Jade May Hoey

1974-2004

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12.10.05

Crimen perfecto

Definitivamente me dan un poco de asco los colectivos, sobre todo porque ninguno me lleva al lugar que yo quiero. Partamos de una base. Antes que nada soy una célula perdida en este enjambre de células que no se hablan entre ellas, que caminan por las veredas rotas cada quien en su burbuja y gambeteando a los que vienen de frente. Pero tengo a mano una guía, que no es poca cosa, y me divide el mundo en cudrantes. Ahora por ejemplo estoy en la página 26 en el cuadrante h8. Si quiero ir a la página 9, posición f3 lo que más me acerca es un colectivo. Sólo es cuestión de caminar y caminar hasta dar con el poste que es lo único que frena a estas bestias. Y la maquinita. Hasta que aprendés a usarla con alguna soltura ya han insultado a tu madre en cuatro colores, encuadernación rústica, papel berreta. Subo. Hay un lugar vacío. Llego, revoleo mis asentaderas y pelo el libro que a todas partes me acompaña. Simulo leer, pero relojeo las gambas de mi acompañante. Voy a preguntarle algo, cualquier cosa. ¿Dónde hay un hospital cerca? Eso no estaría mal. Distraigo la mirada que riega la calle Sacalibrini Ortiz y caigo redondo. Tener el pelo lacio y morir por unos rulos que caigan sobre la frente son dos términos de una tautología que merece apadrinar nuestro destino humano. Es decir, yo quería preguntar algo, pero qué, cualquier cosa. Demasiado amable es si me deja entrar a su burbuja aunque sea con esta excusa burda. Una encuesta, algo rápido. No, no hay premio, pero algo podemos negociar. Primero respondeme. Cantidad de rulos. Okey. Color. ¿Natural? ¿Cada cuánto vas a la peluquería? Al coiffeur, dirás. No se me da bien el francés, bajo la guardia. Pensé que por tu libro... ¿qué lees? Le muestro. El crimen perfecto, Jean Baudrillard. ¿Te gusta o es para alguna materia de la facultad? No, no, nada me gusta más que los relatos de terror, miento arteramente. Sí, ya lo leí, dice ella hecha la pura risa, en francés, y guemagca la egue. Válgame dios, finjo estar avergonzado. Acá me bajo, chau. En fin, en algún lado tuve que bajarme. Inútil fue esperar que el mismo colectivo volviese a pasar en sentido inverso. Cualquiera se hubiese dado cuenta de que eso es imposible en una ciudad en la que está prohibida la doble mano. El crimen perfecto, dicen, no deja rastros. Permítaseme la duda: yo tengo un libro, una guía en clave de batalla naval y una confusión capaz que se da comer solita.

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