Jade May Hoey

1974-2004

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16.8.05

Glup

Supongo que habré retrocedido más de lo debido. Siempre me pasa así con la saliva en los momentos menos oportunos. Por caso ayer, o antes de ayer que es casi lo mismo, sentí el chisporroteo de la lluvia en el techo mientras me bañaba y pensé: ¿alguna precaución especial?, me parece, está lloviendo, no, sólo hay que apurar el paso para que no se moje el cigarrillo, tratándose de dos cuadras cuesta abajo es una proeza de la física que uno llegue absolutamente empapado y la brasita siga allí, amenazante como todos los fuegos. De repente me dio por pensar que desde aquel mal trago que me hizo enfermo fumador mi vida sólo ha trancurrido en los intervalos entre pucho y pucho, es decir que paro nueve veces al día, a razón de siete minutos cada una, lo que se dice algo demasiado repetido tratándose de una ceremonia que merece la mayor de las solemnidades, pero la llana consideración de vivir a razón de sesenta y tres minutos todos los días me perturbó. La solución, me dije, es levantarme un poco más temprano, no digo mucho, media hora estaría bien, como quien dice para hacerle pata ancha a la muerte, vos me jodés, bien, yo puedo causarte la mitad de la molestia sin mayor esfuerzo y donde me jodas un poco más, voy a demostrarte que en realidad puedo levantarme a las cuatro de la mañana, sobre todo ahora que clarea un poco más temprano y diviso a través de la ventana el parralito. Me gustaría ser él, que nace todos los días, se me hace cuento que alguien, algún iluminado seguramente, nos baje las luces cuando la cosa se viene poniendo linda, hora irse de a la cama, pero antes de ir hay que guardar cada cosa en su estuche porque si no mañana, sí, nada en su lugar, siempre es lo mismo. Saqué este Wilcock del cajón que tengo por biblioteca y creo estar seguro de que volví a guardarlo pero se me aparece debajo a la almohada, no todo, sólo una hoja, y ahora ya sé quién es el responsable de mis pesadillas, pero ver el parral a nivel de lo que para mí es el piso, ya que vivo en la planta de arriba, me da una impresión aterradora. Me imagino tratando de preservar un equilibrio imposible entre los fierros que no alcanzan ni un tercio de lo que es uno de mis pies y las hojas que todavía no están pero cuando estén ni por puta van a lograr esa cerrazón perfecta que cabe atribuirle a todo suelo con pretensión de tal. Si yo fuera un gato probablemente todas estas cosas no me importarían. En esa otra dimensión lo único que cuenta es hacerse el simpático para que te acaricien un poco y vos mirar pero de lejitos, nunca una intimidad, una de esas confidencias que más temprano que tarde te dejan van a dejar mal parado. Eso mismo: si hay algo de lo que pueden decirse preocupados los gatos es de caer siempre bien parados, después nada les importa demasiado -una vez dijeron eso mismo de mí y me sentí gato por un instante, pero faltaba poco para un examen así que depuse de inmediato la actitud cadrúpeda-. Tampoco me molestaría, por ejemplo, tener una barba de tres pelos y que estos sean tan largos que cause molestia afeitarlos. Ay, si fuera capaz de hacerme un método de trabajo. No sé si es esto una confidencia pero yo no puedo mantener una regularidad ni la frecuencia con que me afeito. Cada tanto, pongamos los miércoles, me miro al espejo y me desconozco. Paso un paño por el espejo y mal que mal ya no me siento entre gente extraña pero me digo vamos, chavalito, que viene siendo el tiempo de que te afeites y te doy a más tardar hasta el sábado para que lo hagas, de lo contrario la navaja tomará otro recorrido y si no te malentiendo vos tenés planes inmediatos, urgentes, olvidables. Entonces el jueves o el sábado en plena faena amatoria siento en mi cara las molestias y dejo todo como está sin el menor remordimiento. Dónde vas, ¿te pasa algo? No, cosas mías, qué te importa. Los duros somos así, pero puedo jurar por mi santa madre que la dureza es autogenerada. Basta fijarse como la lluvia, esta misma que ahora repiquetea en el tragaluz del baño en el que me ducho, se mete entre la ropa pero cuando toca la piel se escurre, busca el bajo. O le dan calor o se suicida. En cambio hay otra, mamá le llamaba garrotillo, pero es mejor un rocío invisible, congelado, y cuando digo invisible quizá exagere porque soy corto de vista y hay demasiadas cosas que yo reputo invisibles y el resto de la gente marcha como si tal, pero en la cara se sienten como pinchazos, y en las manos cuando saco la mano del bolsillo de la campera, que siempre me invento algún motivo. La piel no tiene modo de escurrir esa otra lluvia y entonces la absorbe. Por eso si a mí me dicen que tengo la cara como piedra ni me mosqueo, a lo sumo les digo que es deformación profesional, que a mí me cortaron con el mismo molde que a los escribanos de la pólvora. Si me ponen un chumbo en la mano hago mi trabajo, que es lo que debería hacer todo el mundo antes de jactarse de mayores pruritos morales. No hay más santo que el perro que le tirás un palito y te lo devuelve. Su lugar en el mundo es ese, el de boludo, y lo cumple aunque caigan bigornias de punta. No es desamor ni es apatía, es otra cosa que no sé decir, a lo mejor no descabelle a nadie decir que es otra forma del amor, que después de todo no hay estatutos en esto y en todo caso la culpa es esta lengua amarreta que ha juntado en una sola palabra tantos significados, y si no sinónimos hay vecinos de los que mejor no decir nada. ¿O en qué punto del globo pueden llegar a coincidir la teta de la madre, el dedo gordo de tu pie, tu condición republicana y el diente hincado hasta sangrar? Y siendo tantas cosas lo volvemos superstición, incandescencia, mentira, mutación, esto-sí, esto-no. Sólo ratas como nosotros podemos hablar este idioma, quede ahora mismo asentado. Me pregunto si no habré de jactarme hoy de ser un poco más que una rata, después de todo conozco la lluvia, en la vastedad de sus formas, conozco sus obras y hasta supe rezar por ella. Quién pudiera decirlo así. Mamita querida acordate de los infértiles y caenos con una agüita que purgue esta sequía, pero que primero sea tenue, que los animales no conocemos los límites y corremos el peligro cierto de ahogarnos. Qué cerca está lo uno de lo otro. Es un ápice. Lo que falta hoy cae a carradas mañana, si me falla la memoria de hoy, muero mañana. Mañana es otro día, pero por lo pronto tengo bastante con hoy. El solo hecho de ponerme las medias mojadas me arruinará el día por completo, para más un poco llueve y en un par de cuadras cuesta abajo yo mismo seré la lluvia y aunque sea la tarde, ya seco seguiré envuelto en el fastidio. Tanto putear y en el trayecto que falta hasta el estribo del colectivo habré de ver la cara del diablo que esta vez es mujer y está enfundado en un saquito rojo, claro, de qué otro color podría vestirse. La cuestión es caminar finito y rozarle el mostrador, tal vez mire y entonces y si hago pie, algo pueda llegar a decirle, por qué tantas palabras chuecas que no quieren mirar hacia el mismo lado, como si fueran una hilerita de patos y yo buscando una sola que sea hábil para echarle un lazo a la esfera y si me pongo el dedo índice en la sien como quien hace que piensa, no retrocedo, apenas preparo el despegue.

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