Jade May Hoey

1974-2004

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30.9.04

Cuando llegan las dos de la tarde suena menos aterradora aquella frase anotada por casualidad. La vida transcurre detrás de un vidrio. Es el uno quien la ve girar con en su absurdo, en su hipocresía, en su inmunda complacencia. De este lado, el uno va creciendo en recuerdos, en promesas, en materias intangibles, eventuales, que sin embargo lo van cercando, lo oprimen contra esa muralla tan transparente como insalvable.

La tendencia a confundir vecindad con cercanía lo tienta a sospechar que es el vidrio el que viene al encuentro de su nariz, dicho de otro modo: está tan convencido de su ineficacia para la acción que se siente invadido cuando en realidad es él mismo que ocupa más lugar.

De ahí en más, cada razonamiento es un reproche, por ejemplo pensar que el uno se ha pasado la vida sin decidir nada por sí mismo. Como si tratándose de un programa de Microsoft estuviera configurado en la versión utilitaria, escogiendo todas las funciones por defecto. Todo una manera de saber que nada de lo que le pasa es causada por su acción sino su triste antagónica: la omisión.

Por eso es tan seductora la nada.

¿Por qué el futuro vive tan lejos de mi calle? ¿Es que hay que tomarse un avión para que la ilusión no sea ilusoria? ¿Y si la maleta es demasiado flaca?

29.9.04

No debiera permitirme esos arranques de delirio pero a veces no hay modo de actuar cuando la inmundicia acecha y golpea donde más duele y vuelve a golpear y apenas si de cuando en vez da una leve tregua, se aquietan los temblores de la víscera, se momifica el miedo, se comprime y ahí de nuevo otra estocada y otra y la voz podría salir ronca pero hay un orgullo, una cierta mentira erigida con mucho esfuerzo, que es la que da la orden de callar, de guardar en una cajuela esa cosa que el cuerpo desea vomitar, ese malestar agravado por ser concreto, esa multiplicación de la elocuencia, la viscosa erupción de la vergüenza, el tormento que va y viene como un preso en su celda que masculla bronca cuando nota que el peso de las horas no acaba nunca de caer en sus espaldas y sin embargo eso que late se astilla y vibra cuando desea dormitar y miente cuando quiere escupir y deja marcas de sus uñas en la pared y después se arrepiente de saberse reproducido en ellas y ni siquiera puede ampararse en el olvido, bueno sería, qué tanto, un cápsula de olvido antes de cada comida, quizá la ilusión de amargar a la amargura, cercarla en el rincón y lapidarla.

soliloquio

¿Cuándo habré decidido que ya no volvería a pisar el consultorio de un médico? Tal vez ha pasado el tiempo suficiente para acomodarme a la idea de no haber ido jamás. Pero he ido alguna vez, empujado por las circunstancias y el brazo de mi madre.
De chico me daba asco ese apego por la perfecta higiene, esa negación de la individualidad disfrazada de ropa ligera. Algo de eso tiene la culpa de que yo no crea en ellos. No creo en su poder de curarme y sé que no o harán. Un puñado de veces fui a lo de doña Pérez a que me cure el empacho y nada. En aquellos entonces me gustaba imaginar que era el poder de mi mente el que levantaba un bloqueo, me amparaba de las fuerzas extrañas.
Pero Luciano, que es un pibe moderno, me cuenta que las cosas ya no son como yo las cuento. El se ríe, cree que bromeo cuando le digo que ir al oculista era casi peor que visitar al odontólogo, que te hacían leer unos letreros después de abrirte los ojos por la fuerza para alumbrarlos con una linternita. Mi dios, qué tortura.
Los litros que habré llorado cuando se acercaba la fecha de la consulta con la doctora Climent. Lloraba en el consultorio en abierta lucha contra la linterna. Y finalmente lloraba ante la consumación de mi derrota, pero estas eran otras lágrimas, gruesas, resignadas, desnudas de sollozo.
Yo nunca había visto a la doctora Climent. Cuando tocaba mi turno entraba cabizbajo y al sentarme no hacía otra cosa que mirar el letrero. Respondía a las preguntas, pero siempre fijando mi vista en cualquier punto ajeno a la doctora. Ella tal vez anotaría algo, charlaba con mi madre y yo buscaba con urgencia la puerta y me iba sin decir chau.
Eso fue hasta que me sobornó. Fue una tontería, una caja de lápices de colores. Eso era a cambio de no volver a llorar. Me los dios y llevó su mano al pie de mi cara, la irguió y ese medio segundo duró lo que tarda la lluvia en tocar el suelo. Mi vista dejó sus zapatos, se deslizó por sus medias negras, con parsimonia dio en el delantal que acentuaba una cintura muy delicada con un cinturón como un moño. Fue paulatino y fatal como un amanecer.
No hubo más visitas a la doctora y si las hubo creo que no me dio por llorar. De todos modos el cinturón que la ceñía se grabó en mí y durante muchas semanas me pregunté como había sido posible vivir de espaldas a algo como eso. América, una revelación, siempre había estado ahí, esperando al que la descubra y después nuevas hambres, sobornos, basta de llorar.
Pero cuando vienen las enfermeras ya no me resisto. Quiero sanarme y no verme en el espejo.
Yo no sentía deseos de tirarme hasta que vi la ventana.

28.9.04

Días en que uno se para el borde la renuncia, contempla el precipicio con un solo ojo y empieza a respirar con apuro. Excepto que descubre que para misia Peel el engendro resulta provocador incansable, espejo inquisidor y multitextual y comprueba que hay cosas sencillas que no tienen ningún precio.

excepto

Días en que al vecino le da por tirar su casa abajo apenas armado con un martillo pero qué más da. Aunque fuera una flaca gota de canilla ese golpecito llega en un momento inoportuno, porque uno ha decidido acostarse a dormir una siesta. Larga y profunda. Quizá la muerte. Claro, porque si pudiera hacerlo uno se habría sacado de encima el cuerpo como la camisa y lo hubiese dejado colgado ahí, a la espera de que caiga el sol y se haga la hora de la reunión.
Días en que en la siesta uno sueña y le da por soñar que un perro le muerde la mano. Pero despierta del sueño y en realidad la cabeza ha escogido por guillotina la boca del león, pero se escapa de ese sueño también y cae en la cuenta que se está cocinando a fuego lento en las fauces de un dragón.
Días en que uno se descubre poseedor de varios corazones y comprueba que el único modo de saberlo era éste: sufrir de un ataque simultáneo, un infarto con puñalada con síncope.
Días en que uno planea un cuento fetichista. Pongamos El nacimiento de la cintura. Pero cae en la cuenta de que a las musas no les gusta la música de martillazos ni el bigote chamuscado ni los corazones multicéfalos.
Días en que uno prefiere escuchar a los idiotas, hacerse el torero con la chúcara ceniza del último faso del mes.
Días en que se derrama el café, la yerba no entra en el mate y prefiere el piso, se humedecen los papeles.
Días en que el único modo de salir en el diario es convertirse súbitamente en asesino serial.
Excepto la luna de caramelo secundada por un cielo incierto.

27.9.04

La evolución no es transcurrir sino multiplicar y yo no sé muy bien cuál fue el día en que mi letra se hizo palabra, pero sé que pronto la palabra fue una línea en una agenda, un rastro, un señuelo y después exploté en un montón de textos, un hipervículo, y de ahí en adelante dejé de ser el tipo que era, el corriente de carne y hueso que saludaba a la gente estrechando diestras y sonriendo para convertirme en un engendro textual, la exégesis que no prevén las combinatorias que supe estudiar. Y tal vez ese primer día me colé por la ventana como el viento que no me pide permiso pero hoy soy la ventana caprichosa que sólo permite que pase la claridad como una esperanza. Y que estoy contento y que me gusta que se sepa.

indiferente

Súbitamente vació de la botella su último resto. La apartó de su vista y se concentró en el crepitar de la espuma que pugnaba por ganar la calle y salpicar el mantel. Bebió en pequeños sorbos su sábado y al dar las doce sintió en su garganta la puñalada de las agujas del reloj. Pensó que quizá ya fuera hora pero el pensamiento cargaba un vaho de pena. Tomó los libros. Eran tres, de tapas verdes. Los apiló frente a sí. Los levantó para sentir en las manos su peso, como una cruz. Abrió en el primer libro una página cualquiera. En letra nerviosa leyó “tuyos”, “nuestros”, “nunca”, ”ya no la quiero”. Impedido de continuar lo cerró y lo alzó hasta su cara. Lo acarició con su barba desdeñosa y al hacerlo cerraba los ojos.
Acató la orden interna de ir a la cama. Se sintió solo, avanzando a gatas, abrigado por una piel que sentía ajena y agradeció a los dioses que la puerta de la habitación estuviese abierta. Saltó obre la cama y se echó sobre la almohada como si se tratase de un nido, de un trono conseguido a hurtadillas, un lecho tan cómodo como el regazo de una madre. Fiel a la rutina, buscó la mejor posición dando un par de vueltas, ronroneó como si alguien lo escuchase y se hizo un ovillo de pelo durmiente.
Lo despertó el sol del nuevo día que ensanchaba las fronteras de la ventana. Se sintió salido de una pesadilla extraña y se preguntó por la cobija. Se desperezó como si le importase y tanteando en la campera encontró los cigarrillos. Encendió uno y se asomó a la ventana. Un gato circunspecto se lavaba la cara, indiferente.

26.9.04

el séptimo portazo

No todo soldado que huye sirve para otra batalla. A algunos les falta estatura para un partido de bolitas, entonces leen lo que no hay, ayer como hoy, y sé que también mañana; al cabo no tienen cura. O sí, algún convento mormón, pero no, ahí también (se) arrugan.

Los domingos tienden a deparar la explosión de la resaca. No es sólo la del sábado, que acaso padezca de la fatalidad de ser la gota que rebase el vaso. Está la otra, la resaca de haber vivido de espaldas a la realidad. Y qué culpa tengo yo de arrancar una hoja más del almanaque y que enseguida caigan encima para convidarme el brebaje radiactivo. Sí, tengo la culpa de no haber querido y qué, cuál es el problema. Si al menos tuvieran el valor de mirarme a los ojos cuando hablan y no ofrecer por todo argumento un portazo... Pero no, todos burdos caprichos de infante mal criado. Quizá en la semana tenga el coraje de reclamar algo y tal.

Es la vida, che. Está tan lleno de farsantes que la condena es estar obligados a seguirles el juego y salir a corretearlos después del portazo, pero a mal puerto han llegado conmigo y en mi cajón tengo un inventario de razones que no voy a dar a luz sólo porque soy un caballero aunque los farsantes no se lo merezcan. Alguna nobleza obliga.

24.9.04

Introito a la Protoliteratura

El buen día se conoce desde la mañana dicen algunos que creen saber. De ser así, mi suerte está echada desde hace muchos años. Debo confesarlo: a mí la literatura me engañó.
En la escuela me enseñaron que los poetas eran tipos como Neruda, que deponiendo pastiches almibarados se ganaban chicas y quién sabe sino la fama, el dinero, la agregaduría cultural en nuestra embajada en Bélgica.
Pero no. Ni Neruda era poeta, ni imitar esas cursilerías me deparó mucho más que un cesto de papeles arrugados que ni el basurero quiere llevarse. Para colmo de males no aprendí ni métrica ni versificación y fui humillado por maestras que no hacían otra cosa que reprenderme.

Qué le pasa, Mayer. Usted tiene talento para sobreponerse a estas adversidades que, después de todo, convengamos que no son tan graves. ¿Sabe una cosa? Es mejor que se vaya olvidando de la poesía, mejor detengámonos en la narrativa, en su narrativa. Usted cuenta sus historias como el culo, a sus relatos les falta tensión, todos sus personajes se peinan con raya al medio como usted. Sin embargo, también hay que decirlo, es notoria su capacidad para hilvanar ideas. ¿Por qué no explora el ensayo?. Tómelo como una sugerencia, eso sí, va a tener que leer mucho, documentarse, esa no es tierra de autodidactas. Bueno, en realidad no es para cualquiera, pero fíjese que con la profesora Rebagliatti nos reímos mucho de una cualidad suya. La llamamos la argumentabilidad demoledora del alumno Mayer. Créame que nos da mucha risa la tenacidad que usa para justificar sus actitudes irresponsables como un gato panza arriba. Ahora vaya, tiene un siete.

Quince años después sigo en la porfía principalmente porque soy soberbio, testarudo y mi nombre tiene cinco letras, igual que mi apellido y una gitana, a cambio de unas pocas monedas, me dijo que por ello tendría facilidad para subir las escaleras que llevan al poder y la gloria.

Pero todo eso ya es parte del pasado. Ahora es la protoliteratura: todos los autores son personajes de una obra inabarcable que aun no termina de escribirse. Huelga decir que eso constituye un avance respecto de la literatura tradicional: antes el lector se encandilaba con la letra muerta (que lo diga yo que durante tantas noches he amado en sueños a Margarita Gauthier); ahora mira de reojo un corpus vivo, viscoso, mutante y a veces se descubre enamorado de un personaje de carne y hueso al que sólo accede alumbrando su senda por una loca fe hecha de mentiras piadosas. Todo para ver en las rimas consonantes un pecho generoso, un guiño en los puntos suspensivos, en cada cursiva un mensaje encriptado sólo para él.

De cualquier modo, me resta seguir investigando el código secreto. Yo que tan afecto soy a faltar a mis promesas, les garantizo que comunicaré las novedades que surjan. Entretanto baste decir que el que haya descifrado el código antes que yo será mi héroe.

De mentiras, vascos y epitafios

Uno de mis amigos es mi amigo básicamente porque es flor de mentiroso. Ya sé que con él nunca seremos socios ni que puedo confiar en que pagaremos a medias la cuenta en el bar, pero no es que eso me preocupe de veras. Quizá la escuela económica haya hecho mella en mí y yo ante cada circunstancia que me toque enfrentar pondré los costos y los beneficios en la balanza y a resultas de esa compulsa decidiré. Y con él me pasa que me gustan mucho sus mentiras. No sé cuánto tiempo le demandará la elaboración de cada una, la selección, su ingreso a la base de datos, su integración al tejido de mentiras que me ha contado antes y de las mentiras que apenas son boceto. Pero tengo asumido que es una artista cabal aunque el se jacte de ser licenciado en ciencias políticas. Todo en él es un inmenso fraude, una pegajosa telaraña de ardides y uno que lo escucha es una mosca que carga con las costas del ejercicio. Eso que otro miraría como un defecto de una dimensión tal que justifica su internación en un hospital neuropsiquiátrico para mí es mejor que jugar al póker porque el juego no termina cuando él se va, sino que puedo apropiarme de sus mentiras, hacerles una ligera corrección y hacerme pasar por experto en otros foros.
Alguna tarde de estas que han pasado intenté llevar la charla a cauces menos artísticos y creí oportuno charlar de la familia y no tardó en sorprenderme cuando me reveló la longevidad de sus antepasados. Qué sé yo respecto de las razones que puedan llevar a una persona a vivir muchos más años que el común de las viejas de su barrio. Sospecho que habrá, sí, alguna cuestión genética, algo relacionado con la vida que ha llevado, los lugares en que ha vivido, en fin, lo que dicta el sentido común, es decir puras sandeces. El no se inmutó al culpar a la sangre vasca y ahí sí que me quedé de una pieza. Según tengo entendido los vascos que han venido por acá no se han caracterizado por su inteligencia precisamente sino por ciertos modales torpes e intransigentes, algo que nadie les envidiaría.
-No, macho, nosotros somos gente de cuero duro, eso sí, pero tenemos un secreto: sólo nos cruzamos entre vascos.
Francamente no me pareció un argumento esclarecedor ni nada por el estilo, pero yo con un vasco no discuto. Debe ser por eso que viven tanto.
Tuve que retirarme de la reunión. Lo hice previo realizar el desembolso de la adición y mientras nos estrechábamos la mano hubiera querido decirle que no le encuentro el sentido al pan con pan. Pero afortunadamente antes de decir nada me acordé de que hay mucha gente que es partidaria de los apareamientos intrabarriales, todo sea por conservar la estirpe del barrio, aunque más no sea Villa Ortúzar.
-Los trapitos sucios se lavan adentro -me dijo mi madre.
-Todo bien, madre, pero por qué razón cuando se les infiltra uno de Haedo no pueden disfrazar su derrota y…
-… pero la concha de la lora, me quemé del dedo.
-Eso es lo que dicen!
-…las viejas, querido. Eso sólo lo dicen las viejas.
Mi madre debiera escribir epitafios.

des-dicha

¿Toda la verdad está para ser dicha? ¿y entonces por qué la desdicha?
Si hasta parece mentira que ese pequeño gozo al que llaman dicha se superponga con la versión femenina (oh!) del participio pasivo del verbo decir como si lo pequeñamente bello que pueda mordernos los talones en el momento menos pensado pudiera ser menoscabado en tanto no fuese puesto en palabras.
De literatura sí que no sé nada en absoluto y lo peor es que ni siquiera me he preocupado en aprender nada pero una vez alguien me dijo que escribir, esto de poner en palabras lo que no se puede decir, de articular sensación con razón como si de una fe se tratase, no es otra cosa que armarse en el silencio, un poco como practicar esgrima a golpes de nariz. Tampoco creo que lo haya aprendido -para no variar tengo la cabeza demasiado dura-, pero cuánto celebro ese recuerdo.

23.9.04

Pequeño elogio de la noche

La seducción está hecha de misterio, al menos como a mí me gusta entenderla. Por eso la preferencia por la noche sobre el día. Por eso y además porque no se me ocurre bien qué es lo que pueda pasar a la luz del día y ser verdaderamente digno de verse, gozarse y reproducirse, no digo tonterías tales como tener un trabajo digno, sentarse a leer poesía en la plaza o jugar a la pelota con los amigos de la infancia. Hablo de lo que luce grande a los limitados ojos de los hombres. Sólo por darle el gusto a los que prefieren los nombres propios pongamos: mentar una conspiración revolucionaria, regar las llanuras con saliva y ver crecer los brotes que quieren pinchar al cielo, alumbrar el pensamiento con la brasa de un cigarrillo, apagar a patadas las farolas de la calle, meter los pies en un charco de agua sin enojo, atacar al bosque haciéndole cosquillas, peinar sin método la pradera, dejar que la lluvia penetre y encandile oído, nariz y tacto.
Por eso también el odio a las sombras, un odio que no es visceral sino apenas una mutación del temor. Y ya no hablo de esos temores que asaltan a las almas burguesas cuando pretenden conciliar el sueño o, mejor aun, descifrar las causas del insomnio, y arguyen divisar entre las sombras la voz de algún pariente muerto o sienten un espasmo que se extiende de pies a cabeza de sólo figurarse que están en los umbrales de la adultez y aun no han alcanzado el vano, el flaco triunfo de casarse y tener una familia como dios manda, un guardarropas surtido, una biblioteca inabarcable, una empleada doméstica para descargar rigores... Hablo del temor grave, el de no haber vivido ni una pizca.

No es sencillo de explicar. Quizá el asunto pueda atacarse diciendo que mi vida diurna me condena a la impostura. En cada cosa que hago me hago pasar por. No es que no me divierta convivir con estos equívocos pero no es tarea demasiado grata la de arrancar el día muy temprano en la mañana tejiendo el guión cotidiano. Sería preferible que la función comenzara por la tarde y mis hambres (en este caso voy a limitarme a las elementales) estén salvadas honorablemente. De otro modo siempre el guión del equívoco (para apegarme a la verdad sustituir por la errónea ejecución de un rol que no me pertenece) multiplica los equívocos y cada día, a la hora de embarcarme, siento en mí que el ahogo de la pereza me impone una pesadumbre que sabe a rigor mortis.

Cada vez que he dicho adiós me ardía el sol en la cara o extendía su aura levemente acolchonada por las nubes. Y decir adiós no es algo que me enloquezca como le sucede al resto de la gente, para mí es casi cosa de todos los días. Es decir, superado cierto umbral de la vida me bajé de mi pedestal de semidiós y empezó a dolerme un poco la cintura, después vinieron las jaquecas cada vez más intensas, un día no pude reponer el par de lentes que había destrozado y a partir de allí mi vida, o esto que doy en llamar vida por mera comodidad de ajustar un significado a una sola palabra gambeteando tenazmente a las explicaciones y a las retractaciones, el caso es que, según decía, los días empezaron a apisonarse y di al fin con mi lado flaco, la casi certeza de que un final honorable me espera a la vuelta de la esquina y yo aquí con el pescado sin vender. Entonces decir adiós es algo que me sale mucho más fácil que decir buen día y que pedir perdón cuando esta tos insistente apuñala lo que quiero decir y la cara me enrojece como si convocase a mi interlocutor (vaya y pase) o a cualquier transeúnte a darme palmadas en la espalda y a untarme la frente con paños fríos. Pero nunca me desdije de ningún adiós. Cada uno de ellos tuvo una razón diferente, muchas veces reñida con la verdad, pero también la profecía autorrealizada de que ya nunca daría con esa persona de la que me despedía, al menos así como la conocí, así como la inventé o la invité a que participara de esta tragedia de pocos recursos, un actor de reparto que se luce en un par de intervenciones jocosas ganando fácil el aplauso pero cuando se va por un pasadizo de la escenografía nadie echa de menos. Es tan fácil decir adiós, yo no sé por qué la gente sólo le dice adiós a los muertos.

Desde que iba a la escuela primaria tengo por cierto que uno crece cuando duerme. Por eso muchas veces me cuidé de juntarme con amigos peligrosos y andar trasnochando, no fuera cosa que nunca alcanzara el metro setenta que tienen todas las personas decentes, pero durante el día qué. En ese tiempo fue la escuela, más adelante las clases en la universidad, pero a mí nadie me saca de la cabeza que lo mejor siempre fue después de la noche. Si daba gusto asistir a las clases del turco, que sólo tenía ojos para la turquita de la primera fila y ahí nomás se inspiraba y te contaba la teoría del organicismo que el Dante era un poroto y de los feos. Siempre fue la noche. Las mejores horas de lectura, los párrafos más felices, los feroces silencios contemplativos con la muchachada en la vereda de la calle Alberdi en la época en que degustar Un plato lleno de secretos era algo así como ponerse un mameluco de puro algodón y los dedos de cirujano descifraban las mejores partituras desabrochando breteles y tapando bocas quejosas.

Nada mejor que la noche, que la noche con un vaso de vino, un vino tinto que parezca sangre, que turbe la sangre cuando la paz quiere aquietarla. Plin.

22.9.04

Acerca de

¿Qué carajo pasa que cada día los blogueros se preguntan cada vez más por el fenómeno blog? Yo creo que la manía autorreferencial es una oleada que se tiene que ir pronto a joder a otro lado.
Los argentinos de moda se jactan de una cierta argentinidad que apenas si está hecha de un puñado de apellidos que pensaron más en su propio molino que en la huerta comunitaria. Así como la televisión habla cada vez de si misma, la literatura es una suerte de metaliteratura en tanto que ya no habla de otra cosa que no sean libros. Libros artefacto, libros consuelo, libros de libros, libros utensilio de cocina, libros ganzúa, libros féretro. En los libros de hoy se habla poco de la vida común y corriente, como si todo pasara en los libros y el que escribe debiera sentarse en el cómodo sillón del crítico y ensayar nuevas corrientes, exprimiendo la naturaleza de los adjetivos hasta alcanzar el neologismo, apelando a los nombres rimbombantes para acabar desdiciéndose un par de libros más adelante cuando no en la página siguiente, vaciando de contenido lo que debiera ser ya no útil sino cuantimenos no estorbar.
Con los weblogs pasa algo parecido.
Podría encarar una explicación detallada del fenómeno, ponderando la opinión de expertos, las nuevas formas de comunicación, la humanización de la máquina y la consecuente lasagnización del sujeto, pero no. No sigo porque mi fuerte no es precisamente la elipsis y si realmente me diera el cuero para escudarme en la elipsis para mis adentros sabría que soy un cobarde que no puede señalar con el dedo a nadie. Si lo pienso un poco, diría que es un mandato ético no perder demasiado el tiempo desdeñando al que se da el lujo de escribir un poquito distinto. ¿O es que acaso hay que hacer caso de las normas IRAM que dicta un establishment? Yo no creo verdaderamente que la patria escrita sea la que nos ha legado un país hecho pedazos como éste que ahora cargamos como una hipoteca, pero hay actitudes que le dan forma a la cultura y la cultura sí que es la culpable de esta apoteosis de la miseria. ¿Por qué el hábito de la agremiación, el afán de éxito individual amparado en la conducta corporativista? ¿No es eso de lo que se quejan los que luego se proclaman excluidos?
Sirva la presente para encomendar la tarea de dictar el nuevo código de conducta blogueril a los partidarios de la caricatura.
Quizá Caloi por las noches se sueña Klimt, quién te dice.

primaveras

Hasta no hace demasiado tiempo me daba por pensar en el mito platónico de la caverna para detenerme en las sombras, pobres imitaciones de la noche, estirando hasta deformar las imágenes que recibimos y procesamos tratando de elucubrar los porqués del destino (¿o será mejor desatino?). Pero acá y ahora, a noventa minutos del equinoccio que nos eche de lleno en el hemisferio austral a la primavera, y aunque eso no sea más que una abstracción, una excusa, una convención como tantas a la que nos hemos acostumbrado, me pareció propicio pensar en la luz, la madre de esas sombras. Acaso todo sea culpa de una visión que no por ser demasiado real deja de encarnar un designio poético o de una misión que por titánica que pueda ser no pierde su encanto. Sea por lo que fuere, me maravilla pensar que algo de esto que escribo pueda ser como la luz que entra en cuentagotas a la caverna, y que así lo entienda una sola persona aunque sean veinte los que a diario asomen sus narices a este mundo que me he inventado, lleno de pliegues melancólicos y polvo de otros hombres que han sabido mejor escribir estas cosas que de mi puño y letra son apenas tímidos balbuceos.

También pienso en el destino (sí, el desatino sería mejor por esta vez) que detuvo un par de ojos verdes en estas modestas palabras y en el impulso primero que fue el que echó a andar esta rueda, sin saber bien donde iba, como quien se aferra a la tabla de su navío y afloja brazos y piernas para entregarse al manso devenir de las aguas. No por caprichosa fue mala elección. Al contrario, a ese desatino he sido capaz de anudarme yo también, trocando el rol de tabla por el de náufrago, esta vez con los ojos y los oídos bien abiertos, presto a encontrarle una razón de ser a las escenas previas, las del desconcierto, las del mero fluir, las que parecían un vano intentar. Y es suerte que haya esperado hasta ese momento, que no haya escuchado la voz interior que marcaba la voz de alto, la señal de que era el tiempo de enfundar de nuevo la espada y buscar otro horizonte. Qué tonto. Todos los horizontes son uno solo. En esa delgada línea en la que caben todos los objetos, todas las policromías, todos los futuros posibles sin embargo hay sólo uno que será el cierto, el verdadero, el definitivo en la medida en que la historia pueda ser cierta para alguien que está de paso por estas soledades. Y en vez de ser muchos objetos, el futuro es una delgada línea, y nuestra huella no hace otra cosa que encaminarse a un módico punto.

Esos ojos también divisaron la duda. Se preguntaron quizá más de una vez si no sería ya demasiado el dolor de antes, pero no. La vida que nos queda no puede ser escapar porque en el mejor de los casos siempre tendremos al peor juez en nuestro pellejo y se agitarán en nuestra carne los fantasmas, lo que fue, lo que pudo ser, lo que es, lo que parece, lo que pueda llegar a ser si.

Si fuésemos capaces muchas veces de ser presas de ese empujón en las vísceras, ese que no entiende mucho de razones, que no pondera ni mérito, ni oportunidad ni conveniencia, si tan sólo por un momento nos diera por echar a patadas a los fantasmas de los otros yo que atesoramos en nuestro interior, yo estoy seguro, podríamos volar como pájaros tan sólo de representar en nuestras retinas la imagen de un nido. Y también podríamos ser agua, voz, sangre, cielo, primavera, pampa, farol de esquina, luciérnaga, uno.

Así las cosas, aunque demasiadas veces se abata sobre mí la calma que presagia la derrota, no puedo ni debo dejar a un costado ese momento, ese impulso primero, el que desordenó la grafía para decir que lo que venía era un amor absoluto y inútil. Sí: ese es el único posible, el único cierto, el único al que pueden aspirar los hombres. Sí.

20.9.04

Y pensar que el amor puede ser la mano que desgarra una sábana por pura ira a la que le da por estallar en la punta de unos dedos acostumbrados a rozar las mejores artes, a esculpir devotamente las telarañas que ciñen al resto del cuerpo con otro mundo, el mundo de lo real, el mundo en el que el sueño ha hecho su irrupción violenta sobre la mesa y ha vaciado el mantel de las cosas inútiles que supieron poblar una mesa y ahí los cuerpos a amarse movidos como una fuerza bruta, el uno remolcando al otro para arrancarlo de las llamas de un infierno lleno de gritos, el otro multiplicado en los dientes que se clavan en el labio inferior, cortajeando la piel como antes lo ha hecho la fiebre, la herida y como un gigante delante de un cortejo fúnebre la verdad que se impone y el poder se vuelve una hojita trémula, un perro con el rabo entre las patas sintiendo de antemano en su lomo la daga del verdugo que lo ejecuta, que después lo envuelve con una sábana rota, la que antes supo albergar la ira y ahora es un trapo sin color, una bandera, un alarido callado, la revolución como nuestros muertos han querido, el renacer de la tierra baldía, la mano que la inventa y el labio que muerde al diente.

las claves de la sonrisa

Cada vez que pongo mi pie derecho en el peldaño he de sentirme el más desdichado de los mortales. Despacho el bolso en la bodega para sacarme de encima el peso de las cosas que cargo siempre: el pantalón con el ruedo descosido, la camisa con un botón de menos, el cepillo de dientes que pide urgente recambio, Octaedro que no da más de tanto manoseo y en ellas quiero dejar algo de la congoja aunque sea por lo que tarde en completar este trayecto con rumbo al pasado, pero una voz microfonada me dice que he llegado de nuevo a casa, de donde nunca debí haber salido y papá me reclama que vuelva con todo a instalarme, que las cosas de a poco van mejorando y basta que él mencione esa mísera posibilidad para que en mi cabeza se sucedan las implosiones. Por qué no mejor un avión que corte el océano al medio y con ese puñal mi vida ponga a cero el cuentakilómetros. Y qué es de tu vida? Nada que pueda explicarse en un par de párrafos, apenas si para esperanzarlo me permito comentarle que no estoy arrepentido de nada y que si algo puedo decir de lo poco que he vivido es que nada ha sido en vano, ni el óxido de los clavos ni el barro de los zapatos. Terminada la charla sonrío. Si hay algo que siempre se me ha dado bien, eso es sonreír.

primera noticia sobre el Parlamento Universal de las Sensaciones

Qué hacer cuando el cuerpo es la sede del Parlamento Universal de las Sensaciones. Quién puede escribir en lengua castellana (o en alguna otra más idónea al efecto) el espanto de saberse escogido como lugar de tan magna reunión y sin previo aviso. Ante qué oficina interponer un recurso, decir que ahora mejor no, que quizá en el verano, que es poca la iluminación y escasean las sillas. A quién demandar por invasión de la propiedad privada. Cuál es el comité organizador que se mueve con estos aires de tiranía. Dónde reside la sensación presidente, que hoy tengo deseos de estrangularla con mis propias manos. Cuál es el mérito que tengo, cuál la norma que he infringido. Por qué esta elección caprichosa de elegir por sede precisamente el templo de los caprichos cuando hay tantos mejores lugares sin ir más lejos... Temo ser el culpable y que todos los tribunales apunten su catalejo hacia mí y que no haya lugar donde poner proa ni paraguas que me guarezca del chubasco. Es entonces que decido acatar el mandamiento aunque no lo consienta como quien se decide a vivir porque no tiene mejor cosa que hacer.

18.9.04

Me subleva el Atlántico. Más que casi ninguna cosa en la vida. Tan cerca y tan grande. Tantos litros de agua y tan cerca, acá, apenas a veintitrés kilómetros.

Bah, quería decir que me borro hasta el martes. No me extrañen. Ni me abarroten el correo con bombachas en remojo, que siempre vuelvo. Que estén bien.

17.9.04

fiebre molar

Cuando sea grande voy a ser predicador. Ya está decidido y de mi idea no me muevo a no ser que aparezca un tornado y me lleve a la Polinesia. No sé qué extraño estímulo mandibular es el que me lleva a pensar que en un lugar con bonitas playas, y mucha arena, muchachas desarropadas y señores con camisa llena de flores sea innecesario el servicio de los predicadores. ¿Qué se podrá decir ahí? ¿A quién puede entrarle en la cabeza de que haya que sufrir acá porque algo mejor nos espera allá?

¿Allá? ¿Dónde? Sí, el cementerio lo veo con claridad, tanto que queda a unas pocas cuadras de mi casa, que por desgracia es uno de los puntos más altos del pueblo, así que por las noches cuando me pongo a fumar un cigarrillo mirando la noche caer a pedazos puedo ver como los muertos comienzan a forzar las tapas de los cajones y se van a dar una vuelta por ahí. Casi lo escucho a mi tío Alfredo ahí, tratando de convencer a un muerto medio amargo Dale Cachito, qué te cuesta, no ves que la noche se te abre de gambas y sale Cachito un poco a regañadientes haciendo un supremo esfuerzo porque estoy seguro de que nadie de ustedes tiene ni siquiera la sospecha de lo que cuesta abrir un féretro por dentro cuando uno tiene las uñas tan crecidas. Debiera haber un servicio de higiene funerario más acorde a la realidad de los tiempos, un delivery cortaúñas. En realidad tío Alfredo fue siempre bastante salidor. El día que murió casi nadie se puso triste por él, casi todos lloraron por si mismos, por la infinita soledad que les clavaba dagas en cada resquicio de piel. El había vivido lo suficiente aunque fueran apenas treinta y tres años. Alguien lo habría notificado oportunamente de que su vida sería corta, entonces no se privó de probar todas las mujeres de la aldea, de sus alrededores y de sus interiores. Tampoco durmió más que lo estrictamente necesario y había tomado tanto vino que si le hacían algún análisis seguro que le hubiera salido que era sangre tipo Toro factor RH positivo. Ahora sale un poco menos. Si lo sabré yo que desde mi ventana lo tengo vigilado. Es que si la gente lo ve de día sale corriendo espantada y se producen accidentes, fracturas, colisiones de vehículos e internaciones por delirium tremens. La última vez que salió de día se le arrimó al viejo Olivera para saludarlo, tanto tiempo sin verlo y el viejo hecho una bola horrorizada apenas alcanzó a darse vuelta con ganas de salir volando justo él que apenas sabía caminar, y se tropezó y se quebró las dos muñecas, viejo choto. A Alfredo le sigue gustando la jarana pero no quiere ocasionar molestias, así que prefiere salir no muy lejos del cementerio y recién cuando cae la noche

Uff. A veces tengo miedo de que si me pongo a mentiroso me salga decir la verdad y que cualquier cosa que cuelgue de mi boca sea tomada para la chacota. Deformación profesional suelo llamar a este fenómeno ante mis amigos. Y no es para menos. Un poco el juego es ése: decir la verdad de un modo tal que parezca salida de una cacerola en la que fermentan sustancias alucinógenas y ficcionar con el descaro que era propio de los juglares. Es que si uno se detuviese a decir la verdad desnuda de ornamentos y de golpes bajos no llamaría la atención de nadie.

ESC

¿Sabés qué es esquilar? Es como si destejieras la oveja pero ni tampoco Es un poco escandirla y hacerla un suéter Es calor tomado prestado Escudado en el anonimato un gaucho fanfarrón Ojalá le corcoveara el matungo y en sus pabellones retumbase el escarnio Pero para tumba la escrita La borracha escisión de la viva materia en el crepúsculo alveolar y estocada es tocada cada vez que miente ¿Y si te digo que es pueta porque miente? Es puerta porque encierra Es puerto marinera y casquivano Y además escupe los carozos en reuniones familiares Espanta a las tías ya que no a los pájaros Pero ¿sabés qué? También es curda el que escabia y el vaso es corcel a tu encuentro Es cárcel echarte en menos cuando espasmo Es quisiera ser espada en el cuello de el que te robó el pelo pero eso es cosa vana No espera la sangre cuando mana Es que la vida en tren no se detiene Yo que vos quiero que entiendas que es corazón lo que late en el cuerpo morido Estampita no moriste Los molesto Es eso

15.9.04

revés y derecho

Por qué las ganas de incendiarlo todo. Sencillo, pensé.

Porque a golpes de timón sobre las sienes uno se toma a pecho eso de ser una atracción circense y un día es el mago y saca palomas desde la mismísima manga y va cambiando el truco sobre la marcha y nunca igual pero nunca distinto, y otro día es el payaso que baila la estúpida danza de congraciarse con los otros, y se regodea en la conducta vergonzante para establecer un código de complicidad, una avanzada contra su inteligencia, una variante del insulto, y de a poco se anima y se hace domador y con la mayor gravedad mete la cabeza donde no debe y se adentra en el fangoso terreno de lo desconocido, mitad por ignorante, mitad por valiente, por ganar el aplauso siendo el propio señuelo, la misma estafa y el último peldaño sea el equilibrista, el que en pequeños pasos se deshace de la red y la varilla y se hace fuerte en el centro, igualando el peso de las periferias, anulando la vocación por el temblor.

Es el último escalón, la última prueba. El desafío es darle pelea a un llanto que no sale de los lagrimales sino que se ha propagado como epidemia y sale de los tobillos, del pelo, de la columna vertebral. Para ese llanto, mi fuego; para neutralizarlo, dejarme aniquilar, ni una gota de más ni una llama de menos.

[entre corchetes]

Este blog evita olímpicamente algunos tópicos. No le preocupa la actualidad porque eso es ficción de la berreta, golpes en la boca del estómago de una enorme bestia: el ser colectivo, ese gigantesco monstruo al que nadie le conoce la cara y sin embargo se conduce tan fácil desde los escritorios de alguna multinacional que monopoliza cierto ramo de las comunicaciones.
Hoy algunos compradores de esa verdad premasticada están felices porque se les fue un tipo a no sé dónde. Me jode redondamente que un tipo yéndose les dé la razón a los que piensan que lo esencial de una competencia deportiva es la puesta en escena previa, las publicidades, cierto glamour, la exclusividad (el fútbol entertaiment Inc.). Otros peor aun: ven en la forma en que once tipos en calzoncillos andan detrás de una pelota una forma del sentir nacional (sí, justo acá que si hay algo que tenemos perfectamente claro es que la patria es la selección de fútbol). Se fue un tipo que parece que defraudaba a los unos y a los otros: a los simpatizantes del fútbol mercado (bueh, que mueva millones no implica que no sea más que una mercancía lateral y por lo tanto accesoria de las importantes, digamos la falopa) y a los devotos del fútbol, el octavo arte (qué duda cabe). Me jode por eso, pero celebro por el tipo: los cagó. Si de ganar se trata, ganó lo que no tienen los maulas que critican; si de jugar bonito se trata, justo han ido a buscar a la persona indicada para remplazarlo.¿Contradicción?, ¿lo qué?, esto es Argentina, chaval, si miramos un poco más lejos que el fin de la nariz quizá descubramos que estamos en un rollo de los bravos, pero hasta que ese momento llegue...

Váyanse todos con él, que parece que también está contento, aunque yo no entienda bien de qué.

suburbio de la muerte

Anoche salí a caminar a la madrugada. No pregunten por qué. Debe ser el insomnio, la maquinola que no deja de pedalear ni cuando deja de ser la hora. Llovía, pero llovía con una cierta suavidad que me colmó de sorpresa. Parecía que a las tres AM necesariamente las gotas tuvieran que andar en puntas de pie, aminorar la marcha antes del pavimento, no fuera cosa que saliera algún vecino en camiseta a protestar que esos no son ruidos para esta hora.
Y me pareció inútil que pudiera llover tan tarde, a la vista de nadie, tan levemente que no se juntara agua en las cunetas, o mejor: llovía solo para mi, tan dulcemente que las gotas eran imperceptibles como un parpadeo de mariposa. Sin viejas alborotadas que apuren la marcha usurpando todo el ancho de la vereda. Sin el tránsito frenético ni la chance de inundación. Sin la ropa colgada en el tendal ni lechuga recién sembrada.
Todo para decir que mi ciudad me pareció tan rutinaria como una casa de familia, siempre precisada de cuidar los horarios y los modos, con apenas una luz encendida por si acaso, y un paraguas y todas las llaves juntas, cerca de la puerta. Nadie ejercitando el hábito de la conversación, ningún Piazzolla rodando en la bandeja y llenando la habitación de colores, ni el menor atisbo de tensión.
Me dio un poco de pena la ciudad dormida. Pena por ella que se da tan largo respiro por las noches y pena por mí cuando noté que los músculos tensos de mi cara helada eran un insulto para toda esta gente que jubiló los sueños y cerró los postigos.

14.9.04

lo que me dejó el ratón Perez bajo la almohada

La muela cayó al fin, como cae todo lo que algún día empieza a aflojarse o a correr la aguja de la balanza o a llenar indebidamente la bolsa escrotal, pero eso no fue lo más notorio de este día inmundo, que encima fue lunes. Lo enmarco en este cuadrito sólo porque de a ratos se me ocurre que sea un buen diario, receptáculo de inquietudes zonzas como la celebración de la caída de una fracción de muela, y se va al cuerno la bitácora de sesudas pretensiones literarias.
Lo que quería decir es que al fin hoy llegó a mis manos la obra completa de Felisberto y ese solo hecho bastaría para que yo salga corriendo a comprar la completa existencia de champán que de todo el condado, pero no, me puse melancólico, oscuro, asistió a mí esa horrible sensación de saciedad que sigue a la raviolada de mamá los domingos o al asado sin vino de papá. Claro. A eso siempre le sigue la intemperie, la resaca, el hábito detestable de la sobremesa, que es una manera de llorar, pero charlando con gente que usualmente preferiríamos ignorar.
¿Tan poco acostumbrado estará uno a las recompensas? ¿A que algo se concrete de una buena vez?
No, ya sé. Se trata de otra cosa. Hay un olor que se ha adueñado de la tinta. Los tres volúmenes de tapa verde trajeron un alma recién salida de un cuerpo, presta a posarse en el altar, el de la vela, el libro, y la estampita.

write for/2

Tantas veces no soy yo, demasiadas. Lo sé porque cuando se me pasa veo los restos de lo que fue una tentativa de mariconeo estéril, que acá, que allá, pero el revoltijo sigue siendo el mismo y ni la lágrima más salada puede aderezar lo que es intrínsecamente amargo. Pero también otras veces sé que no soy yo porque me descubro en arrebatos de heroísmos más adecuados a un escenario del siglo XIX o a una novelita esas que me compré a dos pesos antes que a este tiempo signado por la atomización de las voluntades, un poco por decisión de arriba y otro poco porque es involucrarse en derroches de energía que a ningún fin sirven termina quitando el poco tiempo del que uno dispone para dejar de escuchar a la suegra y adentrarse en los conceptos de Marcelo Tinelli o Luis Majul, tanto da.
Lo preocupante del caso es que ni yo sé bien que puede quedar de mí cuando me saque de encima esas ropas. En realidad sospecho que me quedo a medio camino y si hay algo que no puedo soportar es la medianía. Si no peleamos por el podio es mejor ser malos, pésimos, horribles, antes que hacer un digno papel, salvar la ropa, vender caro el honor y esas cosas.
Write for...
Tomado debida cuenta de la dificultad de la empresa de arribar al podio por propia impericia cuanto por la mejor virtud de un par de bien dotados, es hora de decirlo de una vez: write for be horribles, los más horribles de todos.

13.9.04

La llama me llama

Definitivamente el aflojarse de esta muela se parece mucho a desangrarse. No es el corte de una arteria, la ausencia de torniquete, el desconocimiento de los primeros auxilios. Nada de eso. Es mejor el corte en una vena pequeña, pero visible. Lo pequeña es para que el torrente sea módico y fundar en él la esperanza de que en algún momento se detenga, se seque la sangre coagulada, se arme la cascarita y el recuerdo se esfume a la par que las uñas la arranquen. Visible para que sea capaz de generar la inquietud en la gente que me rodea y, aunque yo esté un poquito harto de darle vueltas y vueltas al asunto siga sin tener una excusa valedera de mi notorio malestar.
Como eso, siguen sucediéndose cosas que a primera vista son coletazos de lo que ya creía extinguido, aunque esa no es una buena palabra para encuadrarlo. Sería preferible decir ignorado. En la medida que uno desarrolla la capacidad de convivir con el incendio, las llamas pueden llevarse todo (incluso al que esto suscribe) sin que uno incurra en mayor molestia.
Pero desgraciadamente no puede ser así. No puedo ser así. No puedo comportarme como si estuviera a la altura de las circunstancias. Entonces siento el mínimo rastro de olor a quemado y ya algo de mí da la alarma y el resto de mí actúa como si de una emergencia se tratase y colapsa el sistema decisorio y se enturbia la percepción. Y así la vida.

variaciones transoceánicas

la fuerza que bate los mares y la herrumbre de mi voz
trazan un puente en un mechón de tu pelo
que alumbra al cielo al pie de una vela
pequeño altar cosido con migas y retazos
vida cortada a la mitad por el hacha de una vida
en un hilo de voz y un millar de lágrimas
escudo del escudo contra el dedo que acusa

la ira mosca que cagó su corazón
nadie sabe nadie sólo yo
cuánto dolor entra en un pecho
cuán lejos llega un grito
qué puñal lo apuñala
y la puta que lo parió

12.9.04

Sunday, blue sunday

Es domingo y por lo tanto el que suscribe tiene bien pocas ganas de ponerse a trabajar en algo que sea medianamente útil para su vida. No obstante eso ha creído conveniente arrancarse una pluma, mojarla con saliva y escribir en las paredes un par de cosas:
Un apunte sobre Bond para el
p/4;
Una aproximación al sueño por la espalda, en su
primer capítulo; y
Una estrábica sospecha sobre la libertad en unas pocas
trescientas palabras.
Ninguna de las anotaciones permite la recepción de vuestros comentarios, pero confío en que me los harán llegar a la dirección de siempre.
Pasen ustedes una buena semana.

A mitad de camino

Una coartada para meterme en mis propios sueños es lo que ando persiguiendo y no doy pie con bola. La ecuación es bastante sencilla, la vigilia es vida vulgar, cumplir horarios, ajustar presupuestos que nunca alcanzan, practicar la higiene hasta cuando no corresponde, guardar las apariencias, esconder las sobras de lo que puede parecer ostentación de haber vivido, calzarme el traje de pieza fundamental de un engranaje del que soy tan prescindible que me avergüenzo de ese modo de no existir, robustecerme en el encono, lanzar carcajadas al viento cuando lo único que quiero es un lugar vacío para llorar, disfrazarme de transeúnte apurado con gesto grave cuando de lejos se nota que no tengo donde ir. En cambio el sueño es la redonda derogación del tiempo y su maldita costumbre de desordenar los escasos puntos de contacto con la vida material, confundir desdén con pasión y tirar al cuerno manta, sábana, funda de almohada y por poco colchón. Algo pasa en los sueños y no concibo que esta cordura pueda ser que...

11.9.04

herida hiere

Lo que queda de una muela no se acaba jamás de caer y es la lengua la que columpia esa punta y a cada empujón se lastima inútilmente porque la muela sigue ahí, muerta de risa aunque su contorno esté manchado por un rojo sanguinolento.
Y puntea, acusa el pinchazo, acomete, asimila, retrocede, se encoge, se esfuma que en realidad es esconde y se baña en sus propias fuentes, acaricia las imperfecciones del cielo, escudriña la muralla, verifica cada pliegue, los moja y su brava agua emerge a la luz que termina por cegarla, pincharla de nuevo, como ahí detrás donde la cortan, la muerden, la cercan, la irritan, la amenazan, la queman pero no la matan.

10.9.04

Write for

Sí, fenómeno, escribir como un animal, con las dos manos, con una, con dos dedos o con los nudillos y a falta de dedos con los muñones y en el peor de los casos escribir a voz en cuello en la plaza central o dictarlo simulando que cada escupitajo es el tecleo perdido.
Sí, pero para qué.
Supongo que para meterse en la vida de otra gente. Por ejemplo para subirse con ellos en el colectivo, dentro de la cartera de las mujeres y el maletín de los hombres, presentarse como si se tratase de una copita de ginebra que no deja mal aliento y llevarlos a otros mundos o quizá a este mismo, el que no pueden ver. Y sino mostrarles que hay gente que es tan igual a ellos que no podrían cruzárselos en las calles. Contarles el susto del que activa la bomba, el horror de la virginidad asesinada o la receta de la salsa golf. Mentirles redondamente elogiando la vida sexual de los vendedores de automóviles, ofrecer baratijas como clases de ajedrez que duran cuatro páginas o en un solo párrafo llorar un océano entero con las lágrimas de una madre que ha perdido a su hijo. Dicho de otro modo: arrancarlos el diario y el siniestro diseño que se ríe de ellos.
Eh?
Claro, primero las historietas, que seríamos nosotros, está claro? Después, y por orden de importancia, el horóscopo, las necrológicas y los avisos de remate. El resto? Es bueno para secar los vidrios después del lavado anual, envolver huevos, meterlo en los mocasines como suplemento de las medias o dárselo a los chicos para que recorten las palabritas que les piden en el colegio.

9.9.04

enterrarme

En mis mejores años en el patio de casa había un pozo, no demasiado profundo, apenas lo suficiente como para que en la tierra se hiciera agua, el agua que necesitaban las plantas de la huerta y a unos pocos metros la higuera, el duraznero, los manzanos, la tapia hecha de bloques sin pegar, un galponcito hecho con las sobras de otras construcciones que era la guarida a donde llevé mis pensamientos la tarde en que empecé a ser un poco más grande, aunque sea a los ojos de mi padre ya que no en la estatura ni en el extravío de la lucidez que supone la maleta que van llenando los años.
Sobre el pozo, a un metro sobre el nivel de la tierra, había una bomba para sacar agua, como nunca más he vuelto a ver, motor con tracción a sangre, quiero decir a mi sangre, y sacrifiqué muchos veranos el sudor de jugar a la pelota para dejarlo ahí, para que las tímidas gotas de mi esfuerzo cayendo de mi frente fueran a parar allí donde el agua nacía, en las tempranas fauces de la tierra.
Y no será por eso que lo recuerde demasiado sino mejor por la ocasión en que me vestí de héroe y me metí para rescatar a Nico de su última travesura: deslizarse un poco más allá de la frontera de lo prudencial para mirar el agua desde cerca sin que nadie lo viese. Todo para terminar pidiendo socorro con un casi alarido de casi niño: nicopozo, nicopozo.
Meterme donde yacían mis ya viejos sudores fue un repentino nacer del odio que había ido juntado con los meses y los años y con más bronca que coraje me tiré y casi me hubiera permitido la sonrisa sino fuera porque a mi viejo le llegó la hora de dictaminar que era la oportunidad de tapar ese maldito pozo para siempre.
Y así lo hice; no esa tarde, después del almuerzo, pero sí algunas otras en que tampoco hubo pelota.

Rojo

Suele ser maravillosa la mañana cuando se despierta pronta y muy fría. El cielo abre sus alas de un celeste obsceno para los ojos que se han hecho parientes de esta cosa gris que ha venido a hacernos más felices.
Y uno a fuerza de codearse con la gente común empieza a desprenderse de a poco del brillo y de los matices y se hace pariente del lugar común que es comulgar con aquello de que verde es naturaleza, negro es sucio, blanco es puro...
Pero es mañana helada y los labios un poco se resquebrajan y otro poco se secan y en su idioma universal me devuelven a la sospecha de que rojo es lo que necesito.

8.9.04

El complejo de somatización de la piedra

Crecer no debiera ser tan complicado. Al menos se supone que el paso del tiempo no es tan brusco como para que un tipo cualquiera se despierte una mañana y padezca la imperiosa necesidad de comportarse como si fuera un adulto responsable y tal y cual. Y que a todos nos llega, sí, pero qué clase de consuelo es ése. Morir también es algo que a todos nos sucederá inexorablemente, pero eso no quita que uno prescinda de ese tópico mientras se toma unos mates a la sombra de la higuera.
Hoy se me ha ocurrido que ésa pudiera ser una aproximación a la piedra que me está molestando en el zapato, pero ojalá fuera tan sencillo como hacer un alto en el periplo, quitarse el molesto zapato, y aventarlo hasta que caiga de él un torbellino de piedras. A una persona que se precie, le bastaría eso para retomar la senda como si nada hubiese pasado, o sí, como si hubiese descargado en el mingitorio la orina que provoca la ingesta de diez litros de cerveza.
Pero no. Hay otra gente, la gente como uno. Que apenas acabado el proceso y dados que fueran un par de pasos prudenciales para despejar dudas (el complejo de la somatización de la piedra, digamos sólo para ponerle un apellido a este engendro), comprueban que quizá la molestia sea culpa de una piedra que venció la débil resistencia de una media gastada y por más sacudida de zapato que a uno le parezca que ha dado, ella ahí, ahora entre los dedos, ahora hincándose como un diente contra el talón.
Se trata de repetir el proceso, sólo que ahora hay que practicar sin atisbo de vergüenza un pasito más: tirar de la media y en un santiamén sacudirla por los aires hasta que caiga la molestia. Y después escupirla, mancillarla de los virus domiciliados en la boca que esta vez toman partido por nuestra causa.
Y si al par de pasos, o a los diez, tanto da (el aumento en el guarismo es al mero efecto de no claudicar ante el pesimismo que se abre camino entre las venas), uno descubre que la piedra sigue ahí, y que no es culpa del agujero del zapato ni del estado bochornoso de la media sino que es la propia piel la que ya está quebrada y ha abierto un flanco por el que se filtran las molestias del espacio exterior, ya no habrá remedio y será cuestión de ponerse a rezar o sencillamente dejar la caminata para otro día, cuando quizá por un agujero parecido se escapen de la cabeza estas ideas infelices y se vayan allá lejos, a la tierra de los santos.

7.9.04

Welcome

Nunca escribí un libro. En realidad nunca escribí nada que guardase un rigor que le diese al texto esa cualidad -las más de las veces inasible- que dota a la palabra muerta en algo digno de perdurar.
Sin embargo, en estas intentonas que se jactan de continuidad he notado que como en los libros, llega un momento en que se impone el abandono liso y llano.
Con Patagonian Review me pasó eso: un día me aburrí y me dije “hoy no” y fue no. Y fue no en los días que le siguieron y cuando quise retomar ya me habían sucedido tantas cosas que no podría haberme abocado a esa continuidad sin hacerme eco de una ruptura interior. Así son las situaciones límites: cuando volvemos, si nos es dado volver, ya no somos los mismos de antes, aunque nos pretendamos con las mismas ambiciones, aunque no nos bañemos ni renovemos el guardarropas.
Y eran demasiados los signos que me decían que cualquier intento de embarcarme de nuevo en esa aventura era estéril. Los episodios se habían acelerado. El final se precipitó sobre mí imprevistamente, como esas tormentas de verano que no nos dejan el menor margen para elaborar una resistencia y cuando logramos hacer pie la tormenta son cuatro gotas y uno es un alma en pena, puesta en guardia pero temblorosa, pero lo que debía pasar, ya sucedió. Y así.
En paralelo, durante esas horas arduas, el monstruo en el que me transformé no pudo dejar de anotar sus pareceres. No creo que quede nada de valor en esos papeles pero tampoco me atrevo a tirarlos. Sólo están ahí como una ratificación: durante los días que no escribí para el blog estuve enfermo, atorado en la garganta con algo que no terminaba de eructar.
Así que acá estoy de nuevo. No sé si he renovado el arsenal. En realidad es flaca mi esperanza de mejora, pero sí persisto en aquello de responder a la opresión estomacal y dejar aquí mis deposiciones. No sé si es lo que corresponde, pero, si me disculpan, es a eso a lo que ustedes me han acostumbrado.