Jade May Hoey

1974-2004

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14.1.05

En el espejo veo un tipo que sólo le da la cara a su pasado, que se regodea en el ayer, que no asume que el viento, el viento de cualquier parte, sopla siempre para el mismo lado.
Si puedo darme esos lujos es porque quizá estoy muy pronto cambiar de trabajo y es una bendición trabajar, y es mucho mejor encontrar trabajo cuando ya se tiene uno. De cualquier manera enfrentar una entrevista es cosa a la que nunca voy a acostumbrarme.
Esta vez era muy lejos de casa, en el otro extremo de la ciudad. De enero corrían los primeros días y los sentí a todos ellos cuando subí al colectivo y al sentarme apoyé mi espalda en la butaca y me sentí completamente transpirado. Me bajé una cuadra antes. Tomé aire, caminé con suficiencia. Eran ellos los que me llamaban pero yo el dueño de todos los nervios. Por eso la puntualidad, el currículum ligeramente mal impreso, las mejillas rosadas y de nuevo el calor.
Trabajar es componer personajes. Acá somos todos actores y mal que mal tenemos que ponernos la ropa de alguien que no somos. Alguna vez la camisa ciñe los brazos, alguna otra el pantalón es pura holgura aunque la estrechez de la horma del zapato nos condene a la lágrima a flor de ojos todo el tiempo.
Asumido mi rol de actor hace unos años no pude evitar la tentación de Shakespeare. debía ser un duro, con nervios de acero. A alguna gente le parecí convincente e incluso muchos de ellos aun me consideran buena persona. Honrado, pulcro, simpático pero levemente haragán. No soy ese. O al menos no lo era con veinticinco años que ni la barba podían disimular. Para ser duro fumé más de la cuenta, adelgacé, reñí con mis afectos, no pude evitar hablarle a todo el mundo de mi trabajo anterior, de la enorme cantidad de pequeñas satisfacciones que se apilaban en un escritorio modesto, de lunes a viernes. Sólo a mí me importaba decirlo. Nadie lo escuchó más de la cuenta. Lástima que los puñetazos que se dan sobre el escenario son más reales que los verdaderos y que nadie me avisó, o a nadie quise oír cuando me lo advirtieron. Yo soñaba otra cosa. A lo mejor alucinaba con un futuro al caer en el que fuese un soltero codiciado, con aires de yuppie, con la pausa puesta en el momento justo para herir a quien se pusiese delante.
Quién sabe si ahora no sea igual.
Quién sabe si mi condena no es ver en el espejo un destino menor, marginal, al alcance de cualquier pibe de mi barrio.
Quién puede aseverar que no son esas las razones de estar siempre postergándolo todo, incluso aquello que ya se ha ido para siempre.
De modo que en la entrevista sonreí en todo momento. Estreché fuerte la diestra de mi interlocutor y contuve mi instinto de tutearlo aunque me doblará cómodamente mi edad. se habrá sorprendido de las palpitaciones que amotinaban una voz que presumía seguridad. Quise decirle que si no vuelven a llamarme, si contratan al peor de mi clase o si simplemente pierdo en batalla contra contendientes leales no me va la vida en eso, que poco me importa. Estoy satisfecho por haber tenido el coraje de subirme al colectivo aunque me llevara a un lugar que no es el mío, que me tapase con flores que hoy no necesito.
Ya fumo menos y he recuperado mi peso. Las pasiones están ahí, dormidas dicen, yo creo que agazapadas. Pero como actor aun me quedan mucho por progresar.

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