pm/13
Por supuesto que el viento no ha dejado de soplar, pero la que ha dado una tregua ha sido la lluviecita, gracias a diositosanto, porque no era ya el mero castigo sobre la cara al caminar sino la portación lisa y llana de una caparazón de gotas asidas de la campera con tal fuerza que lo primero que le saldría a un tipo bienpensante como yo es hacer lo que un perro: pegarse un buen sacudón sin atender la cercana presencia de un agente del orden o del mísmisimo alcalde municipal. Caramba que pesa la caparazón, dice el tortugo primerizo, lo bueno es que la cuestión tiene a la vista una solución. Basta que uno se fondee en algún barzucho de morondanga, que garabatee en las servilletas, que pida otro café como si en verdad tuviera ganas de tomarlo, y las gotas, ordenadas en prolijas columnas cual ejército cobarde, se dan de bruces contra el suelo. En cada lugar público, la bienvenida la da un trapo de piso. Una vergüenza. |
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