Jade May Hoey

1974-2004

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28.1.05

cerrado por vacaciones

Fue el año de los mil demonios para mí. En vez de seguirla cavilando debería poner un poco a pensar en que es un milagro el haber llegado hasta aquí lleno de moretones y aún mantener cierta gallardía inútil que, a la par de tenerme de pie me sujeta, por las axilas y no me deja marcharme a ninguna parte, como se presume que haría cualquier jovencito mal empleado cuando acaba de tomarse su licencia anual por vacaciones.
A la vuelta quizá me espere otro trabajo. Lo siento tan cercano que ya me someto a largas sesiones frente a la computadora, reprimiendo el deseo de fumar, mirando poco por la ventana. Ya lo padezco.
Entonces qué es lo que me empuja.
Haciendo un rápido y poco pretencioso inventario me falta una cama que me deje dormir (¡la puerta de un amor king size!), un mueble dónde acomodar mis libros, un domicilio alejado, un señuelo para la aventura. Lo único que tengo es tiempo, muchas horas del día y un interesado en que se las alquile.
Ya llegará el momento en que deba hacerme asuntos con esto, por lo pronto me esperan las últimas cervezas del 2004 para esta noche, hacer el bolsito y retirarme por un lapso indefinido, que seguramente no excederá de un par de semanas. Durante el tiempo que dure mi ausencia no leeré otros blogs ni abriré mi casilla de correo, de modo tal que les sugiero que posterguen todo lo urgente y saturen el buzón de trivialidades que para eso está.

25.1.05

Algo me agobia sin remedio, algo y no sé bien a qué responde pero si de buscar blancos fáciles se trata soy un estudiante aventajado. Por qué siempre la veo de rojo. No puede ser cierto que alguien se vista de rojo, nadie lo resistiría, en todo caso, tontos como todos somos, sacaríamos el tema apenas se produjese un hueco en la conversación digamos durante el almuerzo. Pueden estar sabrosas las milanesas pero siempre hay al menos un intervalo en el que todos los comensales clavan el tenedor en una provincia tentadora y arremeten con fiereza el cuchillo para deslindarla y gatillar, pero no, en verdad hemos compartido almuerzos por docenas. El verano castiga a los contables, malditos hijos del rigor y del cierre del ejercicio y nos quedamos más allá del horario que dicta el reglamento a cambio de nada, ni el mísero reconocimiento que podría implicar una palmada en el hombro, la promesa de otro ventilador antes de que caiga febrero sobre nosotros. Nadie habla de ella en realidad y a mí no se me da bien sacar temas de conversación inéditos. Prefiero redecir los asuntos que alguien dijo mal. Algo me dice que piso sobre tierra firme cuando cabalgo tras la brecha que alguien abrió, si no ni abro la boca.
Para colmo rojo, justo rojo tenía que ser.
El rojo es un estigma incurable, una nueva patraña que me juegan los ojos, justo a mí, que he visto infames laceraciones en accidentes de tránsito pero que sería incapaz de ponerme o quitarme una lente de contacto por la fea impresión que me da. El rojo es provocador, poco serio, rebelde por propia rebeldía, en cambio ella de ningún modo puede ser así. Si en verdad fuera rebelde le daría por hablar en voz demasiado alta en colectivo, a todos los empleados que son nuevos les sucede eso. Se suben al colectivo y paf, descubren que todo es una aventura, sienten que su trabajo es lo mejor del mundo y no se lo ocultan a nadie. No tienen suficiente experiencia ni decencia. Yo diría más: no tienen dignidad. Nadie en su sano juicio puede entregarse a tales entusiasmos cuando ve que quien ya caminó esas callecitas yace derrumbado, comido por la herrumbre que dan las muchas veces que se han subido al colectivo.
Puedo estar equivocado. Me duele admitirlo. Es el tercer día en que no tengo la menor novedad de ella. Y el rojo tiñéndolo todo, empujándome de la sospecha a la certeza de que cada día mi vista es menos fiel que el anterior. Habrá que resignarse. Hay cosas que no suceden y no son más que ensoñaciones, recuerdos que rebotan contra las paredes craneanas y vuelven sobre sí, confundidos.
De paradojas está lleno el mundo. Llegar, por ejemplo, tarde al trabajo cuando uno carece de las jinetas de imponer la autoridad por buenas o malas y hacerlo con altanería, casi mirando con fiereza desafiante a todo el mundo, a cualquiera que se atreviese a apuntar que este muchacho no llegó a horario nunca en todo el verano. Lo que importa es el gesto, pudo ser una mala noche, quizá sea un mal verano, pero hay que ponerse en sus zapatos y compadecerlo. Amanece demasiado temprano, lo que quiere decir que cualquiera de estas noches es corta, una mentira, algo que se evapora en un santiamén sin dejar una brecha para ofrecerle una propina, un soborno, una nueva promesa de fidelidad. O tal vez alimente a una familia numerosa. En los barrios se ven muchos casos en que el padre de un hijo alimenta a los otros dos de su señora e incluso a un par más que ésta cosechó en su tercer matrimonio fallido, pero no, cualquiera diría al ver a este muchacho contar chascarrillos de toda índole, verdes, negros, tontos, que mal no ha de pasarla después de todo. En la moral de los empleados públicos está grabado a fuego que el gesto recio -en la propia cara- da a la brega el carácter de una proeza mal premiada, de una esfuerzo falto de encomio pero también en la cara prójima la presunción de que todo lamento es fingido, lo que también quiere decir que todo lo radiante es mera impostura, alardes para que ululen en los pasillos las sirenas de la envidia, se congreguen rebaños para decir que fulano es tal y cual y alguien me dijo que le contaron que lo han visto y así. De modo tal que hechos vista poco podía decirse de este sujeto. Nada más que llegaba tarde y no le importaba brindar excusas pero sí replicar aun con su silencio a quien osase atropellarlo, pedirle algún saldo impago, ya que no éste, que después de todo es pintura fresca y pronto lo mancillará el olvido o lo agigantará el oprobio.
Alguna verdad sea dicha alguna vez, por amor al polvillo que nos cobija y nada nos cobra, señores.
Si al mal empleado nadie le recrimina nada es porque esta mañana, cada una de las mañanas que han pasado y cada una de las que puedan llegar a venirse encima (uno nunca sabe si un decreto con acuerdo general de ministros puede derogar las mañanas) toma presuroso los implementos del mate y se dirige a la cocina. Allí encuentra a otros especímenes de poca monta como él, otros que no se jactan de su calidad de incomprendidos y que muy por el contrario, se regodean en su condición de marginales, nuevas o viejas ostras de la Siberia de un regular trabajo mal pago. Con ellos se producen chisporroteos cómplices, estériles revoluciones verbales que desafían la grandeza del padre que a todos alimenta, que sonríen, ríen y se toman las barrigas lo que dura su bravía carcajada que quizá sea lo que tarda una pava en llegar al punto justo para cebar un mate como la superioridad manda y los otros esclavos.
-Están lavando los tanques por eso es que sale el agua sucia –apunta la guardia de ese santo recinto y los anarquistas se miran desconcertados. Y ahora qué será de nosotros…
Lo dicho: poco puede decirse del vulgo mas nadie tiene suficientes cojones para refutar que las paradojas son los ladrillos de este mundo.

24.1.05

Estoy ocupado, fascinado, alienado. Estoy leyendo a Spinoza (maestro inspirador) y lo alterno con un par de novelitas yanquees espléndidamente escritas pero que aunque vengan en formato libro no engañan a nadie. Horribles. Se preguntará mi caro lector por qué las leo. En fin, paso alguna penuria económica y de tarde en tarde pienso en la guita que invertí en esos libros malos: 7 libros, 15 pesos. No daré el nombre de los autores involucrados porque el público letrado pierde los estribos cuando enseño cándidamente mi inocencia, pero yo en realidad quería anotar otra cosa, algo que acabo de leer en el Tratado de la Reforma del Entendimiento:
Desde ahora puede verse que quiero dirigir todas las ciencias a un solo fin y a
un solo propósito, que es llegar a la suprema perfección humana de que hemos
hablado[…] Pero mientras nos esforzamos por alcanzarlo y por llevar nuestro
entendimiento es necesario vivir; estamos, pues, obligados, ante todo a
establecer algunas reglas que reputaremos buenas y que son éstas:
I. Hablar según la capacidad del vulgo y hacer, a su modo, todo lo que no nos impida
alcanzar nuestro propósito…
II. Gozar de los placeres justamente lo necesario para conservar la salud.
III. Por último, buscar el dinero o cualquier otro bien material semejante sólo en cuanto es necesario para conservar la vida y la salud y para conformarnos con los usos sociales que no se
opongan a nuestro fin.
Parece tan sencillo que merece que lo imprima con letra grande para pegarlo en sitios visibles, tanto en casa y en la oficina.
Buenas tardes.
El tiempo lavándolo todo, incluso aquello que dimos en reputar sagrado. Pensaba en un suéter verde, de hilo, con escote en v. No era especialmente bonito, mi ropa no suele ser linda porque no tengo quien se encargue de elegirla para mí y yo no pongo en la elección la meticulosidad que la empresa requiere. Entonces es al menos llamativo que un día, domingo debió ser, hiciera cola como se estilaba en los países tras la muralla, con la peregrina idea de aprovechar las ofertas. Sí, claro, era domingo y el dueño de esa tienda aprovechaba que abría en soledad para recaudar. La idea no era del todo mala. Se acercaba el vencimiento del crédito que había tomado para refaccionar el local. Las cuotas eran demasiado pesadas y las hipotecas suelen ser de cumplimiento más estricto que las sentencias judiciales. Ponía en oferta veinte pares de zapatillas, en general dejadas a un costado por la moda, algunos pantalones, camisas, medias para futbolistas, en fin, todas bagatelas.
La espera, tediosa como todas, no me hizo cambiar de opinión. Cuando entré sólo sabía que quería gastar mi dinero aunque no sabía bien en qué. Me atendió un empleado bien predispuesto, al que hice recorrer todo el local para encontrar eso que no andaba buscando y di con él: el suéter verde, de hilo, con escote en v. Compré dos o tres cosas más, aprovechando el privilegio de haber entrado mientras se reunía más y más gente con deseos de dilapidar su haber en las ofertas.
Lo usé durante años. Un día lo vi colgado en el cordel y reparé en la causa que me había movilizado hacia él. No era nada desdeñable. Si hubiera sido alguno de esos pequeños bajones que se esfuman cuando uno se da algún gusto, lo hubiera echado al olvido esa misma tarde. Esto era grave.
La foto, ya no la película porque el tiempo me deparaba sólo esa imagen, era la de mi padre sonriente, la calva al viento, detrás una pared descascara. El, vivo rostro de la felicidad, enfundando en un suéter verde, de hilo, con escote en v. Tan joven se lo veía, tanto que creo que yo sería apenas un lactante en plan de merienda y ese rostro no era otro que el que tiene un padre viendo a su primer hijo colgado del pecho de su madre.
No puedo quejarme. Alguien me lo había advertido. Jorge, falta poco para que se te rompa, ¿lo viste bien?. Sí, mi amor, yo lavo toda mi ropa, cómo no voy a saber. Lo seguí usando como antes. Se habría hecho bruma el recuerdo, eso me supongo ahora que lo escribo, pero el día en que al fin cedieron los puntos eran de mi alma los jirones. Si no hago caso de nadie, ¿cómo justo creería en un pálpito femenino?
Estas cosas no se arreglan. Bah, que yo lo diga carece de importancia. Un tipo que tira a la basura las camisas cuando se les sale más de un botón es un inútil o exagera.
Confirmado: la enfermedad es la cura.
Escribir cien veces: debo dedicarme a escribir debo…

21.1.05

Rubia es. Hasta ahí las certezas. De todo lo demás dudo. No sé ni siquiera donde trabaja pero puedo sospecharlo. Por su parada de colectivos trabaja para el Tribunal de Cuentas o para el Instituto de Colonización (sí, tenemos una entidad que se llama así). En uno o en otro caso trabaja en oficinas mucho más cómodas que las mías. Por eso cuando sube se la nota alegre. De paso se encuentra con Rubi, y yo no sé si de veras pasa algo entre ellos, o mi amigo arrima la bochita por instinto masculino pero puesto en situación sale corriendo, o bien está interesado y la minita es de esas que tienen buena onda con todo el mundo y que cada tanto se comen el moco de algún que se les arrima confundido. Qué situación. Pero por qué tener que pensar que cualquiera de las situaciones me resultan desfavorables. Bah, lo peor sería que estuviese casada, o conviviera en aparente matrimonio con algún tipejo aventajado, pero no, más bien le veo pinta de ser la hija de mamá. No debe saber lavar un plato, pero se viste bien y eso ya es decir algo. O bien estando en la casa de sus viejos puede gastarse todo el sueldo en ropa o bien trabajar es un entretenimiento matinal, una asignatura más para no convertirse en otra licenciada de esas que jamás han pisado un trabajo. En realidad le sienta bien el colorado, como a todas las rubias, pero no estoy seguro de que se vista demasiado bien. Para ser franco, no estoy seguro de haberla visto del todo bien. Que una vez se siente a mi lado en el colectivo no implica que le pueda calzar una de esas miradas inquisidoras en las que soy capaz de relevar todo lo que me interesa. En ocasiones, cuando estoy verdaderamente interesado, abuso de la discreción y me pierdo de esos detalles encantadores. Y cuando digo encantador es eso a lo que me refiero. ¿Ronca suavemente cuando duerme? ¿es una bestia que se desparrama en la butaca como si de una mujer líquida se tratase? ¿el pantalón azul noche le ajusta igual que la semana pasada? Estoy lo que se dice en bolas. Comienzo a creer que me estoy enamorando. De otro modo no puedo entender cómo hice para no prestar atención a la vez que habló por teléfono. Dijo claramente. Hola, Pao?, habla…
Eso, quién habla.
Me soñé atónito por una noticia. No la esperaba, secretamente la deseaba con la intensidad con la que me aboco a toda causa condenada de antemano a la derrota. Sonó el despertador. Era demasiado tarde, increíblemente tarde. No pude despedirme de la modorra hasta bien entrada la mañana. Tampoco dejaba que se fuera de mí la buena noticia que sólo acaeció en los sueños. Créase o no, cualquier cosa, la más ridícula que sueñe, tiene para mí en el peor de los casos, unos gramos de verosimilitud. Si me da por soñar con que un monseñor deje por un rato los buenos hábitos en pos de hacerse de un escaño en la cámara de diputados, si un eventual contrincante alude a que en materia de controversias en su partido no se fijan en detalles como la caballerosidad: da lo mismo que sea un ex presidiario, una mujer, un obispo, un niño superdotado, un viejo choto, todos cobran por igual. Eso lo soñé y escuchando las noticias al mediodía pude constatar que mi sospecha tenía cierto asidero. Lo que no termino de entender ni siquiera en perfecto estado de lucidez, como creo que es el de esta hora de la tarde, es qué cuernos puede hacer un cura dentro de un frente amplio de fuerzas sociales encabezado por un enano fascistoide. Si fuera opositor, vaya y pase. Pero quizá este razonamiento forme parte del sueño anterior y me lo traje conmigo cuando saqué la sábana para darle un agua, que ya viene siendo buena hora. Pero no. Lo que soñé, lo que verdaderamente desearía que suceda, eso nunca va a pasar, ¿me entendés?. Nunca

18.1.05

ocaso

Profundamente angustiada por la espera, socavada de impotencia y alterada por la hora, María José tomó la mano de su esposo, Isidro, que yacía en la cama desde hacía varios días y se retorcía de unos dolores tales que prefería sentirlos con los ojos cerrados, como si durmiese. Ella le habló. Le contó de sus plegarias, de sus compañeras de culto siempre tan atentas, secundándolas con esmero para no dejarla desfallecer. Habló también de las bellas palabras con que el pastor atendía sus clamores y con un dejo de culpa le reprochó que nunca se diera a la fe, que no hubiese claudicado en su postura inflexible, intolerante, casi militante, contra todas las formas de adoración a dios. Ya con gruesas lágrimas cayendo por sus mejillas le suplicó ese último esfuerzo, como si la última voluntad del condenado a muerte debiera ser satisfacer a sus deudos.
Isidro todo lo escuchaba, todo lo sentía, pero desde otro lado. Pocos, por no decir nadie, saben que la verdad sólo se conoce en esa antesala en la que él esperaba que lo atiendan. Por allí desfilan todas las imágenes que nuestra memoria siempre se mostró lánguida para retener, cada una de las personas que amamos y aquellos que no, los otros. El, que en su buena hora fue admirado por sus empleados, coronado por el prestigio que da ganar mucha plata y por derecha, se mantuvo juicioso hasta el final.
Con voz desconocida y con tono que a María José le resultaba familiar por sus lecturas, con firme parsimonia, con las últimas fuerzas, Isidro habló:
-Pobre de aquellos que osen despreciar la sabiduría de aquel que está ante la muerte.
Y por fin todas las voces callaron.
Empezarlo todo de nuevo significaría demasiadas nuevas cosas y aunque las delicias sean pocas, dejar de lado esas ceremonias de la noche a la mañana significarían un puñal en la espalda. Las más de las veces son sólo artificios, pequeños juegos mentales para pasar rápido el mal trago, ardides que de los que somos partícipes necesarios o cómplices por omisión.
En lugares en los que todo cerca escoger un empleo en el que hay que hacer 18 kilómetros cada mañana es una elección delicada. Quiero creer que antes habrá sido distinto. Ahora que somos los convidados de piedra de la modernidad no podemos permitirnos el lujo de despreciar ningún trabajo por insalubre que pudiere resultar.
Quizá alguien se ría de mí por atreverme a contarlo, pero viajar en colectivo se me ocurre ya tan familiar como remolonear en la cama o fumar mirando por la ventana. Pasarme más de una hora diaria en movimiento me ha condenado a eso y trato de tomarlo con naturalidad.
Ha habido buenos tiempos en que me caracterizaba por ser puntual. Entonces era bastante sencillo acomodarme a mis compañeros de pasaje y tratar de acercarme a los que me resultaran afines. Hoy las cosas no son como antes. Los relojes se han convertido en feroces enemigos de mi paz interior. A todas partes llego tarde convertido en un manojo de excusas que no se ponen de acuerdo entre sí.
Resignación es la palabra. Lo que toca, toca, y a otra cosa. Con decir que me pongo contento si mi compañero de asiento es lo suficientemente delgado como para que yo pueda respirar. El ambiente es la hostilidad misma. La ruta es recta y el chofer no le presta demasiada atención. El viento se cuela por las ventanillas abiertas de para en par, arrasa con la arquitectura de los peinados y las intentonas de conversación. Las cortinas no dan abasto con el sol del verano. No se puede leer. Quizá la única alternativa atendible sea dormir.
Pero el día de hoy quizá deje a un costado sus leyes y me depare un consuelo. Tonto. Como todos. La rubia amiga de Rubinho quiero, que se siente a mi lado. Lo tonto es que no podré decirle una palabra. Ella echará atrás sus rulos para no despeinarse demasiado y se entregará al sueño. En realidad primero echará un telefonazo a su casa y sabré que alguien la espera y eso me bastará para sentir envidia. Después en el sueño abrirá ligeramente la boca y yo quitaré los ojos de la novela que leo para detenerme en sus piernas. En la confianza de que duerme mi mirada remontará hasta sus hombros desnudos, las manos sujetando una cartera y un par de hojas sueltas, enrolladas, resabio de lo que ha sido esta mañana.
El paso del tiempo me ha hecho un pesimista romántico. Está claro que yo deberé bajarme primero y encerrado en este rincón no me quedará otra opción que despertarla y pucha qué es lindo verla dormir, entregarse a los ángeles del viento que le juegan una picardía y depositan sus papeles en mi falda.
La coartada es perfecta. Mi parada se acerca. Casi no acierto cuál sería el mejor modo de despertarla o, tratando de ser preciso, qué aprovecho a tocarle abusando de mi premura en bajar a la quietud de la calle. Entonces el roce estudiado es algo brusco, arruga un poco la cara. Desprecia mis disculpas. Como si me hubiera olvidado del detalle, avanzo un paso, retrocedo, le devuelvo sus papeles con una leve mención del incidente. Me doy vuelta y cuando apuro la marcha escucho en su meloso modo de decirme gracias el deseo de que pronto sea mañana y la historia se escriba de nuevo. Sin errores.

14.1.05

En el espejo veo un tipo que sólo le da la cara a su pasado, que se regodea en el ayer, que no asume que el viento, el viento de cualquier parte, sopla siempre para el mismo lado.
Si puedo darme esos lujos es porque quizá estoy muy pronto cambiar de trabajo y es una bendición trabajar, y es mucho mejor encontrar trabajo cuando ya se tiene uno. De cualquier manera enfrentar una entrevista es cosa a la que nunca voy a acostumbrarme.
Esta vez era muy lejos de casa, en el otro extremo de la ciudad. De enero corrían los primeros días y los sentí a todos ellos cuando subí al colectivo y al sentarme apoyé mi espalda en la butaca y me sentí completamente transpirado. Me bajé una cuadra antes. Tomé aire, caminé con suficiencia. Eran ellos los que me llamaban pero yo el dueño de todos los nervios. Por eso la puntualidad, el currículum ligeramente mal impreso, las mejillas rosadas y de nuevo el calor.
Trabajar es componer personajes. Acá somos todos actores y mal que mal tenemos que ponernos la ropa de alguien que no somos. Alguna vez la camisa ciñe los brazos, alguna otra el pantalón es pura holgura aunque la estrechez de la horma del zapato nos condene a la lágrima a flor de ojos todo el tiempo.
Asumido mi rol de actor hace unos años no pude evitar la tentación de Shakespeare. debía ser un duro, con nervios de acero. A alguna gente le parecí convincente e incluso muchos de ellos aun me consideran buena persona. Honrado, pulcro, simpático pero levemente haragán. No soy ese. O al menos no lo era con veinticinco años que ni la barba podían disimular. Para ser duro fumé más de la cuenta, adelgacé, reñí con mis afectos, no pude evitar hablarle a todo el mundo de mi trabajo anterior, de la enorme cantidad de pequeñas satisfacciones que se apilaban en un escritorio modesto, de lunes a viernes. Sólo a mí me importaba decirlo. Nadie lo escuchó más de la cuenta. Lástima que los puñetazos que se dan sobre el escenario son más reales que los verdaderos y que nadie me avisó, o a nadie quise oír cuando me lo advirtieron. Yo soñaba otra cosa. A lo mejor alucinaba con un futuro al caer en el que fuese un soltero codiciado, con aires de yuppie, con la pausa puesta en el momento justo para herir a quien se pusiese delante.
Quién sabe si ahora no sea igual.
Quién sabe si mi condena no es ver en el espejo un destino menor, marginal, al alcance de cualquier pibe de mi barrio.
Quién puede aseverar que no son esas las razones de estar siempre postergándolo todo, incluso aquello que ya se ha ido para siempre.
De modo que en la entrevista sonreí en todo momento. Estreché fuerte la diestra de mi interlocutor y contuve mi instinto de tutearlo aunque me doblará cómodamente mi edad. se habrá sorprendido de las palpitaciones que amotinaban una voz que presumía seguridad. Quise decirle que si no vuelven a llamarme, si contratan al peor de mi clase o si simplemente pierdo en batalla contra contendientes leales no me va la vida en eso, que poco me importa. Estoy satisfecho por haber tenido el coraje de subirme al colectivo aunque me llevara a un lugar que no es el mío, que me tapase con flores que hoy no necesito.
Ya fumo menos y he recuperado mi peso. Las pasiones están ahí, dormidas dicen, yo creo que agazapadas. Pero como actor aun me quedan mucho por progresar.

10.1.05

domingático

1. Qué haré de día que despierto por las mañanas con la espantosa idea de haber estado de viaje por un paraje plagado de indecibles peligros. Qué haré de día. Será cierto que el sueño es el metabolismo del cerebro y cada una de esas imágenes inconexas son el fruto de la vigilia, de los malos pensamientos que ya sobradamente me he jurado no repetir? Yo no lo sé bien. Acaso es una facilidad religiosa la que me impulsa a caerme con las culpas de esos viajes cuando no son de mi agrado, pero ¿hasta qué punto me está dado decidir sobre ellos? Y cuando digo decidir me refiero a controlar al mecanismo antes de que se vaya de madre y me encuentre, sin remedio, gritando en el medio de la noche sin esperanza de que alguien me consuele.

2. Qué haré de día que despierto y lo primero que miro son mis manos. Están en su lugar, son hermosas a su modo, proporcionadas, simétricas. Y todo el resto también está allí, al alcance de ellas y de mis ojos, que aun no se deslían de la modorra. Y todo es tan bonito como cuando apoyé la cabeza sobre la almohada y con algo de esfuerzo y al tanteo giré la perilla de la radio hasta dar con esa voz que corre la suerte de ser hoy mi canción de cuna. Y lo bello es que todo sea orgánico, funcional, una verdadera maravilla de la ingeniería biológica.

3. Dos manos, dos pies, dos ojos, y dos cejas, dos orejas y unos cabellos vecinos de unos ojos al tono. Una voz que es un instrumento que tomé prestado de alguna orquesta y se deja moldear sin oponer resistencia y también la posibilidad de oír su melodía. Si sólo fuera capaz de administrar su cadencia, su entonación, sus silencios, quizá fuera un hombre de fortuna y la gente me pararía por la calle para darme sus salutaciones o incluso contra mi voluntad tirasen de mi saco para arrancarme algún improperio por aquello de que una sola palabra tuya bastará para sanarme.

4. Pero el que busca sanarse en realidad soy yo mismo y en esa vanidad se me escurren muchas mañanas y algunas tardes, si es que el sol no pega tan fuerte del lado del comedor, pero no doy con la panacea. Tal vez por eso, antes de que se me escurra la mañana de hoy, verifico que la maravillosa obra está en la casi ruina. Hace ruidos desagradables y por poco no larga humo, aunque no soy dueño de decirlo en voz alta por temor a convertirme en profeta de mi propio destino y si algo soy capaz de adivinarme es que el mañana marcha en rigurosa desventaja con el ayer.

5. Cerveza en mi caso es mucha cerveza y anoche más que en ninguna ocasión dejé que ella me bebiera hasta quedar yo preso de sus fauces. Me atoré a la altura de la tráquea de la botella y hubiese querido contar con brazos y piernas desmontables para echarlos a ellos por delante pero, en efecto, quedé atorado y acalorado y no hay quien diga que la cerveza es fresco para hoy y fiebre para siempre. Cómo es que son hábiles de meter barcos aquí dentro y yo soy una boca que dice fiebre y combustiones fallidas.

6. Por eso es que la caldera se hace un calefón, pero un calefón de segundo orden, alimentado de energía eléctrica, el imposible amor del agua y la corriente se guarece en una lata que termina en un grueso cable. Pero ay de mí la buena hora en que la lata se oxide y ceda y las gotitas salgan por la deforme hendidura que van dando los años antes que por la flor de regadera que escupe música sobre las cabezas enjabonadas.

7. Saberme yo mismo un agujero lejos de confortarme me atormenta. Es que hay agujeros imponentes, monumentales y los hay simplemente molestos, inexorables. Yo soy de estos, cumplo mi función de agujero pero hay quien ha dicho: para molestias, mejor las grandes. Ilusos. No se dan cuenta que el agujero es más fiel que el mal aliento y no permitirá que nada se almacene donde alguien lo planee. Me declaro libertario de las substancias. Que todo caiga donde la providencia prefiera, que para eso es sabia y no todos ustedes que dormitan por las noches pensando que cuando el sol los convoque a la nueva brega todo estará en su lugar.

8. Tengo miedo de ser y jamás haberme dado cuenta.
Volvió Señora Peel. Mire que hay que tenerle paciencia, che.

7.1.05

dolor en cuentagotas

Hace unas horas reflexionaba sobre esa paradoja que nos propone poner cara a cara a la muerte y a la aritmética.
Que ciento setenta y cinco personas mueran en un único y apenas divisible acto nos postra en una consternación incalificable. Lo que asusta, más que la muerte, es la cifra. Salvo quien lo haya visto alguna vez, nadie está en condiciones de saber cuánto espacio ocupa un millón de dólares o quince docenas de cadáveres. Hay que pensar en varios cargadores de balas, en una larga hilera de cruces, en una horca de múltiples plazas.
Tal vez por eso me hieren como un puñal las muertes que siguieron, las que oigo en la radio, una, dos, una chica de quince años que fue con una amiga (que yace en el hospital Ramos Mejía, todavía inconciente), hija de un obrero del barrio de Mataderos, con infinitos deseos de prosperar, hacerse farmacéutica o bioquímica. Ahí la cosa tiene otro color. Ya le imagino la carita, el entusiasmo que sólo a su edad puede uno tener por una banda de rock, la temperatura de su torrente sanguíneo, saltar y saltar.
Si un alud tapara por completo el pueblo en que nací se me escaparían los rostros de mi gente, la compleja trama de relaciones que puede existir entre un kiosquero que ha sabido de esplendores al borde de Calle y Bancarrota y una señora grande, poco agraciada que a sus cuarentaytantos debió vender sus dotes de amante al peor postor, al borde de Ruta e Indecencia.
Hay la imperiosa necesidad de ponerle un rostro a la muerte y también al demonio. Un día fue el dueño del boliche, después buscamos al francotirador de la bengala. Quizá fue un niño pero al día siguiente se hablaba de una gavilla de adolescentes. Al tercer día un manto de duda se echó sobre los músicos, que promocionaban sus espectáculos aludiendo a su condición de roqueros de barrio casi tanto como la maravilla de un público fervoroso que estallaba en fuegos de artificio.
Las historias de los pibes serán tapadas por una ola inexorable de olvido, como el tsunami. Este demonio que cada día tiene una cara diferente pronto se mimetizará entre nosotros y ya nadie será culpable.

4.1.05

el lado de la sombra

No tiene caso cercenar de uno mismo el estado de tristeza potencial que todos llevamos dentro. No lo tiene porque vivimos por azar. Los que nos rodean viven por azar. Los que amamos viven por azar. Claro está que si no podemos aferrarnos a esa lógica de los comentaristas deportivos que muy fácil encuentran las leyes que todo lo explican, con la sola limitación de que los hechos analizados ya estén perfectamente acabados. No ha de ser un algoritmo demasiado complejo develar la martingala que pudo ser útil una noche de casino.
Ella vivió apurada. Con veintipocos años, dos parejas importantes, dos hijos, la mochila de una herencia familiar poco favorable y pelearla. Duramente. A alguno llegó incluso a fastidiar esa maldita costumbre de perseguir cada trámite como un perro de presa pero fueron sus modos. Se sentía rueda y motor. Si no era por su exclusiva preocupación y ocupación las cosas caerían por su propio peso y sin remedio.
Tal vez fuera apurada con tal de presentarle la nena a su abuelo y celebrar el año nuevo juntos, como si fueran una hermosa familia. Quizá ni se enteró. Dormida en el asiento del acompañante hubiese sido mejor que no viera de frente al colectivo que devoraría el auto hasta convertirlo en una lata inservible, manchada de sangre, de su sangre y la de los suyos.
Fueron veintidós años y dos meses. Algo me dice que ella siempre lo supo y quiso ganarle tiempo al tiempo, que vivió su vida acelerada como el pintor que apura el trabajo cuando se le acaba la pintura.
No me gusta mi tristeza. No me gusta mi sombra. No me gusta pensar que el único modo de desliarme sea seguir aquél camino pero me gusta confiar que pueda haber una voluntad más sabia que la mía, que ahora está flaqueando.

2.1.05

la buena nueva es vieja

Como quien no quiere la cosa, este fin de año fue distinto de algunos anteriores. Me pasó encontrarme con compañeros de calle de la época en que éramos increíblemente irresponsables y comprobé, con algo de pudor, varias cosas que si alguien me las hubiera dicho sencillamente no las hubiera creído o las hubiera descartado por considerarlas un consuelo trivial para tanta agua que ha pasado debajo de este puente.
No es un detalle menor saber que estoy bastante más alto que hace unos diez años. Cómo habrá pasado eso. O es que acaso mis amigos están empequeñecidos porque vienen perdiendo la batalla contra el consumo de un modo ostensible. Aclaremos que yo esa batalla también la hubiese perdido si la hubiera encarado y simplemente reduje mi vida a un par de cosas que me resultan gratas. Ventajas de estrábico, puedo hacerme el corto de vista cuando me conviene. También he comprobado que estoy bastante poco arrugado y que si me corto el pelo como dios y mi madre quieren no hay mayor indicio de la calvicie que suele acongojarme. Pero la verdadera noticia es que, al menos por ahora, soy un tipo libre. Puedo tomarme el primer colectivo al fin del mundo si eso es lo que me place hacer, levantarme a comer galletitas con paté de foie a las 3 AM o gastar la mitad de mi magro sueldo en libros. Igual ellos me creerán un genio que aun no despierta del sueño de los justos. Igual mi padre se sentirá frustrado porque cada año, cuando noviembre viene madurando, sueña el día en que yo le diga, viejo, esta es mi señora y estamos planeando una pronta mudanza, que tal si de una vez compramos la casa de al lado y no, desgraciadamente ese gusto no se lo voy a dar en breve. Sigo sin sentar cabeza que le llaman y para mí eso es una noticia fantástica.

de los artificios y los fuegos

Llegué tarde para oficiar de cronista de masacre acaeciada en la República de Cromagnon pero mirando la televisión he tenido ocasión de desenterrar un recuerdo y echarle un poco de esa luz que trae la madurez, bah, decir madurez es otro de mis lugares comunes y la demasiada luz nos hace cerrar los ojos.
En el medio de la catástrofe también he visto la miseria de un país que aumentó las panas a los robos a mano armada porque nuestro brazo derecho y autoritario ha creído pertinente que la propiedad vale mucho más que la vida, pero eso quizá no venga mucho al caso.
El recuerdo tiene que ver con uno de los grandes mitos porteños, Luca Prodan, un abanderado de la locura, como corresponde a los profetas. En sus tiempos de mentor de Sumo, en los tempranos `80 solía tocar en un conocidísimo tugurio de propiedad de Omar Chabán, el Café Einstein. No creo que por sus dotes altruistas, el Turco fue objeto de una de las canciones de Sumo, una que decía más o menos así:


Emir!
Omar!
Chaban!
Quiero dinero
Quiero dinero.