Jade May Hoey

1974-2004

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29.3.06

26_3

Acabo de darme cuenta de que hoy es veintinueve de marzo. Eso quiere decir que el veintiséis de marzo del año dos mil seis de nuestra fe ya es historia. Eso quiere decir –también– que por primera vez en varios almanaques la fecha me ha pasado desapercibida. Y es que yo no sé bien si eso de andar olvidándose de las fechas implica madurez o simplemente amnesia.
Me explico: el veintiséis de marzo han cumplido años un par de pibas que supe querer hace un tiempo. Las quise de modo diferente. A una por mucho tiempo; y a otra por casi nada. A una de un modo entrañable y a la otra tal vez por tomarme revancha de aquélla. Nunca me lo planteé con mayor detenimiento. Simplemente pasó.
Un día levanté la vista y estaba la segunda. No sé que le vi. Era muy torpe y la voz no le sentaba en la cara pero algo me pegó. Ahora que el tiempo ha pasado y en muchas cosas me siento un poco mejor, creo que todo fue el proyecto vertiginoso que tenía en mente para recuperar el tiempo perdido.
Cuando supe de la coincidencia por poco me espantó. Me preocupé en aclararle que mis buenas razones tenía para nunca olvidar la fecha de su cumpleaños y ella se río porque estoy seguro de que pensó que le estaba mintiendo. Como siempre hacía con ella. Mentiras para pasar mejor el rato.
Pero es que se veía tan fácil, tanto que creo que conocerla fue el primer curso para ser ciego que tomé en mi vida. La clave es la prudencia y tener un objeto que avance por uno, a tientas. Si hay resistencias, por allí no hay el camino, pero nunca le conocí ninguna resistencia. Era tan simple como estirar la mano y adivinar en la madera una puerta y en la puerta una invitación a pasar y eso hacía yo con mis mentiras, pasaba.
Entré, me quedé un buen rato, comí de la mesa recién servida y salí a la carrera, a la intemperie, a alguna de las formas del olvido.

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