Jade May Hoey

1974-2004

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8.9.04

El complejo de somatización de la piedra

Crecer no debiera ser tan complicado. Al menos se supone que el paso del tiempo no es tan brusco como para que un tipo cualquiera se despierte una mañana y padezca la imperiosa necesidad de comportarse como si fuera un adulto responsable y tal y cual. Y que a todos nos llega, sí, pero qué clase de consuelo es ése. Morir también es algo que a todos nos sucederá inexorablemente, pero eso no quita que uno prescinda de ese tópico mientras se toma unos mates a la sombra de la higuera.
Hoy se me ha ocurrido que ésa pudiera ser una aproximación a la piedra que me está molestando en el zapato, pero ojalá fuera tan sencillo como hacer un alto en el periplo, quitarse el molesto zapato, y aventarlo hasta que caiga de él un torbellino de piedras. A una persona que se precie, le bastaría eso para retomar la senda como si nada hubiese pasado, o sí, como si hubiese descargado en el mingitorio la orina que provoca la ingesta de diez litros de cerveza.
Pero no. Hay otra gente, la gente como uno. Que apenas acabado el proceso y dados que fueran un par de pasos prudenciales para despejar dudas (el complejo de la somatización de la piedra, digamos sólo para ponerle un apellido a este engendro), comprueban que quizá la molestia sea culpa de una piedra que venció la débil resistencia de una media gastada y por más sacudida de zapato que a uno le parezca que ha dado, ella ahí, ahora entre los dedos, ahora hincándose como un diente contra el talón.
Se trata de repetir el proceso, sólo que ahora hay que practicar sin atisbo de vergüenza un pasito más: tirar de la media y en un santiamén sacudirla por los aires hasta que caiga la molestia. Y después escupirla, mancillarla de los virus domiciliados en la boca que esta vez toman partido por nuestra causa.
Y si al par de pasos, o a los diez, tanto da (el aumento en el guarismo es al mero efecto de no claudicar ante el pesimismo que se abre camino entre las venas), uno descubre que la piedra sigue ahí, y que no es culpa del agujero del zapato ni del estado bochornoso de la media sino que es la propia piel la que ya está quebrada y ha abierto un flanco por el que se filtran las molestias del espacio exterior, ya no habrá remedio y será cuestión de ponerse a rezar o sencillamente dejar la caminata para otro día, cuando quizá por un agujero parecido se escapen de la cabeza estas ideas infelices y se vayan allá lejos, a la tierra de los santos.

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