Jade May Hoey

1974-2004

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23.3.06

El mecánico

Cansado de oír al viejo sus quejas artríticas y reumáticas y un poco, a qué negarlo, de esas mañas que a él también más temprano que tarde lo aguardaban, decidió hacer de tripas corazón y poner manos a la obra. Le pidió que se tumbase en la cama y sin siquiera abrir su gabinete de herramientas se dispuso a mitigar su lamento. Una vuelta o dos y plaf! ya tenía un pie en la mano y en un santiamén ya se había hecho del otro. Los sacudió un poco como quien pretende quitar la piedra que se ha usurpado la paz de un zapato y se dispuso a volverlos a su lugar. Se imaginó que debía ser muy preciso en la operación; medio centímetro de más o de menos y la rosca se malograría, o bien el viejo debería acostumbrarse a lidiar con un par de pies chuecos. Hizo una prueba, dos, tres, y no había caso. Los pies no querían volver donde su pierna. Examinó con mayor detenimiento el mecanismo y vio músculo y cartilago, piel y hueso y creyó por un momento que nunca volvería a componer a su padre. Ya no tendría consuelo. Se imaginaba los reproches de su madre y los murmullos en el vecindario cuando lo viesen caminar con sus pies tan derechos por aquellas veredas. Le dio jaqueca. No encontró aspirinas y creyó que lo mejor para apaciguar las ideas era echarse a dormir un rato. Impotente ante el insomnio resolvió que hallaría la paz quitándose la cabeza. Sería sencillo. Una vuelta, dos y plaf!

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