Jade May Hoey

1974-2004

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6.10.05

Línea B

Me gusta el subterráneo. Me gusta vivir tan cerca de subte. El tamaño de mi mundo es la potencia de mi medio de locomoción y para empezar no está nada mal. Me basta para extraviarme con notoria facilidad. Mejor así. Ya tuve bastante con andar siempre hasta donde me dieran los pies. Eso es lo nuevo. Bajar una escalerita, comprar un boleto, pasar el molinete y subirme a una locomotora. Antes también fue nuevo tenerle miedo pánico a caminar cerca del andén y a subir por la escalera mecánica. Presiento que me llevará mucho tiempo superarlo.
Lo mejor del subte es que de primera mano toda la gente parece normal, pero si uno ajusta el zoom se da cuenta de que bajo tierra todo sufre una ligera perturbación. Quizá el origen de todo sea el principio de la claustrofobia. El aire se enrarece apenas uno renuncia a ver un poco de cielo. Entonces no es extraño que la señorita de cartera rosa, que tiene toda la pinta de ser una estudiante de la facultad de psicología de la Universidad de Buenos Aires lleve en su muñeca derecha un reloj sin números ni agujas. Si no la tuviese tan cerca pensaría que se trata de un tatuaje. Pero no, no lo es. El movimiento brusco del tren y la superpoblación de los vagones que se da a las seis de la tarde me ha permitido rozarlo al descuido. Es un reloj. Sólo dejo de mirarlo para ocultar un plan que no tengo: robárselo. Colabora conmigo la violenta irrupción de un joven que ayer decía llamarse Javier y hoy se llama Angel. Lleva muletas y en apariencia tiene sólo una pierna entera. Con voz de vendedor vuelve a exponer su caso.
Me llamo Cristian. Hasta hace dos meses yo llevaba una vida ejemplar como cualquiera de ustedes, pero un auto me atropelló y durante media hora me estuve desangrando. Perdí tanta sangre que tuvieron que amputarme la pierna izquierda. Necesito una prótesis que no puedo pagar porque no tengo trabajo ni nadie quiere contratarme. Para comprarla necesito dos mil pesos. Por eso es que lo molesto. Tan sólo para pedirles una colaboración... y sigue el rosario atravesando de una punta a otra el vagón, seguido de un joven de corta estatura que lleva un recipiente en el que la gente deposita alguna moneda. Ahí recuerdo que ya me lo habían apuntado. Es sólo un truco. El tipo sabe recogerse muy bien la pierna izquierda. Antes vendía alguna tontería y ahora, a falta de mercadería, apela a la llana misericordia.
Otro tipo parece un yuppie. Me deslumbra el color de su saco. En una de las bruscas frenadas casi caigo sobre él. No tengo de dónde agarrarme. Desde lejos se nota que soy extranjero, que nunca viajé en subte o que padezco alguna enfermedad. Se compadece de mí, me ofrece el asiento. Sugiero que se siente la señorita del reloj que no da la hora. Ella rehusa la oferta. En fin, me siento yo, qué tanto. Desde el asiento todo se ve con mayor claridad. El yuppie es muy elegante pero lleva un par de medias que no es tal. Una media es azul y la otra no.
Detrás de él veo a un enano. Su cabeza es enorme y sus brazos extremadamente cortos. Sus ojos pretenden dormitar y sólo quedan a media asta. Lo miro hasta llegar a la estación siguiente. Por un momento me parece que todos los pasajeros, todos los vendedores son enanos y él es el único de estatura normal. El es el único capaz de entenderlo todo desde sus ojos que casi duermen. El, que lleva en su mano una guía de Buenos Aires, es el único capaz de decirme en qué estación debo bajarme y por qué corredor huir de la maldición de las escaleras mecánicas. El caminará del lado del andén para que yo no tema caer bajo las ruedas de acero y el ruido enloquecedor del tren que llega. Y ya se está yendo.

Comments on "Línea B"

 

Anonymous Anónimo said ... (7/10/05 11:45) : 

No, no me gusta el subte. Em Baires, insistieron mucho pa que yo fuise conocerlo. Decian que era antiguo y lindo. Entré por Las Piedras, me llené de pavor, era oscuro y el sonido ensurdecedor. Pregunté: dios mio, no puedo ir por arriba, de bus, a pie, de rodillas que sea? Baires es linda por arriba. Bastan los tangos, tan tristes. No quiero conocer las tristezas abajo de la tierra.
Y, a lo demás, mi claustrofobia me tiene prisionera del sol.

 

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