Jade May Hoey

1974-2004

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15.7.07

Varadero/7

Estoy más viejo que la última vez. Es un hecho.
En el súper ya me conocen. La vida de hotel me obliga a la visita cotidiana. Compro más o menos lo mismo. La tortilla de papas, por ejemplo, es casi tan buena como la de mi madre. La cerveza, la oficial, la única que ponen en la heladera. Empanadas, pongamos, que no producen mucha mugre.
El súper tiene sólo tres cajas. Me quedó una mala impresión de un tiempo en el que vine y salía gente de todas partes. El trámite demandaba cada vez más tiempo. No era raro estarme media hora haciendo cola, mirando en detalle muchas cosas que no habría de comprar. Betún, por ejemplo, en todas sus formas y colores. Perchas. Toda clase de chocolates, caramelos.
Ahora cada cajera se tapa la espalda con un chaleco polar. Lo demás es igual: el pantaloncito azul, la chomba blanca y el bucito también azul. Todas son simpáticas. Soportan con una sonrisa a los clientes más molestos. Lo que hace una moneda de más en el bolsillo: quién más, quién menos, todos se sienten llamados a ser dueños, jefes, o al menos a llevarse todo por delante, y ellas ahí, sin otra defensa que no sea la sonrisa.
Sólo por ese detalle reparé una vez en la cajera más pendejita. Tendrá veinte años, veintidós. Anda a cara lavada, apenas se peina, el pantalón le queda algo holgado y es corta de palabras, pero le queda la sonrisa y es bastante. Quiero decir: por lo demás, da muy seriota, casi como si se esmerara en hacer de sus labios una trompa, pero es obvio que ella no es dueña de esa trompa porque le basta una pequeña broma como para hacer añicos la trompa y devolver la grata mueca de sumisión, de protocolo, vaya uno a saber.
Pago con débito. La máquina tarda mucho en procesar. ¿Necesita el otro ticket, señor?, sí, le digo yo, que en realidad no lo necesito ni soy tan paranoico como para pensar que ese ticket en manos del enemigo pueda causarme algún estrago. Ah, pensé que estaba apurado, dijo ella. Hay gestos que me mandan en cana siempre. Nunca quiero estar mucho entre la gente. También, le dije. Ah, qué bueno, dijo ella, que no es muy ducha para responder.
Casi le dejo el ticket. Así, de paso, se enteraba. El ticket no importa nada. Igual, apenas salí, antes de comprar el diario, lo tiré en la calle. Sobre un charco. Congelado.

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