Jade May Hoey

1974-2004

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16.7.06

Caminan abrazados por las veredas angostas y yo trato de esquivarlos, me bajo a la calle, pongo segunda, ella le da a él un golpecito en la espalda y después hunde la sien contra su pecho, yo camino rápido, como si el mundo estuviese a punto de terminarse, que no el mundo pero si estas piernas lánguidas de la convalecencia, que no soportan estar en posición de firmes más de diez minutos sin que les venga el deseo de bajar la guardia. Los dejó atrás y con la nunca los miradivino dándose besos que no son besos sino pequeños sorbos. Estiro los pasos con tal de quitarlos de mi vida lo más rápido que pueda y al doblar la esquina me encuentro con ellos. Bah. Puede que sean otros, no podría asegurarlo. En algún punto se parecen. Rellenitos, vestidos con trapos multicolores, los ojos chiquitos como si tuvieran miedo de la luz del día, o de los ojos que sólo pueden ver con la luz del día. Pero tal vez fuesen otros los colores. Tal vez ella viniera sobre la derecha y ahora sobre la izquierda. Y ahora es él que le hunde la mano en el culo y ella que salta como un resorte para darle una bofetada. Una tibia bofetada que muere antes de nacer. Que se hace caricia. Y se quedan ahí, interrumpiendo mi urgencia, atascándome las fosas nasales con un río amarillento, con un trueno que me nace desde los fondos y me arde en la boca.

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