Jade May Hoey

1974-2004

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25.10.05

Estación Tribunales

Bonita mañana para salir a dar una vuelta.
--¿No te querés venir a trabajar con nosotros?
--Si fuera un mercenario te diría que sí, pero la verdad es que me quedan nueve meses por estas pampas. En breve me estoy yendo.
Yo que sólo voy al Juzgado a pedirle prestado el quincho de la asociación de magistrados y el Secretario aprovecha a sacarse las dudas. A la pasada me pregunta cómo es que me la rebusco con la insolvencia transfronteriza con tanta soltura y apenas puedo el régimen positivo vernáculo. Admito su extrañeza pero no la comparto. Nuestra ley no es tan mala como nosotros, incluso si se la ve bajo la lumbre de los sempiternos principios de la materia y se traza un paralelo con casi cualquier ley del mundo, estamos muy bien parados. La extrañeza, quiero pensar, es que los mismos hombres que son capaces de tamaña manufactura la echan a cagar cuando le dan el soplo de la vida. En arcilla, todos somos hermosos. La ley modelo de Naciones Unidas, los lastimeros tratados que suscriben los socios de la Unión Europea son de una rusticidad provinciana.
--¿No es maravilloso?, le digo, soy docto en un tema por el que otros se queman las pestañas y no me pasa por la cabeza exprimir esa saber sino más bien olvidarlo a la brevedad, pasar a otro asunto. El encanto radica en la inutilidad.
--En cierto modo como si se tratase de poesía.
--No diría tanto
Tal vez su asombro haya nacido en otra parte. Es creencia usual que sólo viaja el que toma aviones, el que aprende otros idiomas, el que muestra mayor ductilidad en el momento de componer el equipaje.
--...que la poesía nos perdone por mencionarla en la misma charla que a este señor –me apresuro a decir. Cuando reaccioné había mencionado un verso de Bukowski.
Alguien se asoma por la puerta.
--Pasá, che, concedeme la absolución en trámite sumario –peticiona el secretario al señor juez, que a renglón seguido me saluda cordialmente y apura a su dependiente con gesto severo:
--¿Y ahora qué es?
--El caballero no tolera que nombre a Bukowski a la par de la poesía.
--Ha lugar. Eso es bagatela –dice risueño.
--Claro. El tipo cumplió una finalidad social. No podés negar esa realidad.
--Sí, seguro. Justificar la existencia de los impotentes y mediocres que buscan la redención en el fondo de un vaso.
--¿Y qué diferencia hay, por ejemplo, con confiarse a dios, al psicoanálisis o a la unión cívica radical? –inquiere su señoría.
--Posiblemente que ni la fe, ni la tilinguería ni la estupidez han contribuido tanto a la proliferación de tipos que escriben con los muñones, que se piensan que el alcohol es causa eficiente de algo más que de mamúas memorables por un día.
--Epa.
--Yo que vos le digo a todo que sí. Mirá si está armado.
--Eso. Prestame el quincho para este sábado.
--Ha lugar –dice su señoría y a modo de despedida en vez de bajar el martillo me da una palmada y se va.
--De tus palabras se desprende que le haría un favor a la humanidad el que promueva una hoguera para los libros de Buck.
--No, nada de eso. Merece sobrevivir como testimonio del retorno a la edad media.
Antes de que alguien vuelva a interrumpirnos le cuento mi teoría. El hombre pronto descubrirá la imprenta, después la rueda y por último el fuego.
--Esta vez no va a quedar nada.
Como suele suceder en estos casos, el teléfono nos arrancó de la mar de carcajadas y cada cual a su trinchera.

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