Jade May Hoey

1974-2004

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7.1.05

dolor en cuentagotas

Hace unas horas reflexionaba sobre esa paradoja que nos propone poner cara a cara a la muerte y a la aritmética.
Que ciento setenta y cinco personas mueran en un único y apenas divisible acto nos postra en una consternación incalificable. Lo que asusta, más que la muerte, es la cifra. Salvo quien lo haya visto alguna vez, nadie está en condiciones de saber cuánto espacio ocupa un millón de dólares o quince docenas de cadáveres. Hay que pensar en varios cargadores de balas, en una larga hilera de cruces, en una horca de múltiples plazas.
Tal vez por eso me hieren como un puñal las muertes que siguieron, las que oigo en la radio, una, dos, una chica de quince años que fue con una amiga (que yace en el hospital Ramos Mejía, todavía inconciente), hija de un obrero del barrio de Mataderos, con infinitos deseos de prosperar, hacerse farmacéutica o bioquímica. Ahí la cosa tiene otro color. Ya le imagino la carita, el entusiasmo que sólo a su edad puede uno tener por una banda de rock, la temperatura de su torrente sanguíneo, saltar y saltar.
Si un alud tapara por completo el pueblo en que nací se me escaparían los rostros de mi gente, la compleja trama de relaciones que puede existir entre un kiosquero que ha sabido de esplendores al borde de Calle y Bancarrota y una señora grande, poco agraciada que a sus cuarentaytantos debió vender sus dotes de amante al peor postor, al borde de Ruta e Indecencia.
Hay la imperiosa necesidad de ponerle un rostro a la muerte y también al demonio. Un día fue el dueño del boliche, después buscamos al francotirador de la bengala. Quizá fue un niño pero al día siguiente se hablaba de una gavilla de adolescentes. Al tercer día un manto de duda se echó sobre los músicos, que promocionaban sus espectáculos aludiendo a su condición de roqueros de barrio casi tanto como la maravilla de un público fervoroso que estallaba en fuegos de artificio.
Las historias de los pibes serán tapadas por una ola inexorable de olvido, como el tsunami. Este demonio que cada día tiene una cara diferente pronto se mimetizará entre nosotros y ya nadie será culpable.

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