Jade May Hoey

1974-2004

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4.1.05

el lado de la sombra

No tiene caso cercenar de uno mismo el estado de tristeza potencial que todos llevamos dentro. No lo tiene porque vivimos por azar. Los que nos rodean viven por azar. Los que amamos viven por azar. Claro está que si no podemos aferrarnos a esa lógica de los comentaristas deportivos que muy fácil encuentran las leyes que todo lo explican, con la sola limitación de que los hechos analizados ya estén perfectamente acabados. No ha de ser un algoritmo demasiado complejo develar la martingala que pudo ser útil una noche de casino.
Ella vivió apurada. Con veintipocos años, dos parejas importantes, dos hijos, la mochila de una herencia familiar poco favorable y pelearla. Duramente. A alguno llegó incluso a fastidiar esa maldita costumbre de perseguir cada trámite como un perro de presa pero fueron sus modos. Se sentía rueda y motor. Si no era por su exclusiva preocupación y ocupación las cosas caerían por su propio peso y sin remedio.
Tal vez fuera apurada con tal de presentarle la nena a su abuelo y celebrar el año nuevo juntos, como si fueran una hermosa familia. Quizá ni se enteró. Dormida en el asiento del acompañante hubiese sido mejor que no viera de frente al colectivo que devoraría el auto hasta convertirlo en una lata inservible, manchada de sangre, de su sangre y la de los suyos.
Fueron veintidós años y dos meses. Algo me dice que ella siempre lo supo y quiso ganarle tiempo al tiempo, que vivió su vida acelerada como el pintor que apura el trabajo cuando se le acaba la pintura.
No me gusta mi tristeza. No me gusta mi sombra. No me gusta pensar que el único modo de desliarme sea seguir aquél camino pero me gusta confiar que pueda haber una voluntad más sabia que la mía, que ahora está flaqueando.

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