Jade May Hoey

1974-2004

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13.7.07

Varadero/4

La puja es la misma. La forma, el fondo, esos lugares demasiado transitados.
Hace un rato charlaba con un amigo. El ha escogido vivir en otro país, o al menos eso es lo que siempre entendí, un país, un mundo en sí, tan diverso de este que nos toca a diario, digo yo, que acaso viva en un país diferente el de ustedes, todos los que leen.
Le preguntaba por el idioma. Cómo es que hace para no perderlo. Sé que el chat nos engaña, que hablamos con tan pocas palabras que de un modo o de otro siempre acabamos por entendernos, pero él suena convincente. Leo mucho en castellano, me cuenta y yo le creo, pero desconfío del idioma que habita en los libros. A veces es la foto de un tiempo perdido, a veces la mano mágica del autor, pero rara vez lo distintivo es captar el registro hablado. No hay manera. La gente habla en su propia lengua y no existe manera cierta de meterse en ella. La foto sale movida.
Recuerdo que un día me contaba que se había pasado un buen rato detrás de la puerta de mi cuarto, al solo efecto de escuchar de qué hablábamos con mi amigo el gallego. Presumo que lo movía cierta desconfianza hábilmente devenidad en curiosidad y que sólo me lo contó ya no por el hecho de haber dado muerte a esa desconfianza sino porque, llanamente, no había entendido nada. Eso es lo que me dijo: no entendí nada.
Me imagino que no era nada de otro mundo. Por un lado la jerga propia de los adolescentes en flor y por otro lado una gama de intereses bien distinta que la suya. Si lo nuestro era el continuo movimiento, el estar al tanto de las últimas, lo de él más bien era la conservación de una lengua que le había sido dada hace muchos años.
No seas chambón, Jorgito, me dijo hace unos años un compañero de trabajo. Te mandaste en cana con la edad, le dije, desplazando el foco de atención desde mi chambonada a la voz arcaica con la que se me afrentaba. Chambón sigue estando en el idioma de papá. Yo mismo sigo siendo un chambón por más que él tenga los dedos el doble de grueso que los míos.
La forma lo es todo, dije en la misma charla con mi amigo, un rato después, cuando él pretendía convencerme de algunos autores y yo a él de otros. La forma es la lengua. La lengua se aprende.
O se desaprende: como el gallego, que ha perdido su lengua madre y, sin embargo, no se ha subido del todo a la adoptiva, sin por ello perder su acento característico. A eso llamo yo tener estilo.

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