Jade May Hoey

1974-2004

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18.1.06

Un golpe bajo

Mientras uno de los choferes se distraía chichoneando con un par de indiecitas que se habían demorado en el trámite de despachar el equipaje, me despedí con un beso de mi madre y emprendí, al cabo de la escalera, la frenética búsqueda de la butaca 21, rogando que no hubiese nadie sentado en ella, porque suelo ser tan corto de carácter en esos momentos que prefiero buscar el asiento libre que en algún lugar debería existir antes de intentar desalojar el desconocido. La cortedad, en este caso, es una muestra de buena memoria. Más de una vez me ha tocado intentar desalojar a alguien que con alguna molestia me enseñó en su boleto un número de butaca igual al mío, sólo que en el pueblo estamos ajenos a la modernidad. Civilización o barbarie. Ticket impreso en papel continuo versus talonario, lapicera y papel carbónico. Ni de a tres le hacemos fuerza.
La butaca 21 estaba desocupada y el pibe de la 22 cargaba un sueño tal que ni se dio cuenta cuando me apoltroné a su lado. O tal vez sí. Ahora que recuerdo entresueños me preguntó dónde estábamos. Tuve ganas de decirle en el infierno pero tal vez se tratara de un convaleciente de una borrachera y le diera por pegarme o algo así, pequeñas paranoias que uno tiene antes de hacerse el gracioso.
No me avisarías cuando lleguemos a Trelew, me dice. Sí, claro. Tengo miedo de pasar de largo, aclara. Sí, a mí antes me pasaba lo mismo, pensé, mientras él se acomodaba para dormir otro tirón. Cómo carajo hace, decía para mis adentros. En la televisión pasaban alguna de esas películas llenas de alaridos y no le presté mayor atención y trate de imitar a mi compañero de viaje. En vano, claro. Me distraían los diálogos de la película. Tenían esa tonada española que sabe tanto a hospital y de inmediato pensé que estaba frente al típico bodrio de colectivo.
No estuve tan equivocado. Por ahí apareció un gorila gigante y creí soñar con una remake gallega de King Kong. Maldije no haber cargado nada amable para leer. En ese momento hubiera soportado hasta la columna que Antín había escrito a propósito de su flamante medio siglo más media década con tal de evitar la película y la necesidad de hacer las paces con el sueño.
Dormité.
Resucité.
Me detuve en la figura de la rubia que se entregaba a la mano del gorila y pensé: esta debe ser Naomi Watts. No es que yo sea muy perspicaz, pero deberían probar con ser cortos de vista. Les aseguro que a distancia media, el perjudicado apenas puede distinguir entre Michelle Pfeiffer y Angelina Jolie. Claro, además deberían tomar la precaución de mirar pocas películas y no conservar ningún recuerdo de ellas.
El quid de la cuestión era el doblaje. Tan acostumbrado está uno a ese puñado de voces que ya no nos llama la atención oír a Sledge Hammer en la boca de un vendedor de aparatos para bajar la panza sin hacer abdominales.
Lo que, casi sin quererlo, me condujo al agridulce sabor del golpe bajo.
Debo a la radio dos entrañables momentos del 2005: uno, la deliciosa garota de Ipanema cantando su canción; dos, el actor que todos estos años hizo el doblaje al castellano de la voz del agente 86 logrando el milagro de que Max, desde algún punto del infierno, se despida de nosotros, sus amigos argentinos.
El feliz golpe bajo de la película no es la consabida frase “no lo mataron los aviones…” sino la imagen del mono bailando. Es derechamente irresistible.
Vi algo parecido en el boliche Marnos de Las Grutas una noche del verano del 92. El colorado, primo de mi anfitrión de entonces, bailaba pesadamente en el centro de la pista. Llevaba la camisa abierta, una cadena de perro colgada del cuello (eran los tiempos en que Jim Morrison estaba de moda) y una mina llena de risa sobre sus hombros.

Comments on "Un golpe bajo"

 

Anonymous Anónimo said ... (19/1/06 16:09) : 

Esa cortedad tuya que te incapacita para echar a quien ocupa tu asiento me enternece.
Por cierto, yo tampoco soporto ver las películas dobladas.
Oye, explica ahora o calla para siempre eso de la tonada española con sabor a hospital.

Beso orgiástico.

 

Anonymous Anónimo said ... (19/1/06 19:25) : 

Una cuestión de texturas, Ella, una gravedad o, tal vez mejor una severidad que determina que los diálogos, digan lo que digan, sean demasiado duros.

Es otra de mis exageraciones. No será lo mismo un andaluz que un catalán pero no tengo delimitadas las tonadas con la precisión que un buen análisis (cualquiera que no sea caprichso o prejuicioso como el mío) requiere.

 

Anonymous Anónimo said ... (19/1/06 19:26) : 

Por cierto, ése he sido yo

 

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