Jade May Hoey

1974-2004

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29.4.06

Hoy pienso en Clarisa. Todo el día en Clarisa. No conozco a Clarisa. Nola he visto nunca en realidad. No me hace falta. Está bien así, me consuelo, aunque me muera de ganas de conocerla alguna vez. Esta bien porque es sólo como yo me la imagino. El Tucu me habló cientas de veces sobre ella. Si me hubiese tomado la molestia de llevarle el apunte, ya conocería a Clarisa, pero no lo hice. El miente tanto, él y sus énfasis inoportunos, él diciendo hay algo que es real. Enhorabuena. Hay algo que es real. Hay Clarisa, allí, al pie de los cerros, Clarisa de apellido ilustre, Clarisa llena de bucles colorados. En los almanaques, en las tapas de las revistas, en los afiches de campaña proselitista, en una propaganda de champú. Ya la he conocido, me digo, sólo que no la recuerdo. Podría cruzármela en la calle, en el súper, en la biblioteca, y no sabría que se trata de ella. Estiraría la vista para ver de cerca la tarjeta que le entrega a la cajera o el nombre que pone en el formulario, pero, si por esas cosas del destino, mis ojos se topasen en el documento o en el formulario con el nombre Clarisa y un apellido de ocasión, Pérez digamos, no me quedaría del todo convencido que se trata de ella. Es más: desconfiaría de mi vista porque yo sé que no hay nadie que se llame Clarisa, nadie más que ella, que vive, eso creo, en un sitio retirado, al pie de unos cerros que yo no he visto nunca, unos cerros que imagino pintados en el verde de las ramas de árboles que no conocen mucho del viento y esa es mi medida de la distancia porque mi propia carne es el viento. Y ahora Clarisa alisando su melena del color de la arena y todo por el capricho de haber pretendido verla caminando por la rambla, de nuevo el Tucu, que quería peroraba de vacaciones, de playas, de Clarisa correteando, y de otro tipo, de la mano. Ya no recuerdo qué dice del tipo, ni de quién es la mano, pero no le creo una sola de sus palabras. El Tucu miente. No sabe hacer otra cosa. Y me habla de Clarisa, ahora en blue jeans, apurando un café en un bar que se me ocurre lejanamente conocido. Hay algo en esas sillas en mental pintado de blanco y esos almohadones morados que me retrotrae diez años, tal vez más. Ese bar existe. Tiene otro nombre. Ya no se apilan latas de cerveza detrás del mostrador y los mozos han dejado a un costado las viejas chaquetas blancas. Ahora hay camareras, sillones en las esquinas, en la mitad de la pared hay un acuario, las propinas son jugosas. Lo imagino detrás del vidrio empañado. Es el tipo de la playa que aborda a Clarisa. Le dice cosas al oído. Cosas que la ruborizan. Más mentiras de el Tuco, un mechón de pelos castaños en el cuaderno que suele traer a clases, un tacón, un arete, en su bolso de mano, todo habla de Clarisa, que ahora y sólo para mí es calva, la cabeza perfectamente blanca,el valle de la nuca inmaculado, las orejas desnudas.

28.4.06

quillí

Me escapé, como todos los días, antes de hora, quizás un poco porque se trata de un viernes que antecede a un fin de semana largo. El lunes es el día del burro de carga así que yo y otros como yo nos quedaremos en casa, sin saber lo que hacer después de que el cuerpo decida despertarse incluso contra la voluntad del reloj reducido para la ocasión a un simple tic tac. Protegí el lugar que a capa y espada me gané en la fila para volver a casa. Para asegurarme un lugar entre los escogidos para ir sentados caminé un par de cuadras adicionales y ya estaban allí dos o tres que habían abandonado su trinchera un par de minutos antes de la hora señalada. Pensarían lo mismo que yo, puedo imaginarlo, lo leo en sus caras y también en el gesto con el que protegen su sitio en la fila. Llegan otros. Alguien pregunta algo. Sí, por ruta 25, pero en realidad mucho no me importa porque por ruta 7 también llego a casa.
Mi lugar es sobre la derecha, contra la ventanilla. Un instante antes de subir me propuse ir del lado izquierdo, donde pegase un poco menos el sol de este jovenzuelo descarriado que es el invierno, que de a ratos tiende a llevarnos la contra a quienes cargamos camperones, poleras y bufandas y le da por brilla a toda potencia. Entonces las mejillas enrojecen, los ánimos se caldean, los cuerpos permeables a esa hostilidad quieren reñir los unos con los otros. Pero no. Yo soy bicho de costumbre. Yo me siento sobre la derecha. Yo ocupo mi lugar en la cuarta hilera. Contra la ventanilla del lado del sol.
Y lo hago así porque me gusta ver la cara de los otros pasajeros que van subiendo, no esas caras en estado de alerta que se ven arriba, mientras buscan un sitio donde poner el culo sino las que se ven abajo, protegidos por la garita, expectantes, gastándose bromas, felicitándose, creo escucharlos, por el inminente día internacional del burro de carga. Los veo cada día y por si tocase quedarme ciego en breve apunto de cada cual todas sus notas. Una chica de culo grande y cara de susto, que siempre sube primero, la que se recoge el pelo en media cola, el jovencito despeinado que anda todo el año de mocasines, la de lentes que se cubre las tetas con un cuaderno o dos y la cartera, la gorda de rulos que con este calor malparido se vuelve una maldición para quien viaje sentado al lado de una butaca vacía, y una más, una flaquita de rasgos indios, los labios pintados de un rojo trabado en alianza con el negro. Es nueva, es decir, es otra más de las que ha reclutado el régimen. No sé nada de ella, nada más de lo que me imagino con sólo verla aguardar al suyo, en la garita, última en la fila, los ojos negros perdidos en el fondo de la calle, sordos al cotilleo de los otros.
Será, quizá, la flamante secretaria de uno de los tantos putañeros del régimen. En tal caso me extraña que él mismo, -cigarro apretado entre los dientes, celular de manos libres que no para de sonar- no se encargue de llevarla hasta la puerta de su casa. O una cuadra antes. Pero quizá también él se esté cuidando de su mujer, de los comentarios de las otras ratas con las que comparte oficina -las apariencias, un divorcio a medio cerrar, la lengua no se cansa nunca- y opte por portarse bien y reserve para la indiecita un rato por las tardes. Capaz que espera a alguien, a un novio, un esposo, un primo que la pasa a buscar en auto y sólo se refugia en la garita para no estar desamparada y son los otros los que le hacen el vacío. O a lo mejor, y he aquí la más descabellada de las hipótesis, ella no le deba nada a nadie, haga sus cosas como dios manda y se vaya a su casa.
No lo sé.

Lisi Oh Virna Lisi





Esto es un fotolog: fijaciones.org de Marta Pereyra.

27.4.06

G

Cuando ella me dice que nos conocemos de otra vida tal vez en mi gesto, un mecanismo que lejos está de control y -por suerte- de mi vista, se dibujen mil preguntas que mueren antes de nacer, entonces prefiero decir que sí y consiento que ella dice porque un poco sé que si la negase -negar sus palabras sería casi lo mismo que destruirla- o pretendiera construirme un castillo con estos naipes gastados todo pronto se derrumbaría y es posible que no me lo perdonase ella tanto como sería inexorable que no me lo perdone yo. Entonces digo que sí a eso y, un poco por sacar el cuerpo al empellón y otro poco por puro saltimbanqui, pienso en una maestra que tuve en tercer grado que tenía una increíble facilidad para reprendernos, no tanto por las faltas que cometíamos cuando completábamos algún dictado o una resta con dificultad sino en nuestro hablar cotidiano, eso que no se enseña en ninguna parte. Por algo ella y vos comparten su nombre, quiero decirle, pero no se lo digo, y sigo pensando en aquella bruja sin escoba que se enfadaba con una virulencia tal que no miento si digo que ahora mismo la veo y se le ha erizado toda la cabellera. Quizá nos gritase y cada quien volviese a su casa y cuando papá o mamá preguntara cómo nos ha ido en la escuela no respondiéramos más que estirando la boca en trompa. No se dice, por ejemplo, hoy somos 27 de abril, nos reprendía, no, no y no, se dice -y acá ponía una voz cristalina como la campana que que indicaba el comienzo del recreo- hoy es veintisiete de abril. Pero usted señorita no tenía razón, disculpe que se lo diga a destiempo, estará ya usted jubilada y no se me ocurre que corrija a sus nietos con estas formas, pero sería bueno que lo sepa y que dentro de lo posible lo cuente por ahí y le admito incluso que lo diga con estas palabras. Se apareció, se los juro, un cachorro de aquellos a los que yo les daba clases en tercer grado de la escuela 81 y vieran con qué malos modos, a corregirme una corrección, no quisieran verlo ustedes con sus propios ojos, no, qué va, ¿saben qué decía? que es correcto decir, por ejemplo, hoy somos veitisiete de abril de 2006. Eso decía el muy caradura y encima lo justificaba. Decía que él se sentía un todo con el día de la fecha y si hoy es veintisiete de abril de 2006 -mañana cumple años papá- y yo soy Jorge Mayer, entonces Jorge Mayer puede decir sin rubor alguno hoy somos (Jorge Mayer y yo, que soy el veintisiete de abril de 2006) veintisiete de abril de 2006. Y mañana, que será otro día si el dios de los cielos así lo quiere, Jorge Mayer y su día serán otra cosa muy distinta que hoy, que por tercera vez consecutiva tiene un dolor por encima del cinto, un dolor que le llega hasta el esternón de tanto reírse y de hacer reír. Sí, le digo, nos conocemos desde ayer que es como si

By the left, quick march, Crua chan!

Luca era, qué duda, un adelantado. Casi veinte años antes de este letargo, él bautizó After Chabón a uno de los discos de Sumo, posiblemente el mejor de todos, aunque, si establecer jerarquías es siempre una tarea arbitraria, la faena se vuelve temeraria cuando uno se mete con una banda tan heterodoxa.
Abrimos con Crua Chan el disco y bien podríamos cerrar con esa canción, con el alarido que le da nombre, una etapa hermosa de la vida de los artistas, como le llamábamos en privado a la banda de atorrantes que eran mis amigos a principios de los noventa, cuando doblábamos el codo de nuestros estudios de nivel medio.
Sin que sea motivo de orgullo, bien podíamos jactarnos de ser el grupo de los peores alumnos de la peor de división de la que probablemente fuese la peor horneada de mi escuela. El sistema educativo todavía no había acabado su mudanza al mundo moderno y nosotros, los de la promoción 92, éramos los conejillos de indias de un experimento cuyos nefastos resultados están a la vista.
Uno de los experimentos, se me ocurre que el más arriesgado, era agrupar a las asignaturas en supramaterias de nombre rutilante: Mundo socio-cultural, Ciencias de la comunicación y la expresión y Ciencias naturales y exactas. Se aspiraba, al menos en los papeles, a lograr un desarrollo conceptual que fuese a la vez integral e integrado pero los docentes, a pesar de ser en su mayoría bastante jóvenes, tenían bastante apego al modelo tradicional. Historia siempre fue Historia y eso estuvo bien. Inglés fue siempre Inglés y yo no me atrevería a alzar mi dedo índice para cuestionarlo.
Pero el caso es que, en los dos últimos años de enseñanza, los dos primeros bloques de 80 minutos, de lunes a jueves, se dedicaban a estos estudios integrales e integrados de una de las áreas a razón de una a la semana. El viernes, sin dar demasiado tiempo al repaso, a la sedimentación de conceptos, tenía lugar la evaluación que, por si esto fuera poco, se medía en función del cumplimiento de objetivos, por ejemplo "comprensión de enunciados" o "juicio crítico", como si alguien pudiese desarrollar juicios críticos sin comprender qué es lo que le preguntan.
En fin, así salimos.
Entre las hazañas de mi banda, la mejor de todas sucedió, creo, el viernes en que truncamos la planificada evaluación usando un ardid que mejor hubiese sido que aplicásemos a otros fines, por ejemplo a repasar los apuntes que nos dictaban. De todos modos, modestia aparte, no estuvo nada mal. A nosotros, los de quinto tercera, nos tocaba Mundo socio-cultural y andábamos viendo qué onda los vasallos en la tierra de los Balcanes. Un despropósito.
El Rata -todos teníamos un apodo; yo echo de menos que hace muchos años nadie me diga Topo- había conseguido en una cerrajería una buena cantidad de llaves tipo paleta y se tomó el trabajito de limarlas hasta que la paleta quedase apenas unida al resto de la pieza por un hilo. Lo demás fue mucho más sencillo. Hubo que conseguir pegamento, terminar de ver Canal K en la tele y juntarnos en lo del Gallego que, a pesar de sus diecisiete, vivía con su hermano, el Chapa, en un cuchitril que nos servía de bunker para nuestros pequeños ilícitos.
Era medianoche. Encaramos por la calle de la bajada tan contentos y tan solos que cantábamos Esta es la luz de Cristo sin temor que a alguien le sorprendiese que una barrita de muchachones ande durante la madrugada de un viernes. Eramos seis. Dos se encargaron de apostarse frente a la puerta para materializar el plan y el resto ocupamos todos los flancos como si fuéramos el comando de una serie yanqui. Al plac de las llaves rotas le siguió la aplicación de Poxi-pol o Suprabond, ya no recuerdo, y listo el pollo. La Brujita, siempre tan afecto a la sobreactuación, dejó escrito en los vidrios: "Esto es sólo un aviso. La semana próxima..."
Nos saludamos sin mucho afecto y cada quien a su casa porque ya era tarde y al otro día correspondía madrugar. No era tampoco la cuestión de pegar el faltazo en un día tan especial. En efecto, siendo las siete y cuarenta y dos, como todas las mañanas, llegué y me puse a buscar a mis amigos entre todas las caras, que lucían consternadas pero, todos lo sabíamos, tapiaban la risa de ver a las tres o cuatro agentes de policía tratando de forzar las puertas. La directora del colegio, media hora después, ante el fracaso de la acción policial, pegada al mástil, golpeó un poco las manos para llamar al silencio pero se privó de prometer amenazas, alguien miró hacia nuestro sector, pero a nadie le dimos bola y marchamos, de nuevo, a lo de el Gallego, a celebrar la hazaña.
No pudieron abrir ninguna de las puertas hasta pasadas las cinco de la tarde. La semana siguiente la policía dispuso de un operativo de custodia que no hizo más que inflamar nuestros egos. Ese viernes, el Gallego y yo, dos sujetos portadores del artificio del pelo largo y el destudiado desaliño, pasamos por el kiosco Bonanza a comprar Coca Cola y Suprabond. La vieja que nos atendió preguntó -no me olvidó más de su nariz arrugada- para qué queríamos el pegamento. El Gallego se tomó entre las manos el pie derecho -ahora seguramente no podría hacerlo sin desgarrarse- y mostrando la suela le dijo: es que el zapato me habla, señora.

26.4.06

Bigger than a big bamboo

Los días up, estos que vivo al mango aunque duerma dos horas por la madrugada y dos o tres por la tarde, son esos en que tengo la sospecha de poder con todo lo que se me cruce adelante. Y de hecho que todo lo podría si me fuera dada una herramienta que todavía no ha sido inventada. No sé cómo llamarle. Podría ser un exprimidor de sueños. Ya no me hacen falta las imágenes de los sueños. Creo que con los audios estaría bien. Es que por ejemplo hoy, un día up, el segundo consecutivo después de muchos días down, me acosté a alimentar mis sueños vespertinos sin poder quitarme de la cabeza un texto que había leído un par de veces y me removió algo que, si yo fuera líquido, diría que son pequeñisimas partículas sólidas que buscan su destino, que vagan sueltas de aquí para allá y se resisten a encontrar su sitio, que es el fondo del envase. Y todo el sueño fue hablar, hablar y hablar, que en realidad era escribir, tachar, volver a escribir, un largo ensayo que bien podría novelarse, porque en verdad no soy lo bastante racional como para encontrarle el justo orden a las cosas. Entonces siento que estaría más cómodo escribiendo algo que a primera lectura sonase como un tembladeral y que sólo después de muchas relecturas, que creo que sólo yo soportaría hacer, lo aclaro por las dudas, iría eslabonándose, tomando entidad orgánica y -de nuevo- autosuficiente. Pero no hay ese aparato y debería existir. Lo imagino un anillo a colocar en el dedo chiquito de uno de los pies con salida a una capturadora. Después a restaurar los archivos. Me faltaría un puerto USB en la computadora y comprarme una grabadora de CD para tener todas las copias a resguardo porque, podrán sospecharlo, un buen día del señor se pincha mi disco rígido y pierdo una biblioteca entera de sueños dichos y refutados, monólogos como el de Molly Bloom, pero mucho mejores, porque estarían en carne viva, sin corregir, salpicados de la humana errata, arcilla, ¡mi arcilla en millones de bytes!, pero en los días down, los otros, esos en que me acuesto a dormir como quien un par de veces al año agacha la cabeza, mejor sería decir abre la boca, y se entrega al dentista, no recuerdo nada de lo que sueño, tal vez porque duermo con los dientes apretados y día a día siento como hay un diente incisivo disconforme con el lugar que le toca en suerte que avanza y avanza sobre su vecino del piso de abajo. No es que amenace con desalojarlo ni nada por el estilo. La cosa se parece más a esos amoríos que se dan a espaldas de un marido. Ningún hombre le envidia su lugar. El día que el marido ya no ocupe ese sitio, el tercero en discordia mirará para otro lado y seguirá marchando. Pero esos días, decía y prometo impedirme la digresión que tengo a flor de dedos, no tengo mayores ganas de escribir ni de nada que no sea mirar por la ventana, mirar la vida pasar por la ventana, mirar pasar la vida sin mí por la ventana. Necesito, vuelvo a decirme, fabricarme una vida normal. Tener dos hijos. Enseñarles a cantar Kaya.
Campeonato de mentiras en la patagonia.
Vía El florido byte (gracias por el recuerdo!).
Ayer me dije "sólo por hoy". Sólo por hoy el esfuerzo de combatir el resfrío en ciernes con armas no tradicionales. Ya había tomado una buena dosis de analgésicos, unos de nombre muy extraño, que me quitaron la fiebre a cambio de un feroz ardor estomacal. Resignado ya a compartir morada con el virus que llamaba a mi puerta me dije "sólo por hoy" no voy a tomar ninguna clase de medicamento. De todos modos, por norma, los resfríos suelen irse en una semana. Ni siquiera ellos se atreverían a intentar más tiempo conmigo. Recordé una sección de la revista Selecciones, La risa, el remedio infalible, y una buena temporada en que, a falta de mejores lecturas, devoré una colección, tal vez veinte años de la revista. Así que, marcando el almanaque el día martes 25 de abril del año 2005 de la fe cristiana, me dispuse a reír. Me levanté riendo, me reí en el colectivo, también en el trabajo, de todo y de todos. Hoy no tengo fiebre, tengo en buen estado mi capacidad respiratoria y es posible, aunque a esto no me atrevería a asegurarlo, que varios de mis compañeros, sorprendidos por mi genio de mierda, hayan comenzado a saludarme como si fuera en verdad un buen tipo.

Buscando al pichiciego.

25.4.06

Mi amigo el Monito

Yo era un borrego o poco menos que eso. Creo recordar que volvía a casa después de ir al hospital a que me hagan unos análisis. Ya bastante hazaña fue salir más o menos rápido de allí. Desde chico siempre he pensando que el mejor lugar que el hombre ha inventado para que uno se pierda es un hospital. Demasiadas simetrías edilicias, demasiado color blanco y ese maldito olor a agua oxigenada. Pues bien, lo cierto es que yo volvía a casa y no eran más que las ocho y algo de la mañana. En ayunas, como dios manda, venía de que el gordo Ledesma me saque a desgano un poco de sangre y apuraba el paso para desayunar de una buena vez por todas. Hace unos años, ante el mismo trámite, comprobé que todo esto es sugestión. Basta que a uno le pidan ir al hospital en ayunas para que el el cuerpo todo denuncie la presencia del hambre. Es atroz, sin embargo, comprobar que llevo ya más de diez años haciendo muchas cosas antes de probar bocado y que sólo me siento alienado por el hambre cuando voy a que me saquen sangre, pero aquella vez me encontré en una de las calles del centro de mi pueblo a un amigo al que hace muchísimo tiempo que no veo: el Monito Duarte. Llevaba en la mano su más reciente adquisición, un disco de Sumo, Llegando los monos, y ahí nomás me convidó a que fuéramos a su casa a tomar unos mates, que me venían de perillas, y de paso a escuchar a los muchachos de Luca Prodan. Yo, muerto de hambre, barrí con el budín que la mamá del Monito nos puso a disposición; él sólo se limitó a poner el cassette y a ilustrarme sobre la banda, aunque lo hizo con la erudición musical que sólo él tenía en el pueblo a sus dieciséis años y la cordialidad que sólo profesan los que aunque sean las ocho, las nueve o las diez de la mañana todavía no se han acostado. Esto, me dijo apenas comenzó a correr el segundo track, o incluso cinco segundos antes, cuando todavía no había acabado la particular introducción que lleva el disco, se escucha al taco. Subió el volumen. Superman Troglio aporreó los parches de su batería y Luca escupió: luces calientes atraviesan mi mente...

El punto que nos une con el Monito es su señor padre, el Mono Duarte, un paraguayo bonachón que no sé por qué razones no tragaba mi padre. Si algo puedo atribuir la distancia es a razones comerciales que nunca me fueron del todo reveladas. Sí sé que a mis cinco años, papá me arrancaba de la cama, me ponía mi delantalito cuadrillé azul con bolsita al tono, en la que poníamos una taza, siempre de vidrio, un par de docenas rotas al cabo de un año y pasábamos por la carnicería donde él trabajaba, que tenía como anexo una pequeña despensa. De ahí sacaba unas masitas, Manón, Coco o Lincoln, ponía el paquete en la bolsita y hacíamos tres o cuatro cuadras más, que es lo que nos separaba del jardín de infantes de la señorita Roldán. Y ya que siempre lo planteo en términos de competencia, ella sí es la que ocupa el cetro de mi primer amor platónico, aunque ese despertar sucedió, para variar, a destiempo, cuando ya la señorita Roldán había cerrado el jardín de infantes y su esposo la había llevado detrás de más promisorios horizontes. Alta, labios carnosos, la típica morocha argentina. La recuerdo en una fotografía entrañable que nunca podré arrancarle a mi madre. En cuclillas hasta alcanzar mi estatura, me abraza y con la mano me pide que mire a la cámara; yo, el gesto recio de un cachorro de cinco años al que no le gusta que le tomen fotos, la remera a la altura del ombligo, la trompa en señal de protesta. Después papá volvía a trabajar y ya no lo veía hasta el mediodía, salvo que en el medio ocurriera la indesable contigencia de que no pudiera controlar mi esfínteres, algo que recuerdo me pasaba a menudo, aunque tal vez no fuesen más que dos o tres veces a lo largo de todo un año, pero eso bastaba para abochornarme. Es que yo, a mis cinco años, ya era un intelectual: por las mías ya estaba aprendiendo a leer.

La carnicería era propiedad de alguien que recuerdo bajo el mote del viejo Arrúa, un paraguayo de pocas luces igual que su sobrino, Nené, también dependiente de la carnicería, que de todos modos me resultaba mucho más simpático. A él podría evocarlo en una imagen y un par de frases. En la imagen, él nos da los buenos días comiendo un ananá de un modo poco ortodoxo: cortándolo con un cuchillo de hoja ancha que también usaba, de modo bastante temerario, para llevárselo a la boca. En su versión del castellano, todo sonaba muy gracioso: por ejemplo "ete local e mejó, ante entraba do gente y taba todo lleno" o "codte genedal, se apagó la vela", porque a su guaraní natal le habían arrancado los dientes incisivos. Me imagino que por esa razón al hablar escupiría bastante, pero yo no tenía modo de saberlo porque mi metro quince quedaba muy lejos de su estatura. Y, además, también estaba el Mono.

El, a mediados de los setenta, se ganaba la vida como enfermero y, si por mi padre fuese, lo bien que hubiese hecho en quedarse allí. Al menos no cometería las bestialidades que acostumbraba, cuchillo en mano, en perjuicio de las reses, pero hago muy mal en hablar de eso porque yo nunca aprendí el oficio y el único testimonio que tengo es notoriamente sesgado. Si papá era de pocas pulgas cuando joven, queda claro que no habrá cambiado su opinión a estas alturas e incluso peor: puede que haya encontrado nuevas motivaciones para detestar a el Mono. Yo, sin embargo, le tengo mucho aprecio. Ahora mismo, cada vez que por alguna razón salgo a andar por las calles de mi pueblo, sé bien, a pesar de mi poca vista, que si hay alguien que saca medio cuerpo por la ventanilla de una combi en marcha agitando los brazos en dirección a mí, ese es el Mono que acaba de reconocerme. No es para menos. El fue el enfermero que atendió a mi madre el día en que yo nací. El no quedó bien después de que perdió al pibe, solía consolarse mi padre cuando se enteraba de alguna de las agachadas que a el Mono le eran atribuidas.

Aquella vez, con el Monito, saludé de lejos al Mono y vi retirarse a su esposa, un poco compungida. El Monito le dijo: chau, mamá, que no sea nada. Iba al hospital, eso le había oído yo decir un rato antes. Cuando la puerta se cerró: el gesto compungido se había instalado en la cara de mi amigo. Lo miré sin atreverme a preguntarle, todavía hoy no sabría cómo hacerlo, pero él lo hizo más fácil: es de siempre, mamá toma.

Muera el perro/13


Si nuestra relación fuera una construcción, no sería una casa, ni un edificio de departamentos. Tampoco una mansión , ni un hotel, ni siquiera una cabaña.

Si nuestra relación fuera una construcción, sería algo de Gaudí.

Una cosa coloidal, de formas blandas, líquidas, lo que sale de la unión de posicionamientos extremos. Algo bello y raro, definitivamente difícil de entender.Yo, en realidad, quisiera una cabaña, un lugar donde quedarme.Voy por mi cabaña, busco mi cabaña.

Pero con vos quiero Gaudí.

Gaudí :: Gioconda de Cabotaje


¿Lo Miró? :: Francotirador
Visita a la biblioteca :: Tomenlo como de quien viene
António Lobo Antunes :: El lamento de Portnoy
Alma y Vida :: Santos y Demonios
El rey de la Patagonia y Araucanía :: BobPop
Acantilados de Moher:: La máscara de Bits
Analfabestios para escuchar en el living :: Plaza Constitución

24.4.06

A ti, caprichoso reloj, me encomiendo
Tres viñetas futboleras en Y cada día te quiero más.
Nombres, ausencias, amor: un cóctel explosivo en Kaputt.
Salimos el sábado. Yo no quería. Estoy tomando algo para el resfrío, mucho menos de la dosis pero me baja la fiebre y es lo único que importa, pero se iba Aurelianne (Buenos Aires y después quizá Mendoza o Santiago) y aunque recién lo conocía me pareció saludable llevar la tertulia a un ámbito más concurrido, pero yo no quería. Me hubiese quedado escuchando The Mission hasta las diez de la mañana, o el último disco de Depeche, con la televisión sin volumen repitiendo la película con Paz Vega. Ir a un sitio más concurrido significmaba, entre otras cosas, escuchar cualquier cosa que no se parezca a The Mission y ver a un montón de mujeres bailando entre ellas, besuquéandose con algún otro o forzando un apretado trencito con rumbo al baño (siempre es grata una mano femenina en la cintura pero por qué los empujones, mamita, por qué el culo) y ninguna de ellas se parecerá -ni siquiera en el instante que dura una pestaña- a Paz Vega y eso no es del todo bueno, no porque yo estoy ligeramente resfriado, haciendo un esfuerzo para no fumar (Aurelianne acaba de decirme que los Gitanes rubios son un invento argentino, ¡oh Galois!). Subo el escalón, alguien me llama desde la tarima que está cerca de la barra del fondo. ¿Ves esto?, me dice, y vuelvo la mirada sobre la pista. hay brazos en alto, pelos con gel, pechos que quieren saltar el cerco de algodón, todos están agitados, bailan una canción que no me gusta (¿así son las cosas en Ibiza?). Esto no hay en Buenos Aires, remata mi amigo y me deja perplejo.
“Escribir es mezclar aspectos de mi experiencia. Nadie nace escritor, ser escritor es aprender a compilar las partes de uno mismo”, subrayó. Desde comienzos de los 80, dicta talleres de escritura teatral o de narrativa. Lo hace, contó, “porque nunca nadie me hace las preguntas que me hacen los estudiantes”, frase que, según recordó el escritor, le pertenece al director cinematográfico Stephen Fears, quien dirigió el guión de Kureishi My beatiful Launderette. “Enseño a escribir porque me gusta trabajar con la gente que no tiene talento –confesó–. Siempre sospecho de la gente que escribe fácilmente. La lucha por escribir es más importante que el resultado. La gente no nace talentosa; los errores son lo más importante en la vida de una persona.”

Hanif Kureishi en Página/12.

Dos notas sobre Pepe Bianco y un breve texto inédito en La Nación.

23.4.06

Anoche conocí a un pibe francés que pasaba sus últimas horas en la zona después de un raid que lleva ya tres meses. Quería conocer la patagonia de los mitos y puede decirse que lo ha logrado. No alcanzó a entender mucho los avatares de nuestra política y menos que menos los de la economía. Se rió bastante con mis humoradas. Por ejemplo cuando le dije que si el siglo XIX, el primero de nuestra breve historia, fue caracterizado por hombres que se destacaron como estadistas o militares, el siglo que se ha ido ha dejado más bien poco que recordar. Si hiciéramos monumentos, tal vez los homenajeados fuesen deportistas: un futbolista, un corredor de autos, un boxeador.
Hablamos largo: yo le pregunté por Napoleón, por Deleuze, por Céline, Truffaut, Belmondo, Richelieu. El prefirió, muy atinadamente, contarme las ventajas de vivir en un país tan joven, tan grande y enumerar otros nombres propios: Chaltén, Corcovado, Tronador, Ushuaia, Nuahuel Huapi, Perito Moreno y, entre las asignaturas pendientes, ya que los tres meses se le fueron volando, la inconcebible meseta de Somuncura.
Se llama Aurelianne (ojalá se escriba así), pero quería que lo llamásemos Aurelio.

22.4.06

Malasaña ediciones presenta/2

Yo, y no me pesa confesarlo, hubiese querido ser poeta. Hace no demasiado tiempo, francamente no sé por qué arrebato, concerté una entrevista con la poesía. Ella tan fresca y yo poco menos que tiritando; ella poniendo unos libros robados dentro de un sobre en mi homenaje y yo sin saber mucho lo que decir o lo que hacer más que verla ser tan suave, tan dueña de una modesta eternidad que, de haber podido darme ese lujo, hubiese creido que el modo en que tenía de subir las escaleras era un péndulo que el creador puso en mi camino para encantarme. Alegué, aun ahora me lo reprocho, varias cosas sin sentido. Decir por ejemplo yo narrador, o incluso mejor: yo pensador que narra y ella hecha una sonrisa de muchos dientes: hum, me parece que vos...
Pero basta de darle de qué hablar a quienes piensan que esto es sólo un monumento a mi vanidad. Pasemos a lo verdaderamente importante. Nuestra poeta de hoy se llama Rocío y pese a lo que desearía su madre tiene una pluma capaz de parir penumbras niñas. Leamos:

oscuridad en el camino
de los sueños
en que el viento va silbando
sin cesar
oscuridad en el camino
de cantar
no te detengas jamás
que ya llega el final


Quedan todos invitados a sumarse a la propuesta. Vale todo. Poesía, cuento, ensayo, siempre que el autor (se espera una urgente presencia masculina en nuestro catálogo de textos robados) tenga menos de diez años.

21.4.06

I can´t give you anything but love, baby

Para quien no lo haya leido

Hace un par de días Piro publicó un más que interesante soliloquio de Gianni Vattimo. La excusa, dice Piro, fue un encuentro de amigos y no ya una entrevista y en el decurso de la nota desfilan varios tópicos atractivos.
Una delicia.
A fin de cuentas es como me lo dijo una amiga: Llegás a Buenos Aires -así se llama la revista- y también la escribe Piro.
*
PS: Presuponer que los hombres piensan que una actriz bella debe ser, además, inteligente, es un prejuicio tan insufrible como el que pretende que una escritora bella debe, además, saber escribir, anota Piro que dijo María Fasce.
Yo creo que son lindas por el mero hecho de escribir bien.
Las otras no sé bien qué son.

Timecorps

Corrían los noventa, eso creo. En la lejana Córdoba los empleados bancarios, tan disconformes con la paga y demás condiciones de trabajo como lo estaban los bancarios en el resto del país, fueron ferozmente repelidos por la fuerza policial. Alguien habrá dado la orden; ellos la cumplieron. A los pocos días los bancarios se tomaron revancha. Llanamente se negaron a pagarle los sueldos a la fuerza de choque provincial. Unos días reteniendo la plata y vieras cómo se calma todo.
El episodio, sea por pintoresco, sea por aislado, ganó algún espacio en la prensa, pero nadie se lo tomó demasiado en serio. Después de todo, cuando se dice que es este el tiempo de las corporaciones lo más sencillo es creer que nuestro destino, más para mal que para bien, esta mano de empresas multinacionales y sabido es que, a mayor concentración de capital, mayor enajenamiento. Ya no queda nadie a quien reclamarle nada. Toda decisión, más temprano que tarde, estará justificada en los designios del dividendo por acción, que es lo único que importa.
Un poco más acá en el tiempo un conocido mío jugaba el clásico partido de fútbol de los viernes por la noche junto a sus amigos. En un momento, yendo a disputar con alma y vida una pelota, siente que se le traba el tobillo y deja la cancha. Se va a su casa creyendo que el dolor disminuiría pero eso no sucede sino que más bien el tobillo empieza a alcanzar un tamaño que lo horroriza. Le pide a su esposa que lo lleve a la guardia del hospital público y allí cae en las manos de un médico cuyo nombre, por las razones que expondré más adelante, preservaré en el anónimato pero por mera comodidad en el relato llamaremos Q, el satánico doctor Q.
El médico revisa el tobillo hinchado y recomienda, como haría cualquier curandero o buen vecino del barrio, que lo sumerja en agua con sal y santo remedio. Algo defraudado, mi amigo se retira del establecimiento sin poder pisar y hace lo que Q le dijo que haga.
Un par de días después, leemos en el diario que un paciente ingresado a la guardia del hospital un poco después que mi amigo no había corrido la misma suerte. Sin practicar un examen demasiado riguroso, Q le había dado a tomar una pastilla y este buen hombre, a una cuadra o dos, se desploma y muere.
El doctor Q gana fama y se extienden a diestra y siniestra nuevas versiones de sus praxis. Acaso nunca sabremos si hubo una relación de causalidad entre la medicación y el deceso; lo cierto es que el diágnostico dejaba mucho que desear. No había revisado la historia clínica del paciente y en todo momento subestimó la gravedad de su dolencia.
En fin. La familia radica la denuncia, se abre una instancia judicial y finalmente se llega a juicio oral. En los momentos previos la asociación que reúne a los médicos respalda fervientemente el accionar de Q y menciona berretines como "campaña de desprestigio", "pésimo antecedente". En un clima bastante tenso, y a pesar de los numerosos elementos colectados en contra del profesional en la etapa de instrucción, la cámara en lo criminal lo absolvió de todos los cargos en su contra ante el bullicioso público -en su mayoría otros médicos- que colmaban la sala.
Triunfó el lobby de los médicos, o al menos eso es lo que pareció.
Si esto fuera un pueblo chico, que en efecto lo es, los abogados, se dediquen o no a la judicatura, hacen bien en no ponerse en contra de la especie de los médicos. Las represalias podrían ser muy dolorosas.

Malasaña ediciones presenta

Como dice un amigo mío que escribe realmente muy mal: lo que pasa, loquito, es que yo soy más editor que escritor. Por la utilidad de esa excusa, y además para no seguir el poco afortunado camino de mi amigo, yo también he decidido hacerme editor. Pero editor de verdad. De modo que, como primera medida, robé el texto que abajo figura y desde el vamos admito que no tengo sobre él ningún derecho. Es más: si se entera la madre de la niña, me mata.
No obstante eso, como el movimiento se demuestra andando, comenzamos con la publicación de un texto inédito de la jovencita Abril Rocío, nuestra primera autora.

Cuento de tedror
Había una vez un dinozauio malo tenebdrozo, con aletaz tenebdrozaz en la nariz, y uñaz tenebdrozaz, y dedoz en loz dedoz, que tenía un zuperegüe malo que vivía en zu cabeza. Y vino un zuperegüe güeno con un dragón güeno que no ezcupía fuego por la boca. Y el dinozauio malo ze comió al zuperegüe güeno y entonces el dragón ze enojó y le tiró un árbol en la cabeza y el dinozauio ezcupió como vómito al zuperegüe güeno y dezpuéz ze murió con el zuperegüe malo. Y ze terminó. Peeeero…el dinozauio no ze murió de verdad. UUUUUAAAAAAAHHHHH!!!!!!

Glosario
dinozauio: dinosaurio
güeno: bueno
tenebdrozo: tenebroso
zuperegüe: súper héroe


Todo aquel que cuente con un aspirante a escritor en su familia puede enviarme sus textos, que aquí, con mucho gusto serán publicados con la sola condición de que el autor tenga menos de diez años.

20.4.06

Dime qué coleccionas y te diré quién eres...

... fue el implacable comentario que dejó una lectora a un artículo publicado en Libro de Notas.
*
Yo, desde el día de ayer, puedo decir que colecciono bolsos de mano aunque tenga sólo dos. ¿Qué querrá decir eso?
También tengo pilas y pilas de papeles, pero eso es obra del descuido que cabe atribuir a mi condición de hombre soltero.
Letra de uma canção popular do Alentejo

Eu hei-de amar uma pedra
deixar o teu coração
uma pedra sempre é mais firme
tu és falsa e sem razão

Tu és falsa e sem razão
eu hei-de amar uma pedra
eu hei-de amar uma pedra
deixar o teu coração

Quando eu estava de abalada
meu amor para te ver
armou-se uma trovada
mais tarde deu em chover

Mais tarde deu em chover
sem fazer frio nem nada
meu amor para te ver
quando eu estava de abalada

[Gentileza de Rodrigues]

19.4.06

pm/18

Ultima postal:
Marea baja. El mar se retira a sus aposentos. No ha nacido hombre con valor suficiente para bajar a la arena e ir por él. Yo no me atrevo. La arena húmeda devoraría mis pasos antes que el creador con un chasquido de dedos ordenase lo contrario. En la calle, un abuelo camina sujetando con la mano la gorra que protege su calvicie. Una chica de pechera naranja se toma el pelo con las dos manos. Yo mismo pugno por quitarme el pelo de la vista. Los barcos han encendido sus faros. Es hora de volver a casa.

pm/17

El botín: un bolsito de mano re-paquete, ideal para días de lluvia, tanto que es un crimen que lo haya puesto dentro de su hermano mayor, que no se banca mucho que digamos los días de lluvia ni el polvillo de mi estudio. Una furibunda dotación de caramelos de menta, chocolates con forma de moneda que es una picardía romperles el envoltorio dorado para deglutirlos, un pantalón que ya veremos cómo va, una película que me hizo sudar delante del oficial fiscal, los restos fósiles, té con fragancias para deleitarme (ya saben que soy el mentado Minotauro del mito) y varias chucherías menores.

pm/16

Hay algo que no sé decir en esta capota que asfixia la precariedad del cielo contra la nuestra de peatones, excepto por el viento que sale de improviso a la vuelta de una esquina, o detrás de la copa de un árbol y lo toma a uno por sorpresa y a su modo, torpemente, lo levanta en brazos y lo echa un poco más allá en el camino. Pero ay de la senda tramada cuando no es la única que él de memoria sabe.

pm/15

Se me hizo un poco tarde para el cole de las y media, así que remontando la calle Roca, que es la inmediata anterior al bulevard que bordea al mar, voy a tomarme un helado. Mares o Kebon. Eso es lo que todavía no definí.
Y hace frío. Mucho. Creo que amerita pedir un descuento.

pm/14

No vayan a creer que me faltó la visita al afamado pedazo de tierra en el que Héctor Alterio proclamó la puta que vale la pena estar vivo, pero esa y otras cosas que me han quedado en el tintero, se las cuento otro día. Buenas tardes.

pm/13

Por supuesto que el viento no ha dejado de soplar, pero la que ha dado una tregua ha sido la lluviecita, gracias a diositosanto, porque no era ya el mero castigo sobre la cara al caminar sino la portación lisa y llana de una caparazón de gotas asidas de la campera con tal fuerza que lo primero que le saldría a un tipo bienpensante como yo es hacer lo que un perro: pegarse un buen sacudón sin atender la cercana presencia de un agente del orden o del mísmisimo alcalde municipal.
Caramba que pesa la caparazón, dice el tortugo primerizo, lo bueno es que la cuestión tiene a la vista una solución. Basta que uno se fondee en algún barzucho de morondanga, que garabatee en las servilletas, que pida otro café como si en verdad tuviera ganas de tomarlo, y las gotas, ordenadas en prolijas columnas cual ejército cobarde, se dan de bruces contra el suelo.
En cada lugar público, la bienvenida la da un trapo de piso. Una vergüenza.

pm/12

En cuadras y cuadras de rambla no se ve absolutamente a nadie. Se nota a las claras que soy el único tipo en el mundo que hoy tiene un deseo inaudito de ver el mar.
Los últimos trazos del monstruo hoy se parecen a las lágrimas de La Quitana. Es fascinante ver los barcos de espuma trepar a lo más alto de las olas, zambullirse y volver a ver la luz.
Después una delgada línea verdazulada y, mucho más allá, retirado del embate recurrente de los hombres, el mar verdadero, el de titánico azul.

pm/11

A la hora del hambre, hubiese salido a matar por conseguir una cantina chiquita, Lo de Lucas. Ahí, hace varios años, con mi amigo del alma, encontramos una promoción baratísima. Algo así como dos docenas de empanadas y una cerveza tres cuartos a diez o doce pesos, a valores de hoy. No sé cuánto costaría una cerveza más. Sí sé que, llenos de arena, dimos cuenta de las empanadas con inusitada voracidad. Tal vez yo me comí trece y él once, no lo sabemos. Con la última, gustamos evocar después, el camarero estuvo tentado de aplaudir.

pm/10

El mar siempre es una experiencia sobrecogedora. También lo es resistir a pie firme el duro embate del viento contra mi humanidad. De poco me serviría medir la intensidad de las ráfagas. baste decir que apenas puedo mantener una posición en marcha que dista de la horizontalidad que reza en los libros de geometría.
Hoy es día con muchos barcos.

pm/9

Busqué un largo rato un cartel que solía haber en algún sitio que yo frecuentaba. Madryn tiene magia, decía, y le hubiera tomado una foto si es que lo encontraba. Bah, si lo encontraba hubiese necesitado tener una cámara digital, que por el momento no tengo, pero acá no hay ninguna magia, qué quieren que les diga. O al menos tiene una magia perecedera, que se echa a perder apenas se acaba la temporada y todos somos iguales bajo la luz del sol.
Me divirtió el nombre de un comercio de estampado de remeras: Testigo ocular. Esta gente está loca. Ese es un nombre procesalista y los procesalistas, según dice la ley de rito, sólo vienen bajo el brazo de doña Desgracia, la muy mal parida.

pm/8

¿De qué lado estará el mar? Hasta el sol me robaron el día en que quise volver. La respuesta siempre fue muy sencilla: del lado del frío, tonto. Y así, esquivando dentro de lo posible los charcos y a los conductores desaprensivos que aceleran cuando lo tienen a uno en foco en la proximidad de un curso de agua, rumbo al frío. Allá vamos.

pm/7

Estoy encerrado en una cabina telefónica y padezco claustrofobia. Voy a salir a dar una vuelta. Con suerte volveré a ver el mar y me ahogaré en agua de lluvia.

pm/6

Venía con regularidad a Madryn en los días del verano del noventa y ocho. Tenía un trabajito aquí por las tardes y no sabía bien lo que hacer con mi tiempo. Pensé durante la larga hora que duró el viaje en lo que fue aquella experiencia.
Debí escribirlo todo, pero no tenía a mano mi cuaderno. Eso será a la tarde.

pm/5

A Tom Cruise le han informado mal. Quien podría comerse, y provechosamente, la placenta de su vástago, es la madre. Es lo que suelen hacer las hembras para dar más leche.
Eso sí: tratándose de un tejido que ha formado una bolsa para contener líquido, su consistencia es gelatinosa.
¿Cómo lo sé? Me lo han dicho los fósiles. Son un coral y una almeja.

pm/4

El misterioso frasco contiene, ahora lo sé, restos fósiles. De modo que he infringido la ley. Bueno, también me hice de un dvd pirateado. Soy un delincuente.

pm/3

El correo de Puerto Madryn queda en Gobernador Maíz 297 y atiende sólo de 9 a 13. Claro que el pibe de la aduana -flaco, pinta de hippie converso, ligeramente demacrado, pelo recogido- atiende lunes, miércoles y viernes, de ¡9.30 a 11!
-No tenemos personal, loco.
-Les mando mi currículum vitae.
-Nos haría mucha falta, porque nosotros controlamos Trelew, además de esto, y está pesado el asunto con el tema de las drogas.
Abre el sobre que me trajo hasta aquí.
-¿De dónde viene?
-España.
-¿Y ya sabés que tiene?
-No, es un regalo, y como buen regalo, sorpresa.
-¿Y esto qué es?-toma delicadamente entre los dedos un frasquito que contiene algo verdoso- ¿Caracoles?
-Sinceramente no lo sé. Anda tanto loco suelto.

pm/2

En una bocacalle, se los juro, me crucé a Noé. Me imagino que Greenpeace no se quedará con los brazos cruzados y demandará al barbeta por tráfico de animales. Eso por no hablar de lo hacinados que iban y de lo patético que resulta ver una jirafa remando.

pm/1

-Perdón, señor, me podría decir dónde queda la calle Alejandro Maíz?
-Buen día, señor. ¿Gobernador Maíz?
-Sí, sí.
-Esta es Marcos A. Zar, la que sigue es San Martín. La segunda para arriba.
-Okay, gracias, buen día.
Uf. Menos mal que no encontré ningún taxi. En Madryn, como en Trelew, jamás se encuentra un taxi. Mucho menos si es día de lluvia y ustedes saben tanto como yo que en el sitio al que me dirija por primera vez siempre ha de recibirme con un cristiano bautismo.
En un esfuerzo de producción sin precedentes, hoy este blog transmite desde Puerto Madryn.

18.4.06

Una fantasía borgesiana

Si Borges viviera o, para ser más preciso, si Borges fuese como yo, un soldado clase 1974, seguramente al día de la fecha hubiese contaría más películas vistas que libros leídos. Tomo para mí algún artículo que leí alguna vez en el que alababa a ese prodigio llamado Citizen Kane y también otros varios comentarios sueltos en los que se perfilaba un cierto aprecio por el séptimo arte. Pero lo cierto es que Borges ya está muerto, y para colmo tuvo la desgracia de quedarse ciego mucho antes de que las películas poluyeran del modo que tan molesto resulta a los poco entusiastas del cine, como es mi caso.
Sin embargo, a la luz de los acontecimientos que van forjando la historia, o al menos eso tendemos a tomar como historia en el futuro más o menos cercano cuando leemos las noticias con destaque en las portadas de la prensa, me intriga saber cuál hubiese sido la reacción de Borges ante el peor entre los actores de Hollywood. Me refiero a Harrison Ford. Ya sé lo que alegarán en su defensa: el tipo se hizo famoso como actor pero en realidad su arte reside en el dominio de la carpintería o de las instalaciones eléctricas. Está bien. La culpa es de la decena de directores que lo han convocado a protagonizar películas dignas de encomio y bodrios incalificables y también de millones de espectadores que lo han aceptado sin más.
Es que ese tipejo que le ha puesto la cara (siempre la misma, por supuesto) a Indiana Jones y al presidente de los Estados Unidos puede sentir lo que cualquier estandarte. El actual presidente de los Estados Unidos y su puja para hacerse de toda la riqueza del subsuelo de medio oriente se parece a una mala versión de Indiana Jones y es allí donde cabe felicitarlo a Harrison Ford. El lo hizo primero.
Pero volviendo sobre la referencia borgesiana, siempre recuerdo con cariño lo que dijo cuando el hombre puso por primera vez sus pies en la luna: todo esto es para mí una farsa, tengo para mí que el hombre llegó a la luna en la maravillosa Primeros hombres en la luna de Herbert George Wells. Y en cierto modo, el viejo, una vez más, no estaba equivocado. No juzguemos esta vez la patética puesta en escena de 1969 que alguien tuvo el tupé de atribuir en su hechura a Stanley Kubrick, como si el maestro no hubiese sido lo suficientemente obsesivo para evitar que queden al azar librados detalles cruciales: el imposible flameo de la bandera de bastones rojiblancos, la vista del firmamento similar a la que se ve en las noches de mi barrio.
Si Borges viviera diría a esta película ya la vi. El final es con un beso entre el héroe y la chica linda, pero a mí no me engrupen: el verdadero Indiana Jones es Harrison Ford.
¿Te ha sucedido alguna vez que a los ojos les de por replegarse? No me refiero al declinar de los párpados, que por lo demás es algo que en su vulgaridad imita el paso del día a la noche, como si quisiera poner en negro sobre blanco que a su imagen y semejanza hemos sido creados, de modo que todo el tiempo psado y por venir no haremos más que tropezarnos con versiones cada vez más torpes de la obra de un autor tan fecundo como eterno. Aunque ahora que lo veo escrito, la sensación que se abate sobre mí en momentos como éste, en algo quisiera parecerse al inmenso engranaje de la maquinaria celestial pero tiene más de pañol desordenado, a dejadez de hombre solo. Los ojos se vienen para adentro. Reclaman un espacio allí dentro de la caja, un espacio que, está claro, no les pertenece. Entonces la presión excesiva de los globos sobre el cableado y la pared en falsa escuadra, amenaza con dinamitarlo todo. De lejos se parece mucho al cansancio, no lo niego, a un cansancio asimétrico. Bueno sería estar completamente cansado, que brazos y piernas hubiesen trabajado a destajo y el cuerpo ahora mismo fuera un solo grito que dice basta, pero no, no es eso, sino una manifestación aislada, un intento sedicioso que muerto antes de nacer. Los ojos no podrán ir más lejos del sitio en el que están. Por mucho que no les guste, es este el mundo que hay que mirar. Mejor que nunca te pase. Es feo.

Muera el perro/12

Ahora bien, creo que es ingenuo pensar que publicar nuestras creaciones en un portal de autopublicación nos da una garantía de calidad literaria. En líneas generales, es preciso que estemos claros en que ningún sistema que nos permita publicar sin esfuerzo es capaz de brindar perspectivas objetivas de la calidad literaria de nuestros textos. Ni los sitios de autopublicación ni las ediciones autofinanciadas son garantía de calidad. Uno puede publicar en portales como YoEscribo.com o pagarse la edición de 1.000 ejemplares en la imprenta más cercana, pero en ambos casos sólo estamos presentando nuestro material a consideración de quienes lo lean. Funciona, ni más ni menos, como una tarjeta de presentación. Este es un tema sobre el cual he hablado también aquí.

Escoger el oficio de escritor como carrera no es precisamente un camino rápido y placentero hacia el éxito. A mucha gente le parece que publicar por sus propios medios es ya suficiente para considerar que se ha tenido éxito. Yo insisto en que, pese a que es una de las vías posibles, quienes la escojan deben saber que no es la única vía, y que ni siquiera es medianamente suficiente. Hay que tomar riesgos, leer mucho, aprender a sobrellevar los golpes de la crítica destructiva (que es la más común), y sobre todo mantenerse insatisfecho respecto a la calidad de nuestros escritos. No hay nada más desolador que un escritor satisfecho, un escritor que no se critica a sí mismo, un escritor que está tan confiado que llega a creer innecesario esforzarse un poco más.


Jorge Gómez Jiménez en foro.yoescribo.com



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50 cosas para hacer antes de conocer el amor de tu vida :: Bestiaria
Celeste y blanca (capítulo 2) por Guillermo Piro :: Goma de borrar
Crónicas enmascaradas :: La máscara de bits
Lluvia en las afueras de Madagascar :: Crónicas inútiles
Dos años en el blog :: Cuchitril Literario
Preguntas :: Criticar es fácil

17.4.06

Los amantes

Hice el primer tramo del recorrido en la comodidad de la butaca vecina desocupada.
En Puerto Madryn, siempre sucede así, el colectivo se llenó. Me tocó en suerte por compañero un gordo que vivamente me agradeció que me parase para dejarlo pasar hasta su asiento, el de la ventanilla. El gordo excedía ligeramente el espacio que delimita la mitad del apoyabrazos en común. El gordo estaba resfriado. El gordo roncaba y se comía los mocos, aunque de a ratos, más parecía rumiarlos.
A mi izquierda, en el par de butacas que quedaban al otro del pasillo, una pareja. Bastante mayores, ellos. Con bigote blanco y petulante, a lo David Viñas, él; con aires de recién perdida juventud y pollera pantalón ella. Cuánto hacía que no veía a una mujer vestida de domingo con pollera pantalón. Fácil: veinte años. De un tiempo a esta parte voy dándome cuenta que mucho de lo interesante que me ha deparado la vida ha pasado hace ya más de veinte años. Esto debe ser la madurez.
Viñas se sienta contra la ventanilla, y su señora sobre el pasillo, justo al lado de mí. Antes de sentarse, mientras acomodaba sus bártulos en el portaequipajes, ella me dirigió una mirada que no supe leer. Pensé que le llamaría la atención. Soy de baja estatura, pero para estar cómodo estiro las piernas sobre el pasillo y nunca me siento del todo recto. Para más llevaba en las manos un libro misterioso. Un libro del que sólo arrancaba la vista para comprobar que ella me miraba y que yo la estaba mirando a ella.
Para facilitarle un poco las cosas, pensé que lo mejor sería mostrarle la tapa del libro. Dejé, entonces y sólo por un momento, el libro cerrado sobre mi falda, como si tratase de evocar con los ojos cerrados uno de los muchos momentos gloriosos que el libro tiene y quisiera tener conmigo hasta que dé mi última campanada. Recién en ese momento me puse a mirar la tapa y busqué en las páginas interiores algún dato adicional sobre el diseño de cubierta. Los amantes, Rene Magritte, 1928.
Cuando volví a ella, volví a mirarla quiero decir, había apoyado su cabeza sobre el respaldo incitando la urgente presencia de los dioses que gobiernan el sueño. Viñas había echado sobre la falda de ella una frazada y con su mano derecha sobre el muslo más lejano, trazaba ante mis ojos un cerco cartilaginoso.
Cerré los ojos y también yo quise dormir.
Esta hora, la de los vientos fuertes que no van a ninguna parte, es también la hora de los labios resecos. El cuerpo que está acostumbrado al tránsito de estación en estación resiste absorto a la realidad que le pasa por encima como un auto a toda velocidad a un perro rengo que nadie llora. También es cierto que se trata nada más de una temporada y que la gracia reside en saber sobrellevarla con dignidad pero de pesares indignos y poco llevaderos saben demasiado los dueños (esclavos sería incluso mejor) de espíritus poco perseverantes. El sabio soporta con hidalguía los embates. El ruin no tiene con qué y ahí nomás muestra la hilacha. Los labios se le parten y en los momentos que toman para sí la inquietud o el aburrimiento, hinca diente sobre labio, forma tenaza y desprende de a uno los jirones de piel inútil. Detrás de esa película, la carne viva, la que arderá al contacto con la taza de té caliente o la cerveza helada. Y ante el espejo es la contemplación de la falsa quietud de la sangre enhomecida de los labios partidos y un tirón más para perfeccionar la obra y arrancar lo que aún quede en pie de la vieja acrópolis y el abatimiento con gusto a texto interrupto.
Esta es Vanessa Paradis.
La muerte como una emboscada, hoy en Kaputt recargado.
Cuando vuelvo a casa de mis padres y tengo para mí una interminable grilla de canales para rodar y rodar, compruebo que una de las pocas buenas razones que tengo para comprarme un televisor es repasar los capítulos de Los Dukes de Hazzard, que es decir en realidad volver a adorar a mi muy querida prima Daisy, que tal vez sea la única mujer que está en condiciones de disputarle a Vanessa Paradis el cetro de ser mi más antiguo amor platónico.

13.4.06

Yo he de amar a Lobo Antunes

Lo hice. Finalmente lo hice. Llegué tan pero tan temprano que la mina que se encarga de la limpieza había amontonado todos los libros a su entera comodidad y cualquier transeunte libresco que se apresurara a abalanzarse sobre la pila de libros en un equilibrio, que habría de quebrarse al menor movimiento brusco, no encontraría lo que busca. O no podría ponerse a revisar. Di un par de vueltas por el local pero era en vano. Yo quería ése libro que estaba, al menos en mi sospecha, al final del montoncito, debajo, probablemente, de Máquina Deleuze o de La posibilidad de una isla o de esa porquería que ahora escribió este muchacho que anda siempre vestido de blanco, cómo es que se llama. En fin. Me quedé un rato pensando. Quizá no debía hacerlo. La vida está llena de mensajes. Por ejemplo, qué significa llegar al cajero automático y encontrarse con diecisiete personas que están para el mismo trámite que uno (porque en realidad casi nadie lo usa para pagar servicios o para hacer depósitos, mucho menos en día inhábil, todo es sacar y sacar, en lo posible todo el saldo de la cuenta que sea múltiplo de diez) y todos han llegado antes, pero no todos comparten conmigo la mala intención de cambiar un buen par de billetes por un libro y dos semanas (o tres, con un gobierno peronista nunca se sabe) a puro tallarín Luccheti, con queso si hay suerte, con buena voluntad en caso contrario, pero estaba decidido. Me levanté así. Me tomé dos tazas de café y todavía tenía en la boca el gusto amargo de ayer, ese cansancio mental de trabajar en lo que a uno no le gusta a cambio de chaucha y palito y el maldito contrapeso de saber que hay, no diré miles, pero sí media docena de cosas que bien podría hacer y con disfrute, pero llego a casa abatido como si me hubieran sometido a una sesión de tortura, a un simulacro de fusilamiento y en cierto punto a la tercera vez que te lo hacen sacás pecho y les decís: tirá de una vez si sos macho, la puta que te parió, pero el resto del tiempo hacés de cuenta que no te importa, y es cierto que no te importa, pero siempre hay un detalle por el que se cuela la realidad, un indicio, un anzuelo, la zanahoria que ponen delante de los burros. Por ejemplo esa morrita de edad indefinida que a todos saluda con beso menos a mí y da la casualidad que me la cruzo en la cocina al menos una vez cada mañana y aunque ya se haya hecho invierno de algún lado me sale el prurito de pedirle cuentas a una mujer que no se viste de falda. Estoy cansado de algunas cosas. Del uniforme, por no ir más lejos. Todo el año igual. Si fuéramos perros, vaya y pase. A cagarse de calor y a sacar la lengua no ya en señal de picardía sino por expreso pedido de las glándulas sudoríparas. Pero esta chica, que yo le digo chica pero paga con cuarenta y le dan de vuelto sólo un par de monedas, tiene el don de la sensualidad y queda en segundo plano si viene en pantalones a trabajar y también quedaría en segundo plano incluso si viniese desnuda, si no ocultase nada de su humanidad porque está imbuida por una cuestión actitudinal. Se planta y es, y eso es digno de celebrarse. Por supuesto, la charla nunca supera los cinco o seis minutos, entonces estoy obligado a agudizar el ingenio para sacarle una sonrisa aunque sea con tirabuzón y me despacho con alguno de esos comentarios que me han valido la fama que tengo: Mayer no está en sus cabales, se tiene que hacer ver. Por eso mismo, para hacerme el interesante, tengo que activar los radares y aunque no lo quiera me encuentro despotricando contra las marionetas que han usurpado el poder so pretexto del voto popular y comprendo que si me siento cómodo entre mis amigos es porque nadie me reprocha esta cosa fascistoide de reclamar para mí y para los míos un gobierno que se componga por cristianos que valgan un poco más que uno. Al cuerno con la democracia y con las masas que se dejan seducir a cambio de tres chapas para terminar la tapera y un colchón para seguir trayendo borreguitos a este mundo. Es lo que hay, me dice alguien, y me dan ganas de trompearlo. Lo que hay, la pindonga. Algún día deberíamos ponernos serios y reclamar lo que nos corresponde y basta ya de hablar de derechos humanos que más parece que fuésemos desechos humanos, pero no, mejor a bajarse de la moto: es otoño y se viene un largo invierno y si digo que el otoño es un momento hormonal no quiero decir otra cosa que ésta: el cuerpo abre al paraguas. Se va a poner feo. Feísimo. Cuando se derrumbe el castillo de naipes todo el mundo va a salir con reproches pero de qué vale un reproche cuando es tardío. De qué sirve un "que hubiese pasado si". Cómo no voy a estar cansado entonces. Cómo no voy a conformarme con placebos de a cincuenta centavos la media hora. Yo hice los deberes temprano, es capaz de jactarse, y yo me encojo de hombros porque esta semana y la anterior no he dejado de postergar cosas. Me estalla la cabeza. Por eso me despierto pensando que es mejor que termine de arruinar las finanzas y me compre un libro. Entonces vuelvo a ir y no lo encuentro. Me quedo pensando en que sólo una pasión que obnubila fue capaz de traerme hasta aquí. La puerta del cajero hacía un ruido terrible. Golpeaba contra el tachito de basura con que la gente calzaba la puerta. Bárbaros, pensé, y la corrí un poco más adentro. Saqué los dos billetes y cuando me dispuse a salir, previo corroborar que las cosas están tan mal como lo había presagiado, veo que me he quedado encerrado. No hay picaporte del lado de adentro. A quién se le ocurre hacer este tipo de bromas. Se reirán los del banco cuando el lunes vean en la cinta testigo mi cara de desconvierto? Quizá les pase desapercibida porque antes que a mí le debe haber pasado esto mismo a un buen puñado de tarados, pero nadie le avisa a nadie. Es la ley. Yo mismo, cuando salga, si es que puedo salir alguna vez de este pequeño encierro, no le dirigiré la palabra al tarado que espere a que yo termine para meterse. Tal vez le sostenga la puerta abierta en señal de cortesía, pero ni loco le diré que no hay picaporte del lado de adentro. Por eso es que la cosa no camina. Todos queremos que al que venga le toquen estos mismos males corregidos y aumentados, pero por lo pronto haría bien en idear un modo de salir. La salida uno es golpear fuertemente la puerta. Que me escuche la señora rubia que está distraida corriendo a su pendejito. El pendejo quiere bajarse a la calle, se tropieza, llora con estruendo. La señora rubia trata de consolarlo, cómo podría yo cortarle ese momento. La salida dos es meter mi dedo en el sitio del picaporte ausente. Trato de hacerlo. Me duele el dedo. Un intento más y la puerta que se abre. No alcanzo a ponerme contento que estoy sosteniéndole la puerta, y un buen rato, a la señora rubia, que recoge pendejito lloricoso y me dice gracias antes de entrar. Gracias, me repito para adentro, y miro mi dedo machucado y salgo a comprar mi libro. Me cruzo en el camino con un amigo. Qué hacés. Aquí, vine a tirar un par de curriculums, si alguien me da bola un jueves santo soy muy hijo de puta, no? Si nadie te da bola, también, le digo, le deseo suerte una y otra vez y apuro la marcha. Yo tengo trabajo. Es mal pago y me puedo comprar un libro de 48 pesos a cambio de comer peor. Son elecciones, ya casi corriendo cruzo la calle Pellegrini, hay un par de bocinazos cuando piso la vereda de la farmacia. Por qué no me habré comprado antes el de Céline que estaba más barato. Siempre los reproches. Encuentro el libro. No es tan grueso como me pareció el sábado pasado. Hay varios otros mucho más baratos. Vuelvo a dudar. Lo llevo. Hago la cola para pagar. El pibe que está delante de mí está muy entusiasmado con su compra. Tres devedés. Ciento sesenta y cuatro pesos con setenta. El cajero se demora con él. Le ofrece un disco de tango electrónico, el chabón lo saca cagando. Llega la chica. Me intriga. Pelo corto negro, remera rojo sangre y pantalon de corderoy marrón. Cómo es que no tiene caderas. Cómo si hubiese jurado hace cinco minutos que tiene un culo encantador. Se queja de un dolor de oídos. El pibe de la cola le sugiere un algodón empapado en alcohol. Es lo que usan en el mar, dice. La chica asiente y agrega: de a ratos me viene una puntada, me zumba, te juro que es fuertísimo, como una patada acá. Tiene un lunar un poco más allá del mentón. Hermoso mentón. Lo veo y siento que hay que hacer justicia de una vez. Yo quiero moder el peñón de Gibraltar. Se va el pibe de la fila. Se va la chica detrás del mostrador y me quedo mirando el culo. Linda mi compañera, me dice el cajero. Ya lo creo, agrego, con gesto sobrador. Es un negrito. Me juego la vida que es de los que se trabajan a todas las minas y acaban por ganarlas. Me cae bien la gente así. Tiene novio. Además, donde se come no se caga, le marco como para meter púa. Sí, más cuando el novio es un amigo, no? Esas son las más interesantes, pongo yo, que algo del asunto sé. Lo envuelvo para regalo?. No, dejá. No te interesa el tango electrónico? Por diez manguitos te llevás éste, que es una compilación tipo Bajofondo. Santaolalla y la puta que lo parió, me enojo, me gusta el tango electrónico, pero hay una vertiente dark que es muy interesante. Bajofondo hace otra cosa. Música para caribeños. Suena Owner of a lonely Heart en una versión abominable. Cómo me arruinaron este tema, me dice el negrito. Le doy la razón, pero antes moví la patita: la guitarra es demoledora no importa con qué se la sazone. Chau, loco, le digo, y vuelvo a correr, un poco más pobre y ligeramente feliz.
El lunes la seguimos.
Hummm por Daniela Gutiérrez en Kaputt, por ahora sin comentarios hasta que el equipo técnico subsane los inconvenientes en la base de datos.

12.4.06

Cuenta regresiva. ¿Arriba o abajo?. Arrobe nomás, señora, que yo lo único que quiero es viajar. ¿Pasillo o ventanilla?. Pero che, ¿no se da cuenta? todo es culpa de esos malditillos diminutuvones que sacanme de quicio con una eficacia que bueno sería tener a mano para aplicar a mejor fin, pero qué le digo a usted que vive detrás de ese vidrio grueso desde que el día viene clareando -e incluso un rato antes, de eso puedo dar fe- hasta que el sol cae y después -cuando el barrio se convierte en zona de nadie-. Veinticinco pesos. Suerte que ya no me cobran una tasa suplementaria por hacer cincuenta kilómetros más allá del límite de la provincia para pegarle una limpiada a la mugre de esta estación -y por lo visto: o nadie sale de la provincia o los muy maulas están en mora-. Su vuelto, señor. Y no me alcanza para comprarme el libro, son veinte horas para definirme: el libro y un rotundo cambio de menú o el deseo insoluto al menos hasta el mes que viene.
Llámase otoño al estado hormonal que acurruca a los solos a la espera del invierno.

Malditos, heterodoxos y alucinados

en elmundo.es.
Destacan: Fitzgerald, De Quincey, Burroughs, Céline y Wells. Pero también están Quiroga, Vian, Maupassant, Bukowski y Lovecraft.

Preocupaciones de un padre sin familia

Ayer charlé un buen rato con una piba que me honra con su amistad desde hace varios años. Me consultaba (todo el mundo lo hace aunque la mayoría de las veces haga lo contrario de lo que aconsejo) sobre una decisión que estaba tramando y había llenado tres o cuatro sesiones con su terapeuta. No quiero, me decía, ser una madre abuela. Pucha, qué bien, pensé yo, no está mal para una piba de veinticinco años. Quiero formar una familia, siguió diciendo, estoy averiguando para conseguir una inseminación artificial. Debí responder de mala manera, supongo. Al menos ella me reprochó que no me esta tomando demasiado en serio las cosas y no es que no me lo tomase en serio sino que, sin perjuicio de no sentirme un soldado de la vieja guardia, tengo otra idea de la familia. Claro, qué podría decirle yo sobre la familia a ella, que ha padecido el abandono de hogar por parte de su padre. En algún punto todos los hombres que desprecia somos a sus ojos un poco ese padre abandónico y mi frustración quizá no sea más que el egoísmo de saber que, de esa rifa, tengo varios números comprados.
Lo malo de los días de lluvia es que, entre la esquina de Don Bosco y Honduras y mi calle, me resigno a ser lavado por la bendición celestial de suerte que uno a uno todos mis colores se quedan allí, en las bocacalles, en las hendijas de las baldosas mal soldadas, en las cunetas donde se arrían las huellas de la tormenta. Cuando llego a casa, tomo de un cajón la toalla que me seca la cara y no me pongo demasiado triste cuando comprendo que dejo una mancha de tinta amarronada salpicada de dos soles verdes.
Regla de oro: si un día me quedo dormido, al día siguiente la posibilidad de que vuelva a quedarme dormido es de un 95%.

11.4.06

Pocas delicias como dormir en una noche de lluvia.
Volvió al aire Kaputt; yo, atribulado como H.

10.4.06

tw






Aunque me levante a las cuatro de la mañana el día se hace demasiado corto.

Pedantería

P: ¿Qué espera del match contra Australia?
N: No respondo preguntas estúpidas.
P: Mi pregunta alude a lo deportivo.
N: Y yo no respondo a preguntas estúpidas.
P: ¿Siempre es así de arrogante?
N: No, sólo a veces.

(P es una periodista extranjera y N es David Nalbandián. El diálogo se registró en la conferencia de prensa posterior al partido que éste perdiera frente a Iván Ljubicic en el marco de los cuartos de final de la Copa Davis en Zagreb, capital de Croacia. Ningún medio argentino dio cuenta de este episodio).
1. Por lo pronto se desconoce el paradero de Kaputt. Quien pueda aportar algún dato a su respecto, sírvase hacer mutis por el foro que, tal vez mañana, las cosas volverán a la normalidad y todo el mundo contento.
*
2. De Gmail ni noticias.
*
3. Yahoo anda. Sólo tiene reclamos: discos, libros, dinero. Maldición.
*
4. Gmail: no sé para qué volviste si ya empezaba a olvidar

Muera el perro/11

Créanme :: La chica irónica
Fracaso limitado :: Vida Vacía Edición limitada
2002 por Natalia Calzón Flores :: El remisero absoluto
Cachaça de folhas :: Apirronarse
Mi amiga la cachaça :: Santos y Demonios
La imagen pornográfica :: El lamento de Portnoy
Fuego. Agua. :: El bosque de los signos
Seré yo :: A mi manera
Intervención ii lencería :: Plaza Constitución
Sólo un puñado de perros en el portal de la perra en celo, la alarma de la escuela de enfrente que se dispara a deshoras y mi propia somnoliencia que -tal vez por su propio efecto- hoy no reniega por haber puesto el despertador media hora antes por llegar antes que el sol.
Papá lo ddice así: el tiempo al tiempo, tiempo le pide; el tiempo al tiempo, tiempo le da.
Dos veces en lo que va del día me ha sucedido de pulsar la tecla enter para enviar un correo electrónico y comprobar que en esos pocos segundos que me demandó escribirlo había entrado un correo del destinatario reclamando esa respuesta. Y hay por un lado esa saciedad que otorga el haber satisfecho una demanda y, tal vez del otro lado, la extrañeza que atañe a la operación inversa de reclamar algo que ya ha sido cumplido. No hay mucho por lo que asombrarse en realidad porque, después de todo, la amistad vive allí donde somos capaces de forjar preocupaciones que nos resultan comunes. Lo maravilloso es esa asincronía que a dos voces dice: ¿te das cuenta?, estaba pensando en vos.

9.4.06

Lectura próxima

Quiero leer, y ya mismo, Yo he de amar una piedra de António Lobo Antunes.
De parado, en una librería, fiel a mi costumbre, devoré el último capítulo. Es sencillamente alucinante.

8.4.06

Ya está en el aire el primer número de Narrativas, revista trimestral dedicada a la literatura contemporánea en castellano cuya edición está a cargo de Carlos Manzano y una amiga de esta casa: Magda Díaz y Morales.
Felicitaciones para ellos, larga vida al emprendimiento y, desde luego, quedan todos invitados a dar un paseo por allí.

Niños

Como a cualquier ciudadano, las idas y venidas en torno a la instalación de las empresas papeleras en la costa oriental del río Uruguay han logrado hastiarme. Todo, absoloutamente todo, parece extraido de un culebrón disparatado compuesto por un escriba afecto al consumo de drogas. Botnia que es una empresa todopoderosa, capaz de acortar los plazos para negociar algo que se enmarca en tratados bilaterales (cuando no multilaterales), el presidente de Uruguay que dice que no puede hacer nada con una empresa que se asienta en su territorio y, al menos en los papeles, debería sujetarse al plexo normativo vigente, el gobernador entrerriano que quiere plebiscitar la comisión de un delito federal como es el corte de un paso internacional, otra empresa que gentilmente se ofrece a interrumpir las obras que aún no ha comenzado y el presidente argentino con su dedo índice siempre en alto amenazando no se sabe a quién.
Por un momento recordé a un par de chiquillos a los que frecuento. De ellos escuché un diálogo de esos que sólo se permite a los seres imbuidos por esa lógica de los hechos tan grave como menor. Si los padres los acostumbran a que la mano en alto sirve para alterar el orden desfavorable de las cosas, los chicos proceden en consecuencia. Por lo general están amparados por la ley intrafamiliar que legitima el uso de la fuerza del chico hacia el grande, que precisamente por ser grande, reprimirá la respuesta. Así, cuando el chico es puesto en contacto con la realidad extrafamiliar, entra en roces para los que no encuentra solución. De allí surge el:
-Mamá, mamá! Nano me molesta y no le puedo pegar...

My way

Me dejé estar en su presencia fantasmal, como cada sábado por la mañana. Es un, dos, tres y ante mis narices la tristeza. Me asombra que nos pongamos tristes -como quien se pone un saco o un sombrero- y no nos volvamos tristes. En cierto modo eso es un reaseguro, una forma de saber que, al menos dentro de las estrecheces de nuestra lengua, la tristeza -y a la alegría le caben las mismas reglas- es algo que se toma de prestado, que no nos es natural, como andar vestidos con nuestra propia piel o tener hambre o ganas de dormir.
Y lloré.
O en realidad, mejor, ajusté la sintonía de mi radio a una canción de Frankie, My Way, claro, y antes que hube de negar tres veces el nombre de mi fantasma, sentí la quemazón naciente y su suave andar hacia el precipicio y como quien se interpone en el camino de un suicida, voltée mi cara para demorar el salto al vacío y el recorte redondeado de mi yo último se hizo un arroyito que dejaba en cada recodo de su trecho un poco de sí, una razón para no hacerlo. Y finalmente a estrellarse contra el piso, negados sus ojos a los míos que deseaban que fuese sangre y no en verdad agua tibia aderezada de noes.
Uno debería ser así varias veces al día. Crudelísimo para llorar en sangre y devoto como el súbdito que se hica ante la cruz.

7.4.06

Otra platonía

El florido byte se toma unas breves vacaciones pero esta vez nos ha dejado una lista de enlaces de las fuentes que con mayor asiduidad alimentan ese espacio que, por varias razones, no me canso jamás de recomendarles.
Allí, en el tercer peldaño, luce nuestro querido Kaputt y no puedo menos que embargarme por el sano orgullo de pertenecer a un proyecto que día por día refleja el esfuerzo de sus integrantes por llevar a sus lectores una lectura grata.
Esto viene a cuento de la incorporación como residente de los días viernes de nuestro común amigo Miguel Soler, también conocido como Acteón, que viene de la mano de Francis Scott Fitzgerald. Güelcam, che.
El primer libro que leí fue Dos años de vacaciones de Julio Verne; el segundo, las Fábulas de Esopo. El primero que robé fue Ficciones de Borges y mi víctima, la Biblioteca Municipal Manuel R. Novillo. Cuando cambie la suerte financiera prometo reponer el ejemplar. Espero me sea condonado el cargo por morosidad (diecisiete años de intereses): ya bastante he pagado leyendo esa obra.

6.4.06

El tachito

No me patiés el tachito, dice con sonrisa alarmada el chofer de la unidad 38 de empresa 28 de julio a punto de salir con destino a Rawson, y los dos o tres que tenemos a medio subir la escalerita cabeceamos para ver a qué tachito se refiere y no mentiré esta vez: resulta grato buscar con la vista un tachito y encontrarlo aunque no se entienda del todo qué es lo que puede hacer un tacho de basura exactamente detrás de la butaca del conductor y él, que será chofer de colectivo pero no por eso un tonto hecho y derecho, apela de nuevo a su sonrisa que es alarma y agrega: es para que nadie se pare detrás mío cuando le estoy vendiendo el boleto, porque la gente tiene la mala costumbre de pararse ahí y cómo te pensás que le alcanzo el vuelto que le toca sino a costa de ligarme de una tortícolis de padre y señor mío. Ríe la chica que se lo preguntó, sonrío yo, que soy el que le sigue en la fila soviética y creo que quien está detrás de mí no se ríe sólo porque se ha perdido los detalles del diálogo. Supongo que el tachito mañana no estará mañana en su lugar. Es que pasan tan pocas cosas interesantes en lo que dura una jornada laboral de empleado en Rawson, y casi me atrevería a extender mi afirmación al medio siglo de historia que tiene Rawson como capital de la provincia, que es un hecho inexorable que unos y otros, los protagonistas y los testigos de la anécdota, nos encargaremos de multiplicarla, no ahora mismo que son las siete menos diez de la mañana y lo único que se nos antoja es enterar la media horita de sueño que anestesiará un buen rato de la mañana indócil, pero sí a la vuelta, cuando a falta de lugar para sentarnos y de amigos para entregarnos a la confidencia, hagamos malabares para sobrevivir en pie sobre el colectivo en marcha durante los inequívocos curvones de la ruta 7, agarrados un poco de la cabecera de las butacas, otro poco del pasamanos, del portaequipajes, el maletín o contra la espalda de ese soldado de la fuerza de choque peronista que gentil se ofrece como reparo, y mañana, cuando ya todos sepan la buena nueva, a nadie se le ocurrirá pararse detrás de la butaca del chofer a esperar que éste lleve contra natura su mano por encima del hombro opuesto para llevar a la mano pertinente los sesenta centavos que le sobran al billete azul que acaban de darle.

Longie

¿Qué le cabe a un amor platónico
que cumple veinte años?
¿el encomio?
¿un pedestalito?
¿una sonrisa?
¿un guiño?
¿el rubor?
¿el desdén?
¿el desprecio?
¿alguna de las formas
que tiene para sí la vergüenza?

Saldrá el primer buque con hierro desde Sierra Grande

El viernes a partir de las 15, se desarrollará el acto de inicio del primer embarque de hierro desde el puerto mineralero de Punta Colorada en Sierra Grande desde el traspaso de la empresa Hiparsa a manos privadas mediante el sistema de concesión.


Cabe destacar que no se realiza un embarque de este tipo, desde la decisión del gobierno nacional de cerrar en la década del ’90 la empresa llamada por entonces Hipasam, complejo que se mantuvo abierto merced a la decisión del gobierno provincial de hacerse cargo de ella creando por entonces la empresa HIPARSA.

Se trata de un momento histórico para la comunidad rionegrina, que ha visto resurgir sus posibilidades de desarrollo en la región de Sierra Grande, a partir de la reapertura del complejo minero a través de su concesión a A Grade Trading USA Ltda.

Esta empresa es integrante del grupo empresario Lingcheng Steel Ltd. de China, que se hizo cargo del complejo ferrífero a través del proceso de Iniciativa Privada puesto en marcha por el Gobierno Provincial.

En esta oportunidad, el hierro de la empresa minera de Sierra Grande tendrá como destino a China, y será transportado en el barco “Lazzey” de bandera panameña, que cuenta con una capacidad de 71.500 toneladas en sus bodegas.

El producto a exportar se denomina específicamente “concentrado en fino de hierro”, y en este primer embarque se cargarán entre 56 mil y 60.300 toneladas de este producto, en una tarea que demandará unas 120 horas para la carga.

Cabe recordar que el 26 de mayo del año pasado se efectuó la transferencia de los activos por la concesión del complejo minero desde la Provincia a la empresa adjudicataria, iniciándose de esa manera la incorporación de la región al desarrollo siderúrgico y concretar en menos de un año un primer embarque de mineral de hierro.

MovMob

Después de suplicarle y suplicarle Finnegan puso manos a la obra y limpió la mitad de la casa bajo amenaza de acometer la mitad restante de la titánica tarea este sábado o, a más tardar, este domingo. Me dio un poco de pena verlo llevarse la mano a la cintura con el gesto de aflicción que a los viejos y a los artríticos les nace con un dramatismo reflejo y me causó cierta conmoción -esto no puedo negarlo- que la casa ganara unos dos o tres metros cuadrados, superficie que si a él le diese por cumplir con sus amenazas tal vez se duplicara, quién sabe.
Pero el nuevo orden de los muebles, esos que a el dolor que fingía en su cintura denunciaba de modo inequívoco, llevó mi cama hacia el flanco sur y la lumbre de los faroles públicos -porque yo nunca bajo del todo la persiana- me hace sentir que pretendo dormir en una casa ajena.
Así, cada día un poco, dentro de lo mazquino del tamaño de mi cuarto, voy cambiando de lugar mi cama. Quiero estar cómodo nunca más.
No recuerdo la primera vez que vi el mar.

5.4.06

basta
de hoy
para mañana
de hoy
basta

Altos

Mi primera bitácora la inicié cuando tenía menos de once años. La escribía en un cuaderno con espiral que junto a un juego de cacerolas fue una de las pocas cosas que nos quedaron de la época en que teníamos un boliche frente a la ruta. Cualquiera hubiese dicho que con semejante ubicación una esquina, frente a la rotonda de acceso sur, nos hubiésemos llenado de guita, pero algo pasó y no sé bien qué pero el negocio entró en zona turbulenta y papá, que ya había dejado atrás sus primeros cuarenta pirulos, no tenía ganas de lidiar con emociones fuertes. En este país ya no se puede vivir, le decía un tipo a mi viejo. Todavía no se habían ido los milicos pero allí donde las sierras deberían juntarse las sierras con el cielo siempre hubo nubarrones. Ya le escuché decir lo mismo hace treinta años, decía él, y sin embargo seguimos aquí. Eso mismo podría decir en un par de años yo mismo, pero voy a hacer lo posible por evitarlo. Poco y nada puedo hacer para que en este país -que es como nos gusta hablar de nuestro terruño a la hora de malquistarlo- pueda vivirse mejor, o al menos vivirse, pero ya estoy resuelto a callarme la boca. De qué vale nada.
De todos modos, no llegué muy lejos con el cuaderno de bitácora. Lo tenía arriba del techo de la piecita del fondo, donde me gustaba pasar la mayor parte del día. No sé qué hubiese podido escribir como no fuesen descripciones de mi pequeño mundo desde el alto de chapas. Acaso, por aquello de echar de menos lo que nunca ha estado, debí fingirme navegante y añorar una costa a la que no había llegado.
No sé por qué pero al año siguiente ya no sólo no me daban ganas de treparme al techo sino que sentía vértigo incluso a ras del suelo. No supe más del cuaderno y hasta quise sospechar que alguien me lo había robado, pero no me hice demasiados planteos. En ese entonces creía que mi mundo era el de los números, así que lo más probable es que ese rufián que es el viento, se haya llevado un cuaderno espiralado apenas sucio de signos de multiplicar.

iFavoritos

iFavoritos es un gestor de favoritos (bookmarks) online que actualmente está en una versión alfa. Te permite guardar tus direcciones web favoritas y acceder más tarde a ellas, con la ventaja de que podrás hacerlo desde cualquier ordenador y lugar del mundo, tan solo usando un navegador cualquiera que acepte cookies.

Por otra parte, todas las direcciones guardadas en iFavoritos son públicas, es decir, pueden ser vistas por cualquiera. Esto hace de iFavoritos también una enorme base de datos de "favoritos compartidos", donde todos los usuarios pueden publicar las direcciones que conocen y les interesan, y a la vez pueden encontrar muchas direcciones que han resultado interesantes para otros.

Hay que registrarse, las direcciones tienen etiquetas asociadas para facilitar la navegación y se puede sindicar mediante RSS.

Por cierto, agradezco a quien ha incluido un enlance a este modesto weblog como "lectura interesante".

Del progreso

Cuando la aldea empezó a crecer un cantidad de habitantes llegó a la cantidad mínima que se exige para acceder al status de Comuna Rural, una dependencia que suele estar a cargo de un delegado del gobierno provincial, a menudo propuesto por los lugareños.
En la aldea estaban cansados de tanta intromosión desde la capital y aprovecharon para proponer a uno de los suyos, un muchacho buenazo pero más bruto que un arado.
La gente se encariñó con él y se perpetuó en el cargo a pesar de sus escasas dotes de estadista. Me cuentan que cierta vez, a propósito de unra obra faraónica que por fin superaría uno el problema más grave que padecía su comunidad durante el invierno, se permitió decir: ¿y para qué queremos nosotros un gasoducto si estamos rodeados de leña?
Por lo menos no roba, me cuentan que dice la gente, y sigue ganando elecciones.

Spy

Según trascendidos, uno de los informes de inteligencia de la Armada era un dossier confeccionado con datos de origen ilegal ventilaba el accionar delictivo de algunos funcionarios del gobierno durante el año 1999.
Por lo visto, el problema no es que los marinos espíen sino qué es lo que están espiando.

4.4.06

Héctor Rodolfo Veira, argentino contemporáneo

Héctor Rodolfo Veira, más conocido como el Bambino, es uno de esos pocos tipos que, dentro de un ambiente de absoluta chatura intelectual como el fútbol, es capaz de decir algo distinto. Poco importa que la mayoría de las veces sus exageraciones parezcan salidas de un libreto cómico.
Hay quien se ha tomado el trabajo de recopilar muchas frases del Bamba para ponerlas en un weblog y aprovechando las facilidades que conciernen a los tiempos modernos le ha agregado audios y videos.
Aquí algunas frases:
"¿Viste qué escenografía, pibe? Hermoso, esto es verdaderamente espectacular. La vista del mar motiva a los árboles, y los árboles motivan a los pibes..."
"Acá asaltaron a Rambo" (refiriéndose a los alrededores de la cancha de San Lorenzo)
"Acá hace tanto frío de noche que a los taxis los manejan los pingüinos" (en referencia al frío de Mar del Plata)
"Dejálo, dejalo que griteeeee, se le murió el vieeeejo!!!" (al árbitro que se dirigía a amonestar a Esteban Gonzalez por el festejo excesivo de un gol)
"Hicimos las cosas bien, pero nos faltó el gol. ¿Si me voy con bronca con el resultado? Y... todos sabemos que el resultado lo maneja Dios" (después de su debut en Newell´s)
"Esssse chico essss tan bueno que hay que marcarlo con un pueblo entero...". (en relación a a Sergio Agüero, delantero de independiente)