Jade May Hoey

1974-2004

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1.8.05

Los feos nos peinamos de memoria



A propósito de un simple comentario de Beatriz Vignoli en kaputt y de los dictados de mi perplejidad subyugada.







1.




Qué mala costumbre. Esclarecidos sobre el sin remedio de la fealdad ni siquiera nos da por la resignación, que podríamos considerar en este caso una cualidad derivada de la sabiduría, sino por la llana indiferencia. Hemos preferido no detenernos ante aquello que no podemos modificar hasta borrarlo por completo de nuestras preocupaciones.
Me atrevería a decir que en cierta medida el problema no es la mala manufactura del peinado sino que nunca falta el estómago resfriado que nos lo hace saber aunque no se lo hayamos preguntado. En tal caso nos da por la ira, mostramos la hilacha, nos volvemos una porquería al cuadrado.



2.




El recuerdo viene a cuento de Cromañón, los muertos que se calcinaron allí mismo y los otros, los que habitan algunos de los ámbitos que antes, pero ahora devenidos en fantasmas que no se hacen a la ley de la nueva vida que les nació el último día del año pasado y lloran su pena cuando otros ríen, o les da por soñar demasiado fuerte y coquetear con las cornisas, vamos, que se han quedado más de aquel lado que de éste. En la fugacidad que puede haber durado su tiempo entre las llamas se acomodaron a la idea de que ya no contarían el cuento y entonces están amputados del instinto de seguir viviendo.
Y a cuento de esos muertos que somos nosotros, los que estamos resueltos a olvidar, borrar en absoluto todas las máculas y chamusques y huir a todo lo que nos den las patas de la escena del crimen.
Qué lástima. Con todo el dolor del mundo, la sangre de los que han muerto no sirvió para nada. Si las cosas pasan tan rápido que hasta parecen fundados los reclamos de los que en enero se quejaban de que en Buenos Aires no había ningún lugar para salir a bailar. Qué lo parió. Ni dos semanas de duelo. Y los empleados de discotecas furiosos porque si no se factura, no se cobra y a quién le importa trabajar en la mismísima caldera del diablo si lo principal es llevar un plato de comida a la casa.
Perdón por el abordaje irónico. Es claro que me detengo en los personajes secundarios de esta historia porque no soporto ver a los ojos a los protagonistas estelares. Claro, yo me peino de memoria.



3.




Hace unos pocos días un amigo contaba una historia, algo enderezado a explicar de qué está hecha nuestra sociedad de mierda, bah, eso que siempre hacemos con nuestros amigos aunque estemos juntos por un cumpleaños, comiendo pizza y tomando cerveza. Siempre tenemos a mano una historia que explique la otra historia, la que debería llevar mayúsculas pero no se las ha ganado.
Contaba el caso de un pibe, dieciséis años, que había abandonado la escuela, molesto por la sociedad para la que se lo preparaba. Todavía no logro hacerme en la cabeza la imagen de esa escena familiar. En casa yo nunca tuve razón y si la tuve, me encargué de evitarle a mi padre mayores escozores. Algo había dentro de mí que me hacía suponer que mi responsabilidad de hijo era aún mayor que la de mi padre a la hora de delimitarme una visión del mundo. No creo haberme equivocado tan radicalmente. El tiempo se aceleró demasiado para los recetarios paternos del siglo pasado. El traspaso de esa información debería ser a través de la sangre, mediante inyecciones periódicas que actualicen los datos. Ya no nos alcanzan las peroratas, las currículas de la escuela ni los buenos ejemplos. Nada nos es suficiente para entender.
Sí puedo imaginarme cómo hubiese reaccionado yo padre si el pibe me dice que quiere ser músico, ser como Callejeros. Probablemente ningún padre de hoy esté preparado para oírle a su hijo proclamar su vocación artística, por lo menos no para beberla de un solo trago, no encaja demasiado en el esquema pequeño-burgués venido a menos. De lo que estoy seguro, es de que yo le hubiese roto el tabique nasal de una piña. Qué hice tan mal para que vos pienses que ser como Callejeros es ser músico. Cuando yo era chico, hace no tanto por suerte, nunca pude entender que alguien se cortase las venas por los Redonditos de Ricota. El movimiento de masas, las tentativas teofilosóficas no enervan la pobreza de la música, al menos eso pensaba yo cuando tenía dieciséis y no es que yo escuchara a Mozart precisamente.
Pero el tiempo pasa para todos y para un borrego de dieciséis años los Redonditos de Ricota son más una leyenda urbana que una banda de rocanrol. Tal vez hace una generación éramos menos materialistas, menos conscientes de la urgencia del paso del tiempo y no nos preocupaba investigar para escuchar a los que de veras tocaban, esos que eran de culto cuando nosotros recién aprendíamos a caminar en detrimento de la cosa contemporánea, la inmediata. Era más fácil. Conseguir discos era caminar cuadras, arremangarse, negociar, otro arte. No había MTV, rock & pop, reality shows.
Sí, exagero. No es Callejeros el culpable de que el cadáver de la esperanza argentina apenas se arrastre, un poco por el esfuerzo de varios millones que la sudan y otro poco por una inercia inexplicable. Sin embargo hay una idea perversa que germinó en ellos, como en muchos otros, que posiblemente no sea todo lo nueva que las circunstancias requieren y que nos lastime demasiado como para mirarla a los ojos. Todos queremos hacer guita sin laburar. Lo más fácil es ser artista. Ya no importa crear, con copiar decentemente va a estar bien. Conviene ser popular, el producto ya no le interesa a nadie; este es el tiempo de las marcas. Entonces soy Callejeros, Ferrari, Bucay y parece que soy transgresor, antisistema o tengo razón porque la mayoría piensa así. Es arduo asumirlo. Todos somos arribistas. Mejor no mirarnos en el espejo. Mejor peinarnos de memoria.



4.




Todo estaba mal desde antes. La fatalidad que todo lo desencadenaría no sería nunca producto del azar. Demasiada suerte tenemos los argentinos. Hacemos las cosas tan mal que parece que cada acto respondiese a un plan sistemático de auto-destrucción y sin embargo uno se levanta a la mañana, abre la canilla y oh, el milagro! sigue saliendo agua.
Tenían que juntarse todas las desgracias. Mamás de catorce años que no tienen quién les diga que no es bueno llevar bebés a recitales de rock. La masa fervorosa que gusta coquetear con el peligro y no tiene dos dedos de frente para sospechar los efectos de la pólvora (sí, de la pólvora sola, sin necesidad de mediasombras que se prendan fuego) en un sitio cerrado. Los subnormales de la banda de rock que quieren hacer plata, mucha plata, lo más rápido posible, y si o dos o cuatro mil los que van es lo mismo, con tal que la recaudación sea constante. La armada estatal que no toma siquiera la prevención de hacerse notar diciendo: arriba las manos, esto es el estado, nadie se mueva.
Sí, duele ver a esas mamitas porque somos nosotros mismos, y también los que en patota nos creemos inmortales, los subnormales armados de una guitarra, los bomberos que se sobornan con un sanguche de milanesa y los funcionarios, un poco más sofisticados, que cobran mediante leoninas participaciones societarias y puntuales distribuciones de dividendos.
Rompan los espejos. No soporto mirarme.



5.




Y el dueño de ese circo libre, y cuando digo dueño debo decir: propietario, gerenciador, locatario, cabeza de turco, mandatario, factor o testaferro de alguna de las sociedades precitadas.
A ver si nos entendemos de una vez. A ver si alguien lo dice. No va a haber justicia. NO VA A HABER JUSTICIA.
La justicia es imposible. Hay quien lo quiere matar con sus propias manos, hay quien prefiere valerse de mayor tecnología. Hay otros que simpatizan más con la idea de darle una sentencia, con todas las de la ley, pero a muerte. Otros, prefieren que le den lo máximo que permite la ley penal pero quieren que hable, que enumere los nombres de la infamia, qué funcionarios se dejaron sobornar, cuáles lo exigieron, cuánta fue la guita. Algunos verían complacidos que caiga el gobierno. Otros le tienen más miedo a las alternativas que el mercado político ofrece.
Nadie dice que es casi imposible que puedan probar que en esta masacre hay un homicida. Hay negligencia, es claro, la hay en todas las variantes posibles y de muchos de los actores que se mencionan en los medios de comunicación e incluso de otros que la prensa oficial prefiere callar, pero no hay dolo, nadie tuvo intención de matar. En el mejor de los casos, Chabán será culpable de estrago culposo y en poco tiempo estará libre definitivamente. Siendo el mayor responsable, cabe suponer sanciones mucho menores para el resto de los involucrados.
El negocio es el juicio civil. Siendo unas dos mil las víctimas, es fastuoso el negocio jurídico que se montó. Mediando responsabilidad solidaria siempre se agrede el patrimonio del socio más solvente, el fisco, que pagará puntualmente (y de hecho así lo venía haciendo) a los letrados, y tal vez en diez años y con bonos termine de pagar a las familias víctimas.



6.




Hace unos diez años, cerca de Puerto Madryn hubo una masacre de este tenor pero a pequeña escala. Diez, veinte, treinta chicos, ya no me acuerdo cuántos, todos ellos de muy corta edad, fueron devorados por el fuego de un incendio rural. Eran aprendices de bomberos que salieron, sin mayor preparación, a cumplir con dignidad su condición de servidores públicos. Acá el viento es muy puto y tuvo un cambio brusco de dirección. Les hizo una encerrona de la que no tenían forma de salir sencillamente porque ellos no debían estar ahí.
Nunca hubo culpables. Hace un mes o dos leí en el diario que se empezaría a pagar la indemnización a las víctimas, en cuotas, con bonos, diez años después.
El dinero no arregla nada, pero al menos te da la chance de juntar tus cosas y buscar otros rumbos, otras calles que no te recuerden a sus caras, otros pibes que todavía puedan sonreír.



7.




Los feos nos peinamos de memoria, decía Beatriz; eso en el mejor de los casos. Muchas, muchísimas, demasiadas veces, no nos peinamos.

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