Jade May Hoey

1974-2004

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5.7.07

Finkel

Tengo un amigo un poco extraño. No sé si es por él en sí o por el modo en que nuestra amistad ha degenerado en esto que es ahora, que también puede llamarse amistad, tan ancho es el concepto, tan generoso, que podemos meternos juntos y con total comodidad.
El tipo es raro desde el vamos. Me acuerdo de la primera vez que oí decir "yo fui rico". ¿Cuántos tipos hay así? La riqueza es una cualidad que va de la mano al presente. Si alguien fue rico, quiere decir que ahora es pobre. Si alguien será rico, ahora mismo debe ser pobre. Y pobre, al menos para este caso, no es el que anda juntando comida de la basura (que también, desde ya, es pobre) sino todo aquel que está obligado a trabajar todos los días de su vida a cambio del sustento. Ojo: se puede ser médico, escribano, licenciado en geología y no tener la vida resuelta ni mucho menos. Se me dirá: bueno, el profesional va a resolver su situación en algún momento. Sí, se presume que un profesional debe tener una razonable esperanza de agarrar un billete grande alguna vez, pero como le decía el finadito viejo Emilio a mi santa madre: con las gracias yo no como, Gabrielita. Seguro que no, y con la esperanza tampoco, pero es mejor tenerla que no tenerla.
En el medio hay mil aventuras. Si fue rico y ya no lo es, cualquiera puede imaginarse que en sus buenos tiempos causó estragos y sí, en efecto, el tipo es hombre de mundo y yo, que no he viajado a ninguna parte, le saco el jugo. Leo, le digo (porque mi amigo se llama Leonardo), cómo es Estambul, y el tipo hurga en su cabeza y me responde. Despacio, eh, como si yo, que nunca seré rico, tuviera todo el tiempo que pueda concebir un hombre. A mitad de la descripción, generosa en anécdotas, en relaciones con el país que nos tiene hechos mierda, Leo siempre se despeina. Se despeina y se dispersa y me dice cosas como "eso me hace acordar al chiste del congreso de odontólogos, ¿te conté el chiste del congreso de odontólogos?, y sí, me lo contó mil veces, o no mil, pero sí media docena de veces y yo me lo sé de memoria, o me falta un detalle que adivinaré antes de que él termine de contarlo. El final es previsible. No me río a mis anchas sino un poco de compromiso, a lo que él, para reforzar, responde con otro chiste, un chiste que, con suerte, le habré escuchado tres o cuatro veces, y es ahí, a lo sumo después del chiste que le sigue a éste, que yo me empiezo a reír desaforadamente, ya no de los chistes sino de él mismo, del modo en que se posesiona con los personajes, con las situaciones, de la manera en que grita para atizar los remates.
¿Te das cuenta, mi querido beato (él me dice así y mucho me temo que no se acuerde de mi nombre? Este país es increíble, abrís la canilla... ¡y todavía sale agua!
Sí, es un auténtico milagro que todavía salga agua de las canillas no, por ejemplo, ceniza volcánica, o arena, o pochoclo. O los huesos de nuestros seres queridos. Sí, pasamos los años de plomo abajo de la cama, pero los pasamos. Uno nunca sabía cuando te la iban a dar. Yo, me dice, al principio, y sólo para ganarme el mango, empecé a currar en la universidad, en la del sur, allá en Bahía Blanca, el nido de víboras más grande que puedas imaginarte, incluso ahora, que el chicato anda jetoneando que aquí, que allá. Se decía de todo, y lo peor es que uno tenía la casi certeza de que eso que se decía en verdad estaba pasando. Imaginate yo, estaba en la cátedra de (y acá dice un nombre que no recuerdo), un nazi de padre y señor mío. Yo, judío, no veía la hora de que termine el contrato. No me pasaban más los días. Al final, el tipo no entendía nada, cómo que prefería quedarme en la calle a tener esa moneda, la obra socialm y encima ya teniendo críos, porque tenía dos, venía en camino la tercera. Escuchate esto, que te morís.
Un día, era medio de nochecita, yo andaba buscando algún laburo porque me la veía venir fulera. En eso, vuelvo a casa, traía la media palabra de un fulano que tenía hacienda en Pigüé, contento venía, che, a pata por la vereda, silbando un tanguito. De lejos, veo que hay dos canas en la puerta de casa. Cagamos, dije yo, acá me la dan, y entré a putear al nazi hijo de un ejército de putas, y ahora qué hago, pensaba. Saben que llego, es al pedo que me escape, ma sí, yo me mando y que sea lo que dios quiera.
¿Finkelstein Leonardo?, me pregunta uno.
Sí, digo yo, cagado hasta las patas.
Para informarle que ha dado a luz su esposa. Madre e hija se encuentran bien.

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