Jade May Hoey

1974-2004

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21.4.06

Timecorps

Corrían los noventa, eso creo. En la lejana Córdoba los empleados bancarios, tan disconformes con la paga y demás condiciones de trabajo como lo estaban los bancarios en el resto del país, fueron ferozmente repelidos por la fuerza policial. Alguien habrá dado la orden; ellos la cumplieron. A los pocos días los bancarios se tomaron revancha. Llanamente se negaron a pagarle los sueldos a la fuerza de choque provincial. Unos días reteniendo la plata y vieras cómo se calma todo.
El episodio, sea por pintoresco, sea por aislado, ganó algún espacio en la prensa, pero nadie se lo tomó demasiado en serio. Después de todo, cuando se dice que es este el tiempo de las corporaciones lo más sencillo es creer que nuestro destino, más para mal que para bien, esta mano de empresas multinacionales y sabido es que, a mayor concentración de capital, mayor enajenamiento. Ya no queda nadie a quien reclamarle nada. Toda decisión, más temprano que tarde, estará justificada en los designios del dividendo por acción, que es lo único que importa.
Un poco más acá en el tiempo un conocido mío jugaba el clásico partido de fútbol de los viernes por la noche junto a sus amigos. En un momento, yendo a disputar con alma y vida una pelota, siente que se le traba el tobillo y deja la cancha. Se va a su casa creyendo que el dolor disminuiría pero eso no sucede sino que más bien el tobillo empieza a alcanzar un tamaño que lo horroriza. Le pide a su esposa que lo lleve a la guardia del hospital público y allí cae en las manos de un médico cuyo nombre, por las razones que expondré más adelante, preservaré en el anónimato pero por mera comodidad en el relato llamaremos Q, el satánico doctor Q.
El médico revisa el tobillo hinchado y recomienda, como haría cualquier curandero o buen vecino del barrio, que lo sumerja en agua con sal y santo remedio. Algo defraudado, mi amigo se retira del establecimiento sin poder pisar y hace lo que Q le dijo que haga.
Un par de días después, leemos en el diario que un paciente ingresado a la guardia del hospital un poco después que mi amigo no había corrido la misma suerte. Sin practicar un examen demasiado riguroso, Q le había dado a tomar una pastilla y este buen hombre, a una cuadra o dos, se desploma y muere.
El doctor Q gana fama y se extienden a diestra y siniestra nuevas versiones de sus praxis. Acaso nunca sabremos si hubo una relación de causalidad entre la medicación y el deceso; lo cierto es que el diágnostico dejaba mucho que desear. No había revisado la historia clínica del paciente y en todo momento subestimó la gravedad de su dolencia.
En fin. La familia radica la denuncia, se abre una instancia judicial y finalmente se llega a juicio oral. En los momentos previos la asociación que reúne a los médicos respalda fervientemente el accionar de Q y menciona berretines como "campaña de desprestigio", "pésimo antecedente". En un clima bastante tenso, y a pesar de los numerosos elementos colectados en contra del profesional en la etapa de instrucción, la cámara en lo criminal lo absolvió de todos los cargos en su contra ante el bullicioso público -en su mayoría otros médicos- que colmaban la sala.
Triunfó el lobby de los médicos, o al menos eso es lo que pareció.
Si esto fuera un pueblo chico, que en efecto lo es, los abogados, se dediquen o no a la judicatura, hacen bien en no ponerse en contra de la especie de los médicos. Las represalias podrían ser muy dolorosas.

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