Jade May Hoey

1974-2004

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29.4.06

Hoy pienso en Clarisa. Todo el día en Clarisa. No conozco a Clarisa. Nola he visto nunca en realidad. No me hace falta. Está bien así, me consuelo, aunque me muera de ganas de conocerla alguna vez. Esta bien porque es sólo como yo me la imagino. El Tucu me habló cientas de veces sobre ella. Si me hubiese tomado la molestia de llevarle el apunte, ya conocería a Clarisa, pero no lo hice. El miente tanto, él y sus énfasis inoportunos, él diciendo hay algo que es real. Enhorabuena. Hay algo que es real. Hay Clarisa, allí, al pie de los cerros, Clarisa de apellido ilustre, Clarisa llena de bucles colorados. En los almanaques, en las tapas de las revistas, en los afiches de campaña proselitista, en una propaganda de champú. Ya la he conocido, me digo, sólo que no la recuerdo. Podría cruzármela en la calle, en el súper, en la biblioteca, y no sabría que se trata de ella. Estiraría la vista para ver de cerca la tarjeta que le entrega a la cajera o el nombre que pone en el formulario, pero, si por esas cosas del destino, mis ojos se topasen en el documento o en el formulario con el nombre Clarisa y un apellido de ocasión, Pérez digamos, no me quedaría del todo convencido que se trata de ella. Es más: desconfiaría de mi vista porque yo sé que no hay nadie que se llame Clarisa, nadie más que ella, que vive, eso creo, en un sitio retirado, al pie de unos cerros que yo no he visto nunca, unos cerros que imagino pintados en el verde de las ramas de árboles que no conocen mucho del viento y esa es mi medida de la distancia porque mi propia carne es el viento. Y ahora Clarisa alisando su melena del color de la arena y todo por el capricho de haber pretendido verla caminando por la rambla, de nuevo el Tucu, que quería peroraba de vacaciones, de playas, de Clarisa correteando, y de otro tipo, de la mano. Ya no recuerdo qué dice del tipo, ni de quién es la mano, pero no le creo una sola de sus palabras. El Tucu miente. No sabe hacer otra cosa. Y me habla de Clarisa, ahora en blue jeans, apurando un café en un bar que se me ocurre lejanamente conocido. Hay algo en esas sillas en mental pintado de blanco y esos almohadones morados que me retrotrae diez años, tal vez más. Ese bar existe. Tiene otro nombre. Ya no se apilan latas de cerveza detrás del mostrador y los mozos han dejado a un costado las viejas chaquetas blancas. Ahora hay camareras, sillones en las esquinas, en la mitad de la pared hay un acuario, las propinas son jugosas. Lo imagino detrás del vidrio empañado. Es el tipo de la playa que aborda a Clarisa. Le dice cosas al oído. Cosas que la ruborizan. Más mentiras de el Tuco, un mechón de pelos castaños en el cuaderno que suele traer a clases, un tacón, un arete, en su bolso de mano, todo habla de Clarisa, que ahora y sólo para mí es calva, la cabeza perfectamente blanca,el valle de la nuca inmaculado, las orejas desnudas.

Comments on ""

 

Anonymous Anónimo said ... (30/4/06 14:06) : 

Aunque Ud. no lo crea, los sueños nos aguardan al doblar una esquina.

 

Blogger Por la rosa, el péndulo y la lira said ... (30/6/08 20:15) : 

Clarisa definitivamente no quiere ser una nínfula supuesta apuesta pasiones

 

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