Jade May Hoey

1974-2004

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22.8.05

Cara de luna

Y tú que miras, cara de luna, me escupió en las narices un caco que salía corriendo desde el kiosco del barrio que da justo frente a la plaza. Yo en verdad no lo miraba a él sino que estaba con la mirada perdida en un punto del horizonte, tal vez extraviado en algún detalle del acrílico que el kiosco tenía por puerta, en alguna de sus calcomanías llenas de colores que incitaban a no fumar en ese recinto, a adoptar la fe católica por religión, a no dejar de leer, a contar el vuelto antes de retirarse.
Nada en particular, buen hombre, le dije yo, que si algo sabía es que estaba tratando con algo que no era ni de lejos un buen hombre pero que jamás me hubiese atrevido a afirmar lo contrario, no digamos por eso que dan en llamar don de gente, ni cortesía trabada en ardua lucha con la indiferencia. No señor, lo mío era mucho más severo. Llevaba una hora sentado en un banco de plaza, un día en esa ciudad, un año en ese país extraño y lo único que había desalentado mis intentos de suicidio era vivir en una ciudad con las calles demasiado anchas como para tirarme bajo las ruedas de un vehículo en marcha, estar en una ciudad vecina de un río de muy escasa musculatura como para dejarse vencer, carecer de un arma apropiada, ser un cobarde. Buscando planes alternativos estaba yo cuando lo ví. Llevaba un arma en la mano. Me apuntó.
No te preocupes, me apresuré a entrar en confianza, baja el arma, siéntate a conversar, no tardará en llegar la policía y como que sigas perdiendo el tiempo de tu huida te atraparán. Pues sí, tal vez tengas razón, pero a qué viene tanto coraje si apenas eres una rata mugrienta como yo.
Caramba, qué rápido había entrado en razones. Antes me habían dicho que era dueño de la encantadora virtud de la palabra, mas nunca lo había experimentado como en ese momento, pero puesto a explicar, preferí saltearme los detalles con tal de darle al relato un cariz que pudiera interesar a un sujeto que llevaba las de ganar, no en vano cargaba consigo un arma.
Estaba pensando una buena manera de suicidarme y como ves acabas de interrumpirme, le dije y los dos nos reímos con unas risotadas de estruendo que rebotaron en toda la plaza. Naturalmente llegó la policía y nos vio tan jocosos que ni se arrimó a nuestra posición, si hasta parecíamos dos tipos felices. Por lo demás, después supe que el ladrón era un inexperto. Lo habían mandado a hacer el trabajo, pero sin un buen dato es demasiado arduo dar con una caja que tenga una cantidad de dinero que merezca la pena el alboroto. La alternativa era dar tres o cuatro golpes al boleo, pero el secreto de la efectividad es darlos en lo que tarda un relámpago en cortar en dos el cielo y esfumarse y ya se había hecho un poco tarde.
Y bien, ¿aun tienes ganas de suicidarte? Tengo una sola bala, pero serás tú quien jale el gatillo. El fierro brilló en la oscuridad y ví de repente pasar las postales más felices de mi vida. Mamá ponía un disco de Jorge Cafrune, papá volvía caminando del hospital, Nico pintaba con un aerosol nuestros nombres en el paredón del fondo de mi casa, sacudíamos los delgados postes de la avenida central hasta apagar la lumbre, corríamos para salvar el pellejo en una callecita llena de perros salvajes, renunciaba para siempre a ser un empleado público, ponía en el sobre una carta manuscrita, me pasaba una tarde completa leyendo a Roberto Bolaño, lamía los dedos de Rosario Castellanos, decía no, cien veces no.

Comments on "Cara de luna"

 

Anonymous Anónimo said ... (22/8/05 23:28) : 

eso de andar al borde de la vida, me gusto.- no te pases de largo que aun nos tenes que dar mucho. mucho más.-

 

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