Jade May Hoey

1974-2004

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27.10.05

Sueño con notas al pie

Sueño con notas al pie. Qué es lo extraño, alguien que me socorra por amor de dios. La cinta es expuesta en una pantalla. Corre sin que nadie la detenga. Corre y no mira atrás. Hay una repetición. Dos. Veintidós. Pero es una cortesía de la casa. El que mira suele quedarse con ganas de mirar una escena. El que mira también es el que filma. Es la carne de sus veladas fantasías. Zoom sobre el pezón. Boom. Excitación. Camino que pintaría en todos los mapas. La nota al pie es alguien que toca el hombro. Sólo hay una pantalla, un flujo, uno o todos los cursos de agua. Una y todas las voces aguardentosas. Uno y todos los torrentes sanguíneos, sanguinarios, sanguinolentos, sanguijuela de alta velocidad, aceleración en metros sobre segundo cuadrado, quién te ha llamado a la topografía del pezón, quién te ha dicho que algo pueda importarme más, quién te ha dicho que pueda importarme acaso un poco menos, quién te ha dicho que haya algo que pueda despegarme de estas topografías como no sea por una razón pendejesimal, variante pariente, lejana pero lozana, del cálculo en sexogésimos, densidad mensurada en gramos sobre centímetro cúbico. Sueño con notas al pie. Sueño que escribo un texto. Sueño la esencia de la deformidad y todo está escrito en un texto mío. Un texto que pueda hacer las veces de recordatorio pegado en la heladera. Que diga por ejemplo. A equis menos un años del secuestro del escritor fulanosh la justicia ordena la detención de. El pasado necesita una rescritura urgente. Escritores amigos como Saccomano. Son todos igualito de ignorantes. No sexageremos. Se trata de un texto imaginario y sólo de eso. El berrinche del lector es el único modo que tiene el maula de decir presente. Pasa lista la señorita. Hay un orden de prelación. La primera letra del primer apellido. Ante la igualdad desempata la segunda letra. La casa no se responsabiliza por las letras que a cualquier evento fueran reputadas inexistentes por la convención de secuestradores de letras. Todas las mañanas, media hora antes de comenzar con las lecciones, ésta y todas las señoritas se reúnen en secretaría con el libro de registro en la mano. El libro forrado en verde corresponde a primero. El azul, al segundo. Y así. Las señoritas, sin embargo, saben a qué curso pertenecen a pesar de tener todas el mismo color. O uno bastante parecido. Qué poca originalidad. Pero se han puesto, cada una el suyo, un nombre en la solapa. Media hora antes, decía, se juntan, convienen, reconvienen, recontraconvienen, el curso de acción a seguir, qué letras son válidas en el día de hoy. Hache, o y ye marchan, queda a la vista, con una ostensible ventaja en relación a las otras. Cuando viene el comando a secuestrarlas, cuando el matador está a punto de gatillar en el reverso de la nuez, hache, o, o ye, según sea la caída en desgracia, saca su carnecito de socia fundadora. Y el idiota que cuida la retirada les dice a todos: ey, infelices, por qué las letras son todas mujeres, hay que hacer una denuncia por discriminación, cupo masculino ya o qué clase de totalitarismo es éste, y todos se le van al humo y le bajan los dientes, ya que no las muelas, porque a una mujer, por gruesa que sea, y por aferrada que pueda estar a butaca o a encía, no se la castiga ni con la sombra de un pétalo al borde de caerse. Sueño con nota al pie. Me están por ajusticiar en la pira. Corté un pezón con los dientes. Estos alegan provocación, pero vienen flojitos de papeles. Maldito pezón mutante que te paras cuando hace frío o tienes calor pero no cuando te toca comparecer, pero si te tocara perecer bastaría que te tocasen para que en el mismísimo ataúd te sentases. La concurrencia es mal público. Correspondería, por mínima cortesía de asistir a un show, el aplauso. Que el pezón pase una alforja y que la llenen del tintineo de monedas. Del rechinar de dientes. Nota con sueño al pie. Tomo la tarjeta que me ofrece. “Sara. Mago.” Reprocho el capricho de la magia en la mujer. La magia es la mujer. Por eso hay hombres que se ganan el sustento diciéndose magos. Mejor es llamarles ilusionistas. La denunciada paridad implica, bajo su túnica, que por propia definición no existan magos. Exégeta de Córcega, me tienta a invertir de la ecuación los términos. Es mejor ser chica linda que conejo, repongo. Por cierto, la duración de la materia del amor conejo, me explica, es inversa al tamaño de sus temores. De lo que se desprende, me atrevo a decir, que podemos atisbar una medida del amor en la ecuación diferencial que enlace metros sobre segundo cuadrado con gramos sobre centímetro cúbico. Ergo, la cobardía encoge el amor de suerte que los que-te-je-di trafican agua mineral cada fracciones de tiempo infinitésimas. Eso todo lo explica. O casi todo. Pie con nota al sueño. El texto era suave, creo recordarlo. No en sus detalles, claro está, que quedaron en segundo plano cuando me convocó la nota al pie. Quise trabarme en lucha, decir por ejemplo, como Charlie: si Hawthorne no hubiese escrito una sola línea, su apellido de todos modos hubiese figurado como nota al pie en la historia de la literatura norteamericana. Pero a la brevedad (ergo: cobardía) de los pies de página, tan propensos ellos al impoluto cardinal, se los ilustra con alarmas. Altanero y demasiado el nombre que se ha reservado para los eructos. Pipipipí. Este ha de ser el minisferio de las acotaciones. Silencio. O tal vez este otro. Pipipipí. Alt más efe cuatro. ¿Desea guardar los cambios en este documento? No quise dejar marcas, lo juro. Cancelar.

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