El tiempo lavándolo todo, incluso aquello que dimos en reputar sagrado. Pensaba en un suéter verde, de hilo, con escote en v. No era especialmente bonito, mi ropa no suele ser linda porque no tengo quien se encargue de elegirla para mí y yo no pongo en la elección la meticulosidad que la empresa requiere. Entonces es al menos llamativo que un día, domingo debió ser, hiciera cola como se estilaba en los países tras la muralla, con la peregrina idea de aprovechar las ofertas. Sí, claro, era domingo y el dueño de esa tienda aprovechaba que abría en soledad para recaudar. La idea no era del todo mala. Se acercaba el vencimiento del crédito que había tomado para refaccionar el local. Las cuotas eran demasiado pesadas y las hipotecas suelen ser de cumplimiento más estricto que las sentencias judiciales. Ponía en oferta veinte pares de zapatillas, en general dejadas a un costado por la moda, algunos pantalones, camisas, medias para futbolistas, en fin, todas bagatelas.
La espera, tediosa como todas, no me hizo cambiar de opinión. Cuando entré sólo sabía que quería gastar mi dinero aunque no sabía bien en qué. Me atendió un empleado bien predispuesto, al que hice recorrer todo el local para encontrar eso que no andaba buscando y di con él: el suéter verde, de hilo, con escote en v. Compré dos o tres cosas más, aprovechando el privilegio de haber entrado mientras se reunía más y más gente con deseos de dilapidar su haber en las ofertas.
Lo usé durante años. Un día lo vi colgado en el cordel y reparé en la causa que me había movilizado hacia él. No era nada desdeñable. Si hubiera sido alguno de esos pequeños bajones que se esfuman cuando uno se da algún gusto, lo hubiera echado al olvido esa misma tarde. Esto era grave.
La foto, ya no la película porque el tiempo me deparaba sólo esa imagen, era la de mi padre sonriente, la calva al viento, detrás una pared descascara. El, vivo rostro de la felicidad, enfundando en un suéter verde, de hilo, con escote en v. Tan joven se lo veía, tanto que creo que yo sería apenas un lactante en plan de merienda y ese rostro no era otro que el que tiene un padre viendo a su primer hijo colgado del pecho de su madre.
No puedo quejarme. Alguien me lo había advertido. Jorge, falta poco para que se te rompa, ¿lo viste bien?. Sí, mi amor, yo lavo toda mi ropa, cómo no voy a saber. Lo seguí usando como antes. Se habría hecho bruma el recuerdo, eso me supongo ahora que lo escribo, pero el día en que al fin cedieron los puntos eran de mi alma los jirones. Si no hago caso de nadie, ¿cómo justo creería en un pálpito femenino?
Estas cosas no se arreglan. Bah, que yo lo diga carece de importancia. Un tipo que tira a la basura las camisas cuando se les sale más de un botón es un inútil o exagera.
Confirmado: la enfermedad es la cura.
Escribir cien veces: debo dedicarme a escribir debo…
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