Jade May Hoey

1974-2004

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14.7.07

Varadero/6

Si tuviera que pasar un año entero acá o, no sé, por ahí seis meses, con tal de que fueran lo bastante fríos y yo no tenga demasiado qué hacer, me aburra en el trabajo por las mañanas y a las tardes dé lo que mis viejos dirían la vuelta del perro, siempre la misma, tres o cuatro cuadras, de memoria sabidos los pozos, los montículos de arena, el resto congelado de la pérdida de una cañería que reventó, no sé lo que sería de mí. A lo mejor me enamoraría de la primera con que me topase por la calle, no estoy seguro.
Es posible que indagase en los elementos que me resultan más cercanos: la chica que limpia mi habitación, discretamente linda, creo que podría enamorarme hoy mismo si estuviera resuelto a hacerlo, lástima los críos que corretean a su alrededor y el vacío que le ha dejado en su vida la falta de un macho; no es que lo sepa, no es que alguien me lo haya contado, es lo que olfateo, lo que veo cada día cuando llego con mi bolsito al hombro y ella me dice hola, buenos días, y no sé si buenos pero algo mejores resultan los días cuando me saluda. No, decididamente no, no me gusta. Un día, casi sin darme cuenta, le oí decir algo que me dejó pasmado: yo necesito alguien que me contenga. No presté atención así que no sé a quién se lo decía. Yo no hacía otra cosa que imaginarme las habilidades que podría tener ese culo. De golpe ella, su frase, los ojos del vacío. Me sentí mala persona. Tuve ganas de salir corriendo. Quizá quise decir buenas tardes y salió por mi boca un hilo de arena. Me hacía falta.
O mi coachee, quién sabe. No es linda, ni mucho menos. De a ratos la veo y me parece armoniosa, pero sé que sólo se trata de una ilusión óptica. No lo es. Tiene bonita voz, eso es rigurosamente cierto. Uno puede oírla en el teléfono y sin solución de continuidad evocarla toda en algodón. Lástima que a mí no me gusten las mujeres así. Casi me indigno cuando paso mucho rato con una que no se permita decir una palabrota. Es demasiado correcta, siempre todo en su lugar. Se viste de modo sencillo pero a mí se me ocurre descuidada. Por eso cada vez que me siento a enseñarle alguna cosa (ella no sabe casi nada), suelo detenerme bruscamente. Puteo, digo que me equivoco, que esto no es lo mío, que en verdad estoy aburrido, grito, le cuestiono la caligrafía, que se mande sin preguntar, que me pregunte, que espere respuesta.
A veces pienso que es cuestión de tiempo.
Hace poco me senté frente a Proust. Lo hice con toda decisión. Quería reírme de mí, de ese que el año pasado (o el anteaño), con la misma excusa, no pudo pasar de la página 2. Y pude haberme reído, pero no soy tan modesto. Llegué hasta la página 8 y con muchísimo esfuerzo. Quise revancha. Tomé a Céline. En la mitad de tiempo invertido en Proust ya andaba por la página cuarentaytantas.
Será cuestión de tiempo, laputamadre.
En eso se me va la vida de acá: pensando cuánto es lo que puedo tardar en flaquear. Podría demandar varias semanas o unas pocas. Eso depende del frío, de mi estado de salud, de los libros que me acompañen. Sólo que algunas semanas, como todos sabrán, son más largas que otras.

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