Jade May Hoey

1974-2004

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23.1.06

De la palabra y sus fronteras

Por Almudena Tzvetanovic
en Resartus, Febrero/06

A falta de la esa despreciada forma de arte que es la conversación yo -y cuando digo yo no es por situarme en el centro de nada sino sólo para invitarlos a que por un segundo se pongan en mis zapatos- muy poco, tal vez nada, es lo que sabría de la belleza de esos rincones del mundo que no se dejan poner en libros, tan apartados, tan oscuros, tan pequeños resultan a la mano del escritor puesto en plan de fotógrafo de minucias.
Pongamos el caso de la escritura, ya que tan cerca nos queda.
El lector atento habrá observado que hay ciertas grafías que, para horror de nuestra hermana de leche, la razón, aún se ejecutan de derecha a izquierda.
Ellas son las continuadoras de las formas primigenias de la escritura. En los tiempos de martillo y cincel, lo más natural era dejar a la mano izquierda las tareas de dirección y a la derecha los martillazos, dicho esto, claro está, a la luz de la primacía que desde la estadística ostenta la mano derecha en cuanto a los beneficios de la habilidad y la fuerza, en detrimento de la izquierda, pobrecita ella, condenada a completar el par.
Un cambio tecnológico alteró esos roles. La derecha ha tomado para sí la dirección del trazo de suerte que a la izquierda le toca el rol que a los reservistas: vigila, apoya, espera un llamado a tomar las armas, y la guerra, según nos gusta afirmar, no es cosa que desee la gente de bien. Y también, como quien no quiere la cosa, el progreso nos condenó a padecer el momento de cavilación que antecede a la primera de las palabras frente a un folio pálido y no ya ante la imponencia de la piedra. Se ablanda, se precariza el soporte. De algún modo homenajea al hombre, blando en la forma, precario en el fondo.
En los tiempos digitales que corren las manos se reparten los hemisferios del teclado alfabético y ya no hay que poner mucho esmero para dibujar el trazo. Cut, Copy, Paste, Backspace, Delete pondrán en su lugar lo que la percusión sobre las otras teclas, las portadoras prestigioso alfabeto, no haya logrado. Hay, no obstante, una periferia con caracteres extraños, un pelotón que guarda la muralla norte del mundo y, al este, un archipiélago con islas que evocan a los puntos cardinales y, en los confines, la Antártida de los escritores, la patria de un pueblo guerrero: los números.
En la mitad del sur, preside este congreso la barra que abre espacios. Donde confluyen los pulgares se asienta la incómoda cifra de las palabras que fueron dichas desde ese teclado.
La muerte de la capacidad de decir también vive allí. Las campanas de la hora de decir basta suenan cuando la barra espaciadora se hunde para siempre. Con ese decreto se extingue la facultad del escriba para seguir abriendo la brecha, la frontera de las palabras. Sin el resquicio que es norma abra el pulgar, ya no penetrará el aire que necesitan las palabras para multiplicarse, para proliferar.
Cuenta Aira, evocando a Lamborghini, la maravilla que supuso para Osvaldo descubrir que al punto no sigue una letra, sino un espacio, el silencio, el cero de las matemáticas. En efecto: nada mejor que el silencio para honrar el hallazgo.
Ahora bien, esta reflexión comenzó de la mano de la conversación y sobre ella volveré.
Ya no nos gusta conversar. De casi nada. Algo dicta que debemos llenar las horas de ocio con otro tipo de placeres cuando, en realidad, algo tan transparente como una conversación mano a mano, debería formar parte principalísima de nuestras obligaciones (1).
Negar otras voces para volverse sobre sí mismo es la antesala del final del hombre, al menos del hombre así como lo hemos conocido. Renuentes a la palabra ajena los últimos hombres serán una versión desmejorada de los actuales. Sobre ellos caerá, sin solución, el fardo de la ignorancia potenciada por la anarquía, porque, después de todo, no hay poco de cierto en aquello que le oyeron decir a un hombre de tierra adentro:
Bajesé del caballo, don, si es hombre y si es amigo, que acá estará siempre convidao para charlar si tiene ganas o pelear si le hace falta.
Por cierto, hasta un comisario se bajaría del caballo con tal de no ser comida para los perros. Habría que fijarse un poco más en las palabras: piense el lector en aquella que repute depositaria de la peor de las soberbias. Pues bien, esa palabra converge, conversa con las restantes, afirma o desmiente lo que su vecina, pero las dos se rinden ante la huella que a su paso va tecla que pudiendo decir, elige callar.

(1) N de R.: la referencia no alude a imponer la conversación a quien no pretendiese intervenir en ella sino a otorgarle un papel de mayor preponderancia en aquellas acciones que el individuo no puede -prima facie- evitar.

Comments on "De la palabra y sus fronteras"

 

Blogger Reina said ... (23/1/06 21:08) : 

quiero llamarme almudena, suena PERFECTO.

 

Blogger inx said ... (23/1/06 21:46) : 

Conversar es casi el último gesto humano que nos queda, en estos tiempos. ¿Para qué? Podríamos decir que nos comunicamos, que aprendemos algo, que se pasan más rápido las horas,etc. Yo prefiero, desde un simplísimo lugar hedonista (un poco castigado, digámoslo también)decir que vale la pena conversar, por el placer de hacerlo. Pero, si hay que pedir permiso a alguna autoridad, me abstengo. Detesto los trámites.

 

Anonymous Anónimo said ... (24/1/06 20:06) : 

Yo también defiendo la conversación, pero sólo con gente que me aporte cosas. Reconozco que en ese sentido soy de lo más egoísta.

Gracias por el texto.

Besexcesos.

 

Anonymous Anónimo said ... (24/1/06 23:58) : 

Almudena es buen nombre para una chica de veinte años que aún duerme con la luz prendida, Daniela. No para vos!

Inx: conversar es esto, que vengas y digas algo y yo te agradezca de que lo hagas.

Ella: a más conversadores, más chances.

Besos.

 

Anonymous Anónimo said ... (26/1/06 08:52) : 

Tienes razón.

Abrazo cálido.

 

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