Jade May Hoey

1974-2004

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27.9.04

indiferente

Súbitamente vació de la botella su último resto. La apartó de su vista y se concentró en el crepitar de la espuma que pugnaba por ganar la calle y salpicar el mantel. Bebió en pequeños sorbos su sábado y al dar las doce sintió en su garganta la puñalada de las agujas del reloj. Pensó que quizá ya fuera hora pero el pensamiento cargaba un vaho de pena. Tomó los libros. Eran tres, de tapas verdes. Los apiló frente a sí. Los levantó para sentir en las manos su peso, como una cruz. Abrió en el primer libro una página cualquiera. En letra nerviosa leyó “tuyos”, “nuestros”, “nunca”, ”ya no la quiero”. Impedido de continuar lo cerró y lo alzó hasta su cara. Lo acarició con su barba desdeñosa y al hacerlo cerraba los ojos.
Acató la orden interna de ir a la cama. Se sintió solo, avanzando a gatas, abrigado por una piel que sentía ajena y agradeció a los dioses que la puerta de la habitación estuviese abierta. Saltó obre la cama y se echó sobre la almohada como si se tratase de un nido, de un trono conseguido a hurtadillas, un lecho tan cómodo como el regazo de una madre. Fiel a la rutina, buscó la mejor posición dando un par de vueltas, ronroneó como si alguien lo escuchase y se hizo un ovillo de pelo durmiente.
Lo despertó el sol del nuevo día que ensanchaba las fronteras de la ventana. Se sintió salido de una pesadilla extraña y se preguntó por la cobija. Se desperezó como si le importase y tanteando en la campera encontró los cigarrillos. Encendió uno y se asomó a la ventana. Un gato circunspecto se lavaba la cara, indiferente.

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