le pedí a un canuto que me mostrará las instalaciones. Los tur son a la tarde, che, pero para vo capá que hagamo una ececión, me dijo con acento litoraleño. Es que como si no tuviésemos negros suficientes acá los importamos del norte. Supongo que ha de ser una cuestión de predisposición genética. Los negros de acá tienden de por sí al choreo y las muy contadas excepciones autóctonas que se cuentan en la fuerza se me hace que son infiltrados. No lo sé, pero si me pongo en campaña me entero rapidito.
El caso es que aquélla vez, la última en que anduve por la segunda por razones profesionales, fue apenas un pecado de juventud. Estaba en realidad cagado de hambre porque con un sueldo de docente acá no se vive y qué mierda puede hacer un licenciado en letras sino dar clases o robar. Pues bien, la docencia me aseguraba un ingreso mínimo y el choreo me permitía tener lo que yo llamaba un fondo de nivelación. Uno nunca sabe, por caso, cuando se va a enfermar y para esas eventualidades o para algún lujo nada suntuoso como ir alguna vez al cine o comer una pizza como dios manda, tenía un fajito de billetes fondeado en el ropero.
Con Julio y con Mariano, un par de truncos hombres de letras, fundamos una pyme. Por las noches salíamos a robar nafta a los autos estacionados a la intemperie para venderla del otro lado del paralelo 42, donde el precio es bastante más elevado. Nos movíamos en un Renault 12 y si pintaba robar algo que no fuese nafta, también lo hacíamos, con tal que no aumentasen demasiado los riesgos porque, después de todo, el circo naftero lo teníamos bien armado, en cambio, yo qué sé, colocar en el mercado un kit de herramientas de jardín nos resultaba mucho más bravo.
En una de esas noches tuvimos la mala suerte de pinchar una cubierta. Era en la calle Gales casi llegando a Sarmiento, frente a una casa con rejas verdes sin perro a la vista. No era nuestro negocio pero tampoco nos íbamos a quedar a pata así como así. El santo patrono de los ladrones nos tendió su mano. Justo había un Renault 12 bastante flojo de chapa, es decir que ni por puta iba a tener alarma. Entonces era cosa de levantarlo y sacar la rueda. Eso hicimos, pero a Julio se le fue la mano en el samaritanismo y sugirió que en vez de dejarlo en llanta le dejáramos nuestra goma inútil. La cosa no daba para parlamentar demasiado. Pum, dejamos la nuestra y rajamos, pero con los valiosos minutos que perdimos con el percance, no era para asombrarse que un vecino nos denunciase y que la cana nos arme un cerrojo como si supieran hacer cerrojos, negros de mierda.
Esa fue la última vez y con gusto la hubiese echado al olvido, porque ya nos veníamos viejos y no daba para seguir con el negocio. Había que hacerle una reingeniería a la empresa, digamos conseguir otros que hicieran el trabajo nocturno por nosotros, pero no es cosa fácil confiar en un ladrón que uno no conoce, así que ése fue el fin de la sociedad.
Con mis ahorros arreglé el garaje, total ni auto tenía. Me armé una buena biblioteca y puse muebles de roble. El proyecto nuevo ya estaba en marcha: un taller literario. En la medida en que le puede ir bien a alguien que se la transpira, puede decirse que prosperé. Tengo casi veinte alumnos.
Uno de ellos, en la clase de ayer, leyó un cuento brillante sobre la noche aquella en que un personaje que hacía las veces de padre del narrador, muerto de risa, le contaba la historia de los ladrones que le robaron una cubierta del Renault 12 y le dejaron otra que estaba hecha moco.
Lo encomié de arriba abajo y pedí un aplauso para su imaginación.
Mojones que uno va dejando atrás, sueños que se realizan.

3.1.06

Todas estas tardes

Me levanté de la siesta lleno de angustia. A falta de unas pocas horas para que acabe un nuevo día, no había articulado ni siquiera el párrafo diario y tengo tantas cosas a medio camino que sería un crimen irme de vacaciones, de vacaciones de verdad aunque no sean las que deseo, y dejarlo todo así.
El sol de las cinco de la tarde me atrofiaba el sentido de la vista y ante el aturdimiento que a cualquiera le sucede cuando se despierta tras un sobresalto, se levanta y no procede a lavarse la cara, estaba confundido, incómodo en un cuerpo ajeno. Me las ingenié para ocultar el sol tras un paño demasiado fino para ser frazada y demasiado grueso para ser cortina, me preparé unos mates, prendí la página y abrí word, documento nuevo. Contemplé la ferocidad de la página en blanco y me enfurecí por haber extraviado los poemas de Nicanor Parra que había capturado en la mañana.
El viejo me pone de buen humor, no es poca cosa viniendo de un poeta y mucho menos viniendo de alguien que se la pasa diciendo que al final nos morimos todos. Siempre me río, incluso de eso, porque atesoro la sospecha de que la muerte es también un aprendizaje y a los alumnos atolondrados nos llevará un poco más que esta vida el aprender qué cuernos pueda ser la muerte.
De modo que ahí estaba yo, con la mitad de la cabeza puesta en el año que vendrá después de las vacaciones -esas cosas tengo yo-, no me voy y ya pienso en lo que voy a hacer en cuanto regrese y la otra mitad puesta en lo que todavía no acabo de hacer, lo que en última instancia también es pensar en lo que haré cuando vuelva.
Claro, debo trabajar duro y parejo en asuntos de índole profesional, después pondré cara de matón a sueldo para reclamar que me paguen todo lo rápido que yo no he sido para ganarme esa paga y finalmente, con todo lo que recaude, formaré un fondo que no tocaré por ninguna razón. Todo sea por fortalecer la pata financiera del proyecto, que todavía está enclenque.
Tomé uno de los regalos que me hice para mi cumpleaños: Bolero de Ravel, Maurice y no había pasado la mitad que ya estaba recobrado las fuerzas. Estuve toda la tarde aporreando las teclas. Creo que parí un par de cosas que merecen que siga trabajando en ellas, o que empiece a hacerlo en realidad, que es lo que más me cuesta de todo.
Y al cabo de un par de horas me convencí de que la tarde había sido de provecho, que no me pasaba toda una tarde escribiendo desde que tenía el pelo largo y era feliz. Y en efecto, ya es tiempo de que me corte el pelo y no seré feliz, pero me da el cuero para disimular.