Jade May Hoey

1974-2004

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29.6.05

No vuelvas a despertar a una niña dormida.

memoria y balance

Un día de estos se cumplió mi segundo año en la era de los weblogs. Ya no recuerdo bien cuál fue la primera bitácora que vi, pero en principio recuerdo haberme sorprendido porque alguien desconocidos estuviese dispuesto a pagar un servicio de alojamiento web para subir textos pequeños. Tal vez al darme cuenta que esto era casi gratis (vamos, una mínima inversión de tiempo y la conexión a internet) pensé que bien merecía la pena hacerle un tiro al chiche nuevo.
No estuvo mal esa época y aunque hubiese estado mal, en mí queda la sensación de que junto a un grupo de bitácoras que nacieron por la misma época somos amigos desde toda la vida.
*
Escribir una bitácora personal es algo esencialmente inútil.
Las respiraciones de cada blog son sus textos. Por eso hay una cierta premura por actualizar y la consiguiente desazón de ver que algún amigo no muestra el signo vital.
Esa premura suele echar a perder la aspiración de perdurar que cada texto lleva consigo.
Entonces lo que se acumula es mero residuo que apenas si puede interesar a la arqueología.
*
Escribir es también olvidar, sacarse de encima algo que estorba, acaso un fluido que no contempló la docena que enumeró Filloy.
*
Dos años después no sé bien por qué sigo con esto.
Escribir no entra en absoluto dentro de mi idea de ser feliz. Sin embargo algo dentro de mí me empuja a seguir en la brega, como si escribir fuese el único brazo útil a la idea de prevalecer que con obstinación casi ciega -que traigo desde mucho antes y escapa a mi voluntad- me persigue y me insta a involucrarme en demasiadas batallas equivocadas.
*
Sin embargo, están los amigos. Ellos nunca renuncian. ¿Por qué debería hacerlo yo?

papá nunca dijo buenas noches

Acá siempre ha sido buen día, buenas tardes, el que nace para trabajar es así. No es que me jacte de la estirpe, ni de cosa por el estilo, muy por el contrario. Sí puedo llenarme la boca y golpearme el pecho diciendo que recuerdo todos y cada uno de mis días, desde la más temprana infancia, incluso aquel en que era un borrego caradura y me atreví a pedirle al viejo una compensación por mi trabajo. No era nada demasiado caro, pero no era lo correcto. Titubeó para sus adentros pero naturalmente dijo que sí, como si hubiera estado esperando que yo se lo pida desde siempre. Tres cigarrillos al día era la paga. En realidad la paga no era propiamente el tabaco sino el permiso para el acto incorrecto. Trece años tenía yo y ya me daba el lujo de pitar uno después del almuerzo, uno a la tarde y otro después de la cena. El resto era sudar como caballo a cambio de nada o tal vez, sí, era pagar el precio por vivir. Sin ese sudor no hubiera vivido aunque siempre pareció que a mayor esfuerzo la paga era más miserable, pero si algo no perdimos y no permitiría que nadie de los míos lo haga es ese don de gente. Buen día, buenas tardes.

27.6.05

In progress

Muy a mi pesar, estoy ocupado y trabajando. En realidad no demasiado. Lo hago casi todo desde la cama, que es el único lugar de mi casa que me permite sentir una relativa calidez. Los temas son los de siempre, pero estoy obsesionado con un texto del que todavía no escribí una sola línea.
La idea general es que estos retazos de letra urgente van dejando a su paso una estela de erratas que encadenan su capricho de tal modo que representan ni más ni menos que una enciclopedia. Así como los suicidas no hacen más que declarar por acto y por omisión, el plan que van a llevar a cabo, estos sobrantes de la literatura del ego son el mejor retrato de la sociedad autocondenada.

25.6.05

Me gusta verla crecer de ese modo, anárquica, presa de sí, con voluntad colonizadora, frondosidad hecha de flancos débiles, ajena a proporción y simetría, de economía voluptuosa, variopinta. Me gusta que beba de mi vino y coma de mi pan y beber de ella los restos de su vino y las migas de su pan. Me gusta que sea malcriada y que sorprenda a mi tacto con dominios que mi vista desconoce, ponerle límites a los que ella no se resigna, besarla con besos de perro. Me gusta que se muestre candado y me gane el rostro con paciencia de araña. Me gusta que haga votos para mitigar mis rubores, que nos aprendamos en la puja. De cuando en vez la baño en sal pero ella emerge de nuevo victoriosa y así hasta el cansancio.

24.6.05

La llave

A primera vista lucía demasiado dueño de sí mismo para ser sus primeros días de trabajo en el ente público de fomento de la provincia. Nadie le conocía un padrino político, de modo que su capacidad para resolver las controversias cotidianas resultaron para todos una sorpresa. Las muchachas, sin embargo, preferían detenerse en sus gestos mundanos, en su elegancia displiscente, la parquedad con la que alambraba su territorio.
El día que no llegó a tiempo su secretaria conoció el frío del pasillo y tambien el don de gente de ella, que lo convidó a pasar a su oficina, hasta que apareciese la llave o la copia que atesoran las huestes de servicios generales o alguien lograse el milagro, ábrete sésamo.
La miró con detenimiento y supo que era hermosa. Al fin comprendió las bromas que se gastaban los atorrantes en el pasillo. Por un momento tembló, pero impostando sobriedad aceptó uno y otro mate y se prestó a una charla frugal, de desayuno entre desconocidos.
-Ta luego, sos un sweety -le dijo ella cuando él volvió su mirada para darle las gracias por los mates. También agradeció a las manos que le dieron la llave y dejó de temblar.
-Qué tal el nuevo -oyó que le preguntaban las ceslestinas de siempre. -Es una criatura -dijo ella, se acomodó los lentes y se puso a trabajar.

Coletazos de la década que no quería morir

No puedo decir que me haya entusiasmado mucho la idea de que Rodrigo Fresán aterrice en las pampas blogueras, pero a él le cabría la misma etiqueta que a esos párrafos que uno fuerza en las monografías para alcanzar la extensión requerida por el mandante de turno: boludecitas que suman. En ese orden de ideas, resultó un poco descorazonador saber que Superman era el citizen Kent.
Como decían en mi barrio: no es malo robar sino no llevar nada a casa. Es así nomás: el farsante descubierto se enfrenta a una bifurcación irresoluble. O bien continúa con el sainete, o bien se manda a mudar. Bueno, este amigo farsante profesa una religión demasiado extendida en esta parte del globo. Milita en el bando de la mediocridad gratuita, permitiéndose repetir ciertos tópicos que ya hemos leido en otros sitios destinados a la sátira. El aire de superación erigido en las muletillas del benemérito RF (fiel exponente de una década plagada de frases memorables como la menemista), los dardos teledirigidos al mismo blanco, el ejercicio del autodenominado humor pajarón... Qué quieren que les diga. A esto yo lo leí antes.

23.6.05

Verona

Desapareció de los lugares que solía frecuentar y la echo de menos como si alguna vez hubiese tenido para mí algún gesto extraordinario, pero en realidad nunca fue más que una firma seguida de un sello aclaratorio, bendita firma, mucha curva, mucho ir al frente, bendito sector transferencias de la unidad ejecutura central, y una voz de esas que a la patagonia sólo llegan por teléfono. Quiero decir: una voz incómoda para el oído, como de nariz fruncida. Claro que allí es Buenos Aires y la sola condición de padecer el hacinamiento en una oficina (ella le llamaba box) de la calle Paseo Colón lo convierte a uno sin solución de continuidad en una especie de anteúltimo de los mohícanos. Hay la dicción enredada y una tonada que en la que yo no alcanzo a reconocerme. ¿Habrá algún resto del abuelo alemán? ¿del quechua? ¿Heredé algún giro acordobesado de papá o asantiagueñado de mamá? Sólo sé que no distinguiría mi voz entre varias si no es que antes me resulta familiar eso que estoy diciendo allá y a la vez acá. Pero nada de eso le importa a ella que ha de ser aporteñada hasta para mirarse al espejo, que porta un doble apellido -italiano y armenio- y un nombre poco usual para estas latitudes: Verona. Acaso te llamaras simplemente Verona. Nunca se lo hubiera dicho pero yo soy precisamente uno de esos seres abominables que se enamoran de los nombres. Papá me lo ha inculcado así: sos Jorge igual que tu abuelo, estás obligado a ser inteligente, aunque tenés el pelo lacio y finito, así que no te hagas ilusiones con salir de pobre. No hay derecho a decirle eso a un borrego de seis años. Qué más da. ¿Cómo escapar al compromiso familiar de ser un hombre inteligente? Llegado el caso, ¿cómo demostrarlo? Tendré que presentar una tesis y exponerla? ¿O bastará que canalice algún excedente financiero en la mesa de ruleta y, martingala mediante, me quede con todo y la crupier?. Pero a Verona no le interesan estas cosas. Empecé a sospechar que era menudita cuando me contó el supremo esfuerzo que tenía que para embalar la documentación. Sí, las cosas menudas son las que se extavían en las mudanzas y no me queda demasiado claro si es que no es precisamente ése el objetivo que uno persigue cada vez que se muda. De golpe y porrazo los nuevos ambientes resultan luminosos y hasta sobra lugar en apariencias, casi que hasta es un placer sacar todo de las cajas y elegirle el sitio que le resulte más propicio a ese futuro que veníamos planeando y que al fin ha dejado de estar sólo en los papeles. Pero falta algo, exactamente eso que que necesitamos, o creemos necesitar, y a un tiempo nos transformamos en seres alienados por la función searching y en ese fundamentalismo comenzamos por levantar la voz y terminamos pateando cajas y lloriqueando. Nada de lo perdido en una mudanza se recupera. Es en vano repetir una y mil veces el camino. Venimos del pasado y no hay modo de volver a él. Alguien ha remplazado a Verona. Su nombre se ha quedado en los memorándums y su voz en el breve compartimento de mi memoria auditiva. No sé si es definitivo ni me atrevo a averiguarlo. Ya se harán viejos estos papeles y no me acordaré de nada.

22.6.05

Crítica de conductas humanas

Dos semanitas más y da vuelta el mes le decía mi padre a mi madre cuando la economía doméstica se hacía cada vez más estrecha en el hogar de los Mayer. No sé, capaz que al viejo le gustaba imaginarse que al mes lo medían los mismos relojes que a los días. Pasan los años y yo corro la misma suerte. Durante la segunda quincena del mes tengo que agudizar el ingenio para compensar los despilfarros que cometí durante la primera. El caso es que cuando recién cobro quiero darme todos esos gustos que me vine negando y negando y de puro goloso que soy con la moneda en la mano no puedo resistirme a comprar lo que me gusta, aunque tal vez no me sirva, me quede grande, o sea demasiado oneroso pa tan flacas finanzas.
Durante los primeros días voy a un supermercado lujoso y a estas alturas recurro a algo más modesto, a un almacén de barrio que, además de quedarme más cerca -lo cual no es un dato menor para el sujeto que camina como cansado de la vida- me provoca menos culpa llegado el caso de tener que hacerme de una cebolla chica o un rollo de papel higiénico.
Lo atiende una pareja de señores mayores, que le ponen todo el empeño para que parezca que hay de todo cuando en realidad la poca rotación en las mercancías da más bien un poco de pena, una sensación de pobreza franciscana que ellos combaten con su toque personal. Saludan muy atentos, fingen preocuparse por los problemas de los clientes y de hecho no se privan de interrogarme por el resultado -una carnicería con todos los cortes, le juro- de mis últimos exámenes.
Por excepción hoy fui por la tarde. No serían más que las cinco y estaba doña Carmela, la esposa del dueño, junto con un grupo de amigas cotorreando dale que va. Tanto que tuve que hacer notar que llevaba cierto apuro para que detraigan de mi riqueza el resultado de la adición.
-Atendé al jovencito -sugirió una de las mujeronas, la más vieja de todas-, va a pensar que estamos chusmeando.
Parecía adivinarme los pensamientos porque no tardó en agregar que lo que hacían no era intercambiar chismes sino fomentar la crítica a las conductas humanas. La confesión me tomó tan desprevenido que no pude musitar más que una sonrisa de cortesía, pagar y retirarme.
Qué espanto detener la vida para ejercitar sobre ella la función crítica, pensé mientras volvía. Viento en contra caminaba con mi bolso de los mandados hecho un rollo con la columna trazando un ángulo cerrado a contar desde el suelo.
Hay que hacer plata, don Maye (pronúnciese Máshe) decía Cachiche cuando yo era un purrete en flor. Ganarse el mango en loca carrera las más de las veces nos aparta de aquello que verdaderamente nos gusta hacer o incluso de lo que nos sale mejor. Entonces nos calzamos otra pilcha, argüimos compostura a partir del gesto, y trabajamos. Es notoria en tales casos la pérdida de la frescura. Nos ponemos serios sin remedio.
Eso diferencia a los escritores de los críticos. Ser crítico es un trabajo que consiste en evaluar el sometimiento de una obra a un conjunto de reglas convencionalmente aceptadas o peor aun tomar como parámetro las reglas de juego que convendrían al crítico si es que él estuviera en papel de ejecutante.
En ámbitos pequeños por opción, como mi barrio, no puede pretenderse que las categorías analíticas de mis vecinas sean demasiado complejas. A tipos que pretenden formar opinión este modesto lector les exige más. La vergüenza no es bastante, che. Eso no obsta a que uno, en materia de gustos, pueda abonarse a lo que venga en gana sin que haga falta mayor esclarecimiento. Pero, modestamente, sugiero que en adelante, quien se pretenda escritor prohiba que digan de él que es un crítico. Críticas son mis vecinas a la tarde, en el almacén de barrio.

18.6.05

Lo frazadamente posible

Eso me pasa por reírme de la gente. Desde que leí en lo de Beatriz aquello de "se hizo lo estufamente posible" mi calefactor ha dejado de ser el que era. Sí, justo ahora que más lo necesito. No se puede dormir con los pies helados. El frío de los pies tiene ese afán imperialista que no tiene el frío, pongamos por caso, del cuello. Por qué tengo los pies fríos, mamá, porque tengo tan poblado el empeine y las medias me irritan y este turro se apaga. Sí, lo apaga el viento. Es posible que si no hubiese viento, si al menos hubiera una tregua, no digo mucho, un par de días, yo ni siquiera pensaría en prenderlo, para qué. Si me ha tocado en suerte un país que penaliza el consumo de gas. ¿Es loco, no? Uno se viene a vivir al culo del mundo, o mejor aun: nace en el culo del mundo, crece en el culo del mundo, no se quiere ir del culo del mundo y da la puta casualidad que en el culo del mundo hay una reserva gasífera y petrolífera no digamos fastuosa pero sí respetable, como para que no se caguen de frío mis paisanos, y entonces deviene una infamia el frío insoluto que no me deja dormir a mí, que me empuja a salir de la cama, que es decir primero tomar la decisión política de hacerlo, despues sacar una patita, llegar con la punta de los pies al frío, avanzar al tanteo hasta posarse en una ojota, pantufla, media, zapato, cartón de embalaje, revista Ñ, cualquier cosa que no sean los baldozones helados, todo en la semipenumbra que es penumbra por noche y semi por la inútil resistencia de mi persiana a la luz de las farolas y albricias! es que la luz ha vuelto, la luz sea con nosotros, alabada sea la luz, pero para qué carajo quiero la luz yo, para verme la carne blanca con esas ridículas erupciones denotativas del frío, piel de gallina le dicen, ja, si ya decía yo que hay que tener huevos para levantarse ¿y si me diera por hacer un intento para prender a este cachivache? Ya sé que no, que me va a tener en cuclillas durante veinte minutos, hasta que se calienta la termocupla, la termoculpa es tuya junaygransiete, pero para estar ahí todo ese tiempo mejor sería traerme una frazada conmigo, lo que sería destender la cama y volver a hacerla, encender un cigarrillo, quedarme calentándome el culo, pero eso suponiendo que esta cosa se prendiese, que a las cuatro a la mañana no sé por qué pero me pa que no. Ponerme el pantalón eso sí que no, resignar la libertad genital a sentir de nuevo la presión pélvica de billetera, cigarrillos, encendedor, monedas inútiles, los papeluchos doblados en los que escribo cuando me hago el Onetti, no, dejalo así, a grandes problemas, grandes soluciones. Arriba del ropero, creo recordarlo, no puedo verla pero ha de estar ella, sonriente, esperando que alguna noche vaya al pie a pedirle socorro, la frazadita naranja, su majestad, compañera de un par de inviernos, objeto de la caridad de Carlitos que me la regaló un poco por sacársela de encima, a alguna edad de la vida le toca a uno crecer y olvidarse el tiempo aquel de los campamenos en Puerto Pirámide, cuando la frazadita servía para ocultar los cuerpos del ruido del amor, esos polvos culposos, hoy por ti, mañana por mí, pero otro poco es por haberme visto la cara de frío, los cachetes blancos manchados del infame colorete del invierno, portación de rostro de hombre cagado de frío, mierda que es choto comer salteado y encima tener frío, pero esta vez he comido y si no me pongo el pantalón es porque en él todavía está la llave lo que de algún modo viene a decir que no hace mucho que me acosté, que estaba borracho cuando lo hice y tal vez milagrosamente he conseguido quitarme los zapatos, pero la sangre ya ha dado cuenta de todo el combustible. Si, bajá, querida, bajate de ahí no te hagás rogar, echate sobre mí como si fueras un cadáver todavía caliente, dejame que me enrolle en vos y haga una de esas cosas que tanto nos gusta hacer a los hombres, agarrarte con dedos violentos, atraerte hacia mí y seguir durmiendo, ahora sí.

17.6.05

rtf

Debo confesar una intimidad que no preocuparía a nadie en absoluto: mi computadora tiene un disco rígido exiguo, lo cual condiciona mis ambiciones de escribir la gran novela patagónica, al menos hasta que me dé el cuero para comprarme algo más potente. Paso a detallar:
De mis charlas con mi amigo más entendido en informática saqué en limpio que no hay como los archivos txt. Tienen lo que tienen que tener. Por eso no pesan más de lo que tienen que pesar. Pero además de que el aspecto de los textos es siempre el mismo, lo tientan a uno a que ponga más puntos y aparte de los que merece la pena por arribar a la mera comodidad de no perder el hilo. Se me dirá el que escribe siente el pulso interno y no necesita ver. Puede ser, pero yo no la llevo tan fácil. En ese pulso interno entreveo la palabra que sigue, pero está impresa en mi misma lengua. Para traducir a un idioma intelegible hay que trabajar un poco más la piedra.
Sin embargo ya no se trata del pedestre acto de anotar cosas. Hay un valor agregado que está en la violencia con que se le da a esa letra muerta. Hablamos de la diferencia entre la saliva y el escupitajo, ya que es un tema que gusta a las portadas actuales de la prensa. Sin el impulso expulsivo, sin la voluntad de agredir o ya sin las sustancias ajenas, el escupitajo sería candidez, derechamente, saliva.
Por eso me gusta el formato rtf. Quiere decir algo así como Rich Text Format. Es un poco más que txt, pero mucho menos que un documento de word. El punto, según lo que me cuentan y he preferido creer, es que un documento de word alberga dentro de sí muchas combinaciones posibles que exceden radicalmente a las palabras contenidas.
Es verdaderamente choto ocupar el lugar de lo escrito y a la vez el de todas las posibilidades que se desprenden de eso. El texto debería bastarse por sí mismo. Si a tres de mis párrafos agrego el éxito que me hubiese deparado que alguien me lleve en sus maletas a la feria de Franckfurt o si cobrase vida la ínfima posibilidad de que se descubriera mi affaire con la hija del ministro, otro sería el cantar. Sí, pero no es.

Llama mamá

Pregunta si tengo suficiente ropa para pasar el invierno. La respuesta apropiada es no. La campera se deshilacha en las mangas, el pullover ya no es el que fue cuando recién lo compré, el agua se mete por los zapatos y moja las medias. Digo sí. Digo sí y pienso que con el invierno nos hemos hecho esas relaciones violentas que sólo se dan entre los hijos del mismo vientre. Crecimos riñendo por tonterías y el tiempo con alguna saña nos ha puesto de nuevo frente a frente, un poco más viejos los dos, el mismo amor, los antiguos recelos, las nuevas formas de combatirnos. Pero la vejez es más que un hecho, más que una imposición. Es también un modo -no el mejor precisamente- de saber que así son las cosas. Los puñales que nos clavamos languidecen por falta de filo. Nada de lo que hagamos acabará en la derrota definitiva del otro. Todo serán encarnizadas batallas por medio tranco de pollo, mero modo de agotar el compromiso vital en faenas inútiles. Nieve, apagón, dolor de huesos, nuevos seudónimos para la respiración.

16.6.05

El golpe

Así como a la pasada el que te jedi me dio una idea que no es de desechar. No al menos sin un análisis un poco más sesudo. Es que a veces a mí me da por no dejar esas ideas atadas al papel y ella se vuelan para siempre. Esta vez no estoy tan seguro de que sea algo descocado como sabe ser él cuando no le doy tronco de pelota. Me dejó el cajón de soda al fiado a pesar de que hace un par de meses que no le pago. Para mí que este algo se trae. Debo resultarle una inversión, si no cómo es que sigue pasando por acá cuando esta cuadra le queda cuesta arriba y encima nadie le compra nada, manga de viejos chotos. Se vienen grandes y les da por el ahorro o se les jode la digestión y no quieren saber nada de tomar porquerías con gas. Para tomar, no hay como el agua, me dijo doña Carmen. Bueno, eso sí, pero no la que sale por la canilla, por lo menos no en mi casa que hace centurias que no le pego una enjuagada al tanque y quién sabe las alimañas que anden por ahí. Este domingo sin falta. Pero qué saben estos: tomar, lo que se dice tomar, yo preferiría champagne, pero desde que se fue el turco la mayoría de los placeres que yo solía tener han pasado a mejor vida.
Vos que tenés contactos allá arriba, fijate si te interesa. Se trata de afanar un banco. Esperá un poco, no es tan loco. Fijate en algún pueblo chico que no guardan demasiadas medidas de seguridad. Yo tengo pensado uno, pero por ahí a vos se te ocurre alguno mejor. Tiene que estar cerca de alguna frontera y tiene que haber más de una ruta. Es más o menos fácil cazarle los horarios al tesorero. Todo el mundo lo conoce, así que se sabe cuándo puede andar con la guardia baja. Hay que elegir algún día entre el 25 y el 28 del mes. Ahí queda mucha guita en las sucursales para pagarles a los empleados públicos. Ojo, que eso no lo sabe nadie, eh? Secuestrando al tesorero no hace falta forzar ninguna puerta. Por ahí sí hay que darle un par de castañazos a la familia, pero nada de balas. El profesionalismo se demuestra en los detalles, así que a los muchachos hay que decirles que hagan un poco de circo, qué sé yo, después de darle un par de cachetadas lo hacen afeitar y si hace falta se le pasa crema por la cara. Después es cosa de cruzar la frontera y esperar del otro lado. Tu parte es la siguiente. Fijate de alguno que maneje mosca grossa, que seguro le va a interesar. Ellos que armen operativos grandes, con mucha prensa, que no caiga nadie por varios días y zás, un buen día agarran a tres perejiles y hacen como que recuperan la plata, plata que ponen ellos, claro. A los ministros les encanta sacarse fotos, así que la cosa es mostrarle que nosotros somos serios, que no pensamos lastimar a nadie y que la vamos a repartir. Les viene fenómeno. Si hasta da a entender que la policía es confiable, que acá no hay inseguridad... No será para corte de cintas pero imaginátelo al gober hablando por cadena provincial, repartiendo felicitaciones. Pensalo, yo que vos agarro viaje.
Andá a saber, capaz que hasta le pago la soda a este salame, pero por lo pronto ya puedo ir sabiendo porque les da charla hasta a las viejas que no le quieren comprar.

14.6.05

Y

Siempre hacia adelante mejor no preguntar los qués, no sea cosa que se derrame de nuevo la noche y de noche nos anegue en olas enfurecidas y haya que desandar, desangrar, desanudar caminos ya pasados, los rostros, las advertencias, los escondites que no, las reconvenciones que sí, las caridades que tal vez, los señuelos que a lo mejor. A paso vivo o arrastrados, mentón en alto o cabeza gacha, por el camino de Belén. De pronto la bifurcación que sorprende al labio que sangra, letra Y que abrevia el ¿y ahora?

12.6.05

Maldita vida perra

Llevaba una semana sin dormir, los pies helados, las manos tiritando, el desorden de la mitad de los muebles que parecían haber reñido entre ellos mientras yo dormitaba o hacía como qué.
Me la robaron.
Sólo por no quedarme sin amigos acepté que me regalasen un perro. Me aseguraban que con él me sentiría más seguro, más acompañado. Ojalá entendiese de fútbol, me decía para mis adentros, media sonrisa agradecida y la otra mitad desconcertada.
Nunca seré un buen padre. Apenas tuvo buen tamaño las cosas se pusieron difíciles. Me miró con ojos sin expresión y supe que en adelante sería yo el que dormiría a los pies de la cama.
Me gustaba esa casa. Con un par de golpecitos en la puerta, era la calle, el agua fresca en los charcos, pero un día me llevaron. Eramos muchos sin comida. De tanto en tanto se abría la puerta, alguien entraba y todos mirábamos con desesperación. Alguno se iba con ese alguien pero eran más los que entraban y la esperanza de ligar algo en las pujas se iba achicando.
Cuando volví con él me preguntó muchas veces por la experiencia. Hubiera querido hablarle con lenguaje colorido, contarle qué era eso que me molestaba en la garganta y me ardía en el pecho, pero sólo una vez pude acercarme a su oído para decírselo en secreto, con los dientes apretados.

Espera la noche

Aviso parroquial
Hoy kaputt.


Post Scriptum
Afortunadamente escribí ese texto antes de leer la Ñ de ayer; de lo contrario hubiera destilado furia y no queda bien en casa ajena. Es más: no la iba a comprar. Con el pasquín me pasa lo mismo que con el faso. Trato de postergar la compra hasta donde aguante, pero justo leí a Massei, y después a Beatriz y pensé que valía la pena mirar, eso sí, con máscara de soldar, por las dudas.
La tapa decía: «Escritores en pugna. Los narradores jóvenes alzan el tono de la discusión entre tradición y vanguardia en la literatura argentina». Para el que viene siguiendo el curso de los hechos el título resultaba vanilocuente desde el vamos. Sin embargo, lo perimido del temario sugerido en el título no es lo más ofensivo de todo. Algunos párrafos son de un nivel de puterío tal que la autora de la nota -sra. Garzón- no se priva de mencionar al museo inaugurado por el señor Cozarinsky, válgame dios.


Dolor de tetas
Cuando leí que el ensayo del señor Martínez se llama «Ejercicio de esgrima» no sé por qué relacioné esgrima => primera sangre => menstruación => dolor de tetas. A Martínez le duelen las tetas.
El señor Tabarovsky se autopostuló como modelo de «escritor sin público». Lo malo es que no se haya preguntado por el público sin escritor que se deja embaucar por Dan Brown, Felipe Pigna o Jorge Bucay. El señor Martínez, bendecido por un regular éxito de ventas, se sitúa del otro lado del ring, diciendo que el mercado también está hecho de gente culta y cuestiona la endogamia del ambiente literario. Cita el caso del señor Kohan que está casado con una crítica que, por supuesto, cree que su marido está del lado de los buenos. ¿Y qué quería el señor Martínez? ¿Que se pusieran en bandos opuestos como hizo él, cafecito de por medio, con su amigo Tabarovsky?


Lectores afuera
Se puede conversar de literatura. Yo no veo qué miedo pueda tenerse a eso. Sin embargo el pasquín se declara desencantado con la gran cantidad de escritores que se hicieron a un lado de este culebrón. Es entendible. Si las digresiones pasan por los parentescos, las amistades o las relaciones de amantazgo, mejor sería agarrarse a trompadas como dios manda.
Y en este caso es lo más apropiado. La misma señora Garzón nos complica la vida hablando de «el autor de…», como si entre los involucrados alguien tuviera demasiado claro quién escribió qué cosa. ¿El futuro, acaso, no es de Horangel?


La belleza al poder
En un apartado, el señor Abos recuerda que durante los años veinte la revista Martín Fierro llegó a vender veinte mil ejemplares cuando ventilaba la polémica entre los grupos Florida y Boedo. El apunte no es gratuito si está escrito en Ñ, que cultiva otra idea. Por no ir más lejos, hace un par de números ilustraba una nota a Salman Rushdie con una foto en la que se daba un beso piquito con su novia, una modelo india que en su perfil dejaba adivinar un pezón erguido que mejor hubiese encajado en la sección de escultura. Menos mal que la triple página alcanzó para que al ex-perseguido le hicieran una pregunta sobre literatura.
Esta vez se grafican los dotes como cronista de una tal miss Power (lleva el nombre con el pecho inflado), que escribe sobre el genocidio o algo así. A tenor de la foto, yo estoy de acuerdo con ella, opine lo que opinare. Me asalta el recuerdo de la reseña de un librito que le envidio a Hannah Tinti, Animales sueltos. La leí apenas quité mis ojos del vestidito verde de la autora, que por cierto explota un nicho que ya me gustaría a mí: la crueldad animal. Alguien tiene que cambiar el paradigma Coetzee. Con libros; la aclaración la hago antes de que Martínez amague a decir que el sudafricano se cepilla a tal o cual miembro de la Academia.


Epílogo fascista
Hace unos días fui catalogado de fascista porque tuve la mala idea de decir que me gustaría que los legisladores fuesen mejores que yo. A mí, lo digo con toda franqueza, no me interesa pagarle el sueldo a doscientos adoquines que no hacen la O con el culo de un vaso. Si la democracia representativa implica que cualquiera vaya al parlamento, más que votar deberíamos realizar sorteos. Si la cultura se va a regir en términos similares y los ganapanes de la factoría cultural no van a hacer nada para detener la sangría, cerrá nomás, cerrá y vamos yendo que se hace tarde.

7.6.05

La extensión

de casas con nombre como la gente que tiene nombre, de huecos que merecerían llamarse de algún modo y sin embargo no se dejan agarrar para verlos mejor, desde cerca, desde adentro, de los pliegues por donde se cuelan las hebras que trascienden los mares sin previo aviso, de con-sentimiento, de anonimatos, de olvidos que no lo son tanto, de los recuadros que hace la memoria con los que nacimos para contar, hasta uno, hasta mil, hasta mañana, esos tipejos que parece que vivimos mirando ayer y en realidad nada está más vivo como lo que todavía no ha tenido el coraje de salir del puño del que escribe y también un poco de eso, de la inmensa cobardía de fingirse valiente justo ahora que lo que vale no cuesta nada, de los recodos de la senda sanguínea en donde se han quedado varadas las esquirlas de las ventanas que nos sabían mirar, de la pertinencia de hacer un poco de silencio justo ahora que nadie calla y salir de una vez del armario y poner la mejilla para hablar un rato más, con nuestra propia voz si es que eso fuera lo preciso

La resistencia

Tal vez no sea lo aburrida que dicen. Tantas veces las apariencias nos engañan que ya deberíamos no digo ser amigos sino al menos estar familiarizados con el timo. Si hay timos de todos los colores, verdes, sabrosos, pequeñitos, qué cuernos sé yo. O tal vez sea exactamente lo contrario. Tanto bonachón preocupado por hacer las cosas sólo ante la inminencia de su venida. Todos lo hemos hecho alguna vez. Incluso yo que no soy muy afecto a la sobreactuación me he remangado para lidiar como una fregona para dejar brillante lo que no puede ser así, y precisamente ante esa inminencia me he visto derrumbarme sobre mí mismo, exhausto, entregado a las fuerzas del más allá. Esas veces alguien vino, husmeó un poco de la casa, un poco de mí, pero resulta casi evidente que alguna formalidad faltaba, el trámite no era el correcto, o se trataba de una pretensión extemporánea de mi parte. Entonces ella que veía con todas las ganas de quedarse un invierno completo con sus noches, veía el panorama, fingía ponerse cómoda pero ya para sus adentros se decía que desempacar resultaba un esfuerzo ocioso, algo evitable y así nomás, como si nada, recibía el llamado de quien conduce estas barajas y se volaba por la ventana. Ya aprendido en estos menesteres uno se da cuenta que no merece la pena prestarle demasiada atención al equipaje. Así como vino se irá. Acaso nadie venga a buscarlo y se teletransporte. Mejor creo yo que lo cubrirá el polvo. De acá en más para qué limpiar si nadie vendrá. El que vive en los barrios feos sabe que no le queda otra que clausurar la miseria con ornamentos, cubrir las manchas de humedad con muebles, pero no es mi caso. Yo no le doy rienda libre a mis vanidades si no sé qué es en pos de algo. Pero viendo la hora que es yo ya me iría sentando. Demasiadas noches en vela y de pie.

La lucidez

Ante vuestro gesto de sorpresa se me hace que ya es hora de que les diga quién soy en realidad. No se asusten, soy el miedo. Y si he venido por ustedes es tan sólo porque no me han llamado. No hay razón para palidecer de esa forma, mis queridos amigos. De cualquier modo no pensarán que yo me conformaría con un rubor como soborno. Si así fuera es que no han entendido nada. A este paraje sólo se viene a vivir el espanto. ¿Cómo podría entenderse de otra forma esta agonía? ¿O pretenden que tenga que expresarme con malas artes? Eso también me gusta y no tengo excusas para negarlo. ¿A qué podría temerle yo? No le hago asco a nada. Pueden jurarlo por su madre, si es eso lo que les place. Es bueno que sepan mi última tropelía. ¿Han oído hablar de la agonía de los relojes? Pues bien, no hay tal. Los relojes suelen morirse sin más. El día que dejan de señalar la hora lo hacen para siempre. O mejor Su epitafio lo escriben con el último latido. Una hora y ninguna otra, de un día, no importa cuál. Esta vez me pretendí artista. Mi víctima es un tal Osvaldo. Por si acaso la posteridad guardase alguna memoria de mí, he querido quedarme con el recuerdo de este cuadro. Este buen hombre ha corrido detrás de todos los trenes tan sólo por ser puntual. Ha llegado al extremo de despreciar la disculpa de un buen amigo que le quitó media tarde con un proyecto inútil. Se ha quejado tanto de que el tiempo no le alcanza, que he querido acercarme a él con un obsequio. Le regalo la agonía de sus relojes. Cinco minutos menos para el día de hoy, diez para el de mañana y así, hasta llegar a la completa detención del tiempo. Lo demás será el espanto de saber que es mentira que mueren los relojes, que es falso que es sólo un espejismo la sensación de ver las manecillas clavadas en un momento. Hola, amigos, soy la muerte. La casa invita, el placer es todo mío.

6.6.05

un parliament común

La avenida apuró mis pies. La señal de alarma se disparó con la languidez del paquete. Buena chance de decir no, ya estuvo bien, hoy fue demasiado, y toda esta semana y la anterior, incluso el primero de todos no debió ser jamás de los jamases. Pero hoy no es el día, ni los mañanas que puedan venir, al pie de la coraza de piedra o donde las brumas eternas, echaré en menos el beso con ruido de la mano que me los vende. Yo estoy cercado. Chau, gracias a vos.

4.6.05

El quid de la cuestión

Cuando entregué los garabatos que había dibujado en esas horas, evité mirar la cara de la petisa. Lo que se ha hecho en el pelo es tragicómico, y como dicen que el que ríe último ríe mejor, decidí contener mis impulsos un par de meses. Me senté en la escalera a fumar un poco con la satisfacción de haberlo echado todo, una exhalación de tres horas hasta vaciar los fuelles. Pero nada salió como lo había calculado. Con el correr de las horas las respuestas que hube de aportar al examen empezaron a dubitar hasta dejar mi apellido en el fondo de la lista. Ni tiempo para ponerme triste tuve, bah, sí lo tuve, pero lo malgasté tratando de reponer energías, comer, dormir, esos viejos placeres olvidados. Hoy va a ser un gran día, me dije. Prendí la máquina y empecé a entender por qué cuernos me va tan mal cuando me preguntan sobre el presupuesto público, la responsabilidad republicana y el principio de precedencia.

4/06/2005
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Mejor así.

Calle Alberdi

A todos los pibes de Trelew les está vedada la felicidad, salvo a los que viven en los barrios marginales, pegados al monte; al resto sólo les queda la calle Alberdi, una cortada echada al olvido por los coches, mitad por ser cortada, mitad porque nadie sabe cuál es la mano y cuál la contramano.
Algo del espíritu del prócer reside en los vecinos de esa calle, todos ellos entregados a la función intelectual y al culto por la mujer ajena.
Ya lo dije más de una vez: la actividad intelectual en mi pueblo es prácticamente nula. De la mayoría de la población puede decirse que es instruida, con lo cual Trelew difícilmente algún día esté orgullosa de alguno de sus hijos, salvo alguna excepción que ha de buscarse en el boxeo o en el automovilismo. Somos brutos, debo admitirlo. Como muestra vaya un botonazo: nuestro jefe comunal tiene enormes dificultades para hablar de corrido.
De lo expuesto se desprenden una certeza y una conjetura, a saber: [1] yo pasé muchas horas felices en la calle Alberdi; [2] ya nadie vive en la calle Alberdi.
Podría decir mucho respecto del punto [1], pero, por esta vez, sólo diré que dediqué una vasta parte de la primera parte de mi obra a emular a Bataille. Quiero decir: me pretendía ensayista, pero mi limitada inspiración me condenaba a escribir sólo relatos pornográficos de elevado tenor graso. En alguna mudanza incordiosa, la ley del universo me obligó a separarme de aquellos despropósitos manuscritos. Y también de la culpable de todos ellos: una morocha menudita que, del otro lado de la calle, abría de par en par su ventana para abocarse a los quehaceres domésticos en tetas, como corresponde.
No me pretendo supersticioso, ni mucho menos, pero puedo asegurar que cada vez que me senté a mi escritorio con el solo deseo de mirarla, ella no apareció. En cambio siempre fue suficiente una idea lastimera que me ha nacido en el baño para trepar de tres en tres los escalones, calzarme los lentes y manchar el blanco de papel con mis garabatos. Ella siempre estuvo del otro lado, dueña de sí, desentendida, a la espera de que yo levantase la vista.
A poco que la redacción se empantanase, yo desplegaba la mesita portátil en el patio y me cebaba unos mates, no sin antes echar al monarca, Rolando, el gato de mis vecinos. Ya les hablaré de él. Antes mejor recordar a sus amos.
Se trataba de uno de esos matrimonios jóvenes que nunca llegan a buen puerto. Yo no sé a quién se le ha ocurrido hacer ley que la confluencia en el lecho es garantía de una relación feliz. Ella tendría unos treinta años, pero él se había quedado en los dieciséis. Puntuales, a las seis de la tarde, desembarcaban sus amigotes. No es que yo sea precisamente un muchacho indiscreto; es que la medianera es muy estrecha y me cuesta mucho no saber qué es lo que pasa del otro lado. Que vengan y se tomen unos mates, me parece una costumbre exquisita. Si hay algo que muestra con luz cenital la decadencia del ser humano, eso es la falta de conversación. Ya nadie charla de nada y no es que falte materia opinable; el buen conversador sólo requiere del tiempo, los tópicos vienen solos apenas se dan cuenta que hay un par de tipos mirándose la cara en absoluto silencio.
Estos muchachos sólo podían hablar con propiedad de las llantas nuevas del auto.
La mina sí que era una delicia. Cada tanto me llamaba desesperada porque se le había trabado la llave en la puerta. Esas cosas que se solucionan apelando a la mudanza, cambiando la puerta o la cerradura, o en última instancia la llave. Sin embargo en secreto siempre albergué la fantasía de que ella me llamaba para contemplar la inacabada cópula entre llave y cerradura.
Desde luego mi condición de vecino servicial se verá ampliamente recompensada. Recuerdo que mañana, a eso de las seis de la tarde, cuando yo ponga el disco de Jacob Dylan ella bailará frente a mi ventana como si yo la estuviese mirando, qué remedio, si de un tiempo a esta parte casi no hago otra cosa que mirar por la ventana.
El departamento de estos infelices guarda una simetría siamesa con el mío, de modo que también tiene una escalera con escalones filosos. Hace unas pocas noches, yo daba vueltas y vueltas en la cama con tal de hacer algo parecido a dormir y no podía. Es curioso que uno pueda ponerse en posición de pensar, y piense, y que en cambio a pesar de recrear toda la escena respecto del acto de dormir, sólo consiga odiar a la luz del farol que se mete donde no le mandan. Lo aproximadamente cierto es que yo estaba completando los formularios para un sueño feliz cuando a pocos metros de mí escuché un ruido horroroso. De inmediato lo asocié a los escalones filosos y a un golpe que me dí en una noche que había bebido demasiado. Una mínima falla en el cálculo y fui detenido en la caída por la cocina que por toda solidaridad abrió la puerta del horno, como si se riera del percance. Quise abollarla de una patada pero los escalones me habían apuñalado salvajemente a la altura de los costillares. Me quedé a dormir ahí. Pero esta vez en el medio de la rodada oí la voz de ella. Decía silencio. Para ser más preciso quería guardar silencio. A un esposo golpeador nada lo irrita más que el lloriqueo de la mujer que no se la banca y ella hacía lo que podía por masticar las lágrimas pero algo dijo.
Maldije una y otra vez la mala ocurrencia de mi vecino de ponerse a jugar a estas horas. Mañana tal vez fuera un día atareado, pero en el caso de no serlo, qué derecho tenía él a demorar mi sueños. Acaso sospecharía que esa noche también bailaría con ella la canción de Jacob. Puedo jurar que fue cosa de pensarlo y hacerlo: al cabo de una ristra de segundos siderales bailábamos al borde de un abismo. Cuando me acerqué un poco para ver mejor el fondo, comprobé que estaba el marido adolescente y sus amigos y volví a despertarme. Esta vez fue un gemido. Es ella que llega.
Ni el hijo de Bob me salvó de un domingo de los mil demonios. Es que basta que uno se despierte dos veces en la noche para que tome cuerpo la sensación de que lleva años sin dormir.
En eso lo vi pasar a Rolando y pretendí descargar mi furia sobre él, o mi envidia, que es casi lo mismo. Podría quemarse este lugar y él seguiría como si tal. Es en vano encariñarse con un gato, ellos no viven sino fuera del tiempo, en otra dimensión.
Cuando se aprestaba a cruzar al patio de sus dueños, me colgué de su cola. Entre mis dedos sentí como le juntaba todas las vértebras en una sola hasta que pudo zafarse y caí redondo a la eternidad. Fue ahí cuando escribí un soneto que otro publicó. Es ese que dice: no vuelvas a rodar por la escalera cuando no haya un tarado que medie entre tu alma y los gemidos. Pero el día ya estaba echado a perder. La eternidad es un poco así: viste cuando te pasas un poco en la cantidad de yerba que le ponés al mate. Es de locos, le sacás un poco y tiene cada vez más.