Jade May Hoey

1974-2004

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20.10.05

La llama que está sola y espera

A pesar del concepto que fácilmente se asocia a su nombre, nunca estuve solo en la avenida Scalabrini Ortiz. Desde allí tejía y destejía los días. Cerca del mediodía me arrimaba y una mujer, todos los días la misma cara de amargada, me decía pase por la seis. O si va a usar una cabina, avíseme, que el tiempo de la computadora sigue corriendo. Yo me encogía de hombros y sonreía. A ella poco le importaba que yo la tutease, que me encogiese de hombros y por cualquier cosa sonriese. Sólo pretendía a cobrarme lo que el ticket dijera y tal vez algo más, una propina, y de hecho una vez pagué la llamada que otro hizo a un par de celulares que no respondieron. Qué son dos monedas más. Qué son justo acá, que las monedas de 25 centavos abundan.
La mejor tarde de todas, la lluvia se agolpaba contra la cuneta. Los charcos me tentaban a probar mis aptitudes para el salto en largo. A duras penas las reprimí. De viaje se tiene menos ropa limpia de la que se necesita. De viaje es mejor que si la lluvia te toma desprevenido por la calle te metas en el primer local que tenga la puerta abierta. Mejor que pases por la computadora seis y que alguien te diga ey, vos, y ante tu nula reacción le dé por tocarte el hombro. Y que ante tu gesto de sorpresa te pida fuego, y vos con algún matiz de rubor echés la mano al bolsillo hasta encontrar el encendedor y que le falte el manto de chapa que le otorga cierta gallardía. Y que sólo por ser cortés, que para algo uno responde positivamente a los pedidos de fuego que le hacen cuando está leyendo alguna carta apasionante, se crea en la obligación moral de ser ingenioso y que bajo el peso de esa obligación sucumba ante la obviedad y diga algo así como perdoná la mala presencia, es la mística del barrio, lo tuve que circuncidar.

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