Jade May Hoey

1974-2004

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24.10.05

Si viniera el principito
[reflexión sobre la contabilidad de la historia]

--Hola, ¿Chorch?
--Seh.
-- ¿Adiviná quién vino?.
--¿?
-- Dale. Hacete unos mates.

Qué gil. Leo en el diario una declaración que me da risa y no anoto de quién es. “El noventa por ciento de los lectores de ficción son mujeres”, dice X, quien prepara un libro con historias sobre maridos.
¿Cómo se hace una estadística así? ¿Mirando los hábitos de lectura de los pasajeros del Ferrocarril Sarmiento, por ejemplo? Queda mal que haga alarde de ello, pero en la única asignatura matemática que me fue relativamente bien fue en Estadística. Fue un nueve; paré para tomar aire.

A los contadores hay pocas cosas que les puedan gustarles más que escuchar historias por el puro vicio de escucharlas. Me pasa a mí, le pasa a él, que se sorprende de mi velocidad. A cuarenta segundos del pedido, aparezco mate en mano. Ocho menos diez, me toca.
--Seh. El perro de Pavlov, me dicen.
--Andá. Vos no podrías competir conmigo como cebador de mates
Me cuesta mucho creerle. Mitad porque es contador, mitad porque siempre le he visto unos mates horribles. Hace bien quien desconfía de los tipos que se encariñan con el mate cuando está lavado. Si le decía el pablo de Perrov hubiese puesto la misma cara, pienso, son todos igualito de ignorantes.

Pero suponiendo que pudiera construirse una muestra representativa de la población lectora, ¿sólo limitamos el estudio a los libros vendidos en las librerías de la calle Corrientes? ¿Y los prestados? ¿Y los robados? ¿Y los que se leen en las bibliotecas? ¿Y los fotocopiados? ¿Y los digitalizados?

--A mí me tocó la conscripción en Esquel. Regimiento tres.
--Qué embole, justo en tus pagos.
--Seh. Para peor yo ya era un boludo grandote. Con el tema de la carrera la venía pateando padelante pero a los 23 me dije loco, sacate esto de encima y fui.

El marido, como eje temático, no me resulta interesante, pero este libro sin duda promete y mucho, no tanto por lo bien que pueda escribir esta (imagino) señora cuanto por el poder de su imaginación.
Además, a qué le llaman ficción. ¿Alguien cree que las investigaciones periodísticas, las novelas históricas, las biografías, los recetarios, los mandamientos bajo el marco de los lentes de Savater, un libro al azar, pueda ser no ficción? Sospecho que este punto es de más ardua resolución que el anterior.

Primer día. A ver los universitarios. Allá. Las manos así, nos decía a los gritos un gordito con las palmas haciendo un cuenco hacia arriba. Me señaló a mí. Estas son manos de cebador de mate, dijo el mayor Rojas, nieto de Isaquito, ¿sabés quién era?
--Seh. Papá gorila.
--Este era cruza con chancho, te juro. Tuve que hacer de secretario, nada importante, jamás toqué un papel, sólo cebaba mate. Ocho meses cebando mate, que por suerte me fui en la primera baja y cagado de risa. Pero no sabés lo que eran mis mates.
--Tengo miedo de que hayas mejorado.
--Diana a las seis. Yo me levantaba cinco y media para hacerle el mate a este infeliz. Lo más jodido, además de levantarse era cruzar el descampado porque nuestra cuadra quedaba de la concha de la lora, un poco más allá. En la puta vida había hecho un mate. Encima cómo un soldado iba a tomar del mismo mate que el mayor Rojas. Nunca supe qué gusto tenían, pero el gorila con la nariz arrugada era pacer postales, te juro.

Es ficción que haya un señor prudente, objetivo, de prosa elegante y pensamiento agudo, que sea capaz de escribir una crónica policial, o un libro de crónicas, o un libro sobre la vida de un tipo que la lleva escribiendo crónicas policiales y, llegado el caso, libros de crónicas. Es ficción que haya un lector que lea ese libro.

--Algún que otro privilegio tenía. Comía con la mierda de los oficiales. Los soldaditos la llevaban peor. Pero qué bosta fue estar ahí. Un año perdido. Todo esto fue antes del setenta y tres. Eran los años de la guerrilla. Así que la única diversión que teníamos los hombres del mayor Rojas eran los simulacros. Cada tanto copábamos una comisaría. El gordo decía que era inminente un ataque terrorista, entonces los canas dejaban todo en nuestras manos. Corríamos de acá para allá. Cuando terminábamos, me pedía unos mates.
Sin darme cuenta, sin hacer ningún mérito, salí como subteniente de reserva, y lo mejor de todo es que yo jamás había tirado un solo tiro. “Especialista en comunicaciones” me pusieron por poner algo. Y yo la única radio que conocía era una spika que tenía mi viejo. Los domingos escuchábamos los partidos.

Sería mucho más claro si expusiese nombres propios, pero por un plazo prudencial, digamos de acá a fin de año, no quiero recibir puteadas. ¿Firmamos el pacto? Yo no expongo ninguna de mis (disparatadas) lecturas y nos comportamos como buenos amigos.

Había un muchacho, Robles, que también fue subteniente de reserva un par de camadas antes. Es contador, no sé si lo escuchaste nombrar.
---Seh. ¿No es el que estuvo de presidente del banco?
--Ese mismo!
No hay modo de que me olvide de él. Eran los meses de anarquía financiera. El banco estuvo cerrado un mes y pico porque no había guita ni para poner en las cajas de atención al publico. No duró más de una semana en el cargo. Lo llamaron de urgencia a las nueve y media de la mañana y el señor dormía a pata suelta en la habitación 104 del hotel Provincial.
--Cuando se armó el lío con Chile lo llamaron de apuro. Estaba en lo que ahora se llama Paso Cardenal Samoré, pucha, no me acuerdo cómo se llamaba antes. Lo pusieron al frente de varios pibes que hacían la conscripción. Te imaginás el susto que tenía este. Se la pasaba llorando. Los pibes, por lo menos, tenían cuarenta días de instrucción, ¿pero él?, con tal de rajar hubiese entregado hasta a su madre.

Maldita la hora en que se inventó la pólvora. Nos perdimos la chance de hacerle pata ancha al tradicional rival con un equipo de contadores. Tal vez no supieran tirar un tiro, qué más da, pero qué convicciones a la hora de defender lo que no se puede defender, qué buenos mates ceban, qué gente más abnegada. El pasado nos reclama una urgente rescritura.

Yo desconfiaría de los escritores.
Siempre.
En primer lugar, y tal vez sólo esta uniquísima razón, los escritores son conversos.
Todos los escritores son Saulo de Tarso. Primero persiguen al Mesías, lo combaten, lo crucifican. Después levantan iglesias. Le rinden culto. Difunden su palabra como si fuese la única fuente de salvación de las almas. También la tuya y la mía, querido lector.
Y si san Pablo no es buen ejemplo, pensemos en Cervantes, que no va a enojarse por la referencia. Nos salvó de los libros de caballería ¿y qué nos dejó a cambio?

--Vaya, Ricardo, me dijo mi mayor, con los libros también se puede hacer patria.

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[reflexión sobre la contabilidad de la historia]
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