Jade May Hoey

1974-2004

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29.3.06

nx

A veces, por ejemplo ahora que acabo de echar mano a un Philip Morris, que mucho no me gusta pero al precio que están son irresistibles, me pongo a pensar en mí, no puedo evitarlo, en mi como necesaria continuidad, cómo es que se puede ser el mismo tipo todo el tiempo y a la vez estar imbuido por esta vocación por la dispersión que hace que lo que ayer comencé con tanto entusiasmo hoy me quede lejos, lejísimo, Tailandia por decir algo, que ni siquiera sé si es tan lejos como cuentan, como se ve en los mapas.
Si es por ponerme a buscar continuidades (vecindades sería mejor) me miro los zapatos gastados y recuerdo que tengo en este preciso momento el dinero para comprarme otros. Comprarme zapatos! Cuánto hace ya que? que ya muchas cosas, que ya estoy cansado de lidiar con los cordones demasiado largos y de verlos el continente de cada centímetro de la tierra que me toca pisar y esas marcas de su vida, de mi propia vida, como arrugas, como mensajes cifrados y digo hoy no porque hace un día demasiado bonito a pesar del madrugón helado, del suéter demasiado pesado y de la campera.
Creo que es el cambio de estación y el todavía no haberme puesto a pensar que llevaré este peso suplementario durante varios meses más y que no pocas veces de todos modos seré una hoja que va por la calle temblando, casi corriendo, cargado de mí como si me llevase en brazos y los brazos también se quedaran cortos y al borde mismo, al pie del umbral que me dará cobijo, sentir que las rodillas ceden.
Es ella que ayer no me gustaba y todavía no puedo creer que no me gustaba porque hoy, que se ha puesto una camperita de hilo rosa sobre su remera negra de casi siempre y los pantalones de jeans gastados, justo hoy que me duele la panza de algo muy parecido al hambre y que sin embargo es la cerrazón que se me da cuando quiero hacerlo todo de golpe y pienso en cuánto es lo que me está faltando, justo hoy me he detenido en sus farolitos que tal vez no sean verdes como yo los veo ni sus mejillas de porcelana blanda porque me cambió todas las monedas que tintineaban en mi bolsillo por un mate y volví a casa contento, como si me gustase de toda la vida, como si toda la vida no hubiese querido nada mejor que eso.

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