Jade May Hoey

1974-2004

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17.12.05

Pagar la deuda

Aprovechando que la única que verdaderamente entiende de estos asuntos está de vacaciones, voy a formular un par de consideraciones superficiales sobre el tema del momento en la política vernácula: el anuncio del pago total de la deuda del estado argentino con el fondo monetario internacional.
En efecto, aunque no se conocen por el momento los pormenores de la operación, se saldará esta acreencia, lo cual ha sido capitalizado por el gobierno bajo la pompa de la declaración fundacional de algo, todavía no sabemos qué.
¿Argentina se olvida para siempre de la deuda externa? No. La acreencia del fondo monetario es una bagatela dentro de todo lo que sigue debiendo Argentina.
¿Entonces por qué tanta alharaca? Porque se está desinteresando a un acreedor que tiene la potestad de meter la cuchara en la política doméstica con recetas probadamente fallidas a lo largo del mundo. Nadie puede pagar implementando las políticas recesivas que imponen los acuerdos que impone para refinanciar a sus deudores. Además, por tratados internacionales en los que nuestro estado ha tomado parte, cada vez que se deja de honrar su deuda, el fondo tiene en la mano el gatillo para expulsarnos de los mercados financieros. En términos prácticos, si Argentina fuese desafiliado del Banco Interamericano de Desarrollo o del Banco Mundial, perdería su única posibilidad de tomar deuda a bajo costo.
¿Es necesario pagar todo junto o pudo ser de otra forma? Hasta ahora no había tenido lugar ninguna renegociación por los tremendos vencimientos de 2006 y 2007 y mendigar el apoyo del grupo de los siete resultaba más que complicado, de modo que, jugado por jugado, no quedaba otra que pagar. Tal vez, y cediendo en algunos puntos (que esmerilarían la imagen de rudeza que se ha formado la administración K), podría haberse alcanzado un acuerdo que contemple cancelar el total de la deuda escalonadamente. Pero el efecto político de un anuncio de este tenor queda muy al tono con la forma patotera de gobierno que nos ha tocado y más allá de las ventajas o desventajas que atañen a la decisión, el breve arco opositor, técnicamente hablando, se la tiene que comer doblada.
¿Qué cambió entre la declaración de la cesación de pagos de principios de 2002 y este anuncio rimbombante? Desde el punto de vista fiscal, no se cedió un ápice. La recaudación impositiva no cesó de crecer al ritmo de la recuperación de una economía que se encontraba virtualmente paralizada y, dentro de la discrecionalidad que supone este régimen de partido único, no se desató la previsible orgía en materia de gasto. En consecuencia se trabajó siempre con un superavit muy jugoso, que pudo atesorarse durante todo el tramo en que se dejó de pagar el servicio de la otra deuda y, a la par, desde lo cambiario se colgó el dólar en tres pesos, lo que es una ilusión óptica -dicen los que saben que el precio debería andar en 2.30- que sólo sirve para mantener un buen nivel de exportaciones a costa de los que no vemos dólares ni en fotos.
¿Cómo se sostiene un precio inflado del dólar? El dólar, en un mercado libre, se acomodaría a las relaciones de competitividad entre la economía argentina y la economía mundial a través de la puja entre la oferta y la demanda locales. Simplificando: vende dólares el que exporta y los compra el que importa; en un mercado trasparente habría un precio de equilibrio que haría honor a la compulsa entre competitividades.
En el caso argentino el dólar es más libre que nunca. Quizá nadie lo recuerde pero hace menos de veinte había un dólar oficial, un dólar turista, un dólar comercial, un dólar libre y el gobierno trataba de achicar la brecha entre el oficial y el libre a través de minidevaluaciones que nunca terminé de entender. Ahora no es así, sino que el equilibrio entre la oferta y la demanda se logra a través de la intervención del banco central. Como decía antes, un dólar inflado sólo puede sostenerse comprando y comprando lo que, a la larga, engrosa las reservas. Cincuenta millones hoy, treinta mañana, y cuando te querés dar cuenta pasamos de 10 mil millones a 27 mil millones, como tenemos hoy. Obtenidos de modo espurio, lo repito.
Por eso es muy gracioso que el director del fondo diga que ellos ya habían sugerido que el país pague apelando a reservas. Durante el gobierno anterior eso significaba, en los hechos, entregar hasta la plaza Serrano.
¿Para qué sirven las reservas? Si la moneda es algo intangible, ligado a la confianza que se tiene en un estado, las reservas constituyen el respaldo físico de esa confianza. Imaginemos los lingotes de oro durante el gobierno de Perón ahora convertidos en títulos públicos yanquis, dólares, euros y yenes.
Cuando el banco central compra dólares (o lingotes de oro o yenes o euros), larga pesos al mercado. Ese aumento de la oferta de pesos tiene que ser el correlato de un crecimiento de lo que los economistas llaman la economía real.
En concreto, si la gente tuviera más dinero y, por ejemplo, la cantidad de azúcar fuese constante, el precio del azúcar no tardaría en aumentar para acomodarse al nivel de circulante. Esto es: si hay más guita en la calle que la necesaria para comprar todos los bienes que se produzcan, la puja por comprar esos bienes elevara el nivel de precios. La merma en el poder adquisitivo de la moneda la descalifica para constituir reserva de valor y esa falta de confianza la convierte más temprano que tarde en papel pintado.
Las nuevas generaciones no están acostumbradas a pensar en esos términos pero antes a la emisión de moneda para financiar el gasto público se le llamaba “usar la maquinita”.
En consecuencia, el banco central debería ser moderado en sus intervenciones en el mercado cambiario, bajo el riesgo de generar presión inflacionaria.
¿Cuándo se da tal presión? Los estudiosos, hasta donde yo sé, no han dado una respuesta inequívoca del fenómeno, sino que han apuntado al estudio de casos. Hay consenso en que una de las situaciones en que aparece la presión inflacionaria es cuando la capacidad productiva está a tope y no puede producirse, por seguir con el ejemplo, un kilo más de azúcar. Hablo de presión, por cuanto la inflación propiamente dicha -el aumento sostenido del nivel general de precios- es sólo una consecuencia esperable, pero no se siempre materializa ya que juegan factores adicionales que pueden conjurar la presión o, dios nos libre, potenciarla.
Retomando, y redondeando, la inflación en estado de latencia que ahora mismo padecemos no es culpa de los supermercados sino de una política económica equivocada, que es la misma que ahora nos permite quitarnos de encima al fondo, aunque todavía no sabemos a qué costo.
Esto se me hizo demasiado largo para analizar el caso de los tenedores extranjeros de bonos de la deuda argentina. Si a alguien le interesa -ya sé que esto es todavía más aburrido que las anotaciones habituales-, por favor me avisa, y escribo una cuartilla sobre ese asunto. De lo contrario, continuaré con la programación habitual.

Comments on "Pagar la deuda"

 

Blogger m a said ... (20/12/05 23:06) : 

Sigo insistiendo con el dictado de mi inconciente, un presidente NUNCA va a dar tantas satisfacciones.

 

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