Jade May Hoey

1974-2004

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13.4.06

Yo he de amar a Lobo Antunes

Lo hice. Finalmente lo hice. Llegué tan pero tan temprano que la mina que se encarga de la limpieza había amontonado todos los libros a su entera comodidad y cualquier transeunte libresco que se apresurara a abalanzarse sobre la pila de libros en un equilibrio, que habría de quebrarse al menor movimiento brusco, no encontraría lo que busca. O no podría ponerse a revisar. Di un par de vueltas por el local pero era en vano. Yo quería ése libro que estaba, al menos en mi sospecha, al final del montoncito, debajo, probablemente, de Máquina Deleuze o de La posibilidad de una isla o de esa porquería que ahora escribió este muchacho que anda siempre vestido de blanco, cómo es que se llama. En fin. Me quedé un rato pensando. Quizá no debía hacerlo. La vida está llena de mensajes. Por ejemplo, qué significa llegar al cajero automático y encontrarse con diecisiete personas que están para el mismo trámite que uno (porque en realidad casi nadie lo usa para pagar servicios o para hacer depósitos, mucho menos en día inhábil, todo es sacar y sacar, en lo posible todo el saldo de la cuenta que sea múltiplo de diez) y todos han llegado antes, pero no todos comparten conmigo la mala intención de cambiar un buen par de billetes por un libro y dos semanas (o tres, con un gobierno peronista nunca se sabe) a puro tallarín Luccheti, con queso si hay suerte, con buena voluntad en caso contrario, pero estaba decidido. Me levanté así. Me tomé dos tazas de café y todavía tenía en la boca el gusto amargo de ayer, ese cansancio mental de trabajar en lo que a uno no le gusta a cambio de chaucha y palito y el maldito contrapeso de saber que hay, no diré miles, pero sí media docena de cosas que bien podría hacer y con disfrute, pero llego a casa abatido como si me hubieran sometido a una sesión de tortura, a un simulacro de fusilamiento y en cierto punto a la tercera vez que te lo hacen sacás pecho y les decís: tirá de una vez si sos macho, la puta que te parió, pero el resto del tiempo hacés de cuenta que no te importa, y es cierto que no te importa, pero siempre hay un detalle por el que se cuela la realidad, un indicio, un anzuelo, la zanahoria que ponen delante de los burros. Por ejemplo esa morrita de edad indefinida que a todos saluda con beso menos a mí y da la casualidad que me la cruzo en la cocina al menos una vez cada mañana y aunque ya se haya hecho invierno de algún lado me sale el prurito de pedirle cuentas a una mujer que no se viste de falda. Estoy cansado de algunas cosas. Del uniforme, por no ir más lejos. Todo el año igual. Si fuéramos perros, vaya y pase. A cagarse de calor y a sacar la lengua no ya en señal de picardía sino por expreso pedido de las glándulas sudoríparas. Pero esta chica, que yo le digo chica pero paga con cuarenta y le dan de vuelto sólo un par de monedas, tiene el don de la sensualidad y queda en segundo plano si viene en pantalones a trabajar y también quedaría en segundo plano incluso si viniese desnuda, si no ocultase nada de su humanidad porque está imbuida por una cuestión actitudinal. Se planta y es, y eso es digno de celebrarse. Por supuesto, la charla nunca supera los cinco o seis minutos, entonces estoy obligado a agudizar el ingenio para sacarle una sonrisa aunque sea con tirabuzón y me despacho con alguno de esos comentarios que me han valido la fama que tengo: Mayer no está en sus cabales, se tiene que hacer ver. Por eso mismo, para hacerme el interesante, tengo que activar los radares y aunque no lo quiera me encuentro despotricando contra las marionetas que han usurpado el poder so pretexto del voto popular y comprendo que si me siento cómodo entre mis amigos es porque nadie me reprocha esta cosa fascistoide de reclamar para mí y para los míos un gobierno que se componga por cristianos que valgan un poco más que uno. Al cuerno con la democracia y con las masas que se dejan seducir a cambio de tres chapas para terminar la tapera y un colchón para seguir trayendo borreguitos a este mundo. Es lo que hay, me dice alguien, y me dan ganas de trompearlo. Lo que hay, la pindonga. Algún día deberíamos ponernos serios y reclamar lo que nos corresponde y basta ya de hablar de derechos humanos que más parece que fuésemos desechos humanos, pero no, mejor a bajarse de la moto: es otoño y se viene un largo invierno y si digo que el otoño es un momento hormonal no quiero decir otra cosa que ésta: el cuerpo abre al paraguas. Se va a poner feo. Feísimo. Cuando se derrumbe el castillo de naipes todo el mundo va a salir con reproches pero de qué vale un reproche cuando es tardío. De qué sirve un "que hubiese pasado si". Cómo no voy a estar cansado entonces. Cómo no voy a conformarme con placebos de a cincuenta centavos la media hora. Yo hice los deberes temprano, es capaz de jactarse, y yo me encojo de hombros porque esta semana y la anterior no he dejado de postergar cosas. Me estalla la cabeza. Por eso me despierto pensando que es mejor que termine de arruinar las finanzas y me compre un libro. Entonces vuelvo a ir y no lo encuentro. Me quedo pensando en que sólo una pasión que obnubila fue capaz de traerme hasta aquí. La puerta del cajero hacía un ruido terrible. Golpeaba contra el tachito de basura con que la gente calzaba la puerta. Bárbaros, pensé, y la corrí un poco más adentro. Saqué los dos billetes y cuando me dispuse a salir, previo corroborar que las cosas están tan mal como lo había presagiado, veo que me he quedado encerrado. No hay picaporte del lado de adentro. A quién se le ocurre hacer este tipo de bromas. Se reirán los del banco cuando el lunes vean en la cinta testigo mi cara de desconvierto? Quizá les pase desapercibida porque antes que a mí le debe haber pasado esto mismo a un buen puñado de tarados, pero nadie le avisa a nadie. Es la ley. Yo mismo, cuando salga, si es que puedo salir alguna vez de este pequeño encierro, no le dirigiré la palabra al tarado que espere a que yo termine para meterse. Tal vez le sostenga la puerta abierta en señal de cortesía, pero ni loco le diré que no hay picaporte del lado de adentro. Por eso es que la cosa no camina. Todos queremos que al que venga le toquen estos mismos males corregidos y aumentados, pero por lo pronto haría bien en idear un modo de salir. La salida uno es golpear fuertemente la puerta. Que me escuche la señora rubia que está distraida corriendo a su pendejito. El pendejo quiere bajarse a la calle, se tropieza, llora con estruendo. La señora rubia trata de consolarlo, cómo podría yo cortarle ese momento. La salida dos es meter mi dedo en el sitio del picaporte ausente. Trato de hacerlo. Me duele el dedo. Un intento más y la puerta que se abre. No alcanzo a ponerme contento que estoy sosteniéndole la puerta, y un buen rato, a la señora rubia, que recoge pendejito lloricoso y me dice gracias antes de entrar. Gracias, me repito para adentro, y miro mi dedo machucado y salgo a comprar mi libro. Me cruzo en el camino con un amigo. Qué hacés. Aquí, vine a tirar un par de curriculums, si alguien me da bola un jueves santo soy muy hijo de puta, no? Si nadie te da bola, también, le digo, le deseo suerte una y otra vez y apuro la marcha. Yo tengo trabajo. Es mal pago y me puedo comprar un libro de 48 pesos a cambio de comer peor. Son elecciones, ya casi corriendo cruzo la calle Pellegrini, hay un par de bocinazos cuando piso la vereda de la farmacia. Por qué no me habré comprado antes el de Céline que estaba más barato. Siempre los reproches. Encuentro el libro. No es tan grueso como me pareció el sábado pasado. Hay varios otros mucho más baratos. Vuelvo a dudar. Lo llevo. Hago la cola para pagar. El pibe que está delante de mí está muy entusiasmado con su compra. Tres devedés. Ciento sesenta y cuatro pesos con setenta. El cajero se demora con él. Le ofrece un disco de tango electrónico, el chabón lo saca cagando. Llega la chica. Me intriga. Pelo corto negro, remera rojo sangre y pantalon de corderoy marrón. Cómo es que no tiene caderas. Cómo si hubiese jurado hace cinco minutos que tiene un culo encantador. Se queja de un dolor de oídos. El pibe de la cola le sugiere un algodón empapado en alcohol. Es lo que usan en el mar, dice. La chica asiente y agrega: de a ratos me viene una puntada, me zumba, te juro que es fuertísimo, como una patada acá. Tiene un lunar un poco más allá del mentón. Hermoso mentón. Lo veo y siento que hay que hacer justicia de una vez. Yo quiero moder el peñón de Gibraltar. Se va el pibe de la fila. Se va la chica detrás del mostrador y me quedo mirando el culo. Linda mi compañera, me dice el cajero. Ya lo creo, agrego, con gesto sobrador. Es un negrito. Me juego la vida que es de los que se trabajan a todas las minas y acaban por ganarlas. Me cae bien la gente así. Tiene novio. Además, donde se come no se caga, le marco como para meter púa. Sí, más cuando el novio es un amigo, no? Esas son las más interesantes, pongo yo, que algo del asunto sé. Lo envuelvo para regalo?. No, dejá. No te interesa el tango electrónico? Por diez manguitos te llevás éste, que es una compilación tipo Bajofondo. Santaolalla y la puta que lo parió, me enojo, me gusta el tango electrónico, pero hay una vertiente dark que es muy interesante. Bajofondo hace otra cosa. Música para caribeños. Suena Owner of a lonely Heart en una versión abominable. Cómo me arruinaron este tema, me dice el negrito. Le doy la razón, pero antes moví la patita: la guitarra es demoledora no importa con qué se la sazone. Chau, loco, le digo, y vuelvo a correr, un poco más pobre y ligeramente feliz.
El lunes la seguimos.

Comments on "Yo he de amar a Lobo Antunes"

 

Anonymous Anónimo said ... (13/4/06 15:04) : 

Jorge, se lo digo de nuevo y acá porque no sé si recibe ¿me hace el favor de dar otra dirección alternativa, o llamar a yahoo para que le digan qué pasa?
Yo le escribo, no me contesta y encima se ofende.
Haga algo, plis.

 

Anonymous Anónimo said ... (14/4/06 14:18) : 

Volviendo a su post ¿cuáles son los placebos a 50 centavos la media hora?

 

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