Jade May Hoey

1974-2004

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20.12.05

Venirse a lo precario

De movida me sorprendió verlo hablar tan animado respecto a su trabajo. Lo hemos charlado ya tantas veces que cuando alguno de los dos toca el tema, el otro se vuelve hacia sí mismo y si rompe el encierro es sólo para dar una estocada amarga, definitiva. Finalmente lo dijo: se le llenaba de gente la oficina. Todos quieren hacer buenas migas con la nueva compañerita que, por lo demás, es un caramelito que no creerías, che. ¿En serio? Sí, es contadora. Uh.
Es por andar tantos años por esos pasillos que tengo perfectamente claro que la existencia de una contadora linda es algo bastante improbable. No faltan chicas bonitas en la facultad pero el tiempo se encarga de hacer su tarea con prisa inusitada. Si no es la temprana irrupción de los anteojos que comienza a hacerlas distantes es el mudar la elegancia a esa ropa para viejas, lo que -dentro de todo- no sería casi nada en comparación con lo abrupto del cambio que opera en su discurso.
Les da un no sé qué que repele al común de los mortales, una urgencia por los asuntos terrenos, por la concreción de objetivos de corto plazo, la abrumadora presencia de la numerología, el reglamentarismo, esos vicios propios de la deformación que acometen las factorías académicas, en fin, me dan un poco de asco.
Hoy me la presentó.
Yo esperaba el colectivo y nos encontramos. A esa hora el hastío me carcome físicamente de un modo atroz. Soy más opaco que nunca. Verlo tan sonriente me sobresaltó y ella tan bronceada, tan atractiva en su ceñido pantalón negro, no sé bien, pero se me hace que no era el mejor momento para ofrecerme a acompañarlos, a ver qué tal la nueva compañerita que tanto revuelo causa. Ellos lo adivinaron. Por eso se quedaron junto a mí.
A las presentaciones de rigor le siguió un beso en puntas de pie que le di en la mejilla y esos comentarios estúpidos que marcan las primeras veces. Sinceramente no le pido más a las primeras veces, aunque si fuese mi compañera, es casi seguro que me hubiese alegrado algunas mañanas, esas primeras, tan estúpidas.
Es que cuando hay compañerita nueva, nace un entusiasmo que no puede durar, la pura inercia. En un ambiente laboral es de lógica fundamental ese acuerdo tácito en el que todos sabemos que nuestras relaciones están en el mejor estado posible y que de allí en adelante sólo cabe empeorar de la mano de las -inevitables- fricciones que se hacen refriega y desencadenan guerras nunca del todo declaradas. Por eso todos a perpetuidad llevamos la cara de alerta permanente, apenas si nos damos los buenos días y no pedimos más favores que la mitad de los que podemos pagar.
Que me informe a renglón seguido que le han hablado muy bien de su novio actual me hace odiarla sin más y por partida doble. Hay que tener muy mal gusto para mencionar a la pareja en una primera charla, y más en un tono como el que ella usó, un tono que no sabría describir, pero careciendo de precisión y sólo por sacarme la papa caliente de encima podría llamar ostentación. Además, ¿a qué viene esa referencia a la actualidad?
Nada de lo actual puede durar demasiado. Actualidad es un seudónimo glamoroso bajo el que se esconde la precariedad. ¿Entonces?
Nada. Hacía mucho tiempo que no escuchaba algo tan tilingo.

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