Jade May Hoey

1974-2004

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17.9.04

fiebre molar

Cuando sea grande voy a ser predicador. Ya está decidido y de mi idea no me muevo a no ser que aparezca un tornado y me lleve a la Polinesia. No sé qué extraño estímulo mandibular es el que me lleva a pensar que en un lugar con bonitas playas, y mucha arena, muchachas desarropadas y señores con camisa llena de flores sea innecesario el servicio de los predicadores. ¿Qué se podrá decir ahí? ¿A quién puede entrarle en la cabeza de que haya que sufrir acá porque algo mejor nos espera allá?

¿Allá? ¿Dónde? Sí, el cementerio lo veo con claridad, tanto que queda a unas pocas cuadras de mi casa, que por desgracia es uno de los puntos más altos del pueblo, así que por las noches cuando me pongo a fumar un cigarrillo mirando la noche caer a pedazos puedo ver como los muertos comienzan a forzar las tapas de los cajones y se van a dar una vuelta por ahí. Casi lo escucho a mi tío Alfredo ahí, tratando de convencer a un muerto medio amargo Dale Cachito, qué te cuesta, no ves que la noche se te abre de gambas y sale Cachito un poco a regañadientes haciendo un supremo esfuerzo porque estoy seguro de que nadie de ustedes tiene ni siquiera la sospecha de lo que cuesta abrir un féretro por dentro cuando uno tiene las uñas tan crecidas. Debiera haber un servicio de higiene funerario más acorde a la realidad de los tiempos, un delivery cortaúñas. En realidad tío Alfredo fue siempre bastante salidor. El día que murió casi nadie se puso triste por él, casi todos lloraron por si mismos, por la infinita soledad que les clavaba dagas en cada resquicio de piel. El había vivido lo suficiente aunque fueran apenas treinta y tres años. Alguien lo habría notificado oportunamente de que su vida sería corta, entonces no se privó de probar todas las mujeres de la aldea, de sus alrededores y de sus interiores. Tampoco durmió más que lo estrictamente necesario y había tomado tanto vino que si le hacían algún análisis seguro que le hubiera salido que era sangre tipo Toro factor RH positivo. Ahora sale un poco menos. Si lo sabré yo que desde mi ventana lo tengo vigilado. Es que si la gente lo ve de día sale corriendo espantada y se producen accidentes, fracturas, colisiones de vehículos e internaciones por delirium tremens. La última vez que salió de día se le arrimó al viejo Olivera para saludarlo, tanto tiempo sin verlo y el viejo hecho una bola horrorizada apenas alcanzó a darse vuelta con ganas de salir volando justo él que apenas sabía caminar, y se tropezó y se quebró las dos muñecas, viejo choto. A Alfredo le sigue gustando la jarana pero no quiere ocasionar molestias, así que prefiere salir no muy lejos del cementerio y recién cuando cae la noche

Uff. A veces tengo miedo de que si me pongo a mentiroso me salga decir la verdad y que cualquier cosa que cuelgue de mi boca sea tomada para la chacota. Deformación profesional suelo llamar a este fenómeno ante mis amigos. Y no es para menos. Un poco el juego es ése: decir la verdad de un modo tal que parezca salida de una cacerola en la que fermentan sustancias alucinógenas y ficcionar con el descaro que era propio de los juglares. Es que si uno se detuviese a decir la verdad desnuda de ornamentos y de golpes bajos no llamaría la atención de nadie.

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