Jade May Hoey

1974-2004

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12.6.05

Maldita vida perra

Llevaba una semana sin dormir, los pies helados, las manos tiritando, el desorden de la mitad de los muebles que parecían haber reñido entre ellos mientras yo dormitaba o hacía como qué.
Me la robaron.
Sólo por no quedarme sin amigos acepté que me regalasen un perro. Me aseguraban que con él me sentiría más seguro, más acompañado. Ojalá entendiese de fútbol, me decía para mis adentros, media sonrisa agradecida y la otra mitad desconcertada.
Nunca seré un buen padre. Apenas tuvo buen tamaño las cosas se pusieron difíciles. Me miró con ojos sin expresión y supe que en adelante sería yo el que dormiría a los pies de la cama.
Me gustaba esa casa. Con un par de golpecitos en la puerta, era la calle, el agua fresca en los charcos, pero un día me llevaron. Eramos muchos sin comida. De tanto en tanto se abría la puerta, alguien entraba y todos mirábamos con desesperación. Alguno se iba con ese alguien pero eran más los que entraban y la esperanza de ligar algo en las pujas se iba achicando.
Cuando volví con él me preguntó muchas veces por la experiencia. Hubiera querido hablarle con lenguaje colorido, contarle qué era eso que me molestaba en la garganta y me ardía en el pecho, pero sólo una vez pude acercarme a su oído para decírselo en secreto, con los dientes apretados.

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